Audiencias 2000 54

54 Al mismo tiempo que encomendamos a la misericordia divina a las numerosísimas víctimas de esta tragedia, queremos manifestar nuestra intensa cercanía espiritual a cuantos sufren por la muerte de sus seres queridos, por la privación de los bienes necesarios para la existencia y por la destrucción de los lugares de culto. Muchos de ellos se han visto obligados a abandonar la tierra donde vivían y en la que tienen derecho a vivir, con dignidad y seguridad.

Supliquemos con fe al Señor para que, una vez restablecido el orden, vuelva a reinar pronto la armonía de otro tiempo, y cristianos y musulmanes logren convivir en paz.
Que la Virgen santísima, Madre de los que sufren, sostenga nuestras súplicas con su poderosa intercesión.

Antes de concluir la audiencia general en la plaza de San Pedro, Su Santidad condenó los atentados terroristas perpetrados en Rusia y España, invitó a la convivencia pacífica y ofreció oraciones por las víctimas. He aquí sus palabras:

Ayer, en Moscú, en un paso subterráneo cerca del Kremlin, explotó una bomba en una hora punta que causó numerosos muertos y heridos. No puedo menos de expresar mi profunda deploración por este grave atentado, al mismo tiempo que aseguro mi solidaridad, que acompaño con la oración.

Análogos sentimientos quisiera expresar por las víctimas de los atentados que, por desgracia, prosiguen en España.

Deseo de corazón que cese toda forma de violencia, sembradora de luto y dolor, y que las personas se orienten hacia pensamientos de entendimiento y convivencia pacífica.

Saludos

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, especialmente a los diversos grupos parroquiales de España, así como a los fieles de México, Bolivia, Paraguay, Colombia y Argentina. En este Año Jubilar os animo a todos a descubrir a Cristo, siempre presente a través de su Palabra y de la Eucaristía, que es la fuente de amor, de unidad y de salvación.

(Peregrinos ucranianos)
Os agradezco vuestra visita, e imploro sobre vosotros y sobre vuestras beneméritas instituciones la continua asistencia divina.

(En italiano)
55 Hoy la Iglesia celebra la fiesta de santa Benedicta de la Cruz, en el siglo Edith Stein, copatrona de Europa, monja carmelita, que murió en el campo de exterminio de Auschwitz.
Queridos jóvenes, os deseo que, como santa Edith Stein, confiéis siempre en Cristo, amigo fiel, siguiéndolo con corazón abierto, entusiasta y generoso.
Queridos enfermos, que esta santa carmelita os ayude a servir con valentía al Señor en el sufrimiento y la cruz.
Queridos recién casados, que santa Benedicta de la Cruz sostenga vuestra adhesión a la voluntad de Dios en todas las circunstancias.



Miércoles 23 de agosto 2000

1. Roma vivió, la semana pasada, un acontecimiento inolvidable: la Jornada mundial de la juventud, que dejó en todos una impresión intensa y profunda. Fue una peregrinación marcada por la alegría, la oración y la reflexión.

Surge espontáneamente del corazón un primer sentimiento: el de una sincera gratitud al Señor por este don, realmente grande, no sólo para nuestra ciudad y para la Iglesia que está en Italia, sino también para el mundo entero. Doy las gracias también a todos cuantos, de diversos modos, han colaborado en la realización concreta de este encuentro, que se ha desarrollado con serenidad y con perfecto orden. Al Consejo pontificio para los laicos, al Comité para el gran jubileo, a la Conferencia episcopal italiana, a la diócesis de Roma, a las autoridades civiles y administrativas, a las Fuerzas del orden, a los Servicios sanitarios, a la universidad de Tor Vergata, a las diferentes organizaciones de voluntariado, a todos les renuevo mi gratitud.

2. Vuelvo naturalmente con la mente a ese encuentro realmente extraordinario, que superó todas las previsiones e incluso todas las expectativas humanas. Siento un vivísimo deseo de repetir a esos muchachos y muchachas mi alegría por haber podido acogerlos, la tarde de la solemnidad de la Asunción de la Virgen María, en la plaza de San Juan de Letrán y en la plaza de San Pedro.
Persiste en mí la profunda emoción con la que participé, en Tor Vergata, en la vigilia de la noche del sábado, y presidí, al día siguiente, la solemne celebración eucarística conclusiva.

