Discursos 2000 172

172 Queridos Misioneros de Nuestra Señora de La Salette, no tengáis miedo de testimoniar que Cristo vino a compartir nuestra humanidad para que participáramos en su divinidad. Proclamad con audacia la palabra de Dios, que es una fuerza transformadora de los corazones, las sociedades y las culturas. Bajo la mirada de María, presencia materna en medio del pueblo de Dios, invitad sin cesar a la conversión, a la comunión y a la solidaridad. No dudéis en anunciar a vuestros hermanos que Dios camina con los hombres, los llama a una vida nueva y los anima para guiarlos a la verdadera libertad. La calidad de vuestra vida espiritual y de vuestra vida comunitaria será una expresión particularmente elocuente de la autenticidad y fecundidad de vuestro anuncio del mensaje evangélico.

Esto exige del misionero que acepte vivir en un estado permanente de conversión. El verdadero misionero es aquel que acepta comprometerse decididamente en los caminos de la santidad. "El misionero, si no es contemplativo, no puede anunciar a Cristo de modo creíble. El misionero es un testigo de la experiencia de Dios y debe poder decir como los Apóstoles: "Lo que contemplamos... acerca de la Palabra de vida..., os lo anunciamos" (
1Jn 1,1-3)" (Redemptoris missio, RMi 91). Después del entusiasmo del primer encuentro con Cristo en los caminos de la misión, es necesario sostener valientemente los esfuerzos de cada día con una intensa vida de oración, penitencia y entrega de sí. Al participar en la misión de Cristo con su palabra y con el testimonio de toda su existencia, los misioneros impulsarán a los hombres a abrirse a la buena nueva, que ellos tienen la misión de anunciar a todos (cf. Decreto de aprobación de las Constituciones, 6 de junio de 1985). De este modo, podrán "construir juntos el futuro" y vivir valientemente la incógnita del mañana, seguros de la presencia de Cristo, que los acompaña en cada instante de su vida en sus encuentros con los hombres y los pueblos.

Encomiendo a los miembros de la congregación de los Misioneros de Nuestra Señora de La Salette a la intercesión de la Virgen María, Nuestra Señora reconciliadora, y de corazón imparto a todos mi afectuosa bendición apostólica, que extiendo de buen grado a las personas que se benefician de su ministerio y a todas las que comparten la espiritualidad saletina.




A UN GRUPO DE DIRIGENTES DE LA EMPRESA AGIP



Jueves 4 de mayo de 2000



1. Me alegra dirigiros un saludo particular a vosotros, gestores de las instalaciones de distribución de carburantes de la Empresa general italiana de petróleo (AGIP), que habéis venido a Roma, junto con vuestros familiares, con ocasión del gran jubileo.

Doy las gracias al señor cardenal Virgilio Noè, que se ha hecho intérprete de vuestros sentimientos y ha introducido nuestro encuentro. La Empresa nacional de hidrocarburos (ENI), de la que forma parte la AGIP, ha realizado la gran obra de restauración de la fachada de la basílica de San Pedro, y en esta circunstancia me agrada renovar mi gratitud a quienes dirigieron ese minucioso trabajo, cuyo resultado es objeto de unánime admiración por parte de peregrinos y visitantes.

2. Habéis venido para realizar vuestra peregrinación jubilar y visitar al Sucesor de Pedro. Al mismo tiempo que os acojo con alegría, deseo recordar brevemente el sentido de la peregrinación jubilar, que expresa y favorece el camino de conversión, auténtico objetivo del Año santo. Convertirse significa realizar un cambio de mentalidad: de la "del mundo" a la de Dios, que Cristo nos ha revelado y comunicado. Cruzar la Puerta santa expresa precisamente nuestra fe en Cristo y nuestra voluntad de seguirlo a él, que, con su muerte y su resurrección, nos ha hecho pasar del pecado a la gracia, de un modo de vivir dominado por intereses egoístas a otro fundado en el Evangelio, o sea, inspirado en el amor a Dios y al prójimo.

Vuestra visita tiene lugar, por una feliz coincidencia, inmediatamente después del jubileo de los trabajadores. Por tanto, es natural expresaros también a vosotros el deseo que formulé el pasado 1 de mayo a todo el mundo del trabajo, es decir, que vuestra actividad profesional, con la parte de fatiga que comporta inevitablemente, se armonice bien con vuestra vida espiritual y familiar, para corresponder al designio del Creador.

