JP-II Cartas sacerdotes 2001


JUAN PABLO II

CARTA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS SACERDOTES

PARA EL JUEVES SANTO DE 2002

2002
Queridos Sacerdotes:

1. Como es tradicion, me dirijo a vosotros el dia de Jueves Santo, conmovido, como si me sentara a vuestro lado en aquella mesa del Cenaculo en la que el Senor Jesus celebro con los Apostoles la primera Eucaristia: un don para toda la Iglesia, un don que, si bien bajo el signo sacramental, lo hace presente "verdadera, real y sustancialmente" (Concilio de Trento:
DS 1651) en cada uno de los Sagrarios de todo el mundo. Ante esta presencia especial, la Iglesia se postra de siempre en adoracion: "Adoro te devote, latens Deitas"; de siempre se deja llevar por la elevacion espiritual de los Santos y, como Esposa, se recoge en intima efusion de fe y de amor: "Ave, verum corpus natum de Maria Virgine".

Al don de esta presencia especial, que se renueva en su supremo acto sacrificial y lo convierte en alimento para nosotros, Jesus unio, precisamente en el Cenaculo, una tarea especifica de los Apostoles y de sus sucesores. Desde entonces, ser apostol de Cristo, como son los Obispos y los presbiteros que participan de su mision, significa estar autorizados a actuar in persona Christi Capitis. Esto ocurre sobre todo cada vez que se celebra el banquete sacrificial del cuerpo y la sangre del Senor. Entonces, es como si el sacerdote prestara a Cristo el rostro y la voz: "Haced esto en conmemoracion mia" (Lc 22,19).

¡Qué vocacion tan maravillosa la nuestra, mis queridos Hermanos sacerdotes! Verdaderamente podemos repetir con el Salmista: "¿Como pagaré al Senor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvacion, invocando su nombre" (Sal116,12-13).

2. Al meditar de nuevo con gozo sobre este gran don, quisiera detenerme en un aspecto de nuestra mision, sobre el cual llamé vuestra atencion ya el ano pasado en esta misma circunstancia. Creo que merece la pena profundizar mas sobre él. Me refiero a la mision que el Senor nos ha dado de representarle, no solo en el Sacrificio eucaristico, sino también en el sacramento de la Reconciliacion.

Hay una intima conexion entre los dos sacramentos. La Eucaristia, cumbre de la economia sacramental, es también su fuente: en cierto sentido, todos los sacramentos provienen y conducen a ella. Esto vale de modo especial para el Sacramento destinado a "mediar" el perdon de Dios, el cual acoge de nuevo entre sus brazos al pecador arrepentido. En efecto, es verdad que la Eucaristia, en cuanto representacion del Sacrificio de Cristo, tiene también la mision de rescatarnos del pecado. A este proposito, el Catecismo de la Iglesia Catolica nos recuerda que "la Eucaristia no puede unirnos a Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos y preservarnos de futuros pecados" (n. 1393). Sin embargo, en la economia de gracia elegida por Cristo, esta energia purificadora, si bien obtiene directamente la purificacion de los pecados veniales, solo indirectamente incide sobre los pecados mortales, que trastornan de manera radical la relacion del fiel con Dios y su comunion con la Iglesia. "La Eucaristia -dice también el Catecismo- no esta ordenada al perdon de los pecados mortales. Esto es propio del sacramento de la Reconciliacion. Lo propio de la Eucaristia es ser el sacramento de los que estan en la plena comunion con la Iglesia" (n. 1395).

Reiterando esta verdad, la Iglesia no quiere ciertamente infravalorar el papel de la Eucaristia. Lo que intenta es acoger su significado dentro de la economia sacramental en su conjunto, tal como ha sido disenada por la sabiduria salvadora de Dios. Por lo demas, es la linea indicada perentoriamente por el Apostol, al dirigirse asi a los Corintios: "Quien coma el pan o beba la copa del Senor indignamente, sera reo del Cuerpo y de la Sangre del Senor. Examinese, pues, cada cual, y coma asi el pan y beba de la copa. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo" (1Co 11,27-29). En la perspectiva de esta advertencia paulina se situa el principio segun el cual "quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliacion antes de acercarse a comulgar" (Catecismo de la Iglesia Catolica, n. 1385).

3. Al recordar esta verdad, siento el deseo, mis queridos Hermanos en el sacerdocio, de invitaros ardientemente, como ya lo hice el ano pasado, a redescubrir personalmente y a hacer redescubrir la belleza del sacramento de la Reconciliacion. ste, por diversos motivos, pasa desde hace algunos decenios por una cierta crisis, a la que me he referido mas de una vez, queriendo incluso que un Sinodo de Obispos reflexionara sobre ella y recogiendo después sus indicaciones en la Exhortacion apostolica Reconciliatio et poenitentia. Por otro lado, he de recordar con profundo gozo las senales positivas que, especialmente en el Ano jubilar, han puesto de manifiesto como este Sacramento, presentado y celebrado adecuadamente, puede ser redescubierto también por los jovenes. Indudablemente, dicho redescubrimiento se ve favorecido por la exigencia de comunicacion personal, hoy cada vez mas dificil por el ritmo frenético de la sociedad tecnologica pero, precisamente por ello, sentida aun mas como una necesidad vital. Es verdad que se puede atender a esta necesidad de diversas maneras. Pero, ¿como no reconocer que el sacramento de la Reconciliacion, aunque sin confundirse con las diversas terapias de tipo psicologico, ofrece también, casi de manera desbordante, una respuesta significativa a esta exigencia? Lo hace poniendo al penitente en relacion con el corazon misericordioso de Dios a través del rostro amigo de un hermano.

