Discursos 2000 31


JUBILEO DE LOS ARTISTAS




A LOS PARTICIPANTES EN EL JUBILEO DE LOS ARTISTAS



viernes 18 de febrero



Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Con gran alegría me encuentro con vosotros en esta basílica, en la que trabajaron algunos de los más grandes genios de la arquitectura y la escultura. ¡Bienvenidos! Saludo al señor cardenal Roger Etchegaray, que ha presidido la celebración de la santa misa. Saludo, asimismo, al arzobispo monseñor Francesco Marchisano, presidente la Comisión pontificia para los bienes culturales de la Iglesia, y a los demás prelados y sacerdotes. Saludo también a las autoridades civiles que han intervenido y a los artistas presentes. Os expreso a todos mi aprecio por este intenso testimonio de fe. Nadie mejor que vosotros, queridos artistas, puede sentirse como en su casa aquí, donde la fe y el arte se encuentran de modo tan singular, elevándonos a la contemplación de la gloria divina.

Acabáis de experimentarlo en la celebración eucarística, corazón de la vida eclesial. Si, como dijo el Concilio, "en la liturgia terrena pregustamos y participamos en la liturgia celeste" (Sacrosanctum Concilium SC 8), eso es particularmente evidente en el esplendor de este templo, pues nos remonta con el pensamiento a la Jerusalén celestial, cuyos fundamentos, según la expresión del Apocalipsis, están "adornados de toda clase de piedras preciosas" (Ap 21,19), y ya no hay necesidad de la luz del sol y de la luna, "porque la ilumina la gloria de Dios, y su lámpara es el Cordero" (Ap 21,23).

32 2. Me alegra renovaros a vosotros, hoy, los sentimientos de estima que expresé el año pasado en mi Carta a los artistas. Ya es hora de que se reanude la fecunda alianza entre la Iglesia y el arte que ha jalonado el camino del cristianismo en estos dos milenios. Esto supone vuestra capacidad, queridos artistas creyentes, de vivir a fondo la realidad de la fe cristiana, de manera que engendre cultura y dé al mundo nuevas "epifanías" de la belleza divina, reflejada en la creación.
Estáis hoy aquí precisamente para expresar vuestra fe. Habéis venido para celebrar el jubileo.
Esto, en definitiva, significa fijar la mirada en el rostro de Cristo, para recibir su misericordia y dejarse inundar por su luz. ¡El jubileo es Cristo! Él es nuestra salvación y nuestra alegría, nuestro canto y nuestra esperanza. Quien entra en esta basílica por la Puerta santa lo encuentra, ante todo, dirigiendo la vista a la Piedad de Miguel Ángel, prácticamente fundiendo su mirada con la de María en su abrazo al cuerpo sin vida del Hijo. Ese cuerpo martirizado, y sin embargo dulce, del "más hermoso de los hijos de los hombres" (
Ps 45,3), es fuente de vida. María, figura de la humanidad nueva, ella misma salvada, lo entrega a cada uno de nosotros como semilla de resurrección. En efecto, nosotros, como nos enseña el apóstol san Pablo, "fuimos con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva" (Rm 6,4).

3. El jubileo nos pide que acojamos esta gracia de resurrección, de manera que penetre en todos los ámbitos de nuestra vida, no sólo librándola del pecado, sino también de las escorias que deja en nosotros incluso después de habernos reconciliado con Dios. Se trata, en cierto sentido, de "cincelar" la piedra de nuestro corazón, para que aparezcan en él los rasgos de Cristo, el Hombre nuevo.

El artista que puede hacer esto a fondo es el Espíritu Santo. Sin embargo, exige nuestra correspondencia y docilidad. La conversión del corazón es, por decirlo así, obra de arte común del Espíritu Santo y de nuestra libertad.Vosotros, los artistas, habituados a modelar las más diversas materias según el estro de vuestro genio, sabéis cuánto se asemeja al empeño artístico el esfuerzo diario por mejorar la propia existencia. Como escribí en la Carta dedicada a vosotros, "en la creación artística el hombre se revela más que nunca imagen de Dios, y lleva a cabo esta tarea ante todo plasmando la estupenda materia de su propia humanidad y, después, ejerciendo un dominio creativo sobre el universo que le rodea" (Carta a los artistas, 1). Entre el arte de formarse a sí mismos y el arte de transformar la materia existe una analogía singular.

