Discursos 2000 243

243 2. La feliz circunstancia de este primer encuentro mío con vuestras fundaciones, junto con el Consejo pontificio "Cor unum", durante el Año jubilar, me brinda la oportunidad de reflexionar con vosotros sobre el valor y el significado de la obra que la Iglesia realiza en favor de los más pobres. En efecto, el jubileo, además de ser ocasión de conversión, es también invitación a gestos concretos de solidaridad para con los necesitados. Y frente a las enormes necesidades del mundo de hoy, la Iglesia quiere dar su contribución.

Ciertamente, con los pocos medios de que dispone, sabe que no puede afrontar todas las necesidades, pero se esfuerza por dar algunos signos de esperanza concreta que sean signos de la presencia amorosa de Cristo. El evangelio narra cómo Cristo, con sus milagros, quería manifestar la misericordia que Dios siente por el hombre. Así, con su acción, la Iglesia desea indicar que Dios se acerca a quien se encuentra en dificultad para devolverle esperanza y dignidad. La Iglesia no pretende ser simplemente una organización de ayuda humanitaria; más bien, quiere testimoniar de todas las maneras posibles la caridad de Cristo, que libra al ser humano de todo mal.

3. Una de vuestras fundaciones combate contra la desertización de la tierra. Hablar de desierto trae a la memoria la condición en que se halla gran parte de la humanidad, afligida por la violencia, las calamidades y el egoísmo. A quien vive en este "desierto" de nuestro tiempo la Iglesia quiere llevarle el agua de la verdad y del amor. La Iglesia desea responder a las grandes formas de pobreza que afligen a los pueblos presentándoles a Cristo, Hijo de Dios encarnado por amor al hombre.

Verdaderamente todo corazón tiene hambre y sed de este amor. Son dignos de alabanza todos los esfuerzos por ayudar a los hombres que atraviesan dificultades a recuperar su dignidad de seres humanos. También es laudable cualquier contribución al progreso social de las personas y de los pueblos que sufren enfermedades y pobreza. Cuando los cristianos se interesan por el sufrimiento y los problemas de sus hermanos y hermanas pobres y necesitados, quieren, sobre todo, ayudarles a experimentar que Dios los ama y desea que sean protagonistas de su desarrollo.

4. A esta luz se han de ver las iniciativas emprendidas por estas dos fundaciones en naciones y continentes particularmente probados. En este marco se sitúa toda la acción caritativa de la Iglesia, que el Consejo pontificio "Cor unum" está llamado a inspirar y coordinar. El pasado mes de mayo, con ocasión de la Jornada de los testigos de la caridad, recordé a este propósito que cuantos en la Iglesia realizan actividades de caridad no son simples asistentes sociales, sino verdaderos testigos.

En el alba del nuevo milenio, toda intervención caritativa eclesial debe llevarse a cabo desde esta perspectiva. Amadísimos hermanos y hermanas, deseándoos que este sea el principio que impulse todas vuestras obras y actividades, imploro para vosotros al Señor Jesús y a María, Madre de la esperanza, constante apoyo y protección. Para ello os aseguro mi oración y de buen grado os imparto a vosotros, aquí presentes, y a cuantos representáis, así como a las poblaciones que se benefician de vuestro servicio, una especial bendición apostólica.






A LOS CAPITULARES


DE LOS FRAILES MENORES CAPUCHINOS


Viernes 7 de julio de 2000

Queridos hermanos de la orden capuchina:

1. Me alegra acogeros con ocasión de vuestro capítulo general. Saludo cordialmente a vuestro ministro general, fray John Corriveau y, a la vez que le agradezco los sentimientos manifestados en nombre de todos vosotros, lo felicito y le expreso mis mejores deseos para el cargo en que el capítulo le ha confirmado al servicio de la orden.

