Audiencias 2000 28

Mayo 2000

Miércoles 3 de mayo 2000


1. Al final del relato de la muerte de Cristo, el Evangelio hace resonar la voz del centurión romano, que anticipa la profesión de fe de la Iglesia: "Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios" (Mc 15,39). En las últimas horas de la existencia terrena de Jesús se actúa en las tinieblas la suprema epifanía trinitaria. En efecto, el relato evangélico de la pasión y muerte de Cristo registra, aun en el abismo del dolor, la permanencia de su relación íntima con el Padre celestial.

Todo comienza durante la tarde de la última cena en la tranquilidad del Cenáculo, donde, sin embargo, ya se cernía la sombra de la traición. Juan nos ha conservado los discursos de despedida que subrayan estupendamente el vínculo profundo y la recíproca inmanencia entre Jesús y el Padre: "Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. (...) Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre. (...) Lo que yo os digo, no lo digo por cuenta propia. El Padre que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí" (Jn 14,7 Jn 14,9-11).
Al decir esto, Jesús citaba las palabras que había pronunciado poco antes, cuando declaró de modo lapidario: "Yo y el Padre somos uno. (...) El Padre está en mí y yo en el Padre" (Jn 10,30 Jn 10,38). Y en la oración que corona los discursos del Cenáculo, dirigiéndose al Padre en la contemplación de su gloria, reafirma: "Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros" (Jn 17,11). Con esta confianza absoluta en el Padre, Jesús se dispone a cumplir su acto supremo de amor (cf. Jn 13,1).

2. En la Pasión, el vínculo que lo une al Padre se manifiesta de modo particularmente intenso y, al mismo tiempo, dramático. El Hijo de Dios vive plenamente su humanidad, penetrando en la oscuridad del sufrimiento y de la muerte que pertenecen a nuestra condición humana. En Getsemaní, durante una oración semejante a una lucha, a una "agonía", Jesús se dirige al Padre con el apelativo arameo de la intimidad filial: "¡Abbá, Padre!; todo es posible para ti; aparta de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú" (Mc 14,36).

Poco después, cuando se desencadena contra él la hostilidad de los hombres, recuerda a Pedro que esa hora de las tinieblas forma parte de un designio divino del Padre: "¿Piensas que no puedo yo rogar a mi Padre, que pondría al punto a mi disposición más de doce legiones de ángeles? Mas, ¿cómo se cumplirían las Escrituras de que así debe suceder?" (Mt 26,53-54).

3. También el diálogo procesal con el sumo sacerdote se transforma en una revelación de la gloria mesiánica y divina que envuelve al Hijo de Dios: «El sumo sacerdote le dijo: "Te conjuro por Dios vivo a que me digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios". Díjole Jesús: "Tú lo has dicho. Y yo os digo que a partir de ahora veréis al hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y viniendo sobre las nubes del cielo"» (Mt 26,63-64).

Cuando fue crucificado, los espectadores le recordaron sarcásticamente esta proclamación: «Ha puesto su confianza en Dios; que le salve ahora, si es que de verdad le quiere; ya que dijo: "Soy Hijo de Dios"» (Mt 27,43). Pero para esa hora se le había reservado el silencio del Padre, a fin de que se solidarizara plenamente con los pecadores y los redimiera. Como enseña el Catecismo de la Iglesia católica: «Jesús no conoció la reprobación como si él mismo hubiese pecado. Pero, en el amor redentor que le unía siempre al Padre, nos asumió desde el alejamiento con relación a Dios» (CEC 603).

29 4. En realidad, en la cruz Jesús sigue manteniendo su diálogo íntimo con el Padre, viviéndolo con toda su humanidad herida y sufriente, sin perder jamás la actitud confiada del Hijo que es "uno" con el Padre. En efecto, por un lado está el silencio misterioso del Padre, acompañado por la oscuridad cósmica y subrayado por el grito: «"¡Elí, Elí! ¿lemá sabactaní?". Que quiere decir: "¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?"» (Mt 27,46).

Por otro, el Salmo 22, aquí citado por Jesús, termina con un himno al Señor soberano del mundo y de la historia; y este aspecto se manifiesta en el relato de Lucas, según el cual las últimas palabras de Cristo moribundo son una luminosa cita del Salmo con la añadidura de la invocación al Padre: "Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23,46 cf. Ps 31,6).