4. En ambas tareas el punto de partida es siempre un don de lo alto.Si la creación artística necesita una "inspiración", el camino espiritual requiere la gracia, que es el don con que Dios se comunica a sí mismo, envolviendo con su amor nuestra vida, iluminando nuestros pasos y llamando a nuestro corazón, hasta morar en él y convertirlo en templo de su santidad: "Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn 14,23).
Este diálogo con la gracia nos compromete sobre todo en el plano ético, pero abarca todas las dimensiones de nuestra existencia, y adquiere una expresión peculiar en el ejercicio del talento artístico. Dios se deja vislumbrar en vuestro espíritu mediante el encanto y la nostalgia de la belleza. En efecto, no cabe duda de que el artista vive con la belleza una relación particular; es más, se puede decir que la belleza es "la vocación a la que el Creador le llama" (Carta a los artistas, 3).
Si el artista es capaz de vislumbrar en las múltiples manifestaciones de lo bello un rayo de la belleza suprema, entonces el arte se convierte en un camino hacia Dios, y lo impulsa a conjugar su talento creativo con el compromiso de una vida cada vez más conforme a la ley divina. Algunas veces, precisamente la confrontación entre el esplendor de la realización artística y la pesadez del propio corazón puede suscitar la inquietud saludable que hace sentir el deseo de superar la mediocridad y comenzar una vida nueva, abierta con generosidad al amor a Dios y a los hermanos.

5. Entonces es cuando nuestra humanidad se eleva mediante una experiencia de libertad, podríamos decir, de infinito, como la que aún nos inspira Miguel Ángel en la cúpula que a la vez domina y corona este templo. Vista desde el exterior, parece que diseña una curva del cielo sobre la comunidad recogida en oración, como si simbolizara el amor con que Dios se acerca a ella. Por el contrario, contemplada desde el interior, en su vertiginoso impulso hacia lo alto, evoca el encanto y al mismo tiempo el esfuerzo de elevarse hacia el encuentro pleno con Dios.

Queridos artistas, precisamente a esta elevación os llama la celebración jubilar de hoy. Es una invitación a practicar el estupendo "arte" de la santidad. Si llegara a pareceros demasiado difícil, os debería consolar el pensamiento de que en este camino no estamos solos: la gracia nos sostiene también mediante el acompañamiento eclesial, con el que la Iglesia actúa como madre de cada uno de nosotros, obteniendo del Esposo divino sobreabundancia de misericordia y de dones. ¿No es éste el sentido de la mater Ecclesia, que Bernini evocó eficazmente en el abrazo solemne de la columnata? Esos brazos majestuosos son siempre brazos maternos, que se abren a la humanidad entera. Todo miembro de la Iglesia, acogido en ellos, puede sentirse aliviado en su paso de peregrino, en camino hacia la patria.

Así, nuestra reflexión vuelve al punto de donde partió, al esplendor de la Jerusalén celestial, a la que aspiramos como pueblo peregrino de Dios.

33 Queridos artistas, os deseo que siempre os sintáis atraídos por ese esplendor, y, como confortación para vuestro compromiso, os imparto cordialmente mi bendición.





JUBILEO DE LOS DIÁCONOS PERMANENTES




DURANTE EL ENCUENTRO CON LOS DIÁCONOS PERMANENTES


CON OCASIÓN DE SU JUBILEO


sábado 19 de febrero de 2000

Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amadísimos diáconos y familiares:

1. Con gran alegría me encuentro con vosotros en esta significativa cita jubilar. Saludo al prefecto de la Congregación para el clero, cardenal Darío Castrillón Hoyos, y a sus colaboradores, que han organizado estas intensas jornadas de oración y fraternidad. Saludo a los señores cardenales y a los prelados presentes. Os saludo especialmente a vosotros, amadísimos diáconos permanentes, a vuestras familias y a cuantos os han acompañado en esta peregrinación a las tumbas de los Apóstoles.

Habéis venido a Roma para celebrar vuestro jubileo. Os acojo con afecto. Esta ocasión es muy propicia para ahondar en el significado y el valor de vuestra identidad estable y no transitoria de ordenados, no para el sacerdocio, sino para el diaconado (cf. Lumen gentium ). Como ministros del pueblo de Dios, estáis llamados a actuar con la acción litúrgica, con la actividad didáctico-catequística y con el servicio de la caridad, en comunión con el obispo y el presbiterio. Y este singular año de gracia, que es el jubileo, os quiere ayudar a redescubrir aún más radicalmente la belleza de la vida en Cristo: la vida en él, que es la Puerta santa.

2. En efecto, el jubileo es tiempo fuerte de verificación y purificación interior, pero también de recuperación de la dimensión misionera ínsita en el misterio mismo de Cristo y de la Iglesia. Quien cree que Cristo Señor es el camino, la verdad y la vida; quien sabe que la Iglesia es su prolongación en la historia; quien experimenta personalmente todo esto, no puede menos de convertirse, por esta misma razón, en celoso misionero. Queridos diáconos, sed apóstoles activos de la nueva evangelización. Llevad a todos hacia Cristo. Que se dilate, también gracias a vuestro compromiso, su Reino en vuestra familia, en vuestro ambiente de trabajo, en la parroquia, en la diócesis y en el mundo entero.

