Discursos 2000 69


DURANTE LA VISITA AL CAMPO


DE REFUGIADOS DE DHEISHEH


Miércoles 22 de marzo de 2000


Señor presidente;
querido pueblo palestino:

1. Es importante que en mi peregrinación al lugar donde nació Jesucristo, en el bimilenario de aquel acontecimiento extraordinario, se haya incluido esta visita a Dheisheh. Es muy significativo que aquí, cerca de Belén, me encuentre con vosotros, refugiados y desplazados, así como con representantes de las organizaciones y agencias que realizan una auténtica misión de misericordia.Durante todo mi pontificado me he sentido cercano al pueblo palestino en sus sufrimientos.

Os saludo a cada uno de vosotros; y espero y pido a Dios que mi visita os proporcione un poco de consuelo en vuestra difícil situación. Dios quiera que contribuya a atraer la atención sobre vuestro sufrimiento continuo. Habéis sido privados de muchas cosas que representan necesidades fundamentales de la persona humana: vivienda adecuada, asistencia sanitaria, educación y trabajo. Sobre todo tenéis el triste recuerdo de lo que habéis debido abandonar: no sólo bienes materiales, sino también la libertad, la cercanía de vuestros parientes, vuestro ambiente familiar y las tradiciones culturales que han alimentado vuestra vida personal y familiar. Es verdad que se está haciendo mucho aquí en Dheisheh y en otros campos para afrontar vuestras necesidades, especialmente a través del organismo de las Naciones Unidas "Relief and Works Agency". Me complace en particular la presencia eficaz de la Misión pontificia para Palestina y de otras muchas organizaciones católicas. Sin embargo, queda aún mucho por hacer.

2. Las condiciones lamentables en que a menudo los refugiados se ven obligados a vivir; el prolongarse largo tiempo situaciones que son difícilmente tolerables incluso en emergencias o por un breve período de tiempo; el hecho de que las personas desplazadas se vean forzadas a permanecer durante años en los asentamientos: todo esto pone de relieve la necesidad urgente de encontrar una solución justa a las causas que están en la raíz del problema. Sólo un compromiso decidido por parte de los líderes de Oriente Medio y de toda la comunidad internacional, inspirado en una visión elevada de la política como servicio al bien común, podrá eliminar las causas de vuestra situación actual. Hago un llamamiento a una mayor solidaridad internacional y a la voluntad política de afrontar este desafío. Pido a todos los que están trabajando sinceramente por la justicia y la paz que no se desalienten. Invito a los líderes políticos a cumplir los acuerdos ya alcanzados y a proseguir el camino hacia la paz, que anhelan todos los hombres y mujeres razonables, y hacia la justicia, que es uno de sus derechos inalienables.

3. Queridos jóvenes, seguid esforzándoos, a través de la educación, por ocupar el lugar que os corresponde en la sociedad, a pesar de las dificultades y los obstáculos que debéis afrontar a causa de vuestra situación de refugiados. La Iglesia católica se alegra mucho de servir a la noble causa de la educación a través de la labor, sumamente valiosa, de la Universidad de Belén, fundada después de la visita de mi predecesor el Papa Pablo VI en el año 1964.

Queridos hermanos y hermanas; queridos refugiados, no penséis que por vuestra situación actual sois menos importantes a los ojos de Dios. No olvidéis nunca vuestra dignidad de hijos suyos. Aquí, en Belén, el Hijo de Dios fue recostado en el pesebre de un establo. Los pastores de los campos cercanos fueron los primeros en recibir el mensaje de paz y de esperanza para el mundo. El plan de Dios se cumplió en medio de la humildad y la pobreza; probablemente los pastores de Belén fueron vuestros antepasados.

70 Queridos colaboradores y voluntarios, creed en la misión que realizáis. La solidaridad auténtica y concreta con los necesitados no es un favor que se concede: es una exigencia de nuestra humanidad común y un reconocimiento de la dignidad de todo ser humano.

Oremos con confianza al Señor, pidiéndole que inspire a los que ocupan un puesto de responsabilidad, para que promuevan la justicia, la seguridad y la paz, sin dilación y de modo muy concreto.

