Suma Teológica III Qu.44 a.3

ARTíCULO 3 ¿Procedió Cristo oportunamente cuando hizo milagros sobre los hombres?

Objeciones por las que parece que Cristo procedió indebidamente cuando hizo milagros sobre los hombres.
1. En el hombre, el alma es mejor que el cuerpo. Ahora bien, Cristo hizo muchos milagros sobre los cuerpos, pero no leemos que hiciese alguno sobre las almas, puesto que no convirtió milagrosamente algunos incrédulos a la fe, sino amonestándolos y haciendo milagros exteriores; ni leemos tampoco que haya hecho sabios a algunos necios. Luego parece que no procedió convenientemente cuando hizo milagros sobre los hombres.
2. Como antes se ha dicho (II-II 43,2), Cristo hacía los milagros con el poder divino, cuya propiedad es obrar repentinamente, de modo perfecto y sin ayuda de nada. Pero Cristo no siempre curó a los hombres repentinamente en cuanto al cuerpo, pues en Mc 8,22-25) se narra que, tomando al ciego de la mano, le sacó fuera del pueblo, y poniéndole saliva en los ojos, impuestas las manos, le preguntó si veía algo. Y, levantando los ojos, dijo: Veo hombres como árboles que caminan. Luego le impuso de nuevo las manos sobre los ojos,y comentó a ver,y quedó sanado de manera que lo veía todo claramente. Y así resulta evidente que no le curó repentinamente, sino, primero, de modo imperfecto y por medio de la saliva. Luego da la impresión de que no hizo oportunamente los milagros sobre los hombres.
3. Las cosas que no se implican mutuamente, no hay por qué quitarlas a la vez.
Ahora bien, la enfermedad corporal no siempre es causada por el pecado, como es manifiesto por lo que dice el Señor en Jn 9,2-3: Ni pecó éste, ni pecaron sus padres, para que naciera ciego. Luego no fue necesario que perdonase los pecados a los hombres que buscaban la curación de los cuerpos, como se lee que hizo con el paralítico, en Mt 9,2). Sobre todo porque, siendo una cosa menor la salud corporal que el perdón de los pecados, no parece ser un argumento convincente de que pudiera perdonar los pecados.
4. Los milagros de Cristo fueron hechos para confirmación de su doctrina y como testimonio de su divinidad, como antes se dijo (III 43,4). Ahora bien, nadie debe impedir el fin de su obra. Luego parece desacertado que Cristo prohibiese a los curados milagrosamente que lo dijesen a nadie, como es evidente en los pasajes de Mt 9,30) y (Mc 8,26); sobre todo cuando a algunos otros les ordenó publicar los milagros de que se habían beneficiado, como en Mc 5,19) se lee que dijo al que había liberado de los demonios: Vete a tu casa, a los tuyos, y anuncíales cuanto el Señor ha hecho contigo.
Contra esto: está lo que se lee en Mc 7,37: Todo lo hizo bien: hizo oír a los sordos y hablar a los mudos.
Respondo: Lo qúfe se ordena a un fin debe guardar proporción con tal fin.
Ahora bien, Cristo vino al mundo y enseñó con el fin de salvar a los hombres, conforme a las palabras de Jn 3,17: Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. Y por esto fue conveniente que Cristo mostrase, especialmente mediante las curaciones milagrosas de los hombres, que era el Salvador universal y espiritual de todos .
A las objeciones:
Soluciones: 1. Los medios que tienden a la consecución de un fin se distinguen del mismo fin. Y los milagros hechos por Cristo se ordenan, como a su fin, a la salud de la parte racional, que consiste en la ilustración de la sabiduría y en la justificación de los hombres. Lo primero presupone lo segundo, porque, como se dice en Sg 1,4), en alma perversa no entrará la Sabiduría, ni habitará en cuerpo sometido al pecado. Ahora bien, no era conveniente justificar a los hombres sin su consentimiento, porque esto hubiera sido contra la noción de justicia, que implica la rectitud de la voluntad; y también hubiera sido contra la esencia de la naturaleza humana, que ha de ser llevada al bien libremente y no por coacción.
