Discursos 2000 224

AUDIENCIA DE JUAN PABLO II


A LOS OBISPOS DE LA IGLESIA CALDEA


Lunes 12 de junio de 2000


Beatitud;
señor cardenal;
queridos hermanos en el episcopado:

1. "Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar" (Ac 2,1). Estaban la Madre de Jesús, los Apóstoles y los discípulos; todos esperaban, en oración, la venida del Espíritu Santo. Entre los testigos de Pentecostés se encontraban también algunos "habitantes de Mesopotamia" (Ac 2,9). Quienes iban a ser los primeros discípulos del Mesías quedaron asombrados al oír proclamar en su lengua las maravillas de Dios (cf. Hch Ac 2,11). Pedro, el Príncipe de los Apóstoles, les anunció, con la fuerza del Espíritu, la buena nueva: "A este Jesús Dios le resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos" (Ac 2,32).

Para mí, Sucesor de Pedro, es una gran alegría poder saludaros a vosotros, obispos de la Iglesia caldea reunidos en torno a vuestro patriarca, y poder orar con vosotros, sucesores de los Apóstoles para esta Iglesia amada, cuyo cuidado pastoral se os ha confiado y que está probada en su propia carne. Mi pensamiento va también a todo el pueblo iraquí. Muchas veces, durante estos años, me he sentido cercano a este pueblo, a sus niños, a sus ancianos, a sus enfermos, a sus familias y a todas las personas que sufren en el cuerpo y en el alma. En muchas ocasiones he recordado a la comunidad internacional su deber, para que se eviten nuevas pruebas a un pueblo ya tan probado. Hoy lo repito con más fuerza aún: ¡que todos se esfuercen por poner fin a las pruebas de tantas víctimas civiles!

2. Después de la fiesta de Pentecostés, que nos ha recordado el misterio de la efusión del Espíritu sobre la Iglesia naciente, es particularmente significativo vivir un Sínodo como el que vosotros comenzáis hoy. "Estaban todos reunidos" (Ac 2,1). Vuestro Sínodo de los obispos de la Iglesia caldea es un encuentro que, según la etimología de la palabra, representa un modo particular de caminar juntos, para que converjan los caminos de las diferentes comunidades. Es una manifestación de la Iglesia que se deja guiar por el Espíritu y se esfuerza por vivir la comunión, tanto en su seno como con la Iglesia universal, según lo que recordó el concilio ecuménico Vaticano II (cf. Orientalium Ecclesiarum OE 9). Durante mi encuentro con los patriarcas orientales católicos, el 29 de septiembre de 1998, con ocasión de la asamblea plenaria de la Congregación para las Iglesias orientales, señalé que "la colegialidad episcopal encuentra un ejercicio particularmente significativo en el ordenamiento canónico de vuestras Iglesias. En realidad, los patriarcas actúan en íntima unión con sus sínodos. El fin de todo espíritu sinodal auténtico es la concordia, para que la Trinidad sea glorificada en la Iglesia" (n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 16 de octubre de 1998, p. 2). Toda la historia de la Iglesia muestra que la concordia es necesaria para expresar el amor de la Iglesia a su Esposo y para testimoniar a los hombres el amor misericordioso que Dios siente por ellos. Los Hechos de los Apóstoles nos enseñan que la concordia no es fruto ni de la ausencia de opiniones diversas ni de la ausencia de conflictos, sino que brota del ardiente deseo de la Iglesia de cumplir la voluntad de Dios con respecto a ella, un deseo reavivado mediante la oración, la escucha mutua, la apertura a la voz del Espíritu y la confianza recíproca. De este modo, la concordia hace que el rostro de la Iglesia sea joven y no tenga arrugas, y permite que el Espíritu Santo haga posible lo imposible.

3. San Efrén de Nísibe, hablando de algunos obispos que conoció personalmente, hace una hermosa descripción del pastor de la grey de Cristo (cf. Carmina Nisibena, 15-21). ¿Cuáles son los rasgos que constituyen la belleza espiritual del obispo? La ortodoxia de la doctrina, la ciencia y el arte de la predicación, la ascesis y la castidad, la modestia, que impide toda envidia, el desapego de los bienes materiales, la búsqueda de la misericordia y de la dulzura, recurriendo a la firmeza cuando sea necesario, la paternidad espiritual y el amor a los santos misterios. Se trata de una invitación siempre válida dirigida a cada uno en el ministerio que se le ha confiado, y que convierte a los pastores en testigos con su vida ejemplar y su enseñanza.

