Audiencias 2000 19

19 Esa mirada se dirigía hacia el valle del Jordán y el desierto de Judea, donde, en la plenitud de los tiempos, resonaría la voz de Juan Bautista, enviado por Dios, como nuevo Elías, a preparar el camino al Mesías. Jesús quiso ser bautizado por él, revelando que era el Cordero de Dios que tomaba sobre sí el pecado del mundo. La figura de Juan Bautista me introdujo en las huellas de Cristo. Con alegría celebré una misa solemne en el estadio de Ammán para la comunidad cristiana que allí reside, que encontré llena de fervor religioso y muy bien insertada en el marco social del país.

3. Desde Ammán me dirigí a Jerusalén, y me alojé en la delegación apostólica. Desde allí, la primera meta fue Belén, ciudad donde, hace tres mil años, nació el rey David y donde, mil años después, según las Escrituras, nació el Mesías. En este año 2000, Belén ocupa el centro de la atención del mundo cristiano, pues allí surgió la Luz de las gentes, Cristo nuestro Señor, y desde allí partió el anuncio de paz para todos los hombres, que Dios ama.

Juntamente con mis colaboradores, los Ordinarios católicos, algunos cardenales y otros muchos obispos, celebré la santa misa en la plaza central de la ciudad, que confina con la gruta donde María dio a luz a Jesús y lo recostó en un pesebre. Se renovó, en el misterio, la alegría de la Navidad, la alegría del gran jubileo. Tenía la impresión de estar escuchando de nuevo el oráculo de Isaías: "Nos ha nacido un niño, nos ha sido dado un hijo" (
Is 9,5), así como el mensaje de los ángeles: "Os anuncio una gran alegría, que será para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un salvador, el Cristo Señor" (Lc 2,10-11).

Por la tarde, con emoción me arrodillé en la gruta de la Natividad, donde sentí espiritualmente presente a toda la Iglesia, a todos los pobres del mundo, en medio de los cuales Dios quiso plantar su tienda. Un Dios que, para que volviéramos a su casa, se convirtió en desterrado y prófugo. Este pensamiento me acompañó mientras, antes de partir de los territorios autónomos palestinos, visité, en Belén, uno de los diversos campos, donde desde hace mucho tiempo viven más de tres millones de refugiados palestinos. Ojalá que el compromiso de todos lleve finalmente a la solución de este doloroso problema.

4. El recuerdo de Jerusalén es indeleble en mi alma. Es grande el misterio de esta ciudad, en la que la plenitud de los tiempos, por decirlo así, se hizo "plenitud del espacio". En efecto, en Jerusalén tuvo lugar el acontecimiento central y culminante de la historia de la salvación: el misterio pascual de Cristo. Allí se reveló y realizó la finalidad por la que el Verbo se hizo carne: en su muerte de cruz y en su resurrección "todo se cumplió" (cf. Jn 19,30). En el Calvario la Encarnación se manifestó como Redención, de acuerdo con el plan eterno de Dios.
Las piedras de Jerusalén son testigos mudos y elocuentes de este misterio, comenzando por el Cenáculo, donde celebramos la santa eucaristía en el lugar mismo en el que Jesús la instituyó. Donde nació el sacerdocio cristiano recordé a todos los sacerdotes y firmé mi carta dirigida a ellos para el próximo Jueves santo.

Testimonian el misterio los olivos y la roca de Getsemaní, donde Cristo, embargado por una angustia mortal, oró al Padre antes de su pasión. De modo particular, testimonian aquellas horas dramáticas el Calvario y la tumba vacía, el santo Sepulcro. Precisamente allí, el domingo pasado, día del Señor, renové el anuncio de la salvación que atraviesa los siglos y los milenios: ¡Cristo resucitó! Fue el momento en que mi peregrinación alcanzó su cima. Por eso, sentí la necesidad de ir por la tarde a orar de nuevo al Calvario, donde Cristo derramó su sangre por la humanidad.
5. En Jerusalén, ciudad santa para judíos, cristianos y musulmanes, me encontré con los dos rabinos jefes de Israel y con el gran muftí de Jerusalén. Después me reuní con representantes de las otras dos religiones monoteístas, la judía y la musulmana. Aunque sea en medio de grandes dificultades, Jerusalén está llamada a convertirse en símbolo de la paz entre cuantos creen en el Dios de Abraham y se someten a su ley.Ojalá que los hombres apresuren el cumplimiento de este designio.

En Yad Vashem, memorial de la Shoah, rendí homenaje a los millones de judíos víctimas del nazismo. Una vez más expresé profundo dolor por esa terrible tragedia y reafirmé que "nosotros queremos recordar" para comprometernos juntos -los judíos, los cristianos y todos los hombres de buena voluntad- a vencer el mal con el bien, para caminar por la senda de la paz.

