Discursos 2000 210


MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL PRESIDENTE DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA



Al Señor Cardenal Antonio María Rouco Varela
Arzobispo de Madrid
y Presidente de la Conferencia Episcopal Española

1. Con ocasión del encuentro homenaje de los sacerdotes españoles a San Juan de Ávila, con motivo del V centenario de su nacimiento, deseo hacer llegar un cordial saludo a los pastores y presbíteros de las diversas diócesis españolas que han querido conmemorar esta efeméride de manera solemne en la ciudad cordobesa de Montilla, junto al sepulcro de quien es el principal patrón del clero secular español.

Lo hago cuando aún vibra dentro de mi la experiencia de la visita a los Santos Lugares y, en particular, al Cenáculo, desde donde he enviado una carta a todos los sacerdotes mientras recordaba lo que ocurrió allí, aquella noche cargada de misterio, y tenía los ojos del espíritu puestos en Jesús y en los Apóstoles sentados a la mesa con Él (cf. A los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo de 2000, 2). Desde aquel entonces, “comenzó para el mundo una nueva presencia de Cristo, presencia que se da ininterrumpidamente donde se celebra la eucaristía y un sacerdote presta a Cristo su voz” (ibíd., 13). La celebración de ese encuentro ha de ser una nueva muestra de gratitud al Señor por el don de su permanencia entre los suyos a través del ministerio sacerdotal, del cual San Juan de Ávila es un modelo siempre actual.

2. En efecto, en un momento histórico lleno de controversias y de cambios profundos, Juan de Ávila supo hacer frente con entereza a los grandes desafíos de su época, de la manera que sólo los hombres de Dios saben hacer: afianzado incondicionalmente en Cristo, lleno de amor por los hermanos e impaciente por hacerles llegar la luz del Evangelio. Ese fue el misterio de su inmensa actividad apostólica, de su amplia producción literaria y de su creatividad en la tarea de evangelizar a todos los sectores de la sociedad. El ejemplo de su vida, su santidad, es la mejor lección que sigue impartiendo a los sacerdotes de hoy, llamados también a dar nuevo vigor a la evangelización en circunstancias que frecuentemente desconciertan por la rapidez de las transformaciones o la diversidad casi inabarcable de mentalidades y culturas, a veces entremezcladas en un mismo ambiente. Él nos enseña que hay una cultura del espíritu de la cual mana la serenidad y clarividencia necesarias para abordar las más intrincadas situaciones personales y pastorales, ayudando a distinguir los aspectos efímeros y superficiales de aquellos que señalan lo que verdaderamente dice el Espíritu a la Iglesia de hoy (cf. Tertio millennio adveniente TMA 23).

3. Imbuido de esta cultura, Juan de Ávila encontró el camino que dio plenitud a su vida y sentido a su actividad ministerial. Ninguna dificultad, ni siquiera el agravio de la persecución, le pudo apartar de lo que era más esencial en su vida: ser ministro y apóstol de Jesucristo. Eso mismo quiso transmitir a otros muchos, trabajando con denuedo para que los sacerdotes, con una vida interior profunda, una formación intelectual vigorosa, una fidelidad a la Iglesia indefectible y un afán constante por llevar Cristo a los hombres, respondieran adecuadamente al ambicioso proyecto de renovación eclesial de su tiempo.

Ante los retos de la nueva evangelización, su figura es aliento y luz también para los sacerdotes de hoy que, al ser administradores de los misterios de Dios, están en el corazón mismo de la Iglesia, donde se construye sobre base firme y se reúne en la caridad. Por eso, como muestra también la preocupación de Juan de Ávila por todos los sectores que componen y enriquecen la comunidad cristiana, el sacerdote lleva sobre sí el signo de la universalidad que caracteriza a la Iglesia de Cristo, en la cual todos los carismas son bien recibidos y nada ni nadie ha de sentirse incomprendido o relegado en la única comunidad eclesial.

4. Con estos sentimientos, deseo expresar mis mejores deseos para que ese encuentro refuerce los lazos de fraternidad entre los sacerdotes y la íntima comunión con sus Obispos, les afiance su vocación y puedan así servir mejor al pueblo de Dios que peregrina en las diversas zonas de España con generosidad, “en pureza, ciencia, paciencia, bondad; en el Espíritu Santo, en caridad sincera, en la palabra de verdad, en el poder de Dios” (2Co 6,6-7). Mientras pongo a los asistentes a ese encuentro, así como a los demás sacerdotes españoles, bajo los cuidados maternales de la Virgen María y pido, por intercesión de San Juan de Ávila, que el Señor siga llamando a muchos hijos de esa noble tierra a proclamar el Evangelio, dentro y fuera de sus confines, les imparto complacido la Bendición Apostólica.