3. El creyente debe vivir todas las actividades humanas, y también el trabajo, como acción de gracias a Dios. Esta acción de gracias, con una antigua palabra griega que se ha convertido en sagrada para los cristianos, se llama "eucaristía". Al altar de la santa misa llevamos también las alegrías y la fatiga del trabajo diario, para que el sacerdote las ofrezca junto con el pan y el vino. Con este gesto la persona humana expresa su vocación de imagen de Dios y la actúa plenamente en el día del Señor, cuando participa en la celebración dominical y se dedica con más libertad a la familia, al descanso y a las relaciones fraternas. Ojalá que las legítimas exigencias de vuestra profesión no os impidan vivir de este modo el domingo como el día del Señor.

Poner en práctica el espíritu del jubileo significa dar justa cabida a estos valores fundamentales, que no quitan nada a la actividad laboral, sino que la sitúan en la dimensión que le corresponde, confiriéndole su significado más auténtico.

Os deseo de corazón que esta peregrinación refuerce vuestro compromiso cristiano y, a la vez que os aseguro un constante recuerdo ante el Señor, os imparto a todos una especial bendición apostólica.





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL RECTOR MAGNÍFICO DE LA UNIVERSIDAD


CATÓLICA DEL SAGRADO CORAZÓN




173 Al ilustrísimo señor
profesor SERGIO ZANINELLI
rector magnífico de la Universidad
católica del Sagrado Corazón

1. El pasado 13 de abril tuve la alegría de encontrarme con la gran familia de la Universidad católica del Sagrado Corazón, que se reunió en la basílica de San Pedro para la celebración jubilar. Fue un momento de gran intensidad espiritual, un vibrante testimonio de fe y comunión. La celebración anual de la Jornada de la Universidad católica me ofrece ahora una ulterior ocasión de dirigirme a usted, señor rector, y a toda la comunidad que representa.

Lo hago de buen grado, considerando también las significativas conmemoraciones del cuadragésimo aniversario del fallecimiento de su fundador, el padre Agostino Gemelli, y del ya inminente octogésimo aniversario de la fundación de la Universidad misma: estas circunstancias ofrecen un motivo de especial reflexión a los componentes de esa prestigiosa institución, invitándolos a un compromiso cada vez más generoso en sintonía con las expectativas de la Iglesia y de la sociedad. Por tanto, al renovar mis sentimientos de estima y afecto a los profesores, a los alumnos y a cuantos de diferentes modos están relacionados con la Universidad, reanudo mi diálogo sobre la tarea difícil, pero exaltante, que se les ha confiado, es decir, conjugar, en los ámbitos propios de la actividad académica, la audacia de la razón y la parresía de la fe.

2. "La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad" (Fides et ratio,
FR 1). Frente a la crisis de la razón, característica de gran parte de la cultura actual, la fe debe asumir la responsabilidad de un suplemento de esfuerzo, convirtiéndose en "samaritana de la razón", para que esta se recupere plenamente, con su originaria capacidad metafísica y sapiencial.

Al situarse en esta perspectiva, se tiene inmediatamente la percepción de cuán valioso es el trabajo de los creyentes comprometidos en la investigación, a través del cultivo de las disciplinas humanísticas y científicas, en las que se expresa el irrefrenable anhelo del hombre hacia el conocimiento de la verdad. Mediante esta investigación, abierta a horizontes siempre nuevos, el hombre no sólo busca cosas, sino que también se busca a sí mismo y, en última instancia, se abre al misterio de Dios. Además, el conocimiento cada vez más adecuado de la realidad beneficia a la vida social, así como a la misma práctica de la fe, para que esté más iluminada y sea más madura. Por eso, en la constitución apostólica Ex corde Ecclesiae, recordé que es propio de la vida universitaria "la ardiente búsqueda de la verdad y su transmisión desinteresada a los jóvenes", enseñándoles "a razonar con rigor, para obrar con rectitud y para servir mejor a la sociedad" (n. 2).

