Audiencias 2000 76

Miércoles 29 de noviembre de 2000

Fe, esperanza y caridad en la perspectiva del diálogo interreligioso

1. En el grandioso cuadro que el Apocalipsis nos acaba de ofrecer no sólo se encuentra el pueblo de Israel, simbólicamente representado por las doce tribus, sino también la inmensa multitud de gentes de todos los lugares y de todas las culturas, vestidos con las vestiduras blancas de la eternidad luminosa y feliz. Tomo como punto de partida esta sugestiva evocación para referirme al diálogo interreligioso, tema muy actual en nuestro tiempo.

Todos los justos de la tierra, al llegar a la meta de la gloria, después de haber recorrido el camino empinado y fatigoso de la existencia terrena, elevan su alabanza a Dios. Han pasado "por la gran tribulación" y han obtenido la purificación mediante la sangre del Cordero, "derramada por muchos para perdón de los pecados" (Mt 26,28). Así pues, todos participan de la misma fuente de salvación que Dios ha derramado sobre la humanidad. En efecto, "Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él" (Jn 3,17).

2. La salvación se ofrece a todas las naciones, como lo atestigua ya la alianza con Noé (cf. Gn 9,8-17), que testimonia la universalidad de la manifestación divina y de la respuesta humana en la fe (cf. Catecismo de la Iglesia católica, CEC 58). Asimismo, en Abraham "serán bendecidas todas las familias de la tierra" (Gn 12,3). Estas se hallan en camino hacia la ciudad santa, para gozar de la paz que cambiará el rostro del mundo, cuando forjarán de sus espadas arados, y de sus lanzas podaderas (cf. Is 2,2-5).

Con emoción se leen en Isaías estas palabras: "Los egipcios servirán al Señor juntamente con los asirios (...). Los bendecirá el Señor de los ejércitos, diciendo: "Bendito sea mi pueblo Egipto, la obra de mis manos Asur, y mi heredad Israel"" (Is 19,23 Is 19,25). "Los príncipes de los gentiles -canta el salmista- se reúnen con el pueblo del Dios de Abraham, porque de Dios son los grandes de la tierra, y él es excelso" (Ps 47,10). Más aún, el profeta Malaquías contempla cómo de todo el horizonte de la humanidad se eleva la adoración y la alabanza hacia Dios: "Desde el sol levante hasta el poniente grande es mi nombre entre las naciones, y en todo lugar se ofrece a mi nombre un sacrificio de incienso y una oblación pura. Pues grande es mi nombre entre las naciones, dice el Señor de los ejércitos" (Ml 1,11). En efecto, el mismo profeta se pregunta: "¿No tenemos todos nosotros un mismo Padre? ¿No nos ha creado el mismo Dios?" (Ml 2,10).

3. Así pues, en la invocación a Dios, incluso cuando su rostro es "desconocido" (cf. Ac 17,23), se da una cierta forma de fe.Toda la humanidad tiende hacia la auténtica adoración de Dios y la comunión fraterna de los hombres bajo la acción del "Espíritu de verdad, que actúa más allá de los confines visibles del Cuerpo místico" de Cristo (Redemptor hominis RH 6).

San Ireneo recuerda, al respecto, que son cuatro las alianzas selladas por Dios con la humanidad: en Adán, en Noé, en Moisés y en Jesucristo (cf. Adversus haereses , III, 11,8). Las tres primeras, orientadas idealmente hacia la plenitud de Cristo, marcan el diálogo de Dios con sus criaturas, un encuentro de revelación y amor, de iluminación y gracia, que el Hijo reúne en la unidad, sella en la verdad y lleva a la perfección.

4. Desde esta perspectiva, la fe de todos los pueblos desemboca en la esperanza.Esta esperanza aún no está iluminada por la plenitud de la revelación, que la pone en relación con las promesas divinas y la convierte en una virtud "teologal". Con todo, los libros sagrados de las religiones impulsan a la esperanza en la medida en que abren un horizonte de comunión divina, delinean para la historia una meta de purificación y salvación, promueven la búsqueda de la verdad y defienden los valores de la vida, la santidad, la justicia, la paz y la libertad. Con esta tensión profunda, que resiste incluso en medio de las contradicciones humanas, la experiencia religiosa abre a los hombres al don divino de la caridad y a sus exigencias.