Numerosas Iglesias viven hoy su fe en Tierra Santa, herederas de antiguas tradiciones. Esta diversidad es una gran riqueza, con tal de que vaya acompañada de espíritu de comunión en la plena adhesión a la fe de los padres. El encuentro ecuménico, que tuvo lugar en el patriarcado greco-ortodoxo de Jerusalén con intensa participación por parte de todos, marcó un paso importante en el camino hacia la unidad plena entre los cristianos. Para mí fue motivo de gran alegría poderme encontrar con Su Beatitud Diodoros, patriarca greco-ortodoxo de Jerusalén, y con Su Beatitud Torkom Manoogian, patriarca armenio de Jerusalén. Invito a todos a orar para que el proceso de entendimiento y colaboración entre los cristianos de las diversas Iglesias se consolide y desarrolle.

6. Una gracia singular de esta peregrinación fue celebrar la misa en el monte de las Bienaventuranzas, junto al lago de Galilea, con numerosísimos jóvenes procedentes de Tierra Santa y del mundo entero. ¡Un momento rico en esperanza! Al proclamar y entregar a los jóvenes los mandamientos de Dios y las bienaventuranzas, vi en ellos el futuro de la Iglesia y del mundo.

20 También en la orilla del lago, visité con gran emoción Tabga, donde Cristo multiplicó los panes, el "lugar del primado", donde encomendó a Pedro la guía pastoral de la Iglesia y, por último, en Cafarnaúm, los restos de la casa de Pedro y de la sinagoga, en la que Jesús se reveló como el Pan bajado del cielo para dar la vida al mundo (cf. Jn 6,26-58).

¡Galilea! Patria de María y de los primeros discípulos; patria de la Iglesia misionera entre los gentiles. Pienso que Pedro siempre la llevó en su corazón; así la lleva también su Sucesor.

7. En la fiesta litúrgica de la Anunciación, como remontándome a las fuentes del misterio de la fe, fuimos a arrodillarnos en la gruta de la Anunciación en Nazaret, donde, en el seno de María, "el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1,14). Allí, como reflejo del "sí" de la Virgen, es posible escuchar, en silencio impregnado de adoración, el "sí" lleno de amor de Dios al hombre, el amén del Hijo eterno, que abre a cada hombre el camino de la salvación. Allí, en la entrega recíproca de Cristo y de María, se encuentran los quicios de toda "puerta santa". Allí, donde Dios se hizo hombre, el hombre recupera su dignidad y su altísima vocación.

Doy las gracias a todos los que en las diversas diócesis, en las casas religiosas y en las comunidades contemplativas han seguido espiritualmente los pasos de mi peregrinación y les aseguro que en los lugares visitados oré por toda la Iglesia. Mientras expreso una vez más al Señor mi gratitud por esta inolvidable experiencia, le pido con humilde confianza que saque de ella abundantes frutos para el bien de la Iglesia y de la humanidad.

Saludos

Deseo saludar a los peregrinos de lengua española, en especial a los grupos parroquiales y escolares venidos de España, Argentina y México. Al invitaros a vivir intensamente la próxima Pascua del Señor, os bendigo con todo mi afecto. Muchas gracias.

(En italiano)
Queridos jóvenes, el tiempo de Cuaresma, que estamos viviendo, os ayude a redescubrir el gran don del bautismo que debemos testimoniar con valentía y fidelidad. Vosotros, queridos enfermos, encontrad en la meditación de la pasión del Señor consuelo y esperanza en toda situación. A vosotros, queridos recién casados, el ejemplo de Jesús, que da la vida por sus amigos, os estimule a vivir, en la entrega recíproca, vuestra vocación familiar y matrimonial. A todos os bendigo.


Quiero dirigir mi pensamiento a las queridas poblaciones de Filipinas, donde, por desgracia, en la gran isla de Mindanao, se han intensificado las tensiones, que están causando violentos enfrentamientos.

Pido por todos los habitantes de esa región y, en particular, por los responsables políticos y militares, a fin de que el Señor los ilumine y los mueva a hacer todo lo posible para poner fin a la violencia buscando soluciones pacíficas a los problemas planteados.

A las familias que sufren por esta situación les expreso mi cercanía y mi solidaridad.



21
Abril 2000

Miércoles 5 de abril 2000



1. "Una sola fuente y una sola raíz, una sola forma luce con un triple esplendor. Donde brilla la profundidad del Padre, irrumpe el poder del Hijo, sabiduría artífice del universo entero, fruto engendrado por el corazón paterno. Y allí resplandece la luz unificante del Espíritu". Así cantaba a inicios del siglo V Sinesio de Cirene en el Himno II, celebrando al alba de un nuevo día la Trinidad divina, única en la fuente y triple en el esplendor. Esta verdad del único Dios en tres personas iguales y distintas no está relegada a los cielos; no puede interpretarse como una especie de "teorema aritmético celeste", del que no se sigue nada para la existencia del hombre, como suponía el filósofo Kant.