La Iglesia, a través de sus organizaciones sociales y caritativas, seguirá a vuestro lado, para sostener vuestra causa ante el mundo.

¡Dios os bendiga a todos!








A YASER ARAFAT AL DESPEDIRSE


DE LOS TERRITORIOS PALESTINOS


Miércoles 22 de marzo de 2000



Excelencia:

Me alegra tener esta oportunidad de darle nuevamente las gracias y devolverle las visitas que me ha hecho en el Vaticano. Le agradezco su cordial acogida. Este es un momento importante en la búsqueda de la paz en esta región. Mucho se ha logrado, pero queda aún mucho por hacer a fin de que todos los pueblos de la región puedan vivir en una armonía basada en el respeto de los derechos y la dignidad de cada uno.

Hoy, nuestro encuentro demuestra el compromiso de la Iglesia católica de trabajar sin cesar por la paz en Oriente Medio, juntamente con todos los pueblos. La Iglesia comprende las aspiraciones de los diversos pueblos e insiste en que el diálogo constituye el único camino para lograr que esas aspiraciones sean una realidad y no un sueño.

Le agradezco el galardón que me ha concedido aquí hoy.

Sé que también usted está convencido de que sólo el diálogo paciente y valiente abrirá el camino al futuro que su pueblo justamente desea. Encomendando este gran desafío a Dios todopoderoso, invoco sobre usted, sobre su familia y sobre el pueblo palestino las abundantes bendiciones del cielo










A LOS RABINOS JEFES DE ISRAEL


Jueves 23 de marzo de 2000

71 : Reverendísimos rabinos jefes:

Con gran respeto os visito aquí hoy y os doy las gracias por haberme recibido en Hechal Shlomo. Este encuentro tiene un significado realmente único que -eso espero y pido a Dios- llevará a incrementar los contactos entre cristianos y judíos, encaminados a lograr un entendimiento cada vez más profundo de la relación histórica y teológica entre nuestras respectivas herencias religiosas.

Personalmente, siempre he deseado ser contado entre los que trabajan, en ambas partes, por superar los antiguos prejuicios y garantizar un reconocimiento cada vez más amplio y pleno del patrimonio espiritual que compartimos los judíos y los cristianos. Repito lo que dije con ocasión de mi visita a la comunidad judía de Roma: que los cristianos reconocemos que la herencia religiosa judía es inherente a nuestra fe: "Sois nuestros hermanos mayores" (cf. Encuentro con la comunidad judía de la ciudad de Roma, 13 de abril de 1986, n. 4). Esperamos que el pueblo judío reconozca que la Iglesia condena totalmente el antisemitismo y cualquier forma de racismo, porque está en contradicción absoluta con los principios del cristianismo. Debemos cooperar para construir un futuro en el que ya no haya antijudaísmo entre los cristianos ni sentimientos anticristianos entre los judíos.

Es mucho lo que tenemos en común. Y es mucho lo que podemos hacer juntos por la paz, por la justicia y por un mundo más fraterno y humano. Que el Señor del cielo y de la tierra nos lleve a una era nueva y fecunda de respeto recíproco y de cooperación, para bien de todos. Muchas gracias







SALUDO DEL PAPA JUAN PABLO II


AL PRESIDENTE DE ISRAEL EZER WEIZMAN


Jueves 23 de marzo de 2000


Señor presidente;
ministros del Gobierno;
miembros de la Kneset; excelencias:

Le agradezco vivamente, señor presidente, la acogida que me ha dispensado en Israel. Ambos traemos a este encuentro largas historias. Usted representa la memoria judía, que va más allá de la historia reciente de esta tierra, hasta el viaje único de su pueblo a través de los siglos y los milenios. Vengo como una persona cuya memoria cristiana se remonta, a través de dos mil años, al nacimiento de Jesús en esta misma tierra.

La historia, como decían los antiguos, es Magistra vitae, maestra de vida. Por eso, debemos esforzarnos por curar las heridas del pasado, de forma que no se vuelvan a abrir. Debemos promover una nueva era de reconciliación y de paz entre los judíos y los cristianos. Mi visita constituye una prenda de que la Iglesia católica hará todo lo posible para garantizar que esto no sea sólo un sueño, sino también una realidad.

