JP-II Cartas sacerdotes




JUAN PABLO II CARTAS A LOS SACERDOTES

CON OCASION DEL JUEVES SANTO

CON OCASION DEL JUEVES SANTO DE 1994

1994

Queridos Hermanos en el Sacerdocio:


1. En este dia nos encontramos en torno a la Eucaristia, el tesoro mas grande de la Iglesia, como recuerda el Concilio Vaticano II (cfr. Sacrosanctum Concilium,10). Cuando en la liturgia del Jueves Santo hacemos memoria de la institucion de la Eucaristia, esta muy claro para nosotros lo que Cristo nos ha dejado en tan sublime Sacramento. "Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amo hasta el extremo" (
Jn 13,1). Esta expresion de san Juan encierra, en un cierto sentido, toda la verdad sobre la Eucaristia: verdad que constituye contemporaneamente el corazon de la verdad sobre la Iglesia. En efecto, es como si la Iglesia naciera cotidianamente de la Eucaristia celebrada en muchos lugares de la tierra, en condiciones tan variadas, entre culturas tan diversas, como para hacer de esta manera que el renovarse del misterio eucaristico casi se convierta en una "creacion" diaria. Gracias a la celebracion de la Eucaristia cada vez madura mas la conciencia evangélica del pueblo de Dios, ya sea en las naciones de secular tradicion cristiana, ya sea en los pueblos que han entrado, desde hace poco, en la dimension nueva que, siempre y en todas partes, es conferida a la cultura de los hombres por el misterio de la encarnacion del Verbo, de su muerte en cruz y de su resurreccion.

El Triduo Santo nos introduce de modo unico en este misterio para todo el ano liturgico. La liturgia de la institucion de la Eucaristia constituye una singular anticipacion de la Pascua, que se celebra comenzando el Viernes Santo, a través de la Vigilia Pascual, hasta el Domingo y la Octava de la Resurreccion.

En el umbral de este gran misterio de la fe, queridos Hermanos en el Sacerdocio, os encontrais hoy, en torno a vuestros Obispos respectivos en las catedrales de las Iglesias diocesanas, para reavivar la institucion del Sacramento del Sacerdocio junto al de la Eucaristia. El Obispo de Roma celebra esta liturgia rodeado por el Presbiterio de su Iglesia, asi como hacen mis Hermanos en el Episcopado junto con los presbiteros de sus Comunidades diocesanas.

He aqui el motivo del encuentro de hoy. Deseo que en esta circunstancia os llegue una especial palabra mia, para que todos juntos podamos vivir plenamente el gran don que Cristo nos ha dejado. En efecto, para nosotros presbiteros, el Sacerdocio constituye el don supremo, una particular llamada para participar en el misterio de Cristo, que nos confiere la inefable posibilidad de hablar y actuar en su nombre. Cada vez que celebramos la Eucaristia, esta posibilidad se hace realidad. Obramos "in persona Christi" cuando, en el momento de la consagracion, pronunciamos las palabras: "Esto es mi cuerpo, que sera entregado por vosotros... ste es el caliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que sera derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdon de los pecados. Haced esto en conmemoracion mia". Precisamente hacemos esto: con gran humildad y profunda gratitud. Este acto sublime, y al mismo tiempo sencillo, de nuestra mision cotidiana de sacerdotes extiende, se podria decir, nuestra humanidad hasta los ultimos confines.

Participamos en el misterio del Verbo "Primogénito de toda la creacion" (Col 1,15), que en la Eucaristia restituye al Padre todo lo creado, el mundo del pasado y el del futuro y, ante todo, el mundo contemporaneo, en el cual El vive junto a nosotros, esta presente por nuestra mediacion y, precisamente por nuestra mediacion, ofrece al Padre el sacrificio redentor. Participamos en el misterio de Cristo, "el Primogénito de entre los muertos" (Col 1,18), que en su Pascua transforma incesantemente el mundo haciéndolo progresar hacia "la revelacion de los hijos de Dios" (Rm 8,19). Asi pues, la entera realidad, en cualquiera de sus ambitos, se hace presente en nuestro ministerio eucaristico, que se abre contemporaneamente a toda exigencia personal concreta, a todo sufrimiento, esperanza, alegria o tristeza, segun las intenciones que los fieles presentan para la Santa Misa. Nosotros recibimos estas intenciones con espiritu de caridad, introduciendo asi todo problema humano en la dimension de la redencion universal.

Queridos Hermanos en el Sacerdocio, este ministerio nuestro forma una nueva vida en nosotros y en torno a nosotros. La Eucaristia evangeliza los ambientes humanos y nos consolida en la esperanza de que las palabras de Cristo no pasan (cfr. Lc 21,33). No pasan sus palabras, enraizadas como estan en el sacrificio de la Cruz: de la perpetuidad de esta verdad y del amor divino, nosotros somos testigos particulares y ministros privilegiados. Entonces podemos alegrarnos juntos, si los hombres sienten la necesidad del nuevo Catecismo, si toman en sus manos la Enciclica "Veritatis splendor". Todo esto nos confirma en la conviccion de que nuestro ministerio del Evangelio se hace fructifero en virtud de la Eucaristia. Por otra parte, durante la Ultima Cena, Cristo dijo a los Apostoles: "No os llamo ya siervos...; a vosotros os he llamado amigos... No me habéis elegido vosotros a mi, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayais y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca" (Jn 15,15-16).