Cristo, pues, justificó interiormente a los hombres con su virtud divina, pero no contra la voluntad de los mismos. Esto no es propiamente un milagro, pero pertenece al fin de los milagros. Igualmente, también con su poder divino infundió la sabiduría a los discípulos sencillos, por lo que les dice El en Lc 21,15: Yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Tal iluminación interior no se cuenta entre los milagros visibles, sino sólo en su aspecto exterior, a saber, en cuanto que los hombres veían a quienes eran iletrados y sencillos hablar tan sabiamente y con tanta entereza. Por eso se lee en Ac 4,13: Viendo, los judíos, la valentía de Pedro y Juan y considerando que eran hombres sin letras e ignorantes, se maravillaban. Y, sin embargo, aunque estos efectos espirituales se distingan de los milagros visibles, son, no obstante, testimonio de la doctrina y del poder de Cristo, conforme al pasaje de He 2,4: Testificando Dios con señales y prodigios, con diversos milagros y dones del Espíritu Santo.
No obstante, sobre las almas de los hombres, principalmente en lo que se refiere a cambiar las potencias inferiores, hizo Cristo algunos milagros. Por lo cual Jerónimo, a propósito de Mt 9,9 —"levantándose le siguió"—> comenta: El mismo resplandor y la majestad de la divinidad oculta, que se transparentaba también en su rostro humano, podía atraer hacia El a los que le contemplaban a primera vista. Y sobre aquellas palabras de Mt 21,12 —"arrojaba a todos los que vendían y compraban"-dice el mismo Jerónimo: Entre todos los prodigios que hizo el Señor, éste me parece el más admirable: Que un hombre solo, y sin prestigio en aquel tiempo, pudiera expulsar, a golpes de látigo, a tan gran muchedumbre. Sino que de sus ojos resplandecía una mirada toda fuego y brillante, y la majestad de la divinidad se traslucía en su rostro. Y Orígenes, In Ioann., escribe: Este milagro es mayor que el del agua convertida en vino, porque allí permanece la materia inanimada, mientras que aquí quedan subyugados los espíritus de tantos miles de hombres. Y sobre el pasaje de Jn 18,6 —"Retrocedierony cayeron en tierra"-dice Agustín: Con sola la voz¡ sin dardo alguno, hiere, rechaza, y echa por tierra aquella turba de odioferozj terrible por las armas. Es que Dios estaba escondido bajo la carne. Y al mismo propósito viene lo que se cuenta en Lc 4,30), que Jesús, atravesando por medio de ellos, se marchó. Sobre lo cual dice el Crisóstomo que estar en medio de los que ponen asechanzas y no ser aprehendido, demuestra la preeminencia de la divinidad. Y sobre las palabras de Jn 8,59 —"Jesús se ocultó y salió del templo" comenta Agustín: No se ocultó en un rincón del templo, ni se apartó tras un muro o una columna, como hombre medroso, sino que con su poder celeste se hizo invisible a los que le acechaban, y salió por medio de ellos.
Por todos estos testimonios resulta evidente que Cristo, cuando quiso, con su poder divino cambió las almas de los hombres, no sólo justificándoles e infundiendo en ellos la sabiduría, cosa que toca al fin de los milagros, sino también atrayéndolos exteriormente, o aterrándolos, o dejándolos atónitos, lo que pertenece a los propios milagros.
2. Cristo había venido a salvar al mundo no sólo con el poder de su divinidad, sino asimismo mediante el misterio de su encarnación. Y por esto, con frecuencia, cuando curaba a los enfermos no usaba sólo del poder divino, simplemente ordenando, sino que también añadía algo de parte de su humanidad. Por esto, sobre el pasaje de Lc 4,40 —"imponiendo las manos a cada uno, los curaba a todos"-comenta Cirilo: Aunque en cuanto Dios hubiera podido alejar todas las enfermedades con una palabra, los tocó, demostrando con ello que su humanidad era eficazj>ara dar remedios. Y acerca de Mc 8,23-25 —"poniendo saliva en sus ojos e imponiéndole las manos, etc."-dice el Crisóstomo: Escupió e impuso las manos al ciego, queriendo demostrar que la palabra divina, unida a la obra, hizo el milagro; la mano deja ver la acción; la saliva, la palabra que procede de la boca. Y sobre el pasaje de Jn 9,6 —"hizo barro con la saliva y untó con el barro los ojos del ciego"-escribe Agustín: Hizo barro con su saliva, porque "el Verbo se hizo carne". O también para significar que El mismo era quien del barro de la tierra había formado al hombre, como explica el Crisóstomo.