4. También corresponde al obispo animar y estimular a los sacerdotes de su eparquía, que son sus colaboradores y forman en torno a él "una preciosa corona espiritual" (san Ignacio de Antioquía, Carta a los magnesios, 13). Las circunstancias dolorosas en las que viven muchos sacerdotes y fieles de la Iglesia caldea son una llamada, particularmente apropiada en este año del gran jubileo, a cultivar las virtudes sacerdotales y cristianas, para conservar la esperanza. Hoy, más que nunca, el presbiterio que os asiste necesita fortalecerse con vuestro ejemplo, sentirse apoyado por vosotros viviendo en una comunión fraterna y compartiendo vuestra misión apostólica, y participar activamente en los proyectos pastorales elaborados o en fase de elaboración para los territorios propios de vuestro patriarcado y para la diáspora.

225 5. Vuestra Iglesia se regocija con razón por la notable adhesión de sus fieles a sus pastores. Los laicos, en virtud de su dignidad de hijos e hijas de Dios, participan también en la misión de la Iglesia. Como afirma el concilio Vaticano II, "los sagrados pastores (...) saben muy bien que los laicos contribuyen mucho al bien de toda la Iglesia. Los pastores son conscientes de que Cristo no los puso para que por sí solos se hagan cargo de toda la misión de la Iglesia para salvar al mundo. Saben que su excelsa función consiste en pastorear a sus fieles y reconocer sus servicios y carismas, de tal manera que todos, cada uno a su manera, colaboren unánimemente en la tarea común" (Lumen gentium LG 30). Estas directrices os ayudarán en vuestra reflexión y en la búsqueda de los medios para cumplir la misión que se os ha confiado. Así, todos los miembros de la Iglesia caldea, el patriarca, los obispos, los sacerdotes, las religiosas, los religiosos y los fieles laicos podrán anunciar diariamente las maravillas de Dios y ser testigos de Cristo resucitado, como la primera comunidad cristiana.

6. La proximidad de la fiesta de Pentecostés atrae también nuestra atención hacia la acción del Espíritu Santo en el pueblo de Dios. El culto dado al Señor es el centro de la vida de la Iglesia, y el Espíritu actúa de forma particular en la comunidad y en el corazón de los creyentes. Mantened viva vuestra hermosa tradición litúrgica, que permite descubrir y vivir los misterios divinos, para recibir la vida en abundancia. Los sacramentos de nuestra salvación son una fuente de renovación para la Iglesia. A este respecto, decía san Efrén, con palabras impregnadas de poesía: "He aquí el fuego y el Espíritu en el seno de tu Madre; he aquí el fuego y el Espíritu en el río en el que fuiste bautizado. Fuego y Espíritu en nuestro bautismo; en el pan y en el cáliz, fuego y Espíritu Santo" (Himnos sobre la fe, 10 y 17). Habéis sido llamados a transmitir los tesoros de vuestro patrimonio litúrgico y espiritual a los fieles de vuestra Iglesia y a darlo a conocer más ampliamente. Para transmitir bien ese patrimonio, es necesario, primero, recibirlo con amor y, después, vivirlo en el seno de la propia comunidad, puesto que lo que se vive es un testimonio a los ojos del mundo.

7. Al final de nuestro encuentro, os encomiendo a la intercesión de Nuestra Señora. Que la santísima Virgen María interceda por vosotros, padres de este Sínodo de la Iglesia caldea, a quienes saludo de nuevo con afecto muy fraterno. ¡Ojalá tengáis la misma disposición espiritual que tuvo esta Madre santísima! "Venid, y admiremos a la Virgen purísima, maravilla en sí misma, única en toda la creación; ella dio a luz sin haber conocido varón, con el alma pura, llena de admiración. Cada día su espíritu se dedicaba a la alabanza, puesto que se regocijaba por la doble maravilla: ¡la virginidad preservada y el hijo amadísimo! ¡Bendito sea aquel que nació de ella!" (Himno sobre María, 7, 2, atribuido a san Efrén).

