Discursos 2000 237


A LOS PADRES CAPITULARES


DE LA SOCIEDAD DEL VERBO DIVINO


Viernes 30 de junio de 2000

1. En este año del gran jubileo, durante el cual toda la Iglesia se alegra por el bimilenario de la encarnación del Verbo, os saludo cordialmente con ocasión del XV capítulo general de la Sociedad del Verbo Divino, que tiene lugar mientras celebráis el 125° aniversario de vuestra fundación. En particular, saludo al nuevo superior general y al consejo general, y os aseguro mis oraciones ahora que asumís grandes responsabilidades. Me uno a vosotros y a todos los miembros de la Sociedad en vuestra acción de gracias a Dios por el impulso dado a la misión de la Iglesia a lo largo de los años mediante el testimonio fiel de vuestra consagración religiosa y vuestras actividades misioneras.


2. El beato Arnold Janssen, guiado por el Espíritu Santo, junto con cuatro compañeros abrió una casa en Steyl, con la finalidad de formar sacerdotes para la obra de las misiones extranjeras; y esto llevó a la fundación de la Sociedad del Verbo Divino, cuyos sacerdotes y hermanos, consagrados al servicio del Señor con los votos religiosos de pobreza, castidad y obediencia, "yendo por todo el mundo, cumplen la tarea de predicar el Evangelio y de implantar la misma Iglesia entre los pueblos o grupos que todavía no creen en Cristo" (Ad gentes AGD 6).

De esta Sociedad han surgido hombres como el beato Joseph Freinademetz, que se consagró con celo ejemplar y creatividad evangélica al servicio del Evangelio en China, y los beatos mártires p. Ludwik Mzyk, p. Alojzy Liguda, p. Stanislaw Kubista y hno. Grzegorz Frackowiak, quienes glorificaron a Dios con el supremo sacrificio de su vida. Como testamento espiritual, desde un campo de exterminio, el beato Alojzy legó a su amada Sociedad una elocuente declaración de la dignidad de todo ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios. "La gente puede tratarme como algo despreciable, pero no puede convertirme en despreciable. Dachau puede privarme de todos mis derechos y títulos; pero nadie puede arrebatarme el privilegio de ser hijo de Dios. Repetiré continuamente: "Dios seguirá siendo siempre mi Padre"". Los mártires son la gloria de vuestra Sociedad y el signo más seguro de la eficacia de su gracia, manifestada en el espíritu y en las reglas que rigen la vida de vuestras comunidades.

3. La palabra divina que estáis llamados a anunciar al mundo es la palabra que pronunció Dios al inicio, en el momento de la creación, cuando, después de soplar sobre las tinieblas, el vacío y el caos primordiales, hizo surgir la luz, la plenitud y el orden del Paraíso (cf. Gn Gn 1,2-3). También vosotros habéis sido enviados a las tinieblas, al vacío y al caos del mundo, para anunciar la palabra vivificadora. Esto significa, en resumidas cuentas, que habéis sido enviados a anunciar la Palabra, que es Jesucristo. Cuando la Palabra se hizo carne, Dios entró en las profundidades mismas del pecado y de la miseria del hombre; y este abrazo divino a nuestro mundo envuelto en el pecado alcanzó su plenitud en el Calvario. Desde la cruz, la Palabra de Dios, anunciada a todos los pueblos y lugares, en todos los tiempos, responde a cada una de las necesidades y esperanzas humanas. Esta es la Palabra que vuestra Sociedad está llamada a proclamar: la Palabra de la cruz, que "es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan -para nosotros- es fuerza de Dios" (1 Co 1, 18). Esto significa que cada uno de vosotros está llamado, como el apóstol Pablo, a vivir el misterio de la cruz del Señor (cf. Flp Ph 3,10), de modo que vuestro ministerio sea mucho más que servicio y solidaridad humana. Debe ser siempre una comunicación de la novedad de vida que Cristo trajo con la fuerza del Espíritu Santo.

