Audiencias 2000 37

37 De forma análoga, se puede vislumbrar la presencia de las tres personas divinas en la escena de la Ascensión. San Lucas, en la página final del Evangelio, antes de presentar al Resucitado que, como sacerdote de la nueva Alianza, bendice a sus discípulos y se aleja de la tierra para ser llevado a la gloria del cielo (cf. Lc 24,50-52), recuerda el discurso de despedida dirigido a los Apóstoles. En él aparece, ante todo, el designio de salvación del Padre, que en las Escrituras había anunciado la muerte y la resurrección del Hijo, fuente de perdón y de liberación (cf. Lc 24,45-47).

4. Pero en esas mismas palabras del Resucitado se entrevé también el Espíritu Santo, cuya presencia será fuente de fuerza y de testimonio apostólico: "Voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre. Por vuestra parte, permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto" (Lc 24,49). En el evangelio de san Juan el Paráclito es prometido por Cristo, mientras que para san Lucas el don del Espíritu también forma parte de una promesa del Padre mismo.

Por eso, la Trinidad entera se halla presente en el momento en que comienza el tiempo de la Iglesia. Es lo que reafirma san Lucas también en el segundo relato de la Ascensión de Cristo, el de los Hechos de los Apóstoles. En efecto, Jesús exhorta a los discípulos a "aguardar la Promesa del Padre", es decir, "ser bautizados en el Espíritu Santo", en Pentecostés, ya inminente (cf. Ac 1,4-5).

5. Así pues, la Ascensión es una epifanía trinitaria, que indica la meta hacia la que se dirige la flecha de la historia personal y universal. Aunque nuestro cuerpo mortal pasa por la disolución en el polvo de la tierra, todo nuestro yo redimido está orientado hacia las alturas y hacia Dios, siguiendo a Cristo como guía.

Sostenidos por esta gozosa certeza, nos dirigimos al misterio de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, que se revela en la cruz gloriosa del Resucitado, con la invocación, impregnada de adoración, de la beata Isabel de la Trinidad: "¡Oh Dios mío, Trinidad que adoro, ayúdame a olvidarme completamente de mí para establecerme en ti, inmóvil y quieta, como si mi alma estuviese ya en la eternidad...! Pacifica mi alma. Haz de ella tu cielo, tu morada predilecta y el lugar de tu descanso...
¡Oh mis Tres, mi todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad en la que me pierdo, yo me abandono a ti..., a la espera de poder contemplar a tu luz el abismo de tu grandeza!" (Elevación a la Santísima Trinidad, 21 de noviembre de 1904).

Saludos

Deseo saludar a los peregrinos de lengua española, en especial a las asociaciones y grupos parroquiales venidos de España, así como a los peregrinos de México, Venezuela y Argentina. Os invito a seguir a Cristo en el misterio de su Ascensión y así llegar con él a la gloria de la santísima Trinidad. Muchas gracias.

(En checo)
En el mes de mayo, dedicado a la Virgen María, os invito a todos a intensificar la oración y la devoción a la Madre de Dios. Encomendad a sus cuidados maternos el camino de la Iglesia en vuestra patria, así como el camino de toda la Iglesia universal.

(En eslovaco)
38 A ejemplo del apóstol san Juan, también vosotros acoged a María en vuestra casa (cf. Jn 19,27) y dejadle espacio en vuestra vida diaria.

(A los croatas)
Vuestras tierras croatas poseen una rica herencia cristiana, con numerosos ejemplos de fidelidad a Cristo y de santidad desde los primeros siglos hasta nuestros días. Esta herencia, debidamente valorada y respetada, puede ser un firme punto de apoyo para cuantos en el actual marco histórico, dóciles al Espíritu Santo, están comprometidos en la labor de impregnar su ambiente con el Evangelio, para bien de toda persona y de la sociedad entera.
Saludo, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Hoy es la fiesta de la Virgen venerada con el título de María Auxiliadora.
Que María os ayude a vosotros, queridos jóvenes, a fortalecer cada día vuestra fidelidad a Cristo. Os obtenga consuelo y serenidad a vosotros, queridos enfermos. A vosotros, queridos recién casados, os exhorto a traducir a la vida diaria el mandamiento del amor.



