Discursos 2000 23

SALUDO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL FINAL DE LA PROCESIÓN MARIANA CON MOTIVO


DEL JUBILEO DE LOS ENFERMOS


Y DE LOS AGENTES SANITARIOS


11 de febrero



24 Esta sugestiva procesión de antorchas, que se ha realizado por la vía de la Conciliación, partiendo del "Castel Sant'Angelo", concluye la jornada de hoy dedicada a la Virgen. El emocionante espectáculo ofrecido por este largo cortejo de antorchas trae a la memoria el que, más o menos a esta misma hora, se está realizando en Lourdes, ciudad de María, donde numerosos peregrinos, sanos y enfermos, viven una experiencia espiritual intensa y consoladora.

María guía e ilumina nuestro camino, amadísimos hermanos y hermanas, a quienes saludo con gran afecto. María, Madre llena de ternura, nos acompaña en la alegría y en el dolor, en los momentos felices y en los de la prueba física y espiritual, para ayudarnos a repetir en todas las circunstancias nuestro "sí" a la voluntad de Dios.

Esta mañana, en esta misma plaza de San Pedro, hemos celebrado el jubileo de los enfermos y los agentes sanitarios. Esta noche estamos aquí nuevamente para pedir a María, "Salud de los enfermos", que haga del Año santo un verdadero "año de gracia". Que la Virgen Inmaculada ayude a cada uno a experimentar, "en virtud de una sincera conversión del corazón, la abundancia de la misericordia de Dios y la alegría de una comunión más plena con los hermanos, primicia de la alegría sin fin del cielo" (Oración a María santísima, "Salud de los enfermos").

Amadísimos hermanos y hermanas, al encomendaros a la protección de la Virgen santísima, os imparto a vosotros, a vuestras familias y a todos vuestros seres queridos una especial bendición apostólica, que extiendo complacido a cuantos se han unido espiritualmente a nosotros, de modo especial en la gruta de Lourdes y en otros santuarios marianos.






A LOS CAPITULARES DE LA CONGREGACIÓN


DE LOS SAGRADOS ESTIGMAS


DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO


12 de febrero



Amadísimos hermanos estigmatinos:

1. Os acojo con alegría, en el marco espiritual y eclesial del gran jubileo del año 2000, con ocasión del XXXIV capítulo general de vuestra congregación. Junto con los peregrinos, que llegan a Roma de todas las partes del mundo, también vosotros habéis acudido aquí procedentes de cuatro continentes, en representación de más de 400 hermanos, para discernir lo que el Espíritu pide hoy, en el alba del tercer milenio, a los hijos de san Gaspar Bertoni. Yo mismo tuve la alegría de celebrar la canonización de vuestro fundador, en la solemnidad de Todos los Santos de 1989. Él sentía especial devoción por el Sucesor de Pedro y la Sede apostólica, y vuestra visita hoy quiere ser un renovado signo de ella.

2. En sus Constituciones, vuestro fundador definió a los miembros de la congregación "missionari apostolici in obsequium episcoporum". Así pues, sois personas que, con todas sus fuerzas, y con la gracia particular de la vocación, queréis contribuir a la actuación de la misión apostólica. Según el espíritu y el ejemplo de vuestro fundador, realizáis vuestro ministerio parroquial, con especial atención a la juventud; os dedicáis a la predicación y a la formación del clero; y estáis comprometidos en la misión ad gentes en América Latina, África y Asia. Algunos de vosotros han sido llamados al servicio episcopal, especialmente en Brasil; hace poco más de un mes, consagré obispo al padre Giuseppe Pasotto, administrador apostólico del Cáucaso. Este hecho, que testimonia la fidelidad y la generosidad de los estigmatinos, es para mí motivo de agradecimiento.
Pido con vosotros al "Dueño de la mies" que suscite numerosas y buenas vocaciones en vuestra familia religiosa, para sostener las obras que habéis emprendido, pero también para permitiros comenzar otras en los lugares adonde la misión del Redentor quiera impulsar los pasos de los miembros de la congregación.