Pido al Espíritu Santo que os acompañe, a fin de que vuestro Sínodo dé numerosos frutos para la Iglesia caldea. Os imparto de todo corazón la bendición apostólica, que extiendo a vuestros sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas, así como a todo el pueblo cristiano.










AL EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DE GUATEMALA


ANTE LA SANTA SEDE CON MOTIVO


DE LA PRESENTACIÓN


DE LAS CARTAS CREDENCIALES


Jueves 15 de junio de 2000



Señor Embajador:

1. Con gusto recibo las Cartas Credenciales que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Guatemala ante la Santa Sede. Le agradezco sinceramente las palabras que me ha dirigido, muestra de las buenas relaciones existentes entre esta Sede Apostólica y esa noble Nación centroamericana, "tierra, en la que surgieron notables culturas y cuyas gentes se distinguen por la nobleza de espíritu y por tantas muestras de aquilatada fe y amor a Dios, de veneración filial a la Santísima Virgen y de fidelidad a la Iglesia" (Discurso de llegada al aeropuerto de "La Aurora",5.02.1996, 1).

Agradezco asimismo el amable saludo de parte del Señor Presidente Constitucional de la República, Licenciado Alfonso Portillo Cabrera, en el cual manifiesta sus sentimientos personales y el deseo de acrecentar la tradicional cooperación entre la Iglesia y el Estado para la consecución del bien común. Le ruego, Señor Embajador, que se haga intérprete de mi reconocimiento por ello ante el primer Mandatario del País, a quien hago mis mejores votos por la alta y delicada responsabilidad que asumió el pasado 14 de enero.

2. Viene Usted a representar a su País en esta misión diplomática ante la Sede Apostólica que no le es extraña. En efecto, ya vivió aquí cuando su padre, a quien recuerdo con afecto, ocupaba el mismo cargo que Usted desempeñará, siendo a la vez por algunos años Decano del Cuerpo Diplomático aquí acreditado. Por eso, le resultará familiar la naturaleza de esta nueva e importante responsabilidad que su Gobierno le ha encomendado.

Contribuyendo a fortalecer las buenas relaciones entre Guatemala y la Santa Sede, será Usted además testigo de los constantes esfuerzos que ella lleva a cabo en el concierto de las naciones para mejorar y favorecer la colaboración más estrecha entre todos los pueblos. Su actividad, de carácter eminentemente espiritual, se inspira en la convicción de que "la fe todo lo ilumina con nueva luz y manifiesta el plan divino sobre la entera vocación del hombre; por ello orienta el espíritu hacia soluciones plenamente humanas" (Gaudium et spes GS 11). Por eso, la Santa Sede, además de prestar atención a las Iglesias particulares de cada nación, se preocupa también por el bien de todos los ciudadanos y trata de hacer valer en los foros internacionales los derechos de las personas y los pueblos que hacen honor a su dignidad y a la excelsa vocación que Dios ha otorgado a cada ser humano.

3. Su presencia aquí, Señor Embajador, trae a mi memoria los dos viajes apostólicos que, en mi solicitud pastoral por todas las Iglesias, he podido llevar a cabo a Guatemala, el "país de la eterna primavera". Tuve así la oportunidad de conocer su "riqueza multiétnica y plurilingüística ..., lo cual la hace depositaria de una cultura variada y rica, que la Iglesia viene evangelizando desde hace casi cinco siglos. Se trata de un bien digno de ser preservado, trabajando con empeño para que cada uno vea respetados sus derechos fundamentales inalienables, que todo hombre tiene por haber sido creado a imagen y semejanza de Dios" (Discurso de despedida en el aeropuerto de "La Aurora", 9.02.1996, 3).

226 4. Deseo asegurarle, Señor Embajador, que me siento muy cerca de Guatemala, me alegro con sus logros y comparto sus preocupaciones. Cuando en 1983 y en 1996 la visité, la guerra civil interna azotaba aún amplias zonas del País y causaba tantas víctimas. Ante ello, lancé un llamado apremiante al diálogo entre las partes interesadas, para poner fin a esa situación que se prolongaba indefinidamente. La firma de los Acuerdos de Paz al final de 1996 abría una nueva era para todos los guatemaltecos, cerrando una época entre las más tristes y dramáticas de su historia nacional e inaugurando una etapa de esperanza para la población afligida por una tragedia que había dañado tanto todas las capas sociales.

