Discursos 2000 15


A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA PLENARIA


DE LA CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE


16
Viernes 28 de enero



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amadísimos fieles colaboradores:

1. Me alegra mucho reunirme con vosotros al final de vuestra asamblea plenaria. Deseo expresaros mi agradecimiento y mi aprecio por el trabajo diario que realiza vuestro dicasterio al servicio de la Iglesia para el bien de las almas, en sintonía con el Sucesor de Pedro, primer custodio y defensor del sagrado depósito de la fe.

Doy las gracias al señor cardenal Joseph Ratzinger por los sentimientos que, en nombre de todos, me ha manifestado en sus palabras de saludo y por la exposición que hizo de los temas que han sido objeto de atenta reflexión a lo largo de vuestra asamblea, dedicada en particular a la profundización del problema de la unicidad de Cristo y a la revisión de las normas de los así llamados "delicta graviora".

2. Ahora quisiera referirme brevemente a los principales temas discutidos en vuestra asamblea. Vuestro dicasterio ha considerado conveniente y necesario estudiar los temas de la unicidad y la universalidad salvífica de Cristo y de la Iglesia. La reafirmación de la doctrina del Magisterio sobre esos temas se realiza con el fin de hacer que el mundo vea "el resplandor del Evangelio de la gloria de Cristo" (
2Co 4,4) y confutar algunos errores y graves ambigüedades que se han producido y se están difundiendo en varios ámbitos.

Efectivamente, en estos últimos años ha surgido en ambientes teológicos y eclesiales una mentalidad que tiende a relativizar la revelación de Cristo y su mediación única y universal en orden a la salvación, así como a atenuar la necesidad de la Iglesia de Cristo como sacramento universal de la salvación.

Para poner remedio a esta mentalidad relativista es preciso, ante todo, reafirmar el carácter definitivo y completo de la revelación de Cristo. El concilio Vaticano II, fiel a la palabra de Dios, enseña: "La verdad profunda de Dios y de la salvación del hombre, que transmite dicha revelación, resplandece en Cristo, mediador y plenitud de toda la revelación" (Dei Verbum DV 2).
Por esto, en la carta encíclica Redemptoris missio volví a proponer a la Iglesia la tarea de proclamar el Evangelio, como plenitud de la verdad: "En esta Palabra definitiva de su revelación, Dios se ha dado a conocer del modo más completo; ha dicho a la humanidad quién es. Esta autorrevelación definitiva de Dios es el motivo fundamental por el que la Iglesia es misionera por naturaleza. Ella no puede dejar de proclamar el Evangelio, es decir, la plenitud de la verdad que Dios nos ha dado a conocer sobre sí mismo" (n. 5).

3. Así pues, es contraria a la fe de la Iglesia la tesis sobre el carácter limitado de la revelación de Cristo, que encontraría un complemento en las demás religiones. La razón de fondo de esta afirmación pretende fundarse en el hecho de que la verdad sobre Dios no podría ser captada y manifestada en su totalidad e integridad por ninguna religión histórica y, consiguientemente, tampoco por el cristianismo, y ni siquiera por Jesucristo. Sin embargo, esta posición contradice las afirmaciones de fe según las cuales en Jesucristo se da la plena y completa revelación del misterio salvífico de Dios, mientras la comprensión del misterio infinito siempre se ha de evaluar y profundizar a la luz del Espíritu de la verdad que, en el tiempo de la Iglesia, nos guía "a la verdad completa" (Jn 16,13).

17 Las palabras, las obras y todo el acontecimiento histórico de Jesús, aun siendo limitados en cuanto realidades humanas, tienen como fuente a la Persona divina del Verbo encarnado y, por eso, entrañan el carácter de definitividad e integridad de la revelación de sus caminos salvíficos y del mismo misterio divino. La verdad sobre Dios no queda abolida o reducida por el hecho de expresarse en lenguaje humano. Al contrario, sigue siendo única, plena y completa, porque quien habla y actúa es el Hijo de Dios encarnado.

