JP-II Cartas sacerdotes 1995


CARTA A LOS SACERDOTES

CON OCASION DEL JUEVES SANTO 1996

1996 Queridos hermanos en el sacerdocio:

"Consideremos, hermanos, nuestra vocacion" (
1Co 1,26). El sacerdocio es una vocacion, una vocacion particular: "Nadie se arroga tal dignidad, sino el llamado por Dios" (Hb 5, 4). La Carta a los Hebreos se refiere al sacerdocio del Antiguo Testamento, para llevar a la comprension del misterio de Cristo sacerdote. "Tampoco Cristo se apropio la gloria del Sumo Sacerdocio, sino que la tuvo de quien le dijo: ...Tu eres sacerdote para siempre, a semejanza de Melquisedec" (5, 5-6).

La singular vocacion de Cristo Sacerdote

1. Cristo, Hijo de la misma naturaleza del Padre, es constituido sacerdote de la Nueva Alianza segun el orden de Melquisedec: él también es, pues, llamado al sacerdocio. Es el Padre quién "llama" a su Hijo, engendrado por El con un acto de amor eterno, para que "entre en el mundo" (cf. Hb 10, 5) y se haga hombre. El quiere que su Hijo unigénito, encarnandose, sea "sacerdote para siempre": el unico sacerdote de la Nueva y eterna Alianza. En la vocacion del Hijo al sacerdocio se expresa la profundidad del misterio trinitario. En efecto, solo el Hijo, el Verbo del Padre, en el cual y por medio del cual todo ha sido creado, puede ofrecer incesantemente la creacion como sacrificio al Padre, confirmando que todo lo creado proviene del Padre y que debe hacerse una ofrenda de alabanza al Creador. Asi pues, el misterio del sacerdocio encuentra su inicio en la Trinidad y es al mismo tiempo consecuencia de la Encarnacion. Haciéndose hombre, el Hijo unigénito y eterno del Padre nace de una mujer, entra en el orden de la creacion y se hace asi sacerdote, unico y eterno sacerdote.

El autor de la Carta a los Hebreos subraya que el sacerdocio de Cristo esta vinculado al sacrificio de la Cruz: "Presentose Cristo como Sumo Sacerdote de los bienes futuros, a través de una Tienda mayor y mas perfecta, no fabricada por mano de hombre, es decir, no de este mundo. Y penetro en el santuario una vez para siempre, ...con su propia sangre, consiguiendo una redencion eterna" (Hb 9,11-12). El sacerdocio de Cristo esta fundamentado en la obra de la redencion. Cristo es el sacerdote de su propio sacrificio: "Por el Espiritu Eterno se ofrecio a si mismo sin tacha a Dios" (Hb 9,14). El sacerdocio de la Nueva Alianza, al cual estamos llamados en la Iglesia, es, pues, la participacion en este singular sacerdocio de Cristo.

Sacerdocio comun y sacerdocio ministerial


2. El Concilio Vaticano II presenta el concepto de "vocacion" en toda su amplitud. En efecto, habla de vocacion del hombre, de vocacion cristiana, de vocacion a la vida conyugal y familiar. En este contexto el sacerdocio es una de estas vocaciones, una de las formas posibles de realizar el seguimiento de Cristo, el cual en el Evangelio dirige varias veces la invitacion: "Sigueme".

En la Constitucion dogmatica Lumen gentium sobre la Iglesia, el Concilio ensena que todos los bautizados participan del sacerdocio de Cristo; pero al mismo tiempo, distingue claramente entre el sacerdocio del Pueblo de Dios, comun a todos los fieles, y el sacerdocio jerarquico, es decir, ministerial. A este respecto, merece ser citado enteramente un fragmento ilustrativo del citado documento conciliar: "Cristo el Senor, pontifice tomado de entre los hombres (cf. Hb 5,1-5), ha hecho del nuevo pueblo 'un reino de sacerdotes para Dios, su Padre' (Ap 1,6 cf. Ap 5,9-10). Los bautizados, en efecto, por el nuevo nacimiento y por la uncion del Espiritu Santo, quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo para que ofrezcan, a través de las obras propias del cristiano, sacrificios espirituales y anuncien las maravillas del que los llamo de las tinieblas a su luz admirable (1P 2,4-10). Por tanto, todos los discipulos de Cristo, en oracion continua y en alabanza a Dios (cf. Hch 2, 42-47), han de ofrecerse a si mismos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (Rm 12,1). Deben dar testimonio de Cristo en todas partes y han de dar razon de su esperanza de la vida eterna a quienes se la pidan (1P 3,15). El sacerdocio comun de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerarquico estan ordenados el uno al otro; ambos, en efecto, participan, cada uno a su manera, del unico sacerdocio de Cristo. Su diferencia, sin embargo, es esencial y no solo de grado. En efecto, el sacerdocio ministerial, por el poder sagrado de que goza, configura y dirige al pueblo sacerdotal, realiza como representante de Cristo el sacrificio eucaristico y lo ofrece a Dios en nombre de todo el pueblo. Los fieles, en cambio, participan en la celebracion de la Eucaristia en virtud de su sacerdocio real y lo ejercen al recibir los sacramentos, en la oracion y en la accion de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la renuncia y el amor que se traduce en obras".