Si, verdaderamente es grande la sabiduria de Dios, que con la institucion de este Sacramento ha atendido también una necesidad profunda e ineludible del corazon humano. De esta sabiduria debemos ser lucidos y afables intérpretes mediante el contacto personal que estamos llamados a establecer con muchos hermanos y hermanas en la celebracion de la Penitencia. A este proposito, deseo reiterar que la celebracion personal es la forma ordinaria de administrar este Sacramento, y que solo en "casos de grave necesidad" es legitimo recurrir a la forma comunitaria con confesion y absolucion colectiva. Las condiciones requeridas para esta forma de absolucion son bien conocidas, recordando en todo caso que nunca se dispensa de la confesion individual sucesiva de los pecados graves, que los fieles han de comprometerse a hacer para que sea valida la absolucion ().

4. Redescubramos con alegria y confianza este Sacramento. Vivamoslo ante todo para nosotros mismos, como una exigencia profunda y una gracia siempre deseada, para dar renovado vigor e impulso a nuestro camino de santidad y a nuestro ministerio.

Al mismo tiempo, esforcémonos en ser auténticos ministros de la misericordia. En efecto, sabemos que en este Sacramento, como en todos los demas, a la vez que testimoniamos una gracia que viene de lo alto y obra por virtud propia, estamos llamados a ser instrumentos activos de la misma. En otras palabras -y eso nos llena de responsabilidad- Dios cuenta también con nosotros, con nuestra disponibilidad y fidelidad, para hacer prodigios en los corazones. Tal vez mas que en otros, en la celebracion de este Sacramento es importante que los fieles tengan una experiencia viva del rostro de Cristo Buen Pastor.

Permitidme, pues, que me detenga con vosotros sobre este tema, como asomandome a los lugares en que cada dia -en las Catedrales, en las Parroquias, en los Santuarios o en otro lugar- os hacéis cargo de la administracion de este Sacramento. Vienen a la mente las paginas evangélicas que nos presentan mas directamente el rostro misericordioso de Dios. ¿Como no pensar en el encuentro conmovedor del hijo prodigo con el Padre misericordioso? ¿O en la imagen de la oveja perdida y hallada, que el Pastor toma sobre sus hombros lleno de gozo? El abrazo del Padre, la alegria del Buen Pastor, ha de encontrar un testimonio en cada uno de nosotros, queridos Hermanos, en el momento en que se nos pide ser ministros del perdon para un penitente.

Para ilustrar aun mejor algunas dimensiones especificas de este especialisimo coloquio de salvacion que es la confesion sacramental, quisiera proponer hoy como "icono biblico" el encuentro de Jesus con Zaqueo (Lc 19,1-10). En efecto, me parece que lo que ocurre entre Jesus y el "jefe de publicanos" de Jerico se asemeja a ciertos aspectos de una celebracion del Sacramento de la misericordia. Siguiendo este relato breve, pero tan intenso, queremos descubrir en las actitudes y en la voz de Cristo todos aquellos matices de sabiduria humana y sobrenatural que también nosotros hemos de intentar expresar para que el Sacramento sea vivido en el mejor de los modos.

5. Como sabemos, el relato presenta el encuentro entre Jesus y Zaqueo casi como un hecho casual.

Jesus entra en Jerico y lo recorre acompanado por la muchedumbre (Lc 19,3). Zaqueo parece impulsado solo por la curiosidad al encaramarse sobre el sicomoro. A veces, el encuentro de Dios con el hombre tiene también la apariencia de la casualidad. Pero nada es "casual" por parte de Dios. Al estar en realidades pastorales muy diversas, a veces puede desanimarnos y desmotivarnos el hecho de que no solo muchos cristianos no hagan el debido caso a la vida sacramental, sino que, a menudo, se acerquen a los Sacramentos de modo superficial. Quien tiene experiencia de confesar, de como se llega a este Sacramento en la vida habitual, puede quedar a veces desconcertado ante el hecho de que algunos fieles van a confesarse sin ni siquiera saber bien lo que quieren. Para algunos de ellos, la decision de ir a confesarse puede estar determinada solo por la necesidad de ser escuchados. Para otros, por la exigencia de recibir un consejo. Para otros, incluso, por la necesidad psicologica de librarse de la opresion del "sentido de culpa". Muchos sienten la necesidad auténtica de restablecer una relacion con Dios, pero se confiesan sin tomar conciencia suficientemente de los compromisos que se derivan, o tal vez haciendo un examen de conciencia muy simple a causa de una falta de formacion sobre las implicaciones de una vida moral inspirada en el Evangelio. ¿Qué confesor no ha tenido esta experiencia?

Ahora bien, éste es precisamente el caso de Zaqueo. Todo lo que le sucede es asombroso. Si en un determinado momento no se hubiera producido la "sorpresa" de la mirada de Cristo, quizas hubiera permanecido como un espectador mudo de su paso por las calles de Jerico. Jesus habria pasado al lado, pero no dentro de su vida. l mismo no sospechaba que la curiosidad, que lo llevo a un gesto tan singular, era ya fruto de una misericordia previa, que lo atraia y pronto le transformaria en lo intimo del corazon.