Acerca de los milagros de Cristo hay que considerar también que, en general, los hacía como obras perfectísimas. Por esto, a propósito de Jn 2,10 —"todo el mundo sirve primero el vino bueno"-comenta el Crisóstomo: Los milagros de Cristo son de tal categoría que resultan mucho más preciosos y útiles que las obras realizadas por la naturaleza. De igual modo confería instantáneamente la salud perfecta a los enfermos. Por ello, Jerónimo, a propósito de Mt 8,15 —"se levantó y los servía" —, comenta: La salud que el Señor confiere, vuelve íntegra en un instante.
Especialmente a propósito del ciego aquel sucedió lo contrario por su falta de fe, como dice el Crisóstomo. O, como dice Beda, al que podía curar totalmente y con una sola palabra, lo sana poco apoco, para mostrar la grandeva de la ceguera humana, que con dificultad, y como por pasos, vuelve a la luz¡ y para indicarnos su gracia, con la cual nos ayuda en cada avance hada la perfección.
3. Como antes se ha expuesto (II-II 43,2), Cristo hacía los milagros con el poder divino, y las obras de Dios son perfectas, tal como se lee en Dt 32,4. Pero nada es perfecto si no consigue su fin. Y el fin de la curacón exterior realizada por Cristo es la curación del alma. Por eso no convenía que Cristo curase el cuerpo de nadie sin curar su alma. De donde, a propósito de Jn 7,23 —"he curado enteramente a un hombre en día de sábado" —, comenta Agustín: Al ser curado para recobrar la salud del cuerpo, creyó para quedar sano del alma.
Especialmente se dice al paralítico: Tus pecados te son perdonados (Mt 9,5), porque, como expone Jerónimo In Matth., con esto se nos da a entender que los pecados son la causa de la mayor parte de las enfermedades corporales; y tal vez por eso son perdonados primeramente los pecados para que, suprimidas las causas de la enfermedad, sea devuelta la salud. Por lo cual, en Jn 5,14 se dice: Ya no vuelvas a pecar, no sea que te suceda algo peor. Con lo que, como dice el Crisóstomo, aprendemos que la enfermedad le había provenido del pecado.
Aunque, como añade el mismo Crisóstomo In Matth., cuanto el alma es mejor que el cuerpo, tanto es mayor perdonar los pecados que curar el cuerpo; mas, porque aquello no es manifiesto, hace lo que es menos pero más claro, para demostrar lo que es mayor pero no tan manifiesto.
4. Sobre las palabras de Mt 9,30 —"mirad que nadie lo sepa"-comenta el Crisóstomo: Lo que aquí se dice no es contrario a lo que se ordena al otro: "Vetey anuncia la gloría de Dios" (cf. Mc 5,19). Lo que se nos enseña es que nosotros debemos prohibirlo a los que tratan de alabarnos por causa de nosotros mismos. En cambio, si la gloria se refiere a Dios, no debemos impedirlo, sino más bien instar a que se haga.

ARTíCULO 4 ¿Fue conveniente que Cristo hiciese milagros sobre las criaturas irracionales?

Objeciones por las que parece inconveniente que Cristo hiciera milagros sobre las criaturas irracionales.
Objeciones: 1. Los animales irracionales son más nobles que las plantas. Pero Cristo hizo algún milagro sobre las plantas, por ejemplo cuando, a su palabra, se secó la higuera, como se narra en Mt 21,19. Luego parece que Cristo hubiera debido hacer milagros sobre los animales irracionales.
2. La pena sólo se impone justamente cuando hay culpa. Ahora bien, la higuera no tuvo la culpa de que Cristo no encontrase fruto en ella, porque no era el tiempo de los higos (Mc 11,13). Luego parece desacertado el que la secase.
