Audiencias 2000






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Enero de 2000


Miércoles 5 de Enero de 2000

María, hija predilecta del Padre

1. Pocos días después de la inauguración del gran jubileo, me alegra iniciar hoy la primera audiencia general del año 2000 expresando a todos los presentes mi más cordial deseo para el Año jubilar: que constituya realmente un "tiempo fuerte" de gracia, reconciliación y renovación interior.

El año pasado, el último de los que dedicamos a la preparación inmediata del jubileo, profundizamos juntos en el misterio del Padre. Hoy, al concluir ese ciclo de reflexiones y casi como una especial introducción a las catequesis del Año santo, queremos hablar una vez más con amor sobre la persona de María.

En ella, "hija predilecta del Padre" (Lumen gentium, LG 53), se manifestó el plan divino de amor para la humanidad. El Padre, al destinarla a convertirse en la madre de su Hijo, la eligió entre todas las criaturas y la elevó a la más alta dignidad y misión al servicio de su pueblo.

Este plan del Padre comienza a manifestarse en el "Protoevangelio", cuando, después de la caída de Adán y Eva, Dios anuncia que pondrá enemistad entre la serpiente y la mujer: el hijo de la mujer aplastará la cabeza de la serpiente (cf. Gn 3,15).

La promesa comienza a realizarse en la Anunciación, cuando el ángel dirige a María la propuesta de convertirse en Madre del Salvador.

2. "Alégrate, llena de gracia" (Lc 1,28). Las primeras palabras que el Padre dirige a María, a través del ángel, son una fórmula de saludo que se puede entender como una invitación a la alegría, invitación que recuerda la que dirigió a todo el pueblo de Israel el profeta Zacarías: "¡Alégrate sobremanera, hija de Sión; grita de júbilo, hija de Jerusalén! He aquí que viene a ti tu rey" (Za 9,9 cf. también So 3,14-18). Con estas primeras palabras dirigidas a María, el Padre revela su intención de comunicar a la humanidad la alegría verdadera y definitiva. La alegría propia del Padre, que consiste en tener a su lado al Hijo, es ofrecida a todos, pero ante todo es encomendada a María, para que desde ella se difunda a la comunidad humana.

3. En María la invitación a la alegría está vinculada al don especial que había recibido del Padre: "Llena de gracia". La expresión griega, con acierto, suele traducirse "llena de gracia", pues se trata de una abundancia que alcanza su máximo grado.

Podemos notar que la expresión suena como si constituyera el nombre mismo de María, el "nombre" que le dio el Padre desde el origen de su existencia. En efecto, desde su concepción su alma está colmada de todas las bendiciones, que le permitirán un camino de eminente santidad a lo largo de toda su existencia terrena. En el rostro de María se refleja el rostro misterioso del Padre. La ternura infinita de Dios-Amor se revela en los rasgos maternos de la Madre de Jesús.

2 4. María es la única madre que puede decir, hablando de Jesús, "mi hijo", como lo dice el Padre: "Tú eres mi Hijo" (Mc 1,11). Por su parte, Jesús dice al Padre: "Abbá", "Papá" (cf. Mc 14,36), mientras dice "mamá" a María, poniendo en este nombre todo su afecto filial. En la vida pública, cuando deja a su madre en Nazaret, al encontrarse con ella la llama "mujer", para subrayar que él ya sólo recibe órdenes del Padre, pero también para declarar que ella no es simplemente una madre biológica, sino que tiene una misión que desempeñar como "Hija de Sión" y madre del pueblo de la nueva Alianza. En cuanto tal, María permanece siempre orientada a la plena adhesión a la voluntad del Padre.

No era el caso de toda la familia de Jesús. El cuarto evangelio nos revela que sus parientes "no creían en él" (Jn 7,5) y san Marcos refiere que "fueron a hacerse cargo de él, pues decían: "Está fuera de sí"" (Mc 3,21). Podemos tener la certeza de que las disposiciones íntimas de María eran completamente diversas. Nos lo asegura el evangelio de san Lucas, en el que María se presenta a sí misma como la humilde "esclava del Señor" (Lc 1,38). Desde esta perspectiva se ha de leer la respuesta que dio Jesús cuando "le anunciaron: "Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte"" (Lc 8,20 cf. Mt 12,46-47 Mc 3,32); Jesús respondió: "Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la palabra de Dios y la cumplen" (Lc 8,21). En efecto, María es un modelo de escucha de la palabra de Dios (cf. Lc 2,19 Lc 2,51) y de docilidad a ella.