La misión, al menos en cuanto a intención y pasión, debe apremiar en el corazón de los sagrados ministros e impulsarlos hasta la entrega total de sí. No os detengáis ante nada; proseguid con fidelidad a Cristo, siguiendo el ejemplo del diácono Lorenzo, cuya venerada e insigne reliquia habéis querido que estuviera aquí, para esta ocasión.

No faltan tampoco en nuestro tiempo personas a las que Dios llama al martirio cruento; pero mucho más numerosos son los creyentes sometidos al "martirio" de la incomprensión. No se turbe vuestro corazón por las dificultades y los contrastes; al contrario, crezca vuestra confianza en Jesús, que ha redimido a los hombres mediante el martirio de la cruz.

3. Queridos diáconos, adentrémonos en el nuevo milenio junto con toda la Iglesia, que impulsa a sus hijos a purificarse, mediante el arrepentimiento, de errores, infidelidades, incoherencias y retrasos (cf. Tertio millennio adveniente TMA 33). Los primeros en dar ejemplo han de ser los ministros ordenados: obispos, presbíteros y diáconos. Esta purificación y este arrepentimiento se han de entender sobre todo en relación con cada uno de nosotros personalmente. Interpelan, en primer lugar, nuestra conciencia de ministros sagrados que actúan en este tiempo.

34 Ante la Puerta santa experimentamos la necesidad de "salir" de nuestra tierra egoísta, de nuestras dudas y de nuestras infidelidades, y sentimos la invitación apremiante a "entrar" en la tierra santa de Jesús, que es la tierra de la fidelidad plena a la Iglesia una, santa, católica y apostólica. Resuenan en nuestro corazón las palabras del divino Maestro: "Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os aliviaré" (Mt 11,28).

Queridos diáconos, tal vez algunos de vosotros se sientan cansados por los compromisos gravosos, por la frustración causada por iniciativas apostólicas sin éxito y por la incomprensión de muchos. ¡No os desaniméis! Abandonaos en los brazos de Cristo: él os aliviará. Vuestro jubileo ha de ser una peregrinación de conversión a Jesús.

4. Si sois fieles en todo a Cristo, amadísimos diáconos, seréis también fieles a los diversos ministerios que la Iglesia os confía. ¡Cuán valioso es vuestro servicio a la Palabra y a la catequesis! Y ¿qué decir de la diaconía de la Eucaristía, que os pone en contacto directo con el altar del sacrificio en el servicio litúrgico?

Asimismo, con razón os comprometéis a vivir el servicio litúrgico de modo inseparable con el de la caridad en sus expresiones concretas. Esto muestra que el signo del amor evangélico no se puede reducir a lo que se llama solidaridad, sino que es consecuencia coherente del misterio eucarístico.
En virtud del vínculo sacramental, que os une a los obispos y a los presbíteros, vivís plenamente la comunión eclesial. La fraternidad diaconal en vuestra diócesis, aunque no constituye una realidad estructural análoga a la de los presbíteros, os estimula a compartir la solicitud de los pastores. La identidad diaconal manifiesta con claridad todos los rasgos de vuestra espiritualidad específica, que se presenta esencialmente como espiritualidad de servicio.

5. Queridos hermanos, el jubileo es tiempo propicio para restituir a esta identidad y a esta espiritualidad su fisonomía originaria y auténtica, con vistas a renovar interiormente y movilizar todas las energías apostólicas.

La pregunta de Cristo: "Cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?" (Lc 18,8), resuena con singular elocuencia en esta ocasión jubilar.

La fe ha de transmitirse y comunicarse. También tenéis la tarea de anunciar a las generaciones jóvenes el único e inmutable Evangelio de la salvación, para que el futuro sea rico en esperanza para todos.

Os sostenga en esta misión la santísima Virgen. Yo os acompaño con mi oración, confirmada por una especial bendición apostólica, que os imparto de corazón a vosotros, a vuestras esposas, a vuestros hijos y a todos los diáconos que trabajan al servicio del Evangelio en todo el mundo.






