Suma Teológica II-II Qu.184 a.7


ARTíCULO 7

¿Es el estado religioso más perfecto que el episcopal?
Objeciones por las que parece que el estado religioso es más perfecto que el episcopal.
Objeciones: 1. El Señor dice en Mt 19,21: Si quieres ser perfecto, vete, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, que es lo que hacen los religiosos. Pero los obispos no están obligados a esto, pues se dice en Decretal. XII q. 1: Los obispos dejen a sus herederos todo lo que sean cosas suyas o adquiridas o que les pertenezcan personalmente. Luego los religiosos se hallan en un estado más perfecto que los obispos.
2. La perfección principal consiste en el amor a Dios más que en el amor al prójimo. Pero el estado religioso se ordena directamente al amor de Dios, por lo cual reciben su denominación del culto y servicio a Dios, según dice Dionisio en VI De Eccles. Hier.. Por el contrario, parece que el estado episcopal se ordena al amor al prójimo, del que los obispos se encargan como superintendentes, como afirma San Agustín en XIX De Gv. Dei. Luego parece que el estado de los religiosos es más perfecto que el de los obispos.
3. El estado religioso se ordena a la vida contemplativa, la cual es mejor que la activa, puesto que San Gregorio, en su Pastoral, dice que Isaías escogió el oficio de la predicación queriendo ser útil al prójimo mediante la vida activa, mientras que Jeremías, queriendo dedicarse más intensamente al amor del Creador mediante la contemplación, temía el oficio de predicador. Luego parece que el estado religioso es más perfecto que el episcopal.
Contra esto: está el hecho de que nadie puede pasar de un estado más perfecto a otro menos perfecto, porque sería mirar hacia atrás. Pero se puede pasar del estado religioso al episcopal, pues se dice en la Decretal XVIII q. 1 que la sagrada ordenación convierte a un monje en obispo. Por tanto, el estado episcopal es más perfecto que el estado religioso.
Respondo: Como afirma San Agustín en Super Gen. Ad litt., el agente es siempre más importante que el paciente. Ahora bien: en el orden de la perfección, los obispos, según Dionisio, son más perfectos, mientras que los religiosos son perfectos, perteneciendo lo primero a la acción y lo segundo a la pasión. Es, pues, evidente que el estado de perfección se halla en los obispos con más propiedad que en los religiosos.
A las objeciones:
Soluciones: 1. La renuncia a los propios bienes puede considerarse bajo un doble aspecto. En primer lugar, la renuncia actual. Así entendida, la perfección no consiste esencialmente en ella, sino que es un instrumento de la perfección, como dijimos antes (a. 3). Por eso puede admitirse que haya un estado de perfección sin renunciar a lo que es propio. Lo mismo ha de decirse de otras observancias exteriores.
Puede considerarse la renuncia, en segundo lugar, como disposición del ánimo para hacerla; es decir, que el hombre esté dispuesto a abandonar y distribuir todo si fuere necesario, y esto pertenece directamente a la perfección. Por eso dice San Agustín en De Quaest. Evang.: El Señor enseña que los hijos de la sabiduría comprenden que la justicia no consiste en ayunar o comer, sino en sufrir la indigencia con ecuanimidad. Y por ello dice también el Apóstol (Ph 4,12): Sé lo que es vivir en la abundancia y pasar necesidad. Ahora bien: los obispos están obligados a despreciar todo lo que es de ellos, si es preciso, por el honor de Dios y la salvación de su rebaño, bien dándoselo a los pobres de su rebaño o bien tolerando golosamente el ser despojados de ello.
2. El que los obispos se dediquen a lo referente al amor al prójimo es fruto de la abundancia del amor divino. Por eso el Señor preguntó a Pedro primeramente si le quería, y después le encomendó el cuidado del rebaño. Y San Gregorio dice en su Pastoral: Si la carga pastoral es un testimonio de amor, aquel que, teniendo las cualidades necesarias, no apacienta el rebaño, demuestra que no ama al Pastor Supremo. Y es signo de mayor amor el que el hombre, por un amigo, sirva también a otro que el querer servir exclusivamente al amigo.
3. Como dice San Gregorio en su Pastoral, sea el prelado el primero en la acción y esté más que nadie absorbido por la contemplación, ya que les incumbe la contemplación no sólo por sí mismos, sino por la instrucción de los otros. Por eso dice San Gregorio, en Super Ez., que de los hombres perfectos, cuando han vuelto de la contemplación, se afirma: el gusto de tu dulzura les viene a la boca.