211 Vaticano, 10 de mayo de 2000, memoria litúrgica de San Juan de Avila

IOANNES PAULUS, PP. II



MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LA CONGREGACIÓN

DE LAS MISIONERAS DEL SAGRADO CORAZÓN



A la reverenda madre

LINA COLOMBINI

Superiora general
de las Misioneras del Sagrado Corazón

1. Con alegría me uno a la acción de gracias que la congregación de las Misioneras del Sagrado Corazón eleva al Señor con ocasión del 150° aniversario del nacimiento de su fundadora, la madre Francisca Javier Cabrini, y del 50° de su proclamación como patrona de los emigrantes. Se trata de felices aniversarios que enriquecen el camino jubilar de vuestro instituto y constituyen una oportunidad especial para redescubrir, con celo y amor creativo, vuestro carisma frente a los desafíos, siempre nuevos, que plantea el mundo de la movilidad humana.

En esta circunstancia, deseo, ante todo, hacerme portavoz de la gratitud de los pobres y los necesitados, que en vosotras, queridas Misioneras del Sagrado Corazón, experimentan la ternura de Dios. Junto con ellos, quisiera expresaros mi aprecio y mi gratitud por el gran bien que realizáis incansablemente, siguiendo los pasos de vuestra santa fundadora.

2. Francisca Cabrini, que nació y fue bautizada el 15 de julio de 1850 en Sant'Angelo Lodigiano, en el seno de una familia de gran fe y piedad, comenzó muy pronto a recorrer el camino de discípula del Señor, que la llevaría, por misteriosos e imprevisibles senderos, a alcanzar las cumbres de la santidad.

Su vida dio un viraje decisivo cuando ingresó en la "Casa de la Providencia" de Codogno, donde las tribulaciones y las dificultades consolidaron en su corazón el celo misionero y la decisión de consagrarse totalmente al Señor. Allí recibió el hábito religioso y, más tarde, conservando el nombre de Francisca, quiso añadir el de Javier, en recuerdo del gran misionero jesuita patrono de las misiones. Gracias al aliento y al apoyo del obispo de Lodi, monseñor Domenico Maria Gelmini, sor Francisca Javier, junto con siete hermanas, dejó la "Casa de la Providencia" para fundar, en un antiguo convento franciscano de esa ciudad, vuestro instituto, llamado entonces de las "Salesianas Misioneras del Sagrado Corazón", que obtuvo la aprobación diocesana en 1881.

A sus religiosas la madre Cabrini pedía obediencia evangélica, mortificación, renuncia, vigilancia del corazón y silencio interior, como virtudes necesarias para conformar su existencia a Cristo y cultivar y vivir el anhelo misionero. Se produjo un florecimiento sorprendente de vocaciones y una rápida expansión del instituto en Lombardía e incluso más allá de los confines de la región, con la apertura de las primeras casas en Roma y la aprobación pontificia de las "Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús", el 12 de marzo de 1888, apenas ocho años después de su fundación. Son conocidas las palabras "no a Oriente, sino a Occidente", que el Papa León XIII dirigió a vuestra fundadora, deseosa de partir para China; palabras que dieron nuevo impulso y nueva dirección a su celo misionero. La invitación del Vicario de Cristo la orientaba hacia las multitudes de emigrantes que, a fines del siglo XIX, cruzaban en gran número el océano hacia Estados Unidos, a menudo en condiciones de extrema indigencia.

3. Desde aquel momento, la infatigable actividad apostólica de la madre Cabrini estuvo cada vez más impulsada por el deseo de llevar la salvación a todos y con urgencia. "El Corazón de Jesús -solía repetir- actúa con tanta rapidez, que no logro seguirlo". Con un grupo de religiosas partió hacia Nueva York, en el primero de los numerosos viajes que, como mensajera de esperanza, realizaría para alcanzar siempre nuevas metas en su apostolado infatigable: Nicaragua, Brasil y Argentina, además de Francia, España e Inglaterra.