¡Qué inmensa riqueza de contenidos nos ofrece la Iglesia durante el Triduo Santo, y especialmente hoy, Jueves Santo, en la liturgia crismal! Estas palabras mias son solamente un reflejo parcial de la riqueza que cada uno de vosotros lleva ciertamente en el corazon. Y quizas esta Carta para el Jueves Santo servira para hacer que las multiples manifestaciones del don de Cristo, esparcidas en el corazon de tantos, confluyan ante la majestad del "gran misterio de la fe" en una significativa condivision de lo que el Sacerdocio es y para siempre permanecera en la Iglesia. Que nuestra union en torno al altar pueda incluir a cuantos llevan en si el signo indeleble de este Sacramento, recordando también a aquellos hermanos nuestros que, de alguna manera, se han alejado del sagrado ministerio. Confio que este recuerdo conduzca a cada uno de nosotros a vivir aun mas profundamente la sublimidad del don constituido por el Sacerdocio de Cristo.



2. Hoy deseo entregaros idealmente, queridos Hermanos, la Carta que he dirigido a las Familias en el Ano dedicado a ellas. Considero una circunstancia providencial que la Organizacion de las Naciones Unidas haya proclamado el 1994 como Ano Internacional de la Familia. La Iglesia, fijando la mirada en el misterio de la Sagrada Familia de Nazaret, participa en tal iniciativa, casi encontrando en ella una ocasion propicia para anunciar el "evangelio de la familia". Cristo lo ha proclamado con su vida escondida en Nazaret en el seno de la Sagrada Familia. Este evangelio ha sido anunciado después por la Iglesia apostolica, como es bien evidente en las Cartas de los apostoles, y mas tarde ha sido testimoniado por la Iglesia postapostolica, de la cual hemos heredado la costumbre de considerar a la familia como "ecclesia domestica".

En nuestro siglo, el "evangelio de la familia" es presentado por la Iglesia con la voz de tantos sacerdotes, parrocos, confe sores, Obispos; en particular, con la voz de la Sede Apostolica. ¡Casi todos mis Predecesores han dedicado a la familia una significativa parte de su "magisterio petrino"! Ademas, el Concilio Vaticano II ha expresado su amor por la institucion familiar a través de la Constitucion Pastoral "Gaudium et spes", en la cual ha confirmado la necesidad de sostener la dignidad del matrimonio y la familia en el mundo contemporaneo.

El Sinodo de los Obispos de 1980 esta en el origen de la Exhortacion Apostolica "Familiaris consortio", que puede considerarse la "magna charta" del apostolado y de la pastoral de la familia. Las dificultades del mundo contemporaneo, y especialmente de la familia, afrontadas con valentia por Pablo VI en la Enciclica "Humanae vitae", exigian una mirada global sobre la familia humana y sobre la "ecclesia domestica" en el mundo de hoy. La Exhortacion Apostolica se ha propuesto precisamente esto. Ha sido necesario elaborar nuevos métodos de accion pastoral segun las exigencias de la familia contemporanea. En sintesis, se podria decir que en nosotros, sacerdotes y confesores, la solicitud por la familia, y en particular por los conyuges, maridos y mujeres, por los ninos y los jovenes, por las generaciones adultas y por las mas jovenes, exige ante todo el descubrimiento y la constante promocion del apostolado de los laicos en ese ambito. La pastoral familiar -lo sé por mi experiencia personal- constituye en cierto sentido la quintaesencia de la actividad de los sacerdotes en todo ambito y a cualquier nivel. De todo esto habla la "Familiaris consortio". La Carta a las Familias no es otra cosa que el recuerdo y la actualizacion de tal patrimonio de la Iglesia postconciliar.

Deseo que esta Carta resulte util a las familias en la Iglesia y fuera de la Iglesia; que os sirva a vosotros, queridos Sacerdotes, en vuestro ministerio pastoral dedicado a las familias. Sucede un poco como con la Carta a los Jovenes, de 1985, que dio inicio a una gran animacion apostolica y pastoral de los jovenes en todas las partes del mundo. De esta renovacion son expresion las Jornadas Mundiales de la Juventud, celebradas en las parroquias, en las diocesis y a nivel de toda la Iglesia, como la desarrollada recientemente en Denver, en los Estados Unidos.

Esta Carta a las Familias es mas amplia. Mas rica y universal es, en efecto, la problematica de la familia. Preparando su texto, me he convencido una vez mas de que el magisterio del Concilio Vaticano II, y en particular la Constitucion Pastoral "Gaudium et spes", es una rica fuente de pensamiento y de vida cristiana. Espero que esta Carta pueda constituir para vosotros una ayuda no menor que para todas las familias de buena voluntad, a las cuales aquélla va dirigida.

Para una correcta aproximacion a este texto convendra volver a aquel pasaje de los Hechos de los Apostoles donde se lee que las primeras Comunidades "acudian asiduamente a la ensenanza de los apostoles, a la comunion, a la fraccion del pan y a las oraciones" (Ac 2,42). La Carta a las Familias no es tanto un tratado doctrinal cuanto, y sobre todo, una preparacion y una exhortacion a la oracion con las familias y por las familias. sta es la primera tarea a través de la cual vosotros, queridos Hermanos, podéis iniciar o desarrollar la pastoral y el apostolado de las familias en vuestras Comunidades parroquiales. Si os encontrais ante la pregunta: "¿Como realizar las tareas del Ano de la Familia?", la exhortacion a la oracion, contenida en la Carta, os indica en un cierto sentido la direccion mas sencilla que hay emprender. Jesus ha dicho a los Apostoles: "separados de mi no podéis hacer nada" (Jn 15,5). Por tanto, esta claro que debemos "hacer con El"; es decir, de rodillas y en oracion. "Porque donde estan dos o tres reunidos en mi nombre, alli estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,20). Estas palabras de Cristo se traducen en cada comunidad mediante iniciativas concretas. De ellas se puede extraer un buen programa pastoral, un programa rico, aun con gran escasez de medios.

