Discursos 2000 203

203 Vaticano, 23 de mayo de 2000

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL PATRIARCA DE ANTIOQUÍA DE LOS MARONITAS



A Su Beatitud el cardenal
Nasrallah-Pierre Sfeir
Patriarca de Antioquía de los maronitas

Informado de la evolución de los acontecimientos en su país, quiero expresarle mi solidaridad e invitar a todos los cristianos a sentirse solidarios con las poblaciones que, en el sur del Líbano, temen por su futuro a causa de la situación que se ha creado en estos últimos días.

Deseo recordar a todos los responsables el grave deber que les incumbe de respetar el derecho de las personas y de los pueblos, y evitar actos que pondrían en peligro la vida de las personas y la convivencia entre las comunidades.

Pido a Dios que ilumine las mentes y los corazones, para que se ahorre a todas las poblaciones civiles nuevas matanzas y se garantice la soberanía de cada país, de manera que todos miren al futuro con serena esperanza.

Como prenda de consuelo le envío a usted, señor cardenal, la bendición apostólica, así como a todos los fieles de Cristo, implorando a Dios que derrame la abundancia de sus beneficios sobre todos los libaneses.

Vaticano, 24 de mayo de 2000

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

CON MOTIVO DE LA PRESENTACIÓN COLECTIVA

DE LAS CARTAS CREDENCIALES DE 4 EMBAJADORES


Jueves 25 de mayo de 2000



Excelencias:

204
1. Me alegra acogeros hoy y recibir las cartas credenciales que os acreditan como embajadores extraordinarios y plenipotenciarios de vuestros países: Nueva Zelanda, Kuwait, República del Congo y Ghana. Vuestra presencia me brinda la ocasión de expresar a las autoridades de vuestras naciones y a todos vuestros compatriotas mis saludos cordiales y confirmarles mi estima y mi amistad. Os agradezco vivamente los mensajes cordiales que me habéis traído de parte de vuestros respectivos jefes de Estado. Os agradecería que a vuestro regreso les transmitierais mis saludos deferentes y mis mejores deseos para ellos y para su elevada misión al servicio de todos sus compatriotas.


2. Conocéis la importancia espiritual que el Año jubilar tiene para la Iglesia, la cual, en el umbral del nuevo milenio, ha querido hacer al mismo tiempo un llamamiento urgente a la comunidad internacional para que ayude a crecer a cada nación y a cada pueblo, sobre todo en el continente africano, cuyas numerosas poblaciones se hallan duramente probadas por conflictos que afectan de manera dramática a las poblaciones civiles. En efecto, el cambio de siglo es una ocasión particularmente oportuna para tratar de avanzar aún más en la cuestión de la deuda externa de los países más pobres, a fin de ayudarles a participar activamente en la vida internacional. Este gesto equivale a tender una mano a las naciones que viven por debajo del umbral de pobreza, para que reaviven su esperanza en un futuro mejor; debe ir acompañado por una reflexión profunda, para analizar la organización de la economía mundial, que impone a algunos países cargas excesivamente pesadas, en detrimento de los países productores de materias primas y en beneficio de las naciones más ricas.


3. Desde la perspectiva de un nuevo equilibrio, justo y equitativo, estas últimas deben condonarles la deuda y, al mismo tiempo, suministrarles recursos personales y materiales para formar líderes capaces de ocuparse, en el futuro, del destino de sus países de manera desinteresada, y hacerlos más autónomos y menos directamente dependientes de los países más desarrollados, armonizando su economía con su cultura particular. La creación de infraestructuras locales apropiadas y la aplicación de medidas de saneamiento de la economía nacional darán a las poblaciones autóctonas los medios para ser verdaderamente protagonistas de la construcción social y auténticos interlocutores en las relaciones internacionales. Se trata de un elemento esencial para la edificación de una sociedad fraterna, en cuyo seno cada pueblo dé su contribución específica. Este es también el camino para establecer la paz y el respeto de los derechos del hombre, que exige reconocer a cada persona, con su cultura y su dimensión espiritual, y acoger el deseo de cada pueblo de tener una tierra y participar en las riquezas de la creación.