Una de las biografías más autorizadas de vuestro fundador narra que el Papa Inocencio III, mientras estaba evaluando la petición de san Francisco que solicitaba permiso para fundar una "nueva" forma de vida consagrada, se sintió impulsado por un sueño a darle una respuesta afirmativa: se le apareció la basílica de San Juan de Letrán a punto de derrumbarse, pero junto a ella había un hombre pobre y pequeño que la sostenía sobre sus hombros para que no se desplomara (cf. san Buenaventura, Leyenda mayor , III, III 10,0 FF 1064). Vuestra familia religiosa, desde sus orígenes, se ha distinguido por el compromiso, que le legó san Francisco, de un gran amor a la Iglesia y de una obediencia filial y fidelidad a sus pastores. Todo esto explica muy bien el significado de esta visita vuestra y, por tanto, es oportuno que el Sucesor de Pedro se dirija a vosotros, representantes de vuestros hermanos esparcidos por todo el mundo, para exhortaros a perseverar en el camino emprendido.

2. La reciente celebración de Pentecostés ha atraído, una vez más, nuestra atención hacia los múltiples dones con los que el Espíritu Santo ha querido enriquecer a la Iglesia. La vida misma de la Esposa de Cristo es fruto de la efusión del Espíritu prometido por Jesús en la última Cena (cf. Jn Jn 15,26-27 Jn 16,4-15). Esta efusión, experimentada de modo tan intenso en la tarde de Pascua (cf. Jn Jn 20,21-23) y en la mañana de Pentecostés (cf. Hch Ac 2,1-4), hace de la Iglesia una espléndida comunidad de personas diferentes, reunidas en una profunda comunión de fe y amor, y comprometidas a dar testimonio de Jesús resucitado ante todas las gentes.

244 También los diversos institutos religiosos, con sus respectivos carismas, son fruto de amor del Espíritu a la Iglesia. En el seguimiento de Cristo y en la adhesión a su persona es preciso destacar hoy ante todo, con especial relieve, la "fidelidad al carisma fundacional y al consiguiente patrimonio espiritual de cada instituto" (Vita consecrata VC 36). "El carisma mismo de los fundadores se revela como una experiencia del Espíritu (cf. Evangelica testificatio, 11), transmitida a los propios discípulos para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el Cuerpo de Cristo en crecimiento perenne. Por eso la Iglesia defiende y sostiene la índole propia de los diversos institutos religiosos (cf. Lumen gentium LG 44 Christus Dominus CD 33 CD 35, 1-2, etc. ). (...) Es necesario, por lo mismo, que (...) la identidad de cada instituto sea asegurada de tal manera que pueda evitarse el peligro de la imprecisión con que los religiosos, sin tener suficientemente en cuenta el modo de actuar propio de su índole, se insertan en la vida de la Iglesia de manera vaga y ambigua" (Mutuae relationes, 11).

3. Mis encuentros con vosotros, con ocasión de vuestros capítulos generales, me han dado la oportunidad, entre otras cosas, de apreciar el empeño con el que habéis procurado redescubrir, a la luz de las enseñanzas conciliares, la herencia espiritual de san Francisco, identificando con mucha seriedad lo que es verdaderamente esencial en vuestro carisma. Os animo a proseguir en esta dirección, siempre atentos y dóciles a las indicaciones del Magisterio.

Dos aspectos, en particular, deberéis tener siempre presentes: en primer lugar, la prioridad y la centralidad, como quería san Francisco, de la fraternidad evangélica, que os caracteriza como frailes y hace de vosotros una orden de hermanos. Desde esta perspectiva, vuestro compromiso consiste en modelar cada aspecto de vuestra vida según lo que es típico del carisma franciscano capuchino: el espíritu de oración, la minoridad y la sencillez, la pobreza y la austeridad, el contacto con el pueblo, la cercanía a los necesitados, el celo por la evangelización, la alegría y la esperanza cristiana. Entre estos valores, recientemente, durante vuestro sexto Consejo plenario, habéis tomado nuevamente en consideración la opción por la pobreza. Os ha impulsado a hacerlo vuestro renovado sentido de fraternidad, que se ha acentuado gracias a la difusión de la orden en todo el mundo. En efecto, los nuevos problemas de nuestra sociedad os invitan a ahondar en el significado de la pobreza evangélica vivida fraternalmente, es decir, en la dimensión comunitaria, institucional y estructural (cf. Proposición 4; Analecta O.F.M. Cap. 114 [1998] 825). En la contemplación de Cristo pobre encontraréis inspiración, no sólo para vivir personalmente una vida pobre, sino también para amar y servir a los pobres, a quienes mi predecesor Pablo VI definió un "sacramento" de Cristo (Acta Apostolicae Sedis 60 [1968] 620).