Impulsada por una singular audacia, empezó de la nada la construcción de escuelas, hospitales y orfanatos para multitud de desheredados que se aventuraban a buscar trabajo en el nuevo mundo, sin conocer la lengua y sin medios que les permitieran una inserción digna en la sociedad norteamericana, en la que a menudo eran víctimas de personas sin escrúpulos. Su corazón materno, que no se resignaba jamás, llegaba a ellos dondequiera que se encontraran: en los tugurios, en las cárceles y en las minas. A la madre Cabrini no la asustaban ni el cansancio ni las distancias; viajaba de Nueva York a Nueva Jersey, de Pensilvania a Illinois, y de California a Luisiana y a Colorado. Incluso hoy, en Estados Unidos, donde la siguen llamando familiarmente "Madre Cabrini", se mantiene sorprendentemente viva la devoción a esta religiosa que, aun amando a su patria de origen, quiso tomar la ciudadanía norteamericana.

212 Fue beatificada por el Papa Pío XI, en 1938, apenas 21 años después de su muerte, acaecida en Chicago el 22 de diciembre de 1917, y canonizada en 1946 por el Papa Pío XII. Este, durante el Año santo 1950, quiso proclamar patrona de los emigrantes a esta pequeña mujer que, defendiendo la dignidad de cuantos se veían obligados a vivir lejos de su patria, se había convertido en una indómita constructora de paz.

4. Reverenda madre, estos dos aniversarios jubilares, que vuestra familia celebra durante el Año santo 2000, os impulsan a considerar con renovada intensidad las motivaciones profundas que hicieron de santa Francisca Javier Cabrini una intrépida misionera de Cristo y sostuvieron su infatigable y profética labor en favor de los más pobres.

Como sabéis muy bien, en la oración y sobre todo en sus largos ratos de recogimiento ante el Tabernáculo encontraba la fuerza para su extraordinaria actividad. Cristo era todo para ella. Su constante preocupación era descubrir su voluntad en las disposiciones del Magisterio de la Iglesia y en los eventos de la vida.

Queridas hermanas, ojalá que también para vosotras la búsqueda de la voluntad del Esposo divino sea el centro de vuestra existencia. En la escuela del Corazón de Jesús podréis aprender a escuchar el grito de los pobres, para dar respuestas adecuadas a sus problemas materiales y espirituales. Esta es la consigna que os da vuestra madre al comienzo de un nuevo milenio lleno de expectativas y esperanzas, pero marcado también por heridas que ensangrientan el cuerpo vivo de la humanidad, sobre todo en los países más pobres del mundo.

Vuestros recientes capítulos generales os han impulsado a centrar vuestra atención en la espiritualidad de la Encarnación, como expresión del amor de Jesús a la humanidad. Además, durante estos años habéis realizado opciones en favor de los pobres e indefensos, que os han llevado a compartir sus difíciles condiciones en las favelas y en las zonas rurales del nordeste de Brasil.

Asimismo, habéis ayudado a los niños de la calle y habéis trabajado para promover la dignidad de la mujer. Las complejas corrientes migratorias actuales, que en parte han cambiado la dirección de otros tiempos, os han impulsado a encarnar con creatividad y generosidad el espíritu de la madre Cabrini en las inéditas y modernas situaciones de los emigrantes.

Así, habéis acogido en vuestras casas a las familias de los emigrantes, e inscrito en las escuelas a sus hijos. Estáis activamente presentes en numerosos centros de acogida, donde a menudo, en las historias y en los rostros de hoy, aparecen de nuevo los problemas y las necesidades de los tiempos de vuestra santa fundadora: la obtención del permiso de residencia, la enseñanza de la lengua, la inserción en la sociedad y la ayuda a los inmigrantes clandestinos en los centros de detención.

5. Este fervor apostólico, abierto a una colaboración cada vez más amplia con los laicos, exige de cada una de vosotras, Misioneras del Sagrado Corazón, una firme conciencia de la vocación específica de vuestro instituto y un constante empeño por tutelar y promover a todo ser humano. Esforzaos por servir al Señor en comunidades fraternas y acogedoras, para testimoniar a los demás los valores evangélicos que deben distinguiros. De esa forma, seréis sabias educadoras de los laicos que quieren compartir vuestro carisma, y estableceréis con ellos una colaboración inspirada en el Evangelio y en los ideales de sacrificio, atención fraterna y diálogo que derivan del mensaje evangélico.

Oro al Señor para que, gracias a vuestro ejemplo, muchas jóvenes se sientan atraídas por el ideal misionero de la madre Cabrini, muy actual también en nuestro tiempo. Quiera Dios que la celebración del Año santo 2000 y los aniversarios providenciales que conmemoráis sean ocasiones propicias para acrecentar en cada miembro de vuestro instituto la fidelidad y el amor al Sagrado Corazón de Jesús. Ojalá que cada una de vosotras repita frecuentemente en su vida estas palabras del Apóstol, tan queridas para vuestra santa fundadora: "Omnia possum in eo qui me confortat": "todo lo puedo en Aquel que me conforta" (
Ph 4,13).

