Suma Teológica II-II Qu.130 a.2

ARTíCULO 2 ¿La presunción se opone a la magnanimidad por exceso?

Objeciones por las que parece que la presunción no se opone a la magnanimidad por exceso.
Objeciones: 1. La presunción se cita como una especie de pecado contra el Espíritu Santo, según vimos (II-II 14,1 II-II 21,1). Pero el pecado contra el Espíritu Santo no se opone a la magnanimidad, sino más bien a la caridad. Por tanto, tampoco la presunción se opone a la magnanimidad.
2. Es propio de la magnanimidad dignificarse en cosas grandes. Pero llamamos también presuntuoso al que se dignifica incluso en las cosas pequeñas si éstas exceden su capacidad. Por tanto, la presunción no se opone directamente a la magnanimidad.
3. El magnánimo estima en poco los bienes exteriores. Pero, según el Filósofo, en IV Ethic., los presuntuosos por la fortuna exterior desprecian e injurian a los demás, como si estimaran en mucho los bienes exteriores. Por tanto, la presunción no se opone a la magnanimidad por exceso, sino por defecto.

Contra esto: está lo que dice el Filósofo en II y IV Ethic.: que al magnánimo se le opone por exceso el vano o el lleno de sí mismo, al que nosotros llamamos presuntuoso.
Respondo: Como acabamos de ver (q. 129 a.3 ad 1), la magnanimidad consiste en el justo medio, no ciertamente según la cantidad del objeto, porque tiende a lo máximo, sino en el medio proporcional contando con las propias fuerzas, pues no aspira a cosas mayores de las que le convienen. El presuntuoso, en cambio, en cuanto al objeto al que tiende, no supera al magnánimo, sino que a veces no le llega ni con mucho. No obstante, le supera en la proporción de sus fuerzas, que el magnánimo no sobrepasa, y en este sentido la presunción se opone a la magnanimidad por exceso.
A las objeciones:
Soluciones: 1. No toda presunción es pecado contra el Espíritu Santo, sino sólo aquella que lleva a despreciar la justicia de Dios por una excesiva confianza en su misericordia. Y tal presunción, por razón de la materia, en cuanto por ella se desprecia algo divino, se opone a la caridad; o mejor al don de temor, cuyo objeto es temer a Dios. Pero en cuanto tal desprecio sobrepasa la medida de las propias fuerzas, puede oponerse a la magnanimidad.
2. Tanto la magnanimidad como la presunción parecen aspirar a algo grande, pues no se acostumbra a llamar presuntuoso al que sobrepasa en poco su capacidad. Si, a pesar de todo, se le llama presuntuoso, esta presunción no se opone a la magnanimidad, sino a aquella virtud que trata de los honores medianos, como queda dicho (II-II 129,2).
3. Nadie pretende algo superior a sus fuerzas a no ser que las crea mayores de lo que son en realidad. Respecto de esto, puede haber un doble error: uno, sobre la cantidad solamente; por ejemplo, si uno piensa que posee más virtud, ciencia, etc., de la que posee. Otro, según el género de la cosa, como es creerse grande y digno de grandeza por lo que no debe; por ejemplo, por las riquezas o por otros bienes de fortuna; pues, según dice el Filósofo en IV Ethic., los que poseen tales bienes sin la virtud ni pueden justamente creerse más dimos ni pueden rectamente llamarse magnánimos.
De igual modo, aquello a lo que uno aspira por encima de sus fuerzas, a veces es en reafidad una cosa absolutamente grande, como está claro en San Pedro, que quería sufrir por Cristo (Mt 26,35), lo cual era superior a sus fuerzas. Otras veces no lo es en realidad, sino sólo en opinión de los necios, como vestirse con vestidos preciosos, despreciar e insultar a los demás. Esto denota exceso de magnanimidad, no según la realidad, sino en la opinión de los necios. De ahí el que Séneca diga, en el libro De quatuor virtut., que la magnanimidad, si sobrepasa la justa medida, hará al hombre amenazador, orgulloso, turbulento, inquieto y pronto a cualquier ostentación de grandeza de palabra y de obra, pero sin tener en cuenta la honestidad. Y así queda claro que el presuntuoso, realmente, peca a veces por defecto de magnanimidad, pero en apariencia por exceso.



CUESTIÓN 131 La ambición

A continuación hay que tratar de la ambición (cf. q. 130, introd.). Sobre ella proponemos dos problemas: 1. ¿La ambición es pecado? 2. ¿Se opone a la magnanimidad por exceso?

ARTíCULO 1 ¿La ambición es pecado?

