Discursos 2000 8


AL PERSONAL DE LA COMISARÍA DE POLICÍA


QUE SE HALLA JUNTO AL VATICANO


viernes, 14 de enero de 2000



Señor director;
9 señores funcionarios y agentes de la Comisaría de policía:

1. También este año tengo la alegría de reunirme con vosotros y expresaros mi gratitud por el servicio que prestáis a la Sede apostólica y a mi persona. Os dirijo a todos mi más cordial saludo. En particular, expreso mi agradecimiento al doctor Carlo Fellicò por las amables palabras que ha querido dirigirme también en vuestro nombre, haciéndose intérprete de los sentimientos comunes.
A cada uno de los que formáis parte de la Comisaría de policía junto al Vaticano os renuevo mi estima y mi aprecio por la cualificada labor que realizáis con gran sentido de responsabilidad. Gracias por la presencia vigilante y, al mismo tiempo, discreta e inteligente, con la que acompañáis al Papa durante sus visitas y sus viajes a diversas localidades de Italia.

Este encuentro es más significativo aún porque se sitúa en el marco del gran jubileo del año 2000, acontecimiento de singular importancia espiritual, en cuyos primeros días ya han afluido a Roma multitudes de peregrinos procedentes de todas las partes del mundo. También vosotros, dirigentes, funcionarios y fuerzas de seguridad, estáis llamados a realizar un esfuerzo mayor para que las celebraciones y los acontecimientos relacionados con el jubileo se desarrollen de modo regular y provechoso. El orden exterior, por el que veláis con gran esmero, favorecerá sin duda el interior, impregnado de serenidad y paz.

2. Acabamos de terminar el tiempo navideño. En cada Navidad, nuestra memoria va a Belén, al lugar y a la familia que se transformaron en el hogar donde vivió el Hijo eterno de Dios. Con particular emoción, este año la Navidad nos ha hecho recordar aquel momento extraordinario en el que se realizó el misterio de la encarnación. Nos hemos encontrado espiritualmente con Cristo, nacido por nosotros en la Nochebuena, y hemos acogido su renovada invitación a convertirnos al amor y al perdón.

Ojalá que esta experiencia espiritual nos acompañe durante todo el Año santo. Que el gran jubileo sea un tiempo fuerte del espíritu, un tiempo de reconciliación con Dios y con nuestros hermanos. Desde esta perspectiva, deseo que cada uno de vosotros viva del mejor modo posible los próximos meses, acogiendo los dones de gracia que os ofrece este acontecimiento de salvación. Os deseo que experimentéis dentro de vosotros la paz que los ángeles anunciaron en Belén a los hombres de buena voluntad.

Expreso un deseo especial a vuestras familias: que el Año santo 2000 sea para ellas, como para todas las familias del mundo, una ocasión de gracia y redención. Que todos los corazones se abran con confianza a Cristo, único Redentor del hombre.

3. Amadísimos hermanos y hermanas, que el Señor os proteja en la labor que realizáis en colaboración con las demás fuerzas de seguridad. Os asista María santísima, Madre de Jesús y nuestra. Ella, que conoce las situaciones peligrosas de vuestro servicio, esté junto a vosotros en los momentos de dificultad, obtenga la bendición divina sobre vuestros ideales, vuestras aspiraciones y vuestros proyectos, y os ayude con su ejemplo a caminar siguiendo los pasos de su Hijo Jesús.

Por mi parte, os aseguro mi constante recuerdo en la oración y, al mismo tiempo que os deseo a vosotros y a vuestras familias un feliz año 2000, os imparto con afecto una especial bendición apostólica.








A LOS SUPERIORES Y ALUMNOS


DEL ALMO COLEGIO CAPRÁNICA



15 de enero




Señor cardenal;
10 amadísimos alumnos del Almo Colegio Capránica:

1. Me alegra daros mi cordial bienvenida. Saludo, ante todo, al señor cardenal Camillo Ruini, y le agradezco las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Saludo con afecto al rector, monseñor Michele Pennisi, y a toda la comunidad del Capránica que, con este encuentro, afianza el vínculo que une a este antiguo colegio con el Sucesor de Pedro. En efecto, inscribiéndose entre las primeras instituciones formativas de Roma para candidatos al sacerdocio, el Capránica es testigo secular de una firme comunión con la Sede apostólica.