Miércoles 31 de mayo 2000



1. El Pentecostés cristiano, celebración de la efusión del Espíritu Santo, presenta varios aspectos en los escritos neotestamentarios. Comenzaremos con el que nos delinea el pasaje de los Hechos de los Apóstoles que acabamos de escuchar. Es el más inmediato en la mente de todos, en la historia del arte e incluso en la liturgia.

San Lucas, en su segunda obra, sitúa el don del Espíritu dentro de una teofanía, es decir, de una revelación divina solemne, que en sus símbolos remite a la experiencia de Israel en el Sinaí (cf. Ex 19). El fragor, el viento impetuoso, el fuego que evoca el fulgor, exaltan la trascendencia divina. En realidad, es el Padre quien da el Espíritu a través de la intervención de Cristo glorificado. Lo dice san Pedro en su discurso: "Jesús, exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y lo ha derramado, como vosotros veis y oís" (Ac 2,33). En Pentecostés, como enseña el Catecismo de la Iglesia católica, el Espíritu Santo "se manifiesta, da y comunica como Persona divina (...). En este día se revela plenamente la santísima Trinidad" (CEC 731-732).

2. En efecto, toda la Trinidad está implicada en la irrupción del Espíritu Santo, derramado sobre la primera comunidad y sobre la Iglesia de todos los tiempos como sello de la nueva Alianza anunciada por los profetas (cf. Jr 31,31-34 Ez 36,24-27), como confirmación del testimonio y como fuente de unidad en la pluralidad. Con la fuerza del Espíritu Santo, los Apóstoles anuncian al Resucitado, y todos los creyentes, en la diversidad de sus lenguas y, por tanto, de sus culturas y vicisitudes históricas, profesan la única fe en el Señor, "anunciando las maravillas de Dios" (Ac 2,11).

Es significativo constatar que un comentario judío al Éxodo, refiriéndose al capítulo 10 del Génesis, en el que se traza un mapa de las setenta naciones que, según se creía, constituían la humanidad entera, las remite al Sinaí para escuchar la palabra de Dios: "En el Sinaí la voz del Señor se dividió en setenta lenguas, para que todas las naciones pudieran comprender" (Éxodo Rabba', 5, 9). Así, también en el Pentecostés que relata san Lucas, la palabra de Dios, mediante los Apóstoles, se dirige a la humanidad para anunciar a todas las naciones, en su diversidad, "las maravillas de Dios" (Ac 2,11).

3. Sin embargo, en el Nuevo Testamento hay otro relato que podríamos llamar el Pentecostés de san Juan. En efecto, en el cuarto evangelio la efusión del Espíritu Santo se sitúa en la tarde misma de Pascua y se halla íntimamente vinculada a la Resurrección. Se lee en san Juan: "Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con vosotros". Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: "La paz esté con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío". Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos"" (Jn 20,19-23).

39 También en este relato de san Juan resplandece la gloria de la Trinidad: de Cristo resucitado, que se manifiesta en su cuerpo glorioso; del Padre, que está en la fuente de la misión apostólica; y del Espíritu Santo, derramado como don de paz. Así se cumple la promesa hecha por Cristo, dentro de esas mismas paredes, en los discursos de despedida a los discípulos: "El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho" (Jn 14,26). La presencia del Espíritu en la Iglesia está destinada al perdón de los pecados, al recuerdo y a la realización del Evangelio en la vida, en la actuación cada vez más profunda de la unidad en el amor.

El acto simbólico de soplar quiere evocar el acto del Creador que, después de modelar el cuerpo del hombre con polvo del suelo, "insufló en sus narices un aliento de vida" (Gn 2,7). Cristo resucitado comunica otro soplo de vida, "el Espíritu Santo". La redención es una nueva creación, obra divina en la que la Iglesia está llamada a colaborar mediante el ministerio de la reconciliación.

4. El apóstol san Pablo no nos ofrece un relato directo de la efusión del Espíritu, pero cita sus frutos con tal intensidad que se podría hablar de un Pentecostés paulino, también presentado en una perspectiva trinitaria. Según dos pasajes paralelos de las cartas a los Gálatas y a los Romanos, el Espíritu es el don del Padre, que nos transforma en hijos adoptivos, haciéndonos partícipes de la vida misma de la familia divina. Por eso afirma san Pablo: "No recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y, si somos hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo" (Rm 8,15-17 cf. Ga 4,6-7).