4. Conocéis la solicitud y el compromiso de la Santa Sede en favor del reconocimiento de los pueblos y de un entendimiento cada vez más intenso entre las naciones. Hoy, más que nunca, nuestros contemporáneos aspiran a la paz y a la fraternidad. Las diversas Jornadas mundiales de la juventud, particularmente la que viviremos el próximo mes de agosto, ponen de relieve que los jóvenes nos exhortan a hacer todo lo posible para que esas aspiraciones se hagan realidad. Estoy seguro de que, por ser diplomáticos, sois particularmente sensibles a esta petición de los jóvenes, a quienes no podemos defraudar y para los cuales debemos preparar un mundo en el que tengan los medios necesarios para vivir su vida personal, familiar y social, de modo que encuentren alegría y felicidad en las responsabilidades que asuman.


5. Ahora que comenzáis vuestra misión, permitidme expresaros mis más cordiales deseos. Invoco la abundancia de las bendiciones divinas sobre vosotros, sobre vuestras familias, sobre vuestros colaboradores y sobre las naciones que representáis, pidiendo al Todopoderoso que os colme de sus dones a cada uno.

DISCURSO DEL SANTO PADRE

CON MOTIVO DEL JUBILEO DEL MUNDO CIENTIFICO

25 de mayo de 2000

Señores cardenales;
queridos hermanos en el episcopado y el sacerdocio;
queridos amigos representantes del mundo
de la ciencia y la investigación:


1. Os acojo con profunda alegría con ocasión de vuestra peregrinación jubilar. Agradezco al cardenal Paul Poupard, presidente del Consejo pontificio para la cultura, sus palabras de bienvenida y la organización de este jubileo, con su equipo de colaboradores. Expreso mi viva gratitud a su excelencia el profesor Nicola Cabibbo, presidente de la Academia pontificia de ciencias, por el saludo que acaba de dirigirme en nombre de todos vosotros.

205 Durante los siglos pasados, la ciencia, cuyos descubrimientos son admirables, ha ocupado un lugar preponderante y se ha considerado a veces como el único criterio de la verdad o como el camino de la felicidad. Una reflexión basada exclusivamente en elementos científicos había intentado habituarnos a una cultura de la sospecha y la duda. Se negaba a considerar la existencia de Dios y a ver al hombre en el misterio de su origen y de su fin, como si esa perspectiva pudiera poner en tela de juicio a la ciencia misma. Esta ha pensado a veces que Dios era una simple construcción de la mente, incapaz de resistir al conocimiento científico. Estas actitudes han llevado a alejar la ciencia del hombre y del servicio que está llamada a prestarle.

2. Hoy "un gran reto que tenemos (...) es el de saber realizar el paso, tan necesario como urgente, del fenómeno al fundamento. No es posible detenerse en la sola experiencia; (...) es necesario que la reflexión especulativa llegue hasta su naturaleza espiritual y el fundamento en que se apoya" (Fides et ratio
FR 83). La investigación científica también se basa en la capacidad de la mente humana de descubrir lo que es universal. Esta apertura al conocimiento introduce en el sentido último y fundamental de la persona humana en el mundo (cf. ib., 81).

"Los cielos proclaman la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos" (Ps 19,2); con estas palabras, el salmista evoca el "testimonio silencioso" de la admirable obra del Creador, inscrita en la realidad misma de la creación. Los que se dedican a la investigación están llamados a realizar, en cierto modo, la misma experiencia que hizo el salmista y a sentir la misma admiración. "Es necesario cultivar el ánimo de tal manera que se promueva la capacidad de admiración, de comprensión interna, de contemplación y de formarse un juicio personal, así como de cultivar el sentido religioso, moral y social" (Gaudium et spes GS 59).