ARTíCULO 8

¿Tienen los párrocos y los arcedianos una perfección mayor que los religiosos?
Objeciones por las que parece que los párrocos y los arcedianos poseen una perfección mayor que los religiosos.
Objeciones: 1. Dice San Juan Crisóstomo en su Diálogo: Aunque me presenten un monje que, exagerando un poco, sea como Elías, sin embargo, no se puede comparar con aquel que está entregado al pueblo y dispuesto a soportar los pecados de muchos. Y poco después: Si se me diera a escoger entre agradar a Dios en el oficio sacerdotal o en la soledad del monasterio, elegiría lo primero. Y en la misma obra dice más: Si se comparan un sacerdocio bien administrado con los sudores de aquélla, es decir, de la vida monástica, se hallará entre ellos la misma distancia que separa a un rey de un simple súbdito. Luego parece que los sacerdotes con cura de almas son más perfectos que los religiosos.
2. Dice San Agustín en la Carta ad Valerium: Considere tu religiosa prudencia que no hay nada en esta vida, sobre todo en estos tiempos, nada más difícil, laborioso y peligroso que el oficio de obispo, de presbítero o de diácono; pero no hay para Dios nada más feliz si lucha de la manera que quiere nuestro Jefe. Por tanto, los religiosos no son más perfectos que los presbíteros o los diáconos.
3. Dice San Agustín en Ad Aurelium: Sería demasiado doloroso el exponer a los monjes a una soberbia tan perniciosa y creer a los clérigos dignos de tan grave afrenta como es el decir que "un mal monje puede ser un buen clérigo", porque, a veces, un buen monje no hace un buen clérigo. Y poco antes había dicho que no debe darse a los siervos de Dios, es decir, a los monjes, ocasión de creer que son elegidos para algo mejor, a saber, el estado clerical, si se hacen peores, es decir, si dejan el estado monacal. Luego parece que los que se hallan en el estado clerical son más perfectos que los religiosos.
4. Más todavía: no está permitido pasar de un estado superior a otro inferior. Ahora bien: se permite pasar del estado monástico al oficio de presbítero con cura de almas, como aparece en la Decretal XVI, I, en un decreto del papa Gelasio que dice: Si hubiere algún monje que, siendo venerable por el mérito de su vida, se le juzga digno del sacerdocio, y el abad bajo cuyas órdenes lucha por Cristo pide que se le haga sacerdote, debe ser seleccionado por el obispo y ordenado en el lugar que creyere conveniente. Y San Jerónimo escribe en Ad Rusticum Monachum: Vive en el monasterio de tal modo que merezcas ser un clérigo. Luego los presbíteros con cura de almas y los arcedianos son más perfectos que los religiosos.
5. Los obispos se hallan en un estado más perfecto que los religiosos, como dijimos antes (a. 7). Pero los presbíteros con cura de almas y los arcedianos, por el hecho de tener cura de almas, son más semejantes a los obispos que los religiosos. Por consiguiente, su perfección es mayor.
6. La virtud tiene por objeto el bien arduo, como se dice en II Ethic.. Ahora bien: es más difícil vivir en el cargo de presbítero con cura de almas o de arcediano que en el estado religioso. Por tanto, los presbíteros con cura de almas y los arcedianos poseen una virtud más excelente que los religiosos.
Contra esto: está lo que aparece en el Decreto XIX q. 2, can. Duae: Si alguno en su iglesia gobierna al pueblo bajo la autoridad del obispo viviendo en el siglo y, bajo la inspiración del Espíritu Santo, quiere salvarse viviendo en un monasterio o entre canónigos regulares, está guiado por una ley privada y no hay por qué oponerle ninguna ley pública. Pero la ley del Espíritu Santo, que en el texto se llama ley privada, no guía sino hacia algo más perfecto. Luego parece que los religiosos son más perfectos que los arcedianos y los presbíteros con cura de almas.
Respondo: No hay comparación de superioridad entre dos cosas por aquello en que convienen, sino por aquello que las distingue. Ahora bien: en los presbíteros con cura de almas y en los arcedianos hay que considerar tres cosas: el estado, el orden y el oficio. Por el estado son seculares; por el orden son sacerdotes o diáconos y, como oficio, tienen encomendada la cura de almas.