En este sentido, es motivo de satisfacción que la Nación haya podido vivir en los últimos años un clima de serenidad política, sin grandes sobresaltos, aun cuando haya debido enfrentarse a una herencia de serias dificultades en la convivencia, entre las cuales hay que destacar el asesinato aún no esclarecido de Mons. Gerardi, y delicadas situaciones en el campo económico. El País ha demostrado que puede afrontar su propio destino mediante una normal actividad democrática, que asegure la participación de todos los ciudadanos en las opciones políticas de la Nación.

Deseo ardientemente que esta madurez cívica se afiance cada vez más en una recta concepción de la persona humana. Una conciencia profunda de estos valores favorecerá que, no obstante las legítimas diferencias, se produzca una confluencia entre las diferentes fuerzas políticas para resolver aquellas cuestiones más acuciantes, que afectan a los intereses generales de la Nación y, sobre todo, a las exigencias de la justicia y de la paz. Para ello hacen falta ideales verdaderamente profundos y duraderos, anclados en la verdad objetiva sobre el ser humano, de los cuales los más altos responsables de la sociedad han de dar testimonio con su afán de servicio, trasparencia y lealtad, contagiando, por decirlo así, a todo el pueblo su propio compromiso de construir un futuro mejor.

5. Así mismo, la paz alcanzada con la firma de los Acuerdos más arriba mencionados, para la que intervinieron tantas personas de buena voluntad, instituciones nacionales e internacionales, exige la reconstrucción del tejido social, tan gravemente dañado por la lacra de la guerra pasada. Si se quiere llegar hasta el final, hay que seguir construyendo la Patria sobre principios sólidos y estables, como son el respeto de la dignidad de toda persona humana y de los legítimos derechos de las comunidades y de los diversos grupos étnicos. Es también importante respetar siempre, frente a cualquier intento de violación, los principios de la división e independencia de los tres poderes, que son fundamento de la democracia en un Estado de derecho.

Un futuro sólido y esperanzador exige que no se abandonen los valores e instituciones básicas de toda sociedad, como la familia, la protección de los menores y los más desasistidos y, menos aún, si se horadan los fundamentos mismos del derecho, la libertad y la dignidad de las personas, atentando a la vida desde el momento de su concepción. Una especial atención merecen los pueblos indígenas, cuyo acceso a una vida cada día mejor y más digna, desde un punto de vista cualitativo y cuantitativo -en sectores como educación, sanidad, infraestructuras y otros servicios-, debe realizarse en el respeto de sus propias culturas, tan dignas de consideración. A este respecto, hay que destacar que las diócesis en cuyo ámbito viven comunidades indígenas, promueven proyectos específicos encaminados a confirmar a dichas comunidades en la fe católica que abrazaron sus antepasados y a promover el reconocimiento de su dignidad como personas y como pueblo, facilitándoles, al mismo tiempo, una plena integración en las conquistas del progreso alcanzado por el resto de la población guatemalteca.

6. En sus palabras ha citado Usted el propósito del Gobierno de iniciar una campaña de alfabetización, prevista para el próximo mes de octubre, con el objetivo de reducir esta plaga que atenta gravemente contra la dignidad de la persona humana, impidiendo el desarrollo integral de tantos hombres y mujeres guatemaltecos e impidiéndoles su participación en la construcción de la nueva sociedad. A este respecto, me complace constatar cómo la Conferencia Episcopal de Guatemala, acogiendo la invitación formal que se le ha dirigido, ha manifestado su disponibilidad para colaborar con otras fuerzas nacionales en este noble empeño, poniendo a disposición sus instituciones educativas, su personal cualificado presente por todo el País, así como la experiencia de siglos en esta causa.

7. Señor Embajador, en este momento en que comienza el ejercicio de la alta función para la que ha sido designado, le deseo que su tarea sea fructuosa y contribuya a que se consoliden cada vez más las buenas relaciones existentes entre esta Sede Apostólica y Guatemala, para lo cual podrá contar siempre con la acogida y el apoyo de mis colaboradores. Al pedirle que se haga intérprete ante el Señor Presidente de la Nación y del querido pueblo guatemalteco de mis sentimientos y augurios, le aseguro mi plegaria ante el Todopoderoso para que asista siempre con sus dones a Usted y a su distinguida familia, al personal de esa Misión Diplomática y a los gobernantes y ciudadanos de su País, al que recuerdo con afecto y sobre el que invoco abundantes bendiciones del Señor.








