Suma Teológica II-II Qu.189 a.9


ARTíCULO 9

¿Es lícito inducir a otros a entrar en religión?
Objeciones por las que parece que nadie debe animar a otros a entrar en religión.
Objeciones: 1. San Benito, en su Regla, manda que a los que vienen a la religión no se les dé una entrada fácil, sino que se compruebe si es el espíritu de Dios el que los mueve. Esto mismo enseña Casiano en IV De Institutis Coenob.. Luego menos lícito será animar a uno a entrar en religión.
2. El Señor dice en Mt 23,15: ¡Ay de vosotros, que recorréis los mares y la tierra para hacer un prosélito, y después de hacerlo lo convertís en un hijo de la gehena, dos veces más que vosotros! Pero esto mismo parece que hacen los que animan a los hombres a entrar en religión. Luego parece que esto es vituperable.
3. Nadie puede inducir a otro hacia algo que va en detrimento de éste. Pero el que induce a otro a entrar en religión causa, a veces, este daño, porque a veces están obligados a una religión más perfecta. Luego parece que no es laudable inducir a nadie a entrar en religión.
Contra esto: está el hecho de que en Ex 26 se dice: Cada cortina atraiga a otra. Luego el hombre debe llevar a otros hacia el servicio de Dios.
Respondo: Quienes inducen a otros a entrar en religión no sólo no pecan, sino que son merecedores de un gran premio, puesto que en Jc 1,20 se dice: Quien convierta al pecador de su error libra su alma de la muerte y cubre la multitud de sus pecados. Y en Da 12,3 se dice: Los que enseñan la justicia a muchos brillarán como estrellas eternamente.
Podría darse, en esto, un triple desorden. Primero, si se obliga a uno a entrar en religión por la fuerza, lo cual está prohibido en las Decretales, 20 q.3. En segundo lugar, si se atrae a alguien a la religión con simonía, prometiéndole regalos, y esto está prohibido en las Decretales, q.2, can. Quam pio. Pero no es simonía el dar lo necesario a un pobre en el siglo para que pueda luego entrar en la vida religiosa, ni el hacerle pequeños regalos para granjearse su confianza. En tercer lugar, cuando se le atrae mediante mentiras, puesto que cabe el peligro de que, al verse engañado, se vuelva atrás, y así el último estado del hombre sea peor que el primero, como se dice en Mt 12,45.
A las objeciones:
Soluciones: 1. A los que son inducidos a entrar en religión se les da, no obstante, un tiempo de prueba en el que pueden ver las dificultades del estado religioso, con lo cual no se les admite fácilmente.
2. Según San Hilario, estas palabras se refieren al malévolo celo de los judíos, que atraen a los gentiles después de la predicación del Señor, e incluso a los cristianos, a su culto, con lo cual los hacen doblemente reos de la gehena en el judaísmo y, además, incurren en la perfidia judaica. En este sentido, tales palabras no suponen ninguna objeción.
Pero, según San Jerónimo, estas palabras se refieren a los judíos anteriores a Cristo, cuando les estaba permitida la práctica de la ley, en cuanto que el que se convertía al judaísmo, cuando era gentil, estaba simplemente en el error; pero, viendo los vicios de sus maestros, volvía a él, y ahora, gentil de nuevo y prevaricador, se hace digno de mayor castigo. De donde se deduce que no es vituperable atraer a otros al culto de Dios o a la religión, pero lo sería el dar malos ejemplos a los que han sido atraídos, haciéndolos peores.
3. En lo más va incluido lo menos. Por tanto, el que está obligado, por voto o por juramento, a entrar en una Orden menos perfecta, puede ser inducido a pasar a otra Orden más perfecta, a no ser que lo impida alguna circunstancia especial, como puede ser una enfermedad o la esperanza de un mayor provecho en una Orden menos perfecta. Pero quien se ha comprometido, mediante voto o juramento, a ingresar en una Orden más perfecta, no puede ser lícitamente inducido a entrar en una menos perfecta, a no ser que exista alguna razón especial clara, y aun entonces con la dispensa del superior.