Por tanto, si ponemos por una parte a uno que sea religioso por su estado, diácono o sacerdote por su orden y con cura de almas por su oficio, como son la mayoría de los religiosos y canónigos regulares, será mejor en lo primero e igual en lo demás. Pero si el segundo se distingue del primero en el estado y el oficio y coincide en el orden, como es el caso de los religiosos sacerdotes y diáconos que no tienen encomendada la cura de almas, es evidente que el segundo será más excelente que el primero por su estado, inferior en su oficio e igual en su orden. Es conveniente, pues, considerar qué preeminencia es mejor: la del estado o la del oficio.
Acerca de esto parece que hay que tener en cuenta dos cosas: la bondad y la dificultad. Por tanto, si se compara la bondad, es superior el estado religioso al oficio de presbítero con cura de almas o arcediano, porque el religioso consagra toda su vida a alcanzar la perfección, mientras que el presbítero con cura de almas y el arcediano no dedican toda su vida a la cura de almas, como el obispo, ni tampoco les compete, como al obispo, el cuidado de las almas como principal responsable, sino que se les confían ciertos actos determinados, como dijimos arriba (a. 6 ad 1.3). Por ello, la comparación entre el estado religioso y el oficio de éstos es como la de lo universal con lo particular y como la del holocausto con el sacrificio, como da a entender San Gregorio en Super Ez.. Por eso se dice en XIX q. 1: A los clérigos que quieren hacerse monjes, puesto que desean seguir una vida mejor, es preciso que el obispo les deje entrar libremente en los monasterios. Pero hay que tener en cuenta que esta comparación se refiere al género de vida considerado en sí mismo, ya que si se tiene en cuenta la caridad del que la practica, sucede, a veces, que una obra menos importante en sí misma es más meritoria porque se hace con más caridad.
Pero si se tiene en cuenta la dificultad de llevar una vida santa en el matrimonio y en la que lleva consigo el tener cura de almas, es más difícil llevar a cabo bien el cuidado de las almas, por los peligros exteriores, aunque en sí misma es más difícil la vida religiosa por el rigor de la observancia regular.
Ahora bien: si el religioso no tiene órdenes, como en el caso de los conversos, es evidente que entonces es superior en dignidad el orden, ya que el orden sagrado consagra para los más altos ministerios, en los cuales se sirve a Cristo en el sacramento del altar, para lo cual se requiere una santidad interior mayor que para el estado religioso. En efecto, como dice Dionisio en VI De Eccles. Hier., el orden monástico debe ir después del orden sacerdotal, y elevarse a las cosas divinas imitándolo. Por consiguiente, en igualdad de condiciones, peca más gravemente el clérigo que ha recibido las órdenes sagradas, si realiza algo contrario a la santidad, que el religioso que no las ha recibido, aunque el religioso laico está obligado a las observancias regulares, las cuales no obligan a los que han recibido las órdenes sagradas.
A las objeciones:
Soluciones: 1. A los textos de San Juan Crisóstomo podría responderse, brevemente, que no habla del sacerdote con cura de almas de orden inferior, sino del obispo, que se llama sumo sacerdote. Esto está de acuerdo con el propósito de aquella obra, en la que trata de consolarse a sí mismo y a San Basilio, que habían sido elegidos obispos.
Pero, dejando esto aparte, hay que decir que habla desde el punto de vista de la dificultad, puesto que dice antes: Cuando el piloto esté en medio de las olas y sepa salvar su nave de la tempestad, justamente se merece el título de piloto perfecto. Y después pone lo que antes citamos (obj. 1) sobre el monje, el cual no puede compararse con aquel que, entregado al pueblo, permanece inmóvil y firme; y añade la causa: porque se gobernó a sí mismo igual en la tempestad que en la calma. De esto sólo puede deducirse que es más peligroso el estado del que tiene cura de almas que el del monje, y es señal de mayor virtud el permanecer inocente en un peligro mayor. Pero también es signo de mayor virtud el evitar los peligros entrando en religión. Por ello no dice que preferiría estar en el oficio de sacerdote antes que en la soledad de los monjes, sino que preferiría agradaren esto más que en lo primero, porque es señal de mayor virtud.
2. También el texto de San Agustín habla claramente de la dificultad, que muestra la grandeza de la virtud en los que la soportan, como dijimos antes (ad 1).
3. En el texto aducido, San Agustín compara a los monjes y clérigos en cuanto a la diferencia de orden, no en cuanto a la distancia entre la religión y la vida secular.