Al sobrevolar esa área en el helicóptero, admiré desde la altura un espectáculo único e impresionante: un enorme tapiz humano de personas gozosas, felices de estar juntas. Nunca podré olvidar el entusiasmo de esos jóvenes. Hubiera querido abrazarlos a todos y expresar a cada uno el afecto que me une a la juventud de nuestro tiempo, a la que el Señor encomienda una gran misión al servicio de la civilización del amor.

¿Qué, o mejor, a quién vinieron a buscar los jóvenes, sino a Jesucristo? ¿Qué es la Jornada mundial de la juventud, sino un encuentro personal y comunitario con el Señor, que da verdadero sentido a la existencia humana? En realidad, él mismo es quien primero los buscó y llamó, como busca y llama a cada ser humano para llevarlo a la salvación y a la felicidad plena. Y también fue él quien, al final del encuentro, encomendó a los jóvenes la singular misión de ser sus testigos en todos los rincones de la tierra. Fueron jornadas marcadas por el descubrimiento de una presencia amiga y fiel, la de Jesucristo, de cuyo nacimiento celebramos el bimilenario.

56 3. Los jóvenes, con el entusiasmo típico de su edad, respondieron que desean seguir a Jesús. Quieren hacerlo, porque se sienten parte viva de la Iglesia. Lo quieren hacer caminando juntos, porque se sienten pueblo de Dios en camino.

No les asusta su fragilidad, porque cuentan con el amor y la misericordia del Padre celestial, que los sostiene en la vida diaria. Por encima de cualquier raza y cultura, se sienten hermanos unidos por una sola fe, por una sola esperanza y por una misma misión: incendiar el mundo con el amor de Dios. Los jóvenes pusieron de relieve que sienten la necesidad de encontrar sentido. Buscan razones de esperanza y tienen hambre de experiencias espirituales auténticas.

Ojalá que todos los que han participado en la Jornada mundial de la juventud y los demás jóvenes, que siguieron sus diversas fases y manifestaciones por medio de la prensa, la radio y la televisión, acojan y profundicen su mensaje.

Es necesario que no se pierda el clima evangélico que se respiró esos días; al contrario, debe seguir siendo el clima de las comunidades juveniles y las asociaciones, de las parroquias y las diócesis, especialmente durante este Año jubilar, que invita a todos los creyentes a encontrarse con Cristo, muerto y resucitado por nosotros.

A todos los jóvenes quisiera repetir: sentíos orgullosos de la misión que el Señor os ha encomendado y cumplidla con humilde y generosa perseverancia. Os sostenga la ayuda maternal de María, que veló sobre vosotros durante los días de vuestro jubileo. ¡Cristo y su Iglesia cuentan con vosotros!

Saludos

Doy mi bienvenida a los peregrinos de lengua española. De modo especial saludo a los miembros de la Comunidad Misionera de Cristo Resucitado del Uruguay y a las parroquias y grupos procedentes de España, México, Chile, Panamá, Venezuela, Guatemala, Argentina y de otros países de Latinoamérica. A todos os deseo una profunda renovación personal a través de la peregrinación jubilar.

(A los peregrinos de Turkmenistán)
Quiera Dios que vuestra peregrinación jubilar os ayude a fortalecer vuestro compromiso de testimonio cristiano.

(En italiano)
Saludo a los jóvenes, que han venido en gran número...
57 Os saludo, por último a vosotros, queridos enfermos, y os pido que ofrezcáis al Señor vuestros sufrimientos, a veces muy grandes, para que las nuevas generaciones perseveren en el seguimiento del Señor; y a vosotros, queridos recién casados, os pido que mostréis a cuantos se preparan para el matrimonio la belleza que significa vivir juntos cristianamente.



Miércoles 30 de agosto 2000


La metánoia, consecuencia del encuentro con Cristo

1. El salmista canta: "De mi vida errante llevas tú la cuenta" (Ps 56,9). En esta frase breve y esencial se contiene la historia del hombre que peregrina por el desierto de la soledad, del mal, de la aridez. Con el pecado rompió la admirable armonía de la creación que Dios estableció en los orígenes: "Vio Dios cuanto había hecho, y todo era muy bueno y muy hermoso", como se podría expresar el sentido del conocido texto del Génesis (Gn 1,31). Con todo, Dios nunca está lejos de su criatura, más aún, permanece siempre presente en su interior, de acuerdo con la hermosa intuición de san Agustín: "¿Dónde estabas entonces tú? ¡Y qué lejos! Muy lejos, peregrinaba yo sin ti! (...) Pero tú estabas más dentro de mí que lo más íntimo de mí, y más alto que lo supremo de mi ser" (Confesiones, III 6,11).