En segundo lugar, consideráis oportuno subrayar la actitud coherente, práctica y concreta de san Francisco. Es necesario pasar a los hechos, a los valores vividos, al método del testimonio directo. En efecto, conocéis bien el criterio al que solía referirse vuestro fundador: "Plus exemplo quam verbo", con el ejemplo más que con las palabras (Leyenda de los tres compañeros, 36: FF 1440).

4. Vuestro capítulo general se celebra durante el año del gran jubileo. Es una circunstancia providencial que conviene tener presente. El jubileo es un año de gracia para todo el pueblo de Dios: es tiempo de conversión a un seguimiento más auténtico de Cristo, de renovación interior y de mayor coherencia y disponibilidad hacia el Espíritu, que interpela las conciencias mediante los signos de los tiempos. Estaréis plenamente en sintonía con la gracia de esta celebración jubilar en la medida en que os esforcéis por vivir auténticamente vuestra vocación franciscana capuchina. Ojalá que las decisiones tomadas en el capítulo os ayuden a conformaros cada vez más a Cristo, que nació en nuestra historia hace dos mil años.

Que vuestro capítulo os ayude a aceptar con valentía franciscana los desafíos del nuevo milenio; desde la perspectiva de la novedad evangélica, os estimulan a la creatividad, a la audacia y al optimismo. "En estos tiempos se exige de los religiosos aquella autenticidad carismática, vivaz e imaginativa, que brilló fúlgidamente en los fundadores" (Mutuae relationes, 23).

5. Que vuestro padre y hermano Francisco os guíe y acompañe siempre en vuestro compromiso de ser coherentes con vuestro estilo de vida, de modo que lleguéis a ser, como él quería, auténticos hermanos menores. Os acompañen también tantos hermanos vuestros que os han precedido y son para vosotros ejemplos inspiradores y modelos para imitar. Entre estos, mi pensamiento se dirige particularmente al gran número de quienes he tenido la alegría de canonizar y beatificar durante mi pontificado. Por último, os asista con su amor materno María, la Virgen fiel, "bajo cuyo ejemplo habéis consagrado a Dios vuestra vida" (Evangelica testificatio, 56), en la "respuesta de amor y de entrega total a Cristo" (Vita consecrata VC 112).

Os ruego que transmitáis a vuestros hermanos de todo el mundo mi estima y mi gratitud por su testimonio y su servicio en la misión universal de la Iglesia. A todos los frailes de la orden, dondequiera presentes, y a vosotros, frailes capitulares, os imparto de corazón mi bendición apostólica.






A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO


INTERNACIONAL ORGANIZADO POR LA ASOCIACIÓN


DE MÉDICOS CATÓLICOS ITALIANOS


Viernes 7 de julio



1. Os doy mi cordial bienvenida a todos vosotros, amadísimos médicos católicos, que habéis venido a Roma junto con vuestros familiares para participar en el congreso internacional organizado por la "Asociación de médicos católicos italianos", la "Federación europea de asociaciones de médicos católicos" y la "Federación internacional de asociaciones de médicos católicos". El objetivo principal de vuestro encuentro en la ciudad eterna es celebrar vuestro jubileo. Os deseo de corazón que, fortalecidos por esta provechosa actividad espiritual, con valentía deis nuevo impulso a vuestro testimonio evangélico en el sector tan importante de la medicina y de la actividad sanitaria.