4. Aquellos que son escogidos de la religión para ejercer cura de almas, habiendo sido antes promovidos a las órdenes sagradas, alcanzan algo que no tenían antes, a saber, el oficio de la cura de almas, sin dejar lo que tenían anteriormente, el estado religioso, pues se dice en las Decretales XVI causa q. 1: Si algún monje que, habiendo estado mucho tiempo en el monasterio, llega luego a las órdenes clericales, decretamos que no debe abandonar su primera vocación. Pero los párrocos y los arcedianos tienen que dejar, al entrar en religión, la cura de almas para alcanzar un estado más perfecto. De donde se deduce claramente la superioridad de la vida religiosa.
En cambio, si un religioso laico es elegido para la clericatura y las órdenes sagradas, es claramente promovido a un estado mejor, como ya dijimos (obj. 4; corp.). Esto se ve en el modo de hablar, cuando San Jerónimo escribe: Vive en el monasterio de tal modo que merezcas ser clérigo.
5. Los presbíteros que tienen cura de almas y los arcedianos se parecen a los obispos más que los religiosos en algún aspecto: en cuanto a la cura de almas, que tienen de un modo secundario. Pero en cuanto a la obligación perpetua, requerida para el estado de perfección, son los religiosos más semejantes a los obispos, como se deduce de lo ya expuesto (a. 5.6).
6. La dificultad debida a la dureza de la obra añade algo a la perfección de la virtud. Pero la dificultad que se deriva de los impedimentos exteriores disminuye, a veces, la perfección de la virtud cuando, por ejemplo, no se ama la virtud tanto como para querer vencer los impedimentos, según la afirmación del Apóstol en 1Co 9,25: Todo el que lucha en la arena se abstiene de todo. A veces, en cambio, es signo de virtud perfecta cuando, por ejemplo, de repente o como consecuencia de una causa necesaria, surgen obstáculos contra la virtud que, sin embargo, no son suficientes para que la persona se aparte de la virtud. Ahora bien: en el estado religioso es mayor la dificultad por la dureza de las obras, pero para todos cuantos, de cualquier modo, viven en este mundo es mayor la dificultad por los obstáculos que se oponen a la virtud, dificultad que los religiosos han sabido evitar cuidadosamente.


CUESTIÓN 185 Lo referente al estado episcopal

Nos toca ahora estudiar las cosas referentes al estado episcopal.
Sobre ello se plantean ocho problemas: ¿Es lícito desear el episcopado? 2. ¿Se puede rechazar el episcopado? 3. ¿Es preciso elegir, para obispo, al mejor? 4. ¿Puede un obispo entrar en religión? 5. ¿Le está permitido ausentarse de su diócesis? 6. ¿Puede tener propiedades? 7. ¿Peca mortalmente si no distribuye los bienes de la Iglesia a los pobres? 8. ¿Están obligados a las observancias regulares los religiosos que son elegidos obispos?


ARTíCULO 1

¿Es lícito desear el episcopado?
Objeciones por las que parece que es lícito desear el episcopado.
Objeciones: 1. El Apóstol dice en 1Tm 3,1: Quien desea el episcopado, desea una obra buena. Ahora bien: es lícito y loable desear una obra buena. Luego también es loable desear el episcopado.
2. El estado episcopal es más perfecto que el estado religioso, como dijimos antes (II-II 184,7). Pero es laudable desear abrazar el estado religioso. Por tanto, también es loable desear ser promovido al episcopado.
3. Leemos en Pr 11,26: Al que acapara el trigo le maldice el pueblo; sobre la cabeza del que lo vende caen bendiciones. Pero parece que el que es apto, por su vida y por su ciencia, para el episcopado, acapara el trigo espiritual negándose a aceptar el episcopado, mientras que, si lo recibe, se coloca en estado de distribuirlo. Por consiguiente, parece loable apetecer el episcopado y vituperable el rechazarlo.
4. Los hechos de los santos que aparecen en la Escritura se nos proponen como ejemplos, según se dice en Rm 15,4: Todo cuanto se ha escrito, para nuestra edificación se ha escrito. Pero se dice en (Is 6,8) que este profeta se ofreció para el oficio de la predicación, que pertenece principalmente a los obispos. Por tanto, parece que es una cosa loable el desear el episcopado.
Contra esto: está lo que dice San Agustín en XIX De Civ. Dei: Apetecer un puesto de preeminencia, sin el cual no puede gobernarse al pueblo, aunque se administre como debe ser, no es decoroso.