3. Los científicos, basándose en una atenta observación de la complejidad de los fenómenos terrestres, y siguiendo el objeto y el método propios de cada disciplina, descubren las leyes que gobiernan el universo, así como su interrelación. Contemplan con admiración y humildad el orden creado y se sienten atraídos por el amor del Autor de todas las cosas. La fe, por su parte, es capaz de integrar y asimilar cualquier tipo de investigación, porque todas las investigaciones, a través de una profunda comprensión de la realidad creada en toda su especificidad, dan al hombre la posibilidad de descubrir al Creador, fuente y fin de todas las cosas. "Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras" (Rm 1,20).

Al profundizar su conocimiento del universo, y en particular del ser humano, que está en su centro, el hombre tiene una percepción velada de la presencia de Dios, una presencia que es capaz de discernir, en el "manuscrito silencioso" escrito por el Creador en la creación, reflejo de su gloria y su grandeza. Dios quiere hacerse oír en el silencio de la creación, en la que el intelecto percibe la trascendencia del Señor de la creación. Todos los que se esfuerzan por comprender los secretos de la creación y los misterios del hombre deben estar dispuestos a abrir su mente y su corazón a la profunda verdad que en ella se manifiesta y que "impulsa al intelecto a dar su consentimiento" (san Alberto Magno, Comentario a san Jn 6,44).

4. La Iglesia tiene gran estima por la investigación científica y técnica, pues "constituyen una expresión significativa del dominio del hombre sobre la creación" (Catecismo de la Iglesia católica CEC 2293) y un servicio a la verdad, al bien y a la belleza. De Copérnico a Mendel, de Alberto Magno a Pascal, de Galileo a Marconi la historia de la Iglesia y la historia de las ciencias nos muestran claramente que hay una cultura científica enraizada en el cristianismo. En efecto, se puede decir que la investigación, al explorar tanto lo más grande como lo más pequeño, contribuye a la gloria de Dios que se refleja en cada parte del universo.

La fe no teme a la razón. Estas "son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerlo a él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo" (Fides et ratio, introducción). Si en el pasado la separación entre fe y razón ha sido un drama para el hombre, que ha conocido el riesgo de perder su unidad interior bajo la amenaza de un saber cada vez más fragmentado, vuestra misión consiste hoy en proseguir la investigación, convencidos de que "para el hombre inteligente, (...) todas las cosas se armonizan y concuerdan" (Gregorio Palamas, Theophanes).

Os invito, pues, a pedir al Señor que os conceda el don del Espíritu Santo, pues amar la verdad es vivir del Espíritu Santo (cf. san Agustín, Sermo, 267, 4), que nos permite acercarnos a Dios y llamarle en voz alta "¡Abbá, Padre!". Que nada os impida invocarle de este modo, aun sumidos en el rigor de vuestros análisis sobre las cosas que él ha puesto ante nuestros ojos.

5. Queridos científicos, es grande la responsabilidad que estáis llamados a asumir. Se os pide que trabajéis al servicio del bien de las personas y de toda la humanidad, siempre atentos a la dignidad de todo ser humano y al respeto de la creación. Todos los enfoques científicos necesitan un apoyo ético y una sabia apertura a una cultura respetuosa de las exigencias de la persona. Precisamente esto es lo que subraya el escritor Jean Guitton cuando afirma que en la investigación científica no se debería separar jamás el aspecto espiritual del intelectual (cf. Le travail intellectuel. Conseils à ceux qui étudient et à ceux qui écrivent, 1951, p. 29). Recuerda, además, que por esta razón la ciencia y la técnica necesitan una referencia indispensable al valor de la interioridad de la persona humana.

Me dirijo con confianza a vosotros, hombres y mujeres que os dedicáis a la investigación y al progreso. Al escrutar constantemente los misterios del mundo, abrid vuestra mente a los horizontes que la fe descubre ante vuestros ojos. Enraizados firmemente en los principios y en los valores fundamentales de vuestro itinerario de hombres de ciencia y fe, podéis entablar un diálogo provechoso y constructivo también con quienes están alejados de Cristo y de su Iglesia. Por tanto, sed ante todo apasionados investigadores del Dios invisible, que es el único que puede satisfacer la aspiración profunda de vuestra vida, colmándoos de su gracia.

