JP-II Cartas sacerdotes 1997


CARTA DEL SANTO PADRE

JUAN PABLO II

A LOS SACERDOTES

PARA EL JUEVES SANTO DE 1998

1998
1. El Espiritu Santo creador y santificador
2. Eucaristia y Orden, frutos del Espiritu
3. Los dones del Espiritu Santo
4. Influjo de los dones del Espiritu Santo sobre el hombre
5. Los dones del Espiritu en la vida del sacerdote
6. El Espiritu introduce en la vida trinitaria
7. Postrados en presencia del Espiritu

Queridos hermanos en el sacerdocio

Con la mente y el corazon puestos en el Gran Jubileo, celebracion solemne del bimilenario del nacimiento de Cristo y comienzo del tercer milenio cristiano, deseo invocar con vosotros al Espiritu del Senor, a quien esta dedicada particularmente la segunda etapa del itinerario espiritual de la preparacion inmediata al Ano Santo del 2000.

Dociles a sus suaves inspiraciones, nos disponemos a vivir con una participacion intensa este tiempo favorable, implorando del Dador de los dones las gracias necesarias para discernir los signos de salvacion y responder con plena fidelidad a la llamada de Dios.

Nuestro sacerdocio esta intimamente unido al Espiritu Santo y a su mision. En el dia de la ordenacion presbiteral, en virtud de una singular efusion del Paraclito, el Resucitado ha renovado en cada uno de nosotros lo que realizo con sus discipulos en la tarde de la Pascua, y nos ha constituido en continuadores de su mision en el mundo (
Jn 20,21-23). Este don del Espiritu, con su misteriosa fuerza santificadora, es fuente y raiz de la especial tarea de evangelizacion y santificacion que se nos ha confiado.

El Jueves Santo, dia en que conmemoramos la Cena del Senor, presenta ante nuestros ojos a Jesus, Siervo "obediente hasta la muerte" (Fil 2,8), que instituye la Eucaristia y el Orden sagrado como particulares signos de su amor. l nos deja este extraordinario testamento de amor para que se perpetue en todo tiempo y lugar el misterio de su Cuerpo y de su Sangre y los hombres puedan acercarse a la fuente inextinguible de la gracia. ¿Existe acaso para nosotros, los sacerdotes, un momento mas oportuno y sugestivo que éste para contemplar la obra del Espiritu Santo en nosotros y para implorar sus dones con el fin de conformarnos cada vez mas con Cristo, Sacerdote de la Nueva Alianza?


1. El Espiritu Santo creador y santificador

Veni Creator Spiritus,

Mentes tuorum visita,

Imple superna gratia,

Quae tu creasti pectora.

Ven, Espiritu creador,

visita las almas de tus fieles

y llena de la divina gracia

los corazones que Tu mismo creaste.

Este antiguo canto liturgico recuerda a cada sacerdote el dia de su ordenacion, evocando los propositos de plena disponibilidad a la accion del Espiritu Santo formulados en circunstancia tan singular. Le recuerda asimismo la especial asistencia del Paraclito y tantos momentos de gracia, de alegria y de intimidad, que el Senor le ha hecho gustar a lo largo de su vida.

La Iglesia, que en el Simbolo Niceno-Constantinopolitano proclama su fe en el Espiritu Santo "Senor y dador de vida", presenta claramente el papel que l desempena acompanando los acontecimientos humanos y, de manera particular, los de los discipulos del Senor en camino hacia la salvacion.

El es el Espiritu creador, que la Escritura presenta en los inicios de la historia humana, cuando "aleteaba por encima de las aguas" (Gn 1,2), y en el comienzo de la redencion, como artifice de la Encarnacion del Verbo de Dios (Mt 1,20 Lc 1,35).

De la misma naturaleza del Padre y del Hijo, l es "en el misterio absoluto de Dios uno y trino, la Persona-amor, el don increado, fuente eterna de toda dadiva que proviene de Dios en el orden de la creacion, el principio directo y, en cierto modo, el sujeto de la autocomunicacion de Dios en el orden de la gracia. El misterio de la Encarnacion constituye el culmen de esta dadiva y de esta autocomunicacion divina" (Dominum et vivificantem, DEV 50).

El Espiritu Santo orienta la vida terrena de Jesus hacia el Padre. Merced a su misteriosa intervencion, el Hijo de Dios fue concebido en el seno de la Virgen Maria (Lc 1,35) y se hizo hombre. Es también el Espiritu el que, descendiendo sobre Jesus en forma de paloma durante su bautismo en el Jordan, le manifiesta como Hijo del Padre (Lc 3,21-22) y, acto seguido, le conduce al desierto (Lc 4,1). Tras la victoria sobre las tentaciones, Jesus da comienzo a su mision "por la fuerza del Espiritu" (Lc 4,14), en l se llena de gozo y bendice al Padre por su bondadoso designio (Lc 10,21) y con su fuerza expulsa los demonios (Mt 12,28 Lc 11,20). En el momento dramatico de la cruz se ofrece a si mismo "por el Espiritu eterno" (Hb 9,14), por el cual es resucitado después (Rm 8,11) y "constituido Hijo de Dios con poder" (Rm 1,4).