238 4. En el alba del nuevo milenio, el mundo, que cambia rápidamente, nos llama a comprometernos en un profundo discernimiento para responder más eficazmente a la voluntad de Dios y a las necesidades actuales. Es acertado que el XV capítulo general de vuestra Sociedad tenga como tema: "Escuchar al Espíritu Santo: nuestra respuesta misionera hoy". El Espíritu Santo es quien debe guiar vuestro discernimiento, precisamente porque el Espíritu ha de ser la fuerza escondida de toda vuestra labor misionera, llevándoos a las profundidades de la contemplación, de la que brota el testimonio de los heraldos. El Espíritu Santo es quien asegura que la vida de Cristo "llegue a ser vuestra vida, y su misión, vuestra misión" (Constituciones de la Sociedad del Verbo Divino, Prólogo).

La tarea urgente de la misión ad gentes y la nueva evangelización exige que proclaméis a Cristo Salvador en muchos ambientes culturales diferentes. No hay que olvidar nunca que existen innumerables hombres y mujeres que aún no han oído el nombre de Jesús y a quienes no se ha ofrecido todavía el inmenso don de la salvación. Cristo es el único Salvador del mundo, la buena nueva para el hombre y la mujer de todo tiempo y lugar en su búsqueda del significado de la existencia y la verdad de su propia humanidad (cf. Ecclesia in Asia ). Todos tienen derecho a oír esta buena nueva y, por ello, la Iglesia tiene el gran deber de ir por doquier a proclamar el mensaje salvífico de Jesucristo. En esta tarea tan vital, vuestra Sociedad desempeña un papel indispensable, reafirmando la primacía de la proclamación explícita de Jesús como Señor, sin la cual no puede existir una verdadera evangelización (cf. ib., 19; Evangelii nuntiandi
EN 22). "Pues todo el que invoque el nombre del Señor se salvará. Pero ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique?" (Rm 10,13-14).

Al mismo tiempo, la inculturación y el diálogo interreligioso desempeñan un papel importante en muchos lugares donde lleváis a cabo vuestra actividad misionera. Un diálogo serio y abierto con las culturas y las religiones no dispensa de la evangelización, y jamás debería ser considerado como opuesto a la misión ad gentes. También habría que recordar que el Papa Pablo VI definió este diálogo colloquium salutis (cf. Ecclesiam suam, 58); no se trata de un simple intercambio de opiniones o puntos de vista, sino más bien de un "diálogo salvífico", al que la Iglesia aporta la verdad de la redención que Dios realizó en Jesús. Este diálogo supone en el misionero una seria preparación personal, dones maduros de discernimiento, fidelidad a los criterios indispensables de ortodoxia doctrinal, integridad moral y comunión eclesial (cf. Redemptoris missio RMi 52-54).

5. La Sociedad del Verbo Divino ha experimentado recientemente un crecimiento considerable, con un buen número de vocaciones en diferentes partes del mundo. Vuestras actividades misioneras se llevan a cabo en África, en Asia y en la ex Unión Soviética, y hoy los miembros de la Sociedad, de más de sesenta nacionalidades diferentes, realizan su apostolado en más de sesenta países. Vuestra Sociedad no ha tardado en afrontar el desafío de estar presentes como misioneros en las nuevas formas de cultura y comunicación que caracterizan la vida moderna (cf. ib., 37). Convencidos de que la sagrada Escritura es un don que recibimos dentro de la Iglesia y una invitación a la comunión de vida con Dios, habéis dedicado importantes energías para fomentar el apostolado bíblico a través de publicaciones y actividades educativas. La promoción de la justicia, la paz y el desarrollo social representa otra dimensión esencial de vuestra misión para compartir con todos los hombres la "inescrutable riqueza de Cristo" (Ep 3,8). En todo esto, vuestro compromiso de vivir la pobreza evangélica, el propósito primario de "dar testimonio de Dios como la verdadera riqueza del corazón humano" (Vita consecrata VC 90), unido al amor preferencial por los pobres, puede hacer que vuestro apostolado, realizado a menudo entre los olvidados y marginados de la tierra, dé abundante fruto para la salvación del mundo.