6. ¡Hombres y mujeres de ciencia, animados por el deseo de testimoniar vuestra fidelidad a Cristo! El rico panorama de la cultura contemporánea, en el alba del tercer milenio, abre inéditas y prometedoras perspectivas en el diálogo entre la ciencia y la fe, así como entre la filosofía y la teología. Participad con todas vuestras energías en la elaboración de una cultura y de un proyecto científico que reflejen siempre la presencia y la intervención providencial de Dios.

206 Al respecto, este jubileo de los científicos constituye un aliciente y un apoyo para cuantos buscan sinceramente la verdad; manifiesta que los hombres pueden ser investigadores rigurosos en los diversos campos del saber y discípulos fieles del Evangelio. ¡Cómo no recordar aquí el compromiso espiritual de tantas personas dedicadas diariamente al arduo trabajo científico! Por medio de vosotros, aquí presentes, quisiera enviar a cada una de ellas mi saludo y mi más cordial aliento.

Hombres de ciencia, sed constructores de esperanza para toda la humanidad. Que Dios os acompañe y haga fructificar vuestro esfuerzo al servicio del auténtico progreso del hombre. Os proteja María, Sede de la sabiduría. Intercedan por vosotros santo Tomás de Aquino y los demás santos y santas que, en diferentes campos del saber, dieron una notable contribución a la profundización del conocimiento de las realidades creadas a la luz del misterio divino.

Por mi parte, os acompaño con constante atención y cordial amistad. Os aseguro un recuerdo diario en la oración y os bendigo de corazón, así como a vuestras familias y a cuantos, de diferentes modos, contribuyen, con sincera y constante dedicación, al progreso científico de la humanidad.

DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II

A LA UNIÓN INTERNACIONAL DE INSTITUTOS

DE ARQUEOLOGÍA, HISTORIA E HISTORIA DEL ARTE EN ROMA


Viernes 26 de mayo de 2000



Señoras y señores:

1. Me alegra acogeros a vosotros, miembros de la Unión internacional de institutos de arqueología, historia e historia del arte en Roma. Saludo en particular a vuestro presidente, profesor Krysztof Zaboklicki.

Los fundadores de vuestra unión internacional le asignaron la misión de servir a la historia y al arte, valorando los numerosos testimonios que posee Roma de la civilización occidental, de la cultura cristiana y de la vida de la Iglesia. Es un patrimonio valioso, que se ha formado a lo largo de los siglos pasados. Atentos a la conservación, al estudio y a la transmisión de esta herencia legada por los pueblos, sois como los administradores de un tesoro inestimable del que es necesario sacar sin cesar, como el escriba del Evangelio, cosas nuevas y viejas, realizando tareas laboriosas y calladas.

No habéis dudado en poner a disposición de los investigadores y de los estudiantes un banco de datos bibliográficos, constituido bajo la dirección de la Unión romana de bibliotecas científicas, en colaboración con la Biblioteca apostólica vaticana. Me alegro por este notable instrumento de trabajo, así como por las becas que ofrecéis a jóvenes investigadores y por la cooperación internacional que desarrolláis. Todo ello crea vínculos que superan las fronteras, las culturas y las generaciones; asimismo, es un vehículo de evangelización y paz. La Iglesia reconoce el papel insustituible de los bienes culturales en la promoción de un auténtico humanismo y de una paz duradera entre las naciones. "Mediante la universalidad de la cultura, los pueblos, en vez de competir y oponerse entre sí, se sienten inclinados a complementarse mutuamente, aportando cada uno sus dones y beneficiándose de los dones de todos los demás" (Pío XII, Discurso al Comité internacional para la unidad y la universalidad de la cultura, 14 de noviembre de 1951). Os exhorto, por tanto, a ser protagonistas incansables de una solidaridad internacional que invite a creer que la fraternidad humana es posible en una misma búsqueda de la verdad y de la bondad.