Que la Virgen santísima, de quien la madre Cabrini era muy devota, os proteja e interceda por todas vosotras. Que desde el cielo velen por vosotras santa Francisca Javier y vuestros santos y santas patronos. También yo os acompaño con mi afecto, y le imparto de corazón a usted, reverenda madre general, a las hermanas, a los colaboradores laicos, a sus familias y a cuantos son objeto de vuestros cuidados amorosos, una especial bendición apostólica.

Vaticano, 31 de mayo de 2000

ACTO MARIANO EN EL VATICANO AL TERMINAR EL MES DE MAYO


213

Miércoles 31 de mayo

Visitación de la Virgen a santa Isabel


Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Es siempre sugestivo este momento de fe y devoto homenaje a María, que concluye el mes de mayo, mes mariano. Habéis rezado el santo rosario caminando hacia esta gruta de Lourdes, que se encuentra en el centro de los jardines vaticanos. Aquí, ante la imagen de la Virgen Inmaculada, habéis depositado en sus manos vuestras intenciones de oración, meditando en el misterio que se celebra hoy: la Visitación de María a santa Isabel.

En este acontecimiento, narrado por el evangelista san Lucas, se refleja una "visitación" más profunda: la de Dios a su pueblo, saludada por el júbilo del pequeño Juan, el mayor entre los nacidos de mujer (cf. Mt Mt 11,11), ya desde el seno materno. Así, el mes mariano concluye bajo el signo del gaudium, segundo misterio "gozoso", es decir, de la alegría, del júbilo.
"Magnificat anima mea Dominum et exultavit spiritus meus in Deo salutari meo" (Lc 1,46-47). Así canta la Virgen de Nazaret, que contempla el triunfo de la misericordia divina. En ella brota el júbilo íntimo por los designios de Dios, que siente predilección por los humildes y los pequeños, y los colma de sus bienes. Este es el júbilo en el Espíritu Santo, que hará exultar el corazón mismo del Redentor, conmovido porque al Padre le complace revelar a los pequeños los misterios del reino de los cielos.

2. "Magnificat anima mea Dominum!". Así cantamos también nosotros esta tarde, con el alma rebosante de gratitud a Dios. Le damos gracias porque durante este mes de mayo del gran jubileo nos ha permitido experimentar con especial intensidad la presencia de la Madre del Redentor, presencia asidua y orante, como en la primera comunidad de Jerusalén. Ojalá que toda alma cristiana haga suyo ese canto de alabanza por el gran misterio del amor de Dios, que, en Cristo, "ha visitado y redimido a su pueblo" (Lc 1,68).

Este es mi deseo al final del mes mariano y en esta víspera de la Ascensión de Jesús, que nos invita a dirigir nuestra mirada al cielo, donde él nos espera, sentado a la diestra del Padre.
Al volver a vuestros hogares, llevad la alegría de este encuentro y mantened fija la mirada de vuestro corazón en Jesús, con la esperanza de estar un día con él, unidos en la misma gloria. Que María os acompañe con solicitud materna en vuestro camino.

Con estos sentimientos, os imparto de corazón la bendición apostólica a todos vosotros y a vuestros seres queridos.

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS PARTICIPANTES EN EL XCIV CONGRESO

DE LOS CATÓLICOS ALEMANES


. A mi venerado hermano
Ludwig Averkamp
214 Arzobispo de Hamburgo

Venerado hermano;
queridas hermanas y queridos hermanos:

1. "Suyo es el tiempo". Con este lema habéis llegado al 94° Katholikentag alemán en Hamburgo. Saludo desde Roma a todos los que están reunidos con ocasión de la celebración eucarística en el "Fischmarkt", en la antigua ciudad hanseática, así como a los que participan en ella mediante la radio y la televisión. ¡La paz del Resucitado esté con vosotros!

Lo saludo de modo particular a usted, querido arzobispo Averkamp. Usted ha manifestado su disponibilidad a acoger este año el Katholikentag y a participar personalmente en su organización. Saludo, asimismo, a los obispos de Alemania y de otros países del mundo, en particular a los cardenales presentes y al presidente de la Conferencia episcopal alemana, mons. Karl Lehmann.

2. "Suyo es el tiempo". Me alegra que queráis tener como marco el lema que he indicado para el Año jubilar: "Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre" (
He 13,8). También el logotipo elegido es muy adecuado: habéis escogido el símbolo del reloj de arena para dar al tema del Katholikentag un significado muy preciso.