Sabemos que la paz verdadera en Oriente Medio sólo llegará como fruto del entendimiento recíproco y del respeto entre todos los pueblos de la región: judíos, cristianos y musulmanes. Desde esta perspectiva, mi peregrinación es un viaje de esperanza: la esperanza de que el siglo XXI lleve a una nueva solidaridad entre los pueblos del mundo, con la convicción de que el desarrollo, la justicia y la paz no se obtendrán si no se logran para todos.

72 Construir un futuro más luminoso para la familia humana es algo que nos afecta a todos. Por esto, me alegra saludaros a vosotros, ministros del Gobierno, miembros de la Kneset y representantes diplomáticos de muchos países, que debéis tomar y llevar a la práctica decisiones que influirán en la vida de los pueblos. Albergo la ferviente esperanza de que un auténtico anhelo de paz impulse todas vuestras decisiones. Orando por esta intención, invoco abundantes bendiciones divinas sobre usted, señor presidente, sobre su país y sobre todos vosotros, que me habéis honrado con vuestra presencia. Muchas gracias.








DURANTE LA VISITA AL MAUSOLEO


DE YAD VASHEM DE JERUSALÉN


Jueves 23 de marzo





Las palabras del antiguo Salmo brotan de nuestro corazón:

«Me han desechado como a un cacharro inútil. Oigo el cuchicheo de la gente, y todo me da miedo; se conjuran contra mí y traman quitarme la vida. Pero yo confío en ti, Señor, te digo: "¡Tú eres mi Dios!"» (Ps 31,13-15).

1. En este lugar de recuerdos, la mente, el corazón y el alma sienten una gran necesidad de silencio. Silencio para recordar. Silencio para tratar de dar sentido a los recuerdos que vuelven a la memoria como un torrente. Silencio porque no hay palabras suficientemente fuertes para deplorar la terrible tragedia de la Shoah.Yo mismo tengo muchos recuerdos personales de todo lo que sucedió cuando los nazis ocuparon Polonia durante la guerra. Recuerdo a mis amigos y vecinos judíos, algunos de los cuales murieron, mientras que otros sobrevivieron.

He venido al Yad Vashem para rendir homenaje a los millones de judíos que, despojados de todo, especialmente de su dignidad humana, fueron asesinados en el Holocausto. Ha pasado más de medio siglo, pero los recuerdos perduran.

Aquí, como en Auschwitz y en muchos otros lugares de Europa, nos sobrecoge el eco de los lamentos desgarradores de tantas personas. Hombres, mujeres y niños nos gritan desde el abismo del horror que experimentaron. ¿Cómo podemos dejar de oír sus gritos? Nadie puede olvidar o ignorar lo que sucedió. Nadie puede disminuir su alcance.

2. Deseamos recordar. Pero deseamos recordar con una finalidad, a saber, para asegurar que no prevalezca nunca más el mal, como sucedió con millones de víctimas inocentes del nazismo.
¿Cómo pudo sentir el hombre un desprecio tan hondo por el hombre? Porque había llegado hasta el punto de despreciar a Dios. Sólo una ideología sin Dios podía planear y llevar a cabo el exterminio de un pueblo entero.

El honor que el Estado de Israel ha tributado a los "gentiles justos" en el Yad Vashem por haberse comportado heroicamente para salvar a judíos, a veces hasta el punto de dar su vida, es un reconocimiento de que ni siquiera en la hora más oscura se extinguieron todas las luces. Por eso los Salmos, y toda la Biblia, aunque son conscientes de la capacidad humana de hacer el mal, también proclaman que el mal no tendrá la última palabra. Desde el abismo del dolor y el sufrimiento, el corazón del creyente grita: "Yo confío en ti, Señor, te digo: "¡Tú eres mi Dios!"" (Ps 31,14).

3. Judíos y cristianos comparten un inmenso patrimonio espiritual, que deriva de la autorrevelación de Dios. Nuestras enseñanzas religiosas y nuestra experiencia espiritual exigen que venzamos el mal con el bien.Recordamos, pero no con deseo de venganza o como un incentivo al odio. Para nosotros, recordar significa orar por la paz y la justicia, y comprometernos por su causa. Sólo un mundo en paz, con justicia para todos, puede evitar que se repitan los errores y los terribles crímenes del pasado.