5. La Virgen conservó y renovó con perseverancia la completa disponibilidad que había expresado en la Anunciación. El inmenso privilegio y la excelsa misión de ser Madre del Hijo de Dios no cambiaron su conducta de humilde sumisión al plan del Padre. Entre los demás aspectos de ese plan divino, ella asumió el compromiso educativo implicado en su maternidad. La madre no es sólo la que da a luz, sino también la que se compromete activamente en la formación y el desarrollo de la personalidad del hijo. Seguramente, el comportamiento de María influyó en la conducta de Jesús. Se puede pensar, por ejemplo, que el gesto del lavatorio de los pies (cf. Jn 13,4-5), que dejó a sus discípulos como modelo para seguir (cf. Jn 13,14-15), reflejaba lo que Jesús mismo había observado desde su infancia en el comportamiento de María, cuando ella lavaba los pies a los huéspedes, con espíritu de servicio humilde.

Según el testimonio del evangelio, Jesús, en el período transcurrido en Nazaret, estaba "sujeto" a María y a José (cf. Lc 2,51). Así recibió de María una verdadera educación, que forjó su humanidad. Por otra parte, María se dejaba influir y formar por su hijo. En la progresiva manifestación de Jesús descubrió cada vez más profundamente al Padre y le hizo el homenaje de todo el amor de su corazón filial. Su tarea consiste ahora en ayudar a la Iglesia a caminar como ella tras las huellas de Cristo.

Saludos


Saludo con afecto a los peregrinos venidos de España y Latinoamérica. En especial a los seminaristas de la arquidiócesis de Barquisimeto (Venezuela), así como a los alumnos del colegio Tabancura, de Santiago de Chile, y al grupo de peregrinos argentinos y de Colombia también. A todos confío a la protección materna de la santísima Virgen María.


A un grupo de peregrinos de la República Checa

En este santo tiempo de Navidad resuena en nuestras almas el canto de los ángeles: "Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres, que él ama". Ojalá que también vosotros difundáis la paz de Cristo en la tierra. Con este deseo, os bendigo de corazón.


En lengua croata

El gran jubileo es una fiesta especial de la bondad de Dios, nuestro Salvador, y de su amor al hombre, revelado en Jesucristo. Por eso, es una magnífica ocasión que la divina Providencia ofrece a la humanidad. Que la alegría de la conversión y de la reconciliación, a la que la Iglesia invita a cada uno en este tiempo santo, se derrame en el corazón de todo hombre y de toda mujer, y los lleve por el sendero del auténtico bien
3 . A los jóvenes, enfermos y recién casados
Mañana, solemnidad de la Epifanía del Señor, recordaremos el camino de los Magos hacia Cristo, guiados por la luz de la estrella.
Que su ejemplo, queridos jóvenes, alimente en vosotros el deseo de encontraros con Jesús y transmitir a todos la alegría de su Evangelio; os impulse a vosotros, queridos enfermos, a ofrecer al Niño de Belén vuestros dolores y sufrimientos, que cobran valor por la fe; y constituya para vosotros, queridos recién casados, un constante estímulo a hacer que vuestras familias sean "pequeñas iglesias" y "lugares" acogedores de los signos misteriosos de Dios y del don de la vida.

A todos os bendigo de corazón.




Miércoles 12 de enero de 2000



María en el camino hacia el Padre

1. Completando nuestra reflexión sobre María al concluir el ciclo de catequesis dedicado al Padre, hoy queremos subrayar su papel en nuestro camino hacia el Padre.

Él mismo quiso la presencia de María en la historia de la salvación. Cuando decidió enviar a su Hijo al mundo, quiso que viniera a nosotros naciendo de una mujer (cf. Ga 4,4). Así quiso que esta mujer, la primera que acogió a su Hijo, lo comunicara a toda la humanidad.

Por tanto, María se encuentra en el camino que va desde el Padre a la humanidad como madre que da a todos a su Hijo, el Salvador. Al mismo tiempo, está en el camino que los hombres deben recorrer para ir al Padre, por medio de Cristo en el Espíritu (cf. Ep 2,18).