Sin embargo, ya el salmista había descrito en un himno estupendo la inútil fuga del hombre de su Creador: "¿A dónde iré lejos de tu aliento?, ¿a dónde escaparé de tu mirada? Si escalo al cielo, allí estás tú; si me acuesto en el abismo, allí te encuentro; si vuelo hasta el margen de la aurora, si emigro hasta el confín del mar, allí me alcanzará tu izquierda, me agarrará tu derecha. Si digo: "Que al menos la tiniebla me encubra, que la luz se haga noche en torno a mí", ni la tiniebla es oscura para ti; la noche es para ti clara como el día" (Ps 139,7-12).

2. Dios busca con particular insistencia y amor al hijo rebelde que huye lejos de su mirada. Se ha introducido en las sendas tortuosas de los pecadores a través de su Hijo, Jesucristo, que precisamente al irrumpir en el escenario de la historia se presentó como "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1,29). Las primeras palabras que pronuncia en público son estas: "Convertíos, porque el reino de los cielos está cerca" (Mt 4,17). En ese texto aparece un término importante que Jesús ilustrará repetidamente con palabras y obras: "Convertíos", en griego metanoete, es decir, llevad a cabo una metAEnoia, un cambio radical de la mente y del corazón. Es preciso cortar con el mal y entrar en el reino de justicia, amor y verdad, que se está inaugurando.

La trilogía de las parábolas de la misericordia divina recogidas por san Lucas en el capítulo 15 de su evangelio constituye la representación más nítida de la búsqueda activa y de la espera amorosa de Dios con respecto a la criatura pecadora. Al realizar la metAEnoia, la conversión, el hombre, como el hijo pródigo, vuelve a abrazar al Padre, que nunca lo ha olvidado ni abandonado.

3. San Ambrosio, comentando esta parábola del padre pródigo de amor con respecto al hijo pródigo de pecado, introduce la presencia de la Trinidad: "Levántate, date prisa en venir a la Iglesia: aquí está el Padre, aquí está el Hijo, aquí está el Espíritu Santo. Te sale al encuentro, porque te escucha mientras estás reflexionando en lo más íntimo de tu corazón. Y cuando aún estás lejos, te ve y corre hacia ti. Ve en tu corazón, y acude para que nadie te detenga, y además te abraza (...). Se arroja al cuello, para levantar al que yacía en tierra, y para hacer que quien ya estaba oprimido por el peso de los pecados e inclinado hacia las cosas terrenas, dirigiera nuevamente la mirada hacia el cielo, donde debía buscar a su Creador. Cristo se arroja a tu cuello, porque quiere arrancarte de la nuca el yugo de la esclavitud y ponerte en el cuello un yugo suave" (In Lucam VII, 229-230).

4. El encuentro con Cristo cambia la existencia de una persona, como enseña el caso de Zaqueo, que hemos escuchado al inicio. Lo mismo sucedió a los pecadores y pecadoras que se cruzaron con Jesús a lo largo de su camino. En la cruz hay un acto supremo de perdón y esperanza dado al malhechor que lleva a cabo su metAEnoia cuando llega a la última frontera entre la vida y la muerte y dice a su compañero: "Nosotros recibimos lo que hemos merecido con nuestras obras" (cf. Lc 23,41). Cuando este malhechor implora: "Acuérdate de mí cuando entres en tu reino", Jesús le responde: "Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lc 23,42-43). Así, la misión terrena de Cristo, que comenzó con la invitación a convertirse para entrar en el reino de Dios, se concluye con una conversión y una entrada en su reino.

5. También la misión de los Apóstoles comenzó con una apremiante invitación a la conversión. A los oyentes de su primer discurso, que estaban compungidos y preguntaban con ansia: "¿Qué hemos de hacer?", san Pedro les respondió: "Convertíos (metanoÖsate) y que cada uno de vosotros reciba el bautismo en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo" (Ac 2,37-38). Esta respuesta de san Pedro fue acogida con prontitud: "cerca de tres mil personas" se convirtieron en aquel día (cf. Ac 2,41). Después de la curación milagrosa de un tullido, san Pedro renovó su exhortación. Recordó a los habitantes de Jerusalén su horrendo pecado: "Vosotros renegasteis del Santo y del Justo, (...) y matasteis al autor de la vida" (Ac 3,14-15), pero atenuó su culpabilidad, diciendo: "Ya sé yo, hermanos, que obrasteis por ignorancia" (Ac 3,17); luego los invitó a la conversión (cf. Ac 3,19) y les dio una inmensa esperanza: "A vosotros en primer lugar Dios (...) lo envió para bendeciros, y para que cada uno se convierta de sus iniquidades" (Ac 3,26).

