COLLATIONES DE DONIS S. SANCTI-BONAVENTURAE 601

CAPITULO VI: ESPECULACIÓN DE LA BEATÍSIMA TRINIDAD EN SU NOMBRE QUE ES EL BIEN

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1. Considerados ya los atributos esenciales, debemos levantar el ojo de la inteligencia a la cointuición de la beatísima Trinidad, para ver de colocar a un querubín junto a otro querubín. Y a decir verdad, así como para la consideración de los atributos esenciales el ser es, no sólo el principio radical, sino también el nombre que da a conocer los demás nombres, así también para la contemplación de las emanaciones personales el bien es el principalísimo fundamento.

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2. Entiende, pues, y considera que aquel bien se dice de todo en todo óptimo, en cuya comparación nada mejor puede concebirse. Y semejante bien es de manera que no puede concebirse, cual es debido, como no existente, coma quiera que absolutamente mejor es el existir que el no existir; y aun es tal, que no es posible concebirlo rectamente, sino concibiéndolo como uno y trino. El bien, en efecto es difusivo de suyo; luego el sumo bien es sumamente difusivo de suyo. Pero la difusión no puede ser suma, no siendo a la vez actual e intrínseca, substancial e hipostática natural y voluntaria, liberal y necesaria, indeficiente y perfecta. Por lo tanto, de no existir una producción actual y consubstancial, con duración eterna, en el sumo bien, y además una persona tan noble como la persona que la produce a modo de generación y de espiración - modo que es del principio eterno que eternamente está principiando sus término principiados, de suerte que haya un amado y un coamado un engendrado y un espirado, a saber: el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo -, nunca existiera el sumo bien, pues que entonces no se difundiría sumamente. Y es que, en relación a lo inmenso de la bondad eterna, la difusión temporal en las criaturas no es sino como centro o punto, razón por la que es posible concebir aun otra difusión mayor, cual sería aquella en que el bien difusivo comunicase a otro toda su substancia y naturaleza. Luego el bien no seria sumo bien, si tanto en si mismo como conceptualmente, careciera de la difusión suma.

Por tanto, si con el ojo de la mente puedes cointuir la pureza de aquella bondad, que es el acto poro del principio que caritativamente ama con amor gratuito, con amor debido y con amor compuesto de entrambos; que es la difusión plenísima a modo de la naturaleza y de la voluntad; que es la difusión a modo del Verbo, en quien se dicen todas las cosas, y a modo del don, en quien los demás dones se donan; entenderás que, por razón de la suma comunicabilidad del bien, es necesario exista la Trinidad del Padre, y de] Hijo, y del Espíritu Santo. Personas que por ser sumamente buenas, por necesidad son sumamente comunicables; por ser sumamente comunicables, sumamente consubstanciales; por ser sumamente consubstanciales, sumamente configurables semejantes; por ser comunicables, consubstanciales y configurables en sumo grado, sumamente coiguales y, por lo mismo, sumamente coeternas; propiedades de las que resulta la suma cointimidad por la que, no sólo una persona está necesariamente en la otra por razón de la circunincesión suma, sino también la una obra con la otra por razón de la omnímoda identidad de la substancia, virtud y operación de la misma beatísima Trinidad.

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3. Pero al contemplar estas cosas, cuídate de pensar que comprendes al incomprensible. Porque en estas seis pro piedades tienes que considerar todavía algo que te llevará al pasmo de la admiración. Porque en ellas se concierta la suma comunicabilidad con las propiedades de las personas la suma consubstancialidad con la pluralidad de hipóstasis. La suma configurabilidad – semejanza - con la personalidad distinta, la suma coigualdad con el orden, la suma coeternidad con la emanación y la suma cointimidad con la misión ¿Quién, a la vista de tantas maravillas, no queda arrebatado en admiración ? Y, por cierto, con levantar los ojos a la bondad sobre toda bondad, entendemos certísimamente que toda, estas maravillas se hallan en la beatísima Trinidad. Porque si suma es allí la comunicación y la difusión verdadera, verdadero es allí el origen y la distinción verdadera; y porque la comunicación es total y no parcial, por eso el sumo bien comunica lo que tiene y todo cuanto tiene. Luego, tanto el que emana como el que produce se distinguen por sus propiedades y son una misma cosa esencialmente. Por distinguirse, digo, por las propiedades, tienen propiedades personales, pluralidad de hipóstasis; emanación, procedente del principio; orden, no de posterioridad, sino de origen; misión, en fin, que no es de cambio local, sino de inspiración gratuita por razón de la autoridad de la persona producente, autoridad que compete al que envía con respecto al enviado. Y por ser una misma cosa en la substancia, por eso es de todo punto necesario que se identifiquen en la esencia, en la forma en la dignidad, en la eternidad, en la existencia y en el ser incircunscriptible. Y así, cuando estas cosas, cada una de por si y separadamente, las consideras, tienes donde contemplar la verdad, y al considerarlas, comparadas las unas con las otras, donde quedarte suspenso en admiración profundísima; y por eso, a fin de que tu alma suba, mediante la admiración, a una contemplación admirable, has de considerar todas ellas en su mutua relación.