3. El aire y el agua están entre el cielo y la tierra. Pero Cristo hizo algunos milagros en el cielo, como arriba se ha dicho (a. 2). E igualmente los hizo en la tierra, cuando ésta tembló al tiempo de su pasión (Mt 27,51). Luego parece que también debió hacer algún milagro en el aire y en el agua, por ejemplo dividir el mar, como lo hizo Moisés (cf. Ex 14,16 Ex 14,21), o el río, como Josué (cf. Jos 3) y Elías (cf. 2R 2,8); y que se produjesen truenos en la atmósfera, como aconteció en el monte Sinaí cuando era entregada la Ley (cf. Ex 19,16), y como lo hizo Elías, según 1R 18,45.
4. Los milagros conciernen a la obra del gobierno del mundo por la Providencia divina. Pero esta obra presupone la creación. Luego parece desacertado que Cristo se haya servido de la obra de la creación, por ejemplo cuando multiplicó los panes (cf. Mt 14,15). Por consiguiente, no parece haber sido convenientes los milagros sobre las criaturas irracionales.
Contra esto: está que Cristo es "la sabiduría de Dios" (1Co 1,24), de la cual se dice, en Sg 8,1), que dispone todas las cosas con suavidad.
Respondo: Como antes se ha expuesto (a. 3), los milagros de Cristo se ordenaban a dar a conocer en Él el poder de la divinidad para la salvación de los hombres. Ahora bien, concierne al poder divino que le estén sometidas todas las criaturas. Y, por este motivo, fue conveniente que hiciese milagros en toda clase de criaturas, y no sólo en los hombres, sino también en las criaturas irracionales.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Los animales irracionales son próximos al hombre según el género, por lo cual fueron creados el mismo día que el hombre. Y, por haber hecho tantos milagros sobre los cuerpos humanos, no convenía que hiciera milagro alguno sobre los cuerpos de los animales irracionales, sobre todo porque, en lo que toca a la naturaleza sensible y corporal, no hay diferencia entre los hombres y los animales, especialmente entre los terrestres. Los peces, por vivir en el agua, difieren más de la naturaleza del hombre, por lo que fueron creados en distinto día que éste. En ellos hizo Cristo el milagro de la pesca abundante, como se cuenta en Lc 5,4-11 y Jn 21,6); y también en el pez pescado por Pedro, y en el que encontró un estáter (Mt 17,26). Por lo que se refiere a los puercos que se precipitaron en el mar (cf. Mt 8,32), no se produjo una obra milagrosa, sino una obra de los demonios por permisión divina.
2. Como expone el Crisóstomo In Matth., cuando el Señor obra un prodigio semejante en las plantas o en los animales, no busques la justicia de que la higuera se haya secado, si no era tiempo de higos, porque preguntar por eso sería una locura, porque en tales seres no se da ni culpa ni pena; fyate, por el contrario, en el milagro, y admira al que lo hace. Ni hace el Creador injuria al dueño si usa de su criatura, a su arbitrio, para salud de los demás. Antes bien, como dice Hilario In Matth., hallamos en esto un argumento de la bondad divina, pues, queriendo ofrecer un ejemplo de la salud que nos da, ejerció la fuerza de su poder en los cuerpos humanos; mas, para indicar la forma de su severidad contra los contumaces, indicó lo que podía acontecerles mediante el daño de un árbol. Y sobre todo, como dice el Crisóstomo, en la higuera, que es muy húmeda, para que el milagro fuese más patente.
3. Cristo hizo también, en el agua y en el aire, los milagros que se armonizaban con sus propósitos, es a saber, cuando, como se lee en Mt 8,26), imperó a los vientos y al mar y sobrevino una gran bonanza. Pero no convenía, a quien había venido a restablecer todas las cosas a un estado de paz y tranquilidad, alterar el aire o dividir las aguas. Por esto dice el Apóstol en He 12,18: No os habéis acercado a un monte tangible, al fuego encendido, al torbellino, a la oscuridad y a la tormenta.
Sin embargo, con ocasión de la pasión, se rasgó el velo (Mt 27,52), para mostrar que quedaban al descubierto los misterios de la ley; se abrieron los sepulcros (Mt 27,52), para indicar que con su muerte se daba vida a los muertos; tembló la tierray se rajaron las rocas (Mt 27,52), para manifestar que los corazones lapídeos de los hombres se ablandarían con su pasión, y que todo el mundo, en virtud de la misma, había de mejorarse.
4. La multiplicación de los panes no se hizo en forma de creación, sino por adición de una materia extraña convertida en pan. Por esto dice Agustín In Ioann.: Como multiplica las mieses a base de pocos granos, así multiplicó en sus manos los cinco panes. Porque es evidente que los granos se multiplican en las mieses por conversión.