Respondo: Tres cosas podemos considerar en el episcopado. Una, principal y final, es el ministerio episcopal, que se ordena a la utilidad del prójimo, según el mandato de Jn 21,17: Apacienta mis ovejas. Otra es la excelencia de grado, en cuanto que el obispo es colocado en un puesto superior a los demás, conforme a lo dicho en Mt 24,45: Servidor fiel y prudente a quien el Señor puso al frente de su familia. La tercera, consecuencia de esas dos, es la reverencia, el honor y la abundancia de bienes temporales, conforme a lo que se lee en 1Tm 5,17: Los presbíteros que gobiernan bien tengan un doble honor.
Pues bien: primero, apetecer el episcopado por los bienes que lleva consigo es, evidentemente, ilícito y efecto de codicia y ambición. De ahí que el Señor diga contra los fariseos en Mt 23,6-7: Les gustan los primeros puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, ser saludados en las plazas y ser llamados maestros por los hombres.
En cuanto a lo segundo, apetecer la excelencia de grado y desear el episcopado a causa de ella, es un acto de presunción. Por eso el Señor, en Mt 20,25, riñe a sus discípulos porque quieren el primer puesto: Sabéis que los príncipes de los pueblos los dominan. Este pasaje lo comenta San Juan Crisóstomo diciendo que el Señor, con esto, da a entender que es propio de los gentiles desear los primeros puestos, y así, por comparación con los gentiles, transforma su espíritu.
En cambio, apetecer ser útil al prójimo es, de suyo, loable y virtuoso. Pero dado que, en cuanto ministerio episcopal, lleva consigo excelencia de grado, parece presuntuoso que, para servir a los súbditos, se apetezcan preeminencias, a no ser por auténtica caridad. Como dice San Gregorio en Pastoral, era loable desear el episcopado cuando éste llevaba consigo, con toda seguridad, el sufrir tormentos más graves, por lo cual no era fácil encontrar quien quisiera esta carga, sobre todo cuando alguien, por celo de caridad, es movido a ello por celestial impulso; como dice San Gregorio en su Pastoral: Isaías fue digno de encomio en desear el oficio de la predicación para ayudar al prójimo. Es lícito, sin embargo, que, sin presunción alguna, se apetezca realizar esas obras cuando uno ya está en el cargo, o también ser digno de desempeñarlo, pues con ello se apetece la obra buena y no el honor de la dignidad. Por eso dice San Juan Crisóstomo, en Super Mt.: Es bueno desear una obra buena, pero es vanidad desear la primacía de honor, pues el primado busca a quien lo rehuye y huye de quien lo busca.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Como dice San Gregorio en su Pastoral, el Apóstol lo dijo en un tiempo en que el que mandaba sobre el pueblo era el primero en ser llevado al tormento del martirio, por lo cual en el episcopado no había nada apetecible fuera de la obra buena. Por eso San Agustín, en XIX De Civ. Dei, dice que el Apóstol, al decir: "Quien desea el episcopado, desea una obra buena", quiso exponer qué era el episcopado, que es nombre de una obra, no de un honor, puesto que "scopos" significa intendencia. Luego "episcopein" significa administrar la intendencia, para que se entienda que no es obispo el que se complace en presidir y no en ser útil. En efecto, en la acción, como dice poco antes, no ha de amarse el honor o poder en esta vida, ya que todo es vanidad bajo el sol, sino la obra misma que se realiza por medio del honor o del poder. Y, sin embargo, como dice San Gregorio en su Pastoral, alabando el deseo, a saber, de la obra buena, inmediatamente lo hace objeto de temor al decir: "Pero conviene que el obispo sea irreprensible", como si dijera: "Alabo lo que deseáis, pero aprended qué deseáis".
2. No es lo mismo desear el estado religioso que el episcopal por dos razones. En primer lugar, porque para el estado episcopal se exige perfección de vida, como se deduce del hecho de que el Señor preguntó a Pedro si lo amaba más que los otros antes de encomendarle el cargo pastoral. Para el estado religioso, en cambio, no se requiere tal perfección, pues él es un camino de perfección. De ahí que el Señor, en Mt 19,21, no dijera: Si eres perfecto ve y vende lo que tienes, sino: Si quieres ser perfecto. La razón de esta diferencia estriba en que, según Dionisio, la perfección pertenece al obispo en sentido activo y como encargado de perfeccionar, y al monje de modo pasivo, como a perfeccionado. Ahora bien: para que alguien pueda perfeccionar a otros se requiere que sea él perfecto, lo cual no se exige en aquel que debe ser llevado a la perfección, Y es presuntuoso el creerse perfecto, pero no el que uno tienda a la perfección.