73 Como Obispo de Roma y Sucesor del apóstol Pedro, aseguro al pueblo judío que la Iglesia católica, motivada por la ley evangélica de la verdad y el amor, y no por consideraciones políticas, se siente profundamente afligida por el odio, los actos de persecución y las manifestaciones de antisemitismo dirigidos contra los judíos por cristianos en todos los tiempos y lugares. La Iglesia rechaza cualquier forma de racismo como una negación de la imagen del Creador inherente a todo ser humano (cf. Gn Gn 1,26).

4. En este lugar de solemne recuerdo, oro fervientemente para que nuestro dolor por la tragedia que ha sufrido el pueblo judío en el siglo XX impulse a nuevas relaciones entre cristianos y judíos. Construyamos un futuro nuevo en el que ya no existan sentimientos antijudíos entre los cristianos o sentimientos anticristianos entre los judíos, sino más bien el respeto mutuo exigido a quienes adoran al único Creador y Señor, y consideran a Abraham su padre común en la fe (cf. Nosotros recordamos: una reflexión sobre la "Shoah", V).

El mundo debe tener en cuenta la advertencia que nos llega de las víctimas del Holocausto y del testimonio de los supervivientes. Aquí, en el Yad Vashem, la memoria sigue viva y arde en nuestras almas. Nos hace clamar: "Oigo el cuchicheo de la gente, y todo me da miedo (...). Pero yo confío en ti, Señor, te digo: "¡Tú eres mi Dios!"" (Ps 31,13-15).








DURANTE EL ENCUENTRO INTERRELIGIOSO


EN EL INSTITUTO PONTIFICIO "NOTRE DAME"


Jueves 23 de marzo de 2000



Distinguidos representantes judíos, cristianos y musulmanes:

1. En este año que celebramos el bimilenario del nacimiento de Jesucristo, me alegra mucho poder cumplir mi deseo, que albergaba desde hace mucho tiempo, de hacer un viaje por los lugares de la historia de la salvación. Me siento profundamente emocionado al seguir los pasos de los innumerables peregrinos que, antes que yo, han orado en los santos lugares vinculados a las intervenciones de Dios. Soy muy consciente de que esta tierra es santa para judíos, cristianos y musulmanes. Por eso, mi visita sería incompleta sin este encuentro con vosotros, distinguidos líderes religiosos. Gracias por el apoyo que vuestra presencia aquí, esta tarde, da a la esperanza y a la convicción de tantas personas de entrar realmente en una nueva era de diálogo interreligioso. Somos conscientes de que estrechar las relaciones entre todos los creyentes es una condición necesaria y urgente para asegurar un mundo más justo y pacífico.

Para todos nosotros Jerusalén, como indica su nombre, es la "ciudad de la paz". Quizá ningún otro lugar en el mundo transmite el sentido de trascendencia y elección divina que percibimos en sus piedras, en sus monumentos y en el testimonio de las tres religiones que conviven dentro de sus murallas. No todo ha sido o será fácil en esta coexistencia. Pero debemos encontrar en nuestras respectivas tradiciones religiosas la sabiduría y la motivación superior para garantizar el triunfo de la comprensión mutua y del respeto cordial.

2. Todos estamos de acuerdo en que la religión debe centrarse auténticamente en Dios, y que nuestro primer deber religioso es la adoración, la alabanza y la acción de gracias. La sura inicial del Corán lo afirma claramente: "Alabad a Dios, el Señor del universo" (Corán 1, 1). En los cantos inspirados de la Biblia escuchamos esta llamada universal: "¡Todo ser que alienta alabe al Señor! ¡Aleluya!" (Ps 150,6). Y en el Evangelio leemos que cuando nació Jesús los ángeles cantaron: "Gloria a Dios en las alturas" (Lc 2,14). Ahora que muchos sienten la tentación de vivir su vida sin ninguna referencia a Dios, la llamada a reconocer al Creador del universo y Señor de la historia es esencial para asegurar el bienestar de las personas y el correcto desarrollo de la sociedad.