Vuestra visita cobra, este año, un preciso significado, puesto que se sitúa en el itinerario de conversión y renovación que es típico del Año santo. Por tanto, podríamos preguntarnos, en el marco del gran jubileo del año 2000, cuál es la reflexión oportuna que está llamado a realizar un centro educativo como el vuestro, orientado a la formación humana, espiritual y cultural de los candidatos al ministerio ordenado.

2. A este propósito, el jubileo no puede menos de estimularos, ante todo, a redescubrir el sentido profundo de la vida como don de sí. El joven que se prepara para el sacerdocio debe adoptar un estilo de amor oblativo, que se exprese en orientaciones de fondo y en opciones concretas de disponibilidad para con Dios y con sus hermanos. Pero ¿dónde encontrar la fuerza para esta constante entrega, si no es en una íntima e intensa relación con Dios, fuente inagotable de amor al prójimo?

Fuente y culminación de esa relación espiritual primaria es, naturalmente, la Eucaristía, centro de la vida y la misión de toda comunidad eclesial. A este respecto, os expreso mi profundo aprecio por vuestra disponibilidad para animar la adoración eucarística en la basílica de Santa Inés en Agone, todos los jueves por la noche durante este Año santo. Al prestar a los peregrinos este valioso servicio, recibiréis sin duda de Cristo Eucaristía abundantes gracias para vuestra formación sacerdotal.

Estáis llamados a ser, en un futuro no lejano, auténticos "modelos de la grey" (
1P 5,3) que se os confiará. Y, para serlo, es necesario que adquiráis disposiciones interiores y actitudes específicas que, entrelazándose y completándose recíprocamente, formen el tejido de vuestra personalidad sacerdotal. Pienso en la formación humana, con sus relaciones y sus valores peculiares; en la formación espiritual, que es el desarrollo de toda la vida con la fuerza que viene del Espíritu Santo; en la formación intelectual, que permite, en la medida de lo posible, penetrar en el misterio de Dios y en el misterio del hombre; y en la formación para el ministerio eclesial, que es participación en la "caridad pastoral" del corazón de Cristo al servicio de la Iglesia y del mundo (cf. Pastores dabo vobis PDV 43-59).

3. Vuestro itinerario de preparación para el sacerdocio se desarrolla en un marco comunitario. Se trata de una elección no dictada por motivaciones prácticas y contingentes, sino relacionada con la naturaleza misma de la Iglesia, comunidad congregada por el Señor, a la escucha de la Palabra, unida por vínculos de profunda comunión y proyectada hacia el mundo en la misión evangelizadora.
Queridos hermanos, vivid vuestra experiencia comunitaria no como una fase transitoria asociada a los años del seminario, sino como estructura de toda vuestra existencia sacerdotal. El proyecto vocacional, que abarca toda la vida del presbítero, es un proyecto comunitario, pues la vocación es siempre con-vocación, es decir, llamada de Dios a vivir y a "ser con los demás y para los demás".

Animados por estas convicciones íntimas, proseguid con valentía vuestro camino, renovando todos los días vuestra fidelidad a Cristo y abriéndoos cada vez más a la escucha de las necesidades de vuestros hermanos y a la misión universal de la Iglesia.

Os proteja la Virgen María, que en la casa de Nazaret dio a Dios su "sí" total. Interceda por vosotros santa Inés, patrona de vuestro colegio, que, con su testimonio de virginidad y martirio, invita a todos a seguir fielmente al Cordero inmolado por la salvación del mundo.

Por mi parte, os aseguro mi recuerdo en la oración y os deseo un nuevo año rico de bienes. Acompaño estos deseos con la bendición apostólica, que imparto a cada uno de vosotros y que, de buen grado, extiendo a vuestros familiares y seres queridos.