El sacerdocio ministerial esta al servicio del sacerdocio comun de los fieles. En efecto, el sacerdote, cuando celebra la Eucaristia y administra los sacramentos, hace conscientes a los fieles de su peculiar participacion en el sacerdocio de Cristo.

La llamada personal al sacerdocio

3. Esta claro, pues, que en el ambito mas amplio de la vocacion cristiana, la sacerdotal es una llamada especifica. Esto coincide generalmente con nuestra experiencia personal de sacerdotes: hemos recibido el bautismo y la confirmacion; hemos participado en la catequesis, en las celebraciones liturgicas y, sobre todo, en la Eucaristia. Nuestra vocacion al sacerdocio ha surgido en el contexto de la vida cristiana.

Toda vocacion al sacerdocio tiene, sin embargo, una historia personal, relacionada con momentos muy concretos de la vida de cada uno. Al llamar a los Apostoles, Cristo decia a cada uno. "Sigueme" (Mt 4,19 Mt 9,9 Mc 1,17 Mc 2,14 Lc 5,27 Jn 1,43 Jn 21,19). Desde hace dos mil anos El continua dirigiendo la misma invitacion a muchos hombres, particularmente a los jovenes. A veces llama también de manera insolita, aunque nunca se trata de una llamada totalmente inesperada. La invitacion de Cristo a seguirlo viene normalmente preparada a lo largo de anos. Presente ya en la conciencia del chico, aunque ofuscada luego por la indecision y el atractivo a seguir otros caminos, cuando la invitacion vuelve a hacerse sentir no constituye una sorpresa. Entonces uno no se extrana que esta vocacion haya prevalecido precisamente sobre las demas, y el joven puede emprender el camino indicado por Cristo: deja la familia e inicia la preparacion especifica al sacerdocio.

Existe una tipologia de la llamada a la que quiero referirme ahora. Encontramos un esbozo en el Nuevo Testamento. Con su "Sigueme", Cristo se dirige a varias personas: hay pescadores como Pedro o los hijos del Zebedeo (Mt 4,19 Mt 4,22), pero también esta Levi, un publicano, llamado después Mateo. La profesion de cobrador de impuestos era considerada en Israel como pecaminosa y despreciable. No obstante Cristo llama para formar parte del grupo de los Apostoles precisamente a un publicano (Mt 9,9). Mucha sorpresa causa ciertamente la llamada de Saulo de Tarso (cf.Hch 9,1-19), conocido y temido perseguidor de los cristianos, que odiaba el nombre de Jesus. Precisamente este fariseo es llamado en el camino de Damasco: el Senor quiere hacer de él "un instrumento de eleccion", destinado a sufrir mucho por su nombre (cf. Hch 9,15-16).

Cada uno de nosotros, sacerdotes, se reconoce a si mismo en la original tipologia evangélica de lavocacion; al mismo tiempo, cada uno sabe que la historia de su vocacion, camino por el cual Cristo lo guia durante su vida, es en cierto modo irrepetible.

Queridos hermanos en el sacerdocio: debemos estar a menudo en oracion, meditando el misterio de nuestra vocacion, con el corazon lleno de admiracion y gratitud hacia Dios por este don tan inefable.

La vocacion sacerdotal de los Apostoles

4. La imagen de la vocacion transmitida por los Evangelios esta vinculada particularmente a la figura del pescador. Jesus llamo consigo a algunos pescadores de Galilea, entre ellos Simon Pedro, e ilustro la mision apostolica haciendo referencia a su profesion. Después de la pesca milagrosa, cuando Pedro se echo a sus pies exclamando: "Aléjate de mi, Senor, que soy un hombre pecador", Cristo respondio: "No temas. Desde ahora seras pescador de hombres" (Lc 5,8 Lc 5,10).

Pedro y los demas Apostoles vivian con Jesus y recorrian con él los caminos de su mision. Escuchaban las palabras que pronunciaba, admiraban sus obras, se asombraban de los milagros que hacia. Sabian que Jesus era el Mesias, enviado por Dios para indicar a Israel y a toda la humanidad el camino de la salvacion. Pero su fe habia de pasar a través del misterioso acontecimiento salvifico que El habia anunciado varias veces: "El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le mataran, y al tercer dia resucitara" (Mt17, 22-23). Todo esto sucedio con su muerte y su resurreccion, en los dias que la liturgia llama el Triduo sacro.