AL COMITÉ EJECUTIVO DE LA COMUNIDAD


INTERNACIONAL DE VIDA CRISTIANA


Lunes 21 de febrero de 2000





Con gran placer doy la bienvenida al Vaticano a los responsables de la Comunidad internacional de vida cristiana. Saludo en particular a vuestro presidente, el señor José María Riera, a los miembros del comité ejecutivo de la comunidad y a vuestro vice-asistente eclesiástico, que representa al superior general de la Compañía de Jesús. Habéis querido venir hoy aquí para proclamar públicamente, durante este gran jubileo del año 2000, vuestro deseo de que Jesucristo, Hijo de Dios e Hijo de María, sea el verdadero centro de la vida apostólica de toda vuestra comunidad.

35 Es larga y rica vuestra tradición de Congregaciones marianas, cuyos orígenes se remontan al siglo XVI, por iniciativa de san Ignacio de Loyola y de sus compañeros. A lo largo de los siglos, los Papas han apoyado e impulsado el apostolado de las Congregaciones, incluso con la publicación de documentos pontificios. En 1968, las Congregaciones marianas, unidas en una federación mundial, solicitaron al Papa Pablo VI que aprobara los nuevos Principios generales y Estatutos de la Federación, y en 1971 el nombre de las Congregaciones se transformó en "Federación mundial de comunidades de vida cristiana". Más recientemente, en 1990, con la aprobación por parte de la Sede apostólica de los Principios generales y Normas revisados, os habéis convertido en "Comunidad internacional de vida cristiana". A pesar de estos cambios de nombre y de estructura, la Comunidad sigue fiel a las raíces espirituales comunes que comparte con la Compañía de Jesús, así como a la tradición ignaciana que tiene como herencia.

Ahora estáis presentes en cincuenta y ocho países de todo el mundo como una comunidad unida de laicos que dan testimonio de Jesucristo y trabajan para construir su reino. Para realizar esta tarea os inspiráis y fortalecéis con los ejercicios espirituales de san Ignacio. La insistencia que ponéis en una formación cristiana esmerada y completa es particularmente útil para realizar vuestro apostolado. Como miembros del laicado, estáis llamados a ser testigos fieles de Jesucristo en todas las esferas de la vida: en vuestra familia, en vuestra vida profesional, en el mundo de la política y de la cultura, y en las comunidades de las Iglesias particulares a las que pertenecéis. Me alegra saber que, como jefes de la Comunidad de vida cristiana, habéis pedido a cada grupo que coopere más estrechamente durante este Año jubilar con sus pastores locales y fortalezcan los vínculos de unión con los obispos diocesanos.

En obediencia a la "fuerza de Dios para la salvación" (
Rm 1,16), os esforzáis por llevar al corazón de la cultura humana las enseñanzas de la Iglesia que iluminan y guían la búsqueda de una sociedad más justa y fraterna. Sois particularmente sensibles a la necesidad de llevar el Evangelio a todas las realidades humanas, porque "la buena nueva de Cristo renueva continuamente la vida y la cultura del hombre caído. (...) Purifica y eleva sin cesar las costumbres de los pueblos" (Gaudium et spes GS 58). Para realizar este importante apostolado necesitáis esforzaros a diario por conformaros a Cristo, viviendo en su gracia y teniendo sus mismos sentimientos (cf. Flp Ph 2,5). Mediante vuestra adhesión fiel a estos elevados objetivos, vuestra vida de fe se enriquecerá y vuestro testimonio de Jesucristo en la sociedad moderna dará abundantes frutos para la vida de la Iglesia.

Os invito a tener siempre presentes vuestra historia y vuestra tradición, especialmente como se encarnaron en las antiguas Congregaciones marianas, en las que encuentra su inspiración espiritual la actual Comunidad internacional de vida cristiana. Renovad vuestra confianza en la santísima Virgen María, Madre de nuestro Señor Jesucristo y Madre nuestra. Su ejemplo de fe y oración os llevará a niveles cada vez más elevados de generoso servicio a la Iglesia y a la sociedad. Ella es el ejemplo más elocuente de obediencia al Señor y de aceptación de su voluntad; con ella como modelo, Jesús será ciertamente el centro de vuestra vida y de vuestro apostolado. Invocando sobre todos los miembros de la Comunidad internacional de vida cristiana la gracia y la paz de nuestro Señor Jesucristo, os imparto cordialmente mi bendición apostólica.





MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II


A LOS PARTICIPANTES EN LA SEXTA SESIÓN PLENARIA


DE LA ACADEMIA PONTIFICIA DE CIENCIAS SOCIALES.


A los participantes en la VI sesión plenaria
de la Academia pontificia de ciencias sociales

1. Me alegra saludaros con ocasión de la VI sesión plenaria de la Academia pontificia de ciencias sociales. Agradezco a vuestro presidente, profesor Edmond Malinvaud, y a todos vosotros, miembros de la Academia, vuestra dedicación y vuestro compromiso en la labor que realizáis por el bien de la Iglesia y de la familia humana.