¡Cuantas familias rezan en el mundo! Rezan los ninos, a los cuales pertenece en primer lugar el Reino de los cielos (cfr. Mt 18,2-5); gracias a ellos rezan no solamente las madres, sino también los padres, volviendo a encontrar, a veces, la practica religiosa de la que se habian alejado. ¿Quizas no se experimenta esto con ocasion de la Primera Comunion? ¿Y no se advierte, quizas, como sube la "temperatura espiritual" de los jovenes, y no solamente de ellos, con ocasion de peregrinaciones a santuarios? Los antiquisimos itinerarios de peregrinacion en Oriente y Occidente, comenzando por aquéllos hacia Roma, Jerusalén y Compostela, hasta aquéllos hacia los santuarios marianos de Lourdes, Jasna Gora y otros muchos, se han convertido, a lo largo de los siglos, en ocasion de descubrimiento de la Iglesia por parte de multitud de creyentes y también ciertamente por parte de numerosas familias. El Ano de la Familia debe confirmar, ampliar y enriquecer esta experiencia. Que vigilen sobre esto todos los Pastores y todas las instancias responsables de la pastoral familiar, de acuerdo con el Pontificio Consejo para la Familia, al cual esta confiado este ambito en la dimension de la Iglesia universal. Como es sabido, el Presidente de este Consejo ha inaugurado en Nazaret el Ano de la Familia en la Solemnidad de la Sagrada Familia, el 26 de diciembre de 1993.



3. "Acudian asiduamente a la ensenanza de los apostoles, a la comunion, a la fraccion del pan y a las oraciones" (Ac 2,42). Segun la Constitucion "Lumen gentium", la Iglesia es la "casa de Dios (cfr. 1Tm 3,15) en la que habita su familia, habitacion de Dios en el Espiritu (cfr. Ef 2,19-22), tienda de Dios con los hombres (cfr. Ap 21,3)" (n. 6). De esta manera, la imagen "casa de Dios", entre las otras tantas imagenes biblicas, es recordada por el Concilio para describir a la Iglesia. Por otra parte, tal imagen esta, de alguna manera, esta comprendida en todas las demas; esta encerrada también en la analogia paulina del Cuerpo de Cristo (1Co 12,13 1Co 12,27, 1Co 12,5), a la cual se referia Pio XII en su historica enciclica; entra en las dimensiones del Pueblo de Dios, segun las referencias del Concilio. El Ano de la Familia es para todos nosotros una llamada a hacer todavia mas de la Iglesia "casa en la que habita la familia de Dios".

Es una llamada, es una invitacion que puede revelarse extraordinariamente fecunda para la evangelizacion del mundo contemporaneo. Como he escrito en la Carta a las Familias, la dimension fundamental de la existencia humana, constituida por la familia, esta seriamente amenazada desde varias partes por la civilizacion contemporanea. Y, sin embargo, éste "ser familia" de la vida humana representa un gran bien para el hombre. La Iglesia desea servirlo. El Ano de la familia constituye, por tanto, una ocasion significativa para renovar "el ser familia" de la Iglesia en sus varios ambitos.

Queridos hermanos en el sacerdocio, cada uno de vosotros encontrara seguramente en la oracion la luz necesaria para saber como poner en practica todo esto; vosotros, en vuestras parroquias y en los varios campos de trabajo evangélico; los Obispos en sus Diocesis; la Sede Apostolica respecto de la Curia Romana, siguiendo la Constitucion Apostolica "Pastor bonus".

A pesar de algunas connotaciones (rilievi) de centralismo y de autocracia, la Iglesia, conforme a la voluntad de Cristo, se hace cada vez mas "familia" y el esfuerzo de la Sede Apostolica se orienta a favorecer un crecimiento en este sentido. Lo saben bien los Obispos, que vienen en visita "ad limina Apostolorum". Sus visitas, tanto al Papa como a los Dicasterios, aunque conservando cuanto prescrito por la ley y exigido por el ordenamiento de la Iglesia, pierde cada vez mas el antiguo sabor juridico-administrativo. Se asiste cada vez mas a un consolador clima de "intercambio de dones", segun la Constitucion "Lumen gentium" (n. 13). Los Hermanos en el Episcopado con frecuencia dan testimonio de ello durante nuestros encuentros.

Deseo en esta circunstancia aludir al Directorio preparado por la Congregacion para el Clero y que precisamente hoy se entrega a los Obispos, a los Consejos prebiterales y a todo el presbiterio. Ello se contribuira ciertamente a la renovacion de la vida y del ministerio de los Sacerdotes.


4. La llamada a la oracion con las familias y por las familias, queridos Hermanos, mira (riguarda) a cada uno de vosotros en un modo muy personal. Debemos la vida a nuestros padres y les debemos una deuda constante de gratitud. Con ellos, todavia vivos, o que ya pasaron a mejor vida, estamos unidos por un estrecho vinculo que el tiempo no puede destruir. Si bien debemos a Dios nuestra vocacion, una parte significativa de ella ha de atribuirse también a ellos. La decision de un hijo de dedicarse al ministerio sacerdotal, especialmente en tierras de mision, constituye un sacrificio no pequeno para los padres. Asi fue también para nuestros seres queridos, los cuales, a pesar de todo, presentaron a Dios la ofrenda de sus sentimientos, dejandose guiar por la fe profunda, y nos seguieron luego con la oracion, como hizo Maria con Jesus, cuando dejo la casa de Nazaret para ir a realizar su mision mesianica.

¡Qué experiencia fue para cada uno de nosotros, y también para nuestros padres, para nuestros hermanos y hermanas y demas seres queridos el dia de la Primera Misa! ¡Qué acontecimiento para las parroquias en las que fuimos bautizados y para los ambientes que nos vieron crecer! Cada vocacion nueva hace a la parroquia consciente de la fecundidad de su maternidad espiritual; cuanto mas frecuentemente sucede esto, tanto mas grande es el aliento que se infunde en los demas. Cada sacerdote puede decir de si mismo: "Soy deudor de Dios y de los hombres". Son numerosas las personas que nos han acompanado con el pensamiento y con la plegaria, como son numerosas las que acompanan con el pensamiento y la oracion mi ministerio en la Sede de Pedro. Esta gran solidaridad orante es para mi fuente de fuerza. Si, los hombres ponen su confianza en nuestra vocacion al servicio de Dios. La Iglesia reza constantemente por las nuevas vocaciones sacerdotales, se alegra por su aumento, se entristece por la escasez en los lugares donde esto sucede, se entristece por la poca generosidad de las almas.