5. También el Espíritu Santo participa en este diálogo constante entre el Padre y el Hijo. Nos lo dice la carta a los Hebreos, cuando describe con una fórmula en cierto modo trinitaria la ofrenda sacrificial de Cristo, declarando que «por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios» (He 9,14). En efecto, en su pasión, Cristo abrió plenamente su ser humano angustiado a la acción del Espíritu Santo, y este le dio el impulso necesario para hacer de su muerte una ofrenda perfecta al Padre.

Por su parte, el cuarto evangelio relaciona estrechamente el don del Paráclito con la "ida" de Jesús, es decir, con su pasión y su muerte, cuando cita estas palabras del Salvador: «Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré» (Jn 16,7). Después de la muerte de Jesús en la cruz, en el agua que brota de su costado herido (cf. Jn 19,34), es posible reconocer un símbolo del don del Espíritu (cf. Jn 7,37-39). El Padre, entonces, glorifica a su Hijo, dándole la capacidad de comunicar el Espíritu a todos los hombres.

Elevemos nuestra contemplación a la Trinidad, que se revela también en el día del dolor y de las tinieblas, releyendo las palabras del "testamento" espiritual de santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein): «No nos puede ayudar únicamente la actividad humana, sino la pasión de Cristo: participar en ella es mi verdadero deseo. Acepto desde ahora la muerte que Dios me ha reservado, en perfecta unión con su santa voluntad. Acoge, Señor, para tu gloria y alabanza, mi vida y mi muerte por las intenciones de la Iglesia. Que el Señor sea acogido entre los suyos, y venga a nosotros su Reino con gloria» (La fuerza de la cruz).

Saludos

(A los holandeses y belgas)
El Señor nos invita a escuchar su palabra, a conocerla a fondo, y a compartir su camino. Que vuestra peregrinación a las tumbas de los Apóstoles os proporcione la experiencia de la presencia de Cristo resucitado en su Iglesia.

(A los checos)
El sábado celebraremos la fiesta de san Juan Sarkander. Este sacerdote supo vivir del misterio pascual: el Salvador fue para él fuerza incluso en el martirio. Ojalá que también vosotros saquéis fuerza de la cruz de Cristo y de su resurrección.

(A los croatas)
30 Queridos hermanos y hermanas, hay que anunciar el Evangelio al mundo contemporáneo sin cansarse y sin componendas, conscientes de que es "poder de Dios para la salvación de todo el que cree" (Rm 1,16). Al mismo tiempo, para poder responder plenamente a las exigencias de la nueva evangelización, es importante que el actuar cotidiano de los bautizados esté imbuido de la unidad real entre los fieles laicos y sus pastores.

(En español)
Deseo saludar a los numerosos peregrinos de lengua española, en especial a los Capuchinos y a las religiosas del Instituto pontificio "Regina Mundi". Saludo también a los feligreses del Ordinariato militar español, y a diversas asociaciones y grupos parroquiales y escolares de España, así como a los peregrinos de Argentina, Bolivia, Uruguay y de otros países latinoamericanos. Aliento a todos a vivir como hombres nuevos con la fuerza espiritual de Cristo resucitado. Muchas gracias.

(En polaco)
Dirijo un saludo cordial a los polacos presentes en esta audiencia, en particular al cardenal Macharski, de Cracovia; a mons. Zbigniew Kraszewski, de Varsovia; a mons. Roman Andrzejewski, de Wloclawek; a los sacerdotes que han venido, juntamente con sus fieles, a la canonización de sor Faustina; a las religiosas de la Bienaventurada Virgen María de la Misericordia; a los miembros de "Solidaridad", que han participado, encabezados por su presidente, dr. Marian Krzaklewski, en el jubileo del mundo del trabajo en Roma; a los numerosos grupos parroquiales y de jóvenes; al grupo de invidentes de Laski, cerca de Varsovia; a los coros de Sandomierz y de Wyrzysk, al coro "Halka".