Con el Espíritu Santo en el corazón podemos dirigirnos a Dios con el nombre familiar abbá, que Jesús mismo usaba con respecto a su Padre celestial (cf. Mc 14,36). Como él, debemos caminar según el Espíritu en la libertad interior profunda: "El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí" (Ga 5,22-23).

Concluyamos esta contemplación de la Trinidad en Pentecostés con una invocación de la liturgia de Oriente: "Venid, pueblos, adoremos a la Divinidad en tres personas: el Padre, en el Hijo, con el Espíritu Santo. Porque el Padre, desde toda la eternidad, engendra un Hijo coeterno que reina con él, y el Espíritu Santo está en el Padre, es glorificado con el Hijo, potencia única, sustancia única, divinidad única... ¡Gloria a ti, Trinidad santa!" (Vísperas de Pentecostés).

Saludos

Saludo a los peregrinos de lengua española. De modo especial a las parroquias y grupos de España, Costa Rica, Puerto Rico, Panamá, México, Venezuela, Chile, Argentina, y otros países de Latinoamérica. En este tiempo pascual del gran jubileo os bendigo de corazón. Muchas gracias.

(A los peregrinos ucranios)
Durante decenios habéis pagado la fidelidad a Dios con sufrimientos y con humillaciones de todo tipo; os han discriminado y habéis sufrido duras persecuciones. Pienso con emoción en los numerosos laicos y eclesiásticos que tuvieron el valor y la fuerza de perseverar hasta el fin al lado de Cristo y de su Iglesia, a pesar de las cárceles, las deportaciones a los campos de concentración y de trabajo forzado. ¡Cuántos de ellos pagaron con su vida esta fidelidad a Dios, a la Iglesia católica y a la Sede apostólica! Por esta actitud la Iglesia os expresa hoy su agradecimiento a vosotros y a vuestros hermanos de rito oriental. Conservad profundamente en la memoria el testimonio de estos mártires y transmitidla a las generaciones futuras, pues son signo de un amor que no retrocede ante ningún peligro, ante ningún sacrificio. De este modo, forman parte del gran patrimonio de la Iglesia en vuestros territorios. Su testimonio debe ser para vosotros modelo y consuelo en el camino del nuevo milenio.

(En italiano)
Por último, me dirijo, como de costumbre, a vosotros, queridos jóvenes, queridos enfermos y queridos recién casados. Hoy concluimos el mes de mayo y mi pensamiento va espontáneamente a María santísima, Estrella luminosa de nuestro camino cristiano. Hagamos siempre referencia a ella para encontrar en su intercesión y en su ejemplo inspiración y guía segura en nuestra peregrinación diaria de fe.



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Junio 2000


Miércoles 7 de junio 2000



La gloria de la Trinidad en el hombre vivo

1. En este Año jubilar nuestra catequesis trata de buen grado sobre el tema de la glorificación de la Trinidad. Después de haber contemplado la gloria de las tres divinas personas en la creación, en la historia, en el misterio de Cristo, nuestra mirada se dirige ahora al hombre, para descubrir en él los rayos luminosos de la acción de Dios.

"Él tiene en su mano el alma de todo ser viviente y el soplo de toda carne de hombre" (Jb 12,10). Esta sugestiva declaración de Job revela el vínculo radical que une a los seres humanos con "el Señor que ama la vida" (Sg 11,26). La criatura racional lleva inscrita en su ser una íntima relación con el Creador, un vínculo profundo, constituido ante todo por el don de la vida. Don que es concedido por la Trinidad misma e implica dos dimensiones principales, como trataremos ahora de ilustrar a la luz de la palabra de Dios.