2. La difusión de la cultura artística e histórica en todos los sectores de la sociedad proporciona a los hombres de nuestro tiempo los medios para recuperar sus raíces y hallar en ellas los elementos culturales y espirituales para edificar su vida personal y comunitaria. El apóstol san Pablo, en el areópago de Atenas, ¿no hizo descubrir a sus oyentes que el arte manifiesta una búsqueda espiritual que impulsa al hombre más allá de la realidad material? (cf. Hch Ac 17,19-31). Todos los hombres y todas las sociedades tienen necesidad de una cultura que se abra a un sano itinerario antropológico, a la vida moral y espiritual. En efecto, como dijo oportunamente el teólogo Hans Urs von Balthasar, existe una relación entre la estética y la ética (cf. La gloria y la cruz, Introducción). El arte invita a desarrollar la belleza de la existencia, viviendo plenamente sus exigencias morales, y a buscar incansablemente la verdad.

3. En su dimensión de gratuidad, el arte permite pensar que no se puede reducir al hombre y a la sociedad a la eficacia a toda costa. Los bienes culturales tienen precisamente esta función de abrir al hombre al sentido del misterio y a la revelación de lo absoluto, puesto que encierran un mensaje. Por su parte, el arte religioso anuncia con su mesaje lo divino y dispone el alma a la contemplación de los misterios cristianos, ayudando a comprender mediante la expresión simbólica lo que las palabras manifiestan con mucha dificultad, e invitando a la oración trinitaria y al culto de los santos.

Os agradezco toda la obra realizada por vuestra unión internacional y, encomendándoos a la intercesión de la Theotocos, cuyo misterio ha inspirado a numerosos artistas, os imparto de todo corazón, como prenda de mi estima, una particular bendición apostólica, que extiendo de buen grado a vuestras familias y a todos los miembros de vuestras diferentes instituciones.

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS MIEMBROS DEL CONSEJO GENERAL

DE LOS MISIONEROS DE SAN FRANCISCO DE SALES


207

Sábado 27 de mayo de 2000



A los Misioneros
de San Francisco de Sales

Os saludo con afecto mientras el capítulo general de vuestra congregación está reunido en Roma. En particular, saludo a vuestro superior general, padre Émile Mayoraz, a los miembros del consejo, a los provinciales y a los representantes de las nueve provincias de la congregación. Me uno a vuestra acción de gracias a Dios por los numerosos dones que ha derramado sobre la Iglesia mediante la generosa e intensa obra de vuestros miembros desde que el padre Pierre-Marie Mermier fundó la congregación en 1838.

La decisión del padre Mermier de fundar los Misioneros de San Francisco de Sales se inspiró en las necesidades espirituales de la sociedad francesa de su tiempo. Después de las convulsiones de los primeros años del siglo XIX, la consiguiente disminución del conocimiento y la práctica de la religión exigía un enfoque misionero decisivo para despertar a la gente de su apatía y exhortarla a convertirse. El padre Mermier, inspirado por la sencillez, la benevolencia y la confianza de san Francisco de Sales, imitó su fervor evangelizador y reunió rápidamente a su alrededor a un grupo de sacerdotes comprometidos en la oración, en el estudio y en la labor misionera con el espíritu del santo obispo de Ginebra.

Hoy, ese mismo espíritu sigue impulsando a vuestra congregación, que está presente en muchas partes del mundo y sigue creciendo y progresando. Guiados por la profunda espiritualidad y la creatividad evangélica de vuestro fundador, contempláis a san Francisco de Sales como vuestro patrono celestial y procuráis poner en práctica su enseñanza y su ejemplo en vuestro apostolado.

El capítulo general se ha reunido para reflexionar en vuestro compromiso misionero, en vuestras actividades educativas y en vuestro apostolado social, y para vigorizar vuestra entrega a la obra de la evangelización. Confío en que sea una ocasión para que todos os fortalezcáis en la caridad, a fin de imitar el abandono de vuestro patrono a la voluntad de Dios y "reflejar su amor a Dios y al prójimo, su celo apostólico, su humildad y su sencillez, su alegría y su optimismo, su actitud acogedora y su simpatía por todo lo humano" (Constituciones, 13).

