Audiencias 2000 63

63 5. Al cristiano, iluminado por la gracia del Espíritu, Dios se le manifiesta verdaderamente con su rostro paterno. Puede dirigirse a Dios con la confianza que santa Teresa de Lisieux muestra en este intenso pasaje autobiográfico. "El pajarito quisiera volar hacia el sol esplendoroso que encandila sus ojos. Quisiera imitar a las águilas, sus hermanas, a las que ve elevarse a las alturas hasta el fuego divino de la Trinidad (...). Pero, tristemente, lo más que puede hacer es agitar sus alitas. Volar no entra aún en sus posibilidades (...). Entonces, con audaz abandono, se queda contemplando su sol divino. Nada podrá infundirle miedo, ni el viento ni la lluvia" (Manuscrits autobiographiques, París, 1957, p. 231).

Saludos

Deseo saludar a los fieles de lengua española, en particular a las Obreras de la Cruz, a los peregrinos venezolanos, acompañados por mons. Ignacio Velasco, y a los trabajadores chilenos de la Compañía Siderúrgica de Huachipato. Saludo igualmente a los grupos parroquiales venidos de España, Panamá, Puerto Rico, Bolivia, Chile, Argentina y de otros países latinoamericanos. Que el sentiros hijos adoptivos del Padre os ayude a amar siempre a los demás con el mismo amor de Dios. Muchas gracias.


Me dirijo, finalmente a los enfermos que están aquí presentes, a los recién casados y a los jóvenes, entre los que saludo en particular a los estudiantes vencedores en el concurso del Movimiento por la vida.

Se está celebrando estos días en Roma el Congreso mariológico-mariano. Os invito, queridos jóvenes, a imitar el generoso "sí" de María; a vosotros, queridos enfermos, a sentirla presente en la prueba; y a vosotros, queridos recién casados, a acogerla espiritualmente en vuestra casa.



Miércoles 27 de septiembre 2000

La Eucaristía suprema celebración terrena de la "gloria"

1. Según las orientaciones trazadas por la Tertio millennio adveniente, este Año jubilar, celebración solemne de la Encarnación, debe ser un año "intensamente eucarístico" (TMA 55). Por este motivo, después de haber fijado la mirada en la gloria de la Trinidad, que resplandece en el camino del hombre, comenzamos una catequesis sobre la grande y, al mismo tiempo, humilde celebración de la gloria divina que es la Eucaristía. Grande porque es la expresión principal de la presencia de Cristo entre nosotros "todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20); humilde, porque está confiada a los signos sencillos y diarios del pan y del vino, comida y bebida habituales de la tierra de Jesús y de muchas otras regiones. En esta cotidianidad de los alimentos, la Eucaristía introduce no sólo la promesa, sino también la "prenda" de la gloria futura: "futurae gloriae nobis pignus datur" (santo Tomás de Aquino, Officium de festo corporis Christi). Para captar la grandeza del misterio eucarístico, queremos considerar hoy el tema de la gloria divina y de la acción de Dios en el mundo, que unas veces se manifiesta en grandes acontecimientos de salvación, y otras se esconde bajo signos humildes que sólo puede percibir la mirada de la fe.

2. En el Antiguo Testamento, el vocablo hebreo kabôd indica la revelación de la gloria divina y la presencia de Dios en la historia y en la creación. La gloria del Señor resplandece en la cima del Sinaí, lugar de revelación de la palabra divina (cf. Ex 24,16). Está presente en la tienda santa y en la liturgia del pueblo de Dios peregrino en el desierto (cf. Lv 9,23). Domina en el templo, la morada -como dice el salmista- "donde habita tu gloria" (Ps 26,8). Envuelve como un manto de luz (cf. Is 60,1) a todo el pueblo elegido: el mismo san Pablo es consciente de que "los israelitas poseen la adopción filial, la gloria, las alianzas..." (Rm 9,4).