2. En realidad, como hemos escuchado en el relato del evangelista san Lucas, la gloria de la Trinidad se hace presente en el tiempo y en el espacio, y encuentra su epifanía más elevada en Jesús, en su encarnación y en su historia. San Lucas lee la concepción de Cristo precisamente a la luz de la Trinidad: lo atestiguan las palabras del ángel, dirigidas a María y pronunciadas dentro de la modesta casa de la aldea de Nazaret, en Galilea, que la arqueología ha sacado a la luz. En el anuncio de Gabriel se manifiesta la trascendente presencia divina: el Señor Dios, a través de María y en la línea de la descendencia davídica, da al mundo a su Hijo: "Concebirás en el seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre" (Lc 1,31-32).

3. Aquí tiene valor doble el término "Hijo", porque en Cristo se unen íntimamente la relación filial con el Padre celestial y la relación filial con la madre terrena. Pero en la Encarnación participa también el Espíritu Santo, y es precisamente su intervención la que hace que esa generación sea única e irrepetible: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios" (Lc 1,35). Las palabras que el ángel proclama son como un pequeño Credo, que ilumina la identidad de Cristo en relación con las demás Personas de la Trinidad. Es la fe común de la Iglesia, que san Lucas pone ya en los inicios del tiempo de la plenitud salvífica: Cristo es el Hijo del Dios Altísimo, el Grande, el Santo, el Rey, el Eterno, cuya generación en la carne se realiza por obra del Espíritu Santo. Por eso, como dirá san Juan en su primera carta, "Todo el que niega al Hijo, tampoco posee al Padre. Quien confiesa al Hijo, posee también al Padre" (1Jn 2,23).

4. En el centro de nuestra fe está la Encarnación, en la que se revela la gloria de la Trinidad y su amor por nosotros: "Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria" (Jn 1,14). "Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único" (Jn 3,16). "En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él" (1Jn 4,9). Estas palabras de los escritos de san Juan nos ayudan a comprender que la revelación de la gloria trinitaria en la Encarnación no es una simple iluminación que disipa las tinieblas por un instante, sino una semilla de vida divina depositada para siempre en el mundo y en el corazón de los hombres.

En este sentido es emblemática una declaración del apóstol san Pablo en la carta a los Gálatas: "Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero por voluntad de Dios" (Ga 4, 4-7, cf. Rm 8,15-17). Así pues, el Padre, el Hijo y el Espíritu están presentes y actúan en la Encarnación para hacernos participar en su misma vida. "Todos los hombres -reafirmó el concilio Vaticano II- están llamados a esta unión con Cristo, que es la luz del mundo. De él venimos, por él vivimos y hacia él caminamos" (Lumen gentium, LG 3). Y, como afirmaba san Cipriano, la comunidad de los hijos de Dios es "un pueblo congregado por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" (De orat. Dom., 23).

5. "Conocer a Dios y a su Hijo es acoger el misterio de la comunión de amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en la propia vida, que ya desde ahora se abre a la vida eterna por la participación en la vida divina. Por tanto, la vida eterna es la vida misma de Dios y a la vez la vida de los hijos de Dios. Un nuevo estupor y una gratitud sin límites se apoderan necesariamente del creyente ante esta inesperada e inefable verdad que nos viene de Dios en Cristo" (Evangelium vitae, EV 37-38).

Con este estupor y con esta acogida vital debemos adorar el misterio de la santísima Trinidad, que "es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina" (Catecismo de la Iglesia católica, n. 234).

En la Encarnación contemplamos el amor trinitario que se manifiesta en Jesús; un amor que no queda encerrado en un círculo perfecto de luz y de gloria, sino que se irradia en la carne de los hombres, en su historia; penetra al hombre, regenerándolo y haciéndolo hijo en el Hijo. Por eso, como decía san Ireneo, la gloria de Dios es el hombre vivo: "Gloria enim Dei vivens homo, vita autem hominis visio Dei"; no sólo lo es por su vida física, sino sobre todo porque "la vida del hombre consiste en la visión de Dios" (Adversus haereses IV, 20, 7). Y ver a Dios significa ser transfigurados en él: "Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es" (1Jn 3,2).

Saludos

22 Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en especial al grupo de la Dirección general de la Policía, a la delegación de "Gresol empresarial de la Cataluña Nueva" y a los demás grupos provenientes de España, Argentina y otros países latinoamericanos. En la proximidad de la Pascua y en este año de gracia jubilar, os invito a todos a acoger con gozo la luz divina que se hace presente en la historia por la Encarnación.