1. Nuestros pensamientos se dirigen hoy a la Madre de Dios, a la Reina de Polonia, cuya fiesta se celebra precisamente el 3 de mayo. Con ocasión de esta solemnidad del 3 de mayo, vienen a la memoria las palabras que el rey Juan Casimiro pronunció ante la imagen de la Virgen de las Gracias, en la catedral de Lvov, el 1 de abril de 1656: "Gran Madre de Dios-hombre, santísima Virgen, yo, Juan Casimiro, rey por la misericordia de tu Hijo, Rey de reyes, (...) rey postrado a tus santísimos pies, hoy te tomo como mi protectora y reina de mis Estados". Con este histórico y solemne acto, el rey Juan Casimiro puso todo nuestro país bajo la protección de la Madre de Dios.
El 3 de mayo es también el aniversario de la Constitución de 1791. Esta coincidencia ha permitido que en el mismo día celebremos la fiesta religiosa y la fiesta nacional.

No es lícito olvidar estos acontecimientos enraizados tan profundamente en la historia de la nación. Han entrado con tanta fuerza en la conciencia de los polacos, que su recuerdo ha superado todos los momentos más difíciles vividos por la nación: el período de las reparticiones, que duró más de cien años; el tiempo de dos guerras mundiales; las persecuciones; y los muchos años de dominación del sistema comunista.

2. Hoy nuestros pensamientos se dirigen también a los santos mártires, testigos de Cristo en los comienzos de nuestra historia: san Adalberto y san Estanislao. El testimonio del martirio de san Adalberto, el testimonio de su sangre, selló de modo particular el bautismo recibido por nuestros antepasados hace mil años. Su martirio puso las bases del cristianismo en toda Polonia. San Estanislao, patrono del orden moral, vela en cierto sentido por esta herencia. Vela por lo que es más importante en la vida del cristiano y por los fundamentos de nuestra patria. Vela por el orden moral en la vida de las personas y de la sociedad. ¿Qué es este orden moral? Está relacionado con la observancia de la ley, con la fidelidad a los mandamientos y a la conciencia cristiana. Gracias a él podemos distinguir el bien del mal, y liberarnos de diversas formas de esclavitud moral. Estos dos santos, Adalberto y Estanislao, completan el tríptico de las fiestas patronales: la Madre de Dios, Reina de Polonia, san Adalberto y san Estanislao.

3. El testimonio del martirio, dado hace mil años en nuestra tierra por el obispo de Praga y por el obispo de Cracovia, perdura a lo largo de los siglos de generación en generación, y produce frutos de santidad siempre nuevos. Uno de estos frutos es también la canonización de sor Faustina Kowalska, que tuvo lugar el domingo pasado. Esta sencilla religiosa recordó al mundo que Dios es amor, que es rico en misericordia, y que su amor es más fuerte que la muerte, más poderoso que el pecado y que cualquier mal. El amor levanta al hombre de las mayores caídas y lo libra de los mayores peligros.

4. "No olvidemos las hazañas de Dios" (cf. Ps 78,7), exclama el salmista, admirado por la sabiduría y la bondad de Dios. Que esta reflexión sea para nosotros motivo de aliento, a fin de conservar la gran riqueza que encierra la historia de nuestra patria desde sus comienzos. Que se transmita de generación en generación el recuerdo de las maravillas de Dios que se realizaban y se realizan en nuestra tierra. No pertenecen sólo al pasado. Son una fuente incesante de la fuerza de la nación en su camino de fidelidad al Evangelio, en su camino hacia el futuro.
31 ¡Alabado sea Jesucristo!

* * * * *


Me dirijo ahora con afecto a vosotros, queridos jóvenes, queridos enfermos y queridos recién casados. Acabamos de comenzar el mes de mayo, especialmente dedicado a la Virgen María.
Un saludo especial a vosotros, queridos jóvenes. Y entre los muchos que estoy viendo aquí presentes saludo a los estudiantes de las escuelas medias inferiores de la provincia de Tarento, que participan en el concurso "Giubileo duemila", al grupo de estudiantes rusos de la escuela "Alma Mater" de San Petersburgo, huéspedes de la Asociación cultural "Mondo dell'Arte" de Roma, así como al grupo "Ragazzi per l'unità" del movimiento de los Focolares, que se adhieren al proyecto "Percorrere il Duemila lungo i sentieri dell'unità e della solidarietà". Queridos muchachos y muchachas, amad cada vez más tiernamente a la Madre de Dios y Madre nuestra, a fin de que sea cada vez más para vosotros modelo de fidelidad a Cristo.