2. Para comprender la presencia de María en el itinerario hacia el Padre debemos reconocer, con todas las Iglesias, que Cristo es "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6) y el único Mediador entre Dios y los hombres (cf. 1Tm 2,5). María se halla insertada en la única mediación de Cristo y está totalmente a su servicio. Por consiguiente, como subrayó el Concilio en la Lumen gentium, "la misión maternal de María para con los hombres de ninguna manera disminuye o hace sombra a la única mediación de Cristo, sino que manifiesta su eficacia" (LG 60). No afirmamos un papel de María en la vida de la Iglesia fuera de la mediación de Cristo o junto a ella, como si se tratara de una mediación paralela o en competencia con la de Cristo.

Como afirmé expresamente en la encíclica Redemptoris Mater, la mediación materna de María "es mediación en Cristo" (RMA 38). El Concilio explica: "Todo el influjo de la santísima Virgen en la salvación de los hombres no tiene su origen en ninguna necesidad objetiva, sino en que Dios lo quiso así. Brota de la sobreabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, depende totalmente de ella, y de ella saca toda su eficacia; favorece, y de ninguna manera impide, la unión inmediata de los creyentes con Cristo" (Lumen gentium LG 60).

4 También María fue redimida por Cristo; más aún, es la primera de los redimidos, dado que la gracia que Dios Padre le concedió al inicio de su existencia se debe "a los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano", como afirma la bula Ineffabilis Deus del Papa Pío IX (DS 2803). Toda la cooperación de María en la salvación está fundada en la mediación de Cristo, la cual, como precisa también el Concilio, "no excluye sino que suscita en las criaturas una colaboración diversa que participa de la única fuente" (Lumen gentium, LG 62).

La mediación de María, considerada desde esta perspectiva, se presenta como el fruto más alto de la mediación de Cristo y está esencialmente orientada a hacer más íntimo y profundo nuestro encuentro con él: "La Iglesia no duda en atribuir a María esta misión subordinada, la experimenta sin cesar y la recomienda al corazón de sus fieles para que, apoyados en su protección maternal, se unan más íntimamente al Mediador y Salvador" (ib.).

3. En realidad, María no quiere atraer la atención hacia su persona. Vivió en la tierra con la mirada fija en Jesús y en el Padre celestial. Su deseo más intenso consiste en hacer que las miradas de todos converjan en esa misma dirección. Quiere promover una mirada de fe y de esperanza en el Salvador que nos envió el Padre.

Fue modelo de una mirada de fe y de esperanza sobre todo cuando, en la tempestad de la pasión de su Hijo, conservó en su corazón una fe total en él y en el Padre. Mientras los discípulos, desconcertados por los acontecimientos, quedaron profundamente afectados en su fe, María, a pesar de la prueba del dolor, permaneció íntegra en la certeza de que se realizaría la predicción de Jesús: "El Hijo del hombre (...) al tercer día resucitará" (Mt 17,22-23). Una certeza que no la abandonó ni siquiera cuando acogió entre sus brazos el cuerpo sin vida de su Hijo crucificado.

4. Con esta mirada de fe y de esperanza, María impulsa a la Iglesia y a los creyentes a cumplir siempre la voluntad del Padre, que nos ha manifestado Cristo.

Las palabras que dirigió a los sirvientes, para el milagro de Caná, las repite a todas las generaciones de cristianos: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5).

Los sirvientes siguieron su consejo y llenaron las tinajas hasta el borde. Esa misma invitación nos la dirige María hoy a nosotros. Es una exhortación a entrar en el nuevo período de la historia con la decisión de realizar todo lo que Cristo dijo en el Evangelio en nombre del Padre y actualmente nos sugiere mediante el Espíritu Santo, que habita en nosotros.

Si hacemos lo que nos dice Cristo, el milenio que comienza podrá asumir un nuevo rostro, más evangélico y más auténticamente cristiano, y responder así a la aspiración más profunda de María.

5. Por consiguiente, las palabras: "Haced lo que él os diga", señalándonos a Cristo, nos remiten también al Padre, hacia el que nos encaminamos. Coinciden con la voz del Padre que resonó en el monte de la Transfiguración: "Este es mi Hijo amado (...), escuchadlo" (Mt 17,5). Este mismo Padre, con la palabra de Cristo y la luz del Espíritu Santo, nos llama, nos guía y nos espera.