3. Si nuestra devoción a Dios es auténtica, exige necesariamente que prestemos atención a los demás seres humanos. Como miembros de la única familia humana e hijos amados de Dios, tenemos deberes recíprocos que, como creyentes, no podemos ignorar. Uno de los primeros discípulos de Jesús escribió: "Si alguno dice: "Amo a Dios", y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve" (1Jn 4,20). El amor a nuestros hermanos y hermanas entraña una actitud de respeto y compasión, gestos de solidaridad y cooperación al servicio del bien común. Así pues, la preocupación por la justicia y la paz no es algo que quede fuera del campo de la religión; al contrario, es realmente uno de sus elementos esenciales.

Desde el punto de vista cristiano, no corresponde a los líderes religiosos proponer fórmulas técnicas para la solución de los problemas sociales, económicos y políticos. Su tarea consiste sobre todo en enseñar las verdades de la fe y la recta conducta, y en ayudar a las personas, incluidas las que tienen responsabilidades en la vida pública, a ser conscientes de sus deberes y a cumplirlos. Como líderes religiosos, ayudamos a las personas a vivir una vida íntegra, y a armonizar la dimensión vertical de su relación con Dios con la dimensión horizontal del servicio al prójimo.

4. Cada una de nuestras religiones conoce, de una forma u otra, esta regla de oro: "Compórtate con los demás como quisieras que los demás se comporten contigo". Por más valiosa que sea esta regla de conducta, el verdadero amor al prójimo va más allá. Se basa en la convicción de que cuando amamos a nuestro prójimo mostramos amor a Dios, y cuando lo ofendemos, ofendemos a Dios. Esto significa que la religión no admite la exclusión y la discriminación, el odio y la rivalidad, la violencia y el conflicto. La religión no es, y no debe llegar a ser, un pretexto para la violencia, especialmente cuando la identidad religiosa coincide con la identidad cultural y étnica. ¡La religión y la paz van juntas! La creencia y la práctica religiosa no pueden separarse de la defensa de la imagen de Dios en todo ser humano.

74 Aprovechando las riquezas de nuestras respectivas tradiciones religiosas, debemos difundir la convicción de que los problemas actuales no se resolverán si no nos conocemos los unos a los otros y permanecemos aislados. Todos somos conscientes de las incomprensiones y los conflictos del pasado, y sabemos que aún influyen mucho en las relaciones entre judíos, cristianos y musulmanes. Debemos hacer todo lo posible para transformar la conciencia de las ofensas y de los pecados del pasado en una firme decisión de construir un futuro nuevo, en el que sólo exista la cooperación respetuosa y fecunda entre nosotros.

La Iglesia católica desea mantener un diálogo interreligioso sincero y fecundo con las personas de fe judía y con los seguidores del islam. Ese diálogo no es un intento de imponer a los demás nuestros puntos de vista. Lo que nos exige a todos es que, permaneciendo fieles a lo que creemos, nos escuchemos respetuosamente unos a otros, procuremos discernir todo lo que hay de bueno y santo en las enseñanzas de cada uno, y contribuyamos a apoyar todo lo que favorece el entendimiento mutuo y la paz.

5. Los niños y los jóvenes judíos, cristianos y musulmanes presentes aquí son un signo de esperanza y un incentivo para nosotros. Cada nueva generación es un don divino al mundo. Si les transmitimos todo lo que hay de noble y bueno en nuestras tradiciones, lo harán florecer en una fraternidad y una cooperación más intensas.

Si las diferentes comunidades religiosas en la ciudad santa y en Tierra Santa logran vivir y trabajar juntas con amistad y armonía, no sólo se beneficiarán enormemente a sí mismas, sino que también contribuirán a la causa de la paz en esta región. Jerusalén será verdaderamente una ciudad de paz para todos los pueblos. Entonces, todos repetiremos las palabras del profeta: "Venid, subamos al monte del Señor (...). Él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas" (
Is 2,3).

Volver a comprometernos en esta tarea, y realizarla en la ciudad santa de Jerusalén, significa pedir a Dios que mire con bondad nuestros esfuerzos y los lleve a buen fin. Que el Todopoderoso bendiga abundantemente nuestros esfuerzos comunes.