En este horizonte se sitúa el diálogo interreligioso al que el concilio Vaticano II nos ha estimulado (cf. Nostra aetate NAE 2). Ese diálogo se manifiesta en el compromiso común de todos los creyentes en favor de la justicia, la solidaridad y la paz. Se expresa en las relaciones culturales, que siembran una semilla de idealidad y trascendencia en las tierras a menudo áridas de la política, la economía y la existencia social. Encuentra un momento cualificado en el diálogo religioso, en el que los cristianos dan testimonio íntegro de la fe en Cristo, único Salvador del mundo. Por la misma fe son conscientes de que el camino hacia la plenitud de la verdad (cf. Jn 16,13) exige la humildad de la escucha para captar y valorar cualquier rayo de luz, siempre fruto del Espíritu de Cristo, venga de donde venga.

77 5. "La misión de la Iglesia es hacer crecer "el reinado sobre el mundo de nuestro Señor y de su Cristo" (Ap 11,15), cuya sierva es. Así pues, una parte de este papel consiste en reconocer que la realidad incipiente de este Reino puede encontrarse también fuera de los confines de la Iglesia, por ejemplo, en el corazón de los adeptos de otras tradiciones religiosas, siempre que vivan los valores evangélicos y permanezcan abiertos a la acción del Espíritu" (Documento del Consejo pontificio para el diálogo interreligioso y de la Congregación para la evangelización de los pueblos, Diálogo y anuncio, 35). Eso vale especialmente -como nos indicó el concilio Vaticano II en la declaración Nostra aetate- para las religiones monoteístas del judaísmo y el islam. Con este espíritu, en la bula de convocación del Año jubilar formulé este deseo: "Que el jubileo favorezca un nuevo paso en el diálogo recíproco hasta que un día todos juntos -judíos, cristianos y musulmanes- nos demos en Jerusalén el saludo de la paz" (Incarnationis mysterium, 2). Doy gracias al Señor porque, en mi reciente peregrinación a los Santos lugares, me concedió la alegría de este saludo, promesa de relaciones marcadas por una paz cada vez más profunda y universal.

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los miembros de los Centros de formación rural de Argentina, así como a los demás grupos provenientes de España, México y otros países latinoamericanos. Llevad a vuestras familias y comunidades el afecto y la bendición del Papa. Muchas gracias.

(En eslovaco)
Amadísimos hermanos y hermanas, ojalá que la visita a las tumbas de los santos Apóstoles y de los mártires romanos sea fuente de inspiración para vuestra vida cristiana. Con afecto os imparto la bendición apostólica a vosotros y a vuestras familias en la patria.

(En lengua croata)
Queridos hermanos, la esperanza cristiana, que debe manifestarse con el compromiso concreto en la vida diaria a nivel personal, familiar y social, es uno de los múltiples dones que el Espíritu Santo derrama en nuestros corazones. Este don nos lleva, mediante la fe y la caridad, hacia la vida eterna que Dios mismo nos ha preparado.

(En italiano)
Como siempre, mi cordial saludo en este momento se dirige a vosotros, queridos jóvenes, queridos enfermos y queridos recién casados. Hoy comienza la novena de preparación para la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la santísima Virgen María.

A ella os encomiendo a vosotros, queridos jóvenes, y de modo muy particular a vosotros, queridos alumnos procedentes de diversas escuelas de todo orden y grado; y os encomiendo también a vosotros, participantes en la 50ª Jornada de la bondad en las escuelas, premio "Livio Tempesta", que os habéis distinguido por acciones de generosa bondad. Que la Madre de Jesús os ayude a crecer cada día más en el conocimiento y en el amor a Dios y al prójimo. La Virgen Inmaculada os ayude a vosotros, queridos enfermos, a sostener con paciente adhesión a la voluntad divina las pruebas del sufrimiento. María os sostenga a vosotros, queridos recién casados, al construir en la fidelidad al amor vuestra familia cristiana.