De forma semejante, el apóstol san Pablo predicaba la conversión. Lo dice en su discurso al rey Agripa, describiendo así su apostolado: a todos, "también a los gentiles he predicado que se convirtieran y que se volvieran a Dios haciendo obras dignas de conversión" (Ac 26,20 cf. Ac 1 Ts Ac 1,9-10). San Pablo enseñaba que "la bondad de Dios (nos) impulsa a la conversión" (Rm 2,4).

58 En el Apocalipsis es Cristo mismo quien exhorta repetidamente a la conversión. Inspirada en el amor (cf. Ap 3,19), la exhortación es vigorosa y manifiesta toda la urgencia de la conversión (cf. Ap 2,5 Ap 2,16 Ap 2,21-22 Ap 3,3 Ap 3,19), pero va acompañada de promesas maravillosas de intimidad con el Salvador (cf. Ap 3,20-21).

Así pues, todos los pecadores tienen siempre abierta una puerta de esperanza. "El hombre no se queda solo para intentar, de mil modos a menudo frustrados, una imposible ascensión al cielo: hay un tabernáculo de gloria, que es la persona santísima de Jesús el Señor, donde lo humano y lo divino se encuentran en un abrazo que nunca podrá deshacerse: el Verbo se hizo carne, en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado. Él derrama la divinidad en el corazón enfermo de la humanidad e, infundiéndole el Espíritu del Padre, la hace capaz de llegar a ser Dios por la gracia" (Orientale lumen, 15).
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Doy mi bienvenida a los peregrinos de lengua española. De modo especial saludo a los participantes en el Congreso Internacional de Colaboradores de las Religiosas de María Inmaculada; a los que venís en bicicleta desde Las Pedroñeras (Cuenca) y a los demás grupos procedentes de España, México, Chile, Venezuela y Argentina. Deseo que en este Año Jubilar experimentéis la presencia de Dios Padre que os abraza tiernamente y os quiere colmar de su amor misericordioso.



Septiembre 2000


Miércoles 6 de septiembre 2000



1. El encuentro con Cristo cambia radicalmente la vida de una persona, la impulsa a la metánoia o conversión profunda de la mente y del corazón, y establece una comunión de vida que se transforma en seguimiento. En los evangelios el seguimiento se expresa con dos actitudes: la primera consiste en "acompañar" a Cristo (akoloutheîn); la segunda, en "caminar detrás" de él, que guía, siguiendo sus huellas y su dirección (érchesthai opíso). Así, nace la figura del discípulo, que se realiza de modos diferentes. Hay quien sigue de manera aún genérica y a menudo superficial, como la muchedumbre (cf. Mc 3,7 Mc 5,24 Mt 8,1 Mt 8,10 Mt 14,13 Mt 19,2 Mt 20,29). Están los pecadores (cf. Mc 2,14-15); muchas veces se menciona a las mujeres que, con su servicio concreto, sostienen la misión de Jesús (cf. Lc Lc 8,2-3 Mc 15,41). Algunos reciben una llamada específica por parte de Cristo y, entre ellos, una posición particular ocupan los Doce.

Por tanto, la tipología de los llamados es muy variada: gente dedicada a la pesca y a cobrar impuestos, honrados y pecadores, casados y solteros, pobres y ricos, como José de Arimatea (cf. Jn 19,38), hombres y mujeres. Figura incluso el zelota Simón (cf. Lc Lc 6,15), es decir, un miembro de la oposición revolucionaria antirromana. También hay quien rechaza la invitación, como el joven rico, el cual, al oír las palabras exigentes de Cristo, se entristeció y se marchó pesaroso, "porque era muy rico" (Mc 10,22).