A UN GRUPO DE RESPONSABLES DE PASTORAL JUVENIL



15 de enero


Queridos amigos:

11 1. ¡Sed bienvenidos! Os saludo cordialmente y os acojo con alegría mientras, en representación de las Conferencias episcopales y de los movimientos, asociaciones y comunidades eclesiales, estáis celebrando el II Encuentro internacional con vistas a la próxima Jornada mundial de la juventud. Agradezco al Consejo pontificio para los laicos y al Comité italiano para la XV Jornada mundial de la juventud el trabajo de organización y coordinación que están realizando para preparar ese gran acontecimiento jubilar.

Vosotros representáis, en cierto sentido, a las multitudes de jóvenes que, desde todas las partes del mundo y ya desde hace tiempo, idealmente se han puesto en camino hacia Roma. Quisiera saludarlos, por medio de vosotros, uno a uno y decirles: "El Papa os ama, cuenta con vosotros y os espera para la gran fiesta de fe y testimonio que celebraremos juntos el próximo mes de agosto". Hará mucho calor, tal vez más calor que en París.

2. Las Jornadas mundiales de la juventud constituyen ya una cita significativa en la peregrinación de las jóvenes generaciones, que dura desde 1985. Son ocasiones providenciales para proclamar y celebrar el misterio de Cristo, Salvador y Redentor del hombre, propuesto a los jóvenes de nuestro tiempo como fundamento de su vida de fe y de compromiso al servicio de sus hermanos.
Este año, además, la Jornada mundial se sitúa en el itinerario espiritual del jubileo y se convierte así en el "jubileo de los jóvenes": una circunstancia privilegiada para contemplar juntos el misterio de la encarnación del Hijo de Dios, adorar y alabar al Emmanuel, el Dios con nosotros, y descubrir las consecuencias que una experiencia espiritual tan fuerte tiene para nuestra vida diaria.

3. Pido al Señor que la próxima Jornada mundial de la juventud se convierta para todos los participantes en un estímulo para profesar a una sola voz la fe, al comienzo del tercer milenio. En esta ciudad y en esta Iglesia de Roma, fecundadas por la sangre de los Apóstoles y de los mártires, los jóvenes del mundo se encontrarán para contemplar a Jesús, autor y consumador de la fe (cf. Hb
He 12,2), y darle la respuesta de su compromiso cristiano.

Estoy seguro de que volverán al camino de su vida para ser obreros de la nueva evangelización y constructores de la civilización del amor. En efecto, a ellos les corresponde principalmente la tarea de "llevar" el Evangelio al primer siglo del nuevo milenio (cf. Tertio millennio adveniente TMA 58), modelando la existencia diaria de acuerdo con los valores perennes contenidos en este eterno e inmutable "Libro de la vida".

Invocando sobre vuestro trabajo la protección materna de la Virgen santísima, os expreso mis mejores deseos de un feliz año 2000, y os imparto a todos mi bendición.










A UNA DELEGACIÓN ECUMÉNICA


DE LAS IGLESIAS DE FINLANDIA



Lunes 17 de enero



Queridos amigos en Cristo:

Me alegra especialmente encontrarme con esta delegación ecuménica de las Iglesias de Finlandia, en la víspera de la Semana de oración por la unidad de los cristianos.

Vuestra visita es particularmente significativa en este año del gran jubileo, durante el cual los cristianos celebramos con especial alegría y fervor el bimilenario del nacimiento del Salvador. Vuestra visita se basa en las prometedoras iniciativas que recientemente han acercado a ortodoxos, luteranos y católicos. Esto me alienta a proseguir el camino hacia la unidad, que el Sucesor del apóstol Pedro debe ser el primero en recorrer.

12 Mañana, en la basílica de San Pablo, abriremos la Puerta santa y juntos alabaremos a Cristo, que es la puerta de la vida (cf. Jn Jn 10,7). Ojalá que al cruzar el umbral de la Puerta santa demos un paso más hacia la unidad en Cristo que san Pedro y san Pablo proclamaron y que el Señor mismo quiere tan claramente.