Nuestros antepasados medían el tiempo con el reloj de arena. Hoy se usan relojes digitales y de cuarzo. Vuestra ventaja consiste en que podéis medir el tiempo con extrema precisión. Sin embargo, los relojes modernos no logran transmitir un mensaje que el reloj de arena, en cambio, lograba comunicar de una manera muy acertada: la arena pasa de la ampolla superior a la inferior. El paso de la arena se puede asemejar al destino del tiempo. El tiempo pasa, tiene fin. Transcurre y termina. Es una cantidad limitada de años, que se nos concede.

3. Hace algunas semanas celebré mi 80° cumpleaños. Deseo aprovechar esta ocasión para agradecer las palabras de felicitación, los gestos de aliento y las muestras de estima que los católicos, los cristianos y los hombres de buena voluntad me han enviado desde Alemania. Los días de fiesta que organizaron en mi honor fueron, sobre todo, una ocasión para dar gracias a Dios, el Creador, porque me dio la vida. A la vez, habéis fortalecido mi convicción de que Dios da con generosidad: al dar la vida, da también el tiempo. El tiempo de que disponemos es un don que Dios nos ofrece.

De nosotros depende qué hacemos con este don. El hombre puede desperdiciar o perder el tiempo; puede malgastar o matar el tiempo. Sin embargo, también existen otras posibilidades. El tiempo se nos da para utilizarlo y colmarlo. El tiempo bien empleado es tan valioso que nosotros, a nuestra vez, podemos darlo, haciendo un gran regalo. Al dicho que reza: "El tiempo es oro", Cristo replica: "El tiempo no se puede comprar con dinero. El tiempo vale más que el oro".
Queridas hermanas y queridos hermanos, os exhorto a dar con acierto vuestro tiempo. Daos recíprocamente el tiempo: los pastores a sus parroquias y las parroquias a sus pastores, los esposos a sus esposas y viceversa, los hijos a sus padres, los jóvenes a los ancianos, los sanos a los enfermos, los unos a los otros. Quien da al otro el propio tiempo, le da la vida.

4. El devenir del tiempo está muy relacionado con la fe. Dios tiene tiempo. Se ha reservado tiempo para nosotros, los hombres. Al entrar en el tiempo mediante la encarnación de su Hijo, ha llegado a ser un contemporáneo nuestro. En Jesucristo el tiempo se ha cumplido, ha encontrado su centro. En el curso del "kronos" llega la hora del gran "kairós": "Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva" (Ga 4,4-5). Dos mil años después de ese acontecimiento, tenemos motivo para regocijarnos. En este Año santo se impone la convicción de que "Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre" (He 13,8). "En efecto, la Iglesia respeta las medidas del tiempo: horas, días, años, siglos, (...) haciendo que todos comprendan cómo cada una de estas medidas está impregnada de la presencia de Dios y de su acción salvífica" (Tertio millennio adveniente TMA 16). Suyo es también el tiempo que le permitimos colmar.

215 Precisamente por eso, a la Iglesia le corresponde prestar un servicio, representando a los hombres de nuestro tiempo. La Iglesia tiene la tarea de ser custodia. Debe recordar incansablemente la venida del Señor y despertar a nuestros contemporáneos del sopor causado por la seguridad y la comodidad. Estoy seguro de que los católicos de Alemania permanecerán fieles a este servicio de vigilancia. Se les pide su opinión sobre diversos temas: la tutela de la vida humana en todas sus fases, desde la concepción hasta la muerte natural; la defensa de los valores inalienables del matrimonio y de la familia en cuanto correspondientes al orden de la creación; la garantía de la cultura del domingo en una sociedad marcada por intereses económicos; la disponibilidad con respecto a los extranjeros presentes en vuestro país; y el compromiso en favor de la imagen cristiana del hombre en vuestra patria reunificada. Estos son algunos de los numerosos objetivos por cuya realización debemos velar.

A este propósito, os dirijo una exhortación particular: ¡que la unidad sea para vosotros un sumo bien! No permitáis que ningún poder terreno os divida en la realización de vuestras iniciativas. Si la Iglesia es el pueblo peregrino de Dios, entonces todos los que pertenecen a este pueblo tienen un único camino a través del tiempo, el camino de la reciprocidad. Todos, obispos, sacerdotes, religiosos y laicos, somos Iglesia. Sólo unidos somos fuertes. Jesucristo fundó una sola Iglesia, edificada sobre el fundamento de los Apóstoles y reunida en torno a Pedro, la piedra (cf. Mt
Mt 16,18). Oro para que experimentéis lo que san Pablo escribió a los Romanos: "Y el Dios de la paciencia y del consuelo os conceda tener los unos para con los otros los mismos sentimientos, según Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo" (Rm 15,5-6).