ARTíCULO 10

¿Es aconsejable entrar en religión sin pedir el parecer de muchos y sin haberlo pensado durante largo tiempo?
Objeciones por las que parece que no es aconsejable entrar en religión sin consultarlo con muchos y después de haberlo pensado mucho.
Objeciones: 1. Se dice en 1Jn 4,1: No creáis a cualquier espíritu, sino examinad los espíritus a ver si son de Dios. Pero a veces el propósito de entrar en religión no viene de Dios, puesto que, frecuentemente, acaba en el abandono de la vida religiosa. Ahora bien: en Ac 5,38-39 se dice: Si es consejo u obra de Dios, no podréis disolverlo. Luego parece que debe entrarse en religión después de haberlo pensado durante largo tiempo.
2. Se dice en Pr 25,9: Trata tu negocio con tu amigo. Pero parece un negocio de gran importancia para el hombre el cambiar de estado. Por consiguiente, parece que nadie debe entrar en religión sin consultarlo antes con los amigos.
3. El Señor, en Lc 14,28ss, pone la comparación del hombre que quiere edificar una torre, y se sienta antes a calcular los gastos que serán necesarios para terminarla, no sea que se burlen de él, diciendo: este hombre empezó a edificar y no pudo terminar. Y los gastos para edificar la torre, según San Agustín en su carta Ad Laetum, no son sino la renuncia, por parte de cada uno, a todo cuanto posee. Pero con frecuencia sucede que muchos no pueden hacer esto ni soportar otras observancias de la religión, y éstos están simbolizados en David, del que se dice, en 1S 17,39, que no podía andar con la armadura de Saúl porque no estaba acostumbrado a ella. Por todo ello, parece que nadie debe entrar en religión sin pensarlo antes durante largo tiempo ni consultar el parecer de muchos.
Contra esto: está el hecho, narrado en Mt 4,20, de que Pedro y Andrés, al momento, dejando las redes, lo siguieron. A propósito de ello dice San Juan Crisóstomo en Super Mt.: Cristo nos pide esa obediencia y que no nos demoremos ni un instante.
Respondo: La deliberación larga y el consejo de muchos son necesarios en los asuntos grandes y dudosos, como dice el Filósofo en III Ethic.. Pero en aquellos que son ciertos y bien determinados no se precisa consejo. Ahora bien: acerca de la entrada en religión pueden tenerse en cuenta tres cosas. Primeramente, el mismo hecho de entrar. En cuanto a éste, es ciertamente un bien mejor, y quien duda de esto contradice, de suyo, a Cristo, que la aconsejó. Por eso dice San Agustín en De Verb. Dom.: Te llama el Oriente, es decir, Cristo, y tú atiendes al Occidente, es decir, al hombre mortal y sujeto a error.
En segundo lugar, puede considerarse el ingreso en religión referido a las fuerzas de aquel que tiene intención de hacerlo. Tampoco en este sentido debe tener lugar la duda, puesto que quienes ingresan en religión no confían en poder perseverar por sus propias fuerzas, sino con la ayuda de la virtud divina, según las palabras de Is 40,31: Los que esperan en el Señor recibirán nuevas fuerzas, andarán y no desfallecerán. Por si hay algún impedimento especial, como puede ser una enfermedad, el peso de deudas, etc., entonces es necesario pensarlo bien y consultar con personas de las que se espera que sean una ayuda y no un obstáculo. A este respecto leemos en Si 37,12: ¿Tratas de santidad con un hombre sin religión y de justicia con un injusto?, lo cual equivale a decir: No trates… Y sigue diciendo (v. 14-15): No los atiendas en cualquier deliberación, sino sé asiduo con el hombre santo. Pero en algunas cosas no es necesario pensarlo mucho tiempo. Por ello dice San Jerónimo en Ad Paulinum: Apresúrate, te ruego; atado en medio de las olas, rompe la cuerda antes que desatarla.
En tercer lugar, puede considerarse el modo de entrar en religión y la Orden que debe escogerse. Sobre esto puede pedirse consejo a las personas que no lo impidan.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Las palabras Examinad los espíritus si son de Dios son aplicables a los casos dudosos. En efecto, los que ya están dentro de la religión pueden dudar si el que quiere entrar lo hace guiado por el espíritu de Dios o pretende engañar. Por ello deben someterlo a prueba para ver si llega movido por el espíritu de Dios. Pero quien entra en religión no debe dudar de que la intención de hacerlo, nacida en su corazón, es obra del espíritu de Dios, de quien es propio conducir al hombre por caminos rectos.