Mis queridos Sacerdotes: pensando en muchos de nuestros penitentes, releamos la estupenda indicacion de Lucas sobre la actitud de Cristo: "cuando Jesus llego a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: "Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa"" (Lc 19,5).

Cada encuentro con un fiel que nos pide confesarse, aunque sea de modo un tanto superficial por no estar motivado y preparado adecuadamente, puede ser siempre, por la gracia sorprendente de Dios, aquel "lugar" cerca del sicomoro en el cual Cristo levanto los ojos hacia Zaqueo. Para nosotros es imposible valorar cuanto haya penetrado la mirada de Cristo en el alma del publicano de Jerico. Sabemos, sin embargo, que aquellos ojos son los mismos que se fijan en cada uno de nuestros penitentes. En el sacramento de la Reconciliacion, nosotros somos instrumentos de un encuentro sobrenatural con sus propias leyes, que solamente debemos seguir y respetar. Para Zaqueo debio ser una experiencia sobrecogedora oir que le llamaban por su nombre. Era un nombre que, para muchos paisanos suyos, estaba cargado de desprecio. Ahora él lo oye pronunciar con un acento de ternura, que no solo expresaba confianza sino también familiaridad y un apremiante deseo de ganarse su amistad. Si, Jesus habla a Zaqueo como a un amigo de toda la vida, tal vez olvidado, pero sin haber por ello renegado de su fidelidad, y entra asi con la dulce fuerza del afecto en la vida y en la casa del amigo encontrado de nuevo: "baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa" (Lc 19,5).

6. Impacta el tono del lenguaje en el relato de Lucas: ¡todo es tan personalizado, tan delicado, tan afectuoso! No se trata solo de rasgos conmovedores de humanidad. Dentro de este texto hay una urgencia intrinseca, que Jesus expresa como revelacion definitiva de la misericordia de Dios. Dice: "debo quedarme en tu casa" o, para traducir aun mas literalmente: "es necesario para mi quedarme en tu casa" (Lc 19,5). Siguiendo el misterioso sendero que el Padre le ha indicado, Jesus ha encontrado en su camino también a Zaqueo. Se entretiene con él como si fuera un encuentro previsto desde el principio. La casa de este pecador esta a punto de convertirse, a pesar de tantas murmuraciones de la humana mezquindad, en un lugar de revelacion, en el escenario de un milagro de la misericordia. Ciertamente, esto no sucedera si Zaqueo no libera su corazon de los lazos del egoismo y de las ataduras de la injusticia cometida con el fraude. Pero la misericordia ya le ha llegado como ofrecimiento gratuito y desbordante. ¡La misericordia le ha precedido!

Esto es lo que sucede en todo encuentro sacramental. No pensemos que es el pecador, con su camino autonomo de conversion, quien se gana la misericordia. Al contrario, es la misericordia lo que le impulsa hacia el camino de la conversion. El hombre no puede nada por si mismo. Y nada merece. La confesion, antes que un camino del hombre hacia Dios, es una visita de Dios a la casa del hombre.

Asi pues, podremos encontrarnos en cada confesion ante los mas diversos tipos de personas. Pero hemos de estar convencidos de una cosa: antes de nuestra invitacion, e incluso antes de nuestras palabras sacramentales, los hermanos que solicitan nuestro ministerio estan ya arropados por una misericordia que actua en ellos desde dentro. Ojala que por nuestras palabras y nuestro animo de pastores, siempre atentos a cada persona, capaces también de intuir sus problemas y acompanarles en el camino con delicadeza, transmitiéndoles confianza en la bondad de Dios, lleguemos a ser colaboradores de la misericordia que acoge y del amor que salva.

7. "Debo quedarme en tu casa". Intentemos penetrar mas profundamente aun en estas palabras. Son una proclamacion. Antes aun de indicar una decision de Cristo, proclaman la voluntad del Padre. Jesus se presenta como quien ha recibido un mandato preciso. l mismo tiene una "ley" que observar: la voluntad del Padre, que l cumple con amor, hasta el punto de hacer de ello su "alimento" (Jn 4,34). Las palabras con las que Jesus se dirige a Zaqueo no son solamente un modo de establecer una relacion, sino el anuncio de un designio de Dios.

El encuentro se produce en la perspectiva de la Palabra de Dios, que tiene su perfecta expresion en la Palabra y el Rostro de Cristo. ste es también el principio necesario de todo auténtico encuentro para la celebracion de la Penitencia. Qué lastima si todo se redujera a un mero proceso comunicativo humano. La atencion a las leyes de la comunicacion humana puede ser util y no deben descuidarse, pero todo se ha de fundar en la Palabra de Dios. Por eso el rito del Sacramento prevé que se proclame también al penitente esta Palabra.

Aunque no sea facil ponerlo en practica, éste es un detalle que no se ha de infravalorar. Los confesores experimentan continuamente lo dificil que es ilustrar las exigencias de esta Palabra a quien solo la conoce superficialmente. Es cierto que el momento en que se celebra el Sacramento no es el mas apto para cubrir esta laguna. Es preciso que esto se haga, con sabiduria pastoral, en la fase de preparacion anterior, ofreciendo las indicaciones fundamentales que permitan a cada uno confrontarse con la verdad del Evangelio. En todo caso, el confesor no dejara de aprovechar el encuentro sacramental para intentar que el penitente vislumbre de algun modo la condescendencia misericordiosa de Dios, que le tiende su mano no para castigarlo, sino para salvarlo.