Nuestra santidad consiste en hacer todo lo que el Padre nos dice. El valor de la vida de María radica precisamente en el cumplimiento de la voluntad divina. Acompañados y sostenidos por María, con gratitud recibimos el nuevo milenio de manos del Padre y nos comprometemos a corresponder a su gracia con entrega humilde y generosa.

Saludos

5 Deseo saludar a los peregrinos de lengua española; en especial a las Religiosas de María Inmaculada, Misioneras Claretianas, reunidas en capítulo general, y a las Hermanas de la Caridad Cristiana. Saludo también a la Asociación europea de enfermos de párkinson, así como a los peregrinos de la diócesis argentina de Morón y a los demás grupos de España, Argentina y Colombia. Al invitaros a cumplir siempre como María la divina voluntad, os bendigo con todo mi afecto. Muchas gracias.


(A los peregrinos croatas)
Queridos hermanos y hermanas: la celebración del gran jubileo del año 2000 estimula a los bautizados a acoger con sinceridad el Evangelio en la propia vida y los lleva a redescubrir y abrazar la vocación de cada uno a la santidad, así como toda la esperanza y la riqueza que contiene. El hombre y la mujer de nuestro tiempo están llamados en particular a abrir las puertas a Cristo, único Salvador, para reencontrar la dignidad de toda persona y la esperanza que no defrauda nunca y que proviene de Dios. Saludo de corazón a las estudiantes del instituto femenino de las Religiosas de la Caridad de Zagreb y a los demás peregrinos croatas. A todos imparto de buen grado la bendición apostólica.


(Al Servicio misionero juvenil)
Saludo con afecto al señor Ernesto Olivero y a los jóvenes del SERMIG (Servicio misionero juvenil), que celebra mañana el 35° aniversario de fundación. Queridos jóvenes: proseguid generosamente en este empeño profético al servicio de vuestros coetáneos. Ayudadlos con el ejemplo a redescubrir el inestimable don de la vida y a realizar las grandes potencialidades de bien presentes en cada uno. Sed signos creíbles de la ternura de Dios en nuestro mundo, que se abre al tercer milenio. Contagiad con vuestro entusiasmo y vuestra adhesión convencida a la lógica del Evangelio a cuantos son víctimas de una peligrosa cultura de la violencia o viven la exaltante época de la juventud en la superficialidad y en la desesperación. Al comienzo de este extraordinario Año jubilar, en el que el Señor abre a todos las puertas de la misericordia, os confío la tarea de ser artífices de su paz, indispensable para realizar en el mundo la fraternidad en la justicia que restituye a cada uno la alegría y el honor de estar llamado a formar parte de la familia de Dios.
*****



Saludo en particular a los jóvenes, sobre todo a los de Velletri y de Montevideo, a los enfermos y a los recién casados, con el deseo de que vivan en plenitud el año jubilar.
Para muchos de vosotros, queridos jóvenes, el jubileo es una experiencia nueva: hacedla vuestra con alegría y con empeño. Vosotros, queridos enfermos, cooperad con la divina misericordia, ofreciendo con espíritu de penitencia las pruebas y los sacrificios. Y vosotros, queridos recién casados, profundizad en este Año santo la gracia recibida en el sacramento del matrimonio.




Miércoles 19 de Enero de 2000

En las fuentes y en el estuario de la historia de la salvación

1. "Trinidad superesencial, infinitamente divina y buena, custodia de la divina sabiduría de los cristianos, llévanos más allá de toda luz y de todo lo desconocido hasta la cima más alta de las místicas Escrituras, donde los misterios sencillos, absolutos e incorruptibles de la teología se revelan en la tiniebla luminosa del silencio". Con esta invocación de Dionisio el Areopagita, teólogo de Oriente (Teología mística I, 1), comenzamos a recorrer un itinerario arduo pero fascinante en la contemplación del misterio de Dios. Después de reflexionar, durante los años pasados, sobre cada una de las tres personas divinas -el Hijo, el Espíritu Santo y el Padre-, en este Año jubilar nos proponemos abarcar con una sola mirada la gloria común de los Tres que son un solo Dios, "no una sola persona, sino tres Personas en una sola naturaleza" (Prefacio de la solemnidad de la santísima Trinidad). Esta opción corresponde a la indicación de la carta apostólica Tertio millennio adveniente, la cual pone como objetivo de la fase celebrativa del gran jubileo "la glorificación de la Trinidad, de la que todo procede y a la que todo se dirige, en el mundo y en la historia" (TMA 55).