4. En conexión con la unicidad de la mediación salvífica de Cristo está la unicidad de la Iglesia que él fundó. En efecto, el Señor Jesús constituyó su Iglesia como realidad salvífica: como su Cuerpo, mediante el cual él mismo actúa en la historia de la salvación. Como sólo hay un Cristo, así existe un solo cuerpo suyo: "una sola Iglesia católica y apostólica" (cf. Símbolo de fe , DS
DS 48). El concilio Vaticano II dice al respecto: "El santo Concilio (...), basado en la sagrada Escritura y en la Tradición, enseña que esta Iglesia peregrina es necesaria para la salvación" (Lumen gentium LG 14).

Por consiguiente, es erróneo considerar a la Iglesia como un camino de salvación al lado de los que constituyen otras religiones, las cuales serían complementarias con respecto a la Iglesia, encaminándose juntamente con ella hacia el reino escatológico de Dios. Así pues, se ha de excluir cierta mentalidad de indiferentismo "marcada por un relativismo religioso que termina por pensar que "una religión vale la otra"" (Redemptoris missio RMi 36).

Es verdad que, como recordó el concilio Vaticano II, los no cristianos pueden "conseguir" la salvación eterna "con la ayuda de la gracia" si "buscan a Dios con sincero corazón" (Lumen gentium, LG 16). Pero en su búsqueda sincera de la verdad de Dios están de hecho "ordenados" a Cristo y a su Cuerpo, la Iglesia (cf. ib.). De todos modos, se encuentran en una situación deficitaria si se compara con la de los que, en la Iglesia, tienen la plenitud de los medios salvíficos. Así pues, comprensiblemente, siguiendo el mandato del Señor (cf. Mt Mt 28,19-20) y como exigencia del amor a todos los hombres, la Iglesia "anuncia y tiene la obligación de anunciar sin cesar a Cristo, que es "camino, verdad y vida" (Jn 14,6), en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas" (Nostra aetate NAE 2).

5. En la carta encíclica Ut unum sint confirmé solemnemente el compromiso de la Iglesia católica en favor del "restablecimiento de la unidad", en la línea de la gran causa del ecumenismo que el concilio Vaticano II tanto impulsó. Vosotros, juntamente con el Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, habéis contribuido a que se lograra el acuerdo sobre verdades fundamentales de la doctrina de la justificación, firmado el 31 de octubre del año pasado en Augsburgo. Confiando en la ayuda de la gracia divina, prosigamos por este camino, aunque no falten dificultades. Sin embargo, nuestro ardiente deseo de llegar un día a la comunión plena con las demás Iglesias y comunidades eclesiales no debe oscurecer la verdad según la cual la Iglesia de Cristo no es una utopía, que habría que rehacer juntando los fragmentos actualmente existentes, con nuestras fuerzas humanas. El decreto Unitatis redintegratio habló explícitamente de la unidad, "que creemos que subsiste indefectible en la Iglesia católica y esperamos que crezca cada día hasta la consumación de los tiempos" (n. 4).

Amadísimos hermanos, con el servicio que vuestra Congregación presta al Sucesor de Pedro y al Magisterio de la Iglesia, contribuís a que la revelación de Cristo siga siendo en la historia "la verdadera estrella que orienta" a la humanidad entera (cf. Fides et ratio FR 15).

A la vez que me congratulo con vosotros por este importante y valioso ministerio, os aliento a proseguir con nuevo impulso en el servicio a la verdad salvífica: Cristo ayer, hoy y siempre.
Con estos sentimientos, os imparto de corazón a todos, como prenda de afecto y gratitud, una especial bendición apostólica.








A LOS RELIGIOSOS CAPITULARES


DE LA CONGREGACIÓN DE SIERVOS DE LA CARIDAD


(GUANELIANOS)



sábado 29 de enero




Amadísimos religiosos guanelianos;
hermanos y hermanas en el Señor:

18 1. Os dirijo mi cordial saludo a todos vosotros, que durante estos días estáis celebrando el capítulo general de la congregación de los Siervos de la Caridad. Saludo y felicito en particular a don Nino Minetti, a quien habéis confirmado en el cargo de superior general. La felicitación se extiende a don Protógenes José Luft, presente en este encuentro capitular, a quien en estos días he nombrado obispo coadjutor de Barra do Garças, en Brasil. Que los asista el Señor en sus respectivas tareas, para que correspondan a los designios que él tiene para la congregación y para su Iglesia al comienzo de un nuevo milenio. Mi saludo también quiere llegar, por medio de vosotros, aquí presentes, a todos los miembros de la Obra de don Guanella esparcidos por Europa, África, Asia y América.