3. Esta gloria divina, que se manifiesta de modo especial a Israel, está presente en todo el universo, como el profeta Isaías oyó proclamar a los serafines en el momento de su vocación: "Santo, santo, santo es el Señor de los ejércitos. Llena está toda la tierra de su gloria" (Is 6,3). Más aún, el Señor revela a todos los pueblos su gloria, tal como se lee en el Salterio: "Todos los pueblos contemplan su gloria" (Ps 97,6). Así pues, la revelación de la luz de la gloria es universal, y por eso toda la humanidad puede descubrir la presencia divina en el cosmos.

Esta revelación se realiza, sobre todo, en Cristo, porque él es "resplandor de la gloria" divina (He 1,3). Lo es también mediante sus obras, como testimonia el evangelista san Juan ante el signo de Caná: "Manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos" (Jn 2,11). Él es resplandor de la gloria divina también mediante su palabra, que es palabra divina: "Yo les he dado tu palabra", dice Jesús al Padre; "Yo les he dado la gloria que tú me diste" (Jn 17,14 Jn 17,22). Cristo manifiesta más radicalmente la gloria divina mediante su humanidad, asumida en la encarnación: "El Verbo se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14).

64 4. La revelación terrena de la gloria divina alcanza su ápice en la Pascua que, sobre todo en los escritos joánicos y paulinos, se describe como una glorificación de Cristo a la diestra del Padre (cf. Jn 12,23 Jn 13,31 Jn 17,1 Ph 2,6-11 Col 3,1 1Tm 3,16). Ahora bien, el misterio pascual, expresión de la "perfecta glorificación de Dios" (Sacrosanctum Concilium SC 7), se perpetúa en el sacrificio eucarístico, memorial de la muerte y resurrección que Cristo confió a la Iglesia, su esposa amada (cf. ib., 47). Con el mandato: "Haced esto en memoria mía" (Lc 22,19), Jesús asegura la presencia de la gloria pascual a través de todas las celebraciones eucarísticas que articularán el devenir de la historia humana. "Por medio de la santa Eucaristía, el acontecimiento de la Pascua de Cristo se extiende por toda la Iglesia (...). Mediante la comunión del cuerpo y la sangre de Cristo, los fieles crecen en la misteriosa divinización gracias a la cual el Espíritu Santo los hace habitar en el Hijo como hijos del Padre" (Juan Pablo II y Moran Mar Ignatius Zakka I Iwas, Declaración común, 23 de junio de 1984, n. 6: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 22 de julio de 1984, p. 9).

5. Es indudable que la celebración más elevada de la gloria divina se realiza hoy en la liturgia. "Ya que la muerte de Cristo en la cruz y su resurrección constituyen el centro de la vida diaria de la Iglesia y la prenda de su Pascua eterna, la liturgia tiene como primera función conducirnos constantemente a través del camino pascual inaugurado por Cristo, en el cual se acepta morir para entrar en la vida" (Vicesimus quintus annus, 6). Pero esta tarea se ejerce, ante todo, por medio de la celebración eucarística, que hace presente la Pascua de Cristo y comunica su dinamismo a los fieles. Así, el culto cristiano es la expresión más viva del encuentro entre la gloria divina y la glorificación que sube de los labios y del corazón del hombre. A la "gloria del Señor que cubre la morada" del templo con su presencia luminosa (cf. Ex 40,34) debe corresponder nuestra "glorificación del Señor con corazón generoso" (Si 35,7).

6. Como nos recuerda san Pablo, debemos glorificar también a Dios en nuestro cuerpo, es decir, en toda nuestra existencia, porque nuestro cuerpo es templo del Espíritu que habita en nosotros (cf. 1Co 6,19 1Co 6,20). Desde esta perspectiva, se puede hablar también de una celebración cósmica de la gloria divina. El mundo creado, "tan a menudo aún desfigurado por el egoísmo y la avidez", encierra una "potencialidad eucarística: (...) está destinado a ser asumido en la Eucaristía del Señor, en su Pascua presente en el sacrificio del altar" (Orientale lumen, 11). A la manifestación de la gloria del Señor, que está "por encima de los cielos" (Ps 113,4) y resplandece sobre el universo, responderá entonces, como contrapunto de armonía, la alabanza coral de la creación, para que Dios "sea glorificado en todo por Jesucristo, a quien corresponden la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén" (1P 4,11).