3. Como tema central de vuestros trabajos capitulares habéis propuesto la comunión fraterna dentro de la comunidad religiosa, para testimoniar el amor de Dios al mundo. Se trata de un valor típico de la vida consagrada, puesto muy de relieve durante la Asamblea sinodal de 1995 y acogido plenamente en la exhortación apostólica que se publicó seguidamente. Hoy más que nunca es necesario reflexionar y trabajar desde esa perspectiva, para mostrar a los hombres de nuestro tiempo, condicionados por una difundida mentalidad individualista, "¡qué bueno y agradable es que los hermanos vivan unidos!" (Ps 132,1), de modo que todos reconozcan que sois discípulos de Cristo (cf. Jn Jn 13,35).

La vida comunitaria de las personas consagradas constituye un signo elocuente de la comunión eclesial, basado ante todo en la experiencia ordinaria de comunión fraterna: signum fraternitatis (cf. Vita consecrata VC 42). Múltiples son las formas concretas en las que se actúa la fraternidad, según la variedad de los carismas y las características de los institutos. Sin embargo, uno solo es el amor, difundido en los diferentes miembros por el mismo Espíritu Santo.

25 4. Este Año santo, que la Iglesia interpreta como un gran himno a la santísima Trinidad, es más propicio que nunca para dar cabida a la dimensión contemplativa de la vida consagrada, para que ésta, absorbiendo la linfa que viene de sus raíces teologales, se renueve íntimamente y se vigorice. En efecto, la fraternidad evangélica es irradiación de la comunión trinitaria, y de ella tiene que alimentarse constantemente mediante la palabra de Dios, los sacramentos de la Eucaristía y la reconciliación y la oración diaria.

A este propósito, vuestro fundador escribió estas palabras: "Puesto que ninguna otra cosa destaca tanto en una persona el amor de verdadera caridad cuanto el hecho de distinguir en ella singulares virtudes y dones del Espíritu Santo y contemplarla como imagen de Dios pintada con los más hermosos colores de la gracia, así pues, si todos se esfuerzan por crecer en estas virtudes y dones y por considerarlos a menudo en los demás, si creen íntimamente que los demás son superiores a ellos mismos, gozan con sus dones espirituales y los agradecen a Dios, crecerá entre ellos de modo admirable la caridad recíproca" (Constituciones, 223).

5. La comunión no se limita a la vida fraterna de la comunidad, sino que se extiende al ministerio a través de la participación de los laicos y de las estructuras eclesiales locales. Por eso es necesario renovar incansablemente el compromiso de fraternidad y conversión, con la consoladora certeza de que el Señor está presente donde se procura sinceramente vivir según su mandamiento del amor.

Vuestra asamblea ha sugerido también indicaciones prácticas para que se profundice el ejercicio de la comunión espiritual y apostólica entre los hermanos de todas las edades. En efecto, éste es un apoyo indispensable para la misión apostólica característica de vuestra congregación, es decir, la de servir a la Iglesia bajo la dirección de los obispos. Ayudarse mutuamente en la comunión, favoreciendo, por decirlo así, la circulación del amor divino derramado en el corazón de cada uno por el Espíritu Santo, es condición principal para cumplir la misión apostólica a menudo "ardua y difícil" y "expuesta a peligros", una misión que "no depende de las fuerzas del hombre, sino de la gracia del Espíritu Santo". De este modo, "Cristo, que inspiró y comenzó la obra, la consumará" (Constituciones, 185).

Haciendo mías las palabras de vuestro fundador, que bien conocéis y apreciáis, pido al Señor, por intercesión de la Virgen santa, que haga fructificar el esfuerzo que habéis realizado durante estos días de trabajo común, y os bendigo de corazón a vosotros y a todos vuestros hermanos.






ANTE LA ACADEMIA PONTIFICIA PARA LA VIDA


CON MOTIVO DEL V ANIVERSARIO DE LA PUBLICACIÓN


DE LA ENCÍCLICA "EVANGELIUM VITAE"



Lunes 14 de febrero de 2000



Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y el sacerdocio;
ilustres señores y señoras:

1. Deseo, ante todo, dar gracias al Consejo pontificio para la familia, al Consejo pontificio para la pastoral de los agentes sanitarios y a la Academia pontificia para la vida por haber pensado y organizado esta Jornada conmemorativa del quinto aniversario de la publicación de la encíclica Evangelium vitae. Tiene lugar en el marco de las celebraciones del Año jubilar, y quiere estar en sintonía de oración con la peregrinación que haré a Tierra Santa el mes próximo para venerar los lugares donde "el Verbo se hizo carne" (Jn 1,14).