Tampoco es señal de que no viene de Dios el hecho de que algunos se vuelvan atrás, ya que no todo lo que viene de Dios es incorruptible. De serlo, las criaturas corruptibles no procederían de Dios, como dicen los maniqueos; también se seguiría que quienes reciben de Dios una gracia no podrían perderla, lo cual es también herético. Lo que es incorruptible es el consejo de Dios, con el cual hace también cosas corruptibles y mutables, tal como se dice en Is 46,10: Mi consejo permanecerá, y se hará mi voluntad. Por consiguiente, la intención de entrar en religión no necesita prueba para ver si viene de Dios, porque las cosas ciertas no necesitan demostración, como dice la Glosa comentando 1Th 5,21: Probadlo todo.
2. Así como la carne tiene tendencias contrarias a las del espíritu, como se dice en Ga 5,17, así también los amigos carnales se oponen al progreso espiritual, conforme a lo que se dice en Mi 7,6: Los enemigos del hombre son los de su propia casa. Por eso San Cirilo, comentando el pasaje de Lc 9,61: Déjame antes despedirme de los de mi casa, escribe: Esta preocupación por avisar a los suyos deja entrever qué dividido está, ya que informar a los familiares y consultar con gentes contrarias a la justa estimación de las cosas indica un ánimo poco esforzado y retraído. Por eso el Señor respondió: "Nadie que ponga su mano en el arado y vuelva la vista atrás es apto para el reino de Dios". En efecto, vuelve la vista atrás quien busca dilación para poder volver a su casa y consultar con los suyos.
3. La edificación de la torre es símbolo de la perfección de la vida cristiana, y la renuncia a los propios bienes es la fortuna necesaria para edificar la torre. Ahora bien: nadie duda o delibera si quiere hacerlos gastos o si puede edificar la torre suponiendo que tenga el dinero necesario, sino que lo único que se delibera es si realmente tiene ese dinero. De igual modo no puede ser objeto de deliberación si debe renunciarse a todas las cosas que se poseen, ni si, haciéndolo, se puede llegar a la perfección, sino que se somete a deliberación, únicamente, si lo que hace es renunciar a todo cuanto posee, ya que, si no renuncia a ello, lo cual equivale a tener el dinero, no puede, como añade el mismo pasaje (Lc 14,33), ser discípulo de Cristo, lo cual equivale a edificar la torre.
En cuanto al temor de algunos de no poder llegar a la perfección, no es racional, y se refuta mediante el ejemplo de muchos. De ahí que diga San Agustín en VIII Confess.: Del lado hacia el que yo marchaba de frente y por donde me daba miedo pasar se me dejaba ver la casta dignidad de la continencia, serena y alegre, invitándome con honesto halago a que me acercara a ella sin recelo, y extendía sus piadosas manos, rebosantes de buenos ejemplos, para acogerme y abrazarme. Allí tantos niños y niñas, allí una innumerable juventud y toda suerte de edades, viudas reverenciales y ancianas que envejecieron en su virginidad. Se burlaba de mí con cariño y me decía: ¿Y tú no podrás lo que pudieron éstos y éstas? ¿Acaso éstos y éstas lo pudieron por ellos mismos y no en su Dios y Señor? ¿Por qué confías en ti mismo y dudas? Arrójate en su seno. No temas que se aparte y te caigas. Arrójate seguro; El te recibirá y te sanará.
En cuanto al ejemplo de David, nada tiene que ver con esto, ya que la armadura de Saúl, como dice la Glosa, son los sacramentos de la ley, que resultan pesados, mientras que la religión es el yugo suave de Cristo, porque, como dice San Gregorio en IV Moral., ¿qué carga pone sobre los hombros de nuestra alma quien manda huir de todo deseo que turba, quien aconseja apartarse de los caminos fatigosos de este mundo?
Y a los que cargan sobre sí este yugo suave, promete como alivio el gozo de Dios y el descanso del alma, al cual se digne llevarnos el mismo que lo prometió, Jesucristo, nuestro Señor, que es sobre todas las cosas Dios bendito por toda la eternidad. Amén.

Suma Teológica II-II Qu.189 a.9