Precisamente durante este acontecimiento pascual Cristo mostro a los Apostoles que su vocacion era la de ser sacerdotes como El y en El. Esto sucedio cuando en el Cenaculo, la vispera de su muerte en cruz, El tomo el pan y luego el caliz del vino, pronunciando sobre ellos las palabras de la consagracion. El pan y el vino se convirtieron en su Cuerpo y en su Sangre, ofrecidos en sacrifico para toda la humanidad. Jesus termino este gesto ordenando a los Apostoles: "Haced esto en conmemoracion mia" (1Co 11,24). Con estas palabras les confio su propio sacrificio y lo transmitio, por medio de sus manos, a la Iglesia de todos los tiempos. Confiando a los Apostoles el Memorial de su sacrificio, Cristo les hizo también participes de su sacerdocio. En efecto, hay un estrecho e indisoluble vinculo entre la ofrenda y el sacerdote: quien ofrece el sacrificio de Cristo debe tener parte en el sacerdocio de Cristo. La vocacion al sacerdocio es, pues, vocacion a ofrecer in persona Christi su sacrificio, gracias a la participacion de su sacerdocio. Por esto, hemos heredado de los Apostoles el ministerio sacerdotal.

El sacerdote se realiza a si mismo mediante una respuesta siempre renovada y vigilante


5. "El Maestro esta ahi y te llama" (Jn 11,28). Estas palabras se pueden leer con referencia a la vocacion sacerdotal. La llamada de Dios esta en el origen del camino que el hombre debe recorrer en la vida: ésta es la dimension primera y fundamental de la vocacion, pero no la unica. En efecto, con la ordenacion sacerdotal inicia un camino que dura hasta la muerte y que es todo un itinerario "vocacional". El Senor llama a los presbiteros para varios cometidos y servicios derivados de esta vocacion. Pero hay un nivel aun mas profundo. Ademas de las tareas que son la expresion del ministerio sacerdotal, queda siempre, en el fondo de todo, la realidad misma del "ser sacerdote". Las situaciones y circunstancias de la vida invitan incesantemente al sacerdote a ratificar su opcion originaria, a responder siempre y de nuevo a la llamada de Dios. Nuestra vida sacerdotal, como toda vida cristiana auténtica, es una sucesion de respuestas a Dios que nos llama.

A este respecto, es emblematica la parabola de los criados que esperan el regreso de su amo. Como éste tarda, ellos deben vigilar para que, cuando llegue, los encuentre despiertos (Lc 12,35-40). ¿No podria ser esta vigilancia evangélica otra definicion de la respuesta a la vocacion? En efecto, ésta se realiza gracias a un vigilante sentido de responsabilidad. Cristo subraya: "Dichosos los siervos que, el senor al venir, encuentre despiertos... Que venga en la segunda vigilia o en la tercera, si los encuentra asi, ¡dichosos ellos!" (Lc 12,37-38).

Los presbiteros de la Iglesia latina asumen el compromiso de vivir en el celibato. Si la vocacion es vigilancia, un aspecto significativo de la misma es ciertamente la fidelidad a este compromiso durante toda la vida. Sin embargo, el celibato es solo una de las dimensiones de la vocacion, la cual se realiza a lo largo de vida en el contexto de un compromiso global ante los multiples cometidos que derivan del sacerdocio.

La vocacion no es una realidad estatica: tiene su propia dinamica. Queridos hermanos en el sacerdocio: nosotros confirmamos y realizamos cada vez mas nuestra vocacion en la medida en que vivimos fielmente el "mysterium" de la alianza de Dios con el hombre y, particularmente, el "mysterium" de la Eucaristia; la realizamos en la medida en que con mayor intensidad amamos el sacerdocio y el ministerio sacerdotal, que estamos llamados a desempenar. Entonces descubrimos que, en el ser sacerdotes, "nos realizamos" nosotros mismos, ratificando la autenticidad de nuestra vocacion, segun el singular y eterno designio de Dios sobre cada uno de nosotros. Este proyecto divino se realiza en la medida en que es descubierto y acogido por nosotros, como nuestro proyecto y programa de vida.

El sacerdocio como "officium laudis"


6. Gloria Dei vivens homo. Las palabras de sanIreneo2 relacionan profundamente la gloria de Dios con la autorrealizacion del hombre. "Non nobis, Domine, non nobis, sed nomini tuo da gloriam" (Sal 113, B,1): repitiendo a menudo estas palabras del salmista, nos damos cuenta de que el "realizarse a si mismos" en la vida tiene una relacion y un fin transcendentes, contenidos en el concepto de "gloria de Dios": nuestra vida esta llamada a ser officium laudis.