Saludo al señor cardenal Alfonso López Trujillo y le agradezco los sentimientos manifestados en el saludo que me ha dirigido. Os saludo asimismo a todos vosotros, participantes en esta reflexión sobre un documento que considero central en el conjunto del magisterio de mi pontificado y en continuidad ideal con la encíclica Humanae vitae del Papa Pablo VI, de venerada memoria.
26 Perspectiva de esperanza para la humanidad

2. En la encíclica Evangelium vitae, cuya publicación fue precedida por un consistorio extraordinario y una consulta a los obispos, tomé como punto de partida una perspectiva de esperanza para el futuro de la humanidad. Escribí: "A todos los miembros de la Iglesia, pueblo de la vida y para la vida, dirijo mi más apremiante invitación para que, juntos, ofrezcamos a este mundo nuestro nuevos signos de esperanza, trabajando para que aumenten la justicia y la solidaridad y se afiance una nueva cultura de la vida humana, para la edificación de una auténtica civilización de la verdad y del amor" (n. 6).

Vida, verdad, amor: palabras que entrañan sugerencias estimulantes para el compromiso humano en el mundo. Están enraizadas en el mensaje de Jesucristo, que es camino, verdad y vida, pero también están grabadas en el corazón y en las aspiraciones de todos los hombres y mujeres.
La experiencia vivida en la sociedad, a la que la Iglesia ha llevado con renovado impulso su mensaje durante estos cinco años, permite comprobar dos hechos: por una parte, la persistente dificultad que el mensaje encuentra en un mundo que presenta graves síntomas de violencia y decadencia; por otra, la inmutable validez de ese mismo mensaje y también la posibilidad de su aceptación social en los ambientes donde la comunidad de los creyentes, implicando también la sensibilidad de los hombres de buena voluntad, expresa con valentía y unión su compromiso.

3. Existen hechos que demuestran cada vez con mayor claridad cómo las políticas y las legislaciones contrarias a la vida están llevando a las sociedades hacia la decadencia moral, demográfica y económica. Por tanto, el mensaje de la encíclica no sólo puede presentarse como verdadera y auténtica indicación para la renovación moral, sino también como punto de referencia para la salvación civil.

Así pues, no tiene razón de ser esa mentalidad abandonista que lleva a considerar que las leyes contrarias al derecho a la vida -las leyes que legalizan el aborto, la eutanasia, la esterilización y la planificación de los nacimientos con métodos contrarios a la vida y a la dignidad del matrimonio- son inevitables y ya casi una necesidad social. Por el contrario, constituyen un germen de corrupción de la sociedad y de sus fundamentos.

La conciencia civil y moral no puede aceptar esta falsa inevitabilidad, del mismo modo que no acepta la idea de la inevitabilidad de las guerras o de los exterminios interétnicos.

4. Gran atención merecen los capítulos de la encíclica que tratan sobre la relación entre la ley civil y la ley moral, por la importancia creciente que están destinados a tener en la renovación de la vida social. En ellos se pide a los pastores, a los fieles y a los hombres de buena voluntad, especialmente a los legisladores, un compromiso renovado y concorde para modificar las leyes injustas que legitiman o toleran dichas violencias.

Es preciso usar todos los medios posibles para eliminar el delito legalizado, o al menos para limitar el daño de esas leyes, manteniendo viva la conciencia del deber radical de respetar el derecho a la vida desde la concepción hasta la muerte natural de todo ser humano, aunque sea el último y el menos dotado.

5. Existe otro campo muy amplio del compromiso en favor de la defensa de la vida en el que la comunidad de los creyentes puede mostrar su iniciativa: es el ámbito pastoral y educativo, sobre el que trata la cuarta parte de la encíclica, dando orientaciones concretas para la edificación de una nueva cultura de la vida. Durante estos cinco años se han emprendido numerosas iniciativas en las diócesis y las parroquias, pero queda aún mucho por hacer.