CUESTIÓN 45 Sobre la transfiguración de Cristo

Viene a continuación el tema de la transfiguración de Cristo. Y sobre esto se plantean cuatro problemas: 1. ¿Fue conveniente que Cristo se transfigurase? 2. ¿La claridad de la transfiguración fue la claridad de la gloria? 3. Sobre los testigos de la transfiguración.
4. Sobre el testimonio de la voz del Padre.

ARTíCULO 1 ¿Fue conveniente que Cristo se transfigurase?

Objeciones por las que parece no haber sido conveniente que Cristo se transfigurase (cf. Mt 17,1-13 Mc 9,1-13 Lc 9,28-36).
Objeciones: 1. No es propio del cuerpo real, sino del fantástico, tomar diversas formas. Pero el cuerpo de Cristo no fue fantástico, sino real, como antes se ha probado (III 5,1). Luego parece que no debió transformarse.
2. La figura es la cuarta especie de la cualidad, mientras que la claridad es la tercera por ser cualidad sensible. Luego la asunción de la claridad por Cristo no debe llamarse transfiguración.
3. Cuatro son las dotes del cuerpo glorioso, como se dirá más adelante (III 82,0 III 85,0), a saber: impasibilidad, agilidad, sutileza y claridad. Por consiguiente, no hay mayor razón para que se transfigurase según la claridad que para que lo hiciese tomando las otras dotes.
Contra esto: está que, en Mt 17,2), leemos: Jesús se transfiguró en presencia de tres de sus discípulos.
Respondo: Después de anunciar su pasión, el Señor había inducido a sus discípulos a seguirle por el mismo camino. Ahora bien, para que uno marche directamente por el camino, es necesario que, de algún modo, conozca el fin con anterioridad; así como el sagitario no disparará bien la flecha si antes no conoce el blanco al que tiene que dirigirla. Por eso dijo Tomás en Jn 14,5: Señor, no sabemos a dónde vas; y ¿cómo podemos saber el camino? Y esto es especialmente necesario cuando el viaje es difícil y áspero, y el camino laborioso, pero el fin alegre. Ahora bien, Cristo llegó a conseguir la gloria por medio de su pasión, no sólo la del alma, que gozó desde el principio de su concepción, sino también la del cuerpo, según el pasaje de Lc 24,26: Fue necesario que Cristo padeciese esto y que entrase así en su gloria. A ésta conduce también a los que siguen las huellas de su pasión, conforme a lo que se lee en Ac 14,21: Es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el reino de los cielos. Y por esto fue conveniente que manifestase a sus discípulos la gloria de su claridad (que es lo mismo que transfigurarse), con la que configurará a los suyos, como leemos en Ph 3,21: Transformará nuestro cuerpo miserable, conformándolo a su cuerpo glorioso. Por lo que dice Beda In Marc. : Por piadosa providencia aconteció que, mediante la breve contemplación del gozo que nunca acaba, tolerasen con mayor ánimo las adversidades.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Como comenta Jerónimo, In Matth., nadie piense que Cristo, por haberse transfigurado, perdió su forma y su fisonomía primitivas, o que dejó la realidad de su cuerpo y asumió un cuerpo espiritual o aéreo. Cómo se transfiguró, lo muestra el Evangelista cuando dice: "Brilló su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la nieve" (Mt 17,2). En tal pasaje se muestra el brillo del rostro, y se describe la blancura de los vestidos; no se suprime la sustancia, sino que se cambia la gloria.
2. La figura se considera en relación con el exterior del cuerpo, porque la figura es lo comprendido dentro del término o términos. Por eso, todo lo que afecta a los contornos del cuerpo parece que, de algún modo, pertenece a la figura del mismo. Como el color, así también la claridad de un cuerpo no transparente se considera por orden a su superficie. Y por ello la asunción de la claridad se llama transfiguración.