Diciembre de 2000

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Miércoles 6 de diciembre de 2000


Cooperar a la llegada del reino de Dios en el mundo

1. En este año del gran jubileo, el tema de fondo de nuestras catequesis es la gloria de la Trinidad, tal como se nos reveló en la historia de la salvación. Hemos reflexionado sobre la Eucaristía, máxima celebración de Cristo presente bajo las humildes especies del pan y del vino. Ahora queremos dedicar algunas catequesis al compromiso que se nos pide para que la gloria de la Trinidad resplandezca plenamente en el mundo.

Y nuestra reflexión toma como punto de partida el evangelio de san Marcos, donde leemos: "Marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la buena nueva de Dios, diciendo: "El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca; convertíos y creed en el Evangelio"" (Mc 1,14-15). Estas son las primeras palabras que Jesús pronuncia ante la multitud: contienen el núcleo de su Evangelio de esperanza y salvación, el anuncio del reino de Dios. Desde ese momento en adelante, como observan los evangelistas, "recorría Jesús toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando la buena nueva del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo" (Mt 4,23 cf. Lc 8,1). En esa línea se sitúan los Apóstoles, al igual que san Pablo, el Apóstol de las gentes, llamado a "anunciar el reino de Dios" en medio de las naciones hasta la capital del imperio romano (cf. Ac 20,25 Ac 28,23 Ac 28,31).

2. Con el Evangelio del Reino, Cristo se remite a las Escrituras sagradas que, con la imagen de un rey, celebran el señorío de Dios sobre el cosmos y sobre la historia. Así leemos en el Salterio: "Decid a los pueblos: "El Señor es rey; él afianzó el orbe, y no se moverá; él gobierna a los pueblos rectamente"" (Ps 96,10). Por consiguiente, el Reino es la acción eficaz, pero misteriosa, que Dios lleva a cabo en el universo y en el entramado de las vicisitudes humanas. Vence las resistencias del mal con paciencia, no con prepotencia y de forma clamorosa.

Por eso, Jesús compara el Reino con el grano de mostaza, la más pequeña de todas las semillas, pero destinada a convertirse en un árbol frondoso (cf. Mt 13,31-32), o con la semilla que un hombre echa en la tierra: "duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo" (Mc 4,27). El Reino es gracia, amor de Dios al mundo, para nosotros fuente de serenidad y confianza: "No temas, pequeño rebaño -dice Jesús-, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino" (Lc 12,32). Los temores, los afanes y las angustias desaparecen, porque el reino de Dios está en medio de nosotros en la persona de Cristo (cf. Lc 17,21).

3. Con todo, el hombre no es un testigo inerte del ingreso de Dios en la historia. Jesús nos invita a "buscar" activamente "el reino de Dios y su justicia" y a considerar esta búsqueda como nuestra preocupación principal (cf. Mt 6,33). A los que "creían que el reino de Dios aparecería de un momento a otro" (Lc 19,11), les recomienda una actitud activa en vez de una espera pasiva, contándoles la parábola de las diez minas encomendadas para hacerlas fructificar (cf. Lc 19,12-27). Por su parte, el apóstol san Pablo declara que "el reino de Dios no es cuestión de comida o bebida, sino -ante todo- de justicia" (Rm 14,17) e insta a los fieles a poner sus miembros al servicio de la justicia con vistas a la santificación (cf. Rm 6,13 Rm 6,19).

Así pues, la persona humana está llamada a cooperar con sus manos, su mente y su corazón al establecimiento del reino de Dios en el mundo. Esto es verdad de manera especial con respecto a los que están llamados al apostolado y que son, como dice san Pablo, "cooperadores del reino de Dios" (Col 4,11), pero también es verdad con respecto a toda persona humana.