6 2. Inspirándonos en una imagen del libro del Apocalipsis (cf. Ap 22,1), podríamos comparar este itinerario con el viaje de un peregrino por las riberas del río de Dios, es decir, de su presencia y de su revelación en la historia de los hombres.

Hoy, como síntesis ideal de este camino, reflexionaremos en los dos puntos extremos de ese río: su manantial y su estuario, uniéndolos entre sí en un solo horizonte. En efecto, la Trinidad divina está en el origen del ser y de la historia, y se halla presente en su meta última. Constituye el inicio y el fin de la historia de la salvación. Entre los dos extremos, el jardín del Edén (cf. Gn 2) y el árbol de la vida de la Jerusalén celestial (cf. Ap 22), se desarrolla una larga historia marcada por las tinieblas y la luz, por el pecado y la gracia. El pecado nos alejó del esplendor del paraíso de Dios; la redención nos lleva a la gloria de un nuevo cielo y una nueva tierra, donde "no habrá ya muerte ni llanto ni gritos ni fatigas" (Ap 21,4).

3. La primera mirada sobre este horizonte nos la ofrece la página inicial de la sagrada Escritura, que señala el momento en que la fuerza creadora de Dios saca al mundo de la nada: "En el principio creó Dios los cielos y la tierra" (Gn 1,1). Esta mirada se profundiza en el Nuevo Testamento, remontándose hasta el centro de la vida divina, cuando san Juan, al inicio de su evangelio, proclama: "En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios" (Jn 1,1). Antes de la creación y como fundamento de ella, la revelación nos hace contemplar el misterio del único Dios en la trinidad de las personas: el Padre y su Palabra, unidos en el Espíritu.

El autor bíblico que escribió la página de la creación no podía sospechar la profundidad de este misterio. Mucho menos podía alcanzarlo la pura reflexión filosófica, ya que la Trinidad está por encima de las posibilidades de nuestro entendimiento, y sólo puede conocerse por revelación.
Y, sin embargo, este misterio que nos supera infinitamente es también la realidad más cercana a nosotros, porque está en las fuentes de nuestro ser. En efecto, en Dios "vivimos, nos movemos y existimos" (Ac 17,28) y a las tres personas divinas se aplica lo que san Agustín dice de Dios: es "intimior intimo meo" (Conf. III, 6,11). En lo más íntimo de nuestro ser, donde ni siquiera nuestra mirada logra llegar, la gracia hace presentes al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, un solo Dios en tres personas. El misterio de la Trinidad, lejos de ser una árida verdad entregada al entendimiento, es vida que nos habita y sostiene.

4. Esta vida trinitaria, que precede y funda la creación, es el punto de partida de nuestra contemplación en este Año jubilar. Dios, misterio de los orígenes de donde brota todo, se nos presenta como Aquel que es la plenitud del ser y comunica el ser, como luz que "ilumina a todo hombre" (Jn 1,9), como el Viviente y dador de vida. Y se nos presenta sobre todo como Amor, según la hermosa definición de la primera carta de san Juan (cf. 1Jn 4,8). Es amor en su vida íntima, donde el dinamismo trinitario es precisamente expresión del amor eterno con que el Padre engendra al Hijo y ambos se donan recíprocamente en el Espíritu Santo. Es amor en la relación con el mundo, ya que la libre decisión de sacarlo de la nada es fruto de este amor infinito que se irradia en la esfera de la creación. Si los ojos de nuestro corazón, iluminados por la revelación, se hacen suficientemente puros y penetrantes, serán capaces de descubrir en la fe este misterio, en el que todo lo que existe tiene su raíz y su fundamento.

5. Pero, como aludí al inicio, el misterio de la Trinidad está también ante nosotros como la meta a la que tiende la historia, como la patria que anhelamos. Nuestra reflexión trinitaria, siguiendo los diversos ámbitos de la creación y de la historia, se orientará a esta meta, que el libro del Apocalipsis con gran eficacia nos señala como culminación de la historia.