Objeciones por las que parece que la ambición no es pecado.
Objeciones: 1. La ambición implica el deseo de honor. Pero el honor, de suyo, es un bien, y el mayor entre los bienes exteriores; por eso son censurados quienes no se preocupan del honor. Por tanto, la ambición no es pecado, sino digna de alabanza, porque es laudable la apetencia del bien.
2. Cualquiera puede apetecer, sin que sea pecado, lo que merece como premio.
Pero el honor es el premio de la virtud, según el Filósofo en I y VIII Ethic. Por tanto, la ambición del honor no es pecado.
3. No es pecado lo que induce al hombre al bien y lo aparta del mal. Pero el honor induce a los hombres a hacer el bien y evitar el mal, como dice el Filósofo en III Ethic.: parecen los más fuertes aquellos para quienes los tímidos son dignos de deshonra y los valientes dignos de honor. Y Tulio enseña en su libro De Tusculan. quaest.: el honor alimenta las artes. Por tanto, la ambición no es pecado.
Contra esto: está lo que leemos en 1Co 13,5: la caridad no es ambiciosa, no busca lo suyo. Pero a la caridad sólo se opone el pecado. Por tanto, la ambición es pecado.
Respondo: Como queda dicho (II-II 103,1-2), el honor implica cierta reverencia que se rinde a uno en testimonio de su excelencia. Respecto a la excelencia del hombre debemos considerar dos aspectos: primero, que aquello en lo que el hombre sobresale no lo tiene por sí mismo, sino que es como algo divino en él.
Por eso, bajo este aspecto no se le debe el honor principalmente a él, sino a Dios. En segundo lugar hay que tener en cuenta que aquello en lo que sobresale el hombre es un don concedido por Dios para utilidad de los demás. Por ello, en tanto debe agradar al hombre el testimonio de su excelencia que le tributan los demás en cuanto con ello se le abre camino para ser útil al prójimo.
Pero de tres modos puede el apetito del honor ser desordenado: el primero, cuando uno apetece el testimonio de una excelencia que no tiene, lo cual es apetecer un honor desproporcionado. El segundo, cuando se desea el honor para sí sin una ulterior referencia a Dios. El tercero, cuando el apetito descansa en el mismo honor, sin referirlo a la utilidad de los demás. Pero la ambición implica el apetito desordenado del honor. Por tanto, está claro que la ambición es siempre pecado.
A las objeciones:
Soluciones: 1. El deseo del bien debe ser regulado por la razón, y si se traspasara esta regla, sería vicioso. En este sentido es vicioso el apetecer el honor que no es conforme a la razón. Efectivamente, son vituperados los que no se preocupan del honor que se ajusta a la razón, de forma que eviten lo contrario al honor.
2. El honor no es premio de la virtud por parte del hombre virtuoso, de suerte que se busque por el premio; como premio debe buscarse la bienaventuranza, que es el fin de la virtud. En cambio, sí que es premio de la virtud por parte de los demás, que no tienen algo mejor que ofrecer al virtuoso que el honor, al cual le viene su grandeza de ser testimonio de la virtud. De ahí que en IV Ethic. Se diga que no es premio suficiente.
3. Así como por el deseo del honor, cuando se apetece debidamente, unos son incitados hacia el bien y apartados del mal, de la misma manera, si se apetece indebidamente, puede ser ocasión para el hombre de cometer muchos males; por ejemplo, si no repara en los medios con tal de conseguirlo. Por eso dice Salustio, en Catilinario, que el bueno y el perverso desean para sí igualmente la gloria, el honor y el poder; pero el primero, o sea, el bueno, va por el buen camino; en cambio, el segundo, es decir, el perverso, al faltarle los buenos medios, lo intenta con engaños y mentiras. Sin embargo, los que hacen el bien o evitan el mal únicamente por el honor no son virtuosos, como aparece claro por las palabras del Filósofo en III Ethic., donde dice que no son realmente fuertes los que hacen cosas fuertes sólo por el honor.

ARTíCULO 2 ¿La ambición se opone a la magnanimidad por exceso?