Por lo demas, ¿como ocultar las dificultades objetivas que crea la cultura dominante en nuestro tiempo a este respecto? También los cristianos maduros encuentran en ella un obstaculo en su esfuerzo por sintonizar con los mandamientos de Dios y con las orientaciones expresadas por el magisterio de la Iglesia, sobre la base de los mandamientos. ste es el caso de muchos problemas de ética sexual y familiar, de bioética, de moral profesional y social, pero también de problemas relativos a los deberes relacionados con la practica religiosa y con la participacion en la vida eclesial. Por eso se requiere una labor catequética que no puede recaer sobre el confesor en el momento de administrar el Sacramento. Esto deberia intentarse mas bien tomandolo como tema de profundizacion en la preparacion a la confesion. En este sentido, pueden ser de gran ayuda las celebraciones penitenciales preparadas de manera comunitaria y que concluyen con la confesion individual.

Para perfilar bien todo esto, el "icono biblico" de Zaqueo ofrece también una indicacion importante. En el Sacramento, antes de encontrarse con "los mandamientos de Dios", se encuentra, en Jesus, con "el Dios de los mandamientos". Jesus mismo es quien se presenta a Zaqueo: "me he de quedar en tu casa". l es el don para Zaqueo y, al mismo tiempo, la "ley de Dios" para Zaqueo. Cuando se encuentra a Jesus como un don, hasta el aspecto mas exigente de la ley adquiere la "suavidad" propia de la gracia, segun la dinamica sobrenatural que hizo decir a Pablo: "si sois conducidos por el Espiritu, no estais bajo la ley" (Ga 5,18). Toda celebracion de la penitencia deberia suscitar en el animo del penitente el mismo sobresalto de alegria que las palabras de Cristo provocaron en Zaqueo, el cual "se apresuro a bajar y le recibio con alegria" (Lc19, 6).


8. La precedencia y superabundancia de la misericordia no debe hacer olvidar, sin embargo, que ésta es solo el presupuesto de la salvacion, que se consuma en la medida en que encuentra respuesta por parte del ser humano. En efecto, el perdon concedido en el sacramento de la Reconciliacion no es un acto exterior, una especie de "indulto" juridico, sino un encuentro auténtico y real del penitente con Dios, que restablece la relacion de amistad quebrantada por el pecado. La "verdad" de esta relacion exige que el hombre acoja el abrazo misericordioso de Dios, superando toda resistencia causada por el pecado.

Esto es lo que ocurre en Zaqueo. Al sentirse tratado como "hijo", comienza a pensar y a comportarse como un hijo, y lo demuestra redescubriendo a los hermanos. Bajo la mirada amorosa de Cristo, su corazon se abre al amor del projimo. De una actitud cerrada, que lo habia llevado a enriquecerse sin preocuparse del sufrimiento ajeno, pasa a una actitud de compartir que se expresa en una distribucion real y efectiva de su patrimonio: "la mitad de los bienes" a los pobres. La injusticia cometida con el fraude contra los hermanos es reparada con una restitucion cuadruplicada: "Y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuadruplo" (Lc 19,8). Solo llegados a este punto el amor de Dios alcanza su objetivo y se verifica la salvacion: "Hoy ha llegado la salvacion a esta casa" (Lc 19,9).

Este camino de la salvacion, expresado de un modo tan claro en el episodio de Zaqueo, ha de ofrecernos, queridos Sacerdotes, la orientacion para desempenar con sabio equilibrio pastoral nuestra dificil tarea en el ministerio de la confesion. ste sufre continuamente la fuerza contrastante de dos excesos: el rigorismo y el laxismo. El primero no tiene en cuenta la primera parte del episodio de Zaqueo: la misericordia previa, que impulsa a la conversion y valora también hasta los mas pequenos progresos en el amor, porque el Padre quiere hacer lo imposible para salvar al hijo perdido. "Pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,10). El segundo exceso, el laxismo, no tiene en cuenta el hecho de que la salvacion plena, la que no solamente se ofrece sino que se recibe, la que verdaderamente sana y reaviva, implica una verdadera conversion a las exigencias del amor de Dios. Si Zaqueo hubiera acogido al Senor en su casa sin llegar a una actitud de apertura al amor, a la reparacion del mal cometido, a un proposito firme de vida nueva, no habria recibido en lo mas profundo de su ser el perdon que el Senor le habia ofrecido con tanta premura.

Hay que estar siempre atentos a mantener el justo equilibrio para no incurrir en ninguno de estos dos extremos. El rigorismo oprime y aleja. El laxismo desorienta y crea falsas ilusiones. El ministro del perdon, que encarna para el penitente el rostro del Buen Pastor, debe expresar de igual manera la misericordia previa y el perdon sanador y pacificador. Basandose en estos principios, el sacerdote esta llamado a discernir, en el dialogo con el penitente, si éste esta preparado para la absolucion sacramental. Ciertamente, lo delicado del encuentro con las almas en un momento tan intimo y a menudo atormentado, impone mucha discrecion. Si no consta lo contrario, el sacerdote ha de suponer que, al confesar los pecados, el penitente siente verdadero dolor por ellos, con el consiguiente proposito de enmendarse. sta suposicion tendra un fundamento ulterior si la pastoral de la reconciliacion sacramental ha sabido preparar subsidios oportunos, facilitando momentos de preparacion al Sacramento que ayuden cada uno a madurar en si una suficiente conciencia de lo que viene a pedir. No obstante, esta claro que si hubiera evidencia de lo contrario, el confesor tiene el deber de decir al penitente que todavia no esta preparado para la absolucion. Si ésta se diera a quien declara explicitamente que no quiere enmendarse, el rito se reduciria a pura quimera, seria incluso como un acto casi magico, capaz quizas de suscitar una apariencia de paz, pero ciertamente no la paz profunda de la conciencia, garantizada por el abrazo de Dios.