3. Quienes tuvieron el gran mérito de preparar y crear esta institución fueron muy conscientes de esto. Pienso, ante todo, en el venerable Giuseppe Toniolo, a quien está dedicada la asociación fundadora de la Universidad católica. Mientras la Iglesia italiana está comprometida hoy en el "proyecto cultural", conviene recordar el esfuerzo que él realizó con celo misionero para asegurar a la cultura un alma cristiana. Pienso, asimismo, con particular admiración en el padre Agostino Gemelli, el fervoroso franciscano que dio vida y orientación segura a esa institución, que tanto honra a la Italia católica. El recuerdo del padre Gemelli, en el cuadragésimo aniversario de su muerte, no puede por menos de suscitar también una reflexión sobre la naturaleza y la misión de la Universidad católica, que se dispone a celebrar sus ochenta años de vida. Y esto es especialmente urgente en una situación histórica como la italiana, en la que la reforma actual de todo el sistema universitario hace necesario un nuevo análisis sobre las funciones y la razón de ser de la Universidad como tal.

4. En realidad, el proyecto de una Universidad libre y católica en Italia sigue siendo de gran actualidad. En efecto, gracias a este cualificado instrumento los católicos italianos pueden insertarse de modo orgánico, con una contribución específica, en los diferentes ámbitos de la investigación, mostrando cómo la argumentación racional no sólo no se opone a la fe, sino que encuentra en ella una aliada para su ejercicio auténtico y fecundo. Por otra parte, la misma fe se beneficia de una razón fuerte y humilde al mismo tiempo, para evitar los riesgos siempre latentes de la superstición y la magia, y convertirse en una fe plenamente conforme a las exigencias de la Revelación y a las instancias auténticas del humanum. Por tanto, es un deber ineludible de la Universidad católica cultivar la íntima solidaridad que ha de unir la fe a la razón, testimoniándola no sólo con respecto a los interrogantes universales del ser humano, sino también frente a los desafíos históricos planteados, al comienzo del milenio, por la sociedad pluriétnica, plurirreligiosa y pluricontextual, con sus cambios incesantes y frenéticos.

5. En este horizonte se comprende bien el interés del tema elegido para la Jornada de la Universidad católica: "Una cultura de solidaridad para nuestro país".

174 Se trata de un tema que se abre a un complejo escenario, que tanto los profesores como los alumnos de la Universidad católica están llamados a "leer" a fondo, confrontándose ciertamente con los fenómenos sociales concretos, pero, al mismo tiempo, tratando de ir a la raíz de los problemas. A ellos les corresponde, ante todo, recordar que una cultura de solidaridad, para ser auténtica y profunda, tiene necesidad de lo que se podría llamar "solidaridad de la cultura", o sea, de una perspectiva del saber que, aun consciente de sus límites, no se sienta satisfecha con fragmentos, sino que intente componerlos mediante una síntesis verdadera y sapiencial. Nada es tan perjudicial para la cultura contemporánea como la difundida convicción de que la posibilidad de alcanzar la verdad es una ilusión de la metafísica tradicional. Por eso hoy es más necesaria que nunca una acción en favor de la cultura, que podría llamarse "obra de caridad intelectual", según una densa expresión de Rosmini.

6. La Universidad católica, precisamente en virtud de su inspiración cristiana, tiene algo significativo que decir para responder a este llamamiento a la solidaridad que le llega de la cultura de nuestro tiempo. En particular, está llamada a contribuir a la superación de la grave brecha existente entre progreso científico y valores del espíritu, que impulsa a una praxis materialista, cuyo punto de llegada es una sociedad individualista y competitiva, a menudo fuente de injusticias y violencia, de marginación y discriminación, de conflictos y guerras.

El proceso de globalización económica, aunque presenta aspectos positivos, está produciendo nuevas grietas en el campo de la solidaridad, tanto en Europa como en el mundo. El valor de la solidaridad está en crisis, quizá principalmente porque está en crisis la experiencia, que es la única que podría garantizarla como valor objetivo y universal: la comunión entre personas y pueblos, que la conciencia creyente atribuye al hecho de que todos somos hijos del único Padre, el Dios que "es amor" (
1Jn 4,8). En Cristo, él nos ha introducido en la "plenitud de los tiempos" (Ga 4,4), llamándonos a la auténtica libertad de una praxis de amor y solidaridad.