SALUDOS DEL PAPA JUAN PABLO II


A LOS JÓVENES AL FINAL DE LA MISA


EN EL MONTE DE LAS BIENAVENTURANZAS


Viernes 24 de marzo de 2000




(En italiano)
Al final de esta gozosa celebración eucarística, quiero daros las gracias a todos vosotros, queridos jóvenes, que habéis venido en gran número de lugares cercanos y lejanos, como discípulos de Jesús, para escuchar su palabra.

Al partir de este monte de las Bienaventuranzas, cada uno de vosotros debe ser mensajero del Evangelio de las bienaventuranzas.

Saludo, en particular, a los jóvenes neocatecumenales, que están aquí en gran número procedentes de todas partes del mundo.

A todos os digo: Cristo os acompañe por los caminos del mundo.
75 También os acompañe María, que, como recordaré mañana en Nazaret, con su "sí" cooperó al gran misterio de la Encarnación, cuyo bimilenario estamos celebrando durante este Año jubilar. ¡Dios os bendiga!

(En francés)
Saludo cordialmente a los jóvenes de lengua francesa presentes en este magnífico encuentro durante el cual, en este monte, hemos podido escuchar otra vez la buena nueva de las bienaventuranzas. Os espero en Roma para la Jornada mundial de la juventud.

(En alemán)
Dirijo un saludo cordial a los jóvenes y a los peregrinos de lengua alemana. El monte de las Bienaventuranzas nos recuerda la exigencia de nuestra vida cristiana: el programa del sermón de la Montaña. Que vuestro testimonio personal sea un ejemplo vivo de lo que Jesús predicó en este lugar.

(En español)
Saludo con gran alegría a todos los jóvenes presentes de lengua española. Aquí, en Galilea, Jesús mismo nos ha enseñado el camino de las bienaventuranzas. Que la fuerza y la belleza de esta enseñanza llene vuestras vidas. Jesús os llama a todos vosotros a ser "pescadores de hombres". Él os dice a cada uno de vosotros: "¡Ven y sígueme!". No tengáis miedo a responder a esta llamada, porque él es vuestra fuerza. En agosto os espero en Roma, para la Jornada mundial de la juventud.

(En inglés)
A los jóvenes procedentes de los lugares del mundo de lengua inglesa, y a todos vosotros, os digo: sed dignos seguidores de Cristo. Según el espíritu de las bienaventuranzas, sed la luz del mundo. Doy las gracias a cuantos han participado en la preparación de esta estupenda misa. ¡Dios os bendiga a todos!

(En polaco)
Queridos jóvenes provenientes de Polonia, vuestra presencia aquí me alegra mucho. Es un signo de esperanza para nuestra patria. Así, muchos de vosotros estáis sentados hoy a los pies de Jesús, que es la esperanza de la familia humana. De sus labios habéis escuchado lo que significa ser realmente bienaventurados; lo que significa cumplir los mandamientos y vivir según el espíritu de las bienaventuranzas. No tengáis miedo a decir "sí" a Jesús y a seguirlo como sus discípulos. Entonces vuestro corazón se llenará de alegría y os transformaréis en una bienaventuranza para Polonia y para el mundo. Eso es lo que os deseo de todo corazón.

(En hebreo)
76 A los jóvenes de lengua hebrea os digo: sed constructores de paz. ¡Dios esté con vosotros!

(En árabe)
A los jóvenes de lengua árabe os digo: sed constructores de paz. ¡Dios esté con vosotros!

En estos días pienso con esperanza en las iniciativas de la Organización para la unidad africana encaminadas a restablecer la paz entre Etiopía y Eritrea. Estos esfuerzos han llevado a una fase muy delicada. Se trata de encontrar el camino que conduce a las condiciones necesarias para el bienestar y el progreso de los pueblos de la región entera, ya muy afectados por el hambre.
Pidamos a Dios que en esta parte del mundo se encuentre una solución justa.