Durante los trabajos capitulares, habéis reflexionado y orado sobre un tema estimulante, que habéis formulado así: "Identidad carismática y testimonio profético de los Siervos de la Caridad en la Iglesia y en el mundo del tercer milenio cristiano". En efecto, se trata de una ocasión muy oportuna para redescubrir la riqueza y la vitalidad del carisma que el Señor confió a vuestro fundador, el beato Luis Guanella, en el mundo actual.

2. La vuelta a las fuentes genuinas de la espiritualidad y del testimonio evangélico de la congregación os ayudará a realizar un profundo discernimiento para descubrir la voluntad de Dios y las inspiraciones del Espíritu en este paso histórico al tercer milenio cristiano. Este compromiso ha de alimentar en cada uno un renovado impulso para convertirse en epifanía creíble del amor y de la ternura de Dios ante las expectativas de los pobres y las necesidades de las personas que viven marginadas de la sociedad.

El testimonio de la caridad es la gran profecía de los tiempos actuales. En este jubileo del año 2000, en el que la "Puerta santa" es simbólicamente más amplia para manifestar la grandeza del amor misericordioso de Dios, también debe ensancharse en toda la Iglesia la tienda de la caridad, para acoger a la multitud de pobres presentes en la sociedad actual. Éste es el primer desafío que se presenta a la familia religiosa guaneliana.

Sé que tenéis el deseo de extender vuestra presencia y vuestro testimonio de caridad también a naciones de África y del Extremo Oriente, a través de itinerarios concretos de apoyo a personas que se encuentran en dificultades o están marginadas. Os animo a proseguir por este camino, aprovechando vuestra experiencia pedagógica y poniendo a disposición de todas las personas necesitadas vuestros recursos espirituales y vuestra competencia.

3. Sin embargo, este compromiso fundamental, encaminado sobre todo a responder a las necesidades inmediatas y concretas de los pobres, debe ir acompañado por un anuncio profético que llegue a cambiar las estructuras mismas de la sociedad, que son causa de numerosas injusticias y opresiones contra los sectores más débiles. Éste es el segundo desafío, el más difícil, para cuantos han elegido seguir a Cristo, buen Samaritano, que se inclina sobre las heridas físicas y espirituales del hombre. Se trata de influir, con la fuerza del Evangelio, en los procesos culturales y sociales, para que el corazón del hombre sea capaz de cambiar sus criterios de juicio y los modelos de vida que están en contraste con los designios de Dios.

Frente a desafíos tan arduos, el luminoso ejemplo del beato Luis Guanella os debe llevar a elegir como criterio fundamental de vuestro ser y de vuestro obrar el mandamiento del amor, traducido en opciones concretas de servicio y promoción de los más pobres. Esto os llevará a estar presentes en las fronteras de la caridad, con plena confianza en la Providencia.

Como en el pasado, vuestra familia religiosa puede contar con la aportación eficaz de numerosos colaboradores y colaboradoras laicos. Ellos, atraídos por el carisma guaneliano, comparten generosamente vuestra misión de "buenos samaritanos" junto a los marginados, viviendo así la fundamental vocación evangélica a la caridad.

En este sentido, es muy significativa la presencia de una representación de las religiosas guanelianas y de un grupo de laicos en la asamblea capitular. Os ayudará a profundizar la unidad y consolidar la colaboración entre los hijos espirituales de don Guanella, para hacer más eficaz el testimonio de caridad y el compromiso en favor de un mundo más justo y fraterno.

4. Con el espíritu de vuestro beato fundador, en un mundo afectado muy a menudo por tensiones e individualismos, sed cada vez más signos visibles de diálogo y comunión fraterna, y testigos creíbles de reconciliación y paz.