2. Las condiciones para recorrer el mismo camino de Jesús son pocas pero fundamentales. Como hemos escuchado en el pasaje evangélico que acabamos de leer, es necesario dejar atrás el pasado, cortar con él de modo determinante y realizar una metánoia en el sentido profundo del término: un cambio de mentalidad y de vida. El camino que propone Cristo es estrecho, exige sacrificio y la entrega total de sí: "El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga" (Mc 8,34). Es un camino que conoce las espinas de las pruebas y de las persecuciones: "Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán" (Jn 15,20). Es un camino que transforma en misioneros y testigos de la palabra de Cristo, pero exige de los apóstoles que "nada tomen para el camino: (...) ni pan, ni alforja, ni calderilla en la faja" (Mc 6,8 cf. Mt 10,9-10).

3. Así pues, el seguimiento no es un viaje cómodo por un camino llano. También pueden surgir momentos de desaliento, hasta el punto de que, en una circunstancia, "muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él" (Jn 6,66), es decir, con Jesús, que se vio obligado a formular a los Doce una pregunta decisiva: "¿También vosotros queréis marcharos?" (Jn 6,67). En otra circunstancia, cuando Pedro se rebela a la perspectiva de la cruz, Jesús lo reprende bruscamente con palabras que, según un matiz del texto original, podrían ser una invitación a "retirarse de su vista", después de haber rechazado la meta de la cruz: "¡Quítate de mi vista, Satanás! Tú piensas como los hombres, no como Dios" (Mc 8,33).

Aunque Pedro corre siempre el riesgo de traicionar, al final seguirá a su Maestro y Señor con el amor más generoso. En efecto, a orillas del lago de Tiberíades, Pedro hará su profesión de amor: "Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero". Y Jesús le anunciará "la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios", repitiendo dos veces: "Sígueme" (Jn 21,17 Jn 21,19 Jn 21,22).

59 El seguimiento se expresa de modo especial en el discípulo amado, que entra en intimidad con Cristo, de quien recibe como don a su Madre y a quien reconoce una vez resucitado (cf. Jn 13,23-26 Jn 18,15-16 Jn 19,26-27 Jn 20,2-8 Jn 21,2 Jn 21,7 Jn 21,20-24).

4. La meta última del seguimiento es la gloria. El camino consiste en la "imitación de Cristo", que vivió en el amor y murió por amor en la cruz. El discípulo "debe, por decirlo así, entrar en Cristo con todo su ser, debe "apropiarse" y asimilar toda la realidad de la Encarnación y de la Redención para encontrarse a sí mismo" (Redemptor hominis, RH 10). Cristo debe entrar en su yo para liberarlo del egoísmo y del orgullo, como dice a este propósito san Ambrosio: "Que Cristo entre en tu alma y Jesús habite en tus pensamientos, para cerrar todos los espacios al pecado en la tienda sagrada de la virtud" (Comentario al Salmo 118, 26).

5. Por consiguiente, la cruz, signo de amor y de entrega total, es el emblema del discípulo llamado a configurarse con Cristo glorioso. Un Padre de la Iglesia de Oriente, que es también un poeta inspirado, Romanos el Melódico, interpela al discípulo con estas palabras: "Tú posees la cruz como bastón; apoya en ella tu juventud. Llévala a tu oración, llévala a la mesa común, llévala a tu cama y por doquier como tu título de gloria. (...) Di a tu esposo que ahora se ha unido a ti: Me echo a tus pies. Da, en tu gran misericordia, la paz a tu universo; a tus Iglesias, tu ayuda; a los pastores, la solicitud; a la grey, la concordia, para que todos, siempre, cantemos nuestra resurrección" (Himno 52 "A los nuevos bautizados", estrofas 19 y 22).

Saludos
Deseo saludar a los peregrinos de lengua española, en particular a los fieles diocesanos de Osma-Soria, de Salamanca y Tortosa, llegados a Roma para recibir la gracia del jubileo. Saludo también a los diversos grupos parroquiales venidos de España, México, Puerto Rico, Venezuela, Argentina y Chile y a la Asociación paraguaya de fútbol. Que el Señor os conceda a todos la gracia de una sincera conversión en este Año jubilar para avanzar cada día más en su seguimiento e imitación. Muchas gracias.

(En italiano)
Queridos muchachos y muchachas, deseo que, después del período de vacaciones, os preparéis para reanudar las clases con generoso empeño. Pienso con íntima participación en vosotros, queridos enfermos, y os abrazo a cada uno, exhortándoos a confiar siempre en el Señor; y también pienso en vosotros, queridos recién casados, que con gran confianza acabáis de deciros mutuamente el "sí" fiel del amor.
Que la Virgen santa, cuya fiesta de la Natividad celebraremos pasado mañana, vele con materna bondad sobre todos.