Objeciones por las que parece que la ambición no se opone a la magnanimidad por exceso.
Objeciones: 1. A un medio sólo se opone por una parte un extremo. Pero a la magnanimidad se opone por exceso la presunción, como hemos visto (II-II 130,2). Por tanto, la ambición no se opone a la magnanimidad por exceso.
2. La magnanimidad se ocupa de los honores. Pero la ambición parece referirse a las dignidades, pues leemos en 2M 4,7 que Jasón ambicionaba el sumo sacerdocio. Por tanto, la ambición no se opone a la magnanimidad.
3. La ambición parece referirse al boato exterior, pues se dice en Ac 25,23 que Agripa y Berenice entraron al pretorio con gran ambición; y en 2Ch 16,14 que sobre el cuerpo de Asa quemaron aromas y ungüentos con desmedida ambición.
Pero la magnanimidad no se ocupa del aparato exterior. Por tanto, la ambición no se opone a la magnanimidad.
Contra esto: está lo que dice Tulio en I De Offic.: Desde el momento en que uno sobresale en grandeza de ánimo, quiere ser el primero y único señor de todos. Esto es propio de la ambición. Por tanto, la ambición pertenece al exceso de magnanimidad.
Respondo: Como hemos visto (a. 1), la ambición implica un deseo desordenado del honor. Por otra parte, la magnanimidad tiene por objeto los honores y se sirve de ellos de un modo ordenado. Por tanto, está claro que la ambición se opone a la magnificencia como lo desordenado a lo ordenado.
A las objeciones:
Soluciones: 1. La magnanimidad dice relación a dos aspectos: a uno, como al fin intentado, que es una obra grande que el magnánimo emprende en proporción a sus facultades. Y según esto se le opone por exceso la presunción, que pretende una obra grande por encima de sus fuerzas. Al segundo aspecto, como a la materia que usa debidamente, que es el honor. Y según esto se le opone por exceso la ambición. Pero no hay inconveniente en que existan varios excesos de un solo medio bajo distintos aspectos.
2. A los constituidos en dignidad se les debe honrar por la excelencia de su estado. Desde este punto de vista, el deseo desordenado de las dignidades pertenece a la ambición. Pero el apetecer desordenadamente la dignidad, no por razón de honor, sino por el cargo que lleva la dignidad, por encima de las propias fuerzas, no sería ambición, sino presunción.
3. La misma solemnidad del porte exterior dice relación a un cierto honor; por eso se acostumbra a dispensar honor a los que así se comportan. Esto es lo que quiere decir el texto de Jc 2,2-3: Si entrase en vuestra casa un hombre con anillos de oro en sus dedos, en traje magnífico, le decís: Tú, siéntate aquí honrosamente, etc. Por tanto, la ambición no se refiere al boato exterior sino en cuanto es símbolo del honor.


CUESTIÓN 132 La vanagloria

Vamos a estudiar ahora la vanagloria (cf. q. 130, introd.). Sobre ella planteamos cinco problemas: 1. ¿El deseo de gloria es pecado? 2. ¿La vanagloria se opone a la magnanimidad? 3. ¿Es pecado mortal? 4. ¿Es pecado capital? 5. ¿Cuáles son sus hijas?

ARTíCULO 1 ¿El deseo de gloria es pecado?