A LAS RELIGIOSAS FRANCISCANAS DE LA INMACULADA


CON MOTIVO DE SU PRIMER CAPÍTULO GENERAL


Jueves 15 de junio de 2000



Amadísimas hermanas Franciscanas de la Inmaculada:

1. Me alegra acogeros y os agradezco esta visita, mediante la cual, con ocasión de vuestro primer capítulo general, habéis querido manifestar al Sucesor de Pedro vuestros sentimientos de comunión filial. Saludo a vuestra superiora general, sor Maria Francesca Perillo, así como a los reverendos padres Stefano Maria Manelli y Gabriele Maria Pellettieri, fundadores de vuestro instituto. Os saludo, asimismo, a cada una de vosotras. Vuestra presencia me brinda la grata oportunidad de dirigir un afectuoso saludo a todas vuestras hermanas, presentes en diversas partes del mundo, donde realizan su labor de evangelización y asistencia a personas probadas por diferentes formas de indigencia.

Vuestra asamblea capitular se celebra en el año del gran jubileo. Se trata de una feliz coincidencia, que ciertamente os ayudará a reflexionar con particular intensidad en vuestra misión, siguiendo las enseñanzas de san Francisco de Asís y de san Maximiliano María Kolbe, que supo actualizar eficazmente su espíritu en nuestro tiempo. Su testimonio heroico de los votos de castidad, pobreza y obediencia fue coronado, con el martirio, por el supremo sacrificio de la vida por amor a Cristo y a sus hermanos.

227 Manteniendo vuestra mirada fija en Cristo, y con la ayuda de san Francisco y san Maximiliano, podréis cumplir plenamente vuestra misión en la Iglesia y en el mundo.

2. La Inmaculada fue la inspiración de toda la existencia de san Maximiliano Kolbe. A la Inmaculada está dedicado vuestro instituto que, además de los tres votos religiosos tradicionales, tiene uno "mariano", con el que cada religiosa se consagra totalmente a María para el establecimiento del reino de Cristo en el mundo.

Que la contemplación de las maravillas que el Padre celestial realizó en la humilde joven de Nazaret oriente siempre vuestra vida consagrada por el camino exigente de la santificación, siguiendo las huellas de María que, dedicada totalmente al servicio de Dios, fue constituida nuestra Madre, Madre de la Iglesia y de la humanidad entera.

Imitad la solicitud de María en el servicio al prójimo, procurando ser siempre asiduas en el trabajo y celosas en el apostolado. Que este sea el estilo de vuestra acción en la Iglesia; el signo distintivo de vuestra obra evangelizadora y misionera, manteniendo el corazón atento a las necesidades de todo ser humano. Como personas consagradas y, de modo especial, como Franciscanas Misioneras de la Inmaculada, estáis llamadas a ser, mediante la fidelidad gozosa a vuestra Regla, "un signo de la ternura de Dios hacia el género humano y un testimonio singular del misterio de la Iglesia, la cual es virgen, esposa y madre" (Vita consecrata
VC 57).

También por eso vuestro modelo debe ser María, que respondió con prontitud a los designios divinos: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38). Su fue el centro propulsor de su misión. Así, vuestro a Dios será el secreto del éxito de vuestra misión. Para ser testigos eficaces del Evangelio, especialmente entre los pobres y las personas con dificultades, es indispensable que os abandonéis totalmente en las manos del Señor y mantengáis abierto vuestro corazón a sus designios divinos.

3. A cuantos, al visitar la "Ciudad de la Inmaculada", se quedaban maravillados por las obras realizadas, san Maximiliano Kolbe, señalando al santísimo Sacramento, les explicaba: "Toda la realidad de Niepokalanow depende de aquí". Se dirigía a Jesús, presente en la Eucaristía, con espíritu de fe profunda: "Tu sangre corre por mi sangre; tu alma, oh Dios encarnado, penetra mi alma, le da fuerza y la alimenta". Este es el secreto de la santidad. De la Eucaristía se irradian las gracias que sostienen a los misioneros en su actividad evangelizadora diaria. Para que vuestro apostolado produzca los frutos deseados, acudid a esta fuente inagotable de amor, mediante intensa oración y vida interior.