En segundo lugar, porque quien abraza el estado religioso se somete a otros para recibir bienes espirituales, lo cual va bien a todos. De ahí que San Agustín diga, en XIX De Civ. Dei: A nadie se le prohíbe dedicarse al conocimiento de la verdad, acción propia del loable ocio. En cambio, quien pasa al estado episcopal es elevado para que provea a las necesidades de los demás, y nadie debe desear tal elevación, puesto que en He 5,4 se dice: Nadie puede apropiarse la dignidad, sino el que es llamado por Dios. Y San Juan Crisóstomo escribe en Super Mt.: No es justo ni útil apetecer el primado en la Iglesia. ¿Quién, sabio, desea en forma desmedida someterse a tal servidumbre y a peligro tan enorme como el de tener que dar cuenta de toda la iglesia sino tal vez el que no teme el juicio de Dios, dispuesto a abusar del primado eclesiástico en forma secular, es decir, a convertirlo en primado secular?
3. El reparto del trigo espiritual no ha de hacerse según el capricho de cada uno, sino principalmente según la voluntad y disposición de Dios, y, en segundo lugar, según los dictámenes de los prelados eclesiásticos, de cuyas personas se dice en 1Co 4,1: Que los hombres nos vean como ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios. Por ello no ha de entenderse que oculta el trigo espiritual alguien que ni tiene ese ministerio por oficio ni le ha sido impuesto por el superior, y por eso no ejerce la corrección o el gobierno de los demás, sino sólo aquel que, debiendo hacerlo por oficio, no lo administra o se resiste pertinazmente a asumirlo. De ahí que diga San Agustín en XIX De Civ. Dei: La caridad de la verdad busca el ocio santo; la necesidad de la caridad asume el justo trabajo. Si, pues, nadie le impone a uno esta carga, dediqúese a la investigación y contemplación de la verdad. Mas, si se le impone, asúmala por exigencias de la caridad.
4. Como afirma San Gregorio en su Pastoral, Isaías, antes de querer ser enviado, se vio purificado por el fuego del altar. Nadie, por tanto, se atreva a aceptar ministerios sagrados sin purificarse antes. Y dado que es muy difícil que uno pueda saber si está purificado, es más prudente declinar el oficio de la predicación.


ARTíCULO 2

¿Es licito rechazar de plano el episcopado ofrecido?
Objeciones por las que parece que es lícito rechazar de plano el episcopado ofrecido.
Objeciones: 1. Según dice San Gregorio en su Pastoral, Isaías quiso el oficio de la predicación porque deseaba ayudar al prójimo mediante la vida activa. En cambio, Jeremías lo rechazó porque deseaba unirse estrechamente al amor del Creador. Ahora bien: nadie peca por no querer dejar un bien mayor para seguir otro menor. Dado, pues, que el amor de Dios es superior al del prójimo, y la vida contemplativa a la activa, como ya dijimos (I-II 26,2 I-II 182,1), parece que no peca en absoluto quien rechaza el episcopado.
2. Como dice San Gregorio, es muy difícil a uno saber si está purificado, y el que no lo esté no debe acercarse a ministerios sagrados. Luego si alguien no se siente purificado, no debe aceptar el episcopado en modo alguno, aunque se lo impongan.
3. San Jerónimo dice de San Marcos, en el prólogo de Super Mc., que se arrancó el dedo pulgar, después de abracar la fe, para no poder desempeñar la función de sacerdote. De igual modo, algunos hacen voto de no aceptar jamás el episcopado. Ahora bien: el poner un impedimento a algo equivale a rechazarlo de plano. Luego parece que se puede rehusar el episcopado sin pecar en absoluto.
Contra esto: está lo que escribe San Agustín en Ad Eudoxium: si la madre Iglesia exige alguna vez vuestra colaboración, no recibáis ese ruego con orgullo ni lo rechacéis por pereza. Y añade a continuación: No antepongáis vuestro descanso a las necesidades de la Iglesia. Si nadie de entre los buenos hubiera querido asistirla en su parto, no habríais nacido vosotros.