4. En el Reino entran las personas que han elegido el camino de las bienaventuranzas evangélicas, viviendo como "pobres de espíritu" por su desapego de los bienes materiales, para levantar a los últimos de la tierra del polvo de la humillación. "¿Acaso no ha escogido Dios a los pobres según el mundo -se pregunta el apóstol Santiago en su carta- para enriquecerlos en la fe y hacerlos herederos del Reino que prometió a los que le aman?" (Jc 2,5). En el Reino entran los que soportan con amor los sufrimientos de la vida: "Es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios" (Ac 14,22 cf. 2Th 1,4-5), donde Dios mismo "enjugará toda lágrima (...) y no habrá ya muerte ni llanto ni gritos ni fatigas" (Ap 21,4). En el Reino entran los puros de corazón que eligen la senda de la justicia, es decir, de la adhesión a la voluntad de Dios, como advierte san Pablo: "¿No sabéis acaso que los injustos no heredarán el reino de Dios? ¡No os engañéis! Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, (...) ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces heredarán el reino de Dios" (1Co 6,9-10, cf. 1Co 15,50; Ep 5,5).

5. Así pues, todos los justos de la tierra, incluso los que no conocen a Cristo y a su Iglesia, y que, bajo el influjo de la gracia, buscan a Dios con corazón sincero (cf. Lumen gentium LG 16), están llamados a edificar el reino de Dios, colaborando con el Señor, que es su artífice primero y decisivo. Por eso, debemos ponernos en sus manos, confiar en su palabra y dejarnos guiar por él como niños inexpertos que sólo en el Padre encuentran la seguridad: "El que no reciba el reino de Dios como niño -dijo Jesús-, no entrará en él" (Lc 18,17).

Con este espíritu debemos hacer nuestra la invocación: "¡Venga tu reino!". En la historia de la humanidad esta invocación se ha elevado innumerables veces al cielo como un gran anhelo de esperanza: "¡Venga a nosotros la paz de tu reino!", exclama Dante en su paráfrasis del Padrenuestro (Purgatorio XI, 7). Esa invocación nos impulsa a dirigir nuestra mirada al regreso de Cristo y alimenta el deseo de la venida final del reino de Dios. Sin embargo, este deseo no impide a la Iglesia cumplir su misión en este mundo; al contrario, la compromete aún más (cf. Catecismo de la Iglesia católica, CEC 2818), a la espera de poder cruzar el umbral del Reino, del que la Iglesia es germen e inicio (cf. Lumen gentium LG 5), cuando llegue al mundo en plenitud. Entonces, como nos asegura san Pedro en su segunda carta, "se os dará amplia entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo" (2P 1,11).

Saludos

79 Saludo con afecto a todos los peregrinos de lengua española, especialmente a la Cofradía de Jesús Nazareno de Cartagena, y a la fundación Tonino Coscarelli. Que vuestra peregrinación jubilar en este Año santo os ayude a exclamar con fe la invocación "¡Venga tu Reino!", que Cristo nos enseñó, y a trabajar con todas vuestras fuerzas para apresurar esa venida.

(En eslovaco)
Queridos hermanos, vais a cruzar las Puertas santas de las basílicas romanas. Pasar por la Puerta santa significa reconocer que Jesucristo es el Señor, fortaleciendo la fe en él, para vivir la nueva vida que nos ha dado.

(En italiano)
Saludo ahora a los jóvenes aquí presentes. Os exhorto a alimentaros a menudo con el pan de vida que Cristo multiplica cada día en las mesas de la Iglesia. Con viva amistad me dirijo ahora a vosotros, queridos enfermos, invitándoos a mirar a Cristo, que en este tiempo de Adviento esperamos como el que ha de venir. Ofrecedle con gran fe vuestros sufrimientos, para participar también en su gloria. Y a vosotros queridos recién casados, a quienes saludo con verdadera cordialidad, alimentad vuestra vida acudiendo siempre a María, Madre y Virgen Inmaculada. Os acompañe a todos mi bendición.



Miércoles 13 de diciembre de 2000


El valor del compromiso en las realidades temporales

1. El apóstol san Pablo afirma que "nuestra patria está en los cielos" (Ph 3,20), pero de ello no concluye que podemos esperar pasivamente el ingreso en la patria; al contrario, nos exhorta a comprometernos activamente. "No nos cansemos de obrar el bien -escribe-; pues, si no desfallecemos, a su tiempo nos vendrá la cosecha. Así que, mientras tengamos oportunidad, hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe" (Ga 6,9-10).