En la tarde de Pascua, Jesus resucitado dice a los Apostoles reunidos en el Cenaculo: "Recibid el Espiritu Santo" (Jn 29,22) y, tras haberles prometido una nueva efusion, les confia la salvacion de los hermanos, enviandolos por los caminos del mundo: "Id, pues, y haced discipulos a todas las gentes bautizandolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espiritu Santo, y ensenandoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aqui que yo estoy con vosotros todos los dias hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20).

La presencia de Cristo en la Iglesia de todos los tiempos y lugares se hace viva y eficaz en los creyentes por obra del Consolador (Jn 14,26). El Espiritu es "también para nuestra época el agente principal de la nueva evangelizacion... construye el Reino de Dios en el curso de la historia y prepara su plena manifestacion en Jesucristo, animando a los hombres en su corazon y haciendo germinar dentro de la vivencia humana las semillas de la salvacion definitiva que se dara al final de los tiempos" (Tertio millennio adveniente, TMA 45).


2. Eucaristia y Orden, frutos del Espiritu

Qui diceris Paraclitus,

Altissimi donum Dei,

Fons vivus, ignis, caritas

et spiritalis unctio.

Tu eres nuestro Consolador,

Don de Dios Altisimo,

fuente viva, fuego, caridad

y espiritual uncion.

Con estas palabras la Iglesia invoca al Espiritu Santo como "spiritalis unctio", espiritual uncion. Por medio de la uncion del Espiritu en el seno inmaculado de Maria, el Padre ha consagrado a Cristo como sumo y eterno Sacerdote de la Nueva Alianza, el cual ha querido compartir su sacerdocio con nosotros, llamandonos a ser su prolongacion en la historia para la salvacion de los hermanos.

El Jueves Santo, "Feria quinta in Coena Domini", los sacerdotes estamos invitados a dar gracias con toda la comunidad de los creyentes por el don de la Eucaristia y a ser cada vez mas conscientes de la gracia de nuestra especial vocacion. Asimismo, nos sentimos impulsados a confiarnos a la accion del Espiritu Santo, con corazon joven y plena disponibilidad, dejando que l nos conforme cada dia con Cristo Sacerdote.

El Evangelio de san Juan, con palabras llenas de ternura y misterio, nos cuenta el relato de aquel primer Jueves Santo, en el cual el Senor, estando a la mesa con sus discipulos en el Cenaculo, "habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amo hasta el extremo" (13,1). ¡Hasta el extremo!: hasta la institucion de la Eucaristia, anticipacion del Viernes Santo, del sacrificio de la cruz y de todo el misterio pascual. Durante la Ultima Cena, Cristo toma el pan con sus manos y pronuncia las primeras palabras de la consagracion: "Esto es mi Cuerpo que sera entregado por vosotros". Inmediatamente después pronuncia sobre el caliz lleno de vino las siguientes palabras de la consagracion: "ste es el caliz de mi Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna, que sera derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdon de los pecados"; y anade a continuacion: "Haced esto en conmemoracion mia". Se realiza asi en el Cenaculo, de manera incruenta, el Sacrificio de la Nueva Alianza que tendra lugar con sangre al dia siguiente, cuando Cristo dira desde la cruz: "Consummatum est", "¡Todo esta cumplido! " (Jn 19,30).

Este Sacrificio ofrecido una vez por todas en el Calvario es confiado a los Apostoles, en virtud del Espiritu Santo, como el Santisimo Sacramento de la Iglesia. Para impetrar la intervencion misteriosa del Espiritu, la Iglesia, antes de las palabras de la consagracion, implora: "Por eso, Padre, te suplicamos que santifiques por el mismo Espiritu estos dones que hemos separado para ti, de manera que sean Cuerpo y Sangre de Jesucristo, Hijo tuyo y Senor nuestro, que nos mando celebrar estos misterios" (Plegaria Eucaristica III). En efecto, sin la potencia del Espiritu divino, ¿como podrian unos labios humanos hacer que el pan y el vino se conviertan en el Cuerpo y la Sangre del Senor hasta el fin de los tiempos? Solamente por el poder del Espiritu divino puede la Iglesia confesar incesantemente el gran misterio de la fe: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurreccion. ¡Ven Senor Jesus! ".

La Eucaristia y el Orden son frutos del mismo Espiritu: "Al igual que en la Santa Misa el Espiritu Santo es el autor de la transubstanciacion del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, asi en el sacramento del Orden es el artifice de la consagracion sacerdotal o episcopal" (Don y Misterio, p. 59).


3. Los dones del Espiritu Santo

Tu septiformis munere

Digitus paternae dexterae

Tu rite promissum Patris

Sermone ditans guttura.

Tu derramas sobre nosotros los siete dones;

Tu, el dedo de la mano de Dios;

Tu, el prometido del Padre;

Tu, que pones en nuestros labios los tesoros de tu palabra.