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4. Y en verdad, esto mismo vienen a significar los querubines, que el uno al otro se miraban. Ni carece de misterio que ambos se miraran, y se miraran, vueltos sus rostros al propiciatorio, para que así se cumpla lo que dice e Señor por San Juan: En esto consiste la vida eterna, en conocerte a ti, solo Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien enviaste. Y es que debemos admirar las propiedades esenciales y personales, no sólo en sí mismas, sino también comparándolas con la soberanamente admirable unión de Dios y del hombre en la persona divina de Cristo.

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5. Si eres, pues, uno de los querubines, cuando contemplas los atributos esenciales de Dios, si te admiras de que el ser divino sea juntamente primero y último, eterno y enteramente presente, simplicísimo y máximo o incircunscrito, todo en todas partes, pero nunca comprendido, actualísimo, pero nunca movido, perfectísimo sin superfluidades ni menguas, pero con todo eso, inmenso e infinito sin límites, unicísimo, pero omnímodo, por cuanto contiene en sí mismo todas las cosas, esto es, toda virtud, toda verdad todo bien; pásmate de que en él el primer Principio esté unido con el postrero, Dios con el hombre formado el sexto día, el principio eterno con el hombre temporal, nacido de la Virgen en la plenitud de los tiempos; el principio simplicísimo con el que es enteramente compuesto, el principio actualísimo con el que padeció extremadamente y murió, e principio perfectísimo e inmenso con el que es pequeño, e principio unicísimo y omnímodo con una naturaleza individual, compuesta y distinta de las demás, es decir, con la naturaleza humana de Jesucristo.

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6. Y si eres el otro querubín, contemplando lo propio de las personas, si te admiras viendo existir la comunicabilidad con la propiedad, la consubstancialidad con la pluralidad la semejanza con la personalidad, la coigualdad, con el orden la coeternidad, con la producción y la cointimidad con las misiones, - pues que el Hijo es enviado por el Padre y el Espíritu Santo, a su vez, coexistiendo con el Padre y el Hijo, sin separarse de ellos jamás, es enviado por entrambos -; mira al propiciatorio y asómbrate de que en Cristo venga a componerse la unión personal, tanto con la trinidad de substancias como con la dualidad de naturalezas, la conformidad omnímoda con la pluralidad de voluntades, la predicación mutua de lo divino a lo humano y de lo humano a lo divino con la pluralidad de propiedades, la única adoración con la pluralidad de excelencias, la única exaltación sobre todas las cosas con la pluralidad de dignidades y el dominio único con la pluralidad de potestades.

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7. En esta consideración es donde nuestra alma, a la vista del hombre formado a imagen de Dios, como si fuese el sexto día, halla iluminación perfecta. Porque siendo la imagen una semejanza expresiva, nuestra alma, al contemplar en Cristo, Hijo de Dios e imagen de Dios invisible por naturaleza, nuestra humanidad, tan admirablemente exaltada y tan inefablemente unida; al ver, digo, en Cristo reducidos a unidad al primero y al último, al sumo y al ínfimo, a la circunferencia y al centro, al alfa y a la omega, al efecto y a la causa, al creador y a la criatura, al Verbo escrito por dentro y por fuera, llegó ya a un objeto perfecto, para con Dios lograr la perfección de sus iluminaciones en el sexto grado, como en el sexto día, de suerte que nada le queda ya más que el día de descanso, en el que, mediante el mental exceso, descanse la perspicacia de la mente humana de todas las obras que llevó a cabo.

CAPÍTULO VII: EXCESO MENTAL Y MÍSTICO, EN EL QUE SE DA DESCANSO AL ENTENDIMIENTO,

TRASPASÁNDOSE EL AFECTO TOTALMENTE A DIOS A CAUSA DEL EXCESO

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1 Habiendo recorrido, pues, estas seis consideraciones que son como las seis gradas del trono del verdadero Salomón, mediante las cuales se arriba a la paz, donde el verdadero pacífico descansa en La mente ya pacificada, como en una Jerusalén interior, o como las seis alas del querubín que el alma del verdadero contemplativo, llena de la ilustración de la celestial sabiduría, pueden elevarla a lo alto o como los seis días primeros, en los que debe el alma ejercitarse para por fin llegar al reposo del sábado; habiendo nuestra alma, vuelvo a repetir, cointuído a Dios fuera de s misma por los vestigios y en los vestigios, dentro de sí misma por la imagen y en la imagen, y sobre si misma, no sólo por la semejanza de la luz divina que brilla sobre nuestra mente sino también en la misma luz, según las posibilidades de estado vial y del ejercicio mental después que ha llegado en el sexto grado, hasta especular en el principio primero y sumo y mediador entre Dios y los hombres, a saber: en Jesucristo, maravillas que no teniendo en manera alguna semejantes en las cosas creadas, exceden toda perspicacia de: humano entendimiento, esto es lo que le queda todavía: trascender y traspasar, especulando tales cosas, no sólo este mundo sensible sino también a sí misma, tránsito en el que Cristo es el camino y la puerta, la escala y el vehículo como propiciatorio colocado sobre el arca y sacramento escondido en Dios desde tantos siglos.