Miércoles 13 de septiembre 2000


El cristiano animado por el Espíritu

1. En el Cenáculo, la última noche de su vida terrena, Jesús promete cinco veces el don del Espíritu Santo (cf. Jn 14,16-17 Jn 14,26 Jn 15,26-27 Jn 16,7-11 Jn 16,12-15). En el mismo lugar, la noche de Pascua, el Resucitado se presenta ante los Apóstoles y derrama sobre ellos el Espíritu prometido, con el gesto simbólico de soplar y con las palabras: "Recibid el Espíritu Santo" (Jn 20,22). Cincuenta días después, de nuevo en el Cenáculo, el Espíritu Santo irrumpe con su fuerza, transformando el corazón y la vida de los primeros testigos del Evangelio.

60 Desde entonces toda la historia de la Iglesia, en sus dinámicas más profundas, está impregnada de la presencia y de la acción del Espíritu, "dado sin medida" a los creyentes en Cristo (cf. Jn 3,34). El encuentro con Cristo implica el don del Espíritu Santo que, como decía el gran Padre de la Iglesia san Basilio, "se derrama sobre todos sin que sufra ninguna disminución, está presente en cada uno de quienes son capaces de recibirlo, como si existiera sólo en él, y en todos infunde la gracia suficiente y completa" (De Spiritu Sancto IX, 22).

2. El apóstol san Pablo, en el pasaje de la carta a los Gálatas que acabamos de escuchar (cf. Ga 5,16-18 Ga 5,22-25), describe "el fruto del Espíritu" (Ga 5,22), enumerando una gama múltiple de virtudes que se manifiestan en la existencia del fiel. El Espíritu Santo está en la raíz de la experiencia de fe. En efecto, el bautismo nos convierte en hijos de Dios precisamente mediante el Espíritu: "La prueba de que sois hijos -afirma también san Pablo- es que Dios ha enviado a nuestro corazón el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!" (Ga 4,6). En la fuente misma de la existencia cristiana, cuando nacemos como criaturas nuevas, está el soplo del Espíritu que nos transforma en hijos en el Hijo y nos hace "caminar" por sendas de justicia y salvación (cf. Ga 5,16).

3. Así pues, toda la vida del cristiano deberá desarrollarse bajo el influjo del Espíritu. Cuando él nos presenta la palabra de Cristo, resplandece dentro de nosotros la luz de la verdad, como prometió Jesús: "El Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho" (Jn 14,26 cf. Jn 16,12-15). El Espíritu está a nuestro lado en el momento de la prueba, defendiéndonos y sosteniéndonos: "Cuando os arresten, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en su momento se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis; el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros" (Mt 10,19-20). El Espíritu está en la raíz de la libertad cristiana, que es remoción del yugo del pecado. Lo dice claramente el apóstol san Pablo: "La ley del Espíritu que da la vida en Cristo Jesús te liberó de la ley del pecado y de la muerte" (Rm 8,2). Como nos recuerda el mismo san Pablo, la vida moral, precisamente porque es irradiada por el Espíritu, produce frutos de "amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de sí" (Ga 5,22).

4. El Espíritu anima a toda la comunidad de los creyentes en Cristo. También el Apóstol celebra con la imagen del cuerpo la multiplicidad y la riqueza de la Iglesia, así como su unidad como obra del Espíritu Santo. Por una parte, san Pablo enumera la variedad de los carismas, es decir, de los dones particulares ofrecidos a los miembros de la Iglesia (cf. 1Co 12,1-10); por otra, reafirma que "todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, que las distribuye a cada uno según su voluntad" (1 Co 12, 11). En efecto, "todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu, para formar un solo cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu" (1Co 12,13).

Por último, gracias al Espíritu alcanzamos nuestro destino glorioso. A este propósito, san Pablo usa la imagen del "sello" y de la "prenda": "Fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es prenda de nuestra herencia, para redención del pueblo de su posesión, para alabanza de su gloria" (Ep 1,13-14 cf. 2Co 1,22 2Co 5,5). En síntesis, toda la vida del cristiano, desde su inicio hasta su meta última, está bajo el signo y la obra del Espíritu Santo.