Os agradezco profundamente el compromiso de inteligencia y voluntad con que trabajáis por la causa del ecumenismo. Dios Padre bendiga nuestros esfuerzos.








A LOS PARTICIPANTES EN EL JUBILEO DE LA POLICÍA


MUNICIPAL DE ITALIA



jueves 20 de enero



Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Con gran alegría os doy una cordial bienvenida a cada uno de vosotros, miembros de la Policía municipal de Italia, que celebráis el jubileo en el día de la fiesta de vuestro patrono celestial, san Sebastián.

Saludo, ante todo, al cardenal Camillo Ruini, presidente de la Conferencia episcopal italiana, que ha presidido vuestra eucaristía jubilar. Saludo, asimismo, al señor ministro del Interior, honorable Enzo Bianco, a los alcaldes y a las autoridades presentes, a quienes agradezco su participación en este significativo e intenso momento de fe. Saludo también a vuestras familias y a todos los presentes.

Prestáis a la comunidad un servicio no fácil, pero indispensable, trabajando para asegurar el desarrollo ordenado de la vida en las ciudades. Contribuís a que los habitantes de los centros urbanos y del territorio circunstante respeten las leyes que regulan una convivencia serena y armoniosa; ayudáis eficazmente a las personas menos favorecidas y a los menores en sus dificultades; protegéis el medio ambiente, los bienes públicos y privados; y con una constante labor de prevención defendéis de forma significativa la misma salud de los ciudadanos. Asimismo, facilitáis la relación de las personas con la autoridad municipal y con sus oficinas. Y, en momentos de particular dificultad, vuestra presencia se convierte en vehículo de la solidaridad concreta de toda la comunidad.

Como es fácil intuir, eso implica una gran cantidad de trabajo, que requiere firmeza y abnegación al servicio del bien común, así como atención a las personas, sentido de responsabilidad, continua paciencia y espíritu de acogida para con todos. Son cualidades difíciles; por eso, es importante poder contar con la ayuda de Dios.

2. Desde esta perspectiva de fe, habéis venido hoy de diversas partes de Italia para celebrar el jubileo, que es tiempo de misericordia, durante el cual el Señor ofrece la oportunidad de recorrer un intenso itinerario de purificación interior y confirmación de los buenos propósitos. El creyente, reconciliado íntimamente con Dios, puede transformarse en auténtico artífice de paz con los hermanos y hermanas que encuentra en su camino.

Esta dimensión profunda y espiritual del acontecimiento jubilar debe llevar a cada uno a interrogarse sobre su compromiso real de responder a las exigencias de fidelidad al Evangelio, al que el Señor lo llama en su estado de vida.

El Año jubilar se convierte de este modo en una extraordinaria ocasión de examen personal y comunitario, con vistas a un renovado compromiso para la edificación de la nueva civilización que nace del Evangelio, la civilización del amor.

13 La certeza que suscitan en el cristiano las palabras del Señor: "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40) no puede por menos de inducirlo al correcto ejercicio de su profesión, como acto de amor a Cristo y al prójimo.

3. Amadísimos hermanos y hermanas, el jubileo, invitando a cruzar la Puerta santa, símbolo de Cristo que nos acoge y nos introduce en la vida nueva, abre ante cada uno perspectivas de humanidad auténtica y de fe más firme en el ejercicio de las actividades profesionales diarias. De modo especial, os llama a respetar y hacer respetar la ley de los hombres cuando no está en contraste con la de Dios; os pide construir la armonía que brota del cumplimiento de los deberes diarios y de la eliminación de los conflictos entre las personas; os impulsa a haceros promotores de solidaridad en todas las circunstancias, especialmente con los más débiles e indefensos; y os exige ser custodios del derecho a la vida, mediante el compromiso en favor de la seguridad de la circulación vial y de la incolumidad de las personas.