Os saludo a todos con afecto, comenzando por el cardenal Dionigi Tettamanzi, arzobispo de Génova, y por los profesores Domenico Di Virgilio, Paul Deschepper y Gian Luigi Gigli, presidentes respectivamente de las instituciones antes mencionadas. Saludo, asimismo, a los sacerdotes Feytor Pinto y Valentin Pozaic, así como a los asistentes eclesiásticos presentes.
245 Mi saludo se extiende a monseñor Javier Lozano Barragán, presidente del Consejo pontificio para la pastoral de la salud, organismo al que he confiado la tarea de impulsar y promover la obra de formación, estudio y acción realizada por la "Federación internacional de asociaciones de médicos católicos", especialmente en el marco del Año jubilar.

Por último, doy las gracias de modo particular al profesor Domenico Di Virgilio, que ha interpretado muy bien vuestros sentimientos comunes, expresando vuestra fiel adhesión a la Cátedra de Pedro.

2. El tema que habéis elegido para vuestro congreso -Medicina y derechos del hombre- es muy importante no sólo porque manifiesta el esfuerzo cultural de conjugar el progreso de la medicina con las exigencias éticas y jurídicas de la persona humana, sino también porque reviste gran actualidad a causa de las violaciones efectivas o potenciales del derecho fundamental a la vida, en el que se basan todos los demás derechos de la persona.

Con la actividad que realizáis, prestáis día a día un noble servicio a la vida. Vuestra misión de médicos os pone a diario en contacto con la misteriosa y estupenda realidad de la vida humana, impulsándoos a interesaros por los sufrimientos y las esperanzas de muchos hermanos y hermanas. Perseverad en vuestra generosa entrega, asistiendo de modo particular a los ancianos, a los enfermos y a los discapacitados.

Comprobáis que en vuestra profesión no bastan la asistencia médica y los servicios técnicos, aunque se realicen con profesionalidad ejemplar. Es preciso ofrecer al enfermo también la especial medicina espiritual que consiste en el calor de un auténtico contacto humano. Ese contacto puede devolver al paciente el amor a la vida, estimulándolo a luchar por ella, con un esfuerzo interior que a veces resulta decisivo para su curación.

Hay que ayudar al enfermo a recuperar no sólo el bienestar físico, sino también el psicológico y moral. Esto supone en el médico, además de competencia profesional, una actitud de solicitud amorosa, inspirada en la imagen evangélica del buen samaritano. El médico católico está llamado a testimoniar a toda persona que sufre los valores superiores, fundados sólidamente en la fe.

3. Queridos médicos católicos, sabéis muy bien que vuestra misión imprescindible consiste en defender, promover y amar la vida de cada ser humano, desde su comienzo hasta su ocaso natural. Hoy, por desgracia, vivimos en una sociedad donde a menudo dominan no sólo una cultura abortista, que lleva a la violación del derecho fundamental a la vida del concebido, sino también una concepción de la autonomía humana, que se expresa en la reivindicación de la eutanasia como autoliberación de una situación que, por diversos motivos, ha llegado a ser penosa.

Sabéis que al católico jamás le es lícito hacerse cómplice de un presunto derecho al aborto o a la eutanasia. La legislación favorable a semejantes crímenes, al ser intrínsecamente inmoral, no puede constituir un imperativo moral para el médico, que podrá recurrir lícitamente a la objeción de conciencia. El gran progreso logrado durante estos años en los cuidados paliativos del dolor permite resolver de modo adecuado las situaciones difíciles de los enfermos terminales.

Toda persona verdaderamente respetuosa de los derechos del ser humano ha de afrontar con valentía las múltiples y preocupantes formas de atentado contra la salud y la vida. Pienso en las destrucciones, en los sufrimientos y en las muertes que afligen a poblaciones enteras a causa de conflictos y guerras fratricidas. Pienso en las epidemias y enfermedades que se registran entre las poblaciones forzadas a abandonar sus tierras para huir hacia un destino desconocido. ¡Cómo permanecer indiferentes ante tantas escenas conmovedoras de niños y ancianos que viven situaciones insoportables de malestar y sufrimiento, sobre todo cuando se les niega incluso el derecho fundamental a la asistencia sanitaria!

