Discursos 2001



1

Enero 2001


MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


CON MOTIVO DEL 50 ANIVERSARIO DE LA FUNDACIÓN


DE LA ALTA COMISARÍA DE LAS NACIONES UNIDAS


PARA LOS REFUGIADOS (ACNUR)




A la señora Sadako Ogata
Alta comisaria de las Naciones Unidas
para los refugiados

Le escribo para agradecerle su amable carta acerca de la celebración del 50° aniversario de la oficina de la Alta Comisaría de las Naciones Unidas para los refugiados.

En esta importante ocasión, le envío mi más cordial felicitación a usted, a su equipo en Ginebra y a sus colaboradores en todo el mundo, la mayoría de los cuales, como usted misma ha escrito, se encuentra "en primera línea". Para muchas personas obligadas a huir de la guerra o de la persecución, estos abnegados hombres y mujeres de la ACNUR son a menudo la única fuente de esperanza y de ayuda.

Por muchas razones, la Santa Sede se siente cercana a ustedes en la celebración de este aniversario. Durante los últimos cincuenta años, la Iglesia católica y sus organizaciones han trabajado frecuentemente con la ACNUR en situaciones difíciles e, incluso, peligrosas en todo el mundo. La Santa Sede ha compartido muchas alegrías y tristezas de la ACNUR, incluyendo los hechos trágicos que han ensombrecido este aniversario.

Este aniversario coincide con el gran jubileo que están celebrando los católicos y otros cristianos en todas las partes mundo. Las raíces bíblicas del jubileo recuerdan el "año de gracia del Señor" proclamado por Jesús cuando anunció la buena nueva a los pobres con sus palabras y acciones (cf. Lc Lc 4,16-30 Tertio millennio adveniente TMA 11). A los refugiados y a otras personas obligadas a vivir lejos de sus hogares debemos incluirlos entre los miembros más pobres de la familia humana, y tanto la Iglesia como la ACNUR están comprometidas a su servicio.

Hace algunos años me referí a la condición de los refugiados en el mundo como a "una herida vergonzosa de nuestro tiempo". Desde entonces, por desgracia, su número ha aumentado y su situación ha llegado a ser más trágica. El alba de un nuevo milenio llama a todos los hombres y mujeres responsables a poner nuevo empeño para hacer realidad el gran ideal humanitario que es el corazón de la misión de la ACNUR: la protección de los refugiados y la defensa y promoción de su dignidad. La Santa Sede comparte plenamente las preocupaciones de la ACNUR a este respecto, y seguirá haciendo todo lo posible para garantizar que, en medio de las profundas transformaciones que afectan a la vida internacional, no se olvide a los refugiados y a las personas desplazadas. Seguirá promoviendo la asistencia a los países que soportan la pesada carga, a menudo prolongada, de la acogida de las poblaciones desplazadas.

Este 50° aniversario es también un momento de transición para usted, señora alta comisaria, pues entrega la administración de la ACNUR a su sucesor. Su presencia y su actividad han dejado una huella indeleble en el último decenio de historia de la ACNUR, uno de sus períodos más difíciles hasta ahora. Sus contactos con diferentes organismos de la Santa Sede y conmigo personalmente han sido muy apreciados y han mostrado cuán importante es para usted la causa de los refugiados.
Un signo de la importancia que usted ha atribuido a nuestra cooperación es el nombramiento, durante su mandato, de un delegado de la ACNUR ante la Santa Sede.

2 Usted ha cumplido su ardua tarea con discreción y sensibilidad ante las convicciones políticas, filosóficas y religiosas de muchos pueblos y Estados con los que ha mantenido contactos. Al mismo tiempo, su generoso compromiso personal por las preocupaciones humanitarias de la ACNUR ha sido inseparable de su testimonio de que la promoción del bien de la persona humana y de la sociedad está íntimamente unida a la vivencia de nuestra fe en Jesucristo.