Sobre todo, redescubrid diariamente las profundas raíces espirituales de la vida comunitaria y del servicio de caridad, para seguir viendo en el hermano, especialmente si está solo o se encuentra en dificultades, un auténtico don de la Providencia. Que tanto en vuestra actividad diaria como en vuestras relaciones recíprocas esté siempre vivo el ideal de la unidad, indicado por Jesús en el "testamento" que dejó a sus discípulos en la última cena: Padre, que ellos también sean uno, para que el mundo crea (cf. Jn
Jn 17,21).

19 Deseándoos que las indicaciones dadas por el capítulo general, que estáis celebrando en el marco del gran jubileo del año 2000, proporcionen a vuestro instituto mayor impulso y vitalidad en su compromiso espiritual, en su vida de fraternidad y en su servicio a los pobres y a los marginados, invoco la protección celestial de la Virgen y del beato Luis Guanella, y os bendigo de corazón a vosotros y a todas las comunidades guanelianas esparcidas por el mundo.










AL INAUGURAR EL NUEVO APARCAMIENTO


CONSTRUIDO EN EL JANÍCULO


Lunes 31 de enero



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra inaugurar el nuevo estacionamiento del Janículo, fruto del esfuerzo conjunto de la Santa Sede y de las autoridades italianas.

Dirijo mi cordial saludo al señor cardenal Jozef Tomko, prefecto de la Congregación para la evangelización de los pueblos, a quien agradezco las palabras con las que se ha hecho intérprete de los sentimientos comunes y, al mismo tiempo, ha ilustrado las finalidades y el funcionamiento de esta importante obra. Saludo, asimismo, a las autoridades religiosas, civiles y militares presentes y, de modo particular, al prefecto, a los subsecretarios Minniti y Bargone y a los embajadores acreditados ante la Santa Sede.

También deseo expresar mi satisfacción a los responsables de las empresas contratistas y a cuantos han trabajado con pericia y esmero en la realización de esta importante obra.
Dirijo, por último, un afectuoso saludo a los superiores y a los alumnos del Colegio Urbano de Propaganda Fide, así como a los profesores y a los alumnos de la Pontificia Universidad Urbaniana.

2. El estacionamiento del Janículo se ha construido en un área de propiedad de la Congregación para la evangelización de los pueblos con el propósito de facilitar el acceso de los peregrinos al Vaticano, sobre todo durante este año jubilar, pero también para agilizar la circulación en un punto neurálgico de la ciudad. Por tanto, el valor de este notable complejo polifuncional va más allá del año 2000. También después constituirá para Roma, y sobre todo para la zona de San Pedro, una importante infraestructura urbana, destinada a mejorar la condición del tráfico y la calidad de vida de los habitantes del barrio.

Por consiguiente, expreso mi profunda satisfacción por una obra que ofrece grandes ventajas urbanísticas, sin dañar el panorama bien conocido de la colina del Janículo, y de buen grado me uno a todos vosotros en la acción de gracias al Señor. A él le encomiendo a cuantos han contribuido a realizarla y a cuantos se beneficiarán de ella.

20 Sobre todos y cada uno, por intercesión de María, Salus populi romani, desciendan abundantes favores celestiales, de los que quiere ser prenda la bendición apostólica, que os imparto con afecto.

¡Gracias!







MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II


AL OBISPO DE AQUISGRÁN


EN EL XII CENTENARIO DE LA CATEDRAL METROPOLITANA





A mi venerado hermano en el episcopado,
excelentísimo monseñor Heinrich Mussinghoff, obispo de Aquisgrán (Alemania)

1. "¡Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor!" (Ps 122,1).

La alegre exclamación del salmista encuentra en Aquisgrán un eco vivo desde hace 1200 años, o sea, desde que Carlomagno completó la capilla de su palacio y la dedicó a María, Auxilio de los cristianos. En el curso de la historia, innumerables peregrinos, grandes y pequeños, han acudido a esa catedral dedicada a la Virgen, para orar ante la imagen milagrosa e invocar la protección materna de María sobre la Iglesia y el mundo.