Esta es la segunda y última parte del río de Dios, al que nos referimos antes. En la Jerusalén celestial el origen y el fin se vuelven a unir. En efecto, Dios Padre se sienta en el trono y dice: "Mira que hago nuevas todas las cosas" (Ap 21,5). A su lado se encuentra el Cordero, es decir, Cristo, en su trono, con su luz, con el libro de la vida, en el que se hallan escritos los nombres de los redimidos (cf. Ap 21,23 Ap 21,27 Ap 22,1 Ap 22,3). Y, al final, en un diálogo dulce e intenso, el Espíritu ora en nosotros y juntamente con la Iglesia, la esposa del Cordero, dice: "Ven, Señor Jesús" (cf. Ap 22,17 Ap 22,20).

Para concluir este primer esbozo de nuestra larga peregrinación en el misterio de Dios, volvamos a la oración de Dionisio el Areopagita, que nos recuerda la necesidad de la contemplación: "Es en el silencio donde se aprenden los secretos de esta tiniebla (...) que brilla con la luz más resplandeciente (...). A pesar de ser perfectamente intangible e invisible, colma con esplendores más bellos que la belleza las inteligencias que saben cerrar los ojos" (Teología mística, I, 1).

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española; en particular a los miembros de la Asociación de María Auxiliadora del Uruguay, así como a los procedentes de España, México, Chile, Argentina y otros países latinoamericanos. Os invito a que vuestra peregrinación a Roma en este Año jubilar vaya acompañada también de un camino interior que os permita descubrir la presencia de Dios en lo más profundo de vuestro ser. Muchas gracias.

7 Saludo también a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados presentes. Ayer abrí la Puerta santa de la basílica de San Pablo extramuros, ante una significativa representación de hermanos de otras Iglesias y comunidades cristianas, en el día en que comenzaba la Semana anual de oración por la unidad de los cristianos.

En este gran jubileo, en el que estamos invitados a dirigir al Padre con fe aún más intensa la oración de Jesús: "Que sean uno como nosotros" (
Jn 17,11), os exhorto, queridos jóvenes, a ser apóstoles de diálogo, escucha y perdón; a vosotros, queridos enfermos, os pido que ofrezcáis vuestros sufrimientos por la unidad de todos los creyentes en Cristo; y a vosotros, queridos recién casados, os invito a ser artífices de comunión, comenzando en vuestras familias.



Miércoles 26 de Enero de 2000

La gloria de la Trinidad en la creación

1. "¡Qué amables son todas sus obras! y eso que es sólo una chispa lo que de ellas podemos conocer. (...) Nada ha hecho incompleto. (...) ¿Quién se saciará de contemplar su gloria? Mucho más podríamos decir y nunca acabaríamos; broche de mis palabras: "Él lo es todo". ¿Dónde hallar fuerza para glorificarle? ¡Él es mucho más grande que todas sus obras!" (Si 42,22 Si 42,24-25 Si 43,27-28).

Con estas palabras, llenas de estupor, un sabio bíblico, el Sirácida, expresaba su admiración ante el esplendor de la creación, alabando a Dios. Es un pequeño retazo del hilo de contemplación y meditación que recorre todas las sagradas Escrituras, desde las primeras líneas del Génesis, cuando en el silencio de la nada surgen las criaturas, convocadas por la Palabra eficaz del Creador. "Dijo Dios: "Haya luz", y hubo luz" (Gn 1,3). Ya en esta parte del primer relato de la creación se ve en acción la Palabra de Dios, de la que san Juan dirá: "En el principio existía la Palabra (...) y la Palabra era Dios. (...) Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe" (Jn 1,1 Jn 1,3). San Pablo reafirmará en el himno de la carta a los Colosenses que "en él (Cristo) fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles: los tronos, las dominaciones, los principados, las potestades. Todo fue creado por él y para él; él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en él su consistencia" (Col 1,16-17). Pero en el instante inicial de la creación se vislumbra también al Espíritu: "el Espíritu de Dios aleteaba por encima de las aguas" (Gn 1,2). Podemos decir, con la tradición cristiana, que la gloria de la Trinidad resplandece en la creación.