Me ha complacido saber que a vuestro instituto no le faltan vocaciones. Doy gracias por ello al Señor junto con vosotras, y os invito a seguir proponiendo con discernimiento a cuantos encontráis el radicalismo del testimonio evangélico. Cuidad bien la formación humana y espiritual de las aspirantes a la vida consagrada.

Conscientes de que los cristianos "están en el mundo pero no son del mundo" (cf. Jn Jn 17,14-16), sed la buena levadura que hace fermentar la masa (cf. Ga Ga 5,9), sed la sal que da sabor y la luz que ilumina (cf. Mt Mt 5,13-14). No perdáis jamás de vista el ejemplo del Verbo encarnado, que por amor se hizo siervo y se entregó a sí mismo por nosotros. Caminad incansablemente tras sus pasos. Permaneced al pie de la cruz con María, la Virgen Inmaculada, a quien está consagrada vuestra familia religiosa.

Por mi parte, os aseguro un recuerdo en la oración, a la vez que os imparto de corazón una especial bendición, que extiendo al venerado hermano, cardenal Agostino Mayer, que presidirá vuestro capítulo, así como a todas vuestras hermanas y a cuantos forman parte de vuestra familia espiritual.










EN LA COMIDA CON LOS POBRES


Jueves 15 de junio de 2000

Amadísimos hermanos y hermanas:

228 Entre las numerosas citas del jubileo, esta es para mí seguramente una de las más sentidas y significativas. He querido encontrarme con vosotros, he querido comer con vosotros para deciros que estáis en el corazón del Papa. Os abrazo con gran afecto a cada uno, amigos muy queridos.
Ciertamente, es poco el tiempo que puedo pasar con vosotros, pero os aseguro que todos los días os acompaño con mi oración y mi afecto. Mientras os veo uno a uno, pienso en los que en Roma, y en todas partes del mundo, atraviesan momentos de prueba y dificultad. Quisiera acercarme a cada uno para decirle: no te sientas solo, porque Dios te ama. Amadísimos hermanos, el Papa os quiere, y, junto con él, la Iglesia entera os abre los brazos de la acogida y de la fraternidad.

Gracias a todos por haber aceptado mi invitación y por haber venido en gran número a este encuentro convival, que tiene lugar pocos días antes del Congreso eucarístico internacional en Roma. Nuestra comida, en su sencillez, representa una significativa preparación para ese acontecimiento espiritual, que constituye el centro del Año jubilar. En efecto, hoy nos encontramos en torno a la mesa material; juntos y en mayor número nos acercaremos la próxima semana a la mesa espiritual, al banquete de la Eucaristía, para celebrar el amor de Dios, que nos hace hermanos, solidarios unos con otros. Preparémonos bien para ese extraordinario acontecimiento, que ya contemplamos con gran expectación.

Gracias, una vez más, por vuestra presencia; gracias a los que han organizado y preparado la comida, así como a los que nos han alegrado con música y cantos, haciendo que fuera un momento de serenidad y alegría. A todos os imparto de corazón mi bendición.









AUDIENCIA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LAS HERMANAS DE SAN FÉLIX DE CANTALICIO


CON MOTIVO DE SU XXI CAPÍTULO GENERAL


Viernes 16 de junio de 2000



Queridas hermanas:

1. "Gracia y paz a vosotros de parte de aquel que es, que era y que va a venir" (Ap 1,4). Me alegra de modo especial daros la bienvenida, mientras estáis reunidas con ocasión del XXI capítulo general de la congregación de las Hermanas de San Félix de Cantalicio, que tiene lugar en el año del gran jubileo. Este es un año durante el cual toda la Iglesia alaba a Dios por el don del Verbo hecho carne y celebra la Encarnación no sólo como un acontecimiento del pasado, sino también como el modo de amar de Dios en todo tiempo y lugar. También entre las Hermanas Felicianas el Verbo ha puesto su morada con profundidad y fuerza; demos gracias al Padre de toda misericordia por las maravillas que ha realizado entre vosotras.