La revelación bíblica y la mejor sabiduría filosófica coinciden en subrayar que, por un lado, la humanidad tiende hacia lo infinito y la eternidad, y, por otro, está firmemente arraigada en la tierra, dentro de las coordenadas del tiempo y del espacio. Existe una meta trascendente por alcanzar, pero a través de un itinerario que se desarrolla en la tierra y en la historia. Las palabras del Génesis son iluminadoras: la criatura humana está vinculada al polvo de la tierra, pero al mismo tiempo tiene un "aliento" que la une directamente a Dios (cf. Gn 2,7).

2. También afirma el Génesis que Dios, después de crear al hombre, lo dejó "en el jardín del Edén, para que lo labrase y cuidase" (Gn 2,15). Los dos verbos del texto original hebreo son los que se usan en otros lugares para indicar también el "servir" a Dios y el "observar" su palabra, es decir, el compromiso de Israel con respecto a la alianza con el Señor. Esta analogía parece sugerir que una alianza primaria une al Creador con Adán y con toda criatura humana, una alianza que se realiza en el compromiso de henchir la tierra, sometiendo y dominando a los peces del mar, a las aves del cielo y a todo animal que serpea sobre la tierra (cf. Gn 1,28 Ps 8,7-9).

Por desgracia, a menudo el hombre cumple esta misión, que Dios le asignó, no como un artífice sabio, sino como un tirano prepotente. Al final se encuentra en un mundo devastado y hostil, en una sociedad desgarrada y lacerada, como también nos enseña el Génesis en el gran cuadro del capítulo tercero, donde describe la ruptura de la armonía del hombre con su semejante, con la tierra y con el mismo Creador. Este es el fruto del pecado original, es decir, de la rebelión que tuvo lugar desde el inicio frente al proyecto que Dios había encomendado a la humanidad.

80 3. Por eso, con la gracia de Cristo Redentor, debevmos volver a hacer nuestro el designio de paz y desarrollo, de justicia y solidaridad, de transformación y valorización de las realidades terrestres y temporales, delineado en las primeras páginas de la Biblia. Debemos continuar la gran aventura de la humanidad en el campo de la ciencia y la técnica, hurgando en los secretos de la naturaleza. Es preciso desarrollar -a través de la economía, el comercio y la vida social- el bienestar, el conocimiento, la victoria sobre la miseria y sobre cualquier forma de humillación de la dignidad humana.

En cierto sentido, Dios ha delegado al hombre la obra de la creación, para que esta prosiga tanto en las extraordinarias empresas de la ciencia y de la técnica, como en el esfuerzo diario de los trabajadores, los estudiosos, las personas que con su mente y sus manos "labran y cuidan" la tierra y hacen más solidarios a los hombres y mujeres entre sí. Dios no está ausente de su creación; más aún, "ha coronado de gloria y honor al hombre", haciéndolo, con su autonomía y libertad, casi su representante en el mundo y en la historia (cf.
Ps 8,6-7).

4. Como dice el salmista, por la mañana "el hombre sale a sus faenas, a su labranza hasta el atardecer" (Ps 104,23). También Cristo valora en sus parábolas esta labor del hombre y de la mujer en los campos y en el mar, en las casas y en las asambleas, en los tribunales y en los mercados. La asume para ilustrar simbólicamente el misterio del reino de Dios y de su realización progresiva, aunque sabe que a menudo este trabajo resulta estéril a causa del mal y del pecado, del egoísmo y de la injusticia. La misteriosa presencia del Reino en la historia sostiene y vivifica el esfuerzo del cristiano en sus tareas terrenas.

Los cristianos, implicados en esta obra y en esta lucha, están llamados a colaborar con el Creador para realizar en la tierra una "casa del hombre" más acorde con su dignidad y con el plan divino, una casa en la que "la misericordia y la verdad se encuentren, la justicia y la paz se besen" (Ps 85,11).

5. A esta luz quisiera proponer a vuestra meditación las páginas que el concilio Vaticano II dedicó, en la constitución pastoral Gaudium et spes (cf. parte I, cc. III y IV), a la "actividad humana en el mundo" y a la "función de la Iglesia en el mundo actual". "Los creyentes -enseña el Concilio- tienen la certeza de que la actividad humana individual y colectiva, es decir, aquel ingente esfuerzo con el que los hombres pretenden mejorar las condiciones de su vida a lo largo de los siglos, considerado en sí mismo, responde al plan de Dios" (GS 34).