Objeciones por las que parece que el deseo de gloria no es pecado.
Objeciones: 1. Nadie peca por asemejarse a Dios; más aún, se nos manda en Ep 5,1: Sed imitadores de Dios, como hijos muy amados. Pero cuando el hombre busca la gloria parece que imita a Dios, que la exige de los hombres; de ahí que leamos en Is 43,7: A todo el que invoca mi nombre lo creé para mi gloría. Por tanto, el deseo de gloria no es pecado.
2. Lo que incita al hombre al bien no parece pecado. Pero el deseo de gloria incita a los hombres al bien, pues dice Tulio, en su libro De Tusculan. quaest., que la gloria incita a todos al trabajo. También en la Sagrada Escritura se promete la gloria a las buenas obras, según palabras de Rm 2,7: A los que perseveran en el bien, gloría y honor. Por consiguiente, el deseo de gloria no es pecado.
3. En su Rhetorica, Tulio afirma que la gloría es noticia frecuente de alguno unida a la alabanza. Y lo mismo viene a decir San Ambrosio al definir la gloria como esclarecida noticia con alabanza. Pero el apetecer una fama laudable no es pecado, sino más bien algo digno de encomio, según aquella expresión de Si 41,45: Ten cuidado de tu buen nombre; y en Rm 12,17 leemos: Procurad lo bueno no sólo a los ojos de Dios, sino también a los ojos de todos los hombres. Por tanto, el deseo de la vanagloria no es pecado.
Contra esto: está lo que dice San Agustín en el libro V De Civ. Dei: Más sensato es el que reconoce que el amor de la alabanza es un vicio.
Respondo: La gloria significa una cierta claridad, pues ser glorificado equivale a ser clarificado, como dice San Agustín en su tratado Super Ioan.. La claridad, a su vez, tiene una cierta belleza y manifestación. Por eso la palabra gloría implica propiamente el que alguien manifiesta algún bien que a los hombres parezca bello, que puede ser corporal o espiritual. Ahora bien: como lo que es completamente claro puede ser visto por muchos, incluso a distancia, por eso con la palabra gloría se designa propiamente el conocimiento y aprobación que muchos tienen del bien de uno, según las palabras de Tito Livio: La gloría no es para uno solo. Pero si tomamos la gloria en sentido más amplio, entonces no consiste únicamente en el conocimiento de muchos, sino de unos pocos, o de uno solo, o de uno mismo, lo cual sucede cuando alguien considera su propio bien como digno de alabanza.
Por otra parte, el que se reconozca y apruebe el propio bien no es pecado, pues leemos en 1Co 2,12: Y nosotros no hemos recibido el espíritu de este mundo, sino el Espíritu de Dios, para que conozcamos los dones que Dios nos ha concedido. Del mismo modo no es pecado querer que otros aprueben las obras buenas, porque se nos dice en Mt 5,16: Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres. Por tanto, el deseo de la gloria de suyo no es vicioso.
Pero el deseo de una gloria vana implica vicio, porque toda apetencia de algo vano es vicioso, según el Ps 4,3: ¿Por qué amáis la vanidad y seguís la mentira? Ahora bien: la gloria puede ser vana en primer lugar por parte de la cosa de la cual se busca la gloria; por ejemplo, si uno busca la gloria en lo que no existe, o en lo que no es digno de gloria, por ser frágil y caduco. En segundo lugar, por parte de aquel de quien se espera la gloria, v. gr. Del hombre, cuyo juicio no es cierto. En tercer lugar, por parte del que ambiciona la gloria, al no referir su deseo de gloria al fin debido, como es el honor de Dios y la salvación del prójimo.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Comentando el texto de Jn 13,13: Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, escribe San Agustín: Es peligrosa la propia complacencia en aquel que debe guardarse de la soberbia. El que está por encima de todo, por mucho que se alabe nunca se excede. Por eso a nosotros conviene conocer a Dios, no a él; y no le conoce nadie si el único que tiene ese conocimiento no lo revela. Es, pues, evidente que Dios no busca su gloria para El, sino para nosotros. De igual manera puede el hombre laudablemente desear su gloria para utilidad de los demás, según aquello de Mt 5,10-16: Vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre del cielo.
2. La gloria que recibimos de Dios no es vana, sino verdadera. Y esta gloria se promete como premio a las buenas obras. De ella se habla en 2Co 10,17-18: El que se gloría, que se gloríe en el Señor; no es el que a sí mismo se recomienda quien está probado, sino aquel a quien recomienda el Señor. Otros también son incitados a la práctica de las virtudes por el deseo de gloria humana, como también por el de otros bienes terrenos; pero no es en verdad virtuoso quien realiza obras de virtud por la gloria humana, según prueba San Agustín en V De Civ. Dei.
3. Pertenece a la perfección del hombre el conocerse a sí mismo; pero no el ser conocido por los demás, lo cual, por tanto, no debe desearse en sí mismo. No obstante, puede apetecerse en cuanto útil para algo: para que Dios sea glorificado o para que el mismo hombre, reconociendo por el testimonio de la alabanza ajena los bienes que hay en él, se esfuerce por perseverar en ellos y mejorarlos. Y en este sentido es laudable el que uno procure la buena reputación y hacer el bien ante los hombres, pero no el deleitarse vanamente en la alabanza de los hombres.

ARTíCULO 2 ¿La vanagloria se opone a la magnanimidad?