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2. Quien a este propiciatorio mira, convirtiendo a él por entero el rostro, y lo mira suspendido en la cruz con sentimientos de fe, esperanza, caridad, devoción, admiración alegría, honra, alabanza y júbilo, ése celebra con Él la pascua, es decir, el tránsito, de suerte que, en virtud de la vara de la cruz, pasa a través del mar Rojo, entrando de Egipto en el desierto, donde le sea dado gustar el maná escondido y reposar con Cristo en el túmulo cual si estuviera muerto al exterior, pero experimentando, sin embargo, en cuanto es posible en el estado de viador, lo que en la cruz se dijo a ladrón adherido a Cristo: Hoy estarás conmigo en el paraíso.

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3. Y esto es lo que se dio a conocer al bienaventurado Francisco cuando, durante el exceso de la contemplación en el alto monte - donde traté interiormente estas cosas que se han escrito -, se le apareció el serafín de seis alas, clavado en la cruz, relación que yo mismo y otros varios oímos al compañero, que a la sazón con él estaba; allí donde pasó a Dios por contemplación excesiva y quedó puesto como ejemplar de la contemplación perfecta, como antes lo había sido de la acción, cual otro Jacob e Israel, de manera que a todos los varones verdaderamente espirituales Dios los invitase por él, más con el ejemplo que con la palabra, a semejante tránsito y mental exceso.

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4. Y en este tránsito, si es perfecto, es necesario que se dejen todas las operaciones intelectuales, y que el ápice del afecto se traslade todo a Dios y todo se transforme en Dios. Y esta es experiencia mística y serenísima, que nadie la conoce, sino quien la recibe, ni nadie la recibe, sino quien la desea; ni nadie la desea, sino aquel a quien el fuego del Espíritu Santo lo inflama hasta la médula. Por eso dice el Apóstol que esta mística sabiduría la reveló el Espíritu Santo.

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5 Y así, no pudiendo nada la naturaleza y poco la industria, ha de darse poco a la inquisición y mucho a la unción; poco a la lengua y muchísimo a la alegría interior; poco a la palabra y a los escritos, y todo al don de Dios, que es el Espíritu Santo; poco o nada a la criatura, todo a la esencia creadora, esto es, al Padre, y al Hijo, y a Espíritu Santo, diciendo con Dionisio al Dios trino: "Oh Trinidad, esencia sobre toda esencia y deidad sobre toda deidad, inspectora soberanamente óptima de la divina sabiduría, dirígenos al vértice trascendentalmente desconocido, resplandeciente y sublime de las místicas enseñanzas, vértice donde se esconden misterios nuevos, absolutos e inmutables de la Teología en lo oscurísimo, que es evidente sobre toda evidencia, en conformidad con las tinieblas y del silencio que ocultamente enseñan, relucientes sobre toda luz, resplandecientes sobre todo resplandor, tinieblas donde todo brilla y los entendimientos invisibles quedan llenos sobre toda plenitud de invisibles bienes, que son sobre todos los bienes". Digamos esto a Dios. Y al amigo para quien estas cosas se escriben, digámosle con el mismo Dionisio: "Y tú amigo, pues tratas de las místicas visiones, deja con redoblados tus esfuerzos, los sentidos y las operaciones intelectuales y todas las cosas sensibles e invisibles, las que tienen el ser y las que no lo tienen; y como es posible a la criatura racional, secreta o ignoradamente, redúcete a la unión de aquel que es sobre toda substancia y conocimiento. Porque saliendo por el exceso de la pura mente de ti y de todas las cosas, dejando todas y libre de todas, serás llevado altísimamente al rayo clarísimo de las divinas tinieblas.

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6. Y si tratas de averiguar como sean estas cosas, pregúntalo a la gracia, pero no a la doctrina; al deseo, pero no al entendimiento; al gemido de la oración, pero no al estudio de la lección; al esposo, pero no al maestro; a la tiniebla pero no a la claridad; a Dios, pero no al hombre; no a la luz, sino al fuego, que inflama totalmente y traslada a Dios con excesivas unciones y ardentísimos afectos. Fuego que ciertamente, es Dios, y fuego cuyo horno está en Jerusalén, y que lo encendió Cristo con el fervor de su ardentísima pasión y lo experimenta, en verdad, aquel que viene a decir Mi alma ha deseado el suplicio y mis huesos la muerte. El que ama está muerto, puede ver a Dios, porque, sin duda alguna, son verdaderas estas palabras: No me verá hombre alguno sin morir.

Muramos, pues, y entremos en estas tinieblas, reduzca mas a silencio los cuidados, las concupiscencias y los fantasmas de la imaginación; pasemos con Cristo crucificado de este mundo al Padre, a fin de que, manifestándose en nosotros el Padre, digamos con Felipe: Esto nos basta; oigamos con San Pablo: Bástate mi gracia; y nos alegremos con David, diciendo: Mi carne y mi corazón desfallecen, Dios de mi corazón y herencia mía por toda la eternidad. Bendito sea el Señor eternamente, y responderá el pueblo: Así sea. Así sea Amén.





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