5. Me complace recordar, durante este Año jubilar, cuanto afirmé en la encíclica dedicada al Espíritu Santo: "El gran jubileo del año 2000 contiene un mensaje de liberación por obra del Espíritu, que es el único que puede ayudar a las personas y a las comunidades a liberarse de los viejos y nuevos determinismos, guiándolos con la "ley del espíritu que da la vida en Cristo Jesús", descubriendo y realizando la plena dimensión de la verdadera libertad del hombre. En efecto -como escribe san Pablo- "donde está el Espíritu del Señor, allí esta la libertad"" (Dominum et vivificantem DEV 60).

Así pues, abandonémonos a la acción liberadora del Espíritu, compartiendo el asombro de Simeón, el Nuevo Teólogo, que se dirige a la tercera Persona divina con estas palabras: "Veo la belleza de tu gracia, contemplo su fulgor y reflejo su luz; me arrebata su esplendor indescriptible; soy empujado fuera de mí mientras pienso en mí mismo; veo cómo era y qué soy ahora. ¡Oh prodigio! Estoy atento, lleno de respeto hacia mí mismo, de reverencia y de temor, como si fuera ante ti; no sé qué hacer porque la timidez me domina; no sé dónde sentarme, a dónde acercarme, dónde reclinar estos miembros, que son tuyos; en qué obras ocupar estas sorprendentes maravillas divinas" (Himnos, II, vv. 19-27; cf. Vita consecrata VC 20).
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El Santo Padre pide clemencia para un condenado a muerte en los Estados Unidos

Con el espíritu de clemencia, que es propio del Año jubilar, una vez más uno mi voz a la de cuantos piden que no se quite la vida al joven Derek Rocco Barnabei.

Y, más en general, deseo asimismo que se llegue a renunciar al recurso a la pena de muerte, dado que el Estado dispone hoy de otros medios para reprimir eficazmente el crimen, sin quitar definitivamente al reo la posibilidad de redimirse.

Saludos

61 Amados hermanos y hermanas: Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular al grupo del seminario de Orihuela (España) y a los miembros de la Federación internacional de deportes para discapacitados intelectuales; a la Banda Paí Pérez y coro Arapy del Paraguay; a los directivos y profesores de la Universidad bolivariana de Bucaramanga (Colombia), a los miembros de la "Young Men's Christian Association" de Uruguay y a los estudiantes y profesores del bachillerato humanista moderno de Salta (Argentina).

Dirijo un especial saludo a los responsables de las Sociedades españolas vinculadas a Telecom Italia, a los que invito a poner los enormes recursos de la tecnología moderna al servicio de los auténticos valores humanos.

A todos vosotros, peregrinos de España, México, Costa Rica, Paraguay, Argentina, Uruguay y otros países latinoamericanos, os invito, en este Año jubilar, a recibir con gozo la fuerza liberadora del Espíritu Santo. Muchas gracias.

(En checo)
Que esta peregrinación jubilar fortalezca vuestra fe y amor a la Iglesia de Cristo y aumente en vosotros el deseo de perfección espiritual.

(En eslovaco)
La peregrinación evoca el camino personal del creyente tras las huellas del Redentor: es el ejercicio de ascesis, de arrepentimiento por las culpas, de constante vigilancia sobre la propia fragilidad y de conversión del corazón. Que os ayude en ello la Virgen de los Dolores, patrona de Eslovaquia, y mi bendición apostólica.

(En croata)
Os deseo que viváis el gran jubileo del año 2000 como un verdadero tiempo de la misericordia del Señor. Este es el tiempo que se nos ha dado para santificarlo santificándonos. Que el jubileo, don de la bondad de nuestro Dios, enriquezca ulteriormente vuestra vida con abundantes frutos de santidad.

(En italiano)
Queridos jóvenes, la reanudación de las actividades laborales y escolares, en este mes de septiembre, sea para cada uno de vosotros ocasión y estímulo para un renovado empeño en la búsqueda y en la realización de los grandes valores humanos y cristianos.

62 Queridos enfermos, que vuestra participación en la cruz del Señor sostenga vuestros propósitos de bien e infunda en los corazones fuerza y esperanza.

Queridos recién casados, mientras consagráis a Cristo las primicias de vuestro amor conyugal, sed en vuestra vida diaria signo e instrumento de su amor a los hermanos.