Queridos enfermos, os encomiendo a la Virgen, invocada con el título de "Salud de los enfermos": que su materna protección os ayude a superar con paciencia los momentos difíciles.

Y vosotros, queridos recién casados, aprended de María de Nazaret el estilo de vida de la familia cristiana, caracterizado por un amor sincero y una generosa docilidad a la Palabra de Dios.



Miércoles 10 de mayo 2000

1. El itinerario de la vida de Cristo no culmina en la oscuridad de la tumba, sino en el cielo luminoso de la resurrección. En este misterio se funda la fe cristiana (cf. 1Co 15,1-20), como nos recuerda el Catecismo de la Iglesia católica: "La resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, creída y vivida por la primera comunidad cristiana como verdad central, transmitida como fundamental por la Tradición, establecida en los documentos del Nuevo Testamento, predicada como parte esencial del misterio pascual al mismo tiempo que la cruz" (CEC 638).

Afirmaba un escritor místico español del siglo XVI: "En Dios se descubren nuevos mares cuanto más se navega" (fray Luis de León). Queremos navegar ahora en la inmensidad del misterio hacia la luz de la presencia trinitaria en los acontecimientos pascuales. Es una presencia que se dilata durante los cincuenta días de Pascua.

2. A diferencia de los escritos apócrifos, los evangelios canónicos no presentan el acontecimiento de la resurrección en sí, sino más bien la presencia nueva y diferente de Cristo resucitado en medio de sus discípulos. Precisamente esta novedad es la que subraya la primera escena en la que queremos detenernos. Se trata de la aparición que tiene lugar en una Jerusalén aún sumergida en la luz tenue del alba: una mujer, María Magdalena, y un hombre se encuentran en una zona de sepulcros. En un primer momento, la mujer no reconoce al hombre que se le ha acercado; sin embargo, es el mismo Jesús de Nazaret a quien había escuchado y que había transformado su vida.
Para reconocerlo es necesaria otra vía de conocimiento diversa de la razón y los sentidos. Es el camino de la fe, que se abre cuando ella oye que le llaman por su nombre (cf. Jn 20,11-18).
32 Fijemos nuestra atención, dentro de esta escena, en las palabras del Resucitado. Él declara: "Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios" (Jn 20,17). Aparece, pues, el Padre celestial, con respecto al cual Cristo, con la expresión "mi Padre", subraya un vínculo especial y único, distinto del que existe entre el Padre y los discípulos: "vuestro Padre". Tan sólo en el evangelio de san Mateo, Jesús llama diecisiete veces a Dios "mi Padre". El cuarto evangelista usará dos vocablos griegos diversos: uno, hyiós, para indicar la plena y perfecta filiación divina de Cristo; el otro, tékna, referido a nuestro ser hijos de Dios de modo real, pero derivado.

3. La segunda escena nos lleva de Jerusalén a la región septentrional de Galilea, a un monte. Allí tiene lugar una epifanía de Cristo, en la que el Resucitado se revela a los Apóstoles (cf. Mt 28,16-20). Se trata de un solemne acontecimiento de revelación, reconocimiento y misión. En la plenitud de sus poderes salvíficos, él confiere a la Iglesia el mandato de anunciar el Evangelio, bautizar y enseñar a vivir según sus mandamientos. La Trinidad emerge en esas palabras esenciales que resuenan también en la fórmula del bautismo cristiano, tal como lo administrará la Iglesia: "Bautizad (a todas las gentes) en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19).
Un antiguo escritor cristiano, Teodoro de Mopsuestia (siglo IV-V), comenta: "La expresión en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo indica quién da los bienes del bautismo: el nuevo nacimiento, la renovación, la inmortalidad, la incorruptibilidad, la impasibilidad, la inmutabilidad, la liberación de la muerte, de la esclavitud y de todos los males, el gozo de la libertad y la participación en los bienes futuros y sublimes. ¡Por eso somos bautizados! Se invoca, por tanto, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo para que conozcas la fuente de los bienes del bautismo" (Homilía II sobre el bautismo, 17).

