Suma Teológica II-II Qu.45 a.2

ARTíCULO 2 ¿Radica la sabiduría en el entendimiento?

Objeciones por las que parece que la sabiduría no radica en el entendimiento:
Objeciones: 1. Dice San Agustín, en el libro De Gratia Novi Test., que la sabiduría es la caridad de Dios. Pero la caridad radica en la voluntad, no en el entendimiento, como ya hemos expuesto (II-II 24,1). La sabiduría, pues, no radica en el entendimiento.
2. En la Escritura leemos: La sabiduría, como indica su nombre, es acerca de la doctrina (Si 6,23). Ahora bien, la sabiduría es como una ciencia sabrosa, y esto parece que atañe al afecto, por el que experimentamos los deleites y dulzuras espirituales. En consecuencia, la sabiduría no está en el entendimiento, sino más bien en el afecto.
3. La potencia intelectiva se perfecciona de manera suficiente por el don de entendimiento. Pues bien, cuando es suficiente una cosa para perfeccionar a otra, resulta superfluo añadir otras más. La sabiduría, pues, no radica en el entendimiento.
Contra esto: está el testimonio de San Gregorio en II Moral., diciendo que la sabiduría es lo contrario de la necedad. Pero la necedad radica en el entendimiento. Por lo tanto, también la sabiduría.
Respondo: Como ya hemos expuesto (a. 1; II-II 8,6), la sabiduría implica rectitud de juicio según razones divinas. Pero esta rectitud de juicio puede darse de dos maneras: la primera, por el uso perfecto de la razón; la segunda, por cierta connaturalidad con las cosas que hay que juzgar. Así, por ejemplo, en el plano de la castidad, juzga rectamente inquiriendo la verdad, la razón de quien aprende la ciencia moral; juzga, en cambio, por cierta connaturalidad con ella el que tiene el hábito de la castidad. Así, pues, tener juicio recto sobre las cosas divinas por inquisición de la razón incumbe a la sabiduría en cuanto virtud natural; tener, en cambio, juicio recto sobre ellas por cierta connaturalidad con las mismas proviene de la sabiduría en cuanto don del Espíritu Santo. Así, Dionisio, hablando de Hieroteo en el c.2 De div. nom., dice que es perfecto en las cosas divinas no sólo conociéndolas, sino también experimentándolas. Y esa compenetración o connaturalidad con las cosas divinas proviene de la caridad que nos une con Dios, conforme al testimonio del Apóstol: Quien se une a Dios, se hace un solo espíritu con El (1Co 6,7). Así, pues, la sabiduría, como don, tiene su causa en la voluntad, es decir, la caridad; su esencia, empero, radica en el entendimiento, cuyo acto es juzgar rectamente, como ya hemos explicado (I 79,3).
A las objeciones:
Soluciones: 1. San Agustín habla de la sabiduría en relación con su causa, de la cual recibe el nombre de sabiduría en lo que entraña de cierto sabor.
2. La respuesta a esta objeción es clara si es ése el sentido que hay que dar a esa autoridad, y no parece que lo sea. Esa exposición es, en efecto, buena en cuanto a la acepción que el concepto de sabiduría tiene en la lengua latina. Pero en griego no tiene ese sentido, y tal vez tampoco lo tenga en otras lenguas.
Parece, pues, que el concepto de sabiduría se toma allí por la reputación con la cual se recomienda a todos.
3. El entendimiento tiene dos actos: captar y juzgar. Al primero de ellos se ordena el don de entendimiento; al segundo, en cambio, el don de sabiduría, si se juzga por razones divinas, y al don de ciencia si se juzga por razones humanas.

ARTíCULO 3 La sabiduría, ¿es solamente especulativa o también práctica?