Saludos

Queridos hermanos y hermanas:
Doy mi bienvenida a los peregrinos de lengua española. En especial a los venidos de la diócesis de Madrid, con el cardenal Antonio María Rouco Varela, y de Tarazona, con mons. Carmelo Borobia. La peregrinación a Roma en este jubileo os ha de introducir en un nuevo período de gracia y de misión: revitalizad vuestras comunidades situando la Eucaristía en el centro y entregándoos día a día a los hermanos. Saludo también a los sacerdotes del Colegio Mexicano y del Movimiento de Schoenstatt; al grupo "Ángeles de María", a la cooperativa "Virgen de las Angustias" y a los demás grupos procedentes de España, México, República Dominicana, Venezuela, El Salvador y Argentina. Deseo que experimentéis la gloria de Dios y lo glorifiquéis con vuestra vida.

(En lituano)
Buscad al Señor con todo vuestro corazón y con todas vuestras fuerzas, y sed mensajeros de esperanza los unos para los otros. En el corazón de Cristo y de la Iglesia os acompaña mi oración.

(En eslovaco)
Hermanos y hermanas, el signo particular del jubileo es la indulgencia, en la cual se manifiesta la misericordia infinita del Padre celestial, que sale al encuentro de todos con su amor. Respondamos generosamente a la invitación de Dios.

(A los croatas)
65 El jubileo que estamos celebrando es una ocasión muy especial para redescubrir la constante presencia y la acción salvífica de Dios uno y trino en la vida y en la historia del hombre. Esa presencia llena el corazón humano de esperanza y lo impulsa hacia el futuro sostenido por el amor de Dios, que en la plenitud de los tiempos se manifestó al mundo en Jesucristo.

(En italiano)
Dirijo un saludo especial a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Que el ejemplo de caridad de san Vicente de Paúl, cuya memoria litúrgica celebramos hoy, os estimule, queridos jóvenes, a realizar vuestros proyectos de futuro en un gozoso y desinteresado servicio al prójimo; os ayude a vosotros, queridos enfermos, a afrontar el sufrimiento como una vocación particular de amor, a fin de que encontréis en ella la paz y el consuelo de Cristo; y os impulse a vosotros, queridos recién casados, a construir una familia siempre abierta a los pobres y al don de la vida.



Octubre 2000

Miércoles 4 de octubre 2000

La Eucaristía, memorial de las maravillas de Dios

1. Entre los múltiples aspectos de la Eucaristía destaca el de "memorial", que guarda relación con un tema bíblico de gran importancia. Por ejemplo, en el libro del Éxodo leemos: "Dios se acordó de su alianza con Abraham, Isaac y Jacob" (Ex 2,24). En cambio, en el Deuteronomio se dice: "Acuérdate del Señor, tu Dios" (Dt 8,18). "Acuérdate bien de lo que el Señor, tu Dios, hizo..." (Dt 7,18). En la Biblia el recuerdo de Dios y el recuerdo del hombre se entrecruzan y constituyen un componente fundamental de la vida del pueblo de Dios. Sin embargo, no se trata de la simple conmemoración de un pasado ya concluido, sino de un zikkarón, es decir, un "memorial". Esto "no es solamente el recuerdo de los acontecimientos del pasado, sino la proclamación de las maravillas que Dios ha realizado en favor de los hombres. En la celebración litúrgica, estos acontecimientos se hacen, en cierta forma, presentes y actuales" (Catecismo de la Iglesia católica CEC 1363). El memorial hace referencia a un vínculo de alianza que nunca desaparece: "El Señor se acuerda de nosotros y nos bendice" (Ps 115,12).

Así pues, la fe bíblica implica el recuerdo eficaz de las obras maravillosas de salvación. Esas obras se profesan en el "Gran Hallel", el Salmo 136, que, después de proclamar la creación y la salvación ofrecida a Israel en el Éxodo, concluye: "En nuestra humillación se acordó de nosotros, porque es eterna su misericordia. (...) Nos libró (...), dio alimento a todo viviente, porque es eterna su misericordia" (Ps 136,23-25). En el evangelio encontramos palabras semejantes en labios de María y de Zacarías: "Acogió a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia (...). Se acordó de su santa alianza" (Lc 1,54 Lc 1,72).