¿Como no dedicar una reflexion particular a los dones del Espiritu Santo, que la tradicion de la Iglesia, siguiendo las fuentes biblicas y patristicas, denomina "sacro Septenario"? Esta doctrina ha sido estudiada con atencion por la teologia escolastica, ilustrando ampliamente su significado y caracteristicas.

"Dios ha enviado a nuestros corazones el Espiritu de su Hijo que clama: ¡Abba, Padre!" (Ga 4,6). "En efecto, todos los que son guiados por el Espiritu de Dios son hijos de Dios... El Espiritu mismo se une a nuestro espiritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios" (Rm 8,14 Rm 8,16). Las palabras del apostol Pablo nos recuerdan que la gracia santificante ("gratia gratum faciens") es un don fundamental del Espiritu, con la cual se reciben las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, y todas las virtudes infusas ("virtutes infusae"), que capacitan para obrar bajo el influjo del mismo Espiritu. En el alma, iluminada por la gracia celestial, esta capacitacion sobrenatural se completa con los dones del Espiritu Santo. Estos se diferencian de los carismas, que son concedidos para el bien de los demas, porque se ordenan a la santificacion y perfeccion de la persona y, por tanto, se ofrecen a todos.

Sus nombres son conocidos. Los menciona el profeta Isaias trazando la figura del futuro Mesias: "Reposara sobre él el espiritu del Senor: espiritu de sabiduria e inteligencia, espiritu de consejo y fortaleza, espiritu de ciencia y temor del Senor. Y le inspirara en el temor del Senor" (11, 2-3). El numero de los dones sera fijado en siete por la version de los Setenta y la Vulgata, que incorporan la piedad, eliminando del texto de Isaias la repeticion del temor de Dios.

Ya san Ireneo recuerda el "Septenario" y anade: "Dios ha dado este Espiritu a la Iglesia, (...) enviando el Paraclito sobre toda la tierra" (Adv. haereses III,17, 3). San Gregorio Magno, por su parte, ilustra la dinamica sobrenatural introducida por el Espiritu en el alma, enumerando los dones en orden inverso: "Mediante el temor nos elevamos a la piedad, de la piedad a la ciencia, de la ciencia obtenemos la fuerza, de la fuerza el consejo, con el consejo progresamos hacia la inteligencia y con la inteligencia hacia la sabiduria, de tal modo que, por la gracia septiforme del Espiritu, se nos abre al final de la ascension el ingreso a la vida celeste" (Hom. in Hezech. II, 7, 7).

Los dones del Espiritu Santo --comenta el Catecismo de la Iglesia Catolica--, al ser una especial sensibilizacion del alma humana y de sus facultades a la accion del Paraclito, "completan y llevan a su perfeccion las virtudes de quienes los reciben. Hacen a los fieles dociles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas" (n. 1831). Por tanto, la vida moral de los cristianos esta sostenida por esas "disposiciones permanentes que hacen al hombre docil para seguir los impulsos del Espiritu Santo" (Rm 1830). Con ellos llega a la madurez la vida sobrenatural que, por medio de la gracia, crece en todo hombre. Los dones, en efecto, se adaptan admirablemente a nuestras disposiciones espirituales, perfeccionandolas y abriéndolas de manera particular a la accion de Dios mismo.


4. Influjo de los dones del Espiritu Santo sobre el hombre

Accende lumen sensibus

Infunde amorem cordibus;

Infirma nostri corporis

Virtute firmans perpeti.

Enciende con tu luz nuestros sentidos;

infunde tu amor en nuestros corazones;

y, con tu perpetuo auxilio,

fortalece nuestra débil carne.

Por medio del Espiritu, Dios entra en intimidad con la persona y penetra cada vez mas en mundo humano: "Dios uno y trino, que en si mismo "existe" como realidad trascendente de don interpersonal al comunicarse por el Espiritu Santo como don al hombre, transforma el mundo humano desde dentro, desde el interior de los corazones y de las conciencias" (Dominum et vivificantem, DEV 59).

En la gran tradicion escolastica, esta verdad lleva a privilegiar la accion del Espiritu en las vicisitudes humanas y a resaltar la iniciativa salvifica de Dios en la vida moral: aunque sin anular nuestra personalidad ni privarnos de la libertad, l nos salva mas alla de nuestras aspiraciones y proyectos. Los dones del Espiritu Santo siguen esta logica, siendo "perfecciones del hombre que lo disponen a seguir prontamente la mocion divina " (S. Tomas de Aquino, Summa Theologiae I-II, q. 68, a. 2).

Con los siete dones se da al creyente la posibilidad de una relacion personal e intima con el Padre, en la libertad que es propia de los hijos de Dios. Es lo que subraya santo Tomas, poniendo de relieve como el Espiritu Santo nos induce a obrar no por fuerza sino por amor: "Los Hijos de Dios --afirma él-- son movidos por el Espiritu Santo libremente, por amor, no en forma servil, por temor" (Contra gentiles IV, 22). El Espiritu convierte las acciones del cristiano en "deiformes", esto es, en sintonia con el modo de pensar, de amar y de actuar divinos, de tal modo que el creyente llega a ser signo reconocible de la Santisima Trinidad en el mundo. Sostenido por la amistad del Paraclito, por la luz del Verbo y por el amor del Padre, puede proponerse con audacia imitar la perfeccion divina (Mt 5,48).