2. En efecto, a la luz de la Revelación, es posible ver cómo el acto creativo es apropiado ante todo al "Padre de las luces, en quien no hay cambio ni sombra de rotación" (Jc 1,17). Él resplandece sobre todo el horizonte, como canta el Salmista: "¡Oh Señor, Dios nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra! Tú ensalzaste tu majestad sobre los cielos" (Ps 8,2). Dios "afianzó el orbe, y no se moverá" (Ps 96,10) y frente a la nada, representada simbólicamente por las aguas caóticas que elevan su voz, el Creador se yergue dando consistencia y seguridad: "Levantan los ríos, Señor, levantan los ríos su voz, levantan los ríos su fragor; pero más que la voz de las aguas caudalosas, más potente que el oleaje del mar, más potente en el cielo es el Señor" (Ps 93,3-4).

3. En la sagrada Escritura la creación a menudo está vinculada también a la Palabra divina que irrumpe y actúa: "La palabra del Señor hizo el cielo; el aliento de su boca, sus ejércitos (...). Él lo dijo, y existió; él lo mandó, y surgió" (Ps 33,6 Ps 33,9); "Él envía su mensaje a la tierra; su palabra corre veloz" (Ps 147,15). En la literatura sapiencial veterotestamentaria la Sabiduría divina, personificada, es la que da origen al cosmos, actuando el proyecto de la mente de Dios (cf. Pr 8,22-31). Ya hemos dicho que san Juan y san Pablo verán en la Palabra y en la Sabiduría de Dios el anuncio de la acción de Cristo: "del cual proceden todas las cosas y para el cual somos" (1Co 8,6), porque "por él hizo (Dios) también el mundo" (He 1,2).

4. Por último, otras veces, la Escritura subraya el papel del Espíritu de Dios en el acto creador: "Envías tu Espíritu y son creados, y renuevas la faz de la tierra" (Ps 104,30). El mismo Espíritu es representado simbólicamente por el soplo de la boca de Dios, que da vida y conciencia al hombre (cf. Gn 2,7) y le devuelve la vida en la resurrección, como anuncia el profeta Ezequiel en una página sugestiva, donde el Espíritu actúa para hacer revivir huesos ya secos (cf. Ez 37,1-14). Ese mismo soplo domina las aguas del mar en el éxodo de Israel de Egipto (cf. Ex 15,8 Ex 15,10). También el Espíritu regenera a la criatura humana, como dirá Jesús en el diálogo nocturno con Nicodemo: "En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu" (Jn 3,5-6).

5. Pues bien, frente a la gloria de la Trinidad en la creación el hombre debe contemplar, cantar, volver a sentir asombro. En la sociedad contemporánea la gente se hace árida "no por falta de maravillas, sino por falta de maravilla" (G.K. Chesterton). Para el creyente contemplar lo creado es también escuchar un mensaje, oír una voz paradójica y silenciosa, como nos sugiere el "Salmo del sol": "El cielo proclama la gloria de Dios; el firmamento pregona la obra de sus manos: el día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra. Sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz, a toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje" (Ps 19,2-5).

8 Por consiguiente, la naturaleza se transforma en un evangelio que nos habla de Dios: "de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor" (Sg 13,5). San Pablo nos enseña que "lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad" (Rm 1,20). Pero esta capacidad de contemplación y conocimiento, este descubrimiento de una presencia trascendente en lo creado, nos debe llevar también a redescubrir nuestra fraternidad con la tierra, a la que estamos vinculados desde nuestra misma creación (cf. Gn 2,7). Esta era precisamente la meta que el Antiguo Testamento recomendaba para el jubileo judío, cuando la tierra descansaba y el hombre cogía lo que de forma espontánea le ofrecía el campo (cf. Lv 25,11-12). Si la naturaleza no es violentada y humillada, vuelve a ser hermana del hombre.

Saludos

Doy mi cordial bienvenida a todos los peregrinos de lengua española. De modo especial saludo a las Hermanas de la Inmaculada Concepción de Buenos Aires y a los grupos procedentes de España, Perú, Chile, Bolivia y de otros países de Latinoamérica. En este Año jubilar, invocando a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, os bendigo a todos. Muchas gracias. Mi pensamiento va también a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Hoy la liturgia hace memoria de los santos Timoteo y Tito que, formados en la escuela del apóstol san Pablo, anunciaron el Evangelio con celo incansable.