El capítulo se ha reunido en este año especial de gracia, durante el cual la Iglesia entera celebra el gran jubileo y toda la comunidad cristiana está llamada "a extender su mirada de fe hacia nuevos horizontes en el anuncio del reino de Dios" (Incarnationis mysterium, 2). Hoy más que nunca la gente necesita escuchar el mensaje de salvación que nuestro Señor Jesucristo dio a conocer "al llegar la plenitud de los tiempos" (Ga 4,4) y acoger en su vida la misericordia de Dios, que nos hace hijos adoptivos suyos y sana las heridas de nuestro corazón. Todos los discípulos de Cristo deberían sentir una profunda necesidad de comunicar a los demás la luz y la alegría de la fe. Como misioneros, deberíais sentiros especialmente fortalecidos, sabiendo que lleváis al mundo la verdadera Luz de las naciones, Cristo, el Salvador, en quien toda la humanidad "puede encontrar, con insospechada plenitud, todo lo que busca a tientas acerca de Dios, del hombre y de su destino, de la vida y de la muerte, de la verdad" (Pablo VI, Evangelii nuntiandi EN 53). La predicación del Evangelio ad gentes, en la que estáis profundamente comprometidos, es esencial para la misión de la Iglesia de "manifestar y comunicar a todos los hombres y a todos los pueblos el amor de Dios" (Ad gentes ). Con la confianza que brota de la fe, os animo a proseguir esta tarea, con la certeza de que el Espíritu Santo, que dirige la misión de la Iglesia y abre la mente y el corazón de los hombres a Cristo, os acompaña.

Con fidelidad al espíritu de san Francisco de Sales y al carisma de vuestro fundador, os invito a estar atentos a los desafíos de nuestro tiempo y a ser creativos para responder a las nuevas necesidades misioneras. Vuestra obra de evangelización será eficaz si lleváis una intensa vida de oración, abiertos siempre a recibir la fuerza y la orientación del Espíritu Santo.

La confianza en la providencia de Dios, que obra siempre en el mundo, os ayudará a afrontar los desafíos que se os presenten, y hará que vuestra contribución a la construcción del Reino dé frutos en vuestras diversas actividades: misiones y retiros, educación de la juventud, formación de los seminaristas y apostolado social. En el campo de la educación debéis dar un testimonio radical de los valores del Evangelio y llevar a los jóvenes por el camino del compromiso desinteresado y de la santidad.

Vuestros estudiantes, como subrayó san Juan Bosco con tanto acierto, "no sólo han de ser amados; también han de saber que son amados" (cf. Vita consecrata VC 96). Al servir a los pobres, vuestro estilo de vida debe ser sencillo y austero, y debéis amarlos de un modo generoso y abnegado, como hizo Cristo. Pido al Señor que siga bendiciendo la obra de vuestra congregación e impulse a muchos jóvenes a entregarse con alegría y generosidad a su servicio como Misioneros de San Francisco de Sales.

208 Con la alegría de este tiempo pascual, os encomiendo a la protección de María, Madre del Redentor, y a la intercesión de san Francisco de Sales. Imparto con afecto mi bendición apostólica a todos los miembros de la congregación, a vuestros bienhechores y a todos aquellos a quienes servís.

Vaticano, 27 de mayo de 2000

PALABRAS DEL SANTO PADRE

A LOS PARTICIPANTES EN LA XX EDICIÓN

DEL MARATÓN DE PRIMAVERA


Sábado 27 de mayo de 2000



Un cordial saludo a todos vosotros, queridos promotores, organizadores y participantes en el "Maratón de primavera", que se corre en el ámbito de la fiesta de la escuela católica. Vuestra significativa manifestación ha llegado ya a su vigésima edición. Y este año se trata de una edición extraordinaria: es el Maratón de primavera del jubileo. Esta feliz coincidencia ha impulsado al Comité organizador a invitar no sólo a las escuelas católicas del Lacio, sino también a las estatales, para ofrecer a todos un momento de fiesta, que subraye los valores de la alegría y de la fraternidad.