5. El programa del Katholikentag es el espejo de la variedad y de la vitalidad de la Iglesia en vuestro país. Observo con gratitud y estima la imagen pluriforme que ese espejo refleja.
Además de las numerosas celebraciones eucarísticas y de las manifestaciones de carácter espiritual, hay encuentros y mesas redondas; eso demuestra que la Iglesia en Alemania está preparada para captar los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz de Dios. El Katholikentag quiere ser una especie de areópago para el análisis y el intercambio, para el diálogo y la acción conjunta. Para esta empresa espiritual, a la que queréis dar una particular impronta ecuménica, invoco sobre vosotros al Espíritu Santo, que es también el espíritu de la multiplicidad.

6. Queridas hermanas y queridos hermanos, de buen grado quiero volver a referirme al reloj de arena, que encierra otro valioso mensaje. La arena, que pasa de la ampolla superior a la inferior, no sólo indica el paso del tiempo; es también mensajera de la esperanza cristiana. En efecto, no cae en el vacío, sino que se acumula en la ampolla inferior. Las ampollas del reloj de arena me recuerdan las manos que Dios nos tiende. Podemos abandonarnos en ellas; recogen nuestro tiempo. El tiempo está en las manos de Dios. Todas las noches decimos en las Completas: "A tus manos Señor, encomiendo mi espíritu". Esta oración no se refiere sólo a algunas personas. Es una oración de la noche que puede reunir a todos los que, al final de la jornada, encomiendan los frutos de su actividad y de sus esfuerzos diarios a Dios, el Señor del tiempo.

"A tus manos Señor, encomiendo mi espíritu".

Dios bendice el tiempo de quien ora de este modo. Invoco como guía a María, quien mejor que nadie puso su vida en las manos de Dios. Que ella proteja y guíe a la Iglesia en Alemania a lo largo de su camino a través del tiempo. A todos vosotros, que estáis reunidos en Hamburgo, os imparto de corazón mi bendición apostólica.

Vaticano, 23 de mayo de 2000

                                                                                     Junio de 2000



AUDIENCIA DE JUAN PABLO II


A VARIOS GRUPOS DE PEREGRINOS


Sábado3 de junio de 2000



Amadísimos hermanos y hermanas:

216 1. Os acojo con gran alegría y os agradezco vuestra grata visita. Venís de diversas localidades y os une el propósito común de celebrar vuestro jubileo aquí, en Roma, ciudad santificada por el testimonio de los apóstoles san Pedro y san Pablo, y de muchos otros santos y mártires. En vuestro programa jubilar habéis querido incluir también esta visita al Sucesor de Pedro, para reafirmar vuestros propósitos de fidelidad a Cristo y a su Iglesia. ¡Sed bienvenidos!

2. Saludo, en primer lugar, a los participantes en la duodécima edición de la carrera ciclista "en tándem", organizada por la Unión italiana de ciegos. Queridos hermanos, vuestra asociación celebra este año su octogésimo aniversario, y ha querido subrayar la significativa conmemoración con esta importante manifestación socio-deportiva inspirada en los grandes valores jubilares de la fraternidad, la solidaridad y la promoción humana. Habéis querido, sobre todo, vivir juntos una profunda experiencia espiritual y celebrar así vuestro jubileo. Aprecio mucho vuestro generoso trabajo en la sociedad, destinado a poner de relieve la valentía y las grandes dotes espirituales, así como la fuerza de voluntad que los ciegos, gracias a la solidaridad de los que ven, pueden expresar no sólo en el campo deportivo, sino también en muchos otros sectores de la vida diaria. Que el Señor haga fructificar vuestros laudables esfuerzos y bendiga todos vuestros buenos propósitos de ayuda a vuestro prójimo necesitado. Continuad por este camino precisamente "en tándem", y en íntima comunión con Jesús, que nos acompaña a diario en el viaje de la vida.

Saludo, asimismo, a los fieles de las parroquias Santa María de la Esperanza, de Cesena, y Santa María Dolorosa en las Cruces, de Andria. Gracias por vuestra visita, que quiere manifestarme la afectuosa cercanía espiritual de todos vuestros hermanos y hermanas en la fe. Después de esta peregrinación jubilar, volved a vuestros hogares más decididos aún a seguir a Cristo, nuestro Señor, y a anunciar y testimoniar su Evangelio con generoso impulso misionero.