9. A la luz de lo dicho, se ve también mejor por qué el encuentro personal entre el confesor y el penitente es la forma ordinaria de la reconciliacion sacramental, mientras que la modalidad de la absolucion colectiva tiene un caracter excepcional. Como es sabido, la praxis de la Iglesia ha llegado gradualmente a la celebracion privada de la penitencia, después de siglos en que predomino la formula de la penitencia publica. Este desarrollo no solo no ha cambiado la sustancia del Sacramento -y no podia ser de otro modo- sino que ha profundizado en su expresion y en su eficacia. Todo ello no se ha verificado sin la asistencia del Espiritu, que también en esto ha desarrollado la tarea de llevar la Iglesia "hasta la verdad completa" (Jn 16,13).

En efecto, la forma ordinaria de la Reconciliacion no solo expresa bien la verdad de la misericordia divina y el consiguiente perdon, sino que ilumina la verdad misma del hombre en uno de sus aspectos fundamentales: la originalidad de cada persona que, aun viviendo en un ambiente relacional y comunitario, jamas se deja reducir a la condicion de una masa informe. Esto explica el eco profundo que suscita en el animo el sentirse llamar por el nombre. Saberse conocidos y acogidos como somos, con nuestras caracteristicas mas personales, nos hace sentirnos realmente vivos. La pastoral misma deberia tener en mayor consideracion este aspecto para equilibrar sabiamente los momentos comunitarios en que se destaca la comunion eclesial, y aquellos en que se atiende a las exigencias de la persona individualmente. Por lo general, las personas esperan que se las reconozca y se las siga, y precisamente a través de esta cercania sienten mas fuerte el amor de Dios.

En esta perspectiva, el sacramento de la Reconciliacion se presenta como uno de los itinerarios privilegiados de esta pedagogia de la persona. En él, el Buen Pastor, mediante el rostro y la voz del sacerdote, se hace cercano a cada uno, para entablar con él un dialogo personal hecho de escucha, de consejo, de consuelo y de perdon. El amor de Dios es tal que, sin descuidar a los otros, sabe concentrarse en cada uno. Quien recibe la absolucion sacramental ha de poder sentir el calor de esta solicitud personal. Tiene que experimentar la intensidad del abrazo paternal ofrecido al hijo prodigo: "Se echo a su cuello y le beso efusivamente" (Lc 15,20). Debe poder escuchar la voz calida de amistad que llego al publicano Zaqueo llamandole por su nombre a una vida nueva (Lc 19,5).


10. De aqui se deriva también la necesidad de una adecuada preparacion del confesor a la celebracion de este Sacramento. sta debe desarrollarse de tal modo que haga brillar, incluso en las formas externas de la celebracion, su dignidad de acto liturgico, segun las normas indicadas por el Ritual de la Penitencia. Eso no excluye la posibilidad de adaptaciones pastorales dictadas por las circunstancias donde se viera su necesidad por verdaderas exigencias de la condicion del penitente, a la luz del principio clasico segun el cual la salus animarum es la suprema lex de la Iglesia. Dejémonos guiar en esto por la sabiduria de los Santos. Actuemos también con valentia en proponer la confesion a los jovenes. Estemos en medio de ellos haciéndonos sus amigos y padres, confidentes y confesores. Necesitan encontrar en nosotros las dos figuras, las dos dimensiones.

Sintamos la exigencia rigurosa de estar realmente al dia en nuestra formacion teologica, sobre todo teniendo en cuenta los nuevos desafios éticos y siendo siempre fieles al discernimiento del magisterio de la Iglesia. A veces sucede que los fieles, a proposito de ciertas cuestiones éticas de actualidad, salen de la confesion con ideas bastante confusas, en parte porque tampoco encuentran en los confesores la misma linea de juicio. En realidad, quienes ejercen en nombre de Dios y de la Iglesia este delicado ministerio tienen el preciso deber de no cultivar, y menos aun manifestar en el momento de la confesion, valoraciones personales no conformes con lo que la Iglesia ensena y proclama. No se puede confundir con el amor el faltar a la verdad por un malentendido sentido de comprension. No tenemos la facultad de expresar criterios reductivos a nuestro arbitrio, incluso con la mejor intencion. Nuestro cometido es el de ser testigos de Dios, haciéndonos intérpretes de una misericordia que salva y se manifiesta también como juicio sobre el pecado de los hombres. "No todo el que me diga: "Senor, Senor", entrara en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial" (Mt 7,21).


11. Queridos Sacerdotes. Sentidme particularmente cercano a vosotros mientras os reunis en torno a vuestros Obispos en este Jueves Santo del ano 2002. Todos hemos vivido un renovado impulso eclesial en el alba del nuevo milenio bajo la consigna de "caminar desde Cristo" (Novo millennio ineunte, NM 29 ss.). Fue deseo de todos que eso coincidiera con una nueva era de fraternidad y de paz para la humanidad entera. En cambio, hemos visto correr nueva sangre. Hemos sido aun testigos de guerras. Sentimos con angustia la tragedia de la division y el odio que devastan las relaciones entre los pueblos.