Objeciones por las que parece que la sabiduría no es práctica, sino especulativa:
Objeciones: 1. El don de sabiduría es más excelente que la sabiduría considerada como virtud intelectual. Pues bien: como virtud intelectual, la sabiduría es solamente especulativa. Luego con mayor razón la sabiduría como don es especulativa, no práctica.
2. El entendimiento práctico versa sobre lo operable, que es contingente. Pero la sabiduría versa sobre lo divino, eterno y necesario. La sabiduría, pues, no puede ser práctica.
3. Dice San Gregorio en VI Moral. que en la contemplación se busca el principio, que es Dios; en la acción, por el contrario, se trabaja con el grave peso de la necesidad. Ahora bien, a la sabiduría corresponde la visión de las cosas divinas, que no es trabajo penoso, ya que, como leemos en la Escritura: No causa amargura su compañía ni tristeza la convivencia con ella (Ps 8,16). Por tanto, la sabiduría es solamente contemplativa, no práctica o activa.
Contra esto: está el testimonio del Apóstol: Conversad con sabiduría con los de fuera (Col 4,5). Eso es acción. Luego la sabiduría es no sólo especulativa, sino también práctica.
Respondo: Según afirma San Agustín en XII De Trin., la parte superior de la razón está destinada a la sabiduría, y la inferior, a la ciencia. Pero la razón superior, como escribe también en el mismo libro, dirige su atención a las razones supremas, es decir, las divinas, y busca examinarlas y consultarlas.
Examinarlas, en cuanto contempla en ellas lo divino; consultarlas, en cambio, en cuanto que juzga lo humano por lo divino, dirigiendo las acciones humanas con reglas divinas. Así, pues, la sabiduría, en cuanto don, es no sólo especulativa, sino también práctica.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Cuanto más elevada es una virtud, mayor es su radio de acción, como consta en el libro De causis. De ahí que la sabiduría, por ser don, es más excelente que la sabiduría virtud intelectual, ya que estando más cerca de Dios por cierta unión del alma con El, tiene el poder de dirigir no solamente la contemplación, sino también la acción.
2. Lo divino en sí mismo es necesario, pero es también regla de lo contingente, que constituye la esfera de los actos humanos.
3. Una cosa debemos considerarla en sí misma antes que compararla con ninguna otra. Por eso a la sabiduría incumbe, primero, la contemplación de las cosas divinas, que es la visión del principio; después, dirigir los actos humanos en conformidad con las razones divinas. Sin embargo, de esa dirección de la sabiduría sobre los actos humanos no se sigue amargura o trabajo; antes bien, la amargura se trueca en dulcedumbre y el trabajo en descanso.

ARTíCULO 4 ¿Puede la sabiduría, sin la gracia, coexistir con el pecado?

Objeciones por las que parece que la sabiduría, sin la gracia, puede coexistir con el pecado:
Objeciones: 1. Los santos se glorían sobre todo de cuanto no puede coexistir con el pecado, según el testimonio del Apóstol: Nuestra gloria es el testimonio de nuestra conciencia (1Co 1,12). Pero nadie puede gloriarse de la sabiduría, conforme las palabras del profeta: No se gloríe el sabio de su sabiduría (Jr 9,23). Luego la sabiduría puede existir, sin la gracia, con el pecado mortal.
2. La sabiduría implica conocimiento de lo divino, como hemos expuesto (a. 1 et 3). Ahora bien, se puede tener conocimiento de la verdad divina incluso con pecado mortal, como leemos en la Escritura: Aprisionan la verdad en la injusticia (Rm 1,18). Luego la sabiduría puede coexistir con el pecado mortal.
3. Hablando de la caridad, afirma San Agustín en XV De Trin.: No hay ningún don más excelente que éste. Sólo él separa a los hijos del reino eterno, de los hijos de la perdición eterna. Pues bien, la sabiduría se diferencia de la caridad y, por lo mismo, no separa los hijos del reino de los hijos de la perdición. En consecuencia, puede coexistir con el pecado mortal.
Contra esto: está el testimonio de lo que leemos en la Escritura: No entrará la sabiduría en el alma malévola ni morará en cuerpo sujeto a pecados (Sg 1,4).
Respondo: Según hemos expuesto (a. 2 et 3), la sabiduría, que es don del Espíritu Santo, permite juzgar rectamente las cosas divinas, y las demás cosas en conformidad con las razones divinas, en virtud de cierta connaturalidad o unión con lo divino. Esto, como hemos visto, es efecto de la caridad. Por eso la sabiduría de que hablamos presupone la caridad, y la caridad no coexiste con el pecado mortal, como hemos expuesto (II-II 24,12). En consecuencia, tampoco la sabiduría de que hablamos puede coexistir con el pecado mortal.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Eso hay que entenderlo de la sabiduría acerca de las cosas mundanas, o también de las cosas divinas, pero juzgadas con razones humanas. De esa sabiduría no se glorían los santos, sino que confiesan que no la poseen, a tenor de estas palabras: No está conmigo la sabiduría de los hombres (Pr 30,2). Se glorían, en cambio, de la sabiduría divina, conforme al testimonio del Apóstol: Ha venido a sernos sabiduría de Dios (1Co 1,30).
2. Esa objeción concluye del conocimiento de las cosas divinas adquirido por el estudio y la búsqueda de la razón, y eso se puede dar con el pecado mortal; pero no es el caso de la sabiduría de que hablamos aquí.
3. Aunque la sabiduría sea diferente de la caridad, la presupone, sin embargo, y por eso separa a los hijos de la perdición de los hijos del reino.