6. Oro para que vuestro capítulo general contribuya sobre todo a una profunda renovación de vuestra vida consagrada y de vuestro carisma misionero. Ojalá que seáis siempre hombres de esperanza, capaces de anunciar con fuerza la palabra de Dios, que transforma el corazón humano y el mundo mismo. Quiera Dios que muchos jóvenes sigan escuchando la llamada de Cristo a entregarse generosa y gozosamente a él como misioneros en vuestra Sociedad. Encomiendo a los sacerdotes, a los hermanos, a los escolares y a los novicios de la Sociedad del Verbo Divino, así como a vuestros colaboradores, estudiantes y bienhechores, a la intercesión de María, Madre del Redentor, y a los beatos de vuestra congregación. Como prenda de alegría y fortaleza en Jesucristo, el Verbo de Dios, os imparto cordialmente mi bendición apostólica.










A LOS ARZOBISPOS QUE RECIBIERON EL PALIO


Viernes 30 de junio de 2000



1. Después de la solemne celebración litúrgica de ayer por la tarde en la plaza de San Pedro, con profunda alegría me encuentro con vosotros esta mañana, amadísimos arzobispos metropolitanos. Os abrazo con afecto a cada uno de vosotros, aquí presentes, y envío un saludo especial a cuantos no han podido venir personalmente a recibir el palio.

Saludo cordialmente, asimismo, a vuestros familiares, a vuestros amigos y a los fieles de vuestras respectivas comunidades cristianas, que os han acompañado en esta peregrinación jubilar a la tumba de los Apóstoles.

Me dirijo, ante todo, a vosotros, venerados hermanos que pertenecéis a la amada Iglesia que está en Italia: a usted, monseñor Dino De'Antoni, arzobispo de Gorizia; a usted, monseñor Francesco Cacucci, arzobispo de Bari-Bitonto; a usted, monseñor Giuseppe Verucchi, arzobispo de Rávena-Cervia; y a usted, monseñor Angelo Bagnasco, arzobispo de Pesaro. El Señor, que os ha elegido, haga que seáis siempre fieles a la tarea apostólica que se os ha confiado. Por eso, como recordaba ayer, sed guías atentos y previsores de la grey de la que Cristo, buen Pastor, os pedirá cuentas.

2. Me alegra saludar a los nuevos arzobispos metropolitanos de lengua francesa: a monseñor Roger Pirenne, arzobispo de Bertoua; a monseñor Nestor Assogba, arzobispo de Cotonú; a monseñor Fidèle Agbatchi, arzobispo de Parakú; y a monseñor Hubert Barbier, arzobispo de Bourges, así como a todos los fieles que han venido para acompañarlos. La ceremonia del palio es para todos una llamada incesante a testimoniar a Cristo resucitado en todo el mundo y a trabajar por la unidad de la Iglesia en torno al Sucesor de Pedro. A todos mi bendición apostólica.

3. Me complace saludar a los metropolitanos de lengua inglesa que han venido a Roma para recibir el palio: al arzobispo Lawrence Burke, de Nassau; al arzobispo Dominic Jala, de Shillong; al arzobispo Marampudi Joji, de Hyderabad; al arzobispo Cormac Murphy-O'Connor, de Westminster; al arzobispo Vicent Nichols, de Birmingham; al arzobispo Ángel Lagdameo, de Jaro; al arzobispo Ignatius Kaigama, de Jos; y al arzobispo Edward Egan, de Nueva York. También doy la bienvenida a los fieles que han venido con ellos a Roma, y pido a los metropolitanos que transmitan a sus Iglesias particulares mis afectuosos saludos en el Señor.

239 4. De Hispanoamérica habéis venido seis arzobispos a recibir el palio en la solemnidad de san Pedro y san Pablo: de Bolivia, monseñor Tito Solari; de Perú, monseñor Héctor Cabrejos; y de Argentina los pastores de las Iglesias metropolitanas de Tucumán, Salta, San Juan de Cuyo y La Plata. Os saludo con afecto a vosotros y a los sacerdotes y fieles que os han acompañado en este significativo momento. Al regresar a vuestras arquidiócesis, revestidos de este ornamento, signo de un particular vínculo de comunión con la Sede de Pedro, trabajad con renovado empeño en favor de esa comunión y de la unidad de la Iglesia, tan querida por Cristo y en cuya causa os debéis sentir siempre comprometidos.