EN EL ENCUENTRO CON LOS CÓNSULES GENERALES



Sábado 25 de marzo de 2000

Estimados cónsules generales:

Me alegra tener esta oportunidad de encontrarme con vosotros y animaros en la misión que cumplís en esta ciudad única y en esta tierra. Venís de países diversos y representáis a pueblos y sistemas políticos diferentes, pero todos, sin excepción, trabajáis al servicio de la misma gran causa: la promoción de la paz y el entendimiento entre los pueblos y las naciones.

En este ámbito tan importante cualquier logro o conquista, por pequeños que puedan parecer, sin duda tendrán efectos positivos para la entera familia humana. Os animo a poner en vuestro trabajo toda la energía de un ideal profundamente sentido: el de construir un mundo basado firmemente en los sólidos cimientos de paz, justicia y respeto de los derechos y la dignidad del hombre. Dios, fuente de nuestra paz, bendiga abundantemente todo esfuerzo encaminado a asegurar una era de sincero entendimiento y colaboración entre las naciones de la tierra.

¡Dios os bendiga a vosotros y vuestras familias!








DURANTE EL ENCUENTRO ECUMÉNICO


EN EL PATRIARCADO GRECO-ORTODOXO DE JERUSALÉN



Sábado 25 de marzo de 2000



77 Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

1. Con profunda gratitud a la santísima Trinidad realizo esta visita al patriarcado greco-ortodoxo de Jerusalén, y os saludo a todos vosotros en la gracia y la paz de nuestro Señor Jesucristo.
Agradezco a Su Beatitud el patriarca Diodoros su hospitalidad fraterna y las amables palabras que nos ha dirigido. Saludo a Su Beatitud el patriarca Torkom, y a todos los arzobispos y obispos de las Iglesias y comunidades eclesiales presentes. Es fuente de gran alegría saber que los líderes de las comunidades cristianas de la ciudad santa de Jerusalén se reúnen con frecuencia para tratar cuestiones de interés común para los fieles. El espíritu fraterno que reina entre vosotros es un signo y un don para los cristianos de Tierra Santa mientras afrontan los desafíos que se les plantean.

¿Es necesario que os diga que me siento muy estimulado por este encuentro vespertino? Confirma que hemos emprendido el camino para conocernos mejor unos a otros, con el deseo de superar la desconfianza y la rivalidad heredadas del pasado. Aquí, en Jerusalén, en la ciudad donde nuestro Señor Jesucristo murió y resucitó de entre los muertos, sus palabras tienen una resonancia especial, sobre todo las que pronunció la víspera de su muerte: "Que sean uno, (...) para que el mundo crea que tú me has enviado" (
Jn 17,21). En respuesta a esta oración del Señor estamos juntos aquí todos nosotros, seguidores del único Señor, a pesar de nuestras dolorosas divisiones, y conscientes todos de que su voluntad nos obliga a nosotros, así como a las Iglesias y comunidades eclesiales que representamos, a recorrer el camino de la reconciliación y la paz.

Esta reunión me trae a la mente el histórico encuentro que celebraron aquí, en Jerusalén, mi predecesor el Papa Pablo VI y el patriarca ecuménico Atenágoras I, un acontecimiento que puso las bases de una nueva era de contactos entre nuestras Iglesias. Durante los años pasados hemos aprendido que la senda de la unidad es difícil. Sin embargo, esto no debe desalentarnos. Debemos ser pacientes y perseverantes, y seguir avanzando sin titubeos. El afectuoso abrazo del Papa Pablo y del patriarca Atenágoras destaca como un signo profético y una fuente de inspiración, que nos impulsa a nuevos esfuerzos para corresponder a la voluntad del Señor.

2. Nuestra aspiración a una comunión más plena entre los cristianos reviste un significado especial en la tierra del nacimiento del Salvador y en la ciudad santa de Jerusalén. Aquí, en presencia de las diferentes Iglesias y comunidades, deseo reafirmar que la nota eclesial de universalidad respeta plenamente la legítima diversidad. La variedad y la belleza de vuestros ritos litúrgicos, así como de vuestras tradiciones e instituciones espirituales, teológicas y canónicas, testimonian la riqueza de la herencia divinamente revelada e indivisa de la Iglesia universal, tal como se ha desarrollado a lo largo de los siglos tanto en Oriente como en Occidente. Existe una diversidad legítima, que de ningún modo se opone a la unidad del Cuerpo de Cristo, sino que más bien aumenta el esplendor de la Iglesia y contribuye en gran medida al cumplimiento de su misión (cf. Ut unum sint UUS 50). Ninguna de estas riquezas se debe perder en la unidad más plena a la que aspiramos.