2. En el Antiguo Testamento el "memorial" por excelencia de las obras de Dios en la historia era la liturgia pascual del Éxodo: cada vez que el pueblo de Israel celebraba la Pascua, Dios le ofrecía de modo eficaz el don de la libertad y de la salvación. Así pues, en el rito pascual se entrecruzaban los dos recuerdos, el divino y el humano, es decir, la gracia salvífica y la fe agradecida: "Este será un día memorable para vosotros, y lo celebraréis como fiesta en honor del Señor (...). Y esto te servirá como señal en tu mano, y como recordatorio ante tus ojos, para que la ley del Señor esté en tu boca; porque con mano fuerte te sacó el Señor de Egipto" (Ex 12,14 Ex 13,9). En virtud de este acontecimiento, como afirmaba un filósofo judío, Israel será siempre "una comunidad basada en el recuerdo" (M. Buber).

3. El entrelazamiento del recuerdo de Dios con el del hombre también está en el centro de la Eucaristía, que es el "memorial" por excelencia de la Pascua cristiana. En efecto, la "anámnesis", o sea, el acto de recordar es el corazón de la celebración: el sacrificio de Cristo, acontecimiento único, realizado ...fAEpaj, es decir, "de una vez para siempre" (He 7,27 He 9,12 He 9,26 He 10,12), difunde su presencia salvífica en el tiempo y en el espacio de la historia humana. Eso se expresa en el imperativo final que san Lucas y san Pablo refieren en la narración de la última Cena: "Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros; haced esto en recuerdo mío (...). Este cáliz es la Nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en recuerdo mío" (1Co 11, 24-25, cf. Lc 22,19). El pasado del "cuerpo entregado por nosotros" en la cruz se presenta vivo en el hoy y, como declara san Pablo, se abre al futuro de la redención final: "Cada vez que coméis este pan y bebéis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga" (1Co 11,26). Por consiguiente, la Eucaristía es memorial de la muerte de Cristo, pero también es presencia de su sacrificio y anticipación de su venida gloriosa. Es el sacramento de la continua cercanía salvadora del Señor resucitado en la historia. Así se comprende la exhortación de san Pablo a Timoteo: "Acuérdate de Jesucristo, descendiente de David, resucitado de entre los muertos" (2Tm 2,8). Este recuerdo vive y actúa de modo especial en la Eucaristía.

4. El evangelista san Juan nos explica el sentido profundo del "recuerdo" de las palabras y de los acontecimientos de Cristo. Frente al gesto de Jesús que expulsa del templo a los mercaderes y anuncia que será destruido y reconstruido en tres días, anota: "Cuando resucitó de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho eso, y creyeron en la Escritura y en las palabras que había dicho Jesús" (Jn 2,22). Esta memoria que engendra y alimenta la fe es obra del Espíritu Santo, "que el Padre mandará en nombre" de Cristo: "él os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho" (Jn 14,26). Por consiguiente, hay un recuerdo eficaz: el interior, que lleva a la comprensión de la palabra de Dios, y el sacramental, que se realiza en la Eucaristía. Son las dos realidades de salvación que san Lucas unió en el espléndido relato de los discípulos de Emaús, marcado por la explicación de las Escrituras y por el "partir del pan" (cf. Lc 24,13-35).