5. El Espíritu del Señor esté también sobre monseñor Aloysio Leal Penna. Que Dios lo ilumine y proteja en este nuevo camino al servicio de la Iglesia que está en Brasil. Con mi bendición, que, de buen grado, extiendo a todos sus parientes y fieles de la arquidiócesis de Botucatu.

6. Te saludo con afecto y te doy la bienvenida a ti, querido monseñor Marin Barisic, nuevo arzobispo metropolitano de Split-Makarska, a tus sacerdotes y a los fieles. Te imparto de corazón la bendición apostólica a ti y a cuantos te acompañan, a tus predecesores eméritos, monseñor Ante Juric y monseñor Frane Franic, así como a toda la amada Iglesia de Split-Makarska.

7. Ayer, con la imposición del palio, se renovó un rito antiguo y sugestivo, que sella la unidad de cada una de vuestras comunidades con la Sede apostólica y con el Sucesor de Pedro. Juntos formamos la única Iglesia de Cristo, llamada a anunciar el único Evangelio para la salvación de todo hombre en todos los rincones de la tierra. Venerados hermanos, preocupaos por salvaguardar con todos los medios posibles esta fidelidad especial al mandato del Maestro divino: fidelidad a su palabra y fidelidad a su deseo de unidad plena del pueblo cristiano, redimido por su sangre en la cruz.

Para realizar esta unión, contemplemos a Cristo que, como nos recuerda esta fiesta del Sagrado Corazón, nos repite: "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón" (
Mt 11,29).
Que María, Madre de la Iglesia, nos sostenga en este camino. A todos vosotros, y a cuantos forman parte de las comunidades eclesiales de las que provenís, os imparto de corazón una especial bendición apostólica.









                                                                                   Julio de 2000




A LA UNIÓN "SANGUIS CHRISTI"


Y A DIVERSAS PEREGRINACIONES JUBILARES


Sábado 1 de julio de 2000



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra encontrarme en este primer día del mes de julio, consagrado por la piedad cristiana a la meditación sobre "la sangre de Cristo, precio de nuestro rescate, prenda de salvación y de vida eterna" (Juan XXIII, Inde a primis, en: AAS 52 [1960] 545-550), con todos vosotros, miembros de las familias religiosas masculinas y femeninas y de las asociaciones católicas dedicadas al culto de la preciosísima Sangre de Jesús. Al saludaros con afecto, os agradezco vuestra presencia. Saludo cordialmente al director provincial de los Misioneros de la Preciosísima Sangre y le agradezco las amables palabras que ha querido dirigirme también en vuestro nombre.

Hasta la reforma litúrgica promovida por el concilio Vaticano II, en este día se celebraba también litúrgicamente en toda la Iglesia católica el misterio de la Sangre de Cristo. Después, mi predecesor de venerada memoria el Papa Pablo VI unió el recuerdo de la Sangre de Cristo al de su Cuerpo en la solemnidad que ahora se llama precisamente del "Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo". En efecto, en toda celebración eucarística se hace presente, junto con el Cuerpo de Cristo, su Sangre preciosa, la Sangre de la nueva y eterna Alianza, derramada por todos para el perdón de los pecados (cf. Mt Mt 26,27).

240 2. Amadísimos hermanos y hermanas, ¡es grande el misterio de la Sangre de Cristo! Desde los albores del cristianismo, ha conquistado la mente y el corazón de tantos cristianos y, particularmente, de vuestros santos fundadores y fundadoras, que hicieron de él el distintivo de vuestras congregaciones y asociaciones. El Año jubilar da nuevo impulso a una devoción tan significativa. En efecto, al celebrar a Cristo en el bimilenario de su nacimiento, también estamos invitados a contemplarlo y adorarlo en la humanidad santísima asumida en el seno de María y unida hipostáticamente a la Persona divina del Verbo. Si la Sangre de Cristo es fuente preciosa de salvación para el mundo, se debe precisamente a su pertenencia al Verbo, que se hizo carne para nuestra salvación.