3. Durante la reciente Semana de oración por la unidad de los cristianos, en este año del gran jubileo, muchos de vosotros os unisteis en oración con vistas a un entendimiento y una cooperación mayores entre todos los seguidores de Cristo. Lo hicisteis con la certeza de que todos los discípulos del Señor tienen la misión común de servir al Evangelio en Tierra Santa. Cuanto más unidos estemos en oración en torno a Cristo, tanto más intrépidos seremos para afrontar la dolorosa realidad humana de nuestras divisiones. La peregrinación de la Iglesia en este nuevo siglo y nuevo milenio es el camino trazado para ella por su intrínseca vocación a la unidad. Pidamos al Señor que inspire un nuevo espíritu de armonía y solidaridad entre las Iglesias, para afrontar las dificultades prácticas que se plantean a la comunidad cristiana en Jerusalén y en Tierra Santa.

4. La cooperación fraterna entre los cristianos en esta ciudad santa no es una mera opción; tiene su significado propio en la comunicación del amor que el Padre siente por el mundo al enviar a su Hijo único (cf. Jn Jn 3,16). Sólo con espíritu de respeto y apoyo recíprocos puede florecer la presencia cristiana aquí, en una comunidad viva con sus tradiciones y confiada al afrontar los desafíos sociales, culturales y políticos de una situación en evolución. Sólo si los cristianos se reconcilian entre sí podrán cumplir plenamente su misión haciendo que Jerusalén sea la ciudad de la paz para todos los pueblos. En Tierra Santa, donde los cristianos conviven con los seguidores del judaísmo y del islam, donde casi todos los días hay tensiones y conflictos, es esencial superar la escandalosa impresión que dan nuestras disensiones y controversias. En esta ciudad debería ser posible que los cristianos, los judíos y los musulmanes convivan de modo fraterno y libre, con dignidad, justicia y paz.

5. Queridos hermanos en Cristo, ha sido mi intención atribuir claramente una dimensión ecuménica a la celebración del jubileo del año 2000 por parte de la Iglesia católica. La apertura de la Puerta santa de la basílica de San Pablo extramuros, en la que estuvieron representadas numerosas Iglesias y comunidades eclesiales, simbolizó nuestro paso común por la "puerta" que es Cristo: "Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo" (Jn 10,9). Nuestro camino ecuménico es precisamente un camino en Cristo y a través de Cristo, el Salvador, hacia la realización fiel del plan del Padre. Con la gracia de Dios, el bimilenario de la Encarnación del Verbo será "un tiempo favorable", un año de gracia para el movimiento ecuménico. Según el espíritu de los jubileos del Antiguo Testamento, éste es un tiempo providencial para dirigirnos al Señor y pedirle perdón por las heridas que los miembros de nuestras Iglesias se han causado recíprocamente a lo largo de los siglos. Este es el tiempo de pedir al Espíritu de la verdad que ayude a nuestras Iglesias y comunidades a comprometerse en un diálogo teológico cada vez más fecundo, que nos permita crecer en el conocimiento de la verdad y llegar a la comunión plena en el Cuerpo de Cristo.
Nuestro diálogo, de intercambio de ideas, pasará a ser intercambio de dones: una participación más auténtica en el amor que el Espíritu derrama sin cesar en nuestros corazones.

Su Beatitud nos ha recordado la oración de Cristo en la víspera de su pasión y muerte. Esa oración es su última voluntad, su testamento, y es un desafío para todos nosotros. ¿Cuál será nuestra respuesta? Queridos hermanos en Cristo, con el corazón rebosante de esperanza y con inquebrantable confianza, hagamos que el tercer milenio cristiano sea el milenio de nuestra alegría recuperada en la unidad y en la paz del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.










Discursos 2000 69