Ojalá que en el cumplimiento de esta misión tengáis siempre presente que Dios ama a todas las personas, que son sus criaturas y merecen acogida y respeto. Todo ser humano encierra en sí un patrimonio de ternura y esperanza, que a menudo, por desgracia, la injusticia y los abusos menoscaban. Todos estamos llamados a tratar a los demás con benevolencia responsable, porque sólo el amor que nace de Dios es capaz de transformar y hacer crecer a la persona.

Que la gracia del jubileo renueve el espíritu de fe con que os dedicáis a vuestra profesión, impulsándoos a vivirla con mayor atención, entrega y generosidad.

4. Estoy seguro de que, si actuáis así, además de descubrir la importancia de vuestro valioso servicio a los ciudadanos, experimentaréis que se os ha confiado una misión educativa que, garantizando la calidad de la convivencia ciudadana, construye una comunidad más acogedora y serena para todos.

Con estos deseos, invoco sobre vuestras personas y sobre vuestro trabajo la asistencia divina, para que seáis auténticos artífices de concordia y justicia. Os acompañe en el trabajo diario vuestro patrono, san Sebastián, que supo conjugar admirablemente la fidelidad a Dios con la fidelidad a las legítimas leyes del Estado, y aceptó entregar su vida y sufrir el martirio para realizar los valores perennes, que había aprendido en el seguimiento de Cristo. Que su ejemplo os anime y sostenga siempre.

Os encomiendo a la protección materna de la Virgen santísima y de buen grado os imparto a cada uno de vosotros, a vuestros colegas y a vuestras familias una especial bendición apostólica.








A LOS PRELADOS AUDITORES,


OFICIALES DE LA CANCILLERÍA


Y ABOGADOS DEL TRIBUNAL DE LA ROTA ROMANA


Viernes 21 de enero



Monseñor decano;
ilustres prelados auditores y oficiales de la Rota romana:

1. Cada año la solemne inauguración de la actividad judicial del Tribunal de la Rota romana me brinda la grata ocasión de encontrarme personalmente con todos vosotros, que formáis el Colegio de los prelados auditores, oficiales y abogados patrocinantes en este Tribunal. Asimismo, me ofrece la oportunidad de renovaros mi estima y manifestaros mi viva gratitud por la valiosa labor que realizáis con generosidad y gran competencia en nombre y por mandato de la Sede apostólica.
14 Os saludo con afecto a todos y particularmente al nuevo decano, a quien agradezco las afectuosas palabras que me ha dirigido en nombre suyo y de todo el Tribunal de la Rota romana. Al mismo tiempo, deseo expresar mi gratitud al arzobispo monseñor Mario Francesco Pompedda, nombrado recientemente prefecto del Tribunal supremo de la Signatura apostólica, por el largo servicio que prestó en vuestro Tribunal con entrega generosa y singular preparación y competencia.

2. Esta mañana, estimulado por las palabras del monseñor decano, quiero reflexionar con vosotros sobre la hipótesis de valor jurídico de la actual mentalidad divorcista con vistas a una posible declaración de nulidad de matrimonio, y sobre la doctrina de la indisolubilidad absoluta del matrimonio rato y consumado, así como sobre el límite de la potestad del Sumo Pontífice con respecto a dicho matrimonio.

En la exhortación apostólica Familiaris consortio, publicada el 22 de noviembre de 1981, puse de relieve sea los aspectos positivos de la nueva realidad familiar, como la conciencia más viva de la libertad personal, la mayor atención a las relaciones personales en el matrimonio y a la promoción de la dignidad de la mujer, sea los negativos, vinculados a la degradación de algunos valores fundamentales y a la "equivocada concepción teórica y práctica de la independencia de los cónyuges entre sí", destacando su influjo en "el número cada vez mayor de divorcios" (n. 6).
Escribí, asimismo, que en la base de esos fenómenos negativos que denuncié "está muchas veces una corrupción de la idea y de la experiencia de la libertad, concebida no como la capacidad de realizar la verdad del proyecto de Dios sobre el matrimonio y la familia, sino como una fuerza autónoma de autoafirmación, no raramente contra los demás, en orden al propio bienestar egoísta" (ib.). Por eso, subrayé el "deber fundamental" de la Iglesia de "reafirmar con fuerza, como han hecho los padres del Sínodo, la doctrina de la indisolubilidad del matrimonio" (n. 20), también con el fin de disipar la sombra que algunas opiniones surgidas en el ámbito de la investigación teológico-canónica parecen arrojar sobre el valor de la indisolubilidad del vínculo conyugal. Se trata de tesis favorables a superar la incompatibilidad absoluta entre un matrimonio rato y consumado (cf. Código de derecho canónico, c. 1061, 1) y un nuevo matrimonio de uno de los cónyuges, durante la vida del otro.