66 5. "Recordar" es, por tanto, "volver a llevar al corazón" en la memoria y en el afecto, pero es también celebrar una presencia. "Sólo la Eucaristía, verdadero memorial del misterio pascual de Cristo, es capaz de mantener vivo en nosotros el recuerdo de su amor. De ahí que la Iglesia vigile su celebración; ya que si la divina eficacia de esta vigilancia continua y dulcísima no la fomentara; si no sintiera la fuerza penetrante de la mirada del Esposo fija sobre ella, fácilmente la misma Iglesia se haría olvidadiza, insensible, infiel" (carta apostólica Patres Ecclesiae, III: Enchiridion Vaticanum 7, 33; L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 27 de enero de 1980, p. 15). Esta exhortación a la vigilancia hace que nuestras liturgias eucarísticas estén abiertas a la venida plena del Señor, a la aparición de la Jerusalén celestial. En la Eucaristía el cristiano alimenta la esperanza del encuentro definitivo con su Señor.

* * * * * *

Llamamiento del Santo Padre
Desde hace varias semanas llegan noticias preocupantes de ataques sangrientos en Guinea contra la población local y contra los refugiados de Liberia y Sierra Leona. Pido en nombre de Dios que se desista de tanta violencia y se respeten los derechos de todos, especialmente los de los refugiados, que ya viven en condiciones precarias.

Dirijo, asimismo, un apremiante llamamiento para que sean liberados dos sacerdotes javerianos, el padre Franco Manganello y el padre Víctor Mosele, secuestrados en la Misión de Pamalap, en la región de Forecariah, el pasado 6 de septiembre.

Por último, expreso mi dolor y mi oración por dos heraldos del Evangelio, brutalmente asesinados en los últimos días: el padre Raffaele di Bari, comboniano, en Uganda, y el señor Antonio Bargiggia, misionero laico de los Hermanos de los Pobres, en Burundi. Que el Señor acoja en su paz a estos fieles servidores suyos, caídos mientras cumplían el "mandamiento mayor": el del amor.


Saludos

Doy mi cordial bienvenida a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos procedentes de España, México, Perú, Argentina y otros países latinoamericanos. Invito a todos, en esta visita jubilar a Roma, a renovar la fe y recibir con gozo la misericordia de Dios. Haced partícipes a vuestras familias y vuestros pueblos de una inolvidable experiencia de encuentro con Cristo, haciéndoles llegar también el afectuoso saludo y la bendición del Papa. Muchas gracias.

(En italiano)
Me dirijo, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Amadísimos hermanos, hoy celebramos la fiesta de San Francisco de Asís. Que para vosotros, jóvenes, sea modelo de vida evangélica; para vosotros, enfermos, sea ejemplo de amor a la cruz de Cristo; y para vosotros, recién casados, una invitación a tener siempre confianza en la divina Providencia.



Miércoles 11 de octubre 2000

La Eucaristía, sacrificio de alabanza

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1. "Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria". Con esta proclamación de alabanza a la Trinidad se concluye en toda celebración eucarística la plegaria del Canon. En efecto, la Eucaristía es el perfecto "sacrificio de alabanza", la glorificación más elevada que sube de la tierra al cielo, "la fuente y cima de toda la vida cristiana, en la que los hijos de Dios ofrecen al Padre la víctima divina y a sí mismos con ella" (cf. Lumen gentium,
LG 11). En el Nuevo Testamento la carta a los Hebreos nos enseña que la liturgia cristiana es ofrecida por un "sumo sacerdote santo, inocente, incontaminado, apartado de los pecadores y encumbrado por encima de los cielos", que ha realizado de una vez para siempre un único sacrificio "ofreciéndose a sí mismo" (cf. He 7,26-27). "Por medio de él -dice la carta-, ofrecemos a Dios sin cesar un sacrificio de alabanza" (He 13,15). Así queremos evocar brevemente los temas del sacrificio y de la alabanza, que confluyen en la Eucaristía, sacrificium laudis.