7. Entonces se manifiesta la exigencia de una "refundación" cultural, que no puede menos de interpelar a la Universidad católica en su investigación racionalmente rigurosa y bien enraizada en la fe, y abierta al diálogo con todos los hombres de buena voluntad. Es preciso aspirar a una cultura que asegure la centralidad de la persona, sus derechos inalienables y el carácter sagrado de la vida. Es necesario promover una cultura de la acogida, del respeto y de la comunión, recordando que "el hombre (...) no puede encontrarse plenamente a sí mismo sino en la entrega sincera de sí mismo" (Gaudium et spes GS 24), en el ejercicio de la propia libertad en favor del bien común, por encima de los intereses individuales o de grupo, y lejos de la búsqueda del lucro a toda costa. Esta es la solidaridad, expresión peculiar del hacerse prójimo que, con lenguaje evangélico, llamamos caridad-ágape, y que debe ser distintivo de la vida de los discípulos de Cristo.

La solidaridad, entendida de este modo, es el nombre nuevo dado a la paz, el criterio de toda organización civil basada en la justicia, y el fundamento de toda democracia política que no quiera reducirse a pura retórica. Como otros países, también Italia afronta hoy tentaciones de racismo, de introversión y de aislamiento egoísta. Es preciso buscar las formas histórico-prácticas más idóneas para que la solidaridad no se quede en una mera enunciación de principio, sino que se haga vida vivida.

8. Para ello, es importante el compromiso de apoyo teórico-científico que la Universidad católica puede ofrecer, valorando la coordinación entre los saberes que la caracteriza precisamente como universidad. Por consiguiente, debe sentirse comprometida a llevar la multiplicidad de las ciencias a una síntesis sapiencial que pueda verdaderamente ayudar al hombre, orientándolo hacia una convivencia civil justa y pacífica; una síntesis que resuelva la fragmentación radical de los saberes, muy diversa de la legítima autonomía metodológica de cada disciplina. En efecto, esa fragmentación expresa y al mismo tiempo agrava la desorientación en la percepción del sentido de la vida, que para muchos de nuestros contemporáneos a menudo es la antesala del nihilismo.

Frente a estos desafíos, la elaboración científica de la Universidad católica, ya rica en muchos campos, sabrá en el futuro ensanchar cada vez más su horizonte, afrontando de modo cada vez más orgánico los graves problemas contemporáneos indicados en la Ex corde Ecclesiae: "La dignidad de la vida humana, la promoción de la justicia para todos, la calidad de vida personal y familiar, la protección de la naturaleza, la búsqueda de la paz y de la estabilidad política, una distribución más equitativa de los recursos del mundo y un nuevo ordenamiento económico y político que sirva mejor a la comunidad humana a nivel nacional e internacional" (n. 32).

En este mapa de temas está en juego gran parte de la acción solidaria de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Es tarea de los cristianos llevarles la luz del Evangelio, como testigos del Hijo de Dios, que en la Encarnación "se unió, en cierto modo, con todo hombre" (Gaudium et spes GS 22), y mostró con la entrega de su vida lo que significa solidarizarse con los demás.

9. Así pues, deseo que la Universidad católica, manteniéndose fiel a las grandes líneas cristianas de su consolidada tradición, incremente su servicio en la educación de las jóvenes generaciones para la solidaridad, esperanza del futuro próximo de nuestro país. Es una educación que hay que ofrecer a través de la enseñanza, pero también creando un auténtico clima de comunión en la vida diaria de la Universidad, ya que la solidaridad se aprende más por "contacto" que por "nociones", y se vive en la esfera del ser antes que en la del obrar.

Ojalá que la Universidad católica del Sagrado Corazón persevere en su misión y se renueve ulteriormente en su espíritu y en sus estructuras, recuperando el entusiasmo de su fundador.
Confiando en el empeño que cada componente de esta prestigiosa institución ponga en este sentido, invoco sobre vuestros proyectos y propósitos la protección materna de María, Sedes sapientiae, y le envío una especial bendición apostólica a usted, señor rector, al cuerpo académico, a los alumnos, a los colaboradores y a toda la gran familia de bienhechores y amigos de la Universidad. Que el Señor dé en este Año jubilar nuevo impulso a la Universidad católica del Sagrado Corazón, para que siga siendo digna de los numerosos "testigos", maestros de ciencia y de vida, que han honrado su historia, y así preste un servicio cada vez más eficaz a la cultura, a la sociedad y a la Iglesia de Dios que está en Italia.