Una auténtica pastoral de la vida no se puede delegar simplemente a movimientos específicos, por más meritorios que sean, comprometidos en el campo sociopolítico. Siempre debe formar parte integrante de la pastoral eclesial, a la que compete el deber de anunciar el "evangelio de la vida". Para que esto suceda de modo eficaz, es importante la realización tanto de planes educativos adecuados como de servicios e instituciones concretas de acogida.

27 Esto supone, ante todo, la preparación de los agentes pastorales en los seminarios y en las facultades de teología; requiere, además, la recta y concorde enseñanza de la moral en los diferentes tipos de catequesis y de formación de las conciencias; se concreta, por último, en la organización de servicios que permitan a todas las personas con dificultades recibir la ayuda necesaria.

A través de una acción educativa concorde en las familias y en las escuelas, hay que lograr que los servicios adquieran el valor de "signo" y mensaje. Del mismo modo que la comunidad requiere lugares de culto, debe sentir la necesidad de organizar, sobre todo en el ámbito diocesano, servicios educativos y operativos para sostener la vida humana, servicios que sean fruto de la caridad y signo de vitalidad.

6. La modificación de las leyes tiene que ir precedida y acompañada por la modificación de la mentalidad y las costumbres a gran escala, de modo capilar y visible. En este ámbito, la Iglesia ha de hacer todo lo posible, sin aceptar negligencias o silencios culpables.

Me dirijo de modo particular a los jóvenes, que son sensibles al respeto de los valores de la corporeidad y, ante todo, del valor mismo de la vida concebida: ellos han de ser los primeros artífices y beneficiarios del trabajo que se realice en el marco de la pastoral de la vida.

Renuevo, asimismo, la exhortación que dirigí en la encíclica a toda la Iglesia: a los científicos y a los médicos, a los educadores y a las familias, así como a cuantos trabajan en los medios de comunicación social, y de modo especial a los especialistas en derecho y a los legisladores.

Gracias al compromiso de todos, el derecho a la vida podrá aplicarse concretamente en este mundo, en el que no faltan los bienes necesarios si se distribuyen bien. Sólo así se superará esa especie de silenciosa y cruel selección por la que los más débiles son injustamente eliminados.

Ojalá que todas las personas de buena voluntad se sientan llamadas a movilizarse por esta gran causa. Que las sostenga la convicción de que cada paso dado en defensa del derecho a la vida y en su promoción concreta es un paso dado hacia la paz y la civilización.

Esperando que esta conmemoración suscite un nuevo y concreto impulso para el compromiso en favor de la defensa de la vida humana y la difusión de la cultura de la vida, invoco sobre todos vosotros, y sobre cuantos trabajan con vosotros en este delicado sector, la intercesión de María, "Aurora del mundo nuevo y Madre de los vivientes" (Evangelium vitae
EV 105), y os imparto de corazón la bendición apostólica.






A LOS PARTICIPANTES EN LA PEREGRINACIÓN


NACIONAL ESLOVACA


15 de febrero de 2000





Venerados hermanos en el episcopado;
estimados representantes de las demás confesiones cristianas;
28 señor presidente de la República eslovaca;
amadísimos peregrinos eslovacos:

1. Con gran alegría os doy la bienvenida y os agradezco la visita que habéis querido hacerme con ocasión de vuestra peregrinación nacional. Dirijo mi saludo fraterno al señor cardenal Ján Chryzostom Korec, obispo de Nitra, y a monseñor Rudolf Baláz, presidente de la Conferencia episcopal eslovaca, a quien agradezco las significativas y cordiales palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Saludo, asimismo, a los demás prelados, a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los seminaristas y a los fieles presentes.

Os saludo a vosotros, distinguidos representantes y delegados de la Iglesia evangélica y de las demás confesiones cristianas presentes en Eslovaquia. También saludo y doy las gracias de modo particular al señor presidente de la República eslovaca, que ha querido honrarme con esta visita y dirigirme unas significativas palabras de saludo.

Por medio de vosotros, queridos peregrinos, quisiera saludar con afecto y dar las gracias sobre todo a la población entera de Eslovaquia. En efecto, siguen vivos en mi corazón los recuerdos del viaje apostólico que la Providencia me concedió realizar a vuestra amada tierra en 1995, y no puedo olvidar la acogida que me dispensasteis durante aquellos días ricos en encuentros y experiencias espirituales. En especial, vuelvo con la mente al santuario de Sastin, donde, bajo la mirada de María, la Virgen de los Dolores, los católicos eslovacos, que la han elegido como patrona y protectora, le renovaron su consagración, afirmando que vuestra nación considera la fe cristiana como uno de los rasgos fundamentales de su identidad.