Mi pensamiento se dirige ahora a vosotros, queridos ex alumnos salesianos de Barcelona Pozo de Gotto, en la provincia de Messina, que habéis venido a renovar vuestra profesión de fe ante las tumbas de los Apóstoles.

3. Amadísimos hermanos y hermanas, estamos en el clima de la Ascensión, y nuestro pensamiento se dirige a Cristo, que, terminada su misión pública, vuelve al Padre celestial. La liturgia nos recuerda en estos días que el mismo Jesús con quien los Apóstoles habían vivido, comido y compartido el cansancio diario, sigue estando presente, ahora de modo invisible, en su Iglesia. La Iglesia debe prolongar la obra del Señor resucitado, difundiendo en todos los rincones de la tierra su Evangelio, hasta su vuelta gloriosa. Por esta razón, en el relato de la Ascensión, después de que el Señor desapareció de la vista de los presentes, los ángeles invitaron a los discípulos a no seguir mirando al cielo. "Galileos, -dijeron- ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Este mismo Jesús, que os ha sido llevado, vendrá tal como lo habéis visto subir al cielo" (
Ac 1,11).

Desde entonces comenzó el tiempo del testimonio de todos nosotros, los creyentes, impulsados por la fuerza del Espíritu Santo. Y precisamente al Espíritu divino la Iglesia eleva su oración durante esta semana, esperando la fiesta de Pentecostés. Por la fuerza de este Espíritu Santo, Cristo glorificado, constituido Señor universal y jefe de la Iglesia, atrae hacia sí a todo hombre y a toda mujer. También nosotros, cristianos del tercer milenio, debemos ser testigos y mensajeros de Cristo, llamados a un generoso impulso misionero y a construir una nueva humanidad, vivificada por la ley del amor.

4. Los Hechos de los Apóstoles nos narran que en los días anteriores a Pentecostés, María, la Madre de Jesús, permaneció con los Apóstoles en ferviente espera y en oración perseverante. La Virgen nos acompaña también a nosotros, especialmente durante este Año jubilar, mientras velamos y oramos en espera de un nuevo Pentecostés. Hoy, primer sábado del mes de junio, encomendémosle nuestros propósitos de compromiso evangélico; implorémosle la ayuda necesaria para que cada uno de nosotros cumpla con plenitud la misión que se le ha confiado.

Que ella proteja vuestras familias y las actividades de vuestras parroquias y asociaciones. Os aseguro de buen grado mi recuerdo en la oración, al mismo tiempo que os imparto de corazón a cada uno de vosotros una especial bendición apostólica, que extiendo a todos vuestros seres queridos.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

CON MOTIVO DEL JUBILEO DE LOS PERIODISTAS

Domingo 4 de junio de 2000


Señoras y señores; amadísimos hermanos y hermanas:

1. En este año del gran jubileo la Iglesia celebra el acontecimiento de la Encarnación, anunciado por el evangelista san Juan con estas palabras: "El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1,14). Un misterio verdaderamente grande, un misterio de salvación, cuyo vértice es la muerte y resurrección de Cristo.

217 Este acontecimiento encierra el destino del mundo. De él, por el don y la fuerza del Espíritu Santo, brota la redención para los hombres de todos los lugares y de todos los tiempos. A la luz de este misterio, os saludo con afecto a todos vosotros que habéis venido aquí a celebrar el jubileo de los periodistas.

Saludo, en particular, a monseñor John P. Foley, presidente del Consejo pontificio para las comunicaciones sociales, y a la señora Theresa Ee-Chooi, presidenta de la Unión católica internacional de la prensa, y les agradezco las gentiles palabras con que han querido interpretar los sentimientos de todos los presentes.

He deseado vivamente este encuentro con vosotros, queridos periodistas, no sólo por la alegría de acompañaros a lo largo de vuestro camino jubilar, como estoy haciendo con muchos otros grupos, sino también por el deseo de pagar una particular deuda de gratitud hacia los innumerables profesionales que, durante los años de mi pontificado, se han esmerado por dar a conocer palabras y hechos de mi ministerio. Por todo este esfuerzo, por la objetividad y la cortesía que han caracterizado gran parte de este servicio, os estoy profundamente agradecido y pido al Señor que os dé a cada uno una adecuada recompensa.