2. La primera dimensión fundamental de la vida que se nos concede es la física e histórica, el "alma" (nefesh) y el "espíritu" (ruah), a los que se refería Job. El Padre entra en escena como fuente de este don en los mismos inicios de la creación, cuando proclama solemnemente: "Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza (...). Creó Dios al ser humano a imagen suya; a imagen de Dios lo creó; varón y mujer los creó" (Gn 1,26-27). Con el Catecismo de la Iglesia católica podemos sacar esta consecuencia: "La imagen divina está presente en todo hombre. Resplandece en la comunión de las personas, a semejanza de la unión de las personas divinas entre sí" (CEC 1702). En la misma comunión de amor y en la capacidad generadora de las parejas humanas brilla un reflejo del Creador. El hombre y la mujer en el matrimonio prosiguen la obra creadora de Dios, participan en su paternidad suprema, en el misterio que san Pablo nos invita a contemplar cuando exclama: "Un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por todos y está presente en todos" (Ep 4,6).

La presencia eficaz de Dios, al que el cristiano invoca como Padre, se manifiesta ya en los inicios de la vida de todo hombre, y se extiende luego sobre todos sus días. Lo atestigua una estrofa muy hermosa del Salmo 139: "Tú has creado mis entrañas; me has tejido en el seno materno. (...) Conocías hasta el fondo de mi alma, no desconocías mis huesos. Cuando, en lo oculto, me iba formando y entretejiendo en lo profundo de la tierra. Mi embrión (golmi) tus ojos lo veían; en tu libro estaban inscritos todos mis días, antes que llegase el primero" (Ps 139,13 Ps 139,15-16).

3. En el momento en que llegamos a la existencia, además del Padre, también está presente el Hijo, que asumió nuestra misma carne (cf. Jn 1,14) hasta el punto de que pudo ser tocado por nuestras manos, ser escuchado con nuestros oídos, ser visto y contemplado por nuestros ojos (cf. 1Jn 1,1). En efecto, san Pablo nos recuerda que "no hay más que un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y para el cual somos nosotros; y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por el cual existimos nosotros" (1Co 8,6). Asimismo, toda criatura viva está encomendada también al soplo del Espíritu de Dios, como canta el Salmista: "Envías tu Espíritu y los creas" (Ps 104,30). A la luz del Nuevo Testamento es posible leer en estas palabras un anuncio de la tercera Persona de la santísima Trinidad. Así pues, en el origen de nuestra vida se halla una intervención trinitaria de amor y bendición.

4. Como he insinuado, existe otra dimensión en la vida que Dios da a la criatura humana. La podemos expresar mediante tres categorías teológicas neotestamentarias. Ante todo, tenemos la zoê aiônios, es decir, la "vida eterna", celebrada por san Juan (cf. Jn 3,15-16 Jn 17,2-3) y que se debe entender como participación en la "vida divina". Luego, está la paulina kainé ktisis, la "nueva criatura" (cf. 2Co 5,17 Ga 6,15), producida por el Espíritu, que irrumpe en la criatura humana transfigurándola y comunicándole una "vida nueva" (cf. Rm 6,4 Col 3,9-10 Ep 4,22-24). Es la vida pascual: "Del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo" (1Co 15,22). Y tenemos, por último, la vida de los hijos de Dios, la hyiothesía (cf. Rm 8,15 Ga 4,5), que expresa nuestra comunión de amor con el Padre, siguiendo a Cristo, con la fuerza del Espíritu Santo: "La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero" (Ga 4,6-7).

5. Esta vida trascendente, infundida en nosotros por gracia, nos abre al futuro, más allá del límite de nuestra caducidad propia de criaturas. Es lo que san Pablo afirma en la carta a los Romanos, recordando una vez más que la Trinidad es fuente de esta vida pascual: "Si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos (es decir, el Padre) habita en vosotros, Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros" (Rm 8,11).

"Por tanto, la vida eterna es la vida misma de Dios y a la vez la vida de los hijos de Dios. Un nuevo estupor y una gratitud sin límites se apoderan necesariamente del creyente ante esta inesperada e inefable verdad que nos viene de Dios en Cristo (...) (cf. 1Jn 3,1-2). Así alcanza su culmen la verdad cristiana sobre la vida. Su dignidad no sólo está ligada a sus orígenes, a su procedencia divina, sino también a su fin, a su destino de comunión con Dios en su conocimiento y amor. A la luz de esta verdad, san Ireneo precisa y completa su exaltación del hombre: "el hombre que vive" es "gloria de Dios", pero "la vida del hombre consiste en la visión de Dios" (cf. san Ireneo, Adversus haereses IV, 20, 7)" (Evangelium vitae EV 38).