El Espiritu actua en dos ambitos, como recordaba mi venerado predecesor, el Siervo de Dios Pablo VI: "El primer campo es el de cada una de las almas... nuestro yo: en esa profunda celda de la propia existencia, misteriosa incluso para nosotros mismos, entra el soplo del Espiritu Santo. Se difunde en el alma con el primer y gran carisma que llamamos gracia, que es como una nueva vida, y rapidamente la habilita para realizar actos que superan su actividad natural". El segundo campo "en que se difunde la virtud de Pentecostés" es "el cuerpo visible de la Iglesia... Ciertamente "Spiritus ubi vult spirat" (Jn 3,8), pero en la economia establecida por Cristo, el Espiritu recorre el canal del ministerio apostolico". En virtud de este ministerio a los sacerdotes se les da la potestad de trasmitir el Espiritu a los fieles "por medio del anuncio autorizado y garantizado de la Palabra de Dios, en la guia del pueblo cristiano y en la distribucion de los sacramentos (1Co 4,1), fuente de la gracia, es decir, de la accion santificante del Paraclito" (Homilia en la fiesta de Pentecostés, 25 de mayo 1969).


5. Los dones del Espiritu en la vida del sacerdote

Hostem repellas longius

Pacemque dones protinus:

Ductore sic te praevio

Vitemus omne noxium.

Aleja de nosotros al enemigo,

danos pronto la paz,

sé Tu mismo nuestro guia y,

puestos bajo tu direccion,

evitaremos todo lo nocivo.

El Espiritu Santo restablece en el corazon humano la plena armonia con Dios y, asegurandole la victoria sobre el Maligno, lo abre a la dimension universal del amor divino. De este modo hace pasar al hombre del amor de si mismo al amor de la Trinidad, introduciéndole en la experiencia de la libertad interior y de la paz, y encaminandole a vivir toda su existencia como un don. Con el "sacro Septenario" el Espiritu guia de este modo al bautizado hacia la plena configuracion con Cristo y la total sintonia con las perspectivas del Reino de Dios.

Si éste es el camino hacia el que el Espiritu encauza suavemente a todo bautizado, dispensa también una atencion especial a los que han sido revestidos del Orden sagrado para que puedan cumplir adecuadamente su exigente ministerio. Asi, con el don de la "sabiduria", el Espiritu conduce al sacerdote a valorar cada cosa a la luz del Evangelio, ayudandole a leer en los acontecimientos de su propia vida y de la Iglesia el misterioso y amoroso designio del Padre; con el don de la "inteligencia", favorece en él una mayor profundizacion en la verdad revelada, impulsandolo a proclamar con fuerza y conviccion el gozoso anuncio de la salvacion; con el "consejo", el Espiritu ilumina al ministro de Cristo para que sepa orientar su propia conducta segun la Providencia, sin dejarse condicionar por los juicios del mundo; con el don de la "fortaleza" lo sostiene en las dificultades del ministerio, infundiéndole la necesaria "parresia" en el anuncio del Evangelio (cf. Hch 4, 29.31); con el don de la "ciencia", lo dispone a comprender y aceptar la relacion, a veces misteriosa, de las causas segundas con la causa primera en la realidad cosmica; con el don de "piedad", reaviva en él la relacion de union intima con Dios y la actitud de abandono confiado en su providencia; finalmente, con el "temor de Dios", el ultimo en la jerarquia de los dones, el Espiritu consolida en el sacerdote la conciencia de la propia fragilidad humana y del papel indispensable de la gracia divina, puesto que "ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que hace crecer" (l Co 3,7).


6. El Espiritu introduce en la vida trinitaria

Per te sciamus da Patrem

Noscamus atque Filium,

Teque utriusque Spiritum

Credamus omni tempore.

Por Ti conozcamos al Padre,

y también al Hijo;

y que en Ti, espiritu de entrambos,

creamos en todo tiempo.

¡Qué sugestivo es imaginar estas palabras en los labios del sacerdote que, junto con los fieles confiados a su cura pastoral, camina al encuentro con su Senor! Suspira llegar con ellos al verdadero conocimiento del Padre y del Hijo, y pasar asi de la experiencia de la obra del Paraclito en la historia "per speculum in aenigmate" (1Co 13,12) a la contemplacion "facie ad faciem" () de la viva y palpitante Realidad trinitaria. l es muy consciente de emprender "una larga travesia con pequenas barcas" y de volar hacia el cielo "con alas cortas" (S. Gregorio Nacianceno, Poemas teologicos,1); pero sabe también que puede contar con Aquel que ha tenido la mision de ensenar todas las cosas a los discipulos (Jn 14,26).