Objeciones por las que parece que la vanagloria no se opone a la magnanimidad.
Objeciones: 1. Conforme a lo dicho (a. 1), pertenece a la vanagloria gloriarse de cosas que no existen, que es propio de la falsedad, o de cosas terrenas o caducas, lo cual es propio de la avaricia; o del testimonio de los hombres, cuyo juicio no es cierto, lo que es propio de la imprudencia. Pero estos vicios no se oponen a la magnanimidad. Por tanto, tampoco la vanagloria.
2. La vanagloria no se opone a la magnanimidad por defecto, como la pusilanimidad, que parece incompatible con la vanagloria. Similarmente, tampoco se le opone por exceso, como se le oponen la presunción y la ambición, según hemos visto (II-II 130,2 II-II 131,2), de las cuales se diferencia la vanagloria. Por tanto, la vanagloria no se opone a la magnanimidad.
3. Comentando el pasaje de Ph 2,3: No hagáis nada por espíritu de competencia, nada por vanagloria, dice la Glosa: Había entre ellos algunos descontentos, inquietos, que disputaban por vanagloria. Pero la disputa no se opone a la magnanimidad. Luego tampoco la vanagloria.
Contra esto: está lo que dice Tulio en I De Offic.: Debemos guardarnos del deseo de vanagloria, porque quita la libertad del alma, por la cual deben luchar todos los hombres magnánimos. Luego se opone a la magnanimidad.
Respondo: Como hemos visto (II-II 130,1 ad 5), la gloria es un efecto del honor y de la alabanza, ya que uno se hace preclaro en el conocimiento de los demás cuando se le presta alabanza o se le rinde reverencia. Y como la magnanimidad se ocupa de los honores, según lo dicho (II-II 129,1-2), se sigue que también se ocupa de la gloria, de forma que al usar moderadamente del honor también hace de la gloria un uso moderado. Por eso el deseo desordenado de la gloria se opone directamente a la magnanimidad.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Es incompatible con la grandeza de ánimo apreciar las cosas pequeñas sólo por la gloria que nos reportan; por eso, en IV Ethic., se dice que el honor es poca cosa para el magnánimo. Del mismo modo, también las otras cosas que se buscan por el honor, como el poder y las riquezas, el magnánimo las estima en poco. Igualmente se opone a la grandeza de alma el gloriarse de cosas que no existen. Por eso en IV Ethic. Se dice del magnánimo que se preocupa más de la verdad que de la opinión. Finalmente, también es incompatible con la grandeza de alma el gloriarse del testimonio de la alabanza humana, como si tuviera gran importancia. De ahí que en IV Ethic. Se diga también del magnánimo que no le preocupa ser alabado. Y así no hay inconveniente en que los vicios que se oponen a otras virtudes se opongan también a la magnanimidad, en cuanto se estima como grande lo que es pequeño.
2. El deseo de vanagloria, en realidad, se opone por defecto al magnánimo, ya que se gloría de cosas que el magnánimo estima pequeñas, según hemos dicho (ad 1). Pero si consideramos su estimación, se opone al magnánimo por exceso, porque considera como algo grande la gloria que desea. Y tiende a ella por encima de su dignidad.
3. Como se ha explicado (q. 127 a.2 ad 2), la oposición de los vicios no se mide por los efectos. Sin embargo, a la grandeza de alma se opone el tender a las disputas, pues nadie riñe si no es por algo que estima grande. Por eso dice el Filósofo en IV Ethic. que el magnánimo no es contencioso, porque nada estima como grande.

ARTíCULO 3 ¿La vanagloria es pecado mortal?