Ademas, en cuanto sacerdotes, nos sentimos en estos momentos personalmente conmovidos en lo mas intimo por los pecados de algunos hermanos nuestros que han traicionado la gracia recibida con la Ordenacion, cediendo incluso a las peores manifestaciones del mysterium iniquitatis que actua en el mundo. Se provocan asi escandalos graves, que llegan a crear un clima denso de sospechas sobre todos los demas sacerdotes beneméritos, que ejercen su ministerio con honestidad y coherencia, y a veces con caridad heroica. Mientras la Iglesia expresa su propia solicitud por las victimas y se esfuerza por responder con justicia y verdad a cada situacion penosa, todos nosotros -conscientes de la debilidad humana, pero confiando en el poder salvador de la gracia divina- estamos llamados a abrazar el mysterium Crucis y a comprometernos aun mas en la busqueda de la santidad. Hemos de orar para que Dios, en su providencia, suscite en los corazones un generoso y renovado impulso de ese ideal de total entrega a Cristo que esta en la base del ministerio sacerdotal.

Es precisamente la fe en Cristo la que nos da fuerza para mirar con confianza el futuro. En efecto, sabemos que el mal esta siempre en el corazon del hombre y solo cuando el hombre se acerca a Cristo y se deja "conquistar" por l, es capaz de irradiar paz y amor en torno a si. Como ministros de la Eucaristia y de la Reconciliacion sacramental, a nosotros nos compete de manera muy especial la tarea de difundir en el mundo esperanza, bondad y paz.

Os deseo que vivais en la paz del corazon, en profunda comunion entre vosotros, con el Obispo y con vuestras comunidades, este dia santo en que recordamos, con la institucion de la Eucaristia, nuestro "nacimiento" sacerdotal. Con las palabras dirigidas por Cristo a los Apostoles en el Cenaculo después de la Resurreccion, e invocando a la Virgen Maria, Regina Apostolorum y Regina pacis, os acojo a todos en un abrazo fraterno: Paz, paz a todos y a cada uno de vosotros. ¡Feliz Pascua!

Vaticano,17 de marzo, V Domingo de Cuaresma de 2002, vigésimo cuarto de mi Pontificado



Carta de Juan Pablo II a los sacerdotes

con ocasion del Jueves Santo 2004

2004
Queridos sacerdotes:

1. Os escribo con alegria y afecto con ocasion del Jueves Santo, siguiendo una tradicion iniciada en la primera Pascua como Obispo de Roma, hace ahora veinticinco anos. Este contacto epistolar, que tiene un caracter especial de hermandad por la participacion comun en el Sacerdocio de Cristo, se situa en el contexto liturgico de este dia santo, marcado por dos ritos significativos: la Misa Crismal por el manana y la Misa "in Cena Domini" por la tarde.

Pienso en vosotros, reunidos en las Catedrales de vuestras Diocesis, en torno a los respectivos Ordinarios, para renovar las promesas sacerdotales. Este rito tan elocuente tiene lugar después de la consagracion de los Santos Oleos, en particular el del Crisma, y encaja bien en dicha celebracion, que pone de relieve la imagen de la Iglesia, pueblo sacerdotal santificado por los Sacramentos y enviado a difundir en el mundo el suave aroma de Cristo, el Salvador (
2Co 2,14-16).

Al atardecer, os veo entrar en el Cenaculo para iniciar el Triduo pascual. Jesus nos invita a volver cada Jueves Santo precisamente a aquella "sala grande" en el piso superior (Lc 22,12), y ahi es donde quiero encontrarme con vosotros, queridos hermanos en el Sacerdocio. En la Ultima Cena hemos nacido como sacerdotes. Por eso es bello y obligado encontrarnos en el Cenaculo, compartiendo la conmemoracion, llena de gratitud, de la alta mision que nos acomuna.

2. Hemos nacido de la Eucaristia. Lo que decimos de toda la Iglesia, es decir, que "de Eucharistia vivit", como he querido recordar en la reciente Enciclica, podemos afirmarlo también del Sacerdocio ministerial: éste tiene su origen, vive, actua y da frutos "de Eucharistia" (cf. Conc. Trid., Sess. XXII, can. 2: DS 1752). "No hay Eucaristia sin sacerdocio, como no existe sacerdocio sin Eucaristia" (Don y misterio. Madrid 1996, 95).

El ministerio ordenado, que nunca puede reducirse al aspecto funcional, pues afecta al ambito del "ser", faculta al presbitero para actuar "in persona Christi" y culmina en el momento en que consagra el pan y el vino, repitiendo los gestos y las palabras de Jesus en la Ultima Cena.

Ante esa realidad extraordinaria permanecemos atonitos y aturdidos: ¡Con cuanta condescendencia humilde ha querido Dios unirse al hombre! Si estamos conmovidos ante el pesebre contemplando la encarnacion del Verbo, ¿qué podemos sentir ante el altar, donde Cristo hace presente en el tiempo su Sacrificio mediante las pobres manos del sacerdote? No queda sino arrodillarse y adorar en silencio este gran misterio de la fe.