(A los peregrinos eslovenos)
Ojalá que la visita a las basílicas os santifique y sea María, la Madre del cielo, a la que tanto veneráis, quien os guíe en la vida.

(A los jóvenes, enfermos y recién casados)
Un cordial saludo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. En este tiempo de Cuaresma os exhorto a proseguir con generosidad el camino hacia la Pascua, misterio central de nuestra fe.

Con particular afecto me dirijo a vosotros, queridos jóvenes estudiantes, que estáis hoy presentes en tan gran número, y os animo a testimoniar con fe viva la salvación que brota de la cruz de Cristo.

A vosotros, queridos enfermos, os exhorto a que miréis a Jesús crucificado y resucitado para que podáis vivir los sufrimientos siempre como acto de amor.

Y vosotros, queridos recién casados, imitando la perenne fidelidad de Cristo a su Esposa la Iglesia, haced de vuestra existencia un don recíproco y gozoso.

(Antes de concluir)
El sábado 8 de abril se celebrará la Jornada internacional de los gitanos, dedicada este año a la situación de los gitanos víctimas del conflicto en Kosovo.

Ojalá que la Jornada sirva para promover el pleno respeto de la dignidad humana de estos hermanos nuestros, favoreciendo su adecuada inserción en la sociedad. Con especial alegría pienso también en el encuentro que tendré con ocasión de las celebraciones jubilares para los emigrantes e itinerantes, al comienzo del próximo mes de junio.





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Miércoles 12 de abril 2000



1. La lectura que acabamos de proclamar nos hace remontarnos a las riberas del Jordán. Hoy visitamos espiritualmente las orillas de ese río, que fluye a lo largo de los dos Testamentos bíblicos, para contemplar la gran epifanía de la Trinidad en el día en que Jesús se presenta en el escenario de la historia, precisamente en aquellas aguas, para comenzar su ministerio público.

El arte cristiano personificará ese río con los rasgos de un anciano que asiste asombrado a la visión que se realiza en sus aguas. En efecto, como afirma la liturgia bizantina, en él "se lava el Sol, Cristo". Esa misma liturgia, en la mañana del día de la teofanía o epifanía de Cristo, imagina un diálogo con el río: "Jordán, ¿qué has visto como para turbarte tanto? He visto al Invisible desnudo y me dio un escalofrío. Pues, ¿cómo no estremecerse y no ceder ante él? Los ángeles se estremecieron al verlo, el cielo enloqueció, la tierra tembló, el mar retrocedió con todos los seres visibles e invisibles. Cristo apareció en el Jordán para santificar todas las aguas".

2. La presencia de la Trinidad en ese acontecimiento está afirmada explícitamente en todas las redacciones evangélicas del episodio. Acabamos de escuchar la más amplia, la de san Mateo, que ofrece también un diálogo entre Jesús y el Bautista. En el centro de la escena destaca la figura de Cristo, el Mesías que realiza en plenitud toda justicia (cf. Mt 3,15). Él es quien lleva a cumplimiento el proyecto divino de salvación, haciéndose humildemente solidario con los pecadores.

Su humillación voluntaria le obtiene una exaltación admirable: sobre él resuena la voz del Padre que lo proclama: "Mi Hijo predilecto, en quien tengo mis complacencias" (Mt 3,17). Es una frase que combina en sí misma dos aspectos del mesianismo de Jesús: el davídico, a través de la evocación de un poema real (cf. Ps 2,7), y el profético, a través de la cita del primer canto del Siervo del Señor (cf. Is 42,1). Por consiguiente, se tiene la revelación del íntimo vínculo de amor de Jesús con el Padre celestial así como su investidura mesiánica frente a la humanidad entera.

3. En la escena irrumpe también el Espíritu Santo bajo forma de "paloma" que "desciende y se posa" sobre Cristo. Se puede recurrir a varias referencias bíblicas para ilustrar esta imagen: a la paloma que indica el fin del diluvio y el inicio de una nueva era (cf. Gn 8,8-12 1P 3,20-21); a la paloma del Cantar de los cantares, símbolo de la mujer amada (cf. Ct Ct 2,14 Ct 5,2 Ct 6,9); a la paloma que es casi un símbolo de Israel en algunos pasajes del Antiguo Testamento (cf. Os Os 7,11 Ps 68,14).

Es significativo un antiguo comentario judío al pasaje del Génesis (cf. Gn 1,2) que describe el aletear con ternura materna del Espíritu sobre las aguas iniciales: "El Espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas como una paloma que aletea sobre sus polluelos sin tocarlos" (Talmud, Hagigah 15 a). Sobre Jesús desciende, como fuerza de amor sobreabundante, el Espíritu Santo. El Catecismo de la Iglesia católica, refiriéndose precisamente al bautismo de Jesús, enseña: "El Espíritu que Jesús posee en plenitud desde su concepción viene a "posarse" sobre él. De él manará este Espíritu para toda la humanidad" (CEC 536).