3. La Iglesia, en su fidelidad a Cristo, no puede por menos de reafirmar con firmeza "la buena nueva de la perennidad del amor conyugal, que tiene en Cristo su fundamento y su fuerza (cf. Ef
Ep 5,25)" (Familiaris consortio, FC 20), a cuantos, en nuestros días, consideran difícil o incluso imposible unirse a una persona para toda la vida, y a cuantos, por desgracia, se ven arrastrados por una cultura que rechaza la indisolubilidad matrimonial y que se burla abiertamente del compromiso de fidelidad de los esposos.

En efecto, "enraizada en la donación personal y total de los cónyuges y exigida por el bien de los hijos, la indisolubilidad del matrimonio halla su verdad última en el designio que Dios ha manifestado en su revelación: él quiere y da la indisolubilidad del matrimonio como fruto, signo y exigencia del amor absolutamente fiel que Dios tiene al hombre y que el Señor Jesús vive hacia su Iglesia" (ib).

La "buena nueva de la perennidad del amor conyugal" no es una vaga abstracción o una frase hermosa que refleja el deseo común de los que deciden contraer matrimonio. Esta buena nueva tiene su raíz, más bien, en la novedad cristiana, que hace del matrimonio un sacramento. Los esposos cristianos, que han recibido "el don del sacramento", están llamados con la gracia de Dios a dar testimonio de "generosa obediencia a la santa voluntad del Señor "lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre" (Mt 19,6), o sea, del inestimable valor de la indisolubilidad (...) matrimonial" (ib.). Por estos motivos -afirma el Catecismo de la Iglesia católica- "la Iglesia mantiene, por fidelidad a la palabra de Jesucristo (cf. Mc Mc 10,11-12) (...), que no puede reconocer como válida una nueva unión, si era válido el primer matrimonio" (n. 1650).

4. Ciertamente, "la Iglesia, tras examinar la situación por el tribunal eclesiástico competente, puede declarar "la nulidad del matrimonio", es decir, que el matrimonio no ha existido", y, en este caso, los contrayentes "quedan libres para casarse, aunque deben cumplir las obligaciones naturales nacidas de una unión anterior" (ib., n. 1629). Sin embargo, las declaraciones de nulidad por los motivos establecidos por las normas canónicas, especialmente por el defecto y los vicios del consentimiento matrimonial (cf. Código de derecho canónico, cc. 1095-1107), no pueden estar en contraste con el principio de la indisolubilidad
. Es innegable que la mentalidad común de la sociedad en que vivimos tiene dificultad para aceptar la indisolubilidad del vínculo matrimonial y el concepto mismo del matrimonio como "alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida" (ib., c. 1055, 1), cuyas propiedades esenciales son "la unidad y la indisolubilidad, que en el matrimonio cristiano alcanzan una particular firmeza por razón del sacramento" (ib., c. 1056). Pero esa dificultad real no equivale "sic et simpliciter" a un rechazo concreto del matrimonio cristiano o de sus propiedades esenciales. Mucho menos justifica la presunción, a veces lamentablemente formulada por algunos tribunales, según la cual la prevalente intención de los contrayentes, en una sociedad secularizada y marcada por fuertes corrientes divorcistas, es querer un matrimonio soluble hasta el punto de exigir más bien la prueba de la existencia del verdadero consenso.