2. No me es posible estar presente personalmente con ocasión del XII centenario de la catedral de Aquisgrán, pero he querido nombrar un enviado especial, su eminencia el cardenal Darío Castrillón Hoyos, que participa en esa feliz celebración en calidad de representante mío personal. De este modo, se manifiesta la comunión católica, que tiene su centro en la Iglesia de Roma y que, como una red, abraza toda la tierra. Carlomagno, que construyó esa casa de Dios, ya era consciente de la necesidad de estos vínculos estrechos con el Sucesor de Pedro. Con su coronación como emperador, en la noche de Navidad del año 800, por parte del Papa León III, esa conciencia alcanzó un ápice significativo, después de que Carlomagno mismo creara, pocos años antes, la "Schola francorum" junto a la basílica de San Pedro. Estaba destinada a ser un albergue para los peregrinos que viajaban a la ciudad eterna, después de cruzar los Alpes, para visitar las tumbas de los Príncipes de los Apóstoles.

3. Además de estos vínculos con Roma, la catedral de Aquisgrán posee otro vínculo. Conserva objetos preciosos, que no sólo nos llevan con el corazón y la mente a la ciudad eterna, sino también a la ciudad santa. Jerusalén donó a Carlomagno cuatro reliquias de tela que recuerdan de modo sensible y lleno de profunda reverencia acontecimientos significativos de la historia de la salvación y, al mismo tiempo, pueden considerarse como vestiduras de peregrino para el pueblo de Dios en camino a lo largo del tiempo.

Quien contempla los pañales de Jesús, recuerda que la comunidad de fe debe ser comunidad de vida con Jesús. En efecto, también Cristo comenzó su vida como lo hace todo ser humano: como recién nacido. Del mismo modo que Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres (cf. Lc Lc 2,52), así también a nosotros se nos pide que nos preocupemos por el crecimiento y la madurez de nuestra fe. En el pesebre, Jesús no era sólo un recién nacido, sino también el Hijo de Dios. Por eso, los pañales son una invitación a honrarlo con nuestra vida y a llevar a otras personas por el camino de la adoración: Venite, adoremus! ¡Venid, adoremos al Rey, al Señor!

El trono del Rey es la cruz. A esto alude la reliquia más preciosa, desde el punto de vista de la historia de la salvación, que se venera en la catedral de Aquisgrán: el lienzo que cubría las caderas de Jesús. Al Rey en la cruz sólo le dejaron eso, para que se entregara totalmente por Dios y por el mundo. Del mismo modo que él se encomendó al Padre y, al mismo tiempo, confió su obra a María y a Juan, así también la Iglesia, durante su peregrinación en el curso del tiempo, tiene la tarea de avanzar hacia Dios sin reservas y presentarle "el gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo" (Gaudium et spes GS 1).

Esto testimonia que la ortodoxia de la enseñanza debe reflejarse en la coherencia de la vida. En este marco, recordamos la tela de la decapitación de Juan Bautista. A los cristianos de la sociedad moderna, por lo general, el hecho de profesar la fe no les cuesta la vida. Sin embargo, por su testimonio deben pagar como precio algunas noches sin dormir e innumerables gotas de sudor en un ambiente social donde Cristo se ha convertido a menudo en un extraño. Precisamente en una época en la que a menudo se silencia a Dios, se necesitan fuerza y valentía para defender la dignidad inalienable de todos los hombres por amor a Dios, que envió a su Hijo "para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10,10).

21 La palabra vida nos hace pensar en María, que fue elegida para darnos a Cristo, la vida del mundo. La cuarta reliquia de tela de la catedral de Aquisgrán recuerda el vestido que llevaba la Madre de Dios en la noche santa. Como María llevó al Hijo en su seno, de igual modo la Iglesia, su imagen, lleva a Cristo en el vestido de peregrino a lo largo de los siglos. La razón por la que vivió María es la que ha de impulsar a la Iglesia a lo largo de la historia: el "misterio de la fe" en Jesucristo, el "Salvador de los hombres" ayer, hoy y siempre. Es un gran honor y una noble tarea para la Iglesia vivir con un misterio que Dios mismo le confió. La Iglesia, en cuanto custodia del misterio divino, es enviada a revelar el misterio de la salvación "hasta los confines de la tierra" (Ac 1,8).