Respondo: En la aceptación del episcopado hay que tener en cuenta dos elementos: qué es lo que conviene al hombre aceptar por propia voluntad y qué conviene que haga por voluntad de otro. En cuanto a la propia voluntad, conviene que el hombre se dedique principalmente a la propia salvación; pero el dedicarse a la salvación de los demás depende de la disposición de otros que tienen autoridad, como dijimos antes (a. 1 ad 3). Por consiguiente, de igual modo que es prueba de voluntad desordenada el que alguien procure por sí mismo ser elegido para gobernar a los demás, también lo es el rechazar absolutamente ese oficio de gobernar, contra la voluntad del superior, por dos motivos. En primer lugar, porque va contra el amor del prójimo, en bien del cual debe uno arriesgarse, según circunstancias de tiempo y lugar. Por eso dice San Agustín, en XIX De Civ. Dei, que la necesidad de la candad acepta el justo trabajo. En segundo lugar, porque va contra la humildad, por cuya virtud uno se somete a los mandatos del superior. A este respecto dice San Gregorio, en su Pastoral, que ante los ojos de Dios hay verdadera humildad cuando uno no se obstina en rechazar lo que se le impone para provecho de otros.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Aunque, absolutamente hablando, la vida contemplativa es mejor que la activa y el amor a Dios es mejor que el amor al prójimo, por otra parte el bien común ha de prevalecer sobre el particular. De ahí las palabras de San Agustín arriba citadas: Ni antepongáis vuestro descanso a las necesidades de la Iglesia, ante todo porque es propio del amor a Dios el dedicarse al cuidado pastoral de las ovejas de Cristo. Por eso, a propósito de las palabras de Jn 21,17: apacienta mis ovejas, comenta San Agustín: Sea un servicio de amor apacentar el rebaño del Señor, como fue signo de temor el negar al Pastor. Además, los prelados no pasan a la vida activa de tal modo que tengan que abandonar la contemplativa. De ahí las palabras de San Agustín en XIX De Civ. Dei: Si se nos impone la carga del oficio pastoral, no por eso debemos abandonar el gusto por la verdad.
2. Nadie está obligado a obedecer al superior en algo ilícito, como puede verse en lo dicho antes (II-II 104,5) al hablar de la obediencia. Puede suceder, por consiguiente, que aquel al que se quiere imponer el episcopado descubra en sí mismo algo por lo que no le sea lícito aceptarlo. Pero este impedimento podrá, a veces, ser superado por el mismo a quien se confía el oficio pastoral; por ejemplo, si tiene intención de pecar, puede abandonarla; y por eso no le exime de obedecer al superior que le manda.
Otras veces, sin embargo, el impedimento que le impide aceptar el oficio pastoral no puede ser superado por él mismo, sino por el superior que se lo impone; por ejemplo, si es irregular o está excomulgado. En este caso debe exponer ese obstáculo al superior que le manda, y si éste quiere dispensar ese impedimento, debe obedecer humildemente. Por eso, cuando en Ex 4,10 Moisés dijo: Escucha, Señor, yo no soy de palabra fácil, y esto no es de ayer ni de anteayer, el Señor respondió: Yo estaré en tu boca y te enseñaré lo que has de decir.
Finalmente, a veces el impedimento no puede ser superado ni por el que impone el cargo ni por la persona a la que se le impone, como puede suceder con una irregularidad de la que el arzobispo no puede dispensar. En ese caso el súbdito no está obligado a obedecerle aceptando el episcopado ni las sagradas órdenes, si su situación es irregular.
3. Aceptar el episcopado no es necesario para salvarse, pero puede hacerse necesario en virtud del mandato del superior. Y en cosas que sólo en este sentido son necesarias para la salvación puede uno lícitamente exponer el impedimento antes de que exista el mandato. Si así no fuere, no sería lícito, por ejemplo, casarse por segunda vez, no sea que por ello se impida la recepción del episcopado o de las órdenes sagradas. Esto, en cambio, no sería lícito en materia esencialmente necesaria para la salvación. Por eso San Marcos no obró contra ningún precepto cortándose el dedo, si bien puede suponerse que lo hizo guiado por el Espíritu Santo, ya que, de lo contrario, no está permitido a nadie atentar contra sí mismo.
En cuanto al caso en que uno hace voto de no aceptar el episcopado, si mediante él quiere obligarse a no aceptarlo ni siquiera por obedecer a un superior, el voto es ilícito. En cambio, si quiere obligarse a no desear el episcopado y a no aceptarlo a no ser por necesidad, el voto es lícito, porque promete que hará lo que es conveniente al hombre.


ARTíCULO 3

¿Es conveniente que el que sea elegido obispo sea mejor que los demás?