En este dia renovamos cada ano las promesas que van unidas al sacramento del Sacerdocio. Es grande el alcance de tales promesas. Se trata de la palabra dada al mismo Cristo. La fidelidad a la vocacion edifica la Iglesia; cada infidelidad, por el contrario, es una dolorosa herida al Cuerpo mistico de Cristo. Mientras nos recogemos hoy en torno al misterio de la institucion de la Eucaristia y del Sacerdocio, imploramos al Sumo Sacerdote, que -como dice la Sagrada Escritura- fue fiel (He 2,17), para que consigamos también nosotros mantenernos fieles. En el espiritu de esta "fraternidad sacramental" oremos unos por otros como sacerdotes. Que el Jueves Santo sea para nosotros una renovada llamada a cooperar con la gracia del Sacramento del Sacerdocio. Oremos por nuestras familias espirituales, por las personas confiadas a nuestro ministerio; oremos especialmente por aquellos que esperan de modo particular nuestra oracion, que tanto necesitan. La fidelidad a la plegaria haga que Cristo sea cada vez mas la vida de nuestras almas.

¡Oh gran Sacramento de la Fe, oh santo Sacerdocio del Redentor del mundo! Cuanto te estamos agradecidos, Senor, por habernos admitido a la comunion contigo, por habernos hecho una comunidad unica entorno a ti, por permitirnos celebrar tu sacrificio incruento y ser ministros de los divinos misterios en todo lugar: en el altar, en el confesionario, en el pulpito, con ocasion de las visitas a los enfermos, en las aulas escolares, en las catedras universitarias, en los despachos en que trabajamos. ¡Alabada sea la Trinidad Santisima! ¡Te saludo, Iglesia de Dios, que es el pueblo sacerdotal (cf. 1 Ped 2,9), el Cuerpo de nuestro Senor Jesucristo, redimido en virtud de su preciosisima Sangre!

Vaticano, a 13 de marzo -domingo cuarto de Cuaresma- del ano 1994, décimo sexto de Pontificado.


CARTA DEL SANTO PADRE

JUAN PABLO II

A LOS SACERDOTES

PARA EL JUEVES SANTO DE 1995

1995
1. "¡Honor a Maria, honor y gloria,

honor a la Santisima Virgen! (...)

Aquel que creo el mundo maravilloso

honraba en Ella a la propia Madre (...).

La amaba como madre, vivio obedeciéndola.

Aunque era Dios, respetaba todas sus palabras".

Queridos hermanos Sacerdotes:

No os asombréis si comienzo esta Carta, que tradicionalmente os dirijo con ocasion del Jueves Santo, con las palabras de un canto mariano polaco. Lo hago porque este ano quiero hablaros de la importancia de la mujer en la vida del sacerdote, y estos versos, que yo cantaba desde nino, pueden ser una significativa introduccion a esta tematica.

El canto evoca el amor de Cristo por su Madre. La primera y fundamental relacion que el ser humano establece con la mujer es precisamente la de hijo con su madre. Cada uno de nosotros puede expresar su amor a la madre terrena como el Hijo de Dios hizo y hace con la suya. La madre es la mujer a la cual debemos la vida. Nos ha concebido en su seno, nos ha dado a luz en medio de los dolores de parto con los que cada mujer alumbra una nueva vida. Por la generacion se establece un vinculo especial, casi sagrado, entre el ser humano y su madre.

Después de engendrarnos a la vida terrena, nuestros padres nos convirtieron, por Cristo y gracias al sacramento del Bautismo, en hijos adoptivos de Dios. Todo esto ha hecho aun mas profundo el vinculo entre nosotros y nuestros padres, y en particular, entre cada uno de nosotros y la propia madre. El prototipo de esto es Cristo mismo, Cristo-Sacerdote, que se dirige asi al Padre eterno: "Sacrificio y oblacion no quisiste, pero me has formado un cuerpo. Holocaustos y sacrificios no te agradaron. Entonces dije: ¡He ahi que vengo... a hacer, oh Dios, tu voluntad!" (Hb 10,5-7). Estas palabras involucran en cierto modo a la Madre, pues el Padre eterno formo el cuerpo de Cristo por obra del Espiritu Santo en el seno de la Virgen Maria, gracias a su consentimiento: "Hagase en mi segun tu palabra" (
Lc 1,38).

¡Cuantos de nosotros deben también a la propia madre la vocacion sacerdotal! La experiencia ensena que muchas veces la madre cultiva en el propio corazon por muchos anos el deseo de la vocacion sacerdotal para el hijo y la obtiene orando con insistente confianza y pro funda humildad. Asi, sin imponer la propia voluntad ella favorece, con la eficacia tipica de la fe, el inicio de la aspiracion al sacerdocio en el alma de su hijo, aspiracion que dara fruto en el momento oportuno.



2. Deseo reflexionar en esta Carta sobre la relacion entre el sacerdote y la mujer, ya que el tema de la mujer merece este ano una atencion especial, del mismo modo como el ano pasado la tuvo el tema de la familia. Efectivamente, se dedicara a la mujer la importante Conferencia internacional convocada por la Organizacion de las Naciones Unidas en Pequin, durante el proximo mes de septiembre. Es un tema nuevo respecto al del ano pasado, pero estrechamente relacionado con él.