Como bien sabéis, la doctrina social de la Iglesia quiere ser un medio para anunciar el Evangelio de Jesucristo en las diferentes situaciones culturales, económicas y políticas que afrontan los hombres y mujeres de nuestro tiempo. En este preciso ámbito la Academia pontificia de ciencias sociales da una contribución muy importante: como expertos en las diversas disciplinas sociales y seguidores del Señor Jesús, tomáis parte en el diálogo entre la fe cristiana y la metodología científica que busca respuestas auténticas y eficaces a los problemas y dificultades que afectan a la familia humana. Como decía mi predecesor el Papa Pablo VI: "Toda acción social implica una doctrina" (Populorum progressio, 39), y la Academia contribuye a asegurar que las doctrinas sociales no ignoren la naturaleza espiritual de los seres humanos, su profunda aspiración a la felicidad y su destino sobrenatural, que trasciende los aspectos meramente biológicos y materiales de la vida. La Iglesia tiene como misión, como derecho y como deber, enunciar los principios éticos básicos que regulan los cimientos y el correcto funcionamiento de la sociedad, en la que los hombres y mujeres peregrinan hacia su destino trascendente.

2. El tema elegido para la VI sesión plenaria de la Academia, "Democracia, realidad y responsabilidad", es de suma importancia para el nuevo milenio. Si bien es verdad que la Iglesia no ofrece un modelo concreto de gobierno o de sistema económico (cf. Centesimus annus CA 43), "aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica" (ib., 46).

En el umbral del tercer milenio, la democracia afronta un problema muy serio. Existe una tendencia a considerar el relativismo intelectual como el corolario necesario de formas democráticas de vida política. Desde esta perspectiva, la verdad es establecida por la mayoría y varía según tendencias culturales y políticas pasajeras. Así, quienes están convencidos de que algunas verdades son absolutas e inmutables son considerados irrazonables y poco dignos de confianza. Por otra parte, los cristianos creemos firmemente que "si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia" (ib., 46).

Así pues, es importante ayudar a los cristianos a demostrar que la defensa de las normas morales universales e inmutables constituye un servicio que no sólo prestan a las personas, sino también a la sociedad en su conjunto: dichas normas "constituyen el fundamento inquebrantable y la sólida garantía de una justa y pacífica convivencia humana y, por tanto, de una verdadera democracia" (Veritatis splendor VS 96). En efecto, la democracia misma es un medio y no un fin, y "el valor de la democracia se mantiene o cae con los valores que encarna y promueve" (Evangelium vitae ). Estos valores no pueden basarse en una opinión cambiante, sino únicamente en el reconocimiento de una ley moral objetiva, que es siempre el punto de referencia necesario.

36 3. Al mismo tiempo, la Iglesia evita adherirse al extremismo o al integrismo que, en nombre de una ideología que pretende ser científica o religiosa, se arroga el derecho de imponer a los demás su concepción de lo que es justo y bueno. La verdad cristiana no es una ideología. Por el contrario, reconoce que las cambiantes realidades sociales y políticas no pueden encerrarse en estructuras rígidas. La Iglesia reafirma constantemente la dignidad trascendente de la persona humana, y defiende siempre los derechos humanos y la libertad. La libertad que la Iglesia promueve sólo se desarrolla y expresa plenamente en la apertura y la aceptación de la verdad: "En un mundo sin verdad la libertad pierde su consistencia y el hombre queda expuesto a la violencia de las pasiones y a condicionamientos patentes o encubiertos" (Centesimus annus CA 46).

4. No cabe duda de que en el nuevo milenio continuará el fenómeno de la globalización, el proceso por el que el mundo se convierte cada vez más en un todo homogéneo. En este marco es importante recordar que la "salud" de una comunidad política se mide en gran parte según la participación libre y responsable de todos los ciudadanos en los asuntos públicos. De hecho, esta participación es "condición necesaria y garantía segura para el desarrollo de todo el hombre y de todos los hombres" (Sollicitudo rei socialis SRS 44). En otras palabras, las unidades sociales más pequeñas -naciones, comunidades, grupos religiosos o étnicos, familias o personas- no deben ser absorbidos anónimamente por una comunidad mayor, de modo que pierdan su identidad y se usurpen sus prerrogativas. Por el contrario, hay que defender y apoyar la autonomía propia de cada clase y organización social, cada una en su esfera propia. Esto no es más que el principio de subsidiariedad, que exige que una comunidad de orden superior no interfiera en la vida interna de otra comunidad de orden inferior, privándola de sus funciones legítimas; al contrario, el orden superior debería apoyar al orden inferior y ayudarlo a coordinar sus actividades con las del resto de la sociedad, siempre al servicio del bien común (cf. Centesimus annus CA 48). Es necesario que la opinión pública adquiera conciencia de la importancia del principio de subsidiariedad para la supervivencia de una sociedad verdaderamente democrática.