4. Este mandato evangelizador de la Iglesia es su misión en todos los tiempos, pero, en particular, durante el Año santo 2000, que celebramos como el gran jubileo de la encarnación de Dios. Damos gracias al Dador de todas las cosas no sólo porque no nos detenemos dos mil años después de Cristo, sino también porque hemos podido caminar durante dos mil años con Cristo. En el nuevo siglo el cristianismo sigue teniendo un futuro luminoso. Ya lo había recordado el venerado obispo Klaus Hemmerle, que por desgracia falleció prematuramente, cuando, pocos meses antes de morir, hizo un balance y una especie de "previsión": "No somos sólo administradores de un pasado muy valioso y santo; somos, además, precursores de un futuro que no podemos construir nosotros, sino que vendrá porque él viene" (Homilía del 7 de noviembre de 1993, con ocasión del XVIII aniversario de su consagración episcopal).

Quiera Dios que la celebración de los 1200 años de la catedral de Aquisgrán recuerde a todos los cristianos que constituyen piedras vivas en la construcción del edificio de Dios (cf. 1P 2,5). Ojalá que la peregrinación a los santuarios, que coincide con el Año jubilar, sea para la Iglesia en Aquisgrán un impulso a considerarse más profundamente pueblo peregrino de Dios y ponerse en camino con corazón gozoso e intrépido. Que María, Madre de Dios y Madre de la Iglesia, sea guía fiel en el camino hacia el Señor. Unido en el espíritu, os acompaño mientras os reunís en torno a vuestro obispo para celebrar el jubileo de la catedral de Aquisgrán, y os imparto de corazón la bendición apostólica.

Vaticano, 25 de enero de 2000

Febrero de 2000


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

DURANTE LA CEREMONIA DE BENDICIÓN

DEL NUEVO INGRESO A LOS MUSEOS VATICANOS


lunes 7 de febrero




Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
ilustres señores y señoras:

1. La inauguración del nuevo ingreso de los Museos vaticanos es para mí motivo de particular alegría. El hecho de que se realice durante la primera fase del gran jubileo le da un significado de singular valor simbólico.

Después de abrir las Puertas santas de las basílicas romanas, acceso a la gracia del Redentor, hoy inauguro el ingreso que introduce en ese templo del arte y de la cultura que son los Museos.

22 Es grande la satisfacción por la realización de una obra bastante ardua. Doy las gracias al señor cardenal Edmund Casimir Szoka por los sentimientos que ha manifestado también en vuestro nombre y por la interesante presentación que nos ha hecho de los trabajos llevados a cabo y los resultados conseguidos: a él y a la Dirección de servicios técnicos les expreso mi más profundo agradecimiento, y lo extiendo a los consultores y a los maestros de obras; asimismo, saludo con gratitud al cardenal Castillo Lara, hoy presente entre nosotros, a quien corresponde el mérito de haber comenzado esta obra.

También animo sinceramente, en la persona del director general regente, doctor Francesco Buranelli, a los dirigentes y a todo el personal de los Museos vaticanos. En efecto, a ellos les compete ahora gestionar del mejor modo esta imponente construcción, para que alcance los objetivos para los cuales fue concebida y realizada.

2. Cuando, a fines del siglo XVIII, los Papas Clemente XIV y Pío VI fundaron los Museos vaticanos en el sentido moderno del término, los visitantes eran una minoría selecta. Hoy son miles de personas cada día, de todas las condiciones sociales y culturales, y proceden de todas las partes del mundo. En verdad se puede decir que los Museos constituyen, en el plano cultural, una de las más significativas puertas de la Santa Sede abiertas al mundo.

De aquí el valor no sólo funcional, sino también simbólico, de un ingreso más espacioso, es decir, más acogedor, para expresar la renovada voluntad de la Iglesia de dialogar con la humanidad a través del arte y la cultura, poniendo a disposición de todos el patrimonio que la historia le ha confiado.