Al haber aprendido a leer los signos del amor de Dios en su historia personal, el sacerdote, a medida que se acerca la hora del encuentro supremo con el Senor, hace cada vez mas intensa y apremiante su oracion, en el deseo de conformarse con fe madura a la voluntad del Padre, del Hijo y del Espiritu.

El Paraclito "escalera de nuestra elevacion a Dios" (S. Ireneo, Adv. Haer. III, 24,1), lo atrae hacia el Padre, poniéndole en el corazon el deseo ardiente de ver su rostro. Le hace conocer todo lo que se refiere al Hijo, atrayéndolo a l con creciente nostalgia. Lo ilumina sobre el misterio de su misma Persona, llevandole a percibir su presencia en el propio corazon de la historia.

De este modo, entre las alegrias y los afanes, los sufrimientos y las esperanzas del ministerio, el sacerdote aprende a confiar en la victoria final del amor, gracias a la accion indefectible del Paraclito que, a pesar de los limites de los hombres y de las instituciones, lleva a la Iglesia a vivir el misterio de la unidad y de la verdad. En consecuencia, el sacerdote sabe que puede confiar en la fuerza de la Palabra de Dios, que supera cualquier palabra humana, y en el poder de la gracia, que vence sobre el pecado y las limitaciones propias de los hombres. Todo esto lo hace fuerte, no obstante la fragilidad humana, en el momento de la prueba, y dispuesto para volver con el corazon al Cenaculo, donde, perseverando en la oracion, junto con Maria y los hermanos, puede encontrar de nuevo el entusiasmo necesario para reanudar la fatiga del servicio apostolico.


7. Postrados en presencia del Espiritu

Deo Patri sit gloria,

Et Filio, qui a mortuis

Surrexit, ac Paraclito,

In saeculorum saecula. Amen.

Gloria a Dios Padre,

y al Hijo que resucito,

y al Espiritu Consolador,

por los siglos infinitos. Amén.

Mientras meditamos hoy, Jueves Santo, sobre el nacimiento de nuestro sacerdocio, vuelve a la mente de cada uno de nosotros el momento liturgico tan sugestivo de la postracion en el suelo el dia de nuestra ordenacion presbiteral. Ese gesto de profunda humildad y de sumisa apertura fue profundamente oportuno para predisponer nuestro animo a la imposicion sacramental de las manos, por medio de la cual el Espiritu Santo entro en nosotros para llevar a cabo su obra. Después de habernos incorporado, nos arrodillamos delante del Obispo para ser ordenados presbiteros y después recibimos de él la uncion de las manos para la celebracion del Santo Sacrificio, mientras la asamblea cantaba: "agua viva, fuego, amor, santo ungüento del alma".

Estos gestos simbolicos, que indican la presencia y la accion del Espiritu Santo, nos invitan a consolidar en nosotros sus dones, reviviendo cada dia aquella experiencia. En efecto, es importante que l continue actuando en nosotros y que nosotros caminemos bajo su influjo. Mas aun, que sea l mismo quien actue a través de nosotros. Cuando acecha la tentacion y decaen las fuerzas humanas es el momento de invocar con mas ardor al Espiritu para que venga en ayuda de nuestra debilidad y nos permita ser prudentes y fuertes como Dios quiere.

Es necesario mantener el corazon constantemente abierto a esta accion que eleva y ennoblece las fuerzas del hombre, y confiere la hondura espiritual que introduce en el conocimiento y el amor del misterio inefable de Dios.

Queridos hermanos en el sacerdocio: la solemne invocacion del Espiritu Santo y el gesto sugestivo de humildad realizado durante la ordenacion sacerdotal, han hecho resonar también en nuestra vida el "fiat" de la Anunciacion. En el silencio de Nazaret, Maria se hace disponible para siempre a la voluntad del Senor y, por obra del Espiritu Santo, concibe a Cristo, salvador del mundo. Esta obediencia inicial recorre toda su existencia y culmina al pie de la Cruz.

El sacerdote esta llamado a confrontar constantemente su "fiat" con el de Maria, dejandose, como Ella, conducir por el Espiritu. La Virgen lo sostendra en sus opciones de pobreza evangélica y lo hara disponible a la escucha humilde y sincera de los hermanos, para percibir en sus dramas y en sus aspiraciones los "gemidos del Espiritu" (Rm 8,26); le hara capaz de servirlos con una clarividente discrecion, para educarlos en los valores evangélicos; hara de él una persona dedicada a buscar con solicitud "las cosas de arriba" (Col 3,1), para ser asi un testigo convincente de la primacia de Dios.

La Virgen le ayudara a acoger el don de la castidad como expresion de un amor mas grande, que el Espiritu suscita para engendrar a la vida divina una multitud de hermanos. Ella le conducira por los caminos de la obediencia evangélica, para que se deje guiar por el Paraclito, mas alla de los propios proyectos, hacia la total adhesion a los designios de Dios.