3."Mysterium fidei", proclama el sacerdote después de la consagracion. Misterio de la fe es la Eucaristia, pero, como consecuencia, concierne también al Sacerdocio (cf. "Don y misterio", pp. 89s.). El misterio de santificacion y amor, obra del Espiritu Santo, por el cual el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, actua también en la persona del ministro en el momento de la ordenacion sacerdotal. Hay, pues, una reciprocidad especifica entre la Eucaristia y el Sacerdocio, que se remonta hasta el Cenaculo: se trata de dos Sacramentos nacidos juntos y que estan indisolublemente unidos hasta el fin del mundo.

Estamos ante lo que he llamado la "apostolicidad de la Eucaristia" (Cf. enciclica "Ecclesia de Eucharistia", 26-33). El Sacramento eucaristico --como el de la Reconciliacion-- ha sido confiado por Cristo a los Apostoles y transmitido por ellos y sus sucesores de generacion en generacion. Al comenzar su vida publica, el Mesias llamo a los Doce, los instituyo "para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar" (Mc 3,14-15). En la Ultima Cena, los Apostoles experimentaron el culmen de "estar con" Jesus. Al celebrar la Cena pascual e instituir la Eucaristia, el divino Maestro cumplio su vocacion. Al decir: "Haced esto en conmemoracion mia" puso el cuno eucaristico en su mision y, uniéndolos consigo en la comunion sacramental, los encargo que perpetuaran aquel gesto santo.

Mientras pronunciaba aquellas palabras: "Haced esto...", pensaba también en los sucesores de los Apostoles, que habrian de prolongar su mision, distribuyendo el alimento de vida hasta los ultimos confines del tierra. Asi, queridos hermanos sacerdotes, en el Cenaculo hemos sido en cierto modo llamados personalmente, uno a uno, "con amor de hermano" ("Prefacio de la Misa Crismal"), para recibir de las manos santas y venerables del Senor el Pan eucaristico, que se ha partir como alimento del Pueblo de Dios, peregrino en el tiempo hacia la Patria.


4. La Eucaristia, como el Sacerdocio, son un regalo de Dios, "que esta radicalmente por encima del poder de la asamblea" y que ésta "recibe por la sucesion episcopal que se remonta a los Apostoles" ("Ecclesia de Eucharistia", 29). El Concilio Vaticano II ensena que "el sacerdote ministerial, por el poder sagrado de que goza [...], realiza como representante de Cristo el sacrificio eucaristico y lo ofrece a Dios en nombre de todo el pueblo" (constitucion dogmatica "Lumen gentium",10). La asamblea de los fieles, unida en la fe y en el Espiritu, se enriquece con multiples dones y, aun siendo el lugar donde Cristo "esta siempre presente en su Iglesia, principalmente en los actos liturgicos" (constitucion "Sacrosanctum Concilium", 7), no puede por si sola ni "realizar" la Eucaristia ni "darse" el ministro ordenado.

Por tanto, el pueblo cristiano tiene buenos motivos para, por un lado, dar gracias Dios por el don de la Eucaristia y el Sacerdocio y, por otro, rogar incesantemente para que no falten sacerdotes en la Iglesia. El numero de presbiteros nunca es suficiente para afrontar las exigencias crecientes de la evangelizacion y del cuidado pastoral de los fieles. Su escasez se nota hoy especialmente en algunas partes del mundo, porque disminuyen los sacerdotes sin que haya un suficiente reemplazo generacional. Gracias a Dios, en otras partes esta despuntando una prometedora primavera vocacional. Asi pues, ha de aumentar en el Pueblo de Dios la conciencia de tener que orar y actuar diligentemente en favor de las vocaciones al Sacerdocio y a la Vida consagrada.


5. Si, las vocaciones son un don de Dios que se ha de suplicar continuamente. Siguiendo la invitacion de Jesus, hay que rogar ante todo al Dueno de la mies para que envie obreros a su mies (Mt 9,37-38). La oracion, reforzada con el ofrecimiento silencioso del sufrimiento, es el primero y mas eficaz medio de la pastoral vocacional. Orar es mantener la mirada fija en Cristo, con la confianza de que de l mismo, unico Sumo Sacerdote, y de su entrega divina, manan abundantemente, por la accion del Espiritu Santo, los gérmenes de vocacion necesarios en cada momento para la vida y la mision de la Iglesia.

Quedémonos en el Cenaculo contemplando al Redentor que, en la Ultima Cena, instituyo la Eucaristia y el Sacerdocio. En aquella noche santa l ha llamado por su nombre, a los sacerdotes de todos los tiempos. Su mirada se ha dirigido a cada uno, una mirada afectuosa y premonitoria, como la que se detuvo sobre Simon y Andrés, Santiago y Juan, sobre Natanael cuando estaba bajo la higuera o sobre Mateo, sentado en el despacho de los impuestos. Jesus nos ha llamado y, por los medios mas diversos, sigue llamando a otros muchos para que sean sus ministros.

Cristo, desde el Cenaculo, no se cansa de buscar y de llamar: éste es el origen y la fuente perenne de la auténtica pastoral de las vocaciones sacerdotales. Hermanos, sintamonos sus primeros responsables, dispuestos a ayudar a quienes l quiera asociar a su Sacerdocio, para que respondan generosamente a su invitacion.