175 Vaticano, 5 de mayo de 2000


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LA PEREGRINACIÓN NACIONAL DE URUGUAY

Y A OTROS GRUPOS DE ITALIA Y SUIZA


Sábado 6 de mayo



Queridos hermanos y hermanas de Uruguay:

1. Os doy mi cordial bienvenida a todos los que habéis peregrinado a la Ciudad eterna, centro de la catolicidad, viviendo de ese modo un momento privilegiado del gran jubileo del año 2000. Saludo con afecto a los obispos, a los sacerdotes, religiosos y religiosas, a los consagrados y fieles que habéis celebrado esta mañana la santa misa junto a la tumba del Apóstol Pedro, después de haber pasado por la Puerta santa de la basílica vaticana. Agradezco las amables palabras de mons. Raúl Horacio Scarrone Carrero, obispo de Florida y presidente de la Conferencia episcopal uruguaya.

Tengo muy presente en mi corazón la visita pastoral que realicé a vuestra nación, precisamente hace ahora doce años. Fue una gran dicha estar en medio de vosotros para animar vuestra fe, fortalecer vuestra esperanza y alentar vuestra caridad. Vuestra peregrinación jubilar coincide, además, con el aniversario del fallecimiento de mons. Jacinto Vera, primer obispo del Uruguay, que supo llevar, no sin dificultades, la presencia de la Iglesia a todos los rincones del país.

Os animo, queridos hijos uruguayos, a seguir fieles a la misión que el Señor os ha encomendado, y a dar testimonio gozoso de Cristo en la sociedad de hoy. Vuestro camino eclesial se verá fortalecido con la celebración del Congreso eucarístico nacional, previsto para el próximo mes de octubre. Espero y deseo que sea un momento especial de gracia. En efecto, el Salvador del mundo, encarnado en el seno de la Virgen María hace veinte siglos, sigue presente en el sacramento de la Eucaristía y continúa ofreciéndose a toda la humanidad como fuente de vida divina.

Que Dios bendiga abundantemente vuestro empeño por ser fieles a Dios y a la Iglesia, y que os acompañe siempre la materna intercesión de la Virgen de los Treinta y Tres.

2. Os dirijo ahora un cordial saludo a todos vosotros, peregrinos de lengua italiana, que habéis venido hoy a visitarme, con ocasión de vuestro jubileo. Gracias, ante todo, a vosotros, queridos fieles de la diócesis de Arezzo-Cortona-San Sepolcro, aquí presentes junto con vuestro obispo, monseñor Gualtiero Bassetti, a quien agradezco las amables palabras que me ha dirigido. Este testimonio de afecto, siete años después de la visita que realicé a vuestra tierra, me llena de gran alegría, puesto que conservo un vivo recuerdo de aquel inolvidable 23 de mayo de 1993 que pasé entre vosotros en Cortona y en Arezzo, cuando fui recibido por el obispo de entonces, monseñor Giovanni D'Ascenzi, a quien me alegra ver hoy entre vosotros.

Deseo expresar mi aliento a toda vuestra comunidad diocesana, en particular a los sacerdotes, a los consagrados y a las consagradas, que están en contacto directo con la vida de la Iglesia. Los exhorto a proseguir con generosidad su compromiso según el espíritu de unidad y dimensión misionera que debe caracterizar la obra de cuantos Dios ha enviado a su viña. Con igual afecto saludo a los fieles laicos que, unidos a su pastor, testimonian la fecundidad de la fe en la animación de las realidades temporales.

Como preparación para el gran jubileo, vuestra diócesis ha reflexionado en el tema "Creo en la Iglesia", abarcando tres ámbitos característicos en los que realiza su actividad: la Iglesia anuncia la Palabra, celebra la gracia y testimonia la caridad. Amadísimos hermanos y hermanas, proseguid con intrepidez este compromiso, ayudándoos mutuamente a llevar vuestras cargas (cf. Ga 6,2), de modo que la Iglesia, cuerpo bien trabado, resplandezca en el mundo como primicia de la misericordia y del amor salvífico de Dios a toda la humanidad.