41 Concluyamos nuestra reflexión con la oración que eleva un sabio del Antiguo Testamento al Dios vivo y amante de la vida: "Amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces, pues, si algo odiases, no lo habrías hecho. Y ¿cómo habría permanecido algo si no hubieses querido? ¿Cómo se habría conservado lo que no hubieses llamado? Mas tú con todas las cosas eres indulgente, porque son tuyas, Señor que amas la vida, pues tu espíritu incorruptible está en todas ellas" (Sg 11,24 12, 1).

Saludos
Saludo con afecto a los fieles de lengua española. En especial al grupo de jóvenes de Puerto Rico, así como a los demás peregrinos de España, México y Argentina. Os animo a todos a glorificar a Dios con vuestra vida. Muchas gracias por vuestra atención.

(En checo)
En Pentecostés los Apóstoles recibieron el don del Espíritu de Dios, para poder dar testimonio de Cristo públicamente y con valentía. ¡Ojalá que el Espíritu Santo halle siempre en vuestro corazón una digna morada!

(En lengua croata)
Es un tiempo de gracia y de misión de los cristianos para continuar el anuncio de la salvación y el testimonio evangélico en el alba del tercer milenio.
* * * * *


Como de costumbre, mi pensamiento se dirige ahora a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados.
Dentro de algunos días celebraremos la solemnidad de Pentecostés, con la que se concluirá el tiempo de Pascua. Queridos jóvenes, preparad vuestro corazón a recibir al Espíritu Santo, para ser testigos intrépidos de Cristo. El Espíritu Consolador os proporcione consuelo a vosotros, queridos enfermos, y os haga fuertes en la prueba. Y a vosotros, queridos recién casados, os infunda la luz y el valor para realizar con fidelidad vuestra misión en familia, en la Iglesia y en la sociedad.
Encomiendo estos deseos a María, que esperó en oración con los Apóstoles la venida del Espíritu Santo, y de corazón os bendigo a todos.



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Miércoles 14 de junio 2000

La gloria de la Trinidad en la vida de la Iglesia

1. La Iglesia en su peregrinación hacia la plena comunión de amor con Dios se presenta como un "pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo". Esta estupenda definición de san Cipriano (De Orat. Dom., 23; cf. Lumen gentium, LG 4) nos introduce en el misterio de la Iglesia, convertida en comunidad de salvación por la presencia de Dios Trinidad. Como el antiguo pueblo de Dios, en su nuevo Éxodo está guiada por la columna de nube durante el día y por la columna de fuego durante la noche, símbolos de la constante presencia divina. En este horizonte queremos contemplar la gloria de la Trinidad, que hace a la Iglesia una, santa, católica y apostólica.

2. La Iglesia es, ante todo, una. En efecto, los bautizados están misteriosamente unidos a Cristo y forman su Cuerpo místico por la fuerza del Espíritu Santo. Como afirma el concilio Vaticano II, "el modelo y principio supremo de este misterio es la unidad de un solo Dios, Padre e Hijo en el Espíritu Santo, en la Trinidad de personas" (Unitatis redintegratio, UR 2). Aunque en la historia esta unidad haya experimentado la prueba dolorosa de tantas divisiones, su inagotable fuente trinitaria impulsa a la Iglesia a vivir cada vez más profundamente la koinonía o comunión que resplandecía en la primera comunidad de Jerusalén (cf. Ac 2,42 Ac 4,32).

Desde esta perspectiva se ilumina el diálogo ecuménico, dado que todos los cristianos son conscientes del fundamento trinitario de la comunión: "La koinonía es obra de Dios y tiene un carácter marcadamente trinitario. En el bautismo se encuentra el punto de partida de la iniciación de la koinonía trinitaria por medio de la fe, a través de Cristo, en el Espíritu... Y los medios que el Espíritu ha dado para sostener la koinonía son la Palabra, el ministerio, los sacramentos y los carismas" (Perspectivas sobre la koinonía, Relación del III quinquenio, 1985-1989, del diálogo entre católicos y pentecostales, n. 31). A este respecto, el Concilio recuerda a todos los fieles que "cuanto más estrecha sea su comunión con el Padre, el Verbo y el Espíritu, más íntima y fácilmente podrán aumentar la fraternidad mutua" (Unitatis redintegratio UR 7).