La vocacion sacerdotal es una llamada especial al "officium laudis". Cuando el sacerdote celebra la Eucaristia, cuando en el sacramento de la Penitencia concede el perdon de Dios o cuando administra los otros sacramentos, siempre da gloria a Dios. Conviene, pues, que el sacerdote ame la gloria del Dios vivo y que, junto con la comunidad de los creyentes, proclame la gloria divina, que resplandece en la creacion y en la redencion. El sacerdote esta llamado a unirse de manera particular a Cristo, Verbo eterno y verdadero Hombre, Redentor del mundo. En efecto, en la redencion se manifiesta la plenitud de la gloria que la humanidad y la creacion entera dan al Padre en Jesucristo.

Officium laudis no son solamente las palabras del salterio, los himnos liturgicos y los cantos del Pueblo de Dios que resuenan en tantas lenguas diversas ante la mirada del Creador; officium laudis es sobre todo el incesante descubrimiento de la verdad, del bien y de la belleza, que el mundo recibe como don del Creador y, a la vez, es el descubrimiento del sentido de la vida humana. El misterio de la redencion ha realizado y revelado plenamente este sentido, acercando la vida del hombre a la vida de Dios. La redencion, llevada a cabo de modo definitivo en el misterio pascual mediante la pasion, muerte y resurreccion de Cristo, no solo pone en evidencia la santidad trascendente de Dios, sino que también, como ensena el Concilio Vaticano II, manifiesta "el hombre al propio hombre".3

La gloria de Dios esta inscrita en el orden de la creacion y de la redencion; el sacerdote esta llamado a vivir totalmente este misterio para participar en el gran officium laudis, que se lleva a cabo incesantemente en el universo. Solo viviendo en profundidad la verdad de la redencion del mundo y del hombre, éste puede acercarse a los sufrimientos y los problemas de las personas y de las familias, y afrontar sin temor la realidad, incluso del mal y del pecado, con las energias espirituales necesarias para superarla.

El sacerdote acompana a los fieles hacia la plenitud de la vida en Dios


7. Gloria Dei vivens homo. El sacerdote, cuya vocacion es dar gloria a Dios, esta al mismo tiempo influenciado profundamente por la verdad contenida en la segunda parte de la ya citada expresion de san Ireneo: vivens homo. El amor por la gloria de Dios no aleja al sacerdote de la vida y de todo lo que la conforma; al contrario, su vocacion lo lleva a descubrir su pleno significado.

¿Qué quiere decir vivens homo? Significa el hombre en la plenitud de su verdad, es decir, el hombre creado por Dios a su propia imagen y semejanza; el hombre al cual Dios ha confiado la tierra para que la domine; el hombre revestido de una multiple riqueza de naturaleza y de gracia; el hombre liberado de la esclavitud del pecado y elevado a la dignidad de hijo adoptivo de Dios.

Este es el hombre y la humanidad que el sacerdote tiene delante cuando celebra los divinos misterios: desde el recién nacido que los padres llevan a bautizar, hasta los ninos y chicos que encuentra en la catequesis o en la ensenanza de la religion, como también los jovenes que, durante el periodo mas delicado de su vida, buscan su camino, la propia vocacion, y se preparan a formar nuevas familias o bien a consagrarse por el Reino de Dios entrando en el Seminario o en un Instituto de vida consagrada. Es necesario que el sacerdote esté muy cerca de los jovenes. En esta época de la vida a menudo ellos se dirigen al sacerdote para buscar el apoyo de un consejo, la ayuda de la oracion, un prudente acompanamiento vocacional. De este modo el sacerdote puede constatar como su vocacion esta abierta y entregada a las personas. Al acercarse a los jovenes encuentra a los futuros padres y madres de familia, a los futuros profesionales o, en todo caso, a personas que podran contribuir con la propia capacidad a construir la sociedad del manana. Cada una de estas multiples vocaciones pasa a través de su corazon sacerdotal y se manifiesta como un camino particular a lo largo del cual Dios guia a las personas y las lleva a encontrarse con El.

El sacerdote participa asi de tantas opciones de vida, de sufrimientos y alegrias, de desilusiones y esperanzas. En cada situacion, su cometido es mostrar Dios al hombre como el fin ultimo de su destino personal. El sacerdote es aquél a quien las personas confian las cosas mas queridas y sus secretos, a veces tan dolorosos. Llega a ser el esperado por los enfermos, por los ancianos y los moribundos, conscientes de que solo él, participe del sacerdocio de Cristo, puede ayudarlos en el ultimo momento que ha de llevarlos hasta Dios. El sacerdote, testigo de Cristo, es mensajero de la vocacion suprema del hombre a la vida eterna en Dios. Y mientras acompana a los hermanos, se prepara a si mismo: el ejercicio del ministerio le permite profundizar en su vocacion de dar gloria a Dios para tomar parte en la vida eterna. El se encamina asi hacia el dia en que Cristo le dira: "¡Bien, siervo bueno y fiel!; ...entra en el gozo de tu senor" (Mt25, 21).