3. Entre las cuatro dotes citadas, únicamente la claridad es cualidad de la propia persona en sí misma; las otras dotes no se perciben más que en algún acto, movimiento o pasión. Así pues, Cristo mostró en sí mismo algunos indicios de las otras tres dotes, por ejemplo la agilidad, cuando caminó sobre las olas del mar (cf. Mt 14,25); y también (Lc 4,29 Jn 8,59 Jn 10,31); la sutileza, cuando salió del seno cerrado de la Virgen; la impasibilidad, al salir ileso de manos de los judíos, que querían despeñarle o apedrearle. Y, sin embargo, no se dice por eso que se transfiguró, sino únicamente por la claridad, que toca al aspecto de la misma persona.

ARTíCULO 2 ¿Aquella claridad fue la claridad de la gloria?

Objeciones por las que parece que aquella claridad no fue la claridad de la gloria.
Objeciones: 1. Dice una Glosa de Beda sobre Mt 17,2: "Se transfiguró ante ellos": Mostró, dice, en el cuerpo mortal, no la inmortalidad, sino una claridad semejante a la inmortalidad futura. Pero la claridad de la gloria es la claridad de la inmortalidad. Luego aquella claridad que Cristo mostró a los discípulos no fue la claridad de la gloria.
2. Sobre las palabras de Lc 9,27 —"no gustarán la muerte sin ver antes el reino de Dios"-dice la Glosa de Beda: Esto es, la glorificación del cuerpo en una representación imaginaria de la bienaventuranza futura. Pero la imagen de una cosa no es la cosa misma. Luego aquella claridad no fue la claridad de la bienaventuranza.
3. La claridad de la gloria afecta sólo al cuerpo humano. En cambio, aquella claridad de la transfiguración apareció no sólo en el cuerpo de Cristo, sino también en sus vestidos y en la nube resplandeciente que envolvió a los discípulos. Luego da la impresión de que aquella claridad no fue la claridad de la gloria.
Contra esto: está lo que, a propósito de Mt 17,2 —"se transfiguró ante ellos" —, dice Jerónimo: Se dejó ver de los Apóstoles tal como será en el momento del juicio. Y acerca del pasaje de Mt 16,28 —"hasta que vean al Hijo del hombre venir en su reino"-comenta el Crísóstomo: Queriendo manifestar lo que es aquella gloria en que luego ha de venir, se lo reveló en la vida presente, como ellos podían captarlo, afín de que ni siquiera en la muerte del Señor se aflijan.
Respondo: La claridad aquella que Cristo tomó en su transfiguración fue la claridad de la gloria en cuanto a la esencia, pero no en cuanto al modo de ser.
Porque la claridad del cuerpo glorioso brota de la claridad del alma, como dice Agustín en la epístola Ad Dioscorum. Y del mismo modo la claridad del cuerpo de Cristo en la transfiguración emanó de su divinidad, como afirma el Damasceno, y de la gloria de su alma. El que la gloria del alma no redundase en el cuerpo desde el principio de la concepción de Cristo, aconteció por una disposición divina, a fin de que realizase en un cuerpo pasible los misterios de nuestra redención, como antes se ha dicho (II-II 14,1 ad 2). Sin embargo, por esto no se le quitó a Cristo el poder de hacer venir la gloria de su alma sobre su cuerpo. Y esto fue lo que hizo cuando la transfiguración, por lo que se refiere a la claridad, aunque de modo distinto a como acontece en el cuerpo glorificado.
Porque en el cuerpo glorificado redunda la claridad del alma a modo de claridad permanente que afecta al cuerpo. De donde se sigue que el resplandor corporal no es algo milagroso en el cuerpo glorioso. Pero, en la transfiguración, la claridad del cuerpo de Cristo provino de su divinidad y de su alma, no a modo de cualidad inmanente y afectando al mismo cuerpo, sino más bien a modo de pasión transeúnte, como cuando la atmósfera es iluminada por el sol. Por lo cual, el resplandor que entonces apareció en el cuerpo de Cristo fue milagroso, como lo fue el que caminase sobre las olas del mar (cf. Mt 14,25). Por esto dice Dionisio en la Epístola IV Ad Caium: Sobre la naturaleza humana obra Cristo lo que es propio del hombre; y esto lo demuestra la Virgen concibiendo sobrenaturalmente y el agua inestable sosteniendo la gravedad de unos pies materiales y terrenos.