Este espíritu os sostendrá en la necesaria búsqueda de soluciones oportunas para los problemas y los desafíos que se presentan a vuestra solicitud. Pienso, en concreto, en la pastoral vocacional, en una formación permanente en las parroquias y en las asociaciones, en el diálogo ecuménico e interreligioso, en el apoyo a los numerosos sacerdotes ancianos, y en la elaboración de un nuevo plan pastoral diocesano.

176 Invoco sobre vuestros compromisos la protección de María, a quien veneráis con el hermoso título de "Virgen del consuelo", y de vuestros santos protectores Donato y Pedro, Juan evangelista y Margarita de Cortona.

3. Con el mismo afecto deseo también dirigiros mi cordial saludo a vosotros, queridos fieles de la diócesis de Fiésole, que habéis acudido en peregrinación a las tumbas de los Apóstoles.
Agradezco a vuestro obispo, monseñor Luciano Giovannetti, las amables palabras que me ha dirigido. A través de él, quiero enviar mi saludo a los sacerdotes, a los consagrados, a las consagradas y a los fieles laicos. Os pido a cada uno que prosigáis con valentía el camino de un convencido testimonio cristiano en los lugares donde la Providencia os ha puesto. He sabido que, en vuestro último Sínodo diocesano, habéis decidido dar una impronta eucarística a vuestro camino eclesial, con particular atención a la pastoral familiar.

Queridos hermanos, el gran jubileo del año 2000 es profundamente eucarístico. Roma misma, a mediados del próximo mes, reflexionará con renovada gratitud en el gran don que Jesús nos ha dejado. En torno a la Eucaristía se fortalecen y renuevan las personas, las familias, las parroquias y las asociaciones. Acudid con constancia a esta fuente inagotable de vida interior.

Os deseo de corazón que vuestra comunidad se comprometa a participar activa y regularmente en el encuentro dominical, a fin de obtener la luz y la fuerza necesarias para responder, según el pensamiento de Cristo, a los desafíos que la existencia plantea a la vocación de cada uno. Que en este itinerario os sostengan el ejemplo y la intercesión de María santísima, nuestra Madre, del santo mártir Rómulo y de todos los santos, vuestros protectores.

4. Saludo cordialmente a los peregrinos que han llegado de Suiza para la ceremonia de juramento de la Guardia suiza pontificia, especialmente a la Unión instrumental, al Contingente de granaderos friburgueses y a la Banda militar del colegio San Miguel. Tenéis la ocasión de realizar una peregrinación jubilar, de rezar por los jóvenes guardias que han aceptado servir al Sucesor de Pedro, y de hacer así una experiencia particularmente significativa de comunión eclesial. Vuestros grupos musicales e instrumentales os permiten expresar con la música vuestra alabanza al Creador. Dirijo un cordial saludo a todos los jóvenes que os acompañan, invitándolos a seguir a Jesús, que quiere ayudarles a hacer que su vida sea hermosa. ¡Que todos encuentren durante su estancia en Roma un apoyo para su fe y su misión de ser testigos de Cristo, así como un aliciente para su participación en la vida de la Iglesia! A todos os imparto de corazón la bendición apostólica.

5. Dirijo ahora un cordial saludo a los participantes en la vigésima edición del "Certamen Ciceronianum", y les deseo de corazón que el estudio de la lengua y la literatura latinas sea un valioso instrumento para conservar y mostrar los valores relacionados con la cultura de la antigua Roma, madre de civilización y maestra del derecho.

Por último, saludo a los fieles de las parroquias San Nazaro y San Celso de Arosio, Santa María de Fabriago, y de Santa María Asunta, de Palazzolo sull'Oglio; al grupo de la "Sociedad del Evangelio", del Antoniano de Bolonia; a los alumnos y a los maestros de la escuela media "Rogasi", de Pozzallo, y de la escuela "Mosè Mascolo", de las Hermanas Gerardinas de San Antonio abad, así como al grupo de peregrinos de Castelvetrano y al de la UNITALSI de Pésaro. Que a cada uno de vosotros os llegue mi más vivo aliento para seguir siempre con fidelidad a Cristo, a fin de que seáis sus testigos coherentes y gozosos en todos los ambientes. Os encomiendo a la protección materna de María, venerada particularmente durante este mes de mayo, a la vez que os bendigo a todos con gran benevolencia.