El signo de la "sangre derramada", como expresión de la vida entregada de modo cruento para testimoniar el amor supremo, es un acto de condescendencia divina con nuestra condición humana. Dios ha elegido el signo de la sangre, porque ningún otro signo es tan elocuente para indicar la participación total de la persona.

El misterio de esta entrega tiene su fuente en la voluntad salvífica del Padre celestial y su realización en la obediencia filial de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, a través de la obra del Espíritu Santo. Por esta razón, la historia de nuestra salvación lleva en sí la impronta y el sello indeleble del amor trinitario.

3. Ante esta maravillosa obra divina todos los fieles se unen a vosotros, queridos hermanos y hermanas, para elevar himnos de alabanza al Dios uno y trino por el signo de la Sangre preciosa de Cristo. Pero además de la confesión de los labios debe darse el testimonio de la vida, según la exhortación que nos dirige la carta a los Hebreos: "Teniendo, pues, hermanos, plena libertad para entrar en el santuario en virtud de la sangre de Jesús, (...) fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras" (
He 10,19 He 10,24).

Muchas son las "buenas obras" que nos inspira la meditación del sacrificio de Cristo. En efecto, nos impulsa a una entrega total de nuestra vida por Dios y por nuestros hermanos, usque ad effusionem sanguinis, como han hecho tantos mártires. ¡Cómo no reconocer siempre el valor de todo ser humano, cuando Cristo derramó su sangre por todos y cada uno, sin distinción! La meditación de este misterio nos impulsa, en particular, hacia cuantos podrían ser aliviados de sus sufrimientos morales y físicos y que, en cambio, languidecen marginados por una sociedad de la opulencia y la indiferencia. Desde esta perspectiva, se aprecia en toda su nobleza el servicio que prestáis vosotros, miembros del AVIS. Os saludo cordialmente a vosotros y, en particular, a vuestro presidente, a quien agradezco las palabras que me ha dirigido. No os limitáis a dar algo que os pertenece; dais algo de vosotros mismos. ¿Hay algo más personal que la propia sangre? A la luz de Cristo, la donación de este elemento vital al hermano adquiere un valor que trasciende el horizonte simplemente humano. Por eso, a vosotros, miembros del AVIS, os expreso mi estima y mi aliento.

4. Deseo dirigir ahora mi saludo cordial a los peregrinos de la diócesis de Bérgamo, encabezados por su obispo, monseñor Roberto Amadei, a quien agradezco los sentimientos expresados en su cordial discurso. Queridos hermanos, con esta visita queréis manifestar vuestro afecto y vuestra cercanía al Sucesor de Pedro. ¡Gracias de corazón! A lo largo de los siglos vuestra Iglesia ha mantenido vínculos de comunión muy estrechos con la Sede apostólica. ¡Cómo no recordar, en esta circunstancia, a vuestro paisano y predecesor mío, el Papa Juan XXIII, que está a punto de ser inscrito en el catálogo de los beatos! Que el camino de oración y meditación que os lleva a los lugares jubilares sea para vosotros, queridos hermanos, ocasión de reafirmar vuestra adhesión convencida a Cristo, "Puerta santa" para entrar en el reino del Padre. Al volver a vuestros hogares, llevad el saludo y el aliento del Papa a los sacerdotes, a los consagrados, a las consagradas y a todos los hermanos y hermanas en la fe. Quiera Dios que el Año santo os estimule a cada uno a reavivar la fe y proseguir el compromiso en favor de la nueva evangelización, confirmado y sostenido por la caridad.

5. Por último, saludo a los fieles de Santa María de la Victoria, de Montebelluna; de San Bernardino, de Tordandrea de Asís; y de San Juan Bautista, de Acconia de Curinga, así como al instituto "Beata María De Mattias", de Frosinone, y a la comunidad de la Pequeña Casa de Aversa.

Queridos hermanos, que la celebración del bimilenario de la encarnación del Hijo de Dios os encuentre vigilantes en la fe, firmes en la esperanza y fervorosos en la caridad. Cristo pasa también hoy al lado de cada uno para ofrecerle el don de la infinita misericordia de Dios. Sed también vosotros ricos en esta misericordia, como nuestro Padre que está en el cielo.