El jubileo sacerdotal: tiempo de alegria y de accion de gracias


8. "Considerad, hermanos, vuestra vocacion" (1Co 1,26). La exhortacion de Pablo a los cristianos de Corinto tiene un significado particular para nosotros sacerdotes. Debemos "considerar" a menudo nuestra vocacion, descubriendo su sentido y grandeza, que siempre nos superan. Ocasion privilegiada para esto es el Jueves Santo, dia en que se conmemora la institucion de la Eucaristia y del sacramento del Orden. Ocasion propicia son también los aniversarios de la Ordenacion sacerdotal y, especialmente, los jubileos sacerdotales.

Queridos hermanos sacerdotes: al compartir con vosotros estas reflexiones, pienso en el 50 aniversario de mi Ordenacion sacerdotal que cae este ano. Pienso en mis companeros de seminario que, como yo, llevan tras de si un camino hacia el sacerdocio marcado por el dramatico periodo de la segunda guerra mundial. Entonces los seminarios estaban cerrados y los clérigos vivian en la diaspora. Algunos de ellos perdieron la vida en los conflictos bélicos. El sacerdocio alcanzado en aquellas condiciones tuvo para nosotros un valor particular. Esta vivo en mi memoria aquel gran momento en que, hace cincuenta anos, la asamblea eclesial invocaba: "Veni Creator Spiritus" sobre nosotros jovenes Diaconos, postrados en tierra en el centro del templo, antes de recibir la Ordenacion sacerdotal por la imposicion de manos del Obispo. Damos gracias al Espiritu Santo por aquella efusion de gracia que marco nuestra vida. Y seguimos implorando: "Imple superna gratia, quae tu creasti pectora".

Deseo, queridos hermanos en el sacerdocio, invitaros a participar en mi Te Deum de accion de gracias por el don de la vocacion. Los jubileos, como sabéis, son momentos importantes en la vida de un sacerdote, es decir, como unas piedras miliares en el camino de nuestra vocacion. Segun la tradicion biblica, el jubileo es tiempo de alegria y de accion de gracias. El agricultor da gracias al Creador por la cosecha; nosotros, con ocasion de nuestros jubileos, queremos agradecer al Pastor eterno los frutos de nuestra vida sacerdotal, el servicio dado a la Iglesia y a la humanidad en los distintos lugares del mundo y en las condiciones mas diversas y en las multiples situaciones de trabajo en que la Providencia nos ha puesto y guiado. Sabemos que "somos siervos inutiles" (Lc 17,10), sin embargo estamos agradecidos al Senor porque ha querido hacer de nosotros sus ministros.

Estamos agradecidos también a los hombres: ante todo a quienes nos han ayudado a llegar al sacerdocio y a quienes la divina Providencia ha puesto en el camino de nuestra vocacion. Damos las gracias a todos, empezando por nuestros padres, que han sido para nosotros un multiforme don de Dios. ¡Cuantas y qué diversas riquezas deensenanzas y buenos ejemplos nos han transmitido!

Al dar gracias, pedimos también perdon a Dios y a los hermanos por las negligencias y las faltas, fruto de la debilidad humana. El jubileo, segun la Sagrada Escritura, no podia ser solo una accion de gracias por la cosecha; conllevaba también la remision de las deudas. Imploremos, pues, a Dios misericordioso que nos perdone las deudas contraidas a lo largo de la vida y en el ejercicio del ministerio sacerdotal.

"Considerad, hermanos, vuestra vocacion", nos exhorta el Apostol. Alentados por su palabra, nosotros "consideramos" el camino recorrido hasta ahora, durante el cual nuestra vocacion se ha confirmado, profundizado y consolidado. "Consideramos" para tomar clara conciencia de la accion amorosa de Dios en nuestra vida. Al mismo tiempo, no podemos olvidar a nuestros hermanos en el sacerdocio que no han perseverado en el camino emprendido. Los confiamos al amor del Padre, a la vez que los tenemos presentes en nuestra oracion.

El "considerar" se transforma asi, casi sin darnos cuenta, en oracion. Es en esta perspectiva que deseo invitaros, queridos hermanos sacerdotes, a uniros a mi accion de gracias por el don de la vocacion y del sacerdocio.

Gracias, Senor,

por el don del sacerdocio


9. "Te Deum laudamus,

Te Dominum confitemur..."

Nosotros te alabamos

y te damos gracias, Senor:

toda la tierra te adora.

Nosotros, tus ministros,

con las voces de los Profetas

y con el coro de los Apostoles,

te proclamamos Padre y Senor de la vida,

de cada vida que solo de ti procede.