La tradición canónica y la jurisprudencia rotal, para afirmar la exclusión de una propiedad esencial o la negación de una finalidad esencial del matrimonio, siempre han exigido que estas se realicen con un acto positivo de voluntad, que supere una voluntad habitual y genérica, una veleidad interpretativa, una equivocada opinión sobre la bondad, en algunos casos, del divorcio, o un simple propósito de no respetar los compromisos realmente asumidos.

5. Por eso, en coherencia con la doctrina constantemente profesada por la Iglesia, se impone la conclusión de que las opiniones que están en contraste con el principio de la indisolubilidad o las actitudes contrarias a él, sin el rechazo formal de la celebración del matrimonio sacramental, no superan los límites del simple error acerca de la indisolubilidad del matrimonio que, según la tradición canónica y las normas vigentes, no vicia el consentimiento matrimonial (cf. ib., c. 1099).
15 Sin embargo, en virtud del principio de la indisolubilidad del consentimiento matrimonial (cf. ib., c. 1057), el error acerca de la indisolubilidad, de forma excepcional, puede tener eficacia que invalida el consentimiento, cuando determine positivamente la voluntad del contrayente hacia la opción contraria a la indisolubilidad del matrimonio (cf. ib., c. 1099).

Eso sólo puede verificarse cuando el juicio erróneo acerca de la indisolubilidad del vínculo influye de modo determinante sobre la decisión de la voluntad, porque se halla orientado por una íntima convicción, profundamente arraigada en el alma del contrayente y profesada por el mismo con determinación y obstinación.

6. Este encuentro con vosotros, miembros del Tribunal de la Rota romana, es un contexto adecuado para hablar también a toda la Iglesia sobre el límite de la potestad del Sumo Pontífice con respecto al matrimonio rato y consumado, que "no puede ser disuelto por ningún poder humano, ni por ninguna causa, fuera de la muerte" (ib., 1141; Código de cánones de las Iglesias orientales, c. 853). Esta formulación del derecho canónico no es sólo de naturaleza disciplinaria o prudencial, sino que corresponde a una verdad doctrinal mantenida desde siempre en la Iglesia.
Con todo, se va difundiendo la idea según la cual la potestad del Romano Pontífice, al ser vicaria de la potestad divina de Cristo, no sería una de las potestades humanas a las que se refieren los cánones citados y, por consiguiente, tal vez en algunos casos podría extenderse también a la disolución de los matrimonios ratos y consumados. Frente a las dudas y turbaciones de espíritu que podrían surgir, es necesario reafirmar que el matrimonio sacramental rato y consumado nunca puede ser disuelto, ni siquiera por la potestad del Romano Pontífice. La afirmación opuesta implicaría la tesis de que no existe ningún matrimonio absolutamente indisoluble, lo cual sería contrario al sentido en que la Iglesia ha enseñado y enseña la indisolubilidad del vínculo matrimonial.

7. Esta doctrina -la no extensión de la potestad del Romano Pontífice a los matrimonios ratos y consumados- ha sido propuesta muchas veces por mis predecesores (cf., por ejemplo, Pío IX, carta Verbis exprimere del 15 de agosto de 1859: Insegnamenti Pontifici, ed. Paulinas, Roma 1957, vol. I, n. 103; León XIII, carta encíclica Arcanum del 10 de febrero de 1880: ASS 12 [1879-1880], 400; Pío XI, carta encíclica Casti connubii del 31 de diciembre de 1930: AAS 22 [1930] 552; Pío XII, Discurso a los recién casados, 22 de abril de 1942: Discorsi e Radiomessaggi di S.S. Pio XII, ed. Vaticana, vol. IV, 47).