ARTíCULO 5 ¿Se da la sabiduría en todos los que tienen la gracia?

Objeciones por las que parece que la sabiduría no se da en todos los que tienen la gracia:
Objeciones: 1. Tener sabiduría es mejor que oírla. Ahora bien, incumbe a los perfectos oír la sabiduría conforme a lo que escribía el Apóstol: Hablamos sabiduría a los perfectos (1Co 2,6). Mas, dado que no todos los que están en gracia son perfectos, parece que será mucho menos exacto afirmar que tengan la sabiduría cuantos estén en estado de gracia.
2. Es de sabios ordenar, como enseña el Filósofo en el comienzo de los Metafísicas, y Santiago, por su parte, dice que el sabio es imparcial, sin hipocresías (Jc 3,17). Mas no incumbe a cuantos están en gracia juzgar a los demás y encaminarles, sino sólo a los prelados. Luego no todos los que están en gracia son sabios.
3. La sabiduría se opone a la necedad, como escribe San Gregorio en II Moral.
Pero hay muchos en estado de gracia que por naturaleza son ignorantes, como, por ejemplo, los amentes, o los que, después de bautizados, caen, sin pecado, en la demencia. Por consiguiente, la sabiduría no se da en cuantos tienen la gracia.
Contra esto: está el hecho de que quien está sin pecado mortal es amado por Dios porque tiene la gracia con que ama a Dios; y Dios ama a quienes le aman, según el testimonio de la Escritura (Pr 8,17). Ahora bien, vemos igualmente en la Escritura que Dios no ama a nadie que no cohabite con la sabiduría (Sg 7,28). En consecuencia, la sabiduría se da en cuantos están en estado de gracia y no tienen pecado mortal.
Respondo: Como hemos expuesto (a. 1 et 3), la sabiduría de que hablamos implica rectitud de juicio en lo que concierne a las cosas divinas que hay que contemplar y consultar. Desde esa doble perspectiva hay grados diferentes de sabiduría, según los modos de unión con Dios. En efecto, hay quienes tienen tanta rectitud de juicio cuanta es necesaria para la salvación, lo mismo en la contemplación de lo divino que en la ordenación de lo humano según las reglas divinas. Esta sabiduría no le falta a nadie que esté, por la gracia, sin pecado mortal, porque, si la naturaleza no falta en lo necesario, mucho menos la gracia. Por eso se ha escrito: La unción os enseñará en todo (1Jn 2,27).
Pero algunos reciben la sabiduría en grado más eminente, no sólo en la contemplación de lo divino, en la medida en que penetran los misterios más profundos y los pueden manifestar a los demás, sino también en cuanto a la dirección de lo humano según las reglas divinas, en la medida en que son capaces de ordenarse a sí mismos y ordenar a los demás. Este grado de sabiduría no es común a cuantos tienen la gracia santificante, pues pertenece más bien a la gracia gratis data que el Espíritu Santo distribuye como quiere, a tenor de lo escrito por el Apóstol: A otro se da por el Espíritu palabra de sabiduría (1Co 12,8ss).
A las objeciones:
Soluciones: 1. El Apóstol habla en ese lugar de la sabiduría en cuanto se extiende a los misterios ocultos de las cosas divinas, como se dice también allí mismo: Hablamos sabiduría de Dios escondida en misterio (1Co 12,7).
2. Aunque solamente a los prelados incumbe encaminar a otros hombres y juzgarles, atañe, sin embargo, a todo hombre enderezar sus propios actos y juzgarlos, como demuestra Dionisio en la epístola Ad Demophilum.
3. Los ignorantes bautizados, lo mismo que los niños, tienen, en realidad, el hábito de la sabiduría en cuanto don del Espíritu Santo; no tienen, en cambio, el acto, a causa del obstáculo corporal que les impide el uso de razón.

ARTíCULO 6 ¿Corresponde al don de sabiduría la séptima bienaventuranza?