A esta Carta, queridos hermanos en el sacerdocio, quiero unir otro documento. Asi como el ano pasado acompané el Mensaje del Jueves Santo con la Carta a las Familias, del mismo modo quisiera ahora entregaros de nuevo la Carta apostolica Mulieris dignitatem, (15 de agosto de 1988). Como recordaréis, se trata de un texto elaborado al final del Ano Mariano 1987-1988, durante el cual publiqué la Carta enciclica Redemptoris Mater (25 de marzo de 1987). Deseo vivamente que durante este ano se lea de nuevo la Mulieris dignitatem, haciéndola objeto de meditacion y considerando especialmente sus aspectos marianos.

La relacion con la Madre de Dios es fundamental para la "reflexion" cristiana. Lo es, ante todo, a nivel teologico, por la especialisima relacion de Maria con el Verbo Encarnado y con la Iglesia, su Cuerpo mistico. Pero lo es también a nivel historico, antropologico y cultural. De hecho, en el cristianismo, la figura de la Madre de Dios representa una gran fuente de inspiracion no solo para la vida espiritual, sino incluso para la cultura cristiana y para el mismo amor a la patria. Hay pruebas de ello en el patrimonio historico de muchas naciones. En Polonia, por ejemplo, el monumento literario mas antiguo es el canto Bogurodzica (Madre de Dios), que ha inspirado en nuestros antepasados no solo la organizacion de la vida de la nacion, sino incluso la defensa de la justa causa en el campo de batalla. La Madre del Hijo de Dios ha sido la "gran inspiradora" para los individuos y para naciones cristianas enteras. También esto, a su modo, dice muchisimo por la importancia de la mujer en la vida del hombre y, de manera especial, en la del sacerdote.

Ya he tenido oportunidad de tratar este tema en la Enciclica Redemptoris Mater y en la Carta apostolica Mulieris dignitatem, rin diendo homenaje a aquellas mujeres -madres, esposas, hijas o hermanas- que para los respectivos hijos, maridos, padres y hermanos han sido una ayuda eficaz para el bien. No sin motivo se habla de "talento femenino", y cuanto he escrito hasta ahora confirma el fundamento de esta expresion. Sin embargo, tratandose de la vida sacerdotal, la presencia de la mujer asume un caracter peculiar y exige un analisis especifico.


3. Pero volvamos, mientras tanto, al Jueves Santo, dia en el que adquieren especial relieve las palabras del himno liturgico:

Ave verum Corpus natum de Maria Virgine:

Vere passum, immolatum in cruce pro homine.

Cuius latus perforatum fluxit aqua et sanguine:

Esto nobis praegustatum mortis in examine.

O Iesu dulcis! O Iesu pie! O Iesu, fili Mariae!

Aunque estas palabras no pertenecen a la liturgia del Jueves Santo, estan profundamente vinculadas con ella.

Con la Ultima Cena, durante la cual Cristo instituyo los sacramentos del Sacrificio y del Sacerdocio de la Nueva Alianza, comienza el Triduum paschale. En su centro esta el Cuerpo de Cristo. Es este Cuerpo el que, antes de sufrir la pasion y muerte, durante la Ultima Cena se ofrece como comida en la institucion de la Eucaristia. Cristo toma en sus manos el pan, lo parte y lo distribuye a los Apostoles, pronunciando las palabras: "Tomad, comed, éste es mi cuerpo" (Mt 26,26). Instituye asi el sacramento de su Cuerpo, aquel Cuerpo que, como Hijo de Dios, habia recibido de la Madre, la Virgen Inmaculada. Después entrega a los Apostoles el caliz de la propia sangre bajo la especie de vino, diciendo: "Bebed de ella todos, porque ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para perdon de los pecados" (Mt 26,27-28). Se trata aqui de la Sangre que animaba el Cuerpo recibido de la Virgen Madre: Sangre que debia ser derramada, llevando a cabo el misterio de la Redencion, para que el Cuerpo recibido de la Madre, pudiese -como Corpus immolatum in cruce pro homine- convertirse, para nosotros y para todos, en sacramento de vida eterna, viatico para la eternidad. Por esto en el Ave verum, himno eucaristico y mariano a la vez, nosotros pedimos: Esto nobis praegustatum mortis in examine.

Aunque en la liturgia del Jueves Santo no se habla de Maria -sin embargo la encontramos el Viernes Santo a los pies de la Cruz con el apostol Juan-, es dificil no percibir su presencia en la institucion de la Eucaristia, anticipo de la pasion y muerte del Cuerpo de Cris to, aquel Cuerpo que el Hijo de Dios habia recibido de la Virgen Madre en el momento de la Anunciacion.

Para nosotros, como sacerdotes, la Ultima Cena es un momento particularmente santo. Cristo, que dice a los Apostoles: "Haced esto en recuerdo mio" (1Co 11,24), instituye el sacramento del Orden. En nuestra vida de presbiteros este momento es esencialmente cristocéntrico: en efecto, recibimos el sacerdocio de Cristo-Sacerdote, unico Sacerdote de la Nueva Alianza. Pero pensando en el sacrificio del Cuerpo y de la Sangre que, in persona Christi, es ofrecido por nosotros, nos es dificil no entrever en este Sacrificio la presencia de la Madre. Maria dio la vida al Hijo de Dios, asi como han hecho con nosotros nuestras madres, para que El se ofreciera y nosotros también nos ofreciésemos en sacrificio junto con El mediante el ministerio sacerdotal. Detras de esta mision esta la vocacion recibida de Dios, pero se esconde también el gran amor de nuestras madres, de la misma manera que tras el sacrificio de Cristo en el Cenaculo se ocultaba el inefable amor de su Madre. ¡De qué manera tan real, y al mismo tiempo discreta, esta presente la maternidad y, gracias a ella, la femineidad en el sacramento del Orden, cuya fiesta renovamos cada ano el Jueves Santo!