Gracias por esta visita, que se inscribe en el gran jubileo del año 2000, durante el cual la Iglesia entera, meditando en el misterio de amor revelado en la encarnación del Verbo, se siente rodeada por la ternura del Padre celestial, que sale al encuentro de cada uno de sus hijos e hijas para darles a todos la paz y la salvación.

2. Amadísimos hermanos y hermanas, los propósitos de renovar vuestro compromiso cristiano, que expresasteis hace cinco años durante mi peregrinación a Eslovaquia, obtienen ante la tumba del apóstol Pedro un fuerte apoyo por los frutos de la redención, que la Iglesia dispensa con particular generosidad en este Año de gracia y misericordia. Fortalecidos con esos dones, queréis renovar aquí vuestra fe en Cristo, el "Hijo de Dios vivo", y reafirmar vuestra decisión de seguir su modelo de vida, que es exigente, pero que da la paz y la salvación.

El Evangelio constituye la valiosa herencia que vuestro pueblo ha recibido desde hace muchos siglos. Los largos años de dura opresión comunista no la han destruido, aunque las dificultades fueron verdaderamente grandes. Ahora es el tiempo del renacimiento espiritual; es la hora de la primavera de la esperanza, después del invierno del ateísmo militante. También ahora afrontáis pruebas y dificultades, pero la constante vuelta a los manantiales evangélicos es fuente segura de recuperación humana y religiosa. Sed fieles a Cristo. Sed fieles a su Evangelio de salvación, capaz de renovar al hombre y a la sociedad. La fe vivida integralmente exige un testimonio coherente en los diversos ámbitos en los que se desarrolla la historia humana, personal y comunitaria.

En este momento particularmente significativo para la historia de fe de vuestro pueblo, deseo dirigiros a vosotros, y a cuantos en la amada nación eslovaca comparten el honor y la alegría de ser creyentes, la invitación a ser testigos valientes de Cristo en la familia, en el lugar de trabajo y en la sociedad. En efecto, no sería posible conservar la identidad cristiana de un pueblo si en los ámbitos más importantes de su vida faltara un testimonio coherente y valiente, capaz de superar los peligros siempre presentes de las componendas, del hedonismo y del secularismo.

3. En el centro del camino de renovación espiritual y civil, que el jubileo propone a los hombres de nuestro tiempo, está el encuentro con Cristo. Él es la Puerta santa que nos introduce en la vida nueva del reino del Padre, mediante la luz de su palabra y la ayuda eficaz de su gracia.

La palabra de Dios, que la Iglesia proclama y presenta a nuestra meditación, nos guía en nuestro camino diario, ofreciéndonos los criterios para juzgar según la verdad los acontecimientos sociales y las acciones personales, y abriendo a nuestro compromiso perspectivas siempre nuevas de santidad y auténtica civilización. El jubileo nos exhorta a escuchar con atención y disponibilidad la palabra divina, creciendo en la fidelidad a Cristo y a su inmutable mensaje de salvación. El jubileo llama e invita apremiantemente a todos los creyentes a encontrarse con el único Señor y Redentor del hombre, Jesús de Nazaret, crucificado y resucitado. Él nos llama a superar las divisiones y a caminar con decisión hacia la unidad de la fe por medio de la gracia del Espíritu Santo.

29 Queremos elevar a Dios nuestra oración con renovado fervor para que durante este año de misericordia conceda a todos los cristianos la gracia de secundar con generosidad la acción del Espíritu Santo, a fin de que se presenten a la humanidad en la profunda sintonía de la caridad, preludio de la perfecta unidad de la fe.