No obstante, mas que cualquier otra iniciativa vocacional, es indispensable nuestra fidelidad personal. En efecto, importa nuestra adhesion a Cristo, el amor que sentimos por la Eucaristia, el fervor con que la celebramos, la devocion con que la adoramos, el celo con que la dispensamos a los hermanos, especialmente a los enfermos. Jesus, Sumo Sacerdote, sigue invitando personalmente a obreros para su vina, pero ha querido necesitar de nuestra cooperacion desde el principio. Los sacerdotes enamorados de la Eucaristia son capaces de comunicar a chicos y jovenes el "asombro eucaristico" que he pretendido suscitar con la enciclica "Ecclesia de Eucharistia" (cf. n. 6). Precisamente son ellos quienes generalmente atraen de este modo a los jovenes hacia el camino del sacerdocio, como podria demostrar elocuentemente la historia de nuestra propia vocacion.


6. Precisamente en esta perspectiva, queridos hermanos sacerdotes, junto con otras iniciativas, cuidad especialmente de los monaguillos, que son como un "vivero" de vocaciones sacerdotales. El grupo de acolitos, atendidos por vosotros dentro de la comunidad parroquial, puede seguir un itinerario valioso de crecimiento cristiano, formando como una especie de pre-seminario. Educad a la parroquia, familia de familias, a que vean en los acolitos a sus hijos, "como renuevos de olivo" alrededor de la mesa de Cristo, Pan de vida (cf.Sal 127,3).

Aprovechando la colaboracion de las familias mas sensibles y de los catequistas, seguid con solicitud al grupo de los acolitos para que, mediante el servicio del altar, cada uno de ellos aprenda a amar cada vez mas al Senor Jesus, lo reconozca realmente presente en la Eucaristia y aprecie la belleza de la liturgia. Todas las iniciativas en favor de los acolitos, organizadas en el ambito diocesano o de las zonas pastorales, deben ser promovidas y animadas, teniendo siempre en cuenta las diversas fases de edad. En los anos de ministerio episcopal en Cracovia he podido apreciar lo provechoso que es dedicarse a su formacion humana, espiritual y liturgica. Cuando ninos y adolescentes desempenan el servicio del altar con alegria y entusiasmo, ofrecen a sus coetaneos un elocuente testimonio de la importancia y belleza de la Eucaristia. Gracias a la gran sensibilidad imaginativa propia de su edad, y con las explicaciones y el ejemplo de los sacerdotes y de los companeros mayores, también los mas pequenos pueden crecer en la fe y apasionarse por las realidades espirituales.

En fin, no olvidéis que los primeros "apostoles" de Jesus, Sumo Sacerdote, sois vosotros mismos: vuestro testimonio cuenta mas que cualquier otro medio o subsidio. En la regularidad de las celebraciones dominicales y diarias, los acolitos se encuentran con vosotros, en vuestras manos ven "realizarse" la Eucaristia, en vuestro rostro leen el reflejo del Misterio, en vuestro corazon intuyen la llamada de un amor mas grande. Sed para ellos padres, maestros y testigos de piedad eucaristica y santidad de vida.


7. Queridos hermanos sacerdotes, vuestra peculiar mision en la Iglesia exige que seais "amigos" de Cristo, contemplando asiduamente su rostro y acudiendo docilmente a la escuela de Maria Santisima. Orad constantemente, como exhorta el Apostol (1Th 5,17), e invitad a los fieles a rezar por las vocaciones, por la perseverancia de los llamados a la vida sacerdotal y por la santificacion de todos los sacerdotes. Procurad que vuestras comunidades amen cada vez mas el "don y misterio" tan singular que es el Sacerdocio ministerial.

En el clima de oracion del Jueves Santo me vienen a la mente algunas invocaciones de las letanias de Jesus, Sacerdote y Victima (cf. Don y misterio, pp.121-124), que recito desde hace muchos anos con gran provecho espiritual.

Iesu, Sacerdos et Victima,

Iesu, Sacerdos qui in novissima Cena formam sacrificii perennis instituisti,

Iesu, Pontifex ex hominibus assumpte,

Iesu, Pontifex pro hominibus constitute,

Iesu, Pontifex qui tradidisti temetipsum Deo oblationem et hostiam,

miserere nobis!

Ut pastores secundum cor tuum populo tuo providere digneris,

ut in messem tuam operarios fideles mittere digneris,

ut fideles mysteriorum tuorum dispensatores multiplicare digneris,

Te rogamus, audi nos!

8. Confio a cada uno de vosotros y vuestro ministerio cotidiano a la Madre de los sacerdotes. En el rezo del Rosario, el quinto misterio de la luz nos lleva a contemplar con los ojos de Maria el don de la Eucaristia, a sentir asombro ante el amor "hasta el extremo" (Jn 13,1) que Jesus manifesto en el Cenaculo y ante la humildad de su presencia en cada Sagrario. Que la Santisima Virgen os alcance la gracia de no caer nunca en la rutina del Misterio puesto en vuestras manos. Dando gracias continuamente al Senor por el don extraordinario de su Cuerpo y de su Sangre, podréis perseverar fielmente en vuestro ministerio sacerdotal.

Y Tu, Madre de Cristo, Sumo Sacerdote, intercede siempre para que en la Iglesia haya numerosas y santas vocaciones, fieles y generosos ministros del altar.

Queridos hermanos sacerdotes, a vosotros y a vuestras Comunidades os deseo una Santa Pascua, a la vez que os bendigo de corazon.

Vaticano, 28 de marzo, V domingo de Cuaresma, del ano 2004, vigésimo sexto de Pontificado.

JUAN PABLO II





JP-II Cartas sacerdotes 2001