Con estos sentimientos y en el amor de Cristo, que nos "ha rociado con su sangre" (cf. 1P 1,2), os bendigo a todos de corazón.






A LOS PARTICIPANTES EN EL CAPÍTULO GENERAL


DE LA ORDEN DE LOS MÍNIMOS


Lunes 3 de julio de 2000

Amadísimos hermanos de la orden de los Mínimos:

241 1. Os doy una afectuosa bienvenida, y os agradezco la visita que habéis querido hacerme al comienzo de vuestro capítulo general. Saludo muy cordialmente al padre Giuseppe Fiorini Morosini, vuestro superior general, a los padres capitulares y a las delegaciones de las monjas y de los terciarios que intervendrán en la primera parte de vuestra importante asamblea, así como a los religiosos, a las religiosas y a los laicos que componen la tres órdenes de la familia religiosa fundada por san Francisco de Paula.

Con todos vosotros, doy gracias al Señor por el bien realizado en vuestra larga y benemérita historia de servicio al Evangelio. Mi pensamiento va, en particular, a los tiempos difíciles para la vida de la Iglesia, durante los cuales san Francisco de Paula se comprometió a realizar una reforma que llevó a un renovado camino de perfección a cuantos se sentían "impulsados por el deseo de mayor penitencia y por el amor a la vida cuaresmal" (IV Regla, cap. 2).

2. Movido por el celo apostólico, fundó la orden de los Mínimos, instituto religioso clerical de votos solemnes, que plantó como "árbol bueno en el campo de la Iglesia militante" (Alejandro VI), para producir frutos dignos de penitencia siguiendo las huellas de Cristo, quien "se despojó de su rango, y tomó la condición de siervo" (
Ph 2,7). Vuestra familia religiosa, imitando el ejemplo de vuestro fundador, "se propone dar particular testimonio diario de la penitencia evangélica con la vida cuaresmal, como conversión total a Dios, íntima participación en la expiación de Cristo y exhortación a los valores evangélicos de desapego del mundo, primado del espíritu sobre la materia y urgencia de la penitencia, que implica la práctica de la caridad, el amor a la oración y la ascesis física" (Constituciones, art. 3).

Queridos hermanos, inspiraos constantemente en vuestro fundador, el humilde penitente sumergido en Dios, que sabía transmitir a sus hermanos una auténtica experiencia de lo divino. En él el Señor quiso realizar "maravillas", confiándole tareas extraordinarias, que lo llevaron a recorrer gran parte de Italia y Francia y a iluminarlas con el esplendor de su santidad.

Durante los casi cinco siglos que han transcurrido desde su muerte, acaecida el 2 de abril de 1507, sus hijos, fieles al carisma del fundador, han seguido anunciando el "evangelio de la penitencia". Se han esforzado por vivir su espíritu de humildad, de pobreza y de profunda oración, imitando su tierna devoción a la Eucaristía, al Crucificado y a la Virgen. En particular, han seguido esmerándose en la observancia del "cuarto voto de la cuaresma perpetua". De esta forma, han prolongado en todo el mundo la estela luminosa de san Francisco de Paula, testimoniando por doquier el irrenunciable papel de la penitencia en el itinerario de conversión y enriqueciendo la vida de la Iglesia con admirables obras de caridad y de santidad.

3. "Vosotros no solamente tenéis una historia gloriosa que recordar y contar, sino una gran historia que construir. Poned los ojos en el futuro, hacia el que el Espíritu os impulsa para seguir haciendo con vosotros grandes cosas". En esta particular circunstancia, deseo repetiros esas palabras de la exhortación apostólica Vita consecrata (n. 110), en las que se reflejan muy bien los objetivos de vuestro capítulo general. Con la profundización del tema: "Identidad y misión de los Mínimos al comienzo del tercer milenio después de 500 años de historia: religiosos y laicos juntos con el único carisma, para la misma misión", se propone analizar el carisma de la penitencia cuaresmal a la luz de los desafíos del mundo actual, descubriendo los nuevos areópagos que hay que privilegiar para el anuncio evangélico de la conversión y de la reconciliación.