Es un amplio campo de acción que se abre ante vosotros, queridos médicos católicos, y expreso mi profunda estima a cuantos de entre vosotros deciden valientemente dedicar un poco de su tiempo a quienes se encuentran en condiciones tan duras. La cooperación misionera en el campo sanitario siempre ha sido muy apreciada y deseo de corazón que se intensifique ulteriormente este generoso servicio a la humanidad que sufre.

4. Por desgracia, numerosos hombres y mujeres, especialmente en los países más pobres, al entrar en el tercer milenio, siguen sin tener acceso a servicios sanitarios y a medicinas esenciales para curarse. Muchos hermanos y hermanas mueren diariamente de malaria, lepra, sida, a veces en medio de la indiferencia general de quienes podrían o deberían prestarles ayuda. Ojalá que vuestro corazón sea sensible a este clamor silencioso. Queridos miembros de las asociaciones de médicos católicos, vuestra tarea consiste en trabajar a fin de que el derecho primario a lo que es necesario para el cuidado de la salud y, por tanto, a una adecuada asistencia sanitaria, sea efectivo para todos los hombres, prescindiendo de su posición social y económica.

246 Entre vosotros se encuentran investigadores de las ciencias biomédicas, las cuales, por su misma naturaleza, están destinadas a progresar, a desarrollarse y a mejorar las condiciones de salud y de vida de la humanidad. También a ellos les dirijo una apremiante exhortación a dar generosamente su contribución para asegurar a la humanidad condiciones mejores de salud, respetando siempre la dignidad y el carácter sagrado de la vida. En efecto, no todo lo científicamente factible es siempre moralmente aceptable.

Al volver a vuestras naciones respectivas, sentid el deseo de proseguir, con nuevo impulso, vuestra actividad de formación y actualización, no sólo en las disciplinas relativas a vuestra profesión, sino también en la teología y la bioética. Es muy importante, particularmente en las naciones donde viven Iglesias jóvenes, cuidar la formación profesional y ético-espiritual de los médicos y del personal sanitario, el cual afronta a menudo graves emergencias que exigen competencia profesional y adecuada preparación en el campo moral y religioso.

5. Amadísimos médicos católicos, vuestro congreso se ha insertado providencialmente en el marco del jubileo, tiempo favorable para la conversión personal a Cristo y para abrir el corazón a los necesitados. Quiera Dios que la celebración jubilar os deje como fruto una mayor atención al prójimo, una generosa comunión de conocimientos y experiencias, y un auténtico espíritu de solidaridad y caridad cristiana.

Que la Virgen santísima, Salus infirmorum, os asista en vuestra compleja y necesaria misión. Os sirva de ejemplo san José Moscati, para que no os falte jamás la fuerza de testimoniar con coherencia, con total honradez y con absoluta rectitud el "evangelio de la vida".

Al tiempo que os agradezco una vez más vuestra visita, invoco la constante benevolencia del Señor sobre vosotros, sobre vuestros familiares y sobre cuantos están confiados a vuestro cuidado, y os imparto a todos de corazón una especial bendición apostólica.






A LOS CAPITULARES DE LOS CLÉRIGOS


REGULARES DE SAN PABLO (BARNABITAS)


Sábado 8 de julio

Amadísimos Clérigos Regulares de San Pablo:

1. Me alegra encontrarme con vosotros, con ocasión del capítulo general de vuestro instituto. Se trata de un acontecimiento de gracia, que constituye para vosotros un fuerte impulso a buscar de nuevo las raíces auténticas de vuestra congregación y a profundizar vuestro carisma específico, procurando discernir los modos más idóneos para vivirlo en el actual marco sociocultural.
Saludo al prepósito general y a su consejo, así como a los delegados a la asamblea capitular. Extiendo mi cordial saludo a todos los barnabitas, que realizan su generoso apostolado en Italia, Europa, África, América y Asia.