4. Llegamos, así, a la tercera escena que queremos evocar. Nos remonta al tiempo en que Jesús caminaba todavía por las calles de Tierra Santa, hablando y actuando. Durante la solemnidad judía otoñal de las Tiendas, proclama: "Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí, como dice la Escritura: "De su seno manarán ríos de agua viva"" (Jn 7,38). El evangelista san Juan interpreta estas palabras precisamente a la luz de la Pascua de gloria y del don del Espíritu Santo: "Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él. Porque aún no había Espíritu, pues todavía Jesús no había sido glorificado" (Jn 7,39).

Vendrá la glorificación de la Pascua, y con ella también el don del Espíritu en Pentecostés, que Jesús anticipará a sus Apóstoles al atardecer del mismo día de su resurrección. Apareciéndose en el Cenáculo, soplará sobre ellos y les dirá: "Recibid el Espíritu Santo" (Jn 20,22).

5. Así pues, el Padre y el Espíritu están unidos al Hijo en la hora suprema de la redención. Esto es lo que afirma san Pablo en una página muy luminosa de la carta a los Romanos, en la que evoca a la Trinidad precisamente en relación con la resurrección de Cristo y de todos nosotros: "Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros" (Rm 8,11).

El Apóstol indica en esta misma carta la condición para que se cumpla dicha promesa: "Porque, si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo" (Rm 10,9). A la naturaleza trinitaria del acontecimiento pascual, corresponde el aspecto trinitario de la profesión de fe. En efecto, "nadie puede decir: "¡Jesús es Señor!", si no es bajo la acción del Espíritu Santo" (1Co 12,3), y quien lo dice, lo dice "para gloria de Dios Padre" (Ph 2,11).

Acojamos, pues, la fe pascual y la alegría que deriva de ella recordando un canto de la Iglesia de Oriente para la Vigilia pascual: "Todas las cosas son iluminadas por tu resurrección, oh Señor, y el paraíso ha vuelto a abrirse. Toda la creación te bendice y diariamente te ofrece un himno. Glorifico el poder del Padre y del Hijo, alabo la autoridad del Espíritu Santo, Divinidad indivisa, increada, Trinidad consustancial que reina por los siglos de los siglos" (Canon pascual de san Juan Damasceno, Sábado santo, tercer tono).

Saludos

Doy mi cordial bienvenida a todos los peregrinos de lengua española, especialmente a los sacerdotes que participan en un curso de actualización en el Colegio Español en Roma, a los representantes de la Cámara de Comercio, Industria y Navegación de Málaga y al grupo chileno "Calenda Maia", así como a los otros grupos procedentes de España, Colombia, Chile, Guatemala, Argentina y otros países de Latinoamérica. En esta Pascua del Año jubilar, os invito a descubrir la riqueza de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, en cuyo nombre os bendigo de corazón. Muchas gracias.
. (A los fieles eslovacos)
33 Deseo de corazón a todos que la gracia pascual transforme vuestra vida cristiana de cada día. Saludo en particular a la peregrinación de la Sociedad de San Adalberto, que celebra el 130° aniversario de su fundación. Que la intercesión de la Virgen de los Dolores, el ejemplo de san Adalberto y mi bendición apostólica os ayuden a perseverar en el servicio a Dios y a la nación.

(Palabras finales)
Mi pensamiento se dirige, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados.
La Jornada mundial de oración por las vocaciones, que celebraremos el próximo domingo, nos invita a reflexionar en las palabras de Jesús "Ven y sígueme", con las que llamó a los Apóstoles a seguirlo.

Os saludo a vosotros, queridos jóvenes, en particular a los de la archidiócesis de Brindis-Ostuni, que habéis venido para el jubileo, y a vosotros, muchachos y muchachas de varias escuelas, y especialmente a vosotros, "premiados" por la institución "San Donnino d'oro" de la diócesis de Fidenza. Ojalá que cada uno reconozca, entre tantas voces de este mundo, la voz de Cristo, que sigue dirigiendo su invitación al corazón de quien sabe escucharlo. Sed generosos en seguirlo; no temáis poner vuestras energías y vuestro entusiasmo al servicio de su Evangelio.

Y vosotros, queridos enfermos, a quienes el Señor une de modo misterioso a su pasión, abridle el corazón con confianza. El hará que no os falte la luz consoladora de su presencia.

Finalmente, a vosotros, queridos recién casados, os deseo que las familias que acabáis de fundar respondan a la vocación de ser en el mundo transparencia del amor de Dios, gracias a la fidelidad de vuestro amor.