Los desafíos globales que debe afrontar la familia humana en el nuevo milenio sirven también para iluminar otra dimensión de la doctrina social de la Iglesia: su lugar en la cooperación ecuménica e interreligiosa. En el siglo que acaba de terminar hemos asistido a un enorme progreso en la defensa de la dignidad humana y en la promoción de la paz, gracias a múltiples iniciativas. Es preciso proseguir dichos esfuerzos en la era que estamos comenzando: sin la acción concertada y conjunta de todos los creyentes, y también de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, poco puede hacerse para que la democracia genuina, basada en los valores, se convierta en una realidad para los hombres y mujeres del siglo XXI.

5. Distinguidos y estimados académicos, os expreso una vez más mi aprecio por el valioso servicio que prestáis iluminando cristianamente las áreas de la sociedad moderna donde la confusión sobre los aspectos esenciales a menudo oscurece y ahoga los nobles ideales arraigados en el corazón humano. Orando por el éxito de vuestro encuentro, os imparto cordialmente mi bendición apostólica, que complacido extiendo a vuestras familias y a vuestros seres queridos.

Vaticano, 23 de febrero de 2000.






DURANTE LA CEREMONIA DE BIENVENIDA


EN EL AEROPUERTO INTERNACIONAL DE EL CAIRO


jueves 24 de febrero de 2000



Señor presidente;
Su Beatitud patriarca Stéphanos;
gran jeque Mohamed Sayed Tantawi;
querido pueblo de Egipto:

¡La paz sea con vosotros!

37 1. He esperado durante muchos años celebrar el bimilenario del nacimiento de Jesucristo visitando y orando en los lugares vinculados de modo especial a las intervenciones de Dios en la historia. Mi peregrinación jubilar me trae hoy a Egipto. Gracias, señor presidente, por haberme dado la posibilidad de venir aquí y acudir al lugar donde Dios reveló su nombre a Moisés y le entregó su Ley como signo de su gran misericordia y su amor para con todas sus criaturas.
Aprecio mucho sus amables palabras de bienvenida.

Esta tierra cuenta con una civilización de cinco mil años de antigüedad; es famosa en todo el mundo por sus monumentos y su conocimiento de las matemáticas y la astronomía. En esta tierra diferentes culturas se han encontrado y mezclado, haciendo famoso a Egipto por su sabiduría y su ciencia.

2. En tiempos cristianos, la ciudad de Alejandría, donde el evangelista san Marcos, discípulo de san Pedro y san Pablo, fundó la Iglesia, fue la cuna de renombrados escritores eclesiásticos, como Clemente y Orígenes, y de grandes Padres de la Iglesia, como Atanasio y Cirilo. La fama de santa Catalina de Alejandría sigue presente en la devoción cristiana y en el nombre de muchas iglesias en todo el mundo. Egipto, con san Antonio y san Pacomio, fue el lugar de nacimiento del monaquismo, que ha desempeñado un papel esencial en la salvaguardia de las tradiciones espirituales y culturales de la Iglesia.

La llegada del islam ha dado magníficas obras de arte y de cultura, que han ejercido una influencia decisiva en el mundo árabe y en África. El pueblo de Egipto ha buscado durante siglos el ideal de la unidad nacional. Las diferencias de religión jamás han constituido un obstáculo; al contrario, han sido una forma de enriquecimiento mutuo del servicio a la única comunidad nacional. Citaré las palabras del Papa Shenuda III: "Egipto no es la tierra natal donde vivimos, sino la tierra natal que vive en nosotros".

3. La unidad y la armonía de la nación son un valor fundamental que todos los ciudadanos deberían cuidar, y que los jefes políticos y religiosos deben promover continuamente con justicia y respeto a los derechos de todos. Señor presidente, su compromiso en favor de la paz en el país y en todo Oriente Medio es bien conocido. Usted ha contribuido a hacer progresar el proceso de paz en la región. Todos los hombres y mujeres sensatos aprecian los esfuerzos realizados hasta ahora, y esperan que prevalezcan la buena voluntad y la justicia, para que todos los pueblos de esta área única en el mundo vean respetados sus derechos y colmadas sus legítimas aspiraciones.