Al recorrer las calles de Roma, lleváis un mensaje de esperanza: testimoniáis que es posible construir un futuro de paz y justicia, evitando cualquier forma de explotación y opresión. La escuela, en todos sus componentes, debe ser lugar de formación para afrontar los desafíos que se presentan en nuestro tiempo. Los años que pasaréis en las aulas escolares constituyen para vosotros, queridos alumnos, una magnífica oportunidad cultural, que debéis valorar plenamente. Y para vosotros, queridos profesores, son una ocasión de transmitir no sólo nociones y datos científicos, sino también de comunicar una auténtica experiencia de vida. Para vosotras, queridas familias, son años de importante acompañamiento de vuestros hijos, a fin de que, mediante el diálogo y la colaboración constante entre vosotras y la escuela, aprendan a construir su futuro sobre los valores humanos y cristianos fundamentales de la existencia.

Deseándoos a todos una feliz jornada de fiesta y amistad, doy inicio oficialmente a vuestro maratón, e, implorando sobre vosotros y sobre todas las escuelas católicas la protección materna de María, os bendigo de corazón.

DISCURSO DE JUAN PABLO II

A VARIOS GRUPOS DE PEREGRINOS QUE ACUDIERON

A ROMA PARA CELEBRAR EL JUBILEO


Sábado 27 de mayo de 2000


Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Bienvenidos a Roma, a donde habéis llegado para vuestra peregrinación jubilar. Aquí queréis confirmar vuestra profesión de fe, tomando con abundancia de las fuentes de la gracia que Dios, rico en misericordia, concede con particular intensidad a sus hijos durante este Año santo.
Fidelidad al Evangelio

Os dirijo, ante todo, mi saludo a vosotros, peregrinos de la diócesis de Pozzuoli. Saludo a monseñor Silvio Padoin, vuestro obispo, y le agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Vuestra presencia me devuelve, en cierto modo, la visita que tuve la alegría de realizar a vuestra ciudad hace diez años. Gracias por los sentimientos que me manifestáis esta mañana. Al dirigirme a vosotros y a vuestro pastor, deseo renovar mi cercanía y mi aliento a todos los componentes de la comunidad diocesana, que aquí representáis.

209 Sois miembros de una Iglesia antigua, que visitó el apóstol san Pablo, el cual, escoltado por soldados armados, estaba viajando a Roma. La humanísima acogida reservada a aquellos heraldos del Evangelio se ha mantenido inalterada a lo largo de los siglos, como característica del corazón de la gente de Pozzuoli. El sentido de la hospitalidad, la disponibilidad a confrontarse seriamente con el Evangelio y la cordialidad diligente para socorrer al necesitado son valores que habéis recibido en herencia y que debéis cultivar también como rasgo esencial de vuestra adhesión a Cristo.

2. Vuestro pueblo, fiel al Evangelio, durante estos dos milenios ha conservado la fe y el vínculo de comunión con la Cabeza del Colegio apostólico. Nada ha debilitado jamás esta fidelidad: ni las dificultades y los sufrimientos, ni los obstáculos y ni siquiera los desastres naturales -erupciones volcánicas, terremotos, seísmos lentos- que han azotado a vuestra tierra.

Al cruzar la Puerta santa, vuestra comunidad quiere proseguir ahora su camino. Continuad con confianza vuestro testimonio. La historia de santidad que la Iglesia de Pozzuoli ha sabido escribir durante estos dos mil años, como ha recordado vuestro obispo, es un fuerte estímulo a seguir entregándoos generosamente a la obra misionera. Para que el anuncio de Cristo penetre a fondo, acompañad todas las iniciativas apostólicas con una incesante obra de promoción humana. Es vasto el campo de las intervenciones necesarias. Pienso en el fenómeno del desempleo juvenil, que en vuestra tierra, como en todo el sur de Italia, registra porcentajes elevados. En la medida de vuestras posibilidades, inspirad confianza en cuantos desean insertarse en el proceso productivo de la sociedad. Al hacerlo, contribuiréis a infundir serenidad en su corazón y en sus familias.