Que su ejemplo os anime, queridos jóvenes, a vivir de modo auténtico y coherente la vocación cristiana; y a vosotros, queridos enfermos presentes hoy en representación de los enfermos de toda Italia, acogiendo la iniciativa jubilar del Consejo pontificio para la pastoral de los agentes sanitarios, por la que os habéis reunido ayer en la basílica de Santa María la Mayor, os deseo que halléis en el ejemplo de estos santos la ayuda para ofrecer vuestros sufrimientos en unión con los de Cristo, a fin de que el anuncio de la salvación llegue a todos los hombres; a vosotros, queridos recién casados, que el ejemplo de los santos os mantenga en el compromiso de evangelización en vuestras familias y de dar testimonio del evangelio de la vida.



Miércoles 9 de febrero de 2000

La gloria de la Trinidad en la historia

1. Como habéis escuchado en la lectura, este encuentro ha tomado como punto de partida el "Gran Hallel", el salmo 136, que es una solemne letanía para solista y coro: es un himno al hesed de Dios, es decir, a su amor fiel, que se revela en los acontecimientos de la historia de la salvación, particularmente en la liberación de la esclavitud de Egipto y en el don de la tierra prometida. El Credo del Israel de Dios (cf. Dt 26,5-9 Jos 24,1-13) proclama las intervenciones divinas dentro de la historia humana: el Señor no es un emperador impasible, rodeado de una aureola de luz y relegado en los cielos dorados. Él observa la miseria de su pueblo en Egipto, escucha su grito y baja para liberarlo (cf. Ex 3,7-8).

2. Pues bien, ahora trataremos de ilustrar esta presencia de Dios en la historia, a la luz de la revelación trinitaria, que, aunque se realizó plenamente en el Nuevo Testamento, ya se halla anticipada y bosquejada en el Antiguo. Así pues, comenzaremos con el Padre, cuyas características ya se pueden entrever en la acción de Dios que interviene en la historia como padre tierno y solícito con respecto a los justos que acuden a él. Él es "padre de los huérfanos y defensor de las viudas" (Ps 68,6); también es padre en relación con el pueblo rebelde y pecador.
Dos páginas proféticas de extraordinaria belleza e intensidad presentan un delicado soliloquio de Dios con respecto a sus "hijos descarriados" (Dt 32,5). Dios manifiesta en él su presencia constante y amorosa en el entramado de la historia humana. En Jeremías el Señor exclama: "Yo soy para Israel un padre (...) ¿No es mi hijo predilecto, mi niño mimado? Pues cuantas veces trato de amenazarlo, me acuerdo de él; por eso se conmueven mis entrañas por él, y siento por él una profunda ternura" (Jr 31,9 Jr 31,20). La otra estupenda confesión de Dios se halla en Oseas: "Cuando Israel era niño, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo. (...) Yo le enseñé a caminar, tomándolo por los brazos, pero no reconoció mis desvelos por curarlo. Los atraía con vínculos de bondad, con lazos de amor, y era para ellos como quien alza a un niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él y le daba de comer. (...) Mi corazón está en mí trastornado, y se han conmovido mis entrañas" (Os 11,1 Os 11,3-4 Os 11,8).

3. De estos pasajes de la Biblia debemos sacar como conclusión que Dios Padre de ninguna manera es indiferente frente a nuestras vicisitudes. Más aún, llega incluso a enviar a su Hijo unigénito, precisamente en el centro de la historia, como lo atestigua el mismo Cristo en el diálogo nocturno con Nicodemo: "Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él" (Jn 3,16-17). El Hijo se inserta dentro del tiempo y del espacio como el centro vivo y vivificante que da sentido definitivo al flujo de la historia, salvándola de la dispersión y de la banalidad. Especialmente hacia la cruz de Cristo, fuente de salvación y de vida eterna, converge toda la humanidad con sus alegrías y sus lágrimas, con su atormentada historia de bien y mal: "Cuando sea levando de la tierra, atraeré a todos hacia mí" (Jn 12,32). Con una frase lapidaria la carta a los Hebreos proclamará la presencia perenne de Cristo en la historia: "Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre" (He 13,8).


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