4. Cristo acude en ayuda del hombre con su palabra y también con la gracia de los sacramentos, comenzando por el bautismo, en el que se renace "de agua y de Espíritu" (
Jn 3,5). Él alimenta esta nueva vida sobre todo con el don de su cuerpo y de su sangre en la Eucaristía, banquete divino en el que, como dice el Apóstol, sólo se puede participar si se forma "un solo cuerpo" (1Co 10,17).
En la Eucaristía Cristo alimenta y fortalece al creyente, para que pueda vivir según el Evangelio. Al acercarse a la mesa eucarística, el discípulo del Señor aprende a realizar opciones conscientes y responsables, para vivir dignamente en presencia de Dios, Padre bueno y misericordioso, que lee en lo más íntimo de la conciencia y juzga con verdad el comportamiento de cada uno. El fiel, alimentándose del "Pan partido", aprende a considerar al otro como prójimo y hermano al que debe respetar y acoger, y se compromete en la construcción paciente y activa de la comunidad, valor que hay que perseguir a pesar de los límites y las desilusiones.

¿No es éste el modelo de comunidad cristiana que nos presentan los Hechos de los Apóstoles, cuando afirman que los creyentes "acudían asiduamente a la enseñanza de los Apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones"? (Ac 2,42). Sólo los cristianos unidos entre sí de modo tal que sean "uno" pueden dar un testimonio plenamente creíble ante el mundo (cf. Jn Jn 17,21). La unidad sigue siendo hoy el camino privilegiado de la evangelización.

5. Amadísimos hermanos y hermanas de Eslovaquia, con quienes hoy tengo la alegría de encontrarme, os deseo de corazón que volváis a vuestros hogares afianzados en vuestro propósito de seguir el Evangelio y testimoniarlo valientemente. Ruego al Señor que también este encuentro os ayude a formar, con renovado compromiso y bajo la guía sabia de vuestros pastores, comunidades vivas e intrépidas, siempre dispuestas a proclamar a los hombres de nuestro tiempo la verdad que libera y salva.

Encomiendo a todo el pueblo eslovaco, al que tengo un cariño particular, a la protección celestial de la Virgen de los Dolores, la Madre buena y solícita, que vela con amor por vuestra tierra. Que María santísima os ayude a vivir fructuosamente la gracia del gran jubileo y a acoger diariamente con corazón humilde y fiel al Salvador.

Con estos sentimientos, invoco sobre cada uno de vosotros y sobre la entera nación eslovaca la abundancia de las bendiciones divinas.





PALABRAS DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II


A LOS RECTORES DE SEMINARIOS


DE LENGUA INGLESA EN EUROPA


jueves 17 de febrero



Me alegra saludaros a vosotros, rectores de los seminarios de lengua inglesa en Europa, y, por medio de vosotros, me complace saludar afectuosamente a los miembros de cada una de vuestras comunidades de seminaristas. Con motivo de este gran jubileo del año 2000 habéis elegido Roma como sede de vuestro encuentro anual, y pido al Señor que el Año santo sea realmente para vosotros una ocasión de gracias especiales y de renovado empeño y fervor, mientras os esforzáis por cumplir las tareas que emprendéis para el bien de la Iglesia y la salvación de las almas.

Vuestros deberes particulares como rectores se caracterizan por vuestra relación con los obispos, que os envían las personas a quienes debéis preparar para el servicio sacerdotal, junto con el equipo que os ayuda en la formación de los seminaristas, con los estudiantes confiados a vuestro cuidado y supervisión, y con el presbiterio y las comunidades diocesanas donde los actuales seminaristas servirán como sacerdotes. Así, es evidente que debéis ser hombres de sólidas relaciones humanas en todos los niveles: eclesial, académico y espiritual, y también hombres de comunión. Tenéis la responsabilidad de desarrollar al máximo los dones y talentos de los demás, y actuar como guías competentes, orientando a cada seminarista y a la comunidad del seminario con decisión y sensibilidad pastoral.

Por eso es muy importante que seáis hombres de oración, auténticos discípulos del Señor Jesús. La formación filosófica, teológica y pastoral que imparten vuestras instituciones resultará inútil e ineficaz si no está impregnada profundamente de la persona de Jesucristo, del conocimiento íntimo del Hijo de Dios, y de la experiencia diaria del único Salvador de toda la humanidad.