4. Jesucristo es el hijo unico de Maria Santisima. Comprendemos bien el significado de este misterio: convenia que fuera asi, ya que un Hijo tan singular por su divinidad no podia ser mas que el unico hijo de su Madre Virgen. Pero precisamente esta unicidad se presenta, de algun modo, como la mejor "garantia" de una "multiplicidad" espiritual. Cristo, verdadero hombre y a la vez eterno y unigénito Hijo del Padre celestial, tiene, en el plano espiritual, un numero inmenso de hermanos y hermanas. En efecto, la familia de Dios abarca a todos los hombres: no solamente a cuantos mediante el Bautismo son hijos adoptivos de Dios, sino en cierto sentido a la humanidad entera, pues Cristo ha redimido a todos los hombres y mujeres, ofreciéndoles la posibilidad de ser hijos e hijas adoptivos del Padre eterno. Asi todos somos hermanos y hermanas en Cristo.

He aqui como surge en el horizonte de nuestra reflexion sobre la relacion entre el sacerdote y la mujer, junto a la figura de la madre, la de la hermana. Gracias a la Redencion, el sacerdote participa de un modo particular de la relacion de fraternidad ofrecida por Cristo a todos los redimidos.

Muchos de nosotros, sacerdotes, tienen hermanas en la familia. En todo caso, cada sacerdote desde nino ha tenido ocasion de encon trarse con muchachas, si no en la propia familia, al menos en el vecindario, en los juegos de infancia y en la escuela. Un tipo de comunidad mixta tiene una gran importancia para la formacion de la personalidad de los muchachos y muchachas.

Nos referimos aqui al designio originario del Creador, que al principio creo al ser humano "varon y mujer" (Gn 1,27). Este acto divino creador continua a través de las generaciones. El libro del Génesis habla de ello en el contexto de la vocacion al matrimonio: "Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer" (2,24). La vocacion al matrimonio supone y exige obviamente que el ambiente en el que se vive esté compuesto por hombres y mujeres.

En este contexto no nacen solamente las vocaciones al matrimonio, sino también al sacerdocio y a la vida consagrada. Estas no se forman aisladamente. Cada candidato al sacerdocio, al entrar en el seminario, tiene a sus espaldas la experiencia de la propia familia y de la escuela, donde ha encontrado a muchos coetaneos y coetaneas. Para vivir en el celibato de modo maduro y sereno, parece ser particularmente importante que el sacerdote desarrolle profundamente en si mismo la imagen de la mujer como hermana. En Cristo, hombres y mujeres son hermanos y hermanas, independientemente de los vinculos familiares. Se trata de un vinculo universal, gracias al cual el sacerdote puede abrirse a cada ambiente nuevo, hasta el mas diverso bajo el aspecto étnico o cultural, con la conciencia de deber ejercer en favor de los hombres y de las mujeres a quienes es enviado un ministerio de auténtica paternidad espiritual, que le concede "hijos" e "hijas" en el Senor (1Th 2,11 Ga 4,19).



5. "La hermana" representa sin duda una manifestacion especifica de la belleza espiritual de la mujer; pero es, al mismo tiempo, expresion de su "caracter intangible". Si el sacerdote, con la ayuda de la gracia divina y bajo la especial proteccion de Maria Virgen y Madre, madura de este modo su actitud hacia la mujer, en su ministerio se vera acompanado por un sentimiento de gran confianza precisamente por parte de las mujeres, consideradas por él, en las diversas edades y situaciones de la vida, como hermanas y madres.

La figura de la mujer-hermana tiene notable importancia en nuestra civilizacion cristiana, donde innumerables mujeres se han hecho hermanas de todos, gracias a la actitud tipica que ellas han tomado con el projimo, especialmente con el mas necesitado. Una "hermana" es garantia de gratuidad: en el escuela, en el hospital, en la carcel y en otros sectores de los servicios sociales. Cuando una mujer permanece soltera, con su "entrega como hermana" mediante el compromiso apostolico o la generosa dedicacion al projimo, desarrolla una peculiar maternidad espiritual. Esta entrega desinteresada de "fraterna" femineidad ilumina la existencia humana, suscita los mejores sentimientos de los que es capaz el hombre y siempre deja tras de si una huella de agradecimiento por el bien ofrecido gratuitamente.

Asi pues, las dos dimensiones fundamentales de la relacion entre la mujer y el sacerdote son las de madre y hermana. Si esta relacion se desarrolla de modo sereno y maduro, la mujer no encontrara particulares dificultades en su trato con el sacerdote. Por ejemplo, no las encontrara al confesar las propias culpas en el sacramento de la Penitencia. Mucho menos las encontrara al emprender con los sacerdotes diversas actividades apostolicas. Cada sacerdote tiene pues la gran responsabilidad de desarrollar en si mismo una auténtica actitud de hermano hacia la mujer, actitud que no admite ambigüedad. En esta perspectiva, el Apostol recomienda al discipulo Timoteo tratar "a las ancianas, como a madres; a las jovenes, como a hermanas, con toda pureza" (1Tm 5,2).

Cuando Cristo afirmo -como escribe el evangelista Mateo- que el hombre puede permanecer célibe por el Reino de Dios, los Apostoles quedaron perplejos (cfr. 19,10-12). Un poco antes habia declarado indisoluble el matrimonio, y ya esta verdad habia suscitado en ellos una reaccion significativa: "Si tal es la condicion del hombre respecto de su mujer, no trae cuenta casarse" (Mt 19,10). Como se ve, su reaccion iba en direccion opuesta a la logica de fidelidad en la que se inspiraba Jesus. Pero el Maestro aprovecha también esta incomprension para introducir, en el estrecho horizonte del modo de pensar de ellos, la perspectiva del celibato por el Reino de Dios. Con esto trata de afirmar que el matrimonio tiene su propia dignidad y santidad sacramental y que existe también otro camino para el cristiano: camino que no es huida del matrimonio sino eleccion consciente del celibato por el Reino de los cielos.