Miércoles 20 de septiembre 2000


En Cristo y en el Espíritu la experiencia del Dios "Abbá"

1. Hemos comenzado este encuentro bajo el signo de la Trinidad, trazado de modo incisivo y luminoso por las palabras del apóstol san Pablo en la carta a los Gálatas (cf. Ga 4,4-7). El Padre, al infundir en el corazón de los cristianos el Espíritu Santo, realiza y revela la adopción filial que Cristo nos ha obtenido. En efecto, "el Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios" (Rm 8,16). Contemplando esta verdad, como la estrella polar de la fe cristiana, meditaremos en algunos aspectos existenciales de nuestra comunión con el Padre mediante el Hijo y en el Espíritu.

2. El modo típicamente cristiano de considerar a Dios pasa siempre a través de Cristo. Él es el camino, y nadie va al Padre sino por él (cf. Jn 14,6). Al apóstol Felipe, que le pide: "Muéstranos al Padre y nos basta", Jesús le dice: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn 14,9). Cristo, el Hijo predilecto (cf. Mt 3,17 Mt 17,5) es por excelencia el revelador del Padre. El verdadero rostro de Dios sólo nos es revelado por aquel que "está en el seno del Padre". La expresión original griega del evangelio de san Juan (cf. Jn 1,18) indica una relación íntima y dinámica de esencia, de amor y de vida del Hijo con el Padre. Esta relación del Verbo eterno implica a la naturaleza humana que él asumió en la encarnación. Por eso, desde la perspectiva cristiana, la experiencia de Dios nunca puede reducirse a un genérico "sentido de lo divino", y no se puede considerar superable la mediación de la humanidad de Cristo, como han demostrado muy bien los más grandes místicos: san Bernardo, san Francisco de Asís, santa Catalina de Siena, santa Teresa de Ávila, y tantos enamorados de Cristo de nuestro tiempo, como Carlos de Foucauld y santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein).

3. Varios aspectos del testimonio de Jesús con respecto al Padre se reflejan en toda auténtica experiencia cristiana. Él atestiguó ante todo que el Padre está en el origen de su enseñanza: "Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado" (Jn 7,16). Lo que dio a conocer es exactamente lo que "escuchó" del Padre (cf. Jn 8,26 Jn 15,15 Jn 17,8 Jn 17,14). Así pues, la experiencia cristiana de Dios sólo puede desarrollarse en total coherencia con el Evangelio.

Cristo también testimonió eficazmente el amor del Padre. En la estupenda parábola del hijo pródigo, Jesús presenta al Padre siempre a la espera del hombre pecador que vuelve a sus brazos. En el evangelio de san Juan insiste en el amor del Padre a los hombres: "Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único" (Jn 3,16). Y también: "Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn 14,23). Quien experimenta realmente el amor de Dios no puede por menos de repetir con emoción siempre nueva la exclamación de la primera carta de san Juan: "Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!" (1Jn 3,1). A la luz de esta realidad, podemos dirigirnos a Dios con la invocación tierna, espontánea e íntima: "¡Abbá!, ¡Padre!", que aflora constantemente a los labios del fiel que se siente hijo, como nos recuerda san Pablo en el texto con que abrimos este encuentro (cf. Ga 4,4-7).

4. Cristo nos da la vida misma de Dios, una vida que supera el tiempo y nos introduce en el misterio del Padre, en su alegría y luz infinita. Lo testimonia el evangelista san Juan transmitiendo las sublimes palabras de Jesús: "Como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo" (Jn 5,26). "Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día. (...) Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí" (Jn 6,40 Jn 6,57)
Esta participación en la vida de Cristo, que nos hace "hijos en el Hijo", es posible gracias al don del Espíritu. En efecto, el Apóstol nos presenta el hecho de que somos hijos en íntima relación con el Espíritu Santo: "Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios" (Rm 8,14).
El Espíritu nos pone en relación con Cristo y con el Padre. "Por este Espíritu, que es el don eterno, Dios uno y trino se abre al hombre, al espíritu humano. El soplo oculto del Espíritu divino hace que el espíritu humano se abra, a su vez, a la acción de Dios salvífica y santificante. (...) En la comunión de gracia con la Trinidad se dilata el área vital del hombre, elevada a nivel sobrenatural por la vida divina. El hombre vive en Dios y de Dios: vive según el Espíritu y desea lo espiritual" (Dominum et vivificantem DEV 58).


Audiencias 2000 54