Objeciones por las que parece que no corresponde al don de sabiduría la séptima bienaventuranza:
Objeciones: 1. La séptima bienaventuranza es bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios (Mt 5,19). Ahora bien, lo uno y lo otro corresponde de manera directa a la caridad. De la paz, en efecto, se dice: Mucha paz a los que aman tu ley (Ps 118,165), y, como escribe el Apóstol: La caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado (Rm 5,5), el cual --escribe también el Apóstol-- es el Espíritu de la adopción de hijos, con el que clamamos ¡Abba, Padre! (Rm 8,15). Por tanto, la séptima bienaventuranza se debe atribuir a la caridad más que al don de sabiduría.
2. Una cosa se manifiesta más por un efecto próximo que por un efecto remoto.
Pues bien, el efecto próximo de la sabiduría parece que es la caridad, conforme al testimonio de la Escritura: En todas las edades entra en las almas santas y forma en ellas amigos de Dios y profetas (Sg 7,27). Pero la paz y la adopción de hijos parecen efectos remotos, dado que, como queda dicho (II-II 19,2 ad 3; II-II 29,3), proceden de la caridad. En consecuencia, la bienaventuranza que corresponde a la sabiduría debería estar determinada más por la caridad que por la paz.
3. Escribe Santiago que la sabiduría, que viene de lo alto, es, en primer lugar, pura, además pacífica, complaciente, dócil, llena de compasión y buenos frutos, imparcial, sin hipocresía (Jc 3,17). Por tanto, la bienaventuranza que corresponde a la sabiduría no debió tomarse tanto en función de la paz cuanto en función de los demás efectos de la sabiduría celestial.
Contra esto: está el testimonio de San Agustín en el libro De Serm. Dom. in Monte: La sabiduría es propia de los pacíficos, en quienes no se dan movimientos de rebelión, sino de obediencia a la razón.
Respondo: La séptima bienaventuranza se adapta de manera conveniente a la sabiduría lo mismo en cuanto al mérito que en cuanto al premio. En efecto, en cuanto al mérito está expresado en las palabras bienaventurados los pacíficos, y así son llamados los forjadores de la paz tanto en sí mismos como en los demás. Ahora bien, hacer la paz es volver las cosas al orden debido, ya que la paz, en expresión de San Agustín en XIX De civ. Dei, es la tranquilidad del orden, y dado que crear el orden compete a la sabiduría, como dice el Filósofo en el principio de los Metafísicas, síguese de ello que el ser pacífico se atribuye de manera adecuada a la sabiduría.
Al premio, en cambio, corresponde lo que dicen las palabras serán llamados hijos de Dios. Algunos, en efecto, son llamados hijos de Dios en cuanto participan de la semejanza del Hijo unigénito y natural, según el testimonio del Apóstol: A quienes de antemano conoció, a ésos predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo (Rm 8,29), que es la Sabiduría engendrada. Por eso, recibiendo el don de sabiduría, alcanza el hombre la filiación con Dios.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Es propio de la caridad tener paz; hacer, en cambio, la paz es propio de la sabiduría ordenadora. De la misma manera el Espíritu Santo en tanto recibe también la denominación de Espíritu de adopción, en cuanto que por él se nos da la semejanza del Hijo natural, que es la sabiduría engendrada.
2. En ese lugar se trata de la sabiduría increada, la primera que se une a nosotros por el don de la caridad, y por eso nos revela los misterios cuyo conocimiento constituye la sabiduría infusa. Por esa razón, la sabiduría infusa, que es don, no es causa, sino más bien efecto, de la caridad.
3. Como ha quedado expuesto (a. 3), a la sabiduría en cuanto don incumbe no solamente contemplar las cosas divinas, sino también regular las acciones humanas. Y esa dirección implica, en primer lugar, la remoción de los males contrarios a la sabiduría. Por eso se dice también del temor que es camino de la sabiduría (Ps 110,10), ya que nos hace apartarnos de los males. Por último, como remate, viene la tarea de encaminar todo el orden debido, y esto es esencialmente la paz. Por eso son adecuadas las palabras de Santiago diciendo que la sabiduría, que es de arriba, don del Espíritu Santo, es primero pura, por evitar la corrupción del pecado; luego, pacifica, efecto final de la sabiduría, por lo cual da razón de la bienaventuranza. Lo que sigue en las palabras de Santiago da a conocer las cosas por las que la sabiduría conduce a la paz y en orden conveniente. En efecto, lo primero que se le ofrece al hombre que se aparta de la corrupción del pecado es que, en cuanto pueda, tenga mesura en todas las cosas, y en ese sentido se dice que es modesta. Lo segundo, que, en lo que no se basta a sí mismo, acepte el conseje de los demás, y por eso se dice que es persuasible. Estas dos cosas permiten al hombre tener paz en sí mismo.
Pero, dando un paso más, para que el hombre sea pacífico con los demás, se requiere, en primer lugar, que sea considerado con sus bienes, y es lo que indican las palabras indulgente con los bienes. Se requiere además, en segundo lugar, que, por una parte, se compadezca afectivamente de las flaquezas del prójimo, y por otra, que las socorra eficazmente; lo expresan las palabras llena de misericordia y buenos frutos. Se requiere, finalmente, el esfuerzo por corregir con caridad sus pecados, y es lo que significan las palabras imparcial, sin hipocresía, no sea que, buscando la corrección, pretenda satisfacer el odio.