3. La Iglesia es también santa. En el lenguaje bíblico, el concepto de "santo", antes de ser expresión de la santidad moral y existencial del fiel, remite a la consagración realizada por Dios a través de la elección y la gracia ofrecida a su pueblo. Así pues, es la presencia divina la que "consagra en la verdad" a la comunidad de los creyentes (cf. Jn 17,17 Jn 17,19).

Y la liturgia, que es la epifanía de la consagración del pueblo de Dios, constituye el signo más elevado de esa presencia. En ella se realiza la presencia eucarística del cuerpo y la sangre del Señor, pero también "nuestra eucaristía, es decir, nuestro agradecimiento, nuestra alabanza por habernos redimido con su muerte y hecho partícipes de su vida inmortal mediante su resurrección. Tal culto, tributado así a la Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, acompaña y se enraiza ante todo en la celebración de la liturgia eucarística. Pero debe asimismo llenar nuestros templos" y la vida de la Iglesia (Dominicae Coenae, 3). Y precisamente "al unirnos en mutua caridad y en la misma alabanza a la santísima Trinidad, estamos respondiendo a la íntima vocación de la Iglesia y tomando parte en la liturgia de la gloria perfecta degustada anticipadamente" (Lumen gentium, LG 51).

4. La Iglesia es católica, enviada para anunciar a Cristo al mundo entero con la esperanza de que todos los príncipes de los pueblos se reúnan con el pueblo del Dios de Abraham (cf. Ps 47,10 Mt 28,19). Como afirma el concilio Vaticano II, "la Iglesia peregrinante es, por su propia naturaleza, misionera, puesto que tiene su origen en la misión del Hijo y la misión del Espíritu Santo según el plan de Dios Padre. Este designio dimana del "amor fontal" o caridad de Dios Padre, que, siendo principio sin principio, del que es engendrado el Hijo y del que procede el Espíritu Santo por el Hijo, creándonos libremente por su benignidad excesiva y misericordiosa y llamándonos, además, por pura gracia a participar con él en la vida y la gloria, difundió con liberalidad y no deja de difundir la bondad divina, de modo que el que es Creador de todas las cosas se hace por fin "todo en todas las cosas" (1 Co 15, 28), procurando al mismo tiempo su gloria y nuestra felicidad" (Ad gentes, AGD 2).

5. La Iglesia, por último, es apostólica. Según el mandato de Cristo, los Apóstoles deben ir a enseñar a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo lo que él ha mandado (cf. Mt 28,19-20). Esta misión se extiende a toda la Iglesia, que, a través de la Palabra, hecha viva, luminosa y eficaz por el Espíritu Santo y por los sacramentos, "se cumple el designio de Dios, al que Cristo amorosa y obedientemente sirvió, para gloria del Padre, que lo envió a fin de que todo el género humano forme un único pueblo de Dios, se una en un único cuerpo de Cristo y se edifique en un único templo del Espíritu Santo" (Ad gentes, AGD 7).

La Iglesia una, santa, católica y apostólica es pueblo de Dios, cuerpo de Cristo y templo del Espíritu Santo. Estas tres imágenes bíblicas señalan de modo luminoso la dimensión trinitaria de la Iglesia. En esta dimensión se encuentran todos los discípulos de Cristo, llamados a vivirla de modo cada vez más profundo y con una comunión cada vez más viva. El mismo ecumenismo tiene en la referencia trinitaria su sólido fundamento, dado que el Espíritu "une a los fieles con Cristo, mediador de todo don de salvación, y les da, a través de él, acceso al Padre, que en el mismo Espíritu pueden llamar "Abbá, Padre"" (Comisión conjunta católicos y evangélicos luteranos, Iglesia y justificación, n. 64). Así pues, en la Iglesia encontramos una grandiosa epifanía de la gloria trinitaria. Por tanto, recojamos la invitación que nos dirige san Ambrosio: "Levántate, tú que antes estabas acostado, para dormir... Levántate y ven de prisa a la Iglesia: aquí está el Padre, aquí está el Hijo, aquí está el Espíritu Santo" (In Lucam, VII).