Objeciones por las que parece que la vanagloria es pecado mortal.
Objeciones: 1. Sólo el pecado mortal excluye la recompensa eterna. Pero la vanagloria la excluye, pues leemos en Mt 6,21: Estad atentos a no hacer vuestra justicia delante de los hombres para que os vean. Por tanto, la vanagloria es pecado mortal.
2. quien usurpa lo que es propio de Dios, peca mortalmente. Pero por el deseo de la vanagloria se usurpa lo que es propio de Dios; en efecto, se dice en Is 42,8: No daré mi gloria a ningún otro; y en 1Tm 1,17: Sólo a Dios se debe el honor y la gloria. Por tanto, la vanagloria es pecado mortal.
3. Parece ser pecado mortal el pecado que es muy peligroso y nocivo. Pero el pecado de vanagloria es de estas características: porque, sobre las palabras de 1Th 2,4: A Dios, que prueba nuestros corazones comenta la Glosa de San Agustín: Cuán poderoso para hacer el daño es el amor de la gloría humana; sólo lo nota quien le declara la guerra, ya que, si bien es fácil no desear la gloria cuando se nos niega, sin embargo es difícil no deleitarse en ella cuando se nos da. También el Crisóstomo dice, comentando el texto de Mt 6,1, que la vanagloria penetra solapadamente y destruye de modo insensible todos los tesoros del alma. Por tanto, la vanagloria es pecado mortal.
Contra esto: está lo que dice el Crisóstomo en su tratado Super Mt.: Aunque los otros vicios se dan en los servidores del diablo, la vanagloria se da también entre los servidores de Cristo. Pero en éstos no se da pecado mortal. Por tanto, la vanagloria no es pecado mortal.
Respondo: Como se ha explicado anteriormente (q. 35 a.3; I-II 72,5), pecado mortal es el que se opone a la caridad. Pero el pecado de vanagloria, en sí considerado, no parece contrariar a la caridad en cuanto al amor al prójimo.
En cuanto al amor a Dios, puede oponerse a la caridad de dos modos. En primer lugar, por razón de la materia de que uno se gloría. Por ejemplo, si uno se gloría de algo falso que contraría a la reverencia divina, según lo que leemos en Ez 28,2: Se ensoberbeció tu corazón y dijiste "Soy un dios", y en 1Co 4,7: ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿de qué te glorías, como si no lo hubieras recibido? O también cuando antepone a Dios un bien temporal motivo de gloria: lo que se prohíbe en Jr 9,23-24: Que no se gloríe el sabio de su sabiduría, ni el fuerte en su fortaleza, ni el rico en su riqueza. El que se gloríe, gloríese en esto: en conocerme a mi. O también cuando se prefiere el testimonio de los hombres al testimonio de Dios; así se dice en Jn 12,43 de algunos que amaban más la gloría de los hombres que la de Dios. En segundo lugar, por razón del que se gloría, que intenta la gloria como último fin, al cual orienta incluso las obras de virtud y por cuya consecución no le importa hacer aun lo que va contra Dios. En este caso es pecado mortal. Por eso dice San Agustín en V De Civ. Dei que este vicio, o sea, el amor de la alabanza humana, es tan contrarío a la fe piadosa, si es que en el corazón hay mayor deseo de gloría que temor o amor de Dios, que dice el Señor (Jn 5,44): ¿ Cómo podéis creer vosotros, que recibís la gloría unos de otros y no buscáis la gloría que procede únicamente de Dios? Pero si el amor de la gloria humana, aunque sea vana, no se opone a la caridad ni por parte de la materia de la gloria ni por la intención del que la busca, no es pecado mortal, sino venial.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Nadie merece la vida eterna pecando. De ahí el que la obra virtuosa pierda su fuerza meritoria de la vida eterna si se hace por vanagloria, aunque no sea pecado mortal. Pero cuando se pierde sin más el premio eterno por vanagloria, y no sólo por un único acto, entonces la vanagloria es pecado mortal.
2. No todo el que desea la vanagloria apetece para sí la excelencia que compete sólo a Dios. Pues una es la gloria exclusiva de Dios y otra la que se debe al hombre virtuoso o rico.
3. La vanagloria se dice que es un pecado peligroso no tanto por su gravedad cuanto porque predispone para los pecados graves, es decir, en cuanto por la vanagloria el hombre se vuelve presuntuoso y excesivamente confiado en sí mismo. Y así le dispone paulatinamente a verse privado de los bienes interiores.

ARTíCULO 4 ¿La vanagloria es pecado capital?

Objeciones por las que parece que la vanagloria no es pecado capital.
Objeciones: 1. El pecado que siempre nace de otro no es, al parecer, pecado capital. Pero la vanagloria siempre nace de la soberbia. Por tanto, no es pecado capital.
2. El honor parece ser más importante que la gloria, que es su efecto. Pero la ambición, que es el apetito desordenado de honor, no es pecado capital. Luego tampoco el deseo de vanagloria.

3. El pecado capital tiene una cierta principalidad. Pero la vanagloria no parece tenerla, ni en cuanto a la razón de pecado, porque no siempre es pecado mortal, ni tampoco en cuanto a la razón de bien apetecible, porque la gloria humana parece ser frágil y externa al hombre. Por tanto, la vanagloria no es pecado capital.
Contra esto: está el que San Gregorio, en XXXI Moral., enumera la vanagloria entre los siete pecados capitales.
Respondo: Algunos hablan de los pecados capitales de dos modos. Pues unos ponen la soberbia entre ellos y no la vanagloria.
San Gregorio, en cambio, en XXXI Moral., pone a la soberbia como la reina de todos los vicios, y a la vanagloria, que surge inmediatamente de ella, la pone como pecado capital. Y con razón. Pues la soberbia, como se dirá más tarde (II-II 162,1-2), implica el deseo desordenado de excelencia. Pero de todo bien apetecido se sigue cierta perfección y excelencia. Por eso los fines de todos los pecados se ordenan al de la soberbia. Por tanto, parece que la soberbia tiene una cierta causalidad sobre los demás pecados, y no debe ser computada entre los principios especiales de los pecados, que son los pecados capitales. Ahora bien: entre los bienes por los que el hombre adquiere excelencia, parece que la gloria tiene un papel primordial, en cuanto implica la manifestación de una bondad, ya que el bien es naturalmente amado y honrado por todos. Y, por consiguiente, así como por la gloría ante Dios (Rm 4,2) obtiene el hombre la excelencia en el bien divino, así también por la gloría de los hombres (Jn 12,43) la consigue en el orden humano. Por tanto, por su proximidad a la excelencia, que es lo más deseado por los hombres, se deduce que es muy apetecible y que de su deseo desordenado se originan muchos pecados. En este sentido, la vanagloria es pecado capital.
A las objeciones:
Soluciones: 1. El que un pecado nazca de la soberbia no significa que no sea pecado capital, porque, como acabamos de decir (sol.; I-II 84,4 ad 4), la soberbia es la reina y madre de todos los vicios.
2. La alabanza y el honor se relacionan con la gloria, según hemos visto (a. 2; q. 103 a.1 ad 3), como causas que la producen. Por tanto, la gloria se relaciona con la alabanza y el honor como fin; efectivamente, uno desea ser honrado y alabado porque piensa que va a ser famoso en el conocimiento de los demás.
3. La vanagloria tiene razón principal de apetecible por la razón indicada; y esto basta para que sea pecado capital. Porque no es necesario que el pecado capital sea siempre mortal: también del venial puede ocasionarse un pecado mortal, en cuanto el venial dispone al mortal.