30 El principal fundamento de vuestros numerosos deberes y responsabilidades es vuestro testimonio fiel de una vida activa de oración. Si os esforzáis de verdad por ser hombres de oración y tratáis de infundir este mismo espíritu en vuestros seminaristas, podéis estar seguros de que al entrar la Iglesia en el tercer milenio cristiano estará preparada para responder con alegría y eficacia a las necesidades de las personas que está llamada a servir. En efecto, contará con sacerdotes que han aprendido a ponerse constantemente en presencia del Señor -hablando con él, escuchándole, asimilando sus enseñanzas y acogiendo su amor- para que, a su vez, hagan lo mismo con los demás, hablándoles, escuchándolos, enseñándoles y amándolos en nombre del Señor.

Que el Espíritu Santo os ilumine, mientras pasáis estos días juntos, discutiendo y reflexionando, y os infunda siempre nueva fuerza para llevar a cabo esta tarea vital para el pueblo de Dios. De modo especial, durante este Año santo, os encomiendo a María, Madre de los sacerdotes y Madre de la Iglesia, y os imparto cordialmente mi bendición apostólica a vosotros, al equipo de formadores y a los alumnos de vuestros seminarios.






A LOS CAPITULARES DE LOS OBLATOS DE SAN JOSÉ


jueves 17 de febrero de 2000




Amadísimos Oblatos de San José:
1. Con ocasión de la celebración del capítulo general de vuestro instituto, habéis expresado el deseo de encontraros conmigo para reafirmar vuestra convencida adhesión al Sucesor de Pedro. He acogido de buen grado vuestra petición, sabiendo cuánto insistía vuestro fundador en el deber de permanecer estrechamente unidos, con la mente y el corazón, a la Santa Sede. Decía que la primera obediencia que los Oblatos de San José deben observar fielmente es la adhesión a las enseñanzas y directrices del Sumo Pontífice, considerando su servicio como un mandato recibido de la Iglesia misma, según las reglas específicas del instituto.

Por tanto, os doy mi cordial bienvenida. Dirijo un saludo especial al padre Lino Mela, elegido durante estos días para el cargo de superior general: que el Señor lo ilumine y sostenga en el cumplimiento de su nueva misión. Al mismo tiempo, deseo expresar mi complacencia y gratitud al superior general saliente, padre Vito Calabrese, que durante doce años ha dirigido la congregación con sabio equilibrio y bondad paterna. Por último, extiendo mis sentimientos de afecto a toda la familia religiosa que vosotros, padres capitulares, representáis aquí, y os animo a todos a perseverar con generosidad en vuestro respectivo campo de trabajo.

2. Vuestra actividad os sitúa en el corazón de la Iglesia. En efecto, el carisma de Oblatos de San José os pide que reproduzcáis en la vida y en el apostolado el ideal de servicio tal como lo vivió el Custodio del Redentor. Él, junto con su santa Esposa, mantuvo una inefable familiaridad con el Verbo encarnado, por quien velaba continuamente. Por tanto, éste es el estilo sencillo y laborioso de vida que queréis llevar, difundiendo la devoción a san José con la predicación, con las publicaciones y especialmente con el testimonio apostólico. Ésta es la típica misión pastoral que realizáis en lugares humildes, entre gente pobre, imitando al carpintero de Nazaret, que protegió a Jesús y lo sostuvo durante su preparación para la gran tarea de la redención.

El beato Marello exhortaba a sus hijos espirituales a ser "cartujos en casa", para lograr ser "apóstoles eficaces fuera de casa". Esta enseñanza, siempre viva en vuestro espíritu, os compromete a todos vosotros, queridos josefinos, a conservar en vuestras casas religiosas un clima de recogimiento y oración, favorecido por el silencio y por oportunos encuentros comunitarios. El espíritu de familia consolida la unión de las comunidades y de toda la congregación.

3. Sé que habéis centrado vuestros trabajos capitulares en estas temáticas, y deseo que obtengáis los anhelados frutos espirituales de vuestra importante asamblea, que tiene lugar durante el año en que la Iglesia celebra el gran jubileo de la Encarnación. No es difícil ver en esta feliz coincidencia un signo de la Providencia, que os invita a cruzar la "Puerta santa", símbolo de Cristo, para entrar renovados interiormente, como personas y como instituto, en una nueva estación espiritual de la Iglesia. Así, seréis testigos fieles de Cristo en nuestra época: confiados en el poder sanante del amor de Dios, os prodigaréis en el valiente esfuerzo de la nueva evangelización. De este modo, llevaréis a cabo vuestra misión, "realizando las obras de Dios en silencio", como solía decir vuestro fundador, el cual añadía que, si se trabaja "sin confiar en los hombres ni en nosotros mismos, sino llenos de esperanza en las ayudas sobrenaturales, todo irá muy bien" (Briciole d'oro, 15 de febrero).