Por esto no debe afirmarse, como dijo Hugo de San Víctor, que Cristo tomó las dotes: de claridad, en la transfiguración; de agilidad, cuando anduvo sobre el mar; y de sutileza, al salir del seno cerrado de la Virgen, porque dote significa una cualidad inmanente en el cuerpo glorioso. Pero tuvo milagrosamente lo que es propio de tales dotes. Y algo semejante ocurrió, en cuanto al alma, con la visión en que Pablo, durante un rapto, vio a Dios, como ya se ha dicho en la Segunda Parte (II-II 175,3 ad 2).
A las objeciones:
Soluciones: 1. Con tales palabras no se demuestra que la claridad de Cristo no fuese la claridad de la gloria, sino que no fue la claridad del cuerpo glorioso, porque el cuerpo de Cristo no era todavía inmortal. Pero como, por dispensación divina, sucedió que la gloria del alma de Cristo no redundase en su cuerpo, asimismo pudo acontecer, por divina disposición, que redundase en cuanto a la dote de claridad, y no en cuanto a la dote de impasibilidad.
2. Aquella claridad se dice que fue imaginaria, no porque fuera la verdadera claridad de la gloria, sino porque era una imagen que representaba aquella perfección según la cual el cuerpo será glorioso.
3. Como la claridad del cuerpo de Cristo representaba la claridad futura de su cuerpo, así el resplandor de sus vestidos designaba la futura claridad de los santos, que será superada por la claridad de Cristo, como el resplandor de la nieve es superado por el resplandor del sol. Por lo cual dice Gregorio, en XXXII Moral., que los vestidos de Cristo se tornaron resplandecientes porque, en el culmen de la claridad celeste, todos los santos se le juntarán resplandecientes con la luz de la justicia. Los vestidos simbolizan a los justos que allegará a sí, conforme al pasaje de Is 49,18: Te vestirás con todos éstos como con un adorno.
La nube resplandeciente significa la gloria del Espíritu Santo, o el poder del Padre, como dice Orígenes, que protegerá a los santos en la gloria futura.
Aunque también podría significar acertadamente la claridad del mundo renovado que será la morada de los santos. Por esto, cuando Pedro se disponía a construir las tiendas, una nube luminosa envolvió a los discípulos.

ARTíCULO 3 ¿Fue conveniente hacer comparecer testigos de la transfiguración?

Objeciones por las que parece que no fue conveniente hacer comparecer testigos de la transfiguración.
Objeciones: 1. Cada uno puede dar testimonio principalmente de las cosas que conoce.
Ahora bien, al tiempo de la transfiguración de Cristo, ningún hombre conocía por experiencia la gloria futura de éste, sino sólo los.ángeles. Luego los testigos de la transfiguración debieron ser más bien los ángeles que los hombres.
2. Los testigos de la verdad no deben ser fingidos, sino verdaderos. Pero Moisés y Elías no estuvieron allí presentes de verdad, sino en apariencia, pues dice una Glosa sobre Lc 9,30 —"estaban Moisés y Elías, etc."—: Debe tenerse en cuenta que allí no aparecieron el cuerpo o las almas de Moisés o de Elías, sino que aquellos cuerpos fueron formados a base de otra materia. También puede creerse que esto aconteció por ministerio angélico, de modo que los ángeles asumiesen la representación de sus personas. Luego no parece que fuesen los testigos oportunos.
3. En Ac 10,43 se dice que todos los profetas dan testimonio de Cristo. Luego debieron estar presentes como testigos no sólo Moisés y Elías, sino también todos los profetas.
4. La gloria de Cristo se promete a todos los fieles, en los que quiso encender el deseo de la gloria por medio de su transfiguración. Luego no debió tomar como testigos de su transfiguración solamente a Pedro, Santiago y Juan, sino a todos los discípulos.
Contra esto: está la autoridad de la Escritura encarnada en los Evangelios (cf. Mt 17,1 Mc 9,1 Lc 9,28).
Respondo: Cristo quiso transfigurarse para mostrar su gloria a los hombres y para provocar en ellos el deseo de la misma, como antes se ha dicho (a. 1).