Saludos
43 Saludo a los peregrinos de lengua española. De modo especial a los miembros de la Obra de la Visitación de Nuestra Señora, de Barcelona, y a los estudiantes de la Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico, así como a los demás grupos venidos de España, El Salvador, México, Venezuela, Colombia, Chile, Argentina y otros países de Latinoamérica. Que vuestra peregrinación a Roma en este Año jubilar acreciente vuestra conciencia de hijos de la Iglesia.

(A los participantes en el Encuentro europeo
del diálogo interreligioso monástico)

Con ocasión del gran jubileo, habéis querido tener vuestra reunión anual en Roma, pasando por Subiaco, lugar santificado por el recuerdo de san Benito. Habéis venido como peregrinos, reafirmando así que toda la vida monástica es una peregrinación, una búsqueda constante de Dios. Como peregrinos del infinito, invitáis a todos los hombres a fortalecer su vida interior para transformarla en morada de Dios. Así, a lo largo de vuestro camino os cruzáis con otras personas que buscan al Absoluto, y eso os permite entablar con ellos un diálogo respetuoso y profundo. Que Dios bendiga vuestros encuentros y os dé la fuerza para continuar vuestro itinerario con valentía.

(En italiano)

El próximo día 16 de junio varias organizaciones no gubernamentales que trabajan en favor de los refugiados celebrarán la Jornada internacional del refugiado; y el 20 de junio tendrá lugar la Jornada anual del refugiado africano, promovida por la Organización para la unidad africana (OUA). Con el espíritu del reciente jubileo de los emigrantes, deseo dar las gracias a cuantos trabajan en favor de esos millones de emigrantes forzosos que son los refugiados y los que piden asilo. A las naciones que aún deben adoptar leyes adecuadas para defender a estas personas, dirijo un apremiante llamamiento en este Año jubilar, para que provean a hacerlo con solicitud.

(A los jóvenes, enfermos y recién casados)

El Espíritu de Jesús resucitado, que hemos celebrado en la solemnidad de Pentecostés, sea para vosotros, queridos jóvenes, el Maestro interior que os guíe constantemente por el camino del bien. Que vosotros, queridos enfermos, encontréis cada día en el Espíritu Consolador la fuerza para una renovada adhesión a la voluntad de Dios. El Espíritu Santo os haga a vosotros, queridos recién casados, testigos generosos del amor de Cristo.





Miércoles 21 de junio 2000



1. "Jesucristo, único Salvador del mundo, pan para la vida nueva": este es el tema del XLVII Congreso eucarístico internacional, que comenzó el domingo pasado y terminará el próximo domingo con la Statio orbis en la plaza de San Pedro.

El Congreso sitúa la Eucaristía en el centro del gran jubileo de la Encarnación y manifiesta toda su profundidad espiritual, eclesial y misionera. En efecto, la Iglesia y todos los creyentes encuentran en la Eucaristía la fuerza indispensable para anunciar y testimoniar a todos el Evangelio de la salvación.
44 La celebración de la Eucaristía, sacramento de la Pascua del Señor, es en sí misma un acontecimiento misionero, que introduce en el mundo el germen fecundo de la vida nueva.
San Pablo, en la primera carta a los Corintios, recuerda explícitamente esta característica misionera de la Eucaristía: "Cada vez que coméis este pan y bebéis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga" (
1Co 11,26).

2. La Iglesia recoge esas palabras de san Pablo en la doxología después de la consagración. La Eucaristía es sacramento "misionero", no sólo porque de ella brota la gracia de la misión, sino también porque encierra en sí misma el principio y la fuente perenne de la salvación para todos los hombres. Por tanto, la celebración del sacrificio eucarístico es el acto misionero más eficaz que la comunidad eclesial puede realizar en la historia del mundo.

Toda misa concluye con el mandato misionero "id", "ite, missa est", que invita a los fieles a llevar el anuncio del Señor resucitado a las familias, a los ambientes de trabajo y de la sociedad, y al mundo entero. Precisamente por eso en la carta Dies Domini invité a los fieles a imitar el ejemplo de los discípulos de Emaús, los cuales, después de reconocer "en la fracción del pan" a Cristo resucitado (cf. Lc 24,30-32), sienten la exigencia de ir inmediatamente a compartir con todos sus hermanos la alegría de su encuentro con él (cf. n. 45). El "pan partido" abre la vida del cristiano y de toda la comunidad a la comunión y a la entrega de sí por la vida del mundo (cf. Jn 6,51). Es precisamente la Eucaristía la que realiza ese vínculo inseparable entre comunión y misión, que hace de la Iglesia el sacramento de la unidad de todo el género humano (cf. Lumen gentium LG 1).