Miércoles 17 de mayo 2000



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Deseo reflexionar hoy con vosotros sobre la peregrinación a Fátima, que el Señor me permitió realizar el viernes y el sábado de la semana pasada. Siguen vivas en mí las emociones que experimenté. Tengo ante mis ojos la inmensa muchedumbre que se reunió en la explanada frente al santuario, el viernes por la tarde, a mi llegada, y especialmente el sábado por la mañana para la beatificación de los pastorcitos Francisco y Jacinta. Una multitud llena de alegría y, al mismo tiempo, capaz de crear momentos de absoluto silencio y de intenso recogimiento.

Mi corazón rebosa de gratitud: por tercera vez, en la fiesta del 13 de mayo, fecha de la primera aparición de la Virgen en Cova de Iría, la Providencia me ha concedido ir en peregrinación a los pies de la Virgen, donde ella se manifestó a los tres pastorcitos, Lucía, Francisco y Jacinta, de mayo a octubre de 1917. Lucía vive aún, y una vez más he tenido la alegría de encontrarme con ella.

34 Expreso mi sincera gratitud al obispo de Fátima y a todo el Episcopado de Portugal por la preparación de esta visita y por la cordial acogida. Asimismo, renuevo mi saludo y mi agradecimiento al señor presidente, al primer ministro y a las demás autoridades portuguesas por las atenciones que me dispensaron, así como por el empeño que pusieron para el éxito de esta peregrinación apostólica.

2. Como sucedió en Lourdes, también en Fátima la Virgen eligió a unos niños, Francisco, Jacinta y Lucía, como destinatarios de su mensaje. Ellos lo acogieron tan fielmente que no sólo merecieron ser reconocidos como testigos creíbles de las apariciones, sino también se convirtieron ellos mismos en ejemplo de vida evangélica.

Lucía, la prima, algo mayor, y que vive aún, ha dado retratos significativos de los dos nuevos beatos. Francisco era un niño bueno, reflexivo, de espíritu contemplativo. Jacinta era viva, bastante susceptible, pero muy dulce y amable. Sus padres los habían educado en la oración, y el Señor mismo los atrajo más íntimamente hacia sí mediante la aparición de un ángel que, con un cáliz y una Hostia en las manos, les enseñó a unirse al sacrificio eucarístico para reparación de los pecados.

Esta experiencia los preparó para los sucesivos encuentros con la Virgen, la cual los invitó a orar asiduamente y a ofrecer sacrificios por la conversión de los pecadores. Con los dos pastorcitos de Fátima la Iglesia ha proclamado beatos a dos niños, porque, a pesar de que no fueron mártires, dieron muestras de vivir las virtudes cristianas en grado heroico, no obstante su tierna edad. Heroísmo de niños, pero verdadero heroísmo.

Su santidad no depende de las apariciones, sino de la fidelidad y del esmero con que correspondieron al don singular que recibieron del Señor y de María santísima. Después del encuentro con el ángel y con la hermosa Señora, rezaban el rosario varias veces al día, ofrecían frecuentes penitencias por el fin de la guerra y por las almas más necesitadas de la misericordia divina, y sentían el intenso deseo de "consolar" al Corazón de Jesús y al de María. Además, los pastorcitos tuvieron que sufrir las fuertes presiones de los que los impulsaban, con la fuerza y con terribles amenazas, a negarlo todo y a revelar los secretos recibidos. Pero ellos se animaban mutuamente, confiando en el Señor y en la ayuda de "aquella Señora", de la que Francisco decía: "Es nuestra amiga". Por su fidelidad a Dios, constituyen un luminoso ejemplo, para niños y adultos, de cómo conformarse de modo sencillo y generoso a la acción transformadora de la gracia divina.

3. Por consiguiente, mi peregrinación a Fátima fue una acción de gracias a María por lo que quiso comunicar a la Iglesia a través de estos niños y por la protección que me ha concedido durante mi pontificado: una acción de gracias que he querido renovarle simbólicamente con el don del precioso anillo episcopal que me regaló el cardenal Wyszynski pocos días después de mi elección a la Sede de Pedro.

Al parecerme que los tiempos estaban maduros, he considerado oportuno hacer público el contenido de la así llamada tercera parte del secreto.