Acompanado por Maria, el sacerdote sabra renovar cada dia su consagracion hasta que, bajo la guia del mismo Espiritu, invocado confiadamente durante el itinerario humano y sacerdotal, entre en el océano de luz de la Trinidad.

Invoco sobre todos vosotros, por intercesion de Maria, Madre de los sacerdotes, una especial efusion del Espiritu de amor.

¡Ven Espiritu Santo! ¡Ven a hacer fecundo nuestro servicio a Dios y a los hermanos!

Con renovado afecto e implorando todas las consolaciones divinas en vuestro ministerio, de corazon os imparto a todos vosotros una especial Bendicion Apostolica.

Vaticano, 25 de marzo, solemnidad de la Anunciacion del Senor, del ano 1998, vigésimo de mi Pontificado.


JOANNES PAULUS PP II

CARTA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS SACERDOTES

PARA EL JUEVES SANTO DE 1999

1999
" ¡Abba, Padre! "

Queridos hermanos en el sacerdocio:

Mi cita del Jueves Santo con vosotros, en este ano que precede y prepara inmediatamente al Gran Jubileo del 2000, esta marcada por esta invocacion en la que resuena, segun los exegetas, la ipsissima vox Iesu. Es una invocacion en la que se encierra el inescrutable misterio del Verbo encarnado, enviado por el Padre al mundo para la salvacion de la humanidad.

La mision del Hijo de Dios llega a su plenitud cuando l, ofreciéndose a si mismo, realiza nuestra adopcion filial y, con el don del Espiritu Santo, hace posible a cada ser humano la participacion en la misma comunion trinitaria. En el misterio pascual, Dios Padre, por medio del Hijo en el Espiritu Paraclito, se ha inclinado sobre cada hombre ofreciéndole la posibilidad de la redencion del pecado y la liberacion de la muerte.



1. En la celebracion eucaristica concluimos la oracion colecta con las palabras: " Por nuestro Senor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espiritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos ". Vive y reina contigo, ¡Padre! Puede decirse que este final tiene un caracter ascendente: por medio de Cristo, en el Espiritu Santo, al Padre. ste es también el esquema teologico presente en la disposicion del trienio 1997-1999: primero el ano del Hijo, después el ano del Espiritu Santo y ahora el ano del Padre.

Este movimiento ascendente se apoya, por asi decir, en el descendente, descrito por el apostol Pablo en la Carta a los Galatas. Es un fragmento que hemos meditado intensamente en el liturgia del periodo de Navidad: " Cuando se cumplio el tiempo, envio Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopcion " (
Ga 4,4-5).

Vemos expresado aqui el movimiento descendente: Dios Padre envia a su Hijo para hacernos, en l, hijos suyos adoptivos. En el misterio pascual Jesus realiza el designio del Padre dando la vida por nosotros. El Padre envia entonces al Espiritu del Hijo para iluminarnos sobre este privilegio extraordinario: " Como sois hijos, Dios envio a nuestros corazones el Espiritu de su Hijo que clama: " ¡Abba, Padre! ". Asi que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios " (Ga 4,6-7).

¿Como no destacar la originalidad de lo que escribe el Apostol? l afirma que es precisamente el Espiritu el que clama: ¡Abba, Padre! En realidad, el testigo historico de la paternidad de Dios ha sido el Hijo en el misterio de la encarnacion y de la redencion. l nos ha ensenado a dirigirnos a Dios llamandolo " Padre ". l mismo lo invocaba " Padre mio ", y nos enseno a invocarle con el dulcisimo nombre de " Padre nuestro ". Sin embargo, san Pablo nos dice que la ensenanza del Hijo debe, en cierto modo, hacerse viva en el alma de quien lo escucha por la guia interior del Espiritu Santo. En efecto, solo por su obra somos capaces de adorar a Dios en verdad invocandolo " Abba, Padre ". 2. Os escribo estas reflexiones, queridos hermanos en el sacerdocio, de cara al Jueves Santo, mientras os imagino congregados en torno a vuestros Obispos para la Misa crismal. Tengo mucho interés en que, en la comunion de vuestros presbiterios, os sintais unidos a toda la Iglesia, que esta viviendo el ano del Padre, un ano que preanuncia el final del siglo veinte y, a la vez, del segundo milenio cristiano.

¿Como no dar gracias a Dios, en esta perspectiva, al recordar a los numerosos sacerdotes que, en este amplio periodo de tiempo, han dedicado su existencia al servicio de Evangelio, llegando a veces hasta el supremo sacrificio de la vida? A la vez que, en el espiritu del proximo Jubileo, confesamos los limites y las faltas de las anteriores generaciones cristianas y también las de sus sacerdotes, reconozcamos con alegria que, en el inestimable servicio hecho por la Iglesia al camino de la humanidad, una parte muy importante es debida al trabajo humilde y fiel de tantos ministros de Cristo que, a lo largo del milenio, han actuado como generosos constructores de la civilizacion del amor.