2. En la Eucaristía se actualiza, ante todo, el sacrificio de Cristo. Jesús está realmente presente bajo las especies del pan y del vino, como él mismo nos asegura: "Esto es mi cuerpo... Esta es mi sangre" (Mt 26,26 Mt 26,28). Pero el Cristo presente en la Eucaristía es el Cristo ya glorificado, que en el Viernes santo se ofreció a sí mismo en la cruz. Es lo que subrayan las palabras que pronunció sobre el cáliz del vino: "Esta es mi sangre de la Alianza, derramada por muchos" (Mt 26,28 cf. Mc 14,24 Lc 22,20). Si se analizan estas palabras a la luz de su filigrana bíblica, afloran dos referencias significativas. La primera es la expresión "sangre derramada", que, como atestigua el lenguaje bíblico (cf. Gn 9,6), es sinónimo de muerte violenta. La segunda consiste en la precisión "por muchos", que alude a los destinatarios de esa sangre derramada. Esta alusión nos remite a un texto fundamental para la relectura cristiana de las Escrituras, el cuarto canto de Isaías: con su sacrificio, "entregándose a la muerte", el Siervo del Señor "llevó el pecado de muchos" (Is 53,12 cf. He 9,28 1P 2,24).

3. Esa misma dimensión sacrificial y redentora de la Eucaristía se halla expresada en las palabras de Jesús sobre el pan en la última Cena, tal como las refiere la tradición de san Lucas y san Pablo: "Esto es mi cuerpo, entregado por vosotros" (Lc 22,19 cf. 1 Co Lc 11,24). También en este caso se hace una referencia a la entrega sacrificial del Siervo del Señor según el pasaje ya evocado de Isaías: "Se entregó a la muerte (...), llevó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores" (Is 53,12). "La Eucaristía es, por encima de todo, un sacrificio: sacrificio de la Redención y al mismo tiempo sacrificio de la nueva alianza, como creemos y como claramente profesan también las Iglesias orientales: "El sacrificio actual -afirmó hace siglos la Iglesia griega (en el Sínodo Constantinopolitano contra Soterico, celebrado en los años 1156-1157)- es como aquel que un día ofreció el unigénito Verbo de Dios encarnado, es ofrecido, hoy como entonces, por él, siendo el mismo y único sacrificio"" (carta apostólica Dominicae Coenae, 9).

4. La Eucaristía, sacrificio de la nueva alianza, se presenta como desarrollo y cumplimiento de la alianza celebrada en el Sinaí cuando Moisés derramó la mitad de la sangre de las víctimas sacrificiales sobre el altar, símbolo de Dios, y la otra mitad sobre la asamblea de los hijos de Israel (cf. Ex 24,5-8). Esta "sangre de la alianza" unía íntimamente a Dios y al hombre con un vínculo de solidaridad. Con la Eucaristía la intimidad se hace total, el abrazo entre Dios y el hombre alcanza su cima. Es la realización de la "nueva alianza" que había predicho Jeremías (cf. Jr 31,31-34): un pacto en el espíritu y en el corazón, que la carta a los Hebreos exalta precisamente partiendo del oráculo del profeta, refiriéndolo al sacrificio único y definitivo de Cristo (cf. He 10,14-17).

5. Al llegar a este punto, podemos ilustrar otra afirmación: la Eucaristía es un sacrificio de alabanza. Esencialmente orientado a la comunión plena entre Dios y el hombre, "el sacrificio eucarístico es la fuente y la cima de todo el culto de la Iglesia y de toda la vida cristiana. En este sacrificio de acción de gracias, de propiciación, de impetración y de alabanza los fieles participan con mayor plenitud cuando no sólo ofrecen al Padre con todo su corazón, en unión con el sacerdote, la sagrada víctima y, en ella, se ofrecen a sí mismos, sino que también reciben la misma víctima en el sacramento" (Sagrada Congregación de Ritos, Eucharisticum Mysterium, 3).

Como dice el término mismo en su etimología griega, la Eucaristía es "acción de gracias"; en ella el Hijo de Dios une a sí mismo a la humanidad redimida en un cántico de acción de gracias y de alabanza. Recordemos que la palabra hebrea todah, traducida por "alabanza", significa también "acción de gracias". El sacrificio de alabanza era un sacrificio de acción de gracias (cf. Ps 50,14 Ps 50,23). En la última Cena, para instituir la Eucaristía, Jesús dio gracias a su Padre (cf. Mt 26,26-27 y paralelos); este es el origen del nombre de ese sacramento.