CUESTIÓN 46 La necedad

Viene a continuación el tema de la necedad, opuesta a la sabiduría. Sobre ella se formulan tres preguntas:
Objeciones: 1. La necedad, ¿se opone a la sabiduría? 2. ¿Es pecado la necedad? 3. ¿A qué pecado capital corresponde?

ARTíCULO 1 ¿Se opone la necedad a la sabiduría?

Objeciones por las que parece que la necedad no se opone a la sabiduría:
Objeciones: 1. Parece evidente que la ignorancia se opone a la sabiduría. Mas no parece que la necedad se identifique con la ignorancia, dado que ésta versa sólo sobre lo divino, como la sabiduría, mientras que la necedad versa sobre lo divino y sobre lo humano. La necedad, pues, no se opone a la sabiduría.
2. Ningún opuesto es camino para llegar a otro. Pero la necedad es camino para llegar a la sabiduría, conforme a las palabras del Apóstol: Si alguno entre vosotros se tiene por sabio en este siglo, ese tal hágase necio para que salga sabio (1Co 3,18). Luego la necedad no se opone a la sabiduría.
3. Un opuesto no es causa de otro. La sabiduría, en cambio, es causa de la necedad según el testimonio de la Escritura: Necio se ha vuelto el hombre por su ciencia (Jr 10,4), y la sabiduría es cierta ciencia. Por otra parte, vemos también que tu sabiduría y tu ciencia te han desviado (Is 47,10), y equivocarse es necedad. Por consiguiente, la necedad no se opone a la sabiduría.
4. Finalmente, tenemos el testimonio de San Isidoro en el libro Etymol., que escribe: Necio es quien no se entristece por la ignominia ni se conmueve por la injuria. Ahora bien, todo esto atañe a la sabiduría espiritual, según expone San Gregorio en X Moral. En consecuencia, la necedad no se opone a la sabiduría.
Contra esto: está la afirmación de San Gregorio en II Moral. De que el don de sabiduría se da contra la necedad.
Respondo: La palabra necedad parece que viene de estupidez, y por eso escribe San Isidoro en el libro Etymol.: Necio es el que por estupidez no se conmueve. La necedad difiere, sin embargo, de la fatuidad, como declara allí mismo San Isidoro, en que la necedad implica hastío del corazón y embotamiento de los sentidos, mientras que la fatuidad implica privación total de sentido espiritual. Por eso es adecuada la oposición de la necedad a la sabiduría. En efecto, como dice San Isidoro: Sabio viene de sabor, porque, al igual que el gusto es idóneo para percibir los sabores, discierne el sabio las cosas y las causas. Es, por lo mismo, evidente que la necedad se opone a la sabiduría como su contrario; la fatuidad, como pura negación. Porque el fatuo carece del sentido de juzgar; el necio, en cambio, lo tiene, pero embotado; y el sabio, por su parte, lo tiene sutil y perspicaz.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Como allí mismo escribe San Isidoro, el insipiente es contrario al sabio, porque le falta discreción y sentido. Por eso parece que se identifican ignorancia y necedad. Pero inequívocamente se define como necio quien se muestra falto de juicio sobre la causa suprema; mas si se muestra así en cosas insignificantes, no por eso es calificado de necio.
2. Lo mismo que hay una especie de sabiduría mala, como queda expuesto (II-II 45,1 ad 1), llamada sabiduría del siglo, porque considera como causa suprema y último fin algún bien terreno, hay también cierta necedad o estulticia buena contraria a la mala sabiduría; es la que induce a despreciar las cosas de la tierra. De esa estulticia habla el Apóstol.
3. La sabiduría del mundo es la que engaña y hace ser lerdo ante Dios, como es claro por las palabras del Apóstol.
4. No conmoverse por la injuria acaece alguna vez porque al hombre no le satisface lo terreno, sino solamente lo celestial. Y eso no atañe a la necedad del mundo, sino a la sabiduría de Dios, como escribe allí mismo San Gregorio. Pero también acaece a veces que el hombre es simplemente estúpido para todo. Es el caso de los dementes, que no captan las injurias. Eso raya en la estulticia absoluta.