Este compromiso, ya puesto de relieve en la última asamblea de la orden, exige una aplicación concreta con la presencia significativa y amorosa de los Mínimos en los ambientes de gran pobreza espiritual, mediante la escucha, la dirección espiritual y la formación de las conciencias en la reflexión y la oración. Puede tener gran importancia vuestra presencia en las fronteras de la indigencia material, para llevar a los necesitados una solidaridad real, también con vuestra participación en los organismos que tienen ese fin. Confío en que el ejemplo de vuestro fundador, mensajero de la paz de Cristo, os sostenga en la misión de llevar el don de la reconciliación y de la comunión a las familias, a las realidades eclesiales, a las diversas confesiones cristianas, a los indiferentes y a los alejados de la fe.

4. En la evangelización de los nuevos areópagos, es preciso, ante todo, tener presente que la creatividad y el diálogo con las diversas culturas no deben ir en detrimento de las riquezas de la propia identidad y de la propia historia. En efecto, la creatividad y el diálogo son caminos eficaces del anuncio evangélico cuando pueden contar con una sólida fidelidad al propio carisma. Una vida conventual y penitencial fervorosa constituye seguramente el presupuesto indispensable para que cada religioso refleje en sí la imagen transparente de Cristo casto, pobre y obediente, la única que fascina y conquista a cuantos buscan la verdad y la paz.

Una pastoral auténtica y encarnada presupone la santidad, que los Mínimos, siguiendo el ejemplo de su fundador, se esmerarán por alcanzar, recorriendo el camino de la penitencia. Pero aunque esta consiste sobre todo en la conversión del corazón, se sirve también de los medios ascéticos típicos de la tradición espiritual de la Iglesia y del propio instituto. En este marco, adquiere singular importancia la fidelidad al cuarto voto solemne de la vida cuaresmal, que san Francisco de Paula quiso que profesaran los frailes y las monjas de las órdenes que fundó. Este signo peculiar de pertenencia a la orden de los Mínimos resulta muy eficaz en el testimonio de las "cosas de arriba" a un mundo distraído y sumergido en el hedonismo. En efecto, además de ser un poderoso medio de santificación personal, constituye una ocasión para reparar los pecados de todos los hombres y un modo de obtener para ellos la gracia de la vuelta a Dios.

La tendencia dominante en la sociedad contemporánea, y sobre todo entre los jóvenes, a buscar la gratificación inmediata, lejos de llevar a los Mínimos a atenuar la dimensión cuaresmal de su instituto, más bien deberá comprometerlos a ponerse con renovado ardor al servicio de sus hermanos, para educarlos en el gran camino espiritual de la penitencia. Ciertamente, es necesario buscar un lenguaje y motivaciones adecuados, pero sigue siendo indispensable testimoniar la alegría propia de quien renuncia a las comodidades del mundo para encontrar la perla preciosa del reino de Dios (cf. Mt Mt 13,45-46). Este testimonio constituirá un valioso don que vuestra orden dará a toda la Iglesia, recordando el deber de todos de acoger el evangelio de la conversión y de la ascesis.

5. Además de los religiosos y las religiosas de la primera y de la segunda orden, san Francisco de Paula, con intuición profética, quiso iniciar en la espiritualidad de la vida cuaresmal también a los laicos, para quienes fundó la tercera orden. Así participan desde hace casi quinientos años en la misión de la orden, a través de múltiples formas de comunión y colaboración.

242 La complejidad y las rápidas transformaciones del mundo contemporáneo exigen una pronta capacidad de discernimiento y una presencia cada vez más cualificada de los cristianos en las realidades mundanas. Con esta finalidad, aprovechando las experiencias positivas acumuladas con los años, hay que estimular y apoyar la colaboración entre laicos y religiosos, pues esta colaboración podrá favorecer inesperadas y fecundas profundizaciones de algunos aspectos de vuestro carisma (cf. Vita consecrata VC 55). A este propósito, es necesario que los religiosos se dediquen cada vez con mayor esmero a la formación de los laicos: han de ser guías expertos de vida espiritual, atentos a las personas y a los signos de los tiempos, y testigos gozosos del carisma que quieren compartir con cuantos actúan más directamente en el mundo.