4. Así pues, en el Jordán se halla presente toda la Trinidad para revelar su misterio, autenticar y sostener la misión de Cristo, y para indicar que con él la historia de la salvación entra en su fase central y definitiva. Esa historia involucra el tiempo y el espacio, las vicisitudes humanas y el orden cósmico, pero en primer lugar implica a las tres Personas divinas. El Padre encomienda al Hijo la misión de llevar a cumplimiento, en el Espíritu, la "justicia", es decir, la salvación divina.

Cromacio, obispo de Aquileya, en el siglo IV, en una de sus homilías sobre el bautismo y sobre el Espíritu Santo, afirma: "De la misma forma que nuestra primera creación fue obra de la Trinidad, así también nuestra segunda creación es obra de la Trinidad. El Padre no hace nada sin el Hijo y sin el Espíritu Santo, porque la obra del Padre es también del Hijo y la obra del Hijo es también del Espíritu Santo. Sólo existe una sola y la misma gracia de la Trinidad. Así pues, somos salvados por la Trinidad, pues originariamente hemos sido creados sólo por la Trinidad" (sermón 18 A).

5. Después del bautismo de Cristo, el Jordán se convirtió también en el río del bautismo cristiano: el agua de la fuente bautismal es, según una tradición de las Iglesias de Oriente, un Jordán en miniatura. Lo demuestra la siguiente oración litúrgica: "Así pues, te pedimos, Señor, que la acción purificadora de la Trinidad descienda sobre las aguas bautismales y se les comunique la gracia de la redención y la bendición del Jordán en la fuerza, en la acción y en la presencia del Espíritu Santo" (Grandes Vísperas de la Santa Teofanía de nuestro Señor Jesucristo, Bendición de las aguas).

En una idea semejante parece inspirarse también san Paulino de Nola en algunos versos preparados como inscripción para grabar en un baptisterio: "De esta fuente, generadora de las almas necesitadas de salvación, brota un río vivo de luz divina. El Espíritu Santo desciende del cielo a este río y une sus aguas sagradas con el manantial celeste; la fuente se impregna de Dios y engendra mediante una semilla eterna un linaje santo con sus aguas fecundas" (Carta 32, 5). Al salir del agua regeneradora de la fuente bautismal, el cristiano comienza su itinerario de vida y testimonio.

Saludos

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española. En especial a la asociación de amas de casa "Tiryus" de Valencia, así como a la Hermandad del Refugio y Piedad de Madrid, a la Junta pro Semana Santa de Valladolid, y a todos los alumnos de los diversos centros educativos presentes. Al meditar hoy sobre el bautismo de Jesús en el Jordán, os invito a profundizar en vuestro propio bautismo, por medio del cual habéis iniciado vuestro itinerario de vida y testimonio cristiano en el mundo.


(En lengua croata dijo)
El anuncio constante de la salvación ofrecida por Dios a los hombres exige una nueva evangelización de la sociedad contemporánea, con la colaboración eficaz de todos los miembros del pueblo cristiano. La evangelización debe abarcar la familia, la escuela, la cultura, las ciencias, las comunicaciones sociales, el mundo de la economía y de la política. Como he recordado recientemente a vuestros obispos, ningún ámbito de la vida debe quedar excluido del anuncio del Evangelio.

(Conclusión)
La Cuaresma se acerca rápidamente a su conclusión y nos preparamos ya para celebrar el domingo de Ramos, que abrirá los ritos de la Semana santa. Reviviremos en el Triduo santo la pasión, la muerte y la resurrección de Cristo, y contemplaremos el misterio central de nuestra salvación.

En él vosotros, queridos jóvenes, encontraréis una fuente de luz, de esperanza y de entusiasmo; vosotros, queridos enfermos, un motivo de consuelo, sintiendo cerca de vosotros el rostro sufriente del Salvador. A vosotros, queridos recién casados, os deseo que profundicéis vuestro encuentro con Cristo, muerto y resucitado por nosotros, para proseguir con confianza el camino que habéis emprendido.



Miércoles 19 de abril 2000

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1. El itinerario cuaresmal, que comenzamos el miércoles de Ceniza, llega a su culmen en esta Semana, muy oportunamente llamada "santa". En efecto, nos preparamos para revivir, en los próximos días, los acontecimientos más sagrados de nuestra salvación: la pasión, la muerte y la resurrección de Cristo.