Quisiera citar, en particular, una afirmación del Papa Pío XII: "El matrimonio rato y consumado es, por derecho divino, indisoluble, puesto que no puede ser disuelto por ninguna autoridad humana (cf. Código de derecho canónico, c. 1118). Sin embargo, los demás matrimonios, aunque sean intrínsecamente indisolubles, no tienen una indisolubilidad extrínseca absoluta, sino que, dados ciertos presupuestos necesarios, pueden ser disueltos (se trata, como es sabido, de casos relativamente muy raros), no sólo en virtud del privilegio paulino, sino también por el Romano Pontífice en virtud de su potestad ministerial" (Discurso a la Rota romana, 3 de octubre de 1941: AAS 33 [1941] 424-425). Con estas palabras, Pío XII interpretaba explícitamente el canon 1118, que corresponde al actual canon 1141 del Código de derecho canónico y al canon 853 del Código de cánones de las Iglesias orientales, en el sentido de que la expresión "potestad humana" incluye también la potestad ministerial o vicaria del Papa, y presentaba esta doctrina como pacíficamente sostenida por todos los expertos en la materia. En este contexto, conviene citar también el Catecismo de la Iglesia católica, con la gran autoridad doctrinal que le confiere la intervención de todo el Episcopado en su redacción y mi aprobación especial. En él se lee: "Por tanto, el vínculo matrimonial es establecido por Dios mismo, de modo que el matrimonio celebrado y consumado entre bautizados no puede ser disuelto jamás. Este vínculo, que resulta del acto humano libre de los esposos y de la consumación del matrimonio, es una realidad ya irrevocable y da origen a una alianza garantizada por la fidelidad de Dios. La Iglesia no tiene poder para pronunciarse contra esta disposición de la sabiduría divina" (n. 1640).

8. En efecto, el Romano Pontífice tiene la "potestad sagrada" de enseñar la verdad del Evangelio, administrar los sacramentos y gobernar pastoralmente la Iglesia en nombre y con la autoridad de Cristo, pero esa potestad no incluye en sí misma ningún poder sobre la ley divina, natural o positiva. Ni la Escritura ni la Tradición conocen una facultad del Romano Pontífice para la disolución del matrimonio rato y consumado; más aún, la praxis constante de la Iglesia demuestra la convicción firme de la Tradición según la cual esa potestad no existe. Las fuertes expresiones de los Romanos Pontífices son sólo el eco fiel y la interpretación auténtica de la convicción permanente de la Iglesia.

Así pues, se deduce claramente que el Magisterio de la Iglesia enseña la no extensión de la potestad del Romano Pontífice a los matrimonios sacramentales ratos y consumados como doctrina que se ha de considerar definitiva, aunque no haya sido declarada de forma solemne mediante un acto de definición. En efecto, esa doctrina ha sido propuesta explícitamente por los Romanos Pontífices en términos categóricos, de modo constante y en un arco de tiempo suficientemente largo. Ha sido hecha propia y enseñada por todos los obispos en comunión con la Sede de Pedro, con la convicción de que los fieles la han de mantener y aceptar. En este sentido la ha vuelto a proponer el Catecismo de la Iglesia católica. Por lo demás, se trata de una doctrina confirmada por la praxis multisecular de la Iglesia, mantenida con plena fidelidad y heroísmo, a veces incluso frente a graves presiones de los poderosos de este mundo.

Es muy significativa la actitud de los Papas, los cuales, también en el tiempo de una afirmación más clara del primado petrino, siempre se han mostrado conscientes de que su magisterio está totalmente al servicio de la palabra de Dios (cf. constitución dogmática Dei Verbum
DV 10) y, con este espíritu, no se ponen por encima del don del Señor, sino que sólo se esfuerzan por conservar y administrar el bien confiado a la Iglesia.

9. Estas son, ilustres prelados auditores y oficiales, las reflexiones que, en una materia de tanta importancia y gravedad, me urgía participaros. Las encomiendo a vuestra mente y a vuestro corazón, con la seguridad de vuestra plena fidelidad y adhesión a la palabra de Dios, interpretada por el Magisterio de la Iglesia, y a la ley canónica en su más genuina y completa interpretación.
Invoco sobre vuestro no fácil servicio eclesial la protección constante de María, Reina de la familia. A la vez que os aseguro mi cercanía con mi estima y mi aprecio, de corazón os imparto a todos vosotros, como prenda de constante afecto, una especial bendición apostólica.










Discursos 2000 8