En este horizonte, la mujer no puede ser para el sacerdote mas que una hermana, y esta dignidad de hermana debe ser considerada conscientemente por él. El apostol Pablo, que vivia el celibato, escribe asi en la Primera Carta a los Corintios: "Mi deseo seria que todos los hombres fueran como yo; mas cada cual tiene de Dios su gracia particular: unos de una manera, otros de otra" (7,7). Para él no hay duda: tanto el matrimonio como el celibato son dones de Dios, que hay que custodiar y cultivar con cuidado. Subrayando la superioridad de la virginidad, de ningun modo menosprecia el matrimonio. Ambos tienen un carisma especifico; cada uno de ellos es una vocacion, que el hombre, con la ayuda de la gracia de Dios, debe saber discernir en la propia vida.

La vocacion al celibato necesita ser defendida conscientemente con una vigilancia especial sobre los sentimientos y sobre toda la propia conducta. En particular, debe defender su vocacion el sacerdote que, segun la disciplina vigente en la Iglesia occidental y tan estimada por la oriental, ha elegido el celibato por el Reino de Dios. Cuando en el trato con una mujer peligrara el don y la eleccion del celibato, el sacerdote debe luchar para mantenerse fiel a su vocacion. Semejante defensa no significaria que el matrimonio sea algo malo en si mismo, sino que para el sacerdote el camino es otro. Dejarlo seria, en su caso, faltar a la palabra dada a Dios.

La oracion del Senor: "No nos dejes caer en la tentacion y libranos del mal", cobra un significado especial en el contexto de la civilizacion contemporanea, saturada de elementos de hedonismo, egocentrismo y sensualidad. Se propaga por desgracia la pornografia, que humilla la dignidad de la mujer, tratandola exclusivamente como objeto de placer sexual. Estos aspectos de la civilizacion actual no favorecen ciertamente la fidelidad conyugal ni el celibato por el Reino de Dios. Si el sacerdote no fomenta en si mismo auténticas disposiciones de fe, de esperanza y de amor a Dios, puede ceder facilmente a los reclamos que le llegan del mundo. ¿Como no dirigirme pues a vosotros, queridos hermanos Sacerdotes, hoy Jueves Santo, para exhortaros a permanecer fieles al don del celibato, que nos ofrece Cristo? En él se encierra un bien espiritual para cada uno y para toda la Iglesia.

En el pensamiento y en la oracion estan hoy presentes de forma especial nuestros hermanos en el sacerdocio que encuentran dificultades en este campo y quienes precisamente por causa de una mujer han abandonado el ministerio sacerdotal. Confiamos a Maria Santisima, Madre de los Sacerdotes, y a la intercesion de los numerosos Santos sacerdotes de la historia de la Iglesia el dificil momento que estan pasando, pidiendo para ellos la gracia de volver al primitivo fervor (Ap 2,4-5). La experiencia de mi ministerio, y creo que sirve para cada Obispo, confirma que se dan casos de vuelta a este fervor y que incluso hoy no son pocos. Dios permanece fiel a la alianza que establece con el hombre en el sacramento del Orden sacerdotal.


6. Ahora quisiera tratar el tema, aun mas amplio, del papel que la mujer esta llamada a desempenar en la edificacion de la Iglesia. El Concilio Vaticano II ha recogido plenamente la logica del Evangelio, en los capitulos II y III de la Constitucion dogmatica Lumen gentium, presentando a la Iglesia en primer lugar como Pueblo de Dios y después como estructura jerarquica. La Iglesia es sobre todo Pueblo de Dios, ya que quienes la forman, hombres y mujeres, participan -cada uno a su manera- de la mision profética, sacerdotal y real de Cristo. Mientras invito a releer estos textos conciliares, me limitaré aqui a algunas breves reflexiones partiendo del Evangelio.

En el momento de la ascension a los cielos, Cristo manda a los Apostoles: "Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creacion" (Mc 16,15). Predicar el Evangelio es realizar la mision profética, que en la Iglesia tiene diversas modalidades segun el carisma dado a cada uno (cf. Ef 4,11-13). En aquella circunstancia, tratandose de los Apostoles y de su peculiar mision, este mandato es confiado a unos hombres; pero, si leemos atentamente los relatos evangélicos y especialmente el de Juan, llama la atencion el hecho de que la mision profética, considerada en toda su amplitud, es concedida a hombres y mujeres. Baste recordar, por ejemplo, la Samaritana y su dialogo con Cristo junto al pozo de Jacob en Sicar (Jn 4,1-42): es a ella, samaritana y ademas pecadora, a quien Jesus revela la profundidad del verdadero culto a Dios, al cual no interesa el lugar sino la actitud de adoracion "en espiritu y verdad".

Y ¿qué decir de las hermanas de Lazaro, Maria y Marta? Los Sinopticos, a proposito de la "contemplativa" Maria, destacan la primacia que Jesus da a la contemplacion sobre la accion (Lc 10,42). Mas importante aun es lo que escribe san Juan en el contexto de la resurreccion de Lazaro, su hermano. En este caso es a Marta, la mas "activa" de las dos, a quien Jesus revela los misterios profundos de su mision: "Yo soy la resurreccion y la vida. El que cree en mi, aunque muera, vivira, y todo el que vive y cree en mi, no morira jamas" (Jn 11,25-26). En estas palabras dirigidas a una mujer esta contenido el misterio pascual.

Pero sigamos con el relato evangélico y entremos en la narracion de la Pasion. ¿No es quizas un dato incontestable que fueron precisamente las mujeres quienes estuvieron mas cercanas a Jesus en el camino de la cruz y en la hora de la muerte? Un hombre, Simon de Cirene, es obligado a llevar la cruz (Mt 27,32); en cambio, numerosas mujeres de Jerusalén le demuestran espontaneamente compasion a lo largo del "via crucis" (Lc 23,27). La figura de la Veronica, aunque no sea biblica, expresa bien los sentimientos de la mujer en la via dolorosa.