Durante estos días de intensos trabajos capitulares, estáis reflexionando en el estimulante tema: "Mirar al futuro". Fieles a vuestro carisma, queréis mantener viva y operante la enseñanza de san Pablo en el tercer milenio al servicio de la Iglesia y de los hombres.

Os animo a realizar vuestros propósitos. Reafirmad con alegría vuestra fidelidad al patrimonio espiritual de vuestro fundador, san Antonio María Zaccaría, cuya memoria litúrgica celebramos el miércoles pasado. Sacerdote enraizado en Dios, y al mismo tiempo apasionado por el hombre, vivió una espiritualidad exigente, fundada en la "locura de la cruz". Consideró al apóstol san Pablo como su maestro, su modelo de vida y su guía en la realización de un apostolado de caridad en favor del clero y de todo el pueblo cristiano.

247 En un tiempo de relajación general, san Antonio María Zaccaría reavivó la fe, promoviendo una intensa vida de renovación interior centrada en Cristo crucificado y en el culto de la Eucaristía, corazón de la vida de la Iglesia. Que su ejemplo os impulse a proseguir su misma misión, tan valiosa hoy como ayer, porque está orientada a anunciar y testimoniar a Cristo, muerto y resucitado por nuestra salvación.

2. Queridos hermanos, al indicar a sus hijos espirituales el ideal de vida religiosa y apostólica, san Antonio María Zaccaría puso de relieve la caridad, que es la única que tiene verdadero valor (cf. Sermón IV), añadiendo que, para alcanzar la más elevada de las virtudes teologales, es necesario progresar en la perfección, según tres vías espirituales prioritarias: la observancia de los mandamientos, el estudio de la verdad y del Evangelio, y el anuncio de la buena nueva (Constituciones, IV).

Sobre la sólida base de estos puntos concretos de referencia, se ha desarrollado la espiritualidad misionera de vuestra familia religiosa. "Plantas y columnas de la renovación del fervor cristiano" (Carta VII), los hermanos que constituyeron en la iglesia de San Bernabé, en Milán, el primer cenáculo de vida ascética y apostólica animada por el sacerdote Antonio María, eligieron como padre y guía al Apóstol de las gentes, esforzándose por poner en práctica su doctrina y sus ejemplos. Asumieron, además, el compromiso de reformar las costumbres, dedicándose con particular empeño a la educación de la juventud en las escuelas y en los oratorios.

Siguiendo esa misma línea, ardua y evangélicamente fecunda, los Clérigos Regulares de San Pablo se sienten también hoy invitados a testimoniar el evangelio de la caridad a sus contemporáneos. El amor a Jesús, el "Crucificado vivo", y el deseo de abrazar en la caridad a todo hombre sin distinción, los impulsan a buscar, con libertad profética y sabio discernimiento, caminos nuevos para ser presencia viva en la Iglesia, en comunión con el Papa y en colaboración con los obispos.

3. Al contemplar los vastos horizontes de la nueva evangelización, se siente cada vez más la urgencia de proclamar y testimoniar el mensaje evangélico a todos, sin distinción. Por tanto, vuestro campo de apostolado es tan vasto como el mundo. Vuestro santo fundador, estimulándoos, decía que debe abarcar hasta donde Cristo "ha puesto la medida" (Carta VI). En efecto, ¡cuántas personas esperan aún conocer a Jesús y su Evangelio! ¡Cuántas situaciones de injusticia y de sufrimiento moral y material existen en tantas partes de la tierra! Pero, para cumplir una misión tan urgente, es indispensable que cada uno de vosotros, queridos hermanos, encuentre cada día a Cristo en la oración incesante y ferviente. Sólo así seréis capaces de indicar a los demás el camino para encontrarlo.

Fortalecidos por este coloquio interior con el Señor, podréis colaborar con él en la salvación de las almas, saliendo al encuentro de las necesidades de la gente con el espíritu del apóstol san Pablo, sin temer obstáculos ni dificultades.