2. El mundo del periodismo vive un tiempo de profundos cambios. La proliferación de nuevas tecnologías llega ya a todos los ámbitos e implica, en mayor o menor medida, a todos los seres humanos. La globalización ha aumentado la capacidad de los medios de comunicación social, pero también ha acrecentado su exposición a las presiones ideológicas y comerciales. Esto os debe inducir a vosotros, periodistas, a interrogaros sobre el sentido de vuestra vocación de cristianos comprometidos en el mundo de la comunicación.

Este es el interrogante decisivo, que debe caracterizar vuestra celebración jubilar, en esta Jornada mundial de las comunicaciones. Vuestro paso, como peregrinos, a través de la Puerta santa expresa una opción de vida, y manifiesta que también en vuestra profesión deseáis "abrir las puertas a Cristo". Él es el "evangelio", la "buena nueva". Él es el modelo para cuantos, como vosotros, se esfuerzan por hacer que la luz de la verdad penetre en todos los ámbitos de la existencia humana.

3. A este encuentro con Cristo se orientaba el recorrido que habéis realizado durante estos días. El jueves hicisteis oración en la capilla Sixtina, donde el esplendor del arte puso ante vuestros ojos el drama de la historia humana, desde la creación hasta el juicio final. En este gran viaje de la humanidad se manifiesta también la verdad de la persona humana, creada a imagen de Dios y destinada a la comunión eterna con él; y se manifiesta la verdad, que es el fundamento de toda ética y que estáis llamados a observar también en vuestra profesión.

Ayer habéis orado ante la tumba de san Pablo, y hoy habéis venido a rezar ante la de san Pedro. Ellos fueron los grandes "comunicadores" de la fe en los orígenes del cristianismo. Su memoria os recuerda la vocación específica que os distingue como seguidores de Cristo en el mundo de las comunicaciones sociales: estáis llamados a consagrar vuestra profesionalidad al servicio del bien moral y espiritual de las personas y de la comunidad humana.

4. Este es el punto fundamental de la cuestión ética, que es inseparable de vuestro trabajo. Con su influencia amplísima y directa en la opinión pública, el periodismo no se puede guiar únicamente por las fuerzas económicas, por los beneficios y por los intereses particulares. Al contrario, hay que sentirlo como una tarea en cierto sentido "sagrada", realizada con la conciencia de que se os confían los poderosos medios de comunicación para el bien de todos y, en particular, para el bien de los sectores más débiles de la sociedad: los niños, los pobres, los enfermos, los marginados y discriminados.

No se puede escribir o transmitir sólo en función del índice de audiencia, en detrimento de servicios verdaderamente formativos. Tampoco se puede recurrir indiscriminadamente al derecho a la información, sin tener en cuenta otros derechos de la persona. Ninguna libertad, ni siquiera la libertad de expresión, es absoluta, pues encuentra su límite en el deber de respetar la dignidad y la legítima libertad de los demás. Nada, por más fascinante que sea, puede escribirse, realizarse o transmitirse en perjuicio de la verdad. Aquí no sólo pienso en la verdad de los hechos que referís, sino también en la "verdad del hombre", en la dignidad de la persona humana en todas sus dimensiones.

Como signo del deseo que tiene la Iglesia de estar junto a vosotros mientras afrontáis este gran reto, el Consejo pontificio para las comunicaciones sociales acaba de publicar el documento Ética en las comunicaciones sociales. Se trata de una cordial invitación dirigida a los periodistas para que se comprometan a servir a la persona humana mediante la construcción de una sociedad fundada en la solidaridad, la justicia y el amor; mediante la comunicación de la verdad sobre la vida humana y su cumplimiento final en Dios (cf. n. 33). Agradezco al Consejo pontificio este documento, que recomiendo a vuestro estudio y a vuestra reflexión.

5. Amadísimos hermanos y hermanas, la Iglesia y los medios de comunicación social deben caminar juntos para prestar su servicio a la familia humana. Por eso, pido al Señor que esta celebración jubilar suscite en vosotros la convicción de que es posible ser auténticos cristianos y al mismo tiempo excelentes periodistas.

218 El mundo de los medios de comunicación social necesita hombres y mujeres que se esfuercen día a día por vivir mejor esta doble dimensión. Esto sucederá cada vez más, si sabéis tener vuestra mirada fija en aquel que es el centro de este Año jubilar, Jesucristo, "el testigo fiel, aquel que es, que era y que va a venir" (Ap 1,4 Ap 1,8).

Al invocar su ayuda sobre cada uno de vosotros y sobre vuestro trabajo particularmente exigente, os imparto de corazón la bendición apostólica, que extiendo complacido a vuestras familias y a vuestros seres queridos.








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