Me alegra haber podido orar en la capilla de las Apariciones, construida en el lugar donde la "Señora resplandeciente de luz" se manifestó en varias ocasiones a los tres niños y habló con ellos.
Di gracias por lo que la divina misericordia ha realizado en el siglo XX, gracias a la intercesión materna de María. A la luz de las apariciones de Fátima, los acontecimientos de este período histórico tan convulso asumen una elocuencia singular. Por eso, no es difícil comprender mejor cuánta misericordia ha derramado Dios sobre la Iglesia y sobre la humanidad por medio de María.
No podemos por menos de dar gracias a Dios por el testimonio valiente de tantos heraldos de Cristo que han permanecido fieles a él hasta el sacrificio de su vida. Además, me complace recordar aquí a niños y adultos, hombres y mujeres, que, según las indicaciones que dio la Virgen de Fátima, han ofrecido diariamente oraciones y sacrificios, sobre todo con el rezo del santo rosario y con la penitencia. A todos los quisiera recordar una vez más, dando gracias a Dios.

4. Desde Fátima se difunde por todo el mundo un mensaje de conversión y esperanza, un mensaje que, de acuerdo con la revelación cristiana, está profundamente insertado en la historia. Partiendo precisamente de las experiencias vividas, invita a los creyentes a orar con asiduidad por la paz en el mundo y a hacer penitencia para abrir los corazones a la conversión. Este es el Evangelio genuino de Cristo que vuelve a proponer a nuestra generación, particularmente probada por los acontecimientos pasados. La llamada que Dios nos ha comunicado mediante la Virgen santísima sigue siendo plenamente actual.

35 Acojamos, amadísimos hermanos y hermanas, la luz que viene de Fátima: dejémonos guiar por María. Que su Corazón inmaculado sea nuestro refugio y el camino que nos lleve a Cristo. Que los beatos pastorcitos intercedan por la Iglesia, para que prosiga con valentía su peregrinación terrena y anuncie con fidelidad constante el Evangelio de la salvación a todos los hombres.

Saludos
Saludo a los peregrinos de lengua española. De modo especial a la peregrinación de las archidiócesis de Barcelona, presidida por el señor cardenal Ricardo María Carles, y de Tarragona, acompañada por mons. Luis Martínez, así como a la asociación "Nuevo Futuro", y demás participantes de España, México, El Salvador, Chile, Argentina y otros países de Latinoamérica. En este tiempo pascual del Año jubilar os bendigo de corazón. Muchas gracias.

(A los fieles holandeses y belgas)
Ojalá que el descubrimiento de los valores cristianos transforme y renueve vuestra vida.

(A los peregrinos checos)
Ayer habéis celebrado la fiesta de san Juan Nepomuceno. Que su ejemplo de fidelidad a Dios despierte la magnanimidad en todos los pastores y fieles, para que sepan actuar prontamente según la exhortación del Apóstol Pedro: "Hay que obedecer antes a Dios que a los hombres".

(A los fieles croatas)
El punto de partida de la nueva evangelización debe ser la vuelta a los orígenes, redescubriendo la herencia cristiana de todo pueblo y nación. Efectivamente, quiere impulsar la fidelidad al Evangelio y a aquellos valores que han sostenido a las generaciones de cristianos de los primeros dos milenios en su camino de fe, esperanza y caridad, para seguir construyendo hoy, sobre bases sólidas, un futuro sereno y cada vez más rico en fe y santidad.

(A los fieles polacos)
Abrazo hoy con el pensamiento y el corazón a todos mis compatriotas que viven en Polonia y en el mundo entero. Doy las gracias personalmente a todos y cada uno por los dones espirituales, la solidaridad y especialmente las oraciones con las que constantemente me sostenéis. Trato de corresponder con el recuerdo diario en la oración. Saludo cordialmente también a los presbíteros que han venido a Roma para participar mañana en el encuentro eucarístico en el ámbito del gran jubileo del año 2000.

(En taliano)
36 Me dirijo, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados, y exhorto a todos a profundizar en la piadosa devoción del santo rosario, especialmente en este mes de mayo dedicado a la Madre de Dios.

A vosotros, queridos jóvenes, os invito a acoger el rosario como oración evangélica, que ayuda a comprender mejor los momentos fundamentales de la historia de la salvación.