6. "En el sacrificio eucarístico, toda la creación amada por Dios es presentada al Padre a través de la muerte y resurrección de Cristo" (Catecismo de la Iglesia católica, CEC 1359). Uniéndose al sacrificio de Cristo, la Iglesia en la Eucaristía da voz a la alabanza de la creación entera. A eso debe corresponder el compromiso de cada fiel de ofrecer su existencia, su "cuerpo" -como dice san Pablo- "como una víctima viva, santa, agradable a Dios" (Rm 12,1), en una comunión plena con Cristo. De este modo una sola vida une a Dios y al hombre, a Cristo crucificado y resucitado por todos y al discípulo llamado a entregarse totalmente a él.

Esta íntima comunión de amor es lo que canta el poeta francés Paul Claudel, el cual pone en labios de Cristo estas palabras: "Ven conmigo, a donde yo estoy, en ti mismo, y te daré la clave de la existencia. Donde yo estoy, está eternamente el secreto de tu origen (...). ¿Dónde están tus manos, que no estén las mías? ¿Y tus pies, que no estén clavados en la misma cruz? ¡Yo he muerto y he resucitado una vez para siempre! Estamos muy cerca el uno del otro (...). ¿Cómo puedes separarte de mí sin arrancarme el corazón?" (La Messe là-bas).

Saludos

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, especialmente a los obispos venezolanos, con los superiores y alumnos del nuevo colegio que van a inaugurar en Roma para la formación de sacerdotes, así como a los matrimonios chilenos del movimiento de Schönstatt y al grupo "Rapa Nui" de la isla de Pascua, a los fieles de Cali, acompañados del señor arzobispo mons. Isaías Duarte, a los peregrinos de Panamá con algunos obispos y al grupo de olivareros españoles, así como a los demás grupos de España, Venezuela, Chile y Argentina. A todos os invito a vivir la Eucaristía como una ofrenda permanente de la propia vida, unidos con Cristo para alabanza de Dios.

(En checo)
68 Vosotros sois hermanos y hermanas de los mártires, de los confesores y de los santos. Esto os compromete a ser fieles a Cristo y a anunciar el Evangelio con vuestra vida y con la palabra a todos, especialmente a los no creyentes de hoy.

(En italiano)
Mi pensamiento se dirige ahora a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. El sábado y el domingo próximos tendrá lugar el jubileo de las familias. Queridos jóvenes, aprovechad estos años para prepararos a formar una auténtica familia cristiana. Queridos enfermos, haced de vuestra presencia en la vida familiar un don, ofreciendo al Señor vuestros sufrimientos por el bien de todos. Queridos recién casados, ojalá que, día a día, vuestra familia se convierta, cada vez más, en iglesia doméstica y célula viva de la sociedad.



Miércoles 18 de octubre 2000

La Eucaristía banquete de comunión con Dios

1. "Nos hemos convertido en Cristo. En efecto, si él es la cabeza y nosotros sus miembros, el hombre total es él y nosotros" (san Agustín, Tractatus in Johannem, 21, 8). Estas atrevidas palabras de san Agustín exaltan la comunión íntima que, en el misterio de la Iglesia, se crea entre Dios y el hombre, una comunión que, en nuestro camino histórico, encuentra su signo más elevado en la Eucaristía. Los imperativos: "Tomad y comed... bebed..." (Mt 26,26-27) que Jesús dirige a sus discípulos en la sala del piso superior de una casa de Jerusalén, la última tarde de su vida terrena (cf. Mc 14,15), entrañan un profundo significado. Ya el valor simbólico universal del banquete ofrecido en el pan y en el vino (cf. Is 25,6), remite a la comunión y a la intimidad. Elementos ulteriores más explícitos exaltan la Eucaristía como banquete de amistad y de alianza con Dios. En efecto, como recuerda el Catecismo de la Iglesia católica, "es, a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en que se perpetúa el sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor" (CEC 1382).