¡Las grandes dimensiones del tiempo! Aunque el tiempo sea siempre un alejarse del principio, pensandolo bien es simultaneamente una vuelta al principio. Y esto tiene una importancia fundamental. En efecto, si el tiempo fuera solo un alejarse del principio y no estuviera clara su orientacion final -el retorno precisamente del principio- toda nuestra existencia en el tiempo estaria sin una direccion definitiva. Careceria de sentido.

Cristo, " el Alfa y la Omega [...] Aquél que es, que era y que va a venir " (Ap 1,8), ha orientado y dado sentido al paso del hombre en el tiempo. l dijo de si mismo: " Sali del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre " (Jn 16,28). De este modo, nuestro pasar esta iluminado por el hecho de Cristo. Con él pasamos, caminando en la misma direccion tomada por l: hacia el Padre.

Esto resulta aun mas evidente en el Triduum Sacrum, los dias santos por excelencia durante los cuales participamos, en el misterio, del retorno de Cristo al Padre a través de su pasion, muerte y resurreccion. En efecto, la fe nos asegura que este paso de Cristo al Padre, es decir, su Pascua, no es un acontecimiento que le afecta solo a l. Nosotros estamos llamados también a tomar parte en ello. Su Pascua es nuestra Pascua.

Asi pues, junto con Cristo, caminamos hacia el Padre. Lo hacemos a través del misterio pascual, reviviendo aquellas horas cruciales durante las cuales, muriendo en la cruz, exclamo: " ¡Dios mio, Dios mio! ¿por qué me has abandonado? " (Mc 15,34), y anadio: " Todo esta cumplido " (Jn 19,30), " Padre, en tus manos pongo mi espiritu " (Lc 23,46). Estas expresiones evangélicas son familiares a todo cristiano y, particularmente, a cada sacerdote. Son un testimonio para nuestro vivir y nuestro morir. Al final de cada dia, repetimos en la Liturgia de la Horas: " In manus tuas, Domine, commendo spiritum meum ", para prepararnos al gran misterio del transito, de la pascua existencial, cuando Cristo, gracias a su muerte y resurreccion, nos tomara consigo para ponernos en manos del Padre celestial.


3. " Yo te doy gracias, Padre, Senor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a gente sencilla. Si Padre, asi te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo mas que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar " (Mt 11,25-27). Si, solo el Hijo conoce al Padre. l, que " esta en el seno del Padre " -como escribe san Juan en su Evangelio (1,18)-, nos ha acercado este Padre, nos ha hablado de l, nos ha revelado su rostro, su corazon. Durante la Ultima Cena, a la pregunta del apostol Felipe: " Muéstranos al Padre " (Jn 14,8), responde Cristo: " Hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? [...] ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mi? " (Jn 14,9-10). Con estas palabras Jesus da testimonio del misterio trinitario de su generacion eterna como Hijo del Padre, misterio que encierra el secreto mas profundo de su personalidad divina.

El Evangelio es una continua revelacion del Padre. Cuando, a la edad de doce anos, Jesus es encontrado por José y Maria entre los doctores en el Templo, a las palabras de su Madre: " Hijo, ¿por qué nos has tratado asi? " (Lc 2,48), responde refiriéndose al Padre: " ¿No sabiais que yo debia estar en la casa de mi Padre? " (Lc 2,49). Apenas con doce anos, tiene ya la conciencia clara del significado de su propia vida, del sentido de su mision, dedicada enteramente desde el primer hasta el ultimo momento " a la casa del Padre ". Esta mision alcanza su culmen en el Calvario con el sacrificio de la Cruz, aceptado por Cristo en espiritu de obediencia y de entrega filial: " Padre mio, si es posible, que pase y se aleje de mi ese caliz. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tu quieres [...] Hagase tu voluntad " (Mt 26,39 Mt 26,42). Y el Padre, a su vez, acoge el sacrificio del Hijo, ya que tanto ha amado al mundo que le ha dado a su Unigénito, para que el hombre no muera, sino que tenga la vida eterna (Jn 3,16). En efecto, solo el Hijo no muere (Jn 3,16). Ciertamente, solo el Hijo conoce al Padre y por tanto solo l nos lo puede revelar.

4. " Per ipsum, et cum ipso, et in ipso... ". " Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espiritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos ".

Unidos espiritualmente y congregados visiblemente en las iglesias catedrales en este dia singular, damos gracias a Dios por el don del sacerdocio. Damos gracias por el don de la Eucaristia, que celebramos como presbiteros. La doxologia final del Canon tiene una importancia fundamental en la celebracion eucaristica. Expresa en cierto modo el culmen del Mysterium fidei, del nucleo central del sacrificio eucaristico, que se realiza en el momento en que, con la fuerza del Espiritu Santo, llevamos a cabo la conversion del pan y del vino en el Cuerpo y Sangre de Cristo, como hizo l mismo por primera vez en el Cenaculo. Cuando la gran plegaria eucaristica llega a su culmen, la Iglesia, precisamente entonces, en la persona del ministro ordenado, dirige al Padre estas palabras: " Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espiritu Santo, todo honor y toda gloria ". Sacrificium laudis!