2. Vuestra congregación nació en Polonia, durante un período turbulento. La nación había perdido su independencia, y la cuestión de cómo recobrar la libertad ardía en el corazón de los polacos. Para algunos, la única respuesta era la lucha armada; pero todo intento de rechazar con la fuerza el yugo de la opresión llevó sólo a un mayor sufrimiento. En aquella situación, Dios suscitó a la beata María Ángela Truszkowska, que propuso una respuesta radicalmente diferente a la cuestión de cómo recobrar la libertad, inspirándose en san Francisco de Asís y en san Félix de Cantalicio. De ellos vuestra fundadora aprendió que el camino hacia la verdadera libertad no era la violencia, sino el despojo gozoso de sí mismo. Esta no era la lógica del mundo, sino la del Hijo de Dios, que "se despojó de sí mismo tomando condición de siervo" (Ph 2,7); esto caracterizó toda la vida de la beata María Ángela y ayudó a una nación a despertarse de su letargo espiritual.

La lógica de la Encarnación llevó al gran san Francisco a despojarse de todas las cosas, para poseerlas todas en Dios. Por eso aceptó las heridas de la cruz, imitando gozosamente al Salvador sufriente. Esa misma lógica llevó a san Félix a recorrer las calles de Roma como "el burro de los capuchinos", mendigando comida para sus hermanos, respondiendo siempre con su famoso Deo gratias y alimentando a los pobres con su saco de limosnas. Y esa misma lógica llevó a la beata María Ángela a sumergirse en el sufrimiento de su tiempo, abrazando a "los pequeños" con una vida de acción enraizada intensamente en la contemplación. Ese estilo de vida la situó firmemente en una tradición de santidad que se remontaba, a través de san Félix y san Francisco, al mismo Señor crucificado.

Vuestra fundadora llevaba a menudo a los niños que estaban a su cuidado a la iglesia de los capuchinos de Varsovia, donde se halla la imagen de san Félix con el Niño Jesús en brazos. En la figura del santo Niño la beata María Ángela reconocía a "los pequeños" a quienes estaba llamada a servir. Sabía que san Félix tenía el Niño Jesús en brazos porque, al cargar el peso de los necesitados, había llevado en sus brazos al mismo Cristo pobre; y ella reconocía en esa actitud su propia llamada. Al tomar sobre sí el peso de los más débiles, ella y sus hermanas llevarían en brazos al "pequeño" Señor Jesús. Además, la beata María Ángela sabía que había sido María quien había puesto al santo Niño en los brazos de san Félix, y que precisamente María estaba poniendo a su Hijo niño en los brazos de las Hermanas de San Félix. Por eso, hizo muy bien en dedicar la congregación al Corazón Inmaculado de María.

3. Sin embargo, la espada que atravesó el corazón de María (cf. Lc Lc 2,35), también atravesó el corazón de vuestra fundadora. "Amar significa dar -escribió-, dar todo lo que el amor nos pida, dar inmediatamente, sin quejarnos, con alegría, y deseando que se nos pida aún más". La beata María Ángela, siguiendo la lógica de la Encarnación y llevando en brazos al Señor mismo, se convirtió en una víctima de amor. Paso a paso subió al monte Calvario por un camino de sufrimientos tanto físicos como espirituales, hasta que su vida fue abrasada por el misterio de la cruz.

229 A medida que penetraba más profundamente en la oscuridad del Calvario, aumentaba su insistencia en que la devoción a la sagrada Eucaristía y al Corazón Inmaculado de María debía ocupar el centro de la vida de la congregación. Dejó como herencia a sus hermanas el lema: "Todo a través del Corazón de María en honor del santísimo Sacramento". En sus largas horas de oración ante el santísimo Sacramento aprendió que ella y sus hermanas estaban llamadas a "conformarse a la muerte del Señor" (Ph 3,10), para convertirse en Eucaristía. En la Madre de Cristo la beata María Ángela reconoció a la que había participado con mayor intensidad en la pasión de su Hijo, y supo que esa era también la vocación de sus hermanas. En María Inmaculada reconoció a la mujer del Magnificat, la mujer que, despojándose de sí misma, permitió que Dios la colmara de la alegría del Espíritu Santo. Esta debía ser la vida de las Hermanas de San Félix.