Mi visita al monasterio de Santa Catalina, al pie del monte Sinaí, será un momento de intensa oración por la paz y la armonía interreligiosa. Hacer el mal y promover la violencia y el enfrentamiento en nombre de la religión es una contradicción terrible y una gran ofensa a Dios. Sin embargo, la historia pasada y presente nos brinda muchos ejemplos de ese abuso de la religión. Todos debemos esforzarnos por fortalecer un compromiso cada vez mayor en favor del diálogo interreligioso, un gran signo de esperanza para los pueblos del mundo.

¡La paz esté con vosotros!

Así os saludo a todos vosotros. Esta es la oración que elevo por Egipto y por todo su pueblo.
Que el Altísimo bendiga vuestra tierra con armonía, paz y prosperidad.






DURANTE EL ENCUENTRO ECUMÉNICO


EN LA NUEVA CATEDRAL DE EL CAIRO



25 de febrero

38 "La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros" (2Co 13,13).



Su Santidad Papa Shenuda;
Su Beatitud patriarca Stéphanos;
obispos y dignatarios de las Iglesias y comunidades eclesiales de Egipto:

1. Con la bendición de san Pablo, que nos lleva directamente al centro del misterio de la comunión trinitaria, os saludo a todos vosotros con profundo afecto y con los vínculos de amor que nos unen en el Señor.

Es para mí una gran alegría ser peregrino en el país que brindó hospitalidad y protección a nuestro Señor Jesucristo y a la Sagrada Familia. Como escribe el evangelio según san Mateo: "José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y huyó a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: "de Egipto llamé a mi hijo"" (Mt 2,14-15).

Egipto ha sido morada de la Iglesia ya desde los orígenes. La Iglesia de Alejandría, fundada en la predicación apostólica y en la autoridad de san Marcos, pronto llegó a ser una de las comunidades principales en el antiguo mundo cristiano. Venerables obispos como san Atanasio y san Cirilo dieron testimonio de la fe en el Dios uno y trino y en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, como lo definieron los primeros concilios ecuménicos.

En el desierto de Egipto comenzó la vida monástica, tanto en su forma solitaria como en la comunitaria, bajo la paternidad espiritual de san Antonio y san Pacomio. Gracias a ellos y al gran influjo de sus escritos espirituales, la vida monástica llegó a ser parte de nuestra herencia común. Durante las últimas décadas ese mismo carisma monástico ha florecido de nuevo e irradia un mensaje espiritual vital más allá de los confines de Egipto.

2. Hoy damos gracias a Dios porque somos cada vez más conscientes de nuestra herencia común, en la fe y en la riqueza de la vida sacramental. También tenemos en común la veneración filial a la Virgen María, Madre de Dios, por la que son famosas la Iglesia copta y todas las Iglesias orientales. "Cuando se habla de un patrimonio común se debe incluir en él no sólo las instituciones, los ritos, los medios de salvación, las tradiciones que todas las comunidades han conservado y por las cuales han sido modeladas, sino en primer lugar y ante todo esta realidad de la santidad" (Ut unum sint UUS 84).

Por mantener fielmente y predicar esta herencia la Iglesia en Egipto ha realizado y sigue realizando grandes sacrificios. ¡Cuántos mártires aparecen en el venerable Martirologio de la Iglesia copta, que se remonta a las terribles persecuciones de los años 283-284! Glorificaron a Dios en Egipto con su decidido testimonio hasta la muerte.

3. Desde el inicio, esta tradición y esta herencia apostólicas comunes han sido transmitidas y explicadas de diferentes formas, teniendo en cuenta el carácter cultural específico de los pueblos. Sin embargo, ya en el siglo V, factores teológicos y no teológicos, combinados con la falta de amor fraterno y la incomprensión, llevaron a dolorosas divisiones en la única Iglesia de Cristo. Surgieron entre los cristianos la desconfianza y la hostilidad, en contradicción con el ferviente deseo de nuestro Señor Jesucristo, que oró para que "todos sean uno" (Jn 17,21).

39 Ahora, en el curso del siglo XX, el Espíritu Santo ha acercado a las Iglesias y a las comunidades cristianas en un movimiento de reconciliación. Recuerdo con gratitud el encuentro entre el Papa Pablo VI y Su Santidad el Papa Shenuda III en 1973, y la Declaración cristológica común que firmaron en aquella ocasión. Doy gracias a todos los que contribuyeron a ese importante logro, en especial a la Fundación pro Oriente, de Viena, y a la Comisión mixta internacional entre la Iglesia católica romana y la Iglesia copta ortodoxa. Quiera Dios que esta Comisión mixta internacional y la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa pronto vuelvan a trabajar normalmente, en especial para tratar algunas cuestiones eclesiológicas fundamentales, que requieren clarificación.

4. Repito lo que escribí en mi encíclica Ut unum sint: Lo que afecta a la unidad de todas las comunidades cristianas forma parte obviamente del ámbito de preocupaciones del primado del Obispo de Roma (cf. n. 95).