6. Queridos hermanos, el gran jubileo invita a toda la Iglesia a contemplar con renovada gratitud el misterio de la Encarnación, para anunciar con creciente ardor el evangelio de Cristo en el nuevo milenio: abre ante vosotros un vasto campo de acción y compromisos.

Quiera Dios que vuestra orden, después de haber superado tantos momentos difíciles a lo largo de la historia, siga siendo luz que ilumina a los penitentes de la Iglesia: que recuerde la necesidad de conversión y de penitencia a los que están alejados de la fe, anime con el ejemplo y la oración a cuantos se han puesto en camino, y testimonie una vida cuaresmal que, siguiendo a Jesús en su camino hacia el Calvario, permita gustar en cierto modo, ya desde ahora, la alegría de la Pascua eterna.

Que vuestras comunidades, sacando de su propio tesoro cosas nuevas y antiguas (cf. Mt Mt 13,52), sean expresión de la inagotable fuerza del camino de penitencia que, llevando a renunciar al hombre viejo, pone las bases para la venida del Reino.

Encomiendo vuestros generosos propósitos y vuestros trabajos capitulares a la Virgen santísima, a san Francisco de Paula y a los numerosos santos y beatos que enriquecen vuestra historia secular, para que os ayuden a proponer de nuevo hoy vuestro carisma, como signo elocuente de fecundidad evangélica y de renovación de la vida eclesial.

Con estos deseos, os imparto de buen grado a vosotros, aquí presentes, y a toda la orden de los Mínimos, en su triple expresión de frailes, monjas y terciarios, una especial bendición apostólica.






A LOS CONSEJOS DE ADMINISTRACIÓN


DE LAS FUNDACIONES "JUAN PABLO II PARA EL SAHEL"


Y "POPULORUM PROGRESSIO"


Martes 4 de julio

. 1. Con gran alegría os acojo y os saludo cordialmente, queridos miembros de los consejos de administración de las fundaciones Juan Pablo II para el Sahel y Populorum progressio. Saludo, de modo especial, a monseñor Paul Joseph Cordes, presidente del Consejo pontificio "Cor unum", y le agradezco las palabras de bienvenida que ha tenido la amabilidad de dirigirme en nombre de todos vosotros. Saludo a sus colaboradores y les agradezco la ayuda y el apoyo que brindan a estas instituciones providenciales, que manifiestan de manera concreta la cercanía de la Santa Sede a cuantos sufren hambre y miseria.

La fundación Juan Pablo II para el Sahel empezó su actividad en 1984, a raíz del llamamiento que realicé en Uagadugu en 1980 a la comunidad internacional para una movilización general contra la grave desertización que azota a los países del Sahel. Por desgracia, veinte años después, ese llamamiento no ha perdido actualidad: no sólo en las zonas desérticas del norte de África, sino también en todo el planeta el problema del agua resulta cada vez más grave y urgente. La carencia de agua será, tal vez, la cuestión principal que la humanidad deberá afrontar en un futuro próximo.
Por eso es oportuno que los responsables de las naciones adopten las medidas oportunas para favorecer un acceso justo a un bien tan valioso para toda la humanidad. No basta pensar en las necesidades presentes; en efecto, tenemos una seria responsabilidad ante las generaciones futuras, que nos pedirán cuentas de nuestro deber de salvaguardar los bienes naturales que el Creador ha confiado a los hombres para que los valoren de modo atento y respetuoso.

Por lo que respecta a la fundación Populorum progressio, que nació en el marco de las celebraciones por el V centenario de la evangelización del continente americano, quiere promover, con vistas al desarrollo integral de la persona, a las poblaciones más marginadas de las sociedades de América Latina y del Caribe. Se trata de una fundación destinada a ayudar a los más pobres entre los pobres. En efecto, amplios sectores de la población latinoamericana esperan aún alcanzar un desarrollo digno del ser humano.


Discursos 2000 237