4. A este propósito, he sabido que vuestra congregación está examinando, con sumo esmero, una de vuestras actividades apostólicas principales, la de la enseñanza, que en Italia atraviesa una grave crisis. Por desgracia, durante estos últimos años habéis debido cerrar prestigiosos institutos educativos, que han formado la conciencia de numerosos jóvenes, transmitiéndoles elevados ideales de vida humana y cristiana. Quisiera exhortaros a no desanimaros y a permanecer serenos incluso ante esta dolorosa prueba, confiando en la ayuda divina y en el apoyo de vuestro fundador.

Pertenecéis a un instituto religioso con una gran tradición de hombres que han servido a la Iglesia en los campos más diversos, afrontando a menudo situaciones muy difíciles. Basta recordar figuras como la de san Alejandro Sauli, confesor de san Carlos Borromeo, y la de san Francisco Javier Bianchi, discípulo de san Alfonso María de Ligorio. Al contemplar el testimonio de estos hermanos vuestros, discípulos fieles de Cristo y obreros generosos del Evangelio, avanzad con confianza e intensificad vuestro impulso apostólico.

Que la Virgen Inmaculada os proteja y guíe el camino de vuestra familia religiosa, llevando a cumplimiento todos vuestros proyectos de bien.

Con estos sentimientos, os bendigo con afecto, a la vez que os aseguro mi recuerdo en la oración por vosotros y por cuantos encontráis en vuestro ministerio apostólico diario.





AUDIENCIA DE JUAN PABLO II


A LOS PARTICIPANTES EN EL CAPÍTULO GENERAL


DE LA ORDEN BASILIANA DE SAN JOSAFAT


Sábado 8 de julio de 2000

248 Amadísimos padres de la orden basiliana:

1. Estáis reunidos en la ciudad eterna para los trabajos de vuestro capítulo general. Os acojo con alegría en este encuentro especial, que habéis solicitado para confirmar, también de este modo, vuestra comunión con la Sede de Pedro. Al expresaros mi gratitud por este testimonio de caridad eclesial, dirijo un cordial saludo a vuestro protoarchimandrita Dionisius Lachovicz.

El objetivo de vuestro capítulo es la renovación de los estatutos de vuestra orden, la elección de la nueva curia generalicia, y la elaboración de directrices válidas para la solución de los problemas actuales de la orden. Gran parte de los miembros de vuestras comunidades acaba de celebrar el décimo aniversario de la liberación de los regímenes opresivos, que obstaculizaron seriamente la vida de la Iglesia. Y este acontecimiento coincide con el año del gran jubileo, o sea, con un período en el que estamos llamados de modo muy particular a la purificación de la memoria, al perdón, en una palabra, a la reconciliación. Especialmente quienes sufrieron tanto están llamados a un amor que "todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta" (
1Co 13,7). Este amor lleva a la reconciliación con los hermanos, sobre todo con los que causaron esos sufrimientos indecibles.
Que el Año santo 2000 constituya para todos vosotros una fuerte llamada a la santidad, tanto en la vida personal como en la comunitaria, para que sus efectos benéficos se derramen en toda la comunidad cristiana.

2. La unidad de la Iglesia, por la que Cristo rogó en la última Cena (cf. Jn Jn 17,20 Jn Jn 17,21), ha de ser un constante compromiso para cada uno de vosotros. A este propósito, imitad el ejemplo de san Basilio el Grande, de quien escribí: "Ese mismo amor a Cristo y a su Evangelio hizo que san Basilio sufriera grandemente por las divisiones de la Iglesia y que, con insistente perseverancia, esperando contra toda esperanza, se preocupara por lograr una comunión más eficaz y manifiesta con todas las Iglesias" (carta apostólica Patres Ecclesiae, 2 de enero de 1980, II: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 27 de enero de 1980, p. 14).