A LOS DIRIGENTES DE LA UNIÓN DE FEDERACIONES


EUROPEAS DE FÚTBOL



Lunes 8 de mayo de 2000





Ilustres señores:

1. Os doy una cordial bienvenida a cada uno de vosotros, procedentes de los cincuenta y un países miembros de la Unión de Federaciones europeas de fútbol, que habéis venido a Roma con ocasión del gran jubileo del año 2000. En este encuentro están representadas casi todas las naciones europeas. En particular, la presencia de las Federaciones del Este, que después de la caída del muro de Berlín se han adherido a vuestra Unión, testimonia aún más la voluntad de paz y fraternidad que anima a vuestras federaciones, así como su compromiso de ensanchar los horizontes, superar toda barrera y crear una comunicación sistemática entre los diversos pueblos, para dar una contribución eficaz a la construcción de la unidad europea.

177 Por tanto, os agradezco esta visita, que me permite apreciar las nobles finalidades que inspiran vuestro servicio, encaminado a sostener un deporte capaz de promover todos los valores de la persona humana. Saludo al abogado Luciano Nizzola, presidente de la Federación italiana de fútbol, y le agradezco las cordiales palabras que ha querido dirigirme en nombre de los presentes.

2. En la sociedad contemporánea el fútbol es una actividad deportiva muy difundida, que implica a un gran número de personas y, en particular, a los jóvenes. En este deporte, además de la posibilidad de una sana recreación, tienen oportunidad de desarrollarse físicamente y de obtener logros atléticos, que exigen sacrificio, entrega constante, respeto a los demás, lealtad y solidaridad.

El fútbol es también el mayor fenómeno de masa, que implica a muchas personas y familias, desde los aficionados que van al estadio y los espectadores de la televisión hasta todos los que trabajan en los diferentes niveles de la organización de los acontecimientos deportivos, en la preparación de los deportistas y en el vasto sector de los medios de comunicación social.

Esto acentúa la responsabilidad de quienes se ocupan de la organización y promueven la difusión de esta actividad deportiva tanto a nivel profesional como aficionado. Están llamados a no perder jamás de vista las importantes posibilidades educativas que el fútbol, como otras disciplinas deportivas, puede desarrollar.

De modo especial, los deportistas, sobre todo los más famosos, no deberían olvidar nunca que de hecho constituyen modelos para el mundo de los jóvenes. Por eso, es importante que, además de las habilidades típicamente deportivas, desarrollen cuidadosamente las cualidades humanas y espirituales que harán de ellos ejemplos verdaderamente positivos para la gente. Por otra parte, dada la difusión de este deporte, sería conveniente que los promotores, los organizadores en los diversos niveles y el personal de los medios de comunicación aunaran sus esfuerzos para asegurar que el fútbol no pierda jamás su auténtico carácter de actividad deportiva, y no se vea ahogado por otras preocupaciones, especialmente de tipo económico.

3. Queridos amigos, habéis venido a Roma para celebrar el gran jubileo. Durante el Año santo, la Iglesia invita a todos los creyentes y a los hombres de buena voluntad a considerar sus pensamientos y acciones, sus expectativas y esperanzas, a la luz de Cristo, "el hombre perfecto que restituyó a los hijos de Adán la semejanza divina, deformada desde el primer pecado" (Gaudium et spes
GS 22).

Esto supone un camino de auténtica conversión, es decir, la renuncia a la mentalidad mundana que hiere y envilece la dignidad del hombre; supone, asimismo, la adhesión, con una confianza total y un compromiso valiente, al estilo liberador de obrar y pensar propuesto por el Evangelio. ¿Cómo no ver en el acontecimiento jubilar una invitación a hacer que el deporte sea también una ocasión de auténtica promoción de la grandeza y la dignidad del hombre? Desde esta perspectiva, las estructuras del fútbol están llamadas a ser un terreno de auténtica humanidad, en el que se aliente a los jóvenes a cultivar los grandes valores de la vida y a difundir por doquier las grandes virtudes que constituyen el fundamento de una digna convivencia humana, como son la tolerancia, el respeto a la dignidad humana, la paz y la fraternidad.

Queridos amigos que representáis a las Federaciones europeas, estoy seguro de que compartís mis deseos de que el fútbol constituya cada vez más un ámbito sereno, y que cada competición encarne lo que debe ser el deporte: una valoración plena del cuerpo, un sano espíritu de competición, una educación en los valores de la vida, la alegría de vivir, el juego y la fiesta.