5. Después que la asamblea con solemne aclamacion ha respondido " Amén ", el celebrante entona el " Padre nuestro ", la oracion del Senor. La sucesion de estos momentos es muy significativa. El Evangelio cuenta de los Apostoles que, impresionados por el recogimiento del Maestro en su coloquio con el Padre, le pidieron: " Senor, ensénanos a orar " (Lc 11,1). Entonces, l pronuncio por primera vez las palabras que serian después la oracion principal y mas frecuente de la Iglesia y de todos los cristianos: el " Padrenuestro ". Cuando en la celebracion eucaristica hacemos nuestras, como asamblea liturgica, estas palabras, cobran una elocuencia particular. Es como si en aquel instante confesasemos que Cristo nos ha ensenado definitiva y plenamente su oracion al Padre cuando la ha ilustrado con el sacrificio de la Cruz.

Es en el contexto del sacrificio eucaristico donde el " Padrenuestro ", recitado por la Iglesia, expresa todo su significado. Cada una de sus invocaciones cobra una especial luz de verdad. En la cruz el nombre del Padre es " santificado " al maximo y su Reino es realizado irrevocablemente; en el " consummatum est " su voluntad llega a su cumplimiento definitivo. ¿No es verdad que la peticion " perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos... ", es confirmada plenamente en la palabras del Crucificado: " Padre, perdonalos porque no saben lo que hacen " (Lc 23,34)? Ademas, la peticion del pan de cada dia se hace aun mas elocuente en la Comunion eucaristica cuando, bajo la especie del " pan partido ", recibimos el Cuerpo de Cristo. Y la suplica " no nos dejes caer en la tentacion, y libranos del mal ", ¿no alcanza su maxima eficacia en el momento en que la Iglesia ofrece al Padre el precio supremo de la redencion y liberacion del mal?


6. En la Eucaristia el sacerdote se acerca personalmente al misterio inagotable de Cristo y de su oracion al Padre. El sacerdote puede sumergirse diariamente en este misterio de redencion y de gracia celebrando la santa Misa, que conserva sentido y valor incluso cuando, por una justa causa, se celebra sin la participacion del pueblo, pero siempre y en todo caso por el pueblo y por el mundo entero. Precisamente por su vinculo indisoluble con el sacerdocio de Cristo, el presbitero es el maestro de la oracion y los fieles pueden dirigir legitimamente a él la misma peticion hecha un dia por los discipulos a Jesus: "Ensénanos a orar".

La liturgia eucaristica es por excelencia escuela de oracion cristiana para la comunidad. De la Misa se derivan multiples formas de una sana pedagogia del espiritu. Entre ellas sobresale la adoracion del Santisimo Sacramento, que es una prolongacion natural de la celebracion. Gracias a ella, los fieles pueden hacer una peculiar experiencia de " permanecer " en el amor de Cristo (Jn 15,9), entrando cada vez mas profundamente en su relacion filial con el Padre.

Es precisamente en esta perspectiva que exhorto a cada sacerdote a cumplir con confianza y valentia su cometido de guia de la comunidad en la oracion cristiana auténtica. Es un cometido del cual no le es licito abdicar, aunque las dificultades derivadas de la mentalidad secularizada a veces lo pueden hacer laborioso.

El fuerte impulso misionero que la Providencia, sobre todo mediante el Concilio Vaticano II, ha dado a la Iglesia en nuestro tiempo, interpela de manera particular a los ministros ordenados, llamandolos ante todo a la conversion: convertirse para convertir o, dicho de otro modo, vivir intensamente la experiencia de hijos de Dios para que cada bautizado descubra la dignidad y la alegria de pertenecer al Padre celestial.


7. En el dia del Jueves Santo renovaremos, queridos hermanos, las promesas sacerdotales. Con ello deseamos, en cierto modo, que Cristo nos abrace nuevamente con su santo sacerdocio, con su sacrificio, con su agonia en Getsemani y muerte en el Golgota, y con su resurreccion gloriosa. Siguiendo, por asi decir, las huellas de Cristo en todos estos acontecimientos de salvacion, descubrimos su total apertura al Padre. Y es por esto que en cada Eucaristia se renueva de alguna manera la peticion del apostol Felipe en el cenaculo: " Senor, muéstranos al Padre ", y cada vez Cristo, en el Mysterium fidei, parece responder asi: " Hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? [...] ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mi? " (Jn 14,9-10).

En este Jueves Santo, queridos sacerdotes del mundo entero, recordando la uncion crismal recibida el dia de la Ordenacion, proclamaremos concordes con sentimiento de renovado reconocimiento:

Per ipsum, et cum ipso, et in ipso,

est tibi Deo Patri omnipotenti,

in unitate Spiritus Sancti,

omnis honor et gloria

per omnia saecula saeculorum. Amen!

Vaticano,14 de marzo, IV Domingo de Cuaresma, del ano 1999, vigésimo primero de mi Pontificado.


JP-II Cartas sacerdotes 1997