3. Saludo cordialmente a Giuliano Vangi, autor de la escultura colocada en este nuevo ingreso, y le doy las gracias porque su obra no sólo es celebrativa; es también una invitación a la reflexión sobre el ministerio petrino, al que la Providencia me ha llamado. Ya desde el primer día de mi pontificado, he sentido muy vivamente la misión de ayudar al hombre a "cruzar el umbral": a salir de la opresión del materialismo hacia la libertad de la fe, la libertad de ser él mismo siguiendo a Cristo Redentor, supremo defensor de su dignidad y de sus derechos. Este servicio al hombre se realiza en dos momentos, que están representados en los dos lados del bloque de mármol: el momento de la acción y el momento, no menos importante, de la oración. En efecto, ante los sufrimientos humanos, la Iglesia encuentra en Dios la fuerza para impulsar al hombre hacia un futuro de esperanza y libertad.

Me congratulo, asimismo, con el escultor Cecco Bonanotte, autor del portal del nuevo ingreso. El tema de la creación, que ha evocado simbólicamente, se armoniza bien con el del arte, y parece invitar al visitante a reconocer con admiración en el universo, en los seres vivos, y sobre todo en la persona humana, el misterio del Espíritu creador.

4. La colaboración entre la Iglesia y los artistas siempre ha producido "un mutuo enriquecimiento espiritual", del que "ha salido beneficiada la comprensión del hombre, de su imagen auténtica, de su verdad" (Carta a los artistas, 13).

Con esta convicción, inauguro el nuevo ingreso de los Museos vaticanos, al mismo tiempo que os doy las gracias una vez más a todos y os bendigo de corazón, lo mismo que a cuantos han trabajado para realizar esta obra verdaderamente monumental.






A LOS REPRESENTANTES DE LA IGLESIA MARONITA


jueves 10 de febrero


Beatitud;
queridos hermanos en el episcopado;
23 queridos hermanos y hermanas de la Iglesia maronita:
1. Os doy la bienvenida a la casa del Sucesor de Pedro y a la ciudad eterna, que conserva las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, y de tantos otros santos mártires y confesores.
Habéis venido del Líbano, de otros países de Oriente Próximo y de la diáspora, para celebrar durante estos días el gran jubileo con Su Beatitud el cardenal Nasrallah Pierre Sfeir, patriarca de Antioquía, "Padre y cabeza" (cf. Código de cánones de las Iglesias orientales, c. 55) de la Iglesia maronita. Vuestra peregrinación a Roma inaugura la de las Iglesias católicas orientales. En efecto, durante los próximos meses llegarán a Roma los patriarcas, los obispos y los fieles de las demás tradiciones orientales.

2. Queriendo dar una nueva prueba de vuestra adhesión indefectible y plurisecular a la Sede apostólica romana, habéis venido a Roma para la fiesta de san Marón, piedra miliar de vuestra Iglesia, cuya memoria se celebra, según vuestro calendario litúrgico, el 9 de febrero. Ayer, en la basílica de Santa María la Mayor, habéis participado en una solemne celebración eucarística, presidida por vuestro amado patriarca. La celebración de ayer, así como la audiencia de hoy, refuerza el estrecho vínculo que existe entre la Sede de Roma y la de Antioquía, ciudad muy antigua donde "por primera vez los discípulos recibieron el nombre de cristianos" (
Ac 11,26) y donde vivió san Pedro. Por tanto, atraídos por "un imperativo interior", que proviene de vuestra fe, habéis venido a "visitar a Pedro" (cf. Ga Ga 1,18) para vivir con él la comunión eclesial. En efecto, vuestra comunión plena con la Iglesia de Roma es una manifestación tangible de la conciencia que tenéis de la unidad: "La unidad es una característica primordial de la Iglesia, y la exige su naturaleza profunda" (Exhortación apostólica postsinodal Una esperanza nueva para el Líbano, 84; cf. Orientale lumen, 19). A su vez, esta unidad eclesial, que sentís con fuerza en estos días, os ayudará a comprometeros cada vez más en la evangelización del mundo, dado que la tradición maronita es también "una ocasión privilegiada para reavivar el dinamismo y el impulso misioneros que deben compartir todos los fieles" (Una esperanza nueva para el Líbano, 84).