La complejidad de la sociedad moderna hace cada vez más arduo el esfuerzo de animar las estructuras políticas, culturales, económicas y tecnológicas que con frecuencia no tienen alma. En este horizonte difícil y prometedor la Iglesia está llamada a reconocer la autonomía de las realidades terrenas (cf. ib., 36), pero también a proclamar eficazmente "la prioridad de la ética sobre la técnica, la primacía de la persona sobre las cosas y la superioridad del espíritu sobre la materia" (Congregación para la educación católica, En estas últimas décadas, 30 de diciembre de 1988, n. 44: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 23 de julio de 1989, p. 12). Sólo así se cumplirá el anuncio de san Pablo: "La creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios. (...) y alberga la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción, para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios" (Rm 8,19-21).

Saludos

Saludo con afecto a todos los peregrinos de lengua española, especialmente a los cadetes y personal del Servicio penitenciario bonaerense, de la Escuela federal de policía y de la Escuela penitenciaria, de Argentina. Os deseo una buena celebración del tiempo del Adviento como preparación para la próxima Navidad. Que en ese camino os ayude la Virgen de Guadalupe, patrona de América, cuya fiesta celebramos ayer.

(En lituano)
Contemplad a María y acoged con alegría y confianza a Jesús que nace; que vuestro corazón joven se llene de sencillez y humildad, para que todos puedan admirar también en vosotros el amor de Cristo. A la vez que os doy las gracias por vuestros cantos y vuestras oraciones, os bendigo a todos.

(En eslovaco)
81 La vigilia, el ayuno y la oración forman parte de la peregrinación. Con esos medios avanzad también vosotros por el camino de la perfección cristiana.

(En italiano)
Mi saludo afectuoso va ahora a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados.
Amadísimos hermanos, ayer celebramos la fiesta litúrgica de la Virgen María de Guadalupe, patrona del continente americano. A ella os confío a vosotros, queridos jóvenes. La invitación que en Caná dirigió a los sirvientes: "Haced lo que él os diga" (
Jn 2,5) os impulse a acoger con prontitud la palabra de Cristo y hacerla fructificar en vuestra vida. Que María os sostenga a vosotros, queridos enfermos, y os haga experimentar, incluso en el sufrimiento, la presencia consoladora de Cristo Salvador. Su maternal intercesión os ayude a vosotros, queridos recién casados, a construir vuestra familia en la fidelidad del amor conyugal, en el servicio recíproco y en la acogida del don de la vida.



Miércoles 20 de diciembre de 2000



1. "Llave de David, que abres las puertas del reino eterno, ven y libra a los cautivos que viven en tinieblas".

La liturgia pone hoy en nuestros labios esta invocación, invitándonos a dirigir nuestra mirada a Cristo que nace para redimir a la humanidad. Ya nos encontramos a las puertas de la Navidad y se hace más intensa la imploración del pueblo que espera: "¡Ven, Señor Jesús!", ¡ven a liberar a "los cautivos que viven en las tinieblas"!

Nos disponemos a conmemorar el acontecimiento que ocupa el centro de la historia de la salvación: el nacimiento del Hijo de Dios, que vino a habitar entre nosotros para redimir a toda criatura humana con su muerte en cruz. En el misterio de la Navidad ya se halla presente el misterio pascual; en la noche de Belén vislumbramos ya la vigilia de Pascua. La luz que ilumina la cueva nos remite al resplandor de Cristo resucitado, que vence las tinieblas del sepulcro.

Este año, además, es una Navidad especial, la Navidad de los dos mil años de Cristo: un "cumpleaños" importante, que hemos celebrado con el Año jubilar, meditando en el acontecimiento extraordinario del Verbo eterno hecho hombre por nuestra salvación. Nos disponemos a revivir con fe renovada las inminentes festividades navideñas, para acoger en plenitud su mensaje espiritual.