ARTíCULO 5 ¿Es correcta la enumeración que se hace de las hijas de la vanagloria?

Objeciones por las que parece que no se enumeran correctamente como hijas de la vanagloria: la desobediencia, la jactancia, la hipocresía, la disputa, la pertinacia, la discordia y el afán de novedades.
Objeciones: 1. La jactancia, según San Gregorio en XXIII Moral., se cita entre las clases de soberbia. Pero la soberbia no nace de la vanagloria, sino más bien al contrario, como el mismo San Gregorio dice en XXXI Moral.. Por tanto, la jactancia no debe incluirse entre las hijas de la vanagloria.
2. Las disputas y discordias parece que provienen sobre todo de la ira. Pero la ira es un pecado capital distinto de la vanagloria. Por tanto, no son, según parece, hijas de la vanagloria.
3. El Crisóstomo dice, en Super Mt., que la vanagloria siempre es mala, sobre todo en la filantropía, es decir, en la misericordia. Pero ésta no es algo nuevo, sino muy frecuente entre los hombres. Por tanto, el afán de novedades no debe citarse como hija de la vanagloria.
Contra esto: está la autoridad de San Gregorio en XXXI Moral., donde asigna a la vanagloria las hijas antes enumeradas.
Respondo: Como hemos visto (II-II 118,8), aquellos pecados que de suyo están ordenados al fin de un pecado capital se llaman sus hijas. Ahora bien: el fin de la vanagloria es la manifestación de la propia excelencia, como consta por lo antedicho (a. 1-2). A lo cual puede el hombre tender de dos modos: primero, directamente, ya por palabras, y así tenemos la jactancia, ya por hechos, y entonces, si son verdaderos y dignos de alguna admiración, tenemos el afán de novedades, que los hombres suelen especialmente admirar, y si son ficticios, la hipocresía. Segundo, cuando uno trata de manifestar su excelencia indirectamente, dando a entender que no es inferior a otro. Y esto de cuatro formas: primera, en cuanto al entendimiento, y así tenemos la pertinacia, la cual hace al hombre aferrarse en exceso a su opinión sin dar crédito a otra mejor; segunda, en cuanto a la voluntad, y así tenemos la discordia, cuando no se quiere ceder ante la voluntad de los demás; tercera, en cuanto a las palabras, y así aparece la contienda, cuando se disputa con otro a gritos; cuarta, en cuanto a los hechos, y así se da la desobediencia, al no querer cumplir el mandato del superior.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Conforme a lo dicho (II-II 112,1 ad 2), la jactancia se incluye entre las especies de la soberbia en cuanto a su causa interna, que es la arrogancia. Pero la misma jactancia externa, según se nos dice en IV Ethic., se ordena a veces al lucro, pero con más frecuencia a la gloria o al honor. Y así nace de la vanagloria.
2. La ira no es causa de discordias y disputas si no va acompañada de vanagloria, es decir, cuando uno se cree tan famoso que no cede a la voluntad o palabras de los otros.
3. La vanagloria se reprueba en la limosna por la falta de caridad, que parece darse en quien prefiere la vanagloria a la utilidad del prójimo, pues practica la limosna por vanagloria. Pero a nadie se reprueba por presumir de dar limosna como si hiciese algo nuevo.


CUESTIÓN 133 La pusilanimidad

Seguidamente vamos a tratar de la pusilanimidad (cf q. 112 a.1 ad 2). Sobre ella proponemos dos problemas: 1. ¿La pusilanimidad es pecado? 2. ¿A qué virtud se opone?

ARTíCULO 1 ¿La pusilanimidad es pecado?