ARTíCULO 2 ¿Es pecado la necedad?

Objeciones por las que parece que no es pecado la necedad:
Objeciones: 1. No hay en nosotros pecado que provenga de la naturaleza. Pero hay algunos que son naturalmente necios. Luego la necedad no es pecado.
2. En expresión de San Agustín, todo pecado es voluntario. La necedad no es voluntaria. Luego tampoco pecado.
3. Todo pecado se opone a algún precepto divino. La necedad no se opone a ninguno. Por tanto, la necedad no es pecado.
Contra esto: está el testimonio de la Escritura: La prosperidad pierde a los necios (Pr 1,32). Ahora bien, nadie se pierde si no es por el pecado. Por tanto, la necedad es pecado.
Respondo: Según hemos dicho (a. 1), la necedad entraña cierto embotamiento del sentido para juzgar, sobre todo en cuanto se refiere a la causa suprema, fin último y sumo bien. Pero ese embotamiento para juzgar se puede sufrir de dos maneras. La primera, por indisposición natural, como en el caso de los enajenados, y esa necedad no es pecado. La otra, por la absorción del hombre en las cosas terrenas, hecho por el que su sentido queda incapacitado para captar lo divino, conforme al testimonio del Apóstol: El hombre animal no percibe lo que es del Espíritu de Dios (1Co 2,14), lo mismo que no saborea las cosas dulces quien tiene estragado el gusto con mal humor. Esta necedad es pecado.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Da dada la respuesta en lo que acabamos de exponer.
2. Aunque nadie quiere la necedad, quiere, sin embargo, aquello que, como consecuencia, conduce a ella: apartar el sentido de lo espiritual y sumergirse en lo terreno. Lo mismo ocurre con los demás pecados. Y así, el lujurioso quiere el placer, sin el que no puede haber pecado, aunque no quiere el pecado: querría, en realidad, gozar el deleite sin pecado.
3. La necedad se opone a los preceptos dados sobre la contemplación de la verdad, y de los cuales hemos tratado al estudiar la ciencia y el entendimiento (II-II 16,0).

ARTíCULO 3 ¿Es hija de la lujuria la necedad?

Objeciones por las que parece que la necedad no es hija de la lujuria:
Objeciones: 1. San Gregorio, en XXXI Moral., enumera varias hijas de la lujuria, y entre ellas no cuenta la necedad. La necedad, pues, no nace de la lujuria.
2. El Apóstol escribe que la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios (1Co 3,19). Pero en sentir de San Gregorio, en X Moral., la sabiduría del mundo está en encubrir el corazón con enredos, y esto es propio de la doblez. Luego la necedad más es hija de la doblez que de la lujuria.
3. Algunos, por la ira, caen especialmente en furor y en frenesí, cosas propias de la necedad. La necedad, pues, procede más de la ira que de la lujuria.
Contra esto: está el testimonio de la Escritura: Se fue tras ella --la cortesana-- entontecido, ignorando, necio, que es arrastrado hacia sus lazos (Pr 7,22).
Respondo: Como ya hemos expuesto (a. 2), la necedad pecado procede del embotamiento del sentido espiritual, hasta el punto de tornarse inepto para juzgar las cosas espirituales. Pues bien, el sentido del hombre se sumerge en las cosas terrenas principalmente por la lujuria, que lanza hacia los placeres más fuertes que absorben del todo al alma. Por eso la necedad pecado nace sobre todo de la lujuria.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Compete a la necedad producir hastío de Dios y de sus dones. De ahí que
San Gregorio enumere entre las hijas de la lujuria dos que corresponden a la necedad: el odio a Dios y la desesperanza del siglo futuro, como dividiéndola en dos partes.
2. Esas palabras del Apóstol no se han de entender de una manera causal, sino esencial, es decir, en el sentido de que la sabiduría misma del mundo es necedad ante Dios. De ahí que no todo lo que atañe a la sabiduría del mundo sea causa de esa necedad.
3. La ira, como hemos dicho (I-II 48,2), con la excitación es capaz de alterar profundamente la complexión del cuerpo. Por eso principalmente es causa de la necedad, que nace de perturbación del cuerpo. Mas la necedad que proviene de desorden espiritual, es decir, del engolfamiento del alma en lo terreno, proviene sobre todo de la lujuria, como queda dicho.