Ahora bien, los hombres son conducidos a la gloria de la eterna bienaventuranza por Cristo, no sólo los que han existido después de El, sino también los que le precedieron; de donde, cuando El se encaminaba a la pasión, lo mismo las turbas que le seguían que las que le precedían clamaban Hosanna, conforme se lee en Mt 21,9, como si le pidiesen la salvación. Y por eso fue conveniente que se hallasen presentes, como testigos de los que le precedían, Moisés y Elías; y de los que le seguían, Pedro, Santiago y Juan, para que por la declaración de dos o tres testigos sea firme este hecho (cf. Dt 19,15).
A las objeciones:
Soluciones: 1. Cristo, por medio de su transfiguración, manifestó a los discípulos la gloria de su cuerpo, que sólo atañe a los hombres. Y por esto fue conveniente que se hiciese comparecer como testigos no a los ángeles, sino a los hombres.
2. La glosa aducida se dice que está tomada del libro titulado De Mirabilibus Sacrae Scripturae, que no es un libro auténtico, sino falsamente atribuido a Agustín. Por eso no se debe prestar atención a tal glosa. En cambio, dice Jerónimo In Matth.: Debe observarse que no quiso acceder a dar una señal del cielo a los escribas y fariseos, que se la pedían; sin embargo, en este caso, para aumentar la fe de los Apóstoles, les da una señal del cielo, bajando Elías de donde había subido y levantándose Moisés de la morada de los muertos. Esto no debe entenderse como si Moisés hubiera reasumido su cuerpo, sino que su alma se apareció mediante algún cuerpo que tomó, como se aparecen los ángeles. Elías, en cambio, se apareció con su propio cuerpo, no traído del cielo empíreo, sino de algún lugar alto al que hubiera sido arrebatado en el carro de fuego (cf. 2R 2,11).
3. Como escribe el Crisóstomo In Matth.: Moisés y Elías fueron traídos a escena por muchas rabones. Primera: Porque, al decir las turbas que El era Elías 0 Jeremías o uno de los profetas, trajo consigo a los príncipes de los profetas, con el fin de que, al menos aquí, se vea la diferencia entre los siervos y el Señor.
Segunda: Porque Moisés dio la Ley, y Elías fue el celador de la gloria del Señor.
Por lo que, al aparecer junto con Cristo, queda excluida la calumnia de los judíos, que acusaban a Cristo de transgredir la Ley y de blasfemar contra Dios, usurpando su gloria.
Tercera: Para demostrar que tenía poder sobre la muerte y la vida, y que era el juez de vivos y muertos, puesto que trajo consigo a Moisés, que ya había muerto, y a Elías, que aún vivía.
Cuarta: Porque, como dice (Lc 9,31), "hablaban con El de su partida, que había de cumplirse en Jerusalén", es decir, de su pasión y de su muerte. Y por este motivo, a fin de fortalecer los ánimos de sus discípulos acerca de este problema, hace comparecer a aquellos que se expusieron a la muerte por Dios, pues Moisés se presentó ante el faraón con peligro de muerte, y Elías ante el rey Acab (cf. Ex 5 1R 18).
Quinta: Porque quería que sus discípulos emulasen la mansedumbre de Moisés y el celo de Elías.
Sexta, añadida por Hilario: Para demostrar que había sido anunciado por la Ley, dada por Moisés, y por los profetas, entre los cuales Elías ocupa el primer lugar.
4. Los grandes misterios no deben ser expuestos inmediatamente a todos, sino que deben llegar a los demás, a su debido tiempo, por medio de los mayores. Y por eso, como dice el Crisóstomo, tomó tres como los mejores. Pues Pedro sobresalió en elamoropz profesó a Cristo y, de nuevo, por la potestad que le fue conferida; Juan se distinguió por el privilegio del amor que Cristo le tuvo por causa de su virginidad, y, en segundo lugar, por la prerrogativa de la doctrina evangélica; y Santiago fue eminente por el testimonio del martirio (cf. Ac 12,2). Y, sin embargo, no quiso que estos mismos anunciasen a los demás lo que habían visto antes de su resurrección, a fin de que, como escribe Jerónimo, no resultara increíble por la grandez del suceso, y para que, después de una gloría tan alta, no se convirtiera en escándalo la cruz que venía a continuación; o también, para que el pueblo no la impidiese totalmente; y asimismo, para que, cuando fuesen llenos del Espíritu Santo, fuesen testigos entonces de los acontecimientos espirituales.


Suma Teológica III Qu.44 a.3