Objeciones por las que parece que la pusilanimidad no es pecado.
Objeciones: 1. Todo pecado hace malo al hombre, como toda virtud lo hace bueno. Pero el pusilánime no es malo, según dice el Filósofo en IV Ethic.. Por tanto, la pusilanimidad no es pecado.
2. Dice también el Filósofo, en el mismo pasaje, que parece especialmente ser pusilánime el que es digno de grandes bienes y, sin embargo, no se cree merecedor de ellos. Pero nadie es digno de grandes bienes sino el hombre virtuoso; porque como allí mismo dice el Filósofo, en realidad sólo el bueno es digno de honra. Luego el pusilánime es virtuoso y, por tanto, la pusilanimidad no es pecado.
3. En Si 10,15 se nos dice que el principio de todo pecado es la soberbia. Pero la pusilanimidad no procede de la soberbia, porque el soberbio se exalta más de lo que es; el pusilánime, en cambio, renuncia a lo que merece. Por tanto, la pusilanimidad no es pecado.
4. Dice el Filósofo en IV Ethic. que llamamos pusilánime al que se cree digno de cosas menores de las que merece. Pero esto, a veces, lo hicieron santos varones, como vemos en el caso de Moisés y Jeremías, que eran dignos de la misión a la que Dios los llamaba y, sin embargo, ambos la rehusaban por humildad, según leemos en Ex 3,2 y Jr 1,6. Por tanto, la pusilanimidad no es pecado.
Contra esto: está el que en la vida moral nada debemos evitar que no sea el pecado. Pero se debe evitar la pusilanimidad, pues se nos dice en Col 3,21: Padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos para que no se hagan pusilánimes.
Por tanto, la pusilanimidad es pecado.
Respondo: Todo aquello que va contra la inclinación natural es pecado, porque es contrario a la ley natural. Pero en todo ser existe una inclinación natural a realizar la acción proporcionada a su capacidad, como aparece en todos los seres, tanto animados como inanimados. Y así como por la presunción uno sobrepasa la medida de su capacidad al pretender más de lo que puede, así también el pusilánime falla en esa medida de su capacidad al rehusar tender a lo que es proporcionado a sus posibilidades. Por tanto, la pusilanimidad es pecado, lo mismo que la presunción. De ahí que el siervo que enterró el dinero de su señor y no negoció con él por temor, surgido de la pusilanimidad, es castigado por su señor, como leemos en Mt 25,14ss y Lc 19,12ss.
A las objeciones:
Soluciones: 1. El Filósofo llama malos a los que infligen un daño al prójimo. Y en este sentido se dice que el pusilánime no es malo porque no hace daño a nadie, a no ser accidentalmente, a saber: al no realizar las obras con las que podría ayudar a los demás. En efecto, dice San Gregorio, en Pastorali, que aquellos que rehúyen el ser útiles al prójimo por medio de la predicación, si se los juzga con rigor, son reos de tantos pecados cuantos son los actos con que pudieron contribuir con provecho al bien público.
2. Nada impide que quien tiene un hábito virtuoso pueda cometer pecado, ciertamente venial si permanece el mismo hábito, pero mortal cuando se pierde el hábito de una virtud infusa. Y, por tanto, puede suceder que uno, por la virtud que posee, sea capaz de hacer cosas grandes, dignas de gran honor, y, sin embargo, por no procurar hacer uso de su virtud, peca, unas veces venial, otras mortalmente.
O puede decirse que el pusilánime es capaz de grandes cosas por la habilidad que tiene para la virtud, o por la buena disposición natural, o por la ciencia, o por la fortuna exterior; pero si rehusa servirse de ellas para la virtud, se convierte en pusilánime.
3. La pusilanimidad puede incluso provenir en algún modo de la soberbia; por ejemplo, si el pusilánime se aferra excesivamente a su parecer, y por eso cree que no puede hacer cosas de las que es capaz. De ahí que se diga en Pr 26,16: El perezoso se cree prudente más que siete que sepan responder. En efecto, nada impide que para unas cosas uno se sienta abatido y muy orgulloso respecto de otras. Por eso San Gregorio, en Pastorali, dice de Moisés que tal vez hubiera sido soberbio si hubiera aceptado sin temor la dirección de su pueblo, y al mismo tiempo lo hubiera sido si hubiera rehusado obedecer al mandato del Señor.
4. Moisés y Jeremías eran dignos de la misión a la que Dios los destinaba por la gracia divina. Pero ellos, al considerar la insuficiencia de la propia debilidad, la rechazaban, aunque no de modo pertinaz, lo cual les hubiera hecho incurrir en soberbia.


Suma Teológica II-II Qu.130 a.2