Objeciones por las que parece convenir que quien es escogido para el episcopado sea mejor que los demás.
Objeciones: 1. El Señor se cercioró de que Pedro lo amaba más que los demás cuando iba a confiarle el oficio pastoral. Ahora bien: uno es tanto mejor cuanto más ama a Dios. Luego parece que no debe ser promovido al episcopado más que el que sea mejor que los demás.
2. Dice el papa Símaco: Quien está en una dignidad ha de ser considerado como el más vil, si no sobresale en ciencia o en santidad. Pero sobresalir en ciencia o en santidad equivale a ser mejor. Luego sólo debe ser promovido al episcopado quien sea mejor que los demás.
3. En cualquier género de cosas, lo más excelente dirige a lo que es menos excelente. Así, las cosas corporales son gobernadas por las espirituales y los cuerpos inferiores por los superiores, como dice San Agustín en III De Trin.. Pero el obispo es elegido para gobernar a los demás. Luego ha de ser mejor que los demás.
Contra esto: está lo que dicen las Decretales: que basta escoger a una persona buena sin necesidad de que sea la mejor.
Respondo: En la elección de una persona para el episcopado hay que tener en cuenta dos cosas: una por parte del que es elegido y otra por parte del que lo elige. Por parte de aquel que lo elige, sea por elección o por provisión, se requiere que dispense fielmente los divinos ministerios, es decir, que los administre para utilidad de la Iglesia, de acuerdo con lo que escribe San Pablo en 1Co 14,12: Buscad la abundancia de los bienes espirituales para la edificación de la Iglesia. Y los divinos ministerios no se encomiendan a los hombres para que reciban una recompensa, la cual han de recibir en la otra vida. Por eso el que debe elegir o nombrar a un obispo no está obligado a escoger al que es mejor, absolutamente hablando, por el grado de caridad, sino al que mejor convenga para el gobierno de la Iglesia, es decir, a quien sea capaz de instruir, defender y gobernar pacíficamente. Por eso San Jerónimo habla contra algunos, diciendo que algunos no procuran erigir en columnas de la Iglesia a los que saben que son más útiles para ella, sino a los que más les gustan o a quienes están obligados con sus regalos, o han sido recomendados o, callando otras cosas peores, han conseguido, mediante presentes, ser promovidos a la clericatura. Esto es una acepción de personas y, en estos casos, es pecado grave. Por eso, a propósito de Jc 2,11: dice la Glosa de San Agustín: Hermanos míos, no caigáis en la acepción de personas. Si aplicamos a las dignidades estas diferencias de estar sentado o de pie, no ha de creerse que es un pecado leve fijarse en la acepción de personas para administración de lo que se refiere a la gracia de Dios, pues ¿quién podrá tolerar que sea elegido un rico para ocupar un puesto de honor en la Iglesia despreciando a un pobre más instruido y más santo?
Por parte del que es elegido, no se exige que se crea mejor que los demás, porque esto sería soberbio y presuntuoso, sino que basta con que no se encuentre en su vida nada que haga ilícita la aceptación del oficio episcopal. Así, cuando preguntaron a San Pedro si amaba al Señor más que los otros, no se antepuso a ellos, sino que simplemente confirmó que amaba a Cristo.
A las objeciones:
Soluciones: 1. El Señor conocía la aptitud de San Pedro para el gobierno de la Iglesia, porque El se la había concedido. La pregunta sobre la intensidad del amor tenía por fin demostrar que lo principal para regir la Iglesia, supuesta esta aptitud, es la excelencia del amor a Dios.
2. Esa autoridad ha de entenderse como deber de aquel que se halla constituido en dignidad, pues debe tratar de mostrarse tal que supere a los demás en ciencia y en santidad. Por eso dice San Gregorio en su Pastoral: La conducta del obispo debe destacar sobre la del pueblo tanto como la vida del pastor sobre la del rebaño. Por consiguiente, no ha de tenerse en cuenta si antes de ser elegido uno no fue el más excelente para que ahora, por eso, se le estime despreciable.
3. Como se dice en 1Co 12,4ss, hay diversas clases de obras espirituales, de ministerios y de operaciones. Por eso no hay inconveniente en que sea más indicado para gobernar alguien que, sin embargo, no destaque por la gracia de la santidad. Esto no se da en el gobierno de la naturaleza, en la que los seres más perfectos son, por lo mismo, más aptos para dirigir a los inferiores.


Suma Teológica II-II Qu.184 a.7