Os exhorto a vosotros, queridos enfermos, a dirigiros con confianza a la Virgen mediante esta tradicional plegaria mariana, encomendándoos a ella en todas vuestras necesidades.

A vosotros, queridos recién casados, os deseo que hagáis del santo rosario, rezado juntos en vuestras casas, un momento de intensa vida familiar bajo la mirada materna de la Virgen María.

En los días pasados se han reanudado los combates entre Etiopía y Eritrea, mientras la violencia ha seguido afectando a las poblaciones de Sierra Leona. Como siempre, son los civiles y las personas inermes las que pagan el precio de tan inaudita crueldad. Os invito a rezar al Señor de la paz para que escuche el grito de los que sufren y llegue al corazón y la mente de los diversos responsables de estos absurdos conflictos. Un estímulo especial y una ferviente plegaria van a las personas de buena voluntad que gastan su vida en la solidaridad con los que sufren, así como a las organizaciones que se prodigan por ampliar todo resquicio de paz.





Miércoles 24 de mayo 2000

1. El misterio de la Pascua de Cristo envuelve la historia de la humanidad, pero al mismo tiempo la trasciende. Incluso el pensamiento y el lenguaje humano pueden, de alguna manera, aferrar y comunicar este misterio, pero no agotarlo. Por eso, el Nuevo Testamento, aunque habla de "resurrección", como lo atestigua el antiguo Credo que san Pablo mismo recibió y transmitió en la primera carta a los Corintios (cf. 1Co 15,3-5), recurre también a otra formulación para delinear el significado de la Pascua. Sobre todo en san Juan y en san Pablo se presenta como exaltación o glorificación del Crucificado. Así, para el cuarto evangelista, la cruz de Cristo ya es el trono real, que se apoya en la tierra pero penetra en los cielos. Cristo está sentado en él como Salvador y Señor de la historia.

En efecto, Jesús, en el evangelio de san Juan, exclama: "Yo, cuando sea levando de la tierra, atraeré a todos hacia mí" (Jn 12,32 cf. Jn 3,14 Jn 8,28). San Pablo, en el himno insertado en la carta a los Filipenses, después de describir la humillación profunda del Hijo de Dios en la muerte en cruz, celebra así la Pascua: "Por lo cual Dios lo exaltó y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor, para gloria de Dios Padre" (Ph 2,9-11).

2. La Ascensión de Cristo al cielo, narrada por san Lucas como coronamiento de su evangelio y como inicio de su segunda obra, los Hechos de los Apóstoles, se ha de entender bajo esta luz. Se trata de la última aparición de Jesús, que "termina con la entrada irreversible de su humanidad en la gloria divina simbolizada por la nube y por el cielo" (Catecismo de la Iglesia católica CEC 659). El cielo es, por excelencia, el signo de la trascendencia divina. Es la zona cósmica que está sobre el horizonte terrestre, dentro del cual se desarrolla la existencia humana.

Cristo, después de recorrer los caminos de la historia y de entrar también en la oscuridad de la muerte, frontera de nuestra finitud y salario del pecado (cf. Rm 6,23), vuelve a la gloria, que desde la eternidad (cf. Jn 17,5) comparte con el Padre y con el Espíritu Santo. Y lleva consigo a la humanidad redimida. En efecto, la carta a los Efesios afirma: "Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, (...) nos vivificó juntamente con Cristo (...) y nos hizo sentar en los cielos con Cristo Jesús" (Ep 2,4-6). Esto vale, ante todo, para la Madre de Jesús, María, cuya Asunción es primicia de nuestra ascensión a la gloria.

3. Frente al Cristo glorioso de la Ascensión nos detenemos a contemplar la presencia de toda la Trinidad. Es sabido que el arte cristiano, en la así llamada Trinitas in cruce ha representado muchas veces a Cristo crucificado sobre el que se inclina el Padre en una especie de abrazo, mientras entre los dos vuela la paloma, símbolo del Espíritu Santo (así, por ejemplo, Masaccio en la iglesia de Santa María Novella, en Florencia). De ese modo, la cruz es un símbolo unitivo que enlaza la unidad y la divinidad, la muerte y la vida, el sufrimiento y la gloria.


Audiencias 2000 28