Te reconocemos, Trinidad Santisima,

regazo e inicio de nuestra vocacion:

Tu, Padre, desde la eternidad

nos has pensado, querido y amado;

Tu, Hijo, nos has elegido y llamado

a participar de tu unico y eterno sacerdocio;

Tu, Espiritu Santo, nos has colmado

con tus dones

y nos has consagrado con tu santa uncion.

Tu, Senor del tiempo y de la historia,

nos has puesto en el umbral

del tercer milenio cristiano,

para ser testigos de la salvacion,

realizada por ti en favor de toda la humanidad.

Nosotros, Iglesia que proclama tu gloria,

te imploramos:

que nunca falten sacerdotes santos

al servicio del Evangelio;

que resuene en cada Catedral

y en cada rincon del mundo

el himno "Veni Creator Spiritus".

¡Ven, Espiritu Creador!

Ven a suscitar nuevas generaciones de jovenes,

dispuestos a trabajar en la vina del Senor,

para difundir el Reino de Dios

hasta los confines de la tierra.

Y tu, Maria, Madre de Cristo,

que nos has acogido junto a la Cruz

como hijos predilectos con el Apostol Juan,

sigue velando sobre nuestra vocacion.

Te confiamos los anos de ministerio

que la Providencia nos conceda vivir aun.

Permanece a nuestro lado para guiarnos

por los caminos del mundo,

al encuentro de los hombres y mujeres

que tu Hijo ha redimido con su Sangre.

Ayudanos a cumplir hasta el final

la voluntad de Jesus,

nacido de ti para la salvacion del hombre.

Cristo, ¡Tu eres nuestra esperanza!

"In Te, Domine, speravi,

non confundar in aeternum".

Vaticano,17 de marzo, IV domingo de Cuaresma, del ano 1996, decimoctavo de mi Pontificado.

CARTA del Papa Juan Pablo II


A LOS SACERDOTES

CON OCASION DEL JUEVES SANTO 1997

1997
1. Iesu, sacerdos in aeternum, miserere nobis!

Queridos sacerdotes:

Siguiendo la tradicion de dirigiros la palabra en el dia en que os reunis alrededor de vuestro obispo, para conmemorar gozosamente la institucion del sacerdocio en la Iglesia, renuevo ante todo mis sentimientos de gratitud al Senor por las celebraciones jubilares en las que, de los dias 1 al 10 de noviembre del ano pasado, participaron muchos hermanos sacerdotes. A todos doy cordialmente las gracias.

Un recuerdo particular dirijo a los sacerdotes que el ano pasado, igual que yo, celebraron el 50º aniversario de su ordenacion. Muchos de ellos no vacilaron, a pesar de los anos y la distancia, en venir a Roma para concelebrar con el Papa sus bodas de oro.

Doy las gracias al cardenal vicario, a los obispos sus colaboradores, a los sacerdotes y fieles de la diocesis de Roma, los cuales manifestaron de varias maneras su union con el Sucesor de Pedro, alabando a Dios por el don del sacerdocio. Mi reconocimiento se hace extensivo a los senores cardenales, arzobispos, obispos y sacerdotes, a los consagrados y consagradas, y a todos los fieles de la Iglesia por el don de su cercania, de su oracion y por el Te Deum de accion de gracias, que juntos hemos cantado.

Deseo, ademas, agradecer a todos los colaboradores de la Curia romana lo que hicieron para que estas bodas de oro sacerdotales del Papa pudiesen servir para reavivar la conciencia del gran don y misterio del sacerdocio. Pido constantemente al Senor que siga encendiendo la llama de la vocacion sacerdotal en el alma de muchos jovenes.

En aquellos dias, me dirigi varias veces, con el recuerdo y el corazon, a la capilla privada de los arzobispos de Cracovia, donde el 1 de noviembre de 1946 el inolvidable metropolitano de Cracovia Adam Stefan Sapieha, después cardenal, impuso sus manos sobre mi cabeza, transmitiéndome la gracia sacramental del sacerdocio. Con emocion he vuelto espiritualmente a la catedral del Wawel, en la cual celebré la primera misa, el dia siguiente de la ordenacion.

En los dias jubilaras, todos hemos sentido de manera particular la presencia de Cristo sumo sacerdote, meditando las palabras de la liturgia: "Este es el sumo Sacerdote que en sus dias agrado a Dios y fue encontrado justo." Ecce Sacerdos magnus. Estas palabras tienen su plena aplicacion en Cristo mismo. l es el sumo Sacerdote de la nueva y eterna alianza, el unico Sacerdote del que todos nosotros sacerdotes recibimos la gracia de la vocacion y del ministerio. Me alegra el hecho de que en las celebraciones del jubileo de mi ordenacion, el sacerdocio de Cristo haya podido brillar en su inefable verdad como don y misterio en favor de los hombres de todos los tiempos, hasta la consumacion de los siglos.