CUESTIÓN 47 La prudencia en sí misma

Completado lo anterior, viene ahora, después de las virtudes teologales, el tratado de las virtudes cardinales, y en primer lugar el de la prudencia. Lo haremos por el siguiente orden: primero, de la prudencia en sí misma; segundo, partes de la prudencia (c. 48); tercero, don correspondiente (c. 52); cuarto, vicios opuestos (c. 53); quinto, preceptos (c. 56).
Sobre lo primero se plantean dieciséis problemas: La prudencia, ¿radica en la voluntad o en el entendimiento? 2. Supuesto que radique en el entendimiento, ¿radica sólo en el entendimiento especulativo o también en el práctico? 3. ¿Conoce los objetos singulares? 4. ¿Es virtud? 5. ¿Es virtud especial? 6. ¿Impone a las virtudes morales el fin? 7. ¿Les señala el justo medio? 8. ¿Su acto propio es imperar? 9. La diligencia o vigilancia, ¿pertenecen a la prudencia? 10. La prudencia, ¿abarca el gobierno de la multitud? 11. La prudencia que dirige el bien propio, ¿es específicamente la misma que la que dirige el bien común? 12. La prudencia, ¿se da solamente en los súbditos o también en los gobernantes? 13. ¿Se da en los malos? 14. ¿Se da en todos los buenos? 15. ¿Es innata en el hombre? 16. ¿Se pierde por olvido?

ARTíCULO 1 La prudencia, ¿radica en el entendimiento o en la voluntad?

Objeciones por las que parece que la prudencia no radica en el entendimiento, sino en la voluntad:
Objeciones: 1. Afirma San Agustín, en el libro De mor. Eccl. cathol., que la prudencia es amor que escoge con sagacidad entre las cosas que le favorecen y las que se le oponen. Pero el amor no radica en el entendimiento, sino en la voluntad. Por consiguiente, la prudencia radica en la voluntad.
2. Como se deduce de la definición anterior (arg. 1), corresponde a la prudencia elegir con sagacidad. Ahora bien, la elección es acto de la voluntad, como hemos visto (I-II 83,3 I-II 13,1). Por tanto, la prudencia radica en la voluntad, no en el entendimiento.
3. Escribe el Filósofo en VI Ethic. que quien a sabiendas comete una falta en el arte es más excusable que quien la comete en la prudencia, igual que en otras virtudes. Pero las virtudes morales de que habla allí radican en la voluntad; el arte, en cambio, en el entendimiento. Luego la prudencia radica en la voluntad más bien que en el entendimiento.
Contra esto: está el testimonio de San Agustín en el libro Octog. trium. quaest.: La prudencia es el conocimiento de las cosas que debemos apetecer o rehuir.
Respondo: Como escribe San Isidoro en el libro Etymol.: Prudente significa como ver a lo lejos; es ciertamente perspicaz y prevé a través de la incertidumbre de los sucesos. Ahora bien, la visión pertenece no a la facultad apetitiva, sino a la cognoscitiva. Es, pues, evidente que la prudencia pertenece directamente a la facultad cognoscitiva. No pertenece a la facultad sensitiva, ya que con ésta se conoce solamente lo que está presente y aparece a los sentidos, mientras que conocer el futuro a través del presente o del pasado, que es lo propio de la prudencia, concierne propiamente al entendimiento, puesto que se hace por deducción. Por consiguiente, la prudencia radica propiamente en el entendimiento.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Como en otro lugar hemos expuesto (I 82,4 I-II 9,1), la voluntad mueve todas las potencias al acto. Ahora bien, queda dicho (I 20,1 I-II 25,2-3 I-II 27,4), que el acto primero de la voluntad es el amor. En consecuencia, se dice que la prudencia es amor, no esencialmente, sino en cuanto que el amor mueve al acto de prudencia. Por eso, a continuación añade San Agustín que la prudencia es amor que distingue claramente entre lo que promociona la tendencia hacia Dios y lo que puede impedirla. Del amor se dice que discierne en cuanto que mueve a la razón a distinguir.
2. El prudente considera lo que está lejos en cuanto pueda ayudarle o impedirle lo que debe hacer en el momento presente. Resulta, pues, evidente que lo que considera la prudencia está ordenado a otra cosa como a un fin. Ahora bien, considerar lo relacionado con el fin incumbe al consejo por parte de la razón y a la elección por parte de la voluntad. Y de estos dos actos, el consejo atañe más propiamente a la prudencia, conforme al testimonio del Filósofo en VI Ethic. De que el prudente sabe aconsejar bien. Mas dado que la elección presupone el consejo, ya que es el apetito de lo previamente aconsejado, según el Filósofo en III Ethic., incluso la elección se puede atribuir a la prudencia, en cuanto que dirige la elección por medio del consejo.
3. El mérito de la prudencia no consiste solamente en la consideración, sino también en la aplicación a la obra, fin del entendimiento práctico. Por eso, si en esto hay defecto, es sobre todo contrario a la prudencia, porque si el fin es lo más importante en todo orden de cosas, el defecto en lo que le atañe es pésimo. De ahí que el Filósofo añada allí mismo que la prudencia no está simplemente en el entendimiento, como el arte; conlleva, como hemos dicho, la aplicación a la obra, y esto incumbe a la voluntad.