4. Ojalá que el fútbol, como todo deporte, se convierta cada más en la expresión del primado del ser sobre el tener, liberándose, como acaba de observar oportunamente vuestro representante, de todo lo que le impide ser una propuesta positiva de solidaridad y fraternidad, de respeto mutuo y confrontación leal entre los hombres y las mujeres de nuestro mundo.

Conozco, asimismo, el reciente compromiso de vuestra Federación, que con sus propios recursos ha emprendido una laudable obra de asistencia a los países pobres y de cooperación especial con los países del Este europeo, para difundir el fútbol entre los jóvenes e iniciarlos en una vida sana, inspirada en sólidos principios morales. Que este sea el estilo constante de todas vuestras iniciativas.

Por último, os ruego que transmitáis mis cordiales sentimientos a las sociedades deportivas que representáis, a los atletas, a todo el personal y a sus respectivas familias.

178 Invoco sobre todos la bendición de Dios.






A LA ASAMBLEA PLENARIA


DE LAS OBRAS MISIONALES PONTIFICIAS


Jueves 11 de mayo

. Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado;
queridos directores nacionales, colaboradores y colaboradoras
de las Obras misionales pontificias:

1. Con afecto os doy mi bienvenida a cada uno de vosotros. Ante todo, al señor cardenal Jozef Tomko, prefecto de la Congregación para la evangelización de los pueblos, que se ha hecho intérprete de vuestros sentimientos, y le agradezco las amables palabras que me ha dirigido. Saludo a monseñor Charles Schleck, secretario adjunto de dicha Congregación y presidente de las Obras misionales pontificias, y a los secretarios generales de las cuatro Obras.

Quiero saludaros en particular a vosotros, queridos directores nacionales, que realizáis con pericia y empeño vuestra tarea de animación de la cooperación misionera en vuestros respectivos países. Por medio de vosotros, deseo saludar a todos vuestros colaboradores y colaboradoras que, impulsados por generosidad evangélica, se dedican a la proclamación de la palabra de Dios en todos los lugares y en todas las situaciones del mundo.

2. Este encuentro se celebra en el tiempo y con el espíritu del gran jubileo, que la Iglesia universal está viviendo con gran fervor. Este es un año singular de gracia, durante el cual la comunidad cristiana está viviendo una experiencia más intensa de la bondad de Dios, manifestada en la encarnación del Hijo y anunciada con gratitud por la Iglesia a todas las naciones. Resuenan en nuestro corazón las palabras del Apóstol: "Mirad ahora el momento favorable; mirad ahora el día de salvación" (2Co 6,2).

Así pues, la celebración del gran jubileo se presenta como una ocasión muy oportuna para reflexionar en la misericordia que Dios Padre, mediante la obra del Espíritu Santo, ha manifestado en Cristo a toda la humanidad. El gran jubileo es "anuncio de salvación", que ha de resonar en cada rincón de la tierra, a fin de que quien lo oiga se convierta a su vez en su testigo y en instrumento de salvación para todas las personas. Todos estamos llamados a abrir los ojos a las necesidades de las numerosas ovejas sin pastor (cf. Mc Mc 6,34), para ponernos a su servicio, a fin de darles a conocer el nombre del Señor, de manera que, confesándolo, también ellas se salven (cf. Rm Rm 10,9).

3. Quiero recordar aquí, en particular, a los hombres y mujeres que, dedicándose ad vitam a la misión ad gentes, han hecho de esta actividad la razón de ser de su existencia. Son un ejemplo incomparable de entrega a la causa de la difusión del Evangelio. Doy las gracias y bendigo de corazón a quienes, de modo tan discreto como eficaz, trabajan con empeño en la animación y la cooperación misionera. Son numerosos. A los sacerdotes, a las consagradas y a los consagrados se une una multitud de laicos, de forma individual o en familia, deseosos de dedicar a la misión algunos años de su vida o, incluso, toda su existencia. No pocas veces proclaman la buena nueva y manifiestan su fe en ambientes hostiles o indiferentes. Amadísimos hermanos y hermanas, expresadles mi gratitud y mi aliento para que continúen generosamente este vigoroso compromiso misionero. Dios, que no se deja ganar en generosidad, sabrá recompensarlos.


Discursos 2000 172