3. Hoy es particularmente necesario que, mediante la celebración de la Eucaristía, todas las comunidades cristianas adquieran la convicción interior y la fuerza espiritual para salir de sí mismas y abrirse a otras comunidades más pobres y necesitadas de apoyo en el campo de la evangelización y de la cooperación misionera, favoreciendo el fecundo intercambio de dones recíprocos que enriquece a toda la Iglesia.

También es muy importante discernir, a partir de la Eucaristía, las vocaciones y los ministerios misioneros.Siguiendo el ejemplo de la primitiva comunidad de Antioquía, reunida "en la celebración del culto del Señor", toda comunidad cristiana está llamada a escuchar al Espíritu y aceptar sus inspiraciones, reservando para la misión universal las mejores fuerzas de sus hijos, enviados con alegría al mundo y acompañados por la oración y el apoyo espiritual y material que necesitan (cf. Ac 13,1-3).

La Eucaristía es, además, una escuela permanente de caridad, de justicia y de paz, para renovar en Cristo al mundo que nos rodea. La presencia del Resucitado proporciona a los creyentes la valentía para ser promotores de solidaridad y de renovación, contribuyendo a cambiar las estructuras de pecado en las que las personas, las comunidades y, a veces, pueblos enteros, están sumergidos (cf. Dies Domini, 73).

4. Por último, en esta reflexión sobre el significado y el contenido misionero de la Eucaristía no puede faltar la referencia a esos singulares misioneros y testigos de la fe y del amor de Cristo que son los mártires. Las reliquias de los mártires, que desde la antigüedad se colocan bajo el altar, donde se celebra el memorial de la "víctima inmolada por nuestra reconciliación", constituyen un claro signo del vigor que brota del sacrificio de Cristo. A cuantos se alimentan del Señor esta energía espiritual los impulsa a dar su propia vida por él y por sus hermanos, mediante la entrega total de sí, si fuera necesario, hasta la efusión de la sangre.

Quiera Dios que el Congreso eucarístico internacional, por intercesión de María, Madre de Cristo inmolado por nosotros, reavive en los creyentes la conciencia del compromiso misionero que brota de la participación en la Eucaristía. El "cuerpo entregado" y la "sangre derramada" (cf. Lc 22,19-20) constituyen el criterio supremo al que siempre deben y deberán referirse en su entrega por la salvación del mundo.

Saludos

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, especialmente a los numerosos representantes de la Federación mundial de la Adoración nocturna, a los que invito a renovar su devoción a Jesús sacramentado durante el actual Congreso eucarístico; saludo también a los miembros de la Asociación boliviana de la Soberana Orden de Malta, así como a los diversos grupos venidos de España, México, El Salvador, Bolivia, Argentina y demás países latinoamericanos.


(En eslovaco)
45 Desde hace dos mil años, la Iglesia es la cuna en la que María coloca a Jesús y lo entrega a la adoración y contemplación de todos los pueblos. Que por la humildad de la Esposa brille todavía más la gloria y la fuerza de la Eucaristía, que ella celebra y conserva en su seno" ( Incarnationis mysterium, n. 11).

(En italiano, a los catequistas)
Queridos hermanos, la catequesis es una estructura fundamental de la vida de la Iglesia: sed siempre conscientes de ello, y acompañad vuestro valioso servicio con la oración y el testimonio de vida.

(A los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados)
El domingo pasado, fiesta de la Santísima Trinidad, comenzamos el Congreso eucarístico internacional, que concluirá el próximo domingo.

Queridos jóvenes, sacad de la Eucaristía la fuerza para ser testigos de Cristo. Queridos enfermos, que la comunión con el Señor Jesús os conforte en la prueba. Vosotros, queridos recién casados, haced de la Eucaristía el centro de vuestra vida conyugal, difundiendo el amor del único Dios en tres Personas.



Audiencias 2000 37