Ante nosotros se encuentra en estos días, como símbolo elocuente del amor de Dios a la humanidad, la cruz. Al mismo tiempo, resuena en la liturgia la invocación del Redentor en agonía: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (
Mt 27,46). A menudo hacemos "nuestro" ese grito de sufrimiento en las múltiples situaciones dolorosas de la existencia, que pueden causar una íntima desolación, y engendrar preocupaciones e incertidumbres. En los momentos de soledad y extravío, frecuentes en la vida del hombre, puede surgir en el alma del creyente la exclamación: ¡El Señor me ha abandonado!

Con todo, la pasión de Cristo y su glorificación en el árbol de la cruz brindan una clave de lectura de esos acontecimientos diversa. En el Gólgota, el Padre, en el culmen del sacrificio de su Hijo unigénito, no lo abandona; más aún, realiza el plan de salvación para la humanidad entera. En su pasión, muerte y resurrección se nos revela que, en la existencia, la última palabra no es la muerte, sino la victoria de Dios sobre la muerte. El amor divino, manifestado con plenitud en el misterio pascual, vence a la muerte y al pecado, que es su causa (cf. Rm 5,12).

2. En estos días de la Semana santa entramos en el corazón del plan salvífico de Dios. La Iglesia, de modo particular durante este Año jubilar, quiere recordar a todos que Cristo murió por cada hombre y cada mujer, porque el don de la salvación es universal. La Iglesia muestra el rostro de un Dios crucificado, que no infunde miedo, sino que manifiesta únicamente amor y misericordia. ¡No es posible quedar indiferentes ante el sacrificio de Cristo! En el alma de quien se detiene a contemplar la pasión del Señor brotan espontáneamente sentimientos de profunda gratitud. Subiendo espiritualmente con él al Calvario, se llega a experimentar de alguna manera la luz y la alegría que brotan de su resurrección.

25 Esto lo reviviremos, con la ayuda de Dios, en el Triduo pascual. A través de la elocuencia de los ritos de la Semana santa, la liturgia nos mostrará la inseparable continuidad que existe entre la pasión y la resurrección. La muerte de Cristo encierra el germen de la resurrección.

3. El preludio del Triduo pascual será la celebración de la santa misa Crismal, mañana, Jueves santo, por la mañana, para la cual se reunirán en las catedrales diocesanas los presbíteros en torno a sus respectivos pastores. Se bendecirán el óleo de los enfermos, el de los catecúmenos y el crisma, para la administración de los sacramentos. Un rito denso de significado, acompañado por el gesto, también muy significativo, de la renovación de los compromisos y de las promesas sacerdotales por parte de los presbíteros. Es el día de los sacerdotes, que cada año nos impulsa a los ministros de la Iglesia a redescubrir el valor y el sentido de nuestro sacerdocio, don y misterio de amor.

Por la tarde, reviviremos el memorial de la institución de la Eucaristía, sacramento del amor infinito de Dios a la humanidad. Judas traiciona a Jesús; Pedro, a pesar de todas sus afirmaciones, lo niega; los demás Apóstoles huyen en el momento de la pasión. Son pocos los que permanecen a su lado. Y, sin embargo, a estos hombres frágiles es a quienes el Señor encomienda su testamento, ofreciéndose a sí mismo en el cuerpo entregado y en la sangre derramada para la vida del mundo (cf.
Jn 6,51). ¡Misterio inconmensurable de condescendencia y bondad!

En el Viernes santo resonará el relato de la Pasión y se nos invitará a venerar la cruz, símbolo extraordinario de la misericordia divina. Al hombre, a menudo incierto a la hora de distinguir el bien del mal, Cristo crucificado señala el único camino que da sentido a la existencia humana. Es la senda de la total acogida de la voluntad de Dios y de la entrega generosa a los hermanos.

El Sábado santo, en un día de gran silencio litúrgico, nos detendremos a reflexionar en el sentido de estos acontecimientos. Velará solícita la Iglesia con María, Madre dolorosa, y con ella esperará el clarear del alba de la resurrección. En efecto, al inicio del "primer día después del sábado", el silencio se romperá con el alegre anuncio pascual, proclamado por el jubiloso canto del Exultet, durante la solemne liturgia de la Vigilia pascual. El triunfo de Cristo sobre la muerte vendrá a sacudir, con la piedra del sepulcro, el corazón y la mente de los fieles y a inundarlos del mismo gozo que experimentaron María Magdalena, las mujeres piadosas, los Apóstoles y aquellos a los que el Resucitado se manifestó el día de Pascua.

4. Amadísimos hermanos y hermanas, dispongamos nuestro corazón a vivir intensamente este Triduo sacro. Dejémonos invadir por la gracia de estos días santos y, como exhortaba el santo obispo Atanasio, "sigamos también nosotros al Señor, es decir, imitémoslo; de esta forma, encontraremos el modo de celebrar la fiesta no sólo exteriormente, sino de una manera más eficaz: no sólo con palabras, sino también con obras" (Cartas pascuales, 14, 2).