2. Como en el Antiguo Testamento el santuario móvil del desierto era llamado "tienda del Encuentro", es decir, del encuentro entre Dios y su pueblo y de los hermanos de fe entre sí, la antigua tradición cristiana ha llamado "sinaxis", o sea "reunión", a la celebración eucarística. En ella "se revela la naturaleza profunda de la Iglesia, comunidad de los convocados a la sinaxis para celebrar el don de Aquel que es oferente y ofrenda: estos, al participar en los sagrados misterios, llegan a ser "consanguíneos" de Cristo, anticipando la experiencia de la divinización en el vínculo, ya inseparable, que une en Cristo divinidad y humanidad" (Orientale lumen, 10).

Si queremos profundizar en el sentido genuino de este misterio de comunión entre Dios y los fieles, debemos volver a las palabras de Jesús en la última Cena. Remiten a la categoría bíblica de la "alianza", evocada precisamente a través de la conexión de la sangre de Cristo con la sangre del sacrificio derramada en el Sinaí: "Esta es mi sangre, la sangre de la alianza" (Mc 14,24). Moisés había dicho: "Esta es la sangre de la alianza" (Ex 24,8). La alianza que en el Sinaí unía a Israel con el Señor mediante un vínculo de sangre anunciaba la nueva alianza, de la que deriva, para usar la expresión de los Padres griegos, una especie de consanguinidad entre Cristo y el fiel (cf. san Cirilo de Alejandría, In Johannis Evangelium, XI; san Juan Crisóstomo, In Matthaeum hom., LXXXII, 5).

3. Las teologías de san Juan y de san Pablo son las que más exaltan la comunión del creyente con Cristo en la Eucaristía. En el discurso pronunciado en la sinagoga de Cafarnaúm, Jesús dice explícitamente: "Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre" (Jn 6,51). Todo el texto de ese discurso está orientado a subrayar la comunión vital que se establece, en la fe, entre Cristo, pan de vida, y aquel que come de él. En particular destaca el verbo griego típico del cuarto evangelio para indicar la intimidad mística entre Cristo y el discípulo, m+nein, "permanecer, morar": "El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él" (Jn 6,56 cf. Jn 15,4-9).

4. La palabra griega de la "comunión", koinonìa, aparece asimismo en la reflexión de la primera carta a los Corintios, donde san Pablo habla de los banquetes sacrificiales de la idolatría, definiéndolos "mesa de los demonios" (1Co 10,21), y expresa un principio que vale para todos los sacrificios: "Los que comen de las víctimas están en comunión con el altar" (1Co 10,18). El Apóstol aplica este principio de forma positiva y luminosa con respecto a la Eucaristía: "El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión (koinonìa)con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión (koinonìa)con el cuerpo de Cristo? (...) Todos participamos de un solo pan" (1Co 10,16-17). "La participación (...) en la Eucaristía, sacramento de la nueva alianza, es el culmen de la asimilación a Cristo, fuente de "vida eterna", principio y fuerza del don total de sí mismo" (Veritatis splendor, VS 21).

5. Por consiguiente, esta comunión con Cristo produce una íntima transformación del fiel. San Cirilo de Alejandría describe de modo eficaz este acontecimiento mostrando su resonancia en la existencia y en la historia: "Cristo nos forma según su imagen de manera que los rasgos de su naturaleza divina resplandezcan en nosotros a través de la santificación, la justicia y la vida buena y según la virtud. La belleza de esta imagen resplandece en nosotros, que estamos en Cristo, cuando con nuestras obras nos mostramos hombres buenos" (Tractatus ad Tiberium diaconum sociosque, II, Responsiones ad Tiberium diaconum sociosque, en In divi Johannis Evangelium, vol. III, Bruselas 1965, p. 590). "Participando en el sacrificio de la cruz, el cristiano comulga con el amor de entrega de Cristo y se capacita y compromete a vivir esta misma caridad en todas sus actitudes y comportamientos de vida. En la existencia moral se revela y se realiza también el servicio real del cristiano" (Veritatis splendor VS 107). Ese servicio regio tiene su raíz en el bautismo y su florecimiento en la comunión eucarística. Así pues, el camino de la santidad, del amor y de la verdad es la revelación al mundo de nuestra intimidad divina, realizada en el banquete de la Eucaristía.


Audiencias 2000 63