Desde esta perspectiva, es muy importante la reflexión capitular sobre los orígenes de vuestro carisma, que os lleva a las fuentes de vuestra espiritualidad, no tanto para repetir literalmente cuanto se hacía en ese tiempo, sino para actualizar el mensaje de vuestro fundador en la vida de hoy, de modo que influya en la sociedad contemporánea con la misma eficacia que entonces.

4. Una característica típica de vuestro ministerio es la formación humana y religiosa de la juventud, privilegiando la catequesis y trabajando activamente en los centros juveniles y en las escuelas, en las parroquias y en los oratorios, en los movimientos y en las asociaciones. Como el sembrador sabe elegir el terreno adecuado para cada semilla, del mismo modo vosotros tratáis de ahondar en el conocimiento de los jóvenes que la Providencia pone en vuestro camino, para ayudarles a madurar en su respectiva vocación. Ésta es vuestra misión. Se puede decir que el oblato de San José es, por constitución, un catequista, que educa evangelizando con un estilo sencillo, claro y penetrante.

31 Sabed hablar al corazón de los jóvenes, proponiéndoles con audacia el Evangelio. Enseñadles a amar a la Iglesia. Convenceos de que vuestra palabra será tanto más aceptada cuanto más elocuente resulte el testimonio de vuestro ejemplo.

Para responder a las exigencias actuales de la evangelización, es cada vez más indispensable la colaboración de los laicos. No se trata sólo de una necesidad operativa debida a la disminución del personal religioso, sino de una nueva e inédita posibilidad que Dios nos ofrece. La época que estamos viviendo puede definirse, en ciertos aspectos, como la época de los laicos. Por tanto, sabed abriros a la aportación de los laicos. Ayudadles a comprender las motivaciones espirituales del servicio que prestan junto con vosotros, para que sean la "sal" que confiere a la vida el sabor cristiano y la "luz" que resplandece en las tinieblas de la indiferencia y del egoísmo. Como laicos fieles a su propia identidad, están llamados a animar cristianamente el orden temporal, transformando de modo activo y eficaz la sociedad según el espíritu del Evangelio.

5. Queridos Oblatos de San José, ya trabajáis en muchas partes del mundo. La amplia difusión que, gracias a Dios, ha alcanzado hoy vuestra familia religiosa exige un esfuerzo vigilante para conservar la unidad y el vínculo de la caridad en todos los niveles. El capítulo general ha puesto de relieve de modo muy oportuno que, aun trabajando en el ámbito local, no debéis perder jamás la sintonía con el conjunto de la congregación y, sobre todo, la visión universal de la Iglesia. Así será si la mirada de todos permanece siempre fija en Cristo, camino, verdad y vida; si sabéis adheriros de forma personal y comunitaria a él, que os llama para que vayáis a ver dónde vive (cf.
Jn 1,39).

La sólida práctica de la oración, la atención a los signos de los tiempos y la indispensable formación permanente os ayudarán para que vuestras obras no sean un simple servicio social, sino un testimonio del amor misericordioso de Dios. El método os lo enseña el beato Marello, cuando os recomienda "inspiraros en san José, el primero en la tierra que cuidó de los intereses de Jesús; lo custodió cuando era niño, lo protegió cuando era muchacho, y le hizo de padre durante los primeros treinta años de su vida en la tierra" (Briciole d'oro, 24 de marzo). Que así sea para cada uno de vosotros y para todas vuestras comunidades.

Que María, la dulce Esposa del carpintero de Nazaret, haga fructuosas, con su intercesión, las decisiones del capítulo general. Que ayude a todos los Oblatos de San José a tender a la santidad, vocación de todo bautizado y, con mayor razón, de toda persona consagrada. Os aseguro mi constante recuerdo en la oración, a la vez que complacido le imparto a usted, querido padre Lino Mela, al renovado consejo general y a todos los miembros de la congregación de los Oblatos de San José, una especial bendición.





Discursos 2000 23