Con estos sentimientos, os deseo a todos vosotros y a vuestros seres queridos un provechoso Triduo sacro y una alegre Pascua de resurrección.

Saludos
Deseo saludar a los peregrinos de lengua española, en especial a los grupos apostólicos y escolares venidos de España, así como a los peregrinos de El Salvador, de Venezuela y de otros países latinoamericanos. Al invitaros a vivir intensamente estos días de Semana santa, os deseo a todos una feliz Pascua de resurrección. Muchas gracias.

(En italiano)
Dirijo un saludo a los peregrinos de lengua italiana. Deseo recordar especialmente a la comunidad del seminario menor de Potenza, así como a los miembros de diversos institutos religiosos hoy presentes. Queridos hermanos, os deseo cordialmente que la Semana santa os brinde a cada uno la ocasión de recorrer con mayor entusiasmo el camino de vuestra consagración. Que el Señor os ilumine y os sostenga con su gracia.

Os saludo, por último, a vosotros, queridos jóvenes, enfermos y recién casados.
Mañana entraremos en el Triduo sacro, que conmemora los misterios centrales de la salvación. Disponed vuestro corazón, queridos jóvenes, para renovar vuestra adhesión a Cristo, que en la cruz se inmola por nosotros. Vosotros, queridos enfermos, encontraréis en Cristo, crucificado y resucitado, consuelo y apoyo en vuestro sufrimiento. El misterio pascual os dará a vosotros, queridos recién casados, un fuerte impulso para hacer de vuestra vida un don recíproco, abierto al amor fecundo.





Miércoles 26 de abril 2000

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1. En esta octava de Pascua, considerada como un único gran día, la liturgia repite sin cesar el anuncio de la resurrección: "¡Verdaderamente Jesús ha resucitado!". Este anuncio abre un horizonte nuevo a la humanidad entera. En la Resurrección se hace realidad lo que en la Transfiguración del monte Tabor se vislumbraba misteriosamente. Entonces el Salvador reveló a Pedro, Santiago y Juan el prodigio de gloria y de luz confirmado por la voz del Padre: "Este es mi Hijo predilecto" (
Mc 9,7).

En la fiesta de Pascua estas palabras se nos presentan en su plenitud de verdad. El Hijo predilecto del Padre, Cristo crucificado y muerto, ha resucitado por nosotros. A su luz, los creyentes vemos la luz y, "exaltados por el Espíritu -como afirma la liturgia de la Iglesia de Oriente-, cantamos a la Trinidad consustancial a lo largo de todos los siglos" (Grandes Vísperas de la Transfiguración de Cristo). Con el corazón rebosante de alegría pascual subamos hoy espiritualmente al monte santo, que domina la llanura de Galilea, para contemplar el acontecimiento que allí se realiza, anticipando los sucesos pascuales.

2. Cristo es el centro de la Transfiguración. Hacia él convergen dos testigos de la primera Alianza: Moisés, mediador de la Ley, y Elías, profeta del Dios vivo. La divinidad de Cristo, proclamada por la voz del Padre, también se manifiesta mediante los símbolos que san Marcos traza con sus rasgos pintorescos. La luz y la blancura son símbolos que representan la eternidad y la trascendencia: "Sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, como no los puede blanquear lavandera sobre la tierra" (Mc 9,3). Asimismo, la nube es signo de la presencia de Dios en el camino del Éxodo de Israel y en la tienda de la Alianza (cf. Ex 13,21-22 Ex 14,19 Ex 14,24 Ex 40,34 Ex 40,38).

Canta también la liturgia oriental, en el Matutino de la Transfiguración: "Luz inmutable de la luz del Padre, oh Verbo, con tu brillante luz hoy hemos visto en el Tabor la luz que es el Padre y la luz que es el Espíritu, luz que ilumina a toda criatura".

3. Este texto litúrgico subraya la dimensión trinitaria de la transfiguración de Cristo en el monte, pues es explícita la presencia del Padre con su voz reveladora. La tradición cristiana vislumbra implícitamente también la presencia del Espíritu Santo, teniendo en cuenta el evento paralelo del bautismo en el Jordán, donde el Espíritu descendió sobre Cristo en forma de paloma (cf. Mc 1,10). De hecho, el mandato del Padre: "Escuchadlo" (Mc 9,7) presupone que Jesús está lleno de Espíritu Santo, de forma que sus palabras son "espíritu y vida" (Jn 6,63 cf. Jn 3,34-35).

Por consiguiente, podemos subir al monte para detenernos a contemplar y sumergirnos en el misterio de luz de Dios. El Tabor representa a todos los montes que nos llevan a Dios, según una imagen muy frecuente en los místicos. Otro texto de la Iglesia de Oriente nos invita a esta ascensión hacia las alturas y hacia la luz: "Venid, pueblos, seguidme. Subamos a la montaña santa y celestial; detengámonos espiritualmente en la ciudad del Dios vivo y contemplemos en espíritu la divinidad del Padre y del Espíritu que resplandece en el Hijo unigénito" (tropario, conclusión del Canon de san Juan Damasceno).