2. En Navidad nuestro pensamiento vuelve naturalmente a Belén: "Pero tú -dice el profeta Miqueas-, Belén de Efratá, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel" (Mi 5,1). Las palabras del evangelista san Mateo son un eco de las de Miqueas. A los Magos, que quieren saber del rey Herodes "dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer" (Mt 2,2), los sumos sacerdotes y los escribas del pueblo les informan de lo que había escrito el antiguo profeta sobre Belén: "de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo, Israel" (Mt 2,6).

La Iglesia de Oriente ora así en el oficio del órthros en la solemnidad de la Navidad: "Belén, prepárate; canta, ciudad de Sion; exulta, desierto que has atraído la alegría: la estrella avanza para señalar a Cristo que en Belén está a punto de nacer; una cueva acoge a Aquel a quien nada puede contener, y está preparado un pesebre para recibir a la vida eterna" (Stichirá idiómela, Anthologion).

82 3. Hacia Belén, en estos días, se vuelven los ojos de todos los creyentes. La representación del belén, que la tradición popular ha difundido por todos los rincones de la tierra, nos ayuda a reflexionar mejor en el mensaje que sigue irradiándose desde Belén para la humanidad entera. En una cueva miserable contemplamos a un Dios que por amor se hace niño. A quienes lo acogen les da la alegría, y a los pueblos la reconciliación y la paz. El gran jubileo, que estamos celebrando, nos invita a abrir el corazón a Aquel que nos abre "las puertas del reino eterno".

Prepararnos para recibirlo implica ante todo una actitud de oración intensa y confiada. Hacerle espacio en nuestro corazón exige un compromiso serio de convertirnos a su amor.
Es él quien libra de las tinieblas del mal, y nos pide que demos nuestra contribución concreta para que se realice su designio de salvación. El profeta Isaías lo describe con imágenes sugestivas: "Se hará la estepa un vergel, y el vergel será considerado como selva. Reposará en la estepa la equidad, y la justicia morará en el vergel; el producto de la justicia será la paz; el fruto de la equidad, una seguridad perpetua" (
Is 32,15-17).

Este es el don que debemos implorar con confianza en nuestra oración; este es el proyecto que estamos llamados a hacer nuestro con constante solicitud. En el mensaje que envié a los creyentes y a los hombres de buena voluntad para la próxima Jornada mundial de la paz, afirmé que "en el camino hacia un mejor acuerdo entre los pueblos son aún numerosos los desafíos que debe afrontar el mundo" (n. 18: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de diciembre de 2000, p. 11) y por eso recordé que "todos tienen que sentir el deber moral de adoptar medidas concretas y apropiadas para promover la causa de la paz y la comprensión entre los hombres" (ib.).

Quiera Dios que la Navidad reavive en cada uno la voluntad de hacerse activo y valiente constructor de la civilización del amor. Sólo gracias a la aportación de todos la profecía de Miqueas y el anuncio que resonó en la noche de Belén producirán sus frutos y será posible vivir en plenitud la Navidad cristiana.

Saludos

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española. De modo especial al grupo venido de San Rafael (Argentina). A todos os deseo una feliz y santa Navidad y un buen Año nuevo.

(A la Asociación italiana de árbitro de fútbol)
Bienvenidos y gracias por vuestra visita. En varias ocasiones, durante estos últimos meses, me he encontrado con diferentes representantes del mundo del deporte, especialmente del fútbol. Vuestra presencia me brinda hoy la oportunidad de recordar una vez más la importancia de la práctica del deporte cuando se inspira en los valores humanos y espirituales. Sed siempre testigos de estos valores. También a vosotros y a vuestras familias deseo de corazón una Navidad llena de alegría y paz.

(En italiano)
Por último, dirijo un saludo especial a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados.
83 Queridos jóvenes, acercaos al misterio de Belén con los mismos sentimientos de fe y humildad que tuvo María, para que abunde en vosotros la esperanza y la alegría; vosotros, queridos enfermos, encontrad en el belén la íntima paz y serenidad que Jesús viene a traer al mundo; y que la contemplación de la Navidad suscite en vosotros, queridos recién casados, el deseo de convertiros en instrumentos generosos del milagro de la vida. A todos deseo, una vez más, una feliz Navidad, llena de todo bien, y de corazón imparto la bendición apostólica.







Audiencias 2000 76