A los cincuenta anos de mi ordenacion sacerdotal, cada dia, como siempre, recuerdo a mis coetaneos, tanto de Cracovia como de todas las demas Iglesias del mundo, que no han podido llegar a este jubileo. Pido a Cristo, sacerdote eterno, que les conceda en herencia la recompensa imperecedera, acogiéndolos en la gloria de su Reino.


2. lesu, sacerdos in aeternum, miserere nobis!

Os escribo esta Carta, queridos hermanos, durante el primer ano de preparacion inmediata al inicio del tercer milenio: Tertio millennio adveniente. En la carta apostolica que empieza con estas palabras puse de relieve el significado de paso del segundo al tercer milenio después del nacimiento de Cristo y estableci que los ultimos tres anos antes del 2000 se dedicaran a la santisima Trinidad. El primer ano, inaugurado solemnemente el pasado primer domingo de Adviento, tiene como centro a Cristo. En efecto, él es el Hijo eterno de Dios, hecho hombre y nacido de Maria Virgen, que nos lleva al Padre. El proximo ano estara dedicado al Espiritu Santo Paraclito, prometido a los Apostoles en el momento de su paso de este mundo al Padre. Finalmente, el ano 1999 estara dedicado al Padre, al cual el Hijo quiere llevarnos por medio del Espiritu, el Consolador.

Queremos terminar asi el segundo milenio con una gran alabanza a la santisima Trinidad. En este itinerario encontrara eco la trilogia de enciclicas que, gracias a Dios, he podido publicar al inicio del pontificado: Redemptor hominis, Dominum et vivificantem y Dives in misericordia, las cuales os exhorto, queridos hermanos, a meditar nuevamente durante este trienio. En nuestro misterio, especialmente el liturgico, debemos ser siempre conscientes de estar en camino hacia el Padre, guiados por el Hijo en el Espiritu Santo. Nos recuerdan precisamente esto las palabras con que terminamos cada oracion: "Por nuestro Senor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espiritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén."


3. lesu, sacerdos in aeternum, miserere nobis!

Esta invocacion esta tomada de las letanias a Cristo sacerdote y victima, que se recitaban en el seminario de Cracovia el dia antes de la ordenacion sacerdotal. Las he querido poner como apéndice en el libro Don y misterio, publicado con ocasion de mi jubileo sacerdotal. En esta Carta deseo ponerlas también en evidencia, pues me parece que ilustran de manera particularmente rica y profunda el sacerdocio de Cristo y nuestra relacion con el mismo. Estan basadas en textos de la sagrada Escritura, en particular de la carta a los Hebreos, pero no solamente. Por ejemplo, cuando recitamos: lesu, sacerdos in aeternum secundum ordinem Melchisedech, volvemos idealmente al Antiguo Testamento, al Salmo 110. Todos sabemos lo que significa para Cristo ser sacerdote segun el orden de Melquisedec. Su sacerdocio se expreso en el ofrecimiento de su propio cuerpo, "hecho de una vez para siempre" (Hb 10,10). Habiéndose ofrecido en sacrificio cruento en la cruz, él mismo instituyo su "memoria" incruenta para todos los tiempos, bajo las especies de pan y vino. Y bajo estas especies él encomendo este sacrificio suyo a la Iglesia. Asi pues, la Iglesia -y en ella cada sacerdote- celebra el unico sacrificio de Cristo.

Mantengo un vivo recuerdo de los sentimientos que suscitaron en mi las palabras de la consagracion pronunciadas por vez primera junto con el obispo que me acababa de ordenar, palabras que repeti al dia siguiente en la santa misa celebrada en el cripta de San Leonardo. Tantas veces desde entonces -resulta dificil contarlas- estas palabras han resonado en mis labios para hacer presente, bajo las especies de pan y vino, a Cristo en el acto salvifico de sacrificarse a si mismo en la cruz.

Contemplemos juntos, una vez mas, este sublime misterio. Jesus tomo el pan y se lo dio a sus discipulos diciendo: "Tomad y comed todos de él, porque esto es mi cuerpo... " Tomo después en sus manos el caliz con el vino, lo bendijo y lo dio a sus discipulos diciendo: "Tomad y bebed todos de él, porque éste es el caliz de mi Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna, que sera derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdon de los pecados." Y anadio: "Haced esto en conmemoracion mia"

¿Como pueden dejar de ser estas maravillosas palabras el corazon que impulsa toda vida sacerdotal? ¡Repitamoslas cada vez como si fuera la primera! Que jamas sean pronunciadas por rutina. Estas palabras expresan la mas plena actualizacion de nuestro sacerdocio.