3. Vuestra Iglesia, hija espiritual de san Marón, consciente y orgullosa de la importancia de su unidad con Roma, ha visto florecer numerosos santos y santas a lo largo de los siglos. El 9 de octubre de 1977, mi predecesor el Papa Pablo VI canonizó a Charbel Maklouf, monje eremita y sacerdote de la Orden libanesa maronita, y yo mismo tuve la alegría de realizar, el 17 de noviembre de 1985, la beatificación de Rafqa (Rebeca), monja maronita de la Orden libanesa maronita, y el 10 de mayo de 1998, la de Nimatullah Al-Hardini, monje y sacerdote de la misma Orden y padre espiritual de san Charbel.

4. La beatificación de Nimatullah Al-Hardini tuvo lugar exactamente un año después de mi peregrinación de 1997 a tierra libanesa. Por eso, me complace evocar aquí las horas que pasé en el Líbano, donde la Iglesia maronita tiene sus raíces y su centro efectivo.

La esperanza nueva para el Líbano, expresada en la exhortación postsinodal, documento fruto de los trabajos de la Asamblea especial para el Líbano del Sínodo de los obispos, fue "mi grito de resurrección y paz" con el que "presenté de nuevo la tierra bíblica de los cedros a la conciencia del mundo". Animo a todos los pastores y fieles de las comunidades católicas del Líbano a acoger y asimilar cada vez más las propuestas y sugerencias de esa exhortación. Me alegra saber que ya se han visto los primeros signos esperanzadores de una aplicación concreta, como resulta también de los trabajos de la última Asamblea de los patriarcas y los obispos católicos del Líbano (A.P.E.C.L.), que se celebró en noviembre del año pasado en Bkerké.

5. Me complace, asimismo, anunciar que ayer, después de un bloqueo muy largo, debido a la segunda guerra mundial y también a la difícil situación del Líbano, el Colegio pontificio maronita ha vuelto a abrir oficialmente sus puertas, sobre todo gracias a los esfuerzos incansables de su excelencia monseñor Emile Eid, procurador patriarcal en Roma. Esta institución, impulsada por el Papa Gregorio XIII, se remonta al siglo XVI. Ha tenido innumerables e ilustres alumnos, entre los cuales los más renombrados fueron el futuro patriarca maronita Stéphane Douaihi y el gran sabio Joseph S. Assemani, primer custodio de la Biblioteca vaticana, célebre orientalista y canonista, que desempeñó, entre otras cosas, un papel importante en el Sínodo libanés maronita de 1736.
Quiera Dios que los jóvenes maronitas que vivan a partir de ahora en ese Colegio histórico contribuyan eficazmente, como sus predecesores, a la vida eclesial maronita, con fidelidad al espíritu de la Iglesia universal.

6. En cuanto a la amada tierra del Líbano, a la que se dirige con nostalgia el corazón de los creyentes, le deseo que siga siendo fiel a su vocación de "mensaje": un lugar donde los cristianos puedan vivir en paz y fraternidad con los seguidores de otras creencias y sean capaces de promover esa convivencia (cf. Una esperanza nueva para el Líbano, 92). También quiero deciros hoy, con la fuerza del amor: "El Papa está siempre cerca de todos vosotros". Os acompaño como un padre y un hermano en este período en que la intolerancia lleva a veces a reavivar los fantasmas del odio, que creíamos desaparecidos para siempre.

Por intercesión de la Madre de Dios, de los apóstoles san Pedro y san Pablo, de san Marón, de san Charbel, de la beata Rafqa, del beato Nimatullah Al-Hardini y de todos los santos de vuestra tierra, pido al Señor que brote allí el primer fruto del gran jubileo que celebráis en Roma. Os imparto de todo corazón la bendición apostólica.






Discursos 2000 15