4. En la Transfiguración no sólo contemplamos el misterio de Dios, pasando de luz a luz (cf. Ps 36,10), sino que también se nos invita a escuchar la palabra divina que se nos dirige. Por encima de la palabra de la Ley en Moisés y de la profecía en Elías, resuena la palabra del Padre que remite a la del Hijo, como acabo de recordar. Al presentar al "Hijo predilecto", el Padre añade la invitación a escucharlo (cf. Mc 9,7).

La segunda carta de san Pedro, cuando comenta la escena de la Transfiguración, pone fuertemente de relieve la voz divina. Jesucristo "recibió de Dios Padre honor y gloria, cuando la sublime gloria le dirigió esta voz: "Este es mi Hijo predilecto, en quien me complazco". Nosotros mismos escuchamos esta voz, venida del cielo, estando con él en el monte santo. Y así se nos hace más firme la palabra de los profetas, a la cual hacéis bien en prestar atención, como a lámpara que luce en lugar oscuro, hasta que despunte el día y se levante en vuestros corazones el lucero de la mañana" (2P 1,17-19).

27 5. Visión y escucha, contemplación y obediencia son, por consiguiente, los caminos que nos llevan al monte santo en el que la Trinidad se revela en la gloria del Hijo. "La Transfiguración nos concede una visión anticipada de la gloriosa venida de Cristo "el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo" (Ph 3,21). Pero nos recuerda también que "es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios" (Ac 14,22)" (Catecismo de la Iglesia católica, n. 556).

La liturgia de la Transfiguración, como sugiere la espiritualidad de la Iglesia de Oriente, presenta en los apóstoles Pedro, Santiago y Juan una "tríada" humana que contempla la Trinidad divina. Como los tres jóvenes del horno de fuego ardiente del libro de Daniel (cf. Dn Da 3,51-90), la liturgia "bendice a Dios Padre creador, canta al Verbo que bajó en su ayuda y cambia el fuego en rocío, y exalta al Espíritu que da a todos la vida por los siglos" (Matutino de la fiesta de la Transfiguración).

También nosotros oremos ahora al Cristo transfigurado con las palabras del Canon de san Juan Damasceno: "Me has seducido con el deseo de ti, oh Cristo, y me has transformado con tu divino amor. Quema mis pecados con el fuego inmaterial y dígnate colmarme de tu dulzura, para que, lleno de alegría, exalte tus manifestaciones".

Saludos

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, especialmente a la Asociación de jubilados y pensionistas de Sueca (Valencia), así como al numeroso grupo de la diócesis de Sigüenza-Guadalajara, y a los fieles de las distintas parroquias y alumnos de diversos colegios aquí presentes. A todos os deseo que viváis con plenitud el misterio pascual de Cristo, fuente de verdadera alegría y serenidad espiritual.

(A los eslovenos)
Que la visita jubilar a la ciudad eterna sea un momento significativo en vuestra vida. Pasaréis la puerta santa. Esto será la profesión de fe en Jesucristo resucitado, que os da la gracia con los sacramentos de la reconciliación y de la Eucaristía y os lleva a la vida nueva. Sed testigos del amor de Cristo.

(A los croatas)
El Señor resucitado, vencedor de la muerte y del pecado, ha abierto a los hombres y a las mujeres de todos los tiempos el camino de la salvación y ha inundado la historia de la luz, de la paz y de la alegría de su Pascua. Este es el don del amor misericordioso y victorioso de Dios, ofrecido a la humanidad.

(A los lituanos)
Os deseo a vosotros, que habéis venido a la sede de Pedro para gozar de la resurrección del Señor, que el Espíritu de Dios abra cada vez más vuestro corazón a la verdad del camino cristiano y a la valentía que él nos da para seguirlo.
. (En italiano)
28 A vosotros, y a todos vuestros coetáneos aquí presentes, os deseo que viváis plenamente el mensaje pascual. Sed siempre fieles a vuestro bautismo y testigos gozosos de Cristo muerto y resucitado por nosotros.
Unas palabras afectuosas a vosotros, queridos enfermos, mientras os exhorto a mirar constantemente a aquel que ha vencido la muerte y que nos ayuda a acoger los sufrimientos como preciosa ocasión de redención y de salvación. Por último, os invito a vosotros, queridos recién casados, a pensar y vivir la experiencia familiar cotidiana con la mirada puesta en las cosas de arriba, donde está Cristo, que en la Pascua se ha inmolado por nosotros.




Audiencias 2000 19