4. Al celebrar el sacrificio de Cristo, seamos siempre conscientes de lo que leemos en las palabras de la carta a los Hebreos: "Presentose Cristo como sumo sacerdote de los bienes futuros, a través de una tienda mayor y mas perfecta, no fabricada por mano de hombre, es decir, no de este mundo. Y penetro en el santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabrios ni de novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una redencion eterna. Pues si la sangre de machos cabrios y de toros y la ceniza de vaca santifica con su aspersion a los contaminados, en orden a la purificacion de la carne, ¡cuanto mas la sangre de Cristo, que por el Espiritu Eterno se ofrecio a si mismo sin tacha a Dios, purificara de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios vivo! Por eso es mediador de una nueva alianza" (9,11-15).

Las invocaciones de las letanias a Cristo sacerdote y victima se relacionan, en cierto modo, con estas palabras o con otras de la misma Carta:

lesu,

Pontifex ex hominibus assumpte,

... pro hominibus constitute,

Pontifex confessionis nostrae,

... amplioris prae Moysi gloriae,

Pontifex tabernaculi veri,

Pontifex futurorum bonorum,

... sancte, innocens et impollute,

Pontifex fidelis et misericors,

... Dei et animarurn zelo succense,

Pontifex in aetemum perfecte,

Pontifex qui (... ) caelos penetrasti...

Mientras repetimos estas invocaciones, vemos con los ojos de la fe aquello de lo que habla la carta a los Hebreos: Cristo que mediante la propia sangre entra en el eterno santuario. Como Sacerdote consagrado para siempre por el Padre Spiritu Sancto et virtute, ahora se ha sentado "a la diestra de la Majestad en las alturas" (Hb 1, 3). Y desde alli intercede por nosotros como Mediador -semper vivens ad interpellandum pro nobis-, para trazarnos el camino de una vida nueva y eterna: Pontifex qui nobis viam novam initiasti. l nos ama y derramo su sangre para limpiar nuestros pecados: Pontifex qui dilexisti nos et lavisti nos a peccatis in sanguino tuo. Se entrego a si mismo por nosotros; tradidisti temetipsum Deo oblationem et hostiam.

En efecto, Cristo introduce el sacrificio de si mismo, que es el precio de nuestra redencion, en el santuario eterno. La ofrenda, esto es, la victima, es inseparable del sacerdote. Me han ayudado a comprender mejor todo esto precisamente las letanias a Cristo sacerdote y victima, recitadas en el seminario. Vuelvo constantemente a esta leccion fundamental.


5. Hoy es Jueves santo. Toda la lglesia se congrega espiritualmente en el cenaculo, donde se reunieron los Apostoles con Jesus para la ultima cena. Leamos de nuevo en el evangelio de Juan las palabras pronunciadas por Jesus en el discurso de despedida. Entre tantas riquezas de este texto, encontrarnos la siguiente frase dirigida por Jesus a los Apostoles: "Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oido a mi Padre os lo he dado a conocer" (15,13-15).

"Amigos": asi llamo Jesus a los Apostoles. Asi también quiere llamarnos a nosotros que, gracias al sacramento del Orden, somos participes de su sacerdocio. Escuchemos estas palabras con gran emocion y humildad. Ellas contienen la verdad. Ante todo la verdad sobre la amistad, pero también una verdad sobre nosotros mismos que participamos del sacerdocio de Cristo, como ministros de la Eucaristia. ¿Podia Jesus expresarnos su amistad de manera mas elocuente que permitiéndonos, como sacerdotes de la nueva alianza, obrar en su nombre, in persona Christi Capitis? Pues esto es precisamente lo que acontece en todo nuestro servicio sacerdotal, cuando administramos los sacramentos y, especialmente, cuando celebramos la Eucaristia. Repetimos las palabras que él pronuncio sobre el pan y el vino y, por medio de nuestro ministerio, se realiza la misma consagracion que él hizo. ¿Puede haber una manifestacion de amistad mas plena que ésta? Esta amistad constituye el centro mismo de nuestro ministerio sacerdotal.

Cristo dice: "No me habéis elegido vosotros a mi, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayais y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca" (
Jn 15,16). Al final de esta Carta, os ofrezco estas palabras como un augurio. En el dia conmemorativo de la institucion del sacramento del sacerdocio, deseémonos mutuamente, queridos hermanos, que podamos ir y dar fruto, como los Apostoles, y que nuestro fruto permanezca.

Que Maria, Madre de Cristo sumo y eterno sacerdote, sostenga con su asidua proteccion las andaduras de nuestro ministerio, sobre todo cuando el camino es arduo y las dificultades son mayores. Que la Virgen fiel interceda ante su Hijo, para que no nos falte nunca el valor de ser sus testigos en los diversos campos de nuestro apostolado, colaborando con él para que el mundo tenga vida y la tenga en abundancia (Jn 10,10).

En el nombre de Cristo, y con profundo afecto, os bendigo a todos.

Vaticano,16 de marzo, V domingo de Cuaresma, del ano 1997, decimonono de mi pontificado


JP-II Cartas sacerdotes 1995