4. Nuestro mundo es muy diferente, pero no es menor el desafío que nos plantean el letargo espiritual de nuestro tiempo y la cuestión de la verdadera libertad. Es deber sagrado de la Iglesia proclamar al mundo la respuesta auténtica a esta cuestión; y los religiosos y las religiosas desempeñan un papel fundamental en esta tarea. Para las Hermanas Felicianas esto debe significar una fidelidad cada vez más radical al programa de vida que os ha legado vuestra fundadora, pues si no vivís esta fidelidad, también vosotras podéis ser víctimas de la confusión espiritual de nuestra época, y pueden manifestarse entre vosotras la ansiedad y la desunión, que son sus frutos.

Por tanto, queridas hermanas, en este tiempo crítico de la vida de vuestra congregación, os exhorto a comprometeros a vivir durante este capítulo general un culto más fervoroso al santísimo Sacramento, una devoción más profunda a María Inmaculada, y un amor más radical al carisma de vuestra fundadora. Abrazad la cruz del Señor, como hizo la beata María Ángela. Entonces, llegaréis a ser Eucaristía. Toda vuestra vida cantará el Magníficat. Vuestra pobreza rebosará de "la inescrutable riqueza de Cristo" (Ep 3,8). Encomendando al capítulo general y a toda la congregación a María, Madre de los dolores y Madre de todas nuestras alegrías, y a la intercesión de san Francisco, de san Félix y de vuestra beata fundadora, de buen grado os imparto mi bendición apostólica como prenda de gracia y de paz sin límites en Jesucristo, "el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos" (Ap 1,5).







AUDIENCIA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LAS FRANCISCANAS INMACULATINAS


CON MOTIVO DE SU X CAPÍTULO GENERAL


Sábado 17 de junio de 2000



Amadísimas Hermanas Franciscanas Inmaculatinas:

1. Me alegra dirigiros mi más cordial saludo a todas vosotras, que habéis venido de diversas partes de Italia, Brasil, Filipinas e India, para participar en el capítulo general de vuestra congregación. Saludo, en particular, a la superiora general y a las hermanas que comparten con ella el servicio de la autoridad para el bien de todo el instituto. Extiendo mi afectuoso saludo a todas las Hermanas Franciscanas Inmaculatinas, así como a los laicos que participan en las obras apostólicas del instituto.

Durante los intensos trabajos capitulares estáis reflexionando sobre el tema: "En el tercer milenio, dóciles al Espíritu Santo como Teresa, misioneras por los caminos del mundo". Guiadas por las inspiraciones interiores del Espíritu Santo, os esforzáis por profundizar la espiritualidad específica de vuestra obra y la lozanía originaria del carisma fundacional, que os legó el padre capuchino Ludovico Acernese, carisma que vivió de modo ejemplar la sierva de Dios Teresa Manganiello, verdadera piedra angular de vuestra familia espiritual.

Este carisma, que os ha confiado la Providencia, debe impulsar a cada Hermana Franciscana Inmaculatina a ser misionera en los ámbitos más acordes con la vida de consagración y con vuestras actividades apostólicas: instrucción y educación de niños y jóvenes, catequesis y colaboración en las actividades pastorales de parroquias y misiones, así como en todas las iniciativas de solidaridad y asistencia que no sólo son compatibles con el espíritu del instituto, sino que sobre todo responden mejor a las necesidades de la Iglesia de nuestro tiempo.
Se trata de un carisma muy actual, que tiene su origen y su vigor en la auténtica tradición franciscana y en la espiritualidad mariana más genuina.

2. Sois, ante todo, franciscanas. El primer elemento característico de vuestra vida y actividad apostólica es el ideal franciscano. Es lo que indican vuestras Constituciones, cuando identifican la regla suprema de la vida de cada Hermana Franciscana Inmaculatina en "seguir más de cerca a Cristo, según la forma del santo Evangelio", tal como este se propone "en los ejemplos y en las enseñanzas del seráfico padre san Francisco" (Constituciones, n. 2).

El Poverello de Asís hizo del Evangelio el centro de su experiencia interior (cf. Testamento 16-18: Fuentes franciscanas, n. 116) y lo propuso a sus frailes como norma suprema de vida (cf. Regla Bulada I, 2: Fuentes franciscanas, n. 75). Por este camino evangélico lo siguió una gran multitud de hijos e hijas espirituales, entre los cuales reviste una importancia especial su "plantita", santa Clara (cf. Regla de santa Clara, I, 1-2: Fuentes franciscanas, n. 2750).


Discursos 2000 224