Otra finalidad primaria de vuestra consagración a Dios en la orden basiliana es la renovación de la vida cristiana de vuestro pueblo, finalidad por la que tanto trabajó san Josafat, cuyos restos mortales descansan ahora aquí cerca, en la basílica de San Pedro. Nos estamos acercando al 400° aniversario de su entrada en el monasterio de la Santísima Trinidad en Vilna. A ese momento se remonta el comienzo de una nueva primavera monástica en la Iglesia greco-católica. Con su ascesis espiritual, con su vida de penitencia y con su infatigable servicio a la Iglesia, contribuyó eficazmente no sólo al renacimiento del monaquismo, sino también del cristianismo en aquellas tierras. Una situación análoga se repite actualmente en los lugares donde, durante muchos decenios, la Iglesia fue suprimida. También hoy esos pueblos esperan ver la luz de Dios que se refleja en el rostro de hombres transfigurados por la oración, el amor y el servicio.

La unidad de la Iglesia necesita hoy fidelidad creativa (cf. Vita consecrata, 37), que sepa recurrir a la inmensa y rica tradición espiritual del Oriente cristiano. Es preciso que se recupere esta tradición en todas vuestras comunidades: os corresponde a vosotros ser testigos fieles de un patrimonio espiritual tan multiforme.

3. San Basilio el Grande, vuestro patriarca, comienza las "Reglas más amplias" con una fuerte exhortación al precepto del amor a Dios y a los hermanos. En efecto, de él deriva todo el dinamismo de las sucesivas normas monásticas y del mismo camino hacia la santidad. El amor se practica en una vida comunitaria que se inspira en el modelo de la primera comunidad de Jerusalén, la cual vivía en una comunión plena de bienes y carismas (cf. Hch Ac 2,42-47). En este principio se inspiraron vuestros padres, el metropolita José Veliamin Rutskyj y san Josafat Kuntsevytch, que renovaron la vida de vuestra orden.

Vuestro servicio al ecumenismo ha de partir de una profunda conversión interior a Jesucristo y a su Evangelio. Esto supone una intensa dedicación a la oración, "que transforma nuestra vida con la luz de Dios y la verdad, haciéndonos imagen de Cristo" (Discurso del Santo Padre durante su visita a la iglesia de los padres basilianos greco-católicos de Varsovia, 11 de junio de 1999, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de junio de 1999, p. 7). Sólo poniéndose en humilde contemplación de la santa faz de nuestro Redentor podremos llegar a reconciliarnos entre nosotros y restablecer la unidad plena que nace del amor.

En este camino reviste particular importancia la liturgia, culmen y centro de toda la vida cristiana. Con todas sus riquezas, debe ser vuestro continuo punto de referencia. La adhesión fiel al patrimonio del pasado, que sepa abrirse a una sana creatividad según el gran espíritu de las plegarias litúrgicas, será garantía de la perseverancia en vuestra identidad religiosa oriental.

4. Vuestro carisma se basa en algunos puntos esenciales: la vida comunitaria, manifestación clara de la vida evangélica; el servicio a la unidad de la Iglesia de Cristo expresado con el estudio, con el ejemplo y, sobre todo, con la oración personal y litúrgica; y el apostolado multiforme en favor del pueblo de Dios mediante la formación espiritual y la actividad pastoral, catequística, misionera, escolar y editorial. El mismo san Basilio "supo, con sabio equilibrio, hacer compatible la infatigable predicación con largos momentos de soledad dedicados a la oración. Juzgaba, en efecto, que esto era absolutamente necesario para la "purificación del alma" y consiguientemente para que el anuncio de la palabra de Dios pudiese siempre ser confirmado con un "evidente ejemplo" de vida. Así se convirtió en pastor y al mismo tiempo fue monje, en el auténtico sentido de la palabra" (Patres Ecclesiae, II).

249 Al expresar mi estima y mi gratitud a los padres consejeros salientes, y mis mejores deseos de buen trabajo a quienes serán elegidos en su lugar, dirijo un saludo especial a los representantes de las provincias de Argentina, Brasil, Canadá, Polonia, Rumanía, Estados Unidos, Eslovaquia, Ucrania, Hungría y de la reciente fundación de Praga. Os encomiendo a todos a la intercesión materna de la Virgen santísima, a la vez que, con un saludo fraterno al padre protoarchimandrita, os imparto a cada uno de todo corazón una especial bendición apostólica.






Discursos 2000 243