Al pie de la cruz esta unicamente un Apostol, Juan de Zebedeo, y sin embargo hay varias mujeres (Mt 27,55-56): la Madre de Cristo, que segun la tradicion lo habia acompanado en el camino hacia el Calvario; Salomé, la madre de los hijos del Zebedeo, Juan y Santiago; Maria, madre de Santiago el Menor y de José; y Maria Magdalena. Todas ellas son testigos valientes de la agonia de Jesus; todas estan presentes en el momento de la uncion y de la deposicion de su cuerpo en el sepulcro. Después de la sepultura, al llegar el final del dia anterior al sabado, se marchan pero con el proposito de volver apenas les sea permitido. Y seran las primeras en llegar temprano al sepulcro, el dia después de la fiesta. Seran los primeros testigos de la tumba vacia y las que informaran de todo a los Apostoles (Jn 20,1-2). Maria Magdalena, que permanecio llorando junto al sepulcro, es la primera en encontrar al Resucitado, el cual la envia a los Apostoles como primera anunciadora de su resurreccion (Jn 20,11-18). Con razon, pues, la tradicion oriental pone a la Magdalena casi a la par de los Apostoles, ya que fue la primera en anunciar la verdad de la resurreccion, seguida después por los Apostoles y los demas discipulos de Cristo.

De este modo las mujeres, junto con los hombres, participan también en la mision profética de Cristo. Y lo mismo puede decirse sobre su participacion en la mision sacerdotal y real. El sacerdocio universal de los fieles y la dignidad real se conceden a los hombres y a las mujeres. A este respecto ilustra mucho una atenta lectura de unos fragmentos de la Primera Carta de san Pedro (2, 9-10) y de la Constitucion conciliar Lumen gentium (nn. 10-12; 34-36).


7. En ésta ultima, al capitulo sobre el Pueblo de Dios sigue el de la estructura jerarquica de la Iglesia. En él se habla del sacerdocio ministerial, al que por voluntad de Cristo se admite unicamente a los hombres. Hoy, en algunos ambientes, el hecho de que la mujer no pueda ser ordenada sacerdote se interpreta como una forma de discriminacion. Pero, ¿es realmente asi?

Ciertamente la cuestion podria plantearse en estos términos, si el sacerdocio jerarquico conllevara una situacion social de privilegio, caracterizada por el ejercicio del "poder". Pero no es asi: el sacerdocio ministerial, en el plan de Cristo, no es expresion de dominio sino de servicio. Quien lo interpretase como "dominio", se alejaria realmente de la intencion de Cristo, que en el Cenaculo inicio la Ultima Cena lavando los pies a los Apostoles. De este modo puso fuertemente de relieve el caracter "ministerial" del sacerdocio instituido aquella misma tarde. "Tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mc 10,45).

Si, el sacerdocio que hoy recordamos con tanta veneracion como nuestra herencia especial, queridos Hermanos, ¡es un sacerdocio ministerial! ¡Servimos al Pueblo de Dios! ¡Servimos su mision! Nuestro sacerdocio debe garantizar la participacion de todos -hombres y mujeres- en la triple mision profética, sacerdotal y real de Cristo. Y no solo el sacramento del Orden es ministerial: ministerial es, ante todo, la misma Eucaristia. Al afirmar: "Esto es mi cuerpo que es entregado por vosotros (...) Esta es la copa de la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros" (Lc 22,19-20), Cristo manifiesta su servicio mas sublime: el servicio de la redencion, en la cual el unigénito y eterno Hijo de Dios se convierte en Siervo del hombre en su sentido mas pleno y profundo.


8. Al lado de Cristo-Siervo no podemos olvidar a Aquella que es "la Sierva", Maria. San Lucas nos relata que, en el momento decisivo de la Anunciacion, la Virgen pronuncio su "fiat" diciendo: "He aqui la esclava del Senor" (Lc 1,38). La relacion del sacerdote con la mujer como madre y hermana se enriquece, gracias a la tradicion mariana, con otro aspecto: el del servicio e imitacion de Maria sierva. Si el sacerdocio es ministerial por naturaleza, es preciso vivirlo en union con la Madre, que es la sierva del Senor. Entonces, nuestro sacerdocio sera custodiado en sus manos, mas aun, en su corazon, y podremos abrirlo a todos. Sera asi fecundo y salvifico, en todos sus aspectos.

Que la Santisima Virgen nos mire con particular afecto a todos nosotros, sus hijos predilectos, en esta fiesta anual de nuestro sacerdocio. Que infunda sobre todo en nuestro corazon un gran deseo de santidad. Escribi en la Exhortacion apostolica Pastores dabo vobis: "la nueva evangelizacion tiene necesidad de nuevos evangelizadores, y éstos son los sacerdotes que se comprometen a vivir su sacerdocio como camino especifico hacia la santidad" (n. 82). El Jueves Santo, acercandonos a los origenes de nuestro sacerdocio, nos recuerda también el deber de aspirar a la santidad, para ser "ministros de la santidad" en favor de los hombres y mujeres confiados a nuestro servicio pastoral. En esta perspectiva parece como muy oportuna la propuesta, hecha por la Congregacion para el Clero, de celebrar en cada diocesis una "Jornada para la Santificacion de los Sacerdotes" con ocasion de la fiesta del Sagrado Corazon, o en otra fecha mas adecuada a las exigencias y costumbres pastorales de cada lugar. Hago mia esta propuesta deseando que esta Jornada ayude a los sacerdotes a vivir conformandose cada vez mas plenamente con el corazon del Buen Pastor.

Invocando sobre todos vosotros la proteccion de Maria, Madre de la Iglesia y Madre de los Sacerdotes, os bendigo con afecto.

Vaticano, 25 de marzo, solemnidad de la Anunciacion del Senor, del ano 1995.


JP-II Cartas sacerdotes