3. Sé que en toda la zona de los municipios de Flegrei se ha producido un rápido desarrollo urbano, que plantea serios interrogantes sobre la formación de una comunidad unida, acogedora, abierta a la solidaridad y bien consolidada en sus antiguas tradiciones de fe y caridad. Esmeraos por crear, con vuestro comportamiento, un clima favorable para una sociedad civil ordenada y respetuosa de los derechos y los deberes de cada uno.

Me complace repetiros lo que os dije durante mi citada visita a vuestra ciudad: "Tratad de reaccionar con valentía, sin caer en una resignación pasiva, que hace inútil cualquier recurso interior. No deis por descontado que la situación no se puede cambiar. Pensad, sobre todo, en los jóvenes y en su futuro; exigid de todas las maneras legítimas que las autoridades responsables no os abandonen. Y sed conscientes de que sólo con la contribución generosa de cada uno se puede construir una ciudad a medida del hombre" (Discurso a la población de Pozzuoli, 12 de noviembre de 1990).

4. Estoy seguro de que la visita pastoral que vuestro obispo está a punto de concluir a las diversas realidades diocesanas, y a la que deseo mucho éxito, contribuirá de modo decisivo a aumentar esta eficaz obra apostólica. Esa visita os ayudará a poner en marcha diversas iniciativas, para que nadie se vea privado del anuncio liberador de la buena nueva de Cristo. Acompañad todas vuestras acciones pastorales con la oración. El Señor fecundará vuestros esfuerzos.

A este respecto, representa una gran esperanza el aumento de las ordenaciones sacerdotales, que han fortalecido y rejuvenecido el presbiterio, y la presencia prometedora de numerosos seminaristas. Seguid invocando al Señor para que no falten nunca sacerdotes, consagrados y consagradas en su viña.

5. Dirijo, asimismo, un saludo cordial a los fieles de las parroquias Santa María Niña, de Pojana Maggiore, y San Juan Bautista, de Cicogna; Santa Eufemia, de Carinaro; San Alejandro, de Albizzate; San Bernabé, de Rosaro de Grezzana; San Ángel, de Salute di Gatteo; Santa María de la Asunción, de Gisso; y San Blas, de Piombino Dese. Queridos hermanos, al volver a vuestras parroquias, llevad a todos el saludo del Papa, que sigue con la oración el camino de cada una de vuestras comunidades. Sed siempre fieles al Evangelio.

Por último, saludo a los miembros de la Asociación nacional de marineros de Italia, provenientes de Abruzos y Molise; a la Asociación cultural "Agora", de Sirignano; a los socios del Círculo recreativo empresarial de empleados de la región de Campania, en Nápoles; y a los fieles de Marconia. A todos os deseo que el providencial período del Año santo sea una fuerte llamada a convertiros en instrumentos de la gracia del Señor, que trae la salvación y la renovación a los humildes de corazón, abiertos a la verdad.

6. ¡Alabado sea Jesucristo! Con gran alegría os saludo a cada uno de vosotros, queridos miembros de las Fuerzas armadas ucranianas, que habéis venido a visitarme con ocasión de vuestro jubileo. Dirijo un saludo afectuoso a vuestros pastores, que os acompañan en este momento de viva comunión eclesial. Mi saludo deferente se dirige, de igual modo, al señor General y a los demás oficiales por su significativa participación en este encuentro.

Vuestro itinerario jubilar, que empezó en la gruta de Lourdes, hace etapa hoy ante las tumbas de los Apóstoles. Queridos hermanos, hallad en esta pausa de reflexión y oración la fuerza y la valentía para adheriros fielmente al Evangelio y, en nombre de Cristo, convertíos en auténticos servidores de la justicia y la paz.

210 Que Dios os ayude a realizar esta misión. Os encomiendo a la intercesión celestial de María santísima, Madre de Cristo y de la Iglesia. Que la Virgen colme todas vuestras aspiraciones de bien.

7. Agradeciéndoos una vez más a cada uno de vosotros vuestra presencia, invoco sobre todos la dulce protección de la Madre de la Iglesia, particularmente presente en la piedad popular durante este mes mariano, y os imparto de corazón a vosotros, así como a vuestros seres queridos, una especial bendición apostólica.

Discursos 2000 203