ARTíCULO 2

¿Pertenece la prudencia solamente al entendimiento práctico o también al especulativo?
Objeciones por las que parece que la prudencia pertenece no solamente el entendimiento práctico, sino también al especulativo:
Objeciones: 1. Según el testimonio de la Escritura: diversión para el necio es el hacer maldades; para el inteligente lo es la sabiduría (Pr 10,23). La sabiduría consiste principalmente en la contemplación. Luego también la prudencia.
2. En expresión de San Ambrosio en I De Off. Ministr., la prudencia versa sobre la investigación de la verdad e infunde el deseo de una ciencia más perfecta.
Ahora bien, esto atañe al entendimiento especulativo. Luego la prudencia pertenece también al entendimiento especulativo.
3. El Filósofo, como se ve en VI Ethic., asigna a la misma parte del alma el arte y la prudencia. Pero el arte es no sólo práctico, sino también especulativo, como resalta con evidencia en las artes liberales. Luego hay también prudencia práctica y especulativa.
Contra esto: está lo que enseña el Filósofo en VI Ethic., al decir de la prudencia que es la recta razón en el obrar. Esto corresponde solamente a la razón práctica. Luego la prudencia radica solamente en el entendimiento práctico.
Respondo: Como expone el Filósofo, lo propio de la prudencia es poder aconsejar bien. Ahora bien, el consejo versa sobre lo que debemos hacer en orden a un fin determinado. Resulta, por lo mismo, evidente que la prudencia radica exclusivamente en el entendimiento práctico.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Como ya hemos expuesto (II-II 45,1), la sabiduría considera la causa altísima absoluta. Por eso, la consideración de la causa altísima en cualquier género incumbe a la sabiduría dentro de ese género. Ahora bien, en el género de los actos humanos, la causa altísima es el fin común a toda la vida humana, y de ese fin se ocupa la prudencia. El Filósofo, en efecto, escribe en VI Ethic., que igual que de quien razona bien sobre algún fin particular, por ejemplo, la victoria, no se dice que es prudente absolutamente sino en ese género, es decir, en temas bélicos, de quien razona rectamente sobre el bien moral se dice, sin más, que es prudente. Resulta, pues, evidente que la prudencia es sabiduría acerca de las cosas humanas; pero no sabiduría absoluta, ya que no versa sobre la causa altísima, sino sobre el bien humano, y el hombre no es lo mejor de todo lo que existe. Por eso se dice, con razón, que la prudencia es sabiduría en el hombre, pero no la sabiduría en absoluto.
2. Tanto San Ambrosio como Tulio toman el sustantivo prudencia en sentido amplio de cualquier tipo de conocimiento humano, tanto especulativo como práctico. También podía decirse que el acto mismo del entendimiento especulativo, en cuanto voluntario, es objeto de elección y de consejo respecto a su ejercicio, y, por consiguiente, cae bajo la ordenación de la prudencia. Pero en su ser, por la relación con su objeto, que es la verdad necesaria, no cae ni bajo el consejo ni bajo la prudencia.
3. Toda aplicación de la recta razón a lo factible es propia del arte. A la prudencia, en cambio, no le atañe sino la aplicación de la recta razón en las cosas que implican consejo. De este tipo son las cosas que no tienen un medio determinado de llegar al fin, como afirma el Filósofo. Por tanto, dado que el entendimiento especulativo realiza operaciones, como, por ejemplo, silogismos, proposiciones y otras cosas por el estilo, en las que se procede por normas ciertas y determinadas, respecto de ellas puede salvarse la razón de arte, pero no la razón de prudencia. Por eso hay un arte especulativo, pero no una prudencia especulativa.


Suma Teológica II-II Qu.45 a.2