Por este motivo deseo renovar la invitación a todos "los responsables eclesiales y a sus teólogos a establecer conmigo y sobre esta cuestión un diálogo fraterno, paciente, en el que podríamos escucharnos más allá de estériles polémicas, teniendo presente sólo la voluntad de Cristo para su Iglesia" (n. 96).

Con respecto al ministerio del Obispo de Roma, pido al Espíritu Santo que nos conceda su luz, iluminando a todos los pastores y teólogos de nuestras Iglesias, para que busquemos juntos las formas en que este ministerio preste un servicio de amor reconocido por todos (cf. Homilía, 6 de diciembre de 1987, n. 3; Ut unum sint
UUS 95). Queridos hermanos, a este respecto no hay tiempo que perder.

5. Nuestra comunión en el único Señor Jesucristo, en el único Espíritu Santo y en el único bautismo, ya representa una realidad profunda y fundamental. Esta comunión nos permite dar un testimonio común de nuestra fe de múltiples modos, y, en realidad, requiere que cooperemos para llevar la luz de Cristo al mundo, necesitado de salvación. Este testimonio común es muy importante al comienzo de un nuevo siglo y de un nuevo milenio, que plantean enormes desafíos a la familia humana. También por esta razón no hay tiempo que perder.

Como condición básica para este testimonio común, debemos evitar todo lo que pueda llevar, una vez más, a la desconfianza y a la discordia. Hemos acordado evitar cualquier forma de proselitismo, o métodos y actitudes opuestos a las exigencias del amor cristiano y a lo que debería caracterizar las relaciones entre las Iglesias (cf. Declaración común del Papa Pablo VI y del Papa Shenuda III 1973,0). Recordemos que la verdadera caridad, enraizada en la fidelidad total al único Señor Jesucristo y en el respeto mutuo a las tradiciones eclesiales y a las prácticas sacramentales de cada uno, es un elemento esencial de esta búsqueda de la comunión perfecta (cf. ib.).

¡No nos conocemos suficientemente! Por eso, encontremos el modo de reunirnos. Busquemos formas adecuadas de comunión espiritual, como orar y ayunar en común, o intercambios y hospitalidad recíprocos entre monasterios. Encontremos formas de cooperación práctica, especialmente para responder a la sed espiritual de tantas personas de nuestro tiempo; para aliviar su dolor; para educar a la juventud; para garantizar condiciones humanas de vida; para promover el respeto recíproco, la justicia y la paz; y para favorecer la libertad religiosa como derecho humano fundamental.

6. Al comienzo de la Semana de oración por la unidad de los cristianos, el 18 de enero, abrí la Puerta santa de la basílica de San Pablo extramuros, en Roma, y crucé el umbral con los representantes de muchas Iglesias y comunidades eclesiales. Juntamente conmigo, su excelencia Amba Bishoi, de la Iglesia copta, y los representantes de la Iglesia ortodoxa y de la Iglesia luterana, elevaron el Evangeliario hacia los cuatro puntos cardinales.

Se trató de una expresión profundamente simbólica de nuestra misión común en el nuevo milenio: juntos tenemos que dar testimonio del evangelio de Jesucristo, el mensaje salvífico de vida, amor y esperanza para el mundo.

Durante esa misma liturgia, tres representantes de diferentes Iglesias y comunidades eclesiales proclamaron el Símbolo de los Apóstoles: la primera parte fue proclamada por el representante del patriarcado greco-ortodoxo de Alejandría. Después, nos dimos unos a otros el signo de la paz, y ese momento feliz fue para mí una prefiguración y una anticipación de la comunión plena que nos esforzamos por alcanzar entre todos los seguidores de Cristo. ¡Que el Espíritu de Dios nos conceda pronto la unidad completa y visible que anhelamos!

7. Confío esta esperanza a la intercesión poderosa de la Theotókos, el Arquetipo de la Iglesia. Ella es la criatura toda pura, toda hermosa y toda santa, capaz de "ser Iglesia" como ninguna otra criatura. Sostenidos por su presencia materna, tendremos la valentía de admitir nuestras faltas y nuestras dudas, y de buscar la reconciliación que nos permita "caminar en el amor, como Cristo nos amó" (cf. Ef Ep 5,2). Venerados hermanos, que el tercer milenio cristiano sea el milenio de nuestra unidad plena en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

40 Por último, deseo dar las gracias al Papa Shenuda por las cordiales palabras que me ha dirigido. Comparto las esperanzas que ha expresado y deseo corresponder a ellas diciendo: "También nosotros os amamos"






Discursos 2000 31