Al celebrar el 50° aniversario, me complace asegurarle el compromiso constante de la Santa Sede en la defensa de la dignidad y los derechos de los refugiados, y su contribución a la búsqueda de soluciones justas para los desafíos planteados por las personas que se ven obligadas a emigrar. Sobre usted y sobre todas las personas dedicadas a la noble misión de la ACNUR invoco cordialmente abundantes bendiciones divinas.

Vaticano, 22 de noviembre de 2000


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS RELIGIOSOS LEGIONARIOS DE CRISTO

Y A LOS MIEMBROS DEL MOVIMIENTO


"REGNUM CHRISTI"


Jueves 4 de enero de 2001



Amadísimos Legionarios de Cristo;
amadísimos miembros del Movimiento Regnum Christi:

1. Me alegra profundamente saludaros con ocasión de vuestra peregrinación jubilar a Roma, durante la cual celebráis el 60° aniversario de fundación. Procedéis de diversas naciones del mundo: os saludo a todos y cada uno, deseándoos que este aniversario constituya un firme y fuerte apoyo para vuestra fe en el Señor Jesús y para vuestra decisión de dar testimonio de él ante los hermanos.

Saludo con especial afecto a vuestro queridísimo fundador, el padre Marcial Maciel, al que felicito vivamente por esta cita significativa, a la vez que le agradezco cordialmente las palabras que me ha dirigido en nombre de todos. He apreciado, en particular, la confirmación que ha expresado de la fidelidad al Sucesor de Pedro que os distingue. A través de la comunión con el Papa se testimonia vuestra plena inserción en el misterio de la unidad de la Iglesia.

2. En estos días, habéis querido agradecer a Dios todos los bienes que ha derramado sobre vuestra familia espiritual. Volviendo la mirada hacia atrás, hacia el 3 de enero de 1941, cuando surgía incipientemente en la Ciudad de México esta obra, os habéis dado cuenta de cómo esa pequeña semilla que el Sembrador divino quiso arrojar en la tierra de unos cuantos corazones jóvenes, ahora es un árbol frondoso (cf. Mt Mt 13,32) que acoge en su seno a numerosos sacerdotes, consagrados y laicos cuyo ideal es entregar su vida por la extensión del Reino de Cristo en el mundo.

Habéis venido a Roma, en el marco del Año jubilar, para renovar vuestra fe en Jesucristo. El carácter cristocéntrico de vuestra espiritualidad os ayuda a penetrar más profundamente en el sentido de este jubileo que ha propuesto a nuestra meditación el misterio de la Encarnación y la persona de Jesucristo, "el mismo ayer, hoy y siempre" (He 13,8). Anunciar a Cristo al mundo de hoy, en los diversos sectores de la sociedad, es vuestro ideal apostólico. Pero para predicar a Cristo es preciso haber tenido, como san Pablo, una honda experiencia de su amor, de manera que se pueda decir con él: "la vida que vivo al presente en la carne la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí" (Ga 2,20). Os animo a que, como lo indica vuestro lema: "¡Venga tu Reino!", no cejéis nunca en la ilusión de trabajar sin descanso a fin de que el Reino de amor, de gracia, de justicia y de paz se haga realidad en las personas y en la sociedad. Ojalá que uno de los principales frutos de esta intensa experiencia espiritual en Roma sea renovar en vuestra alma el amor sincero a Jesucristo, de manera que podáis hacer partícipes a otros muchos hombres y mujeres la dicha de esta singular amistad con él.

3. La fe en la persona de Jesucristo os conduce a amar apasionadamente a la Iglesia, sacramento universal de salvación y continuadora de su obra a través de la historia. Por ello queréis alimentar vuestro carisma espiritual y apostólico de la gran linfa de vida que corre por su Cuerpo, viviendo un especial espíritu de comunión eclesial con el Sucesor de Pedro y los demás pastores de las Iglesias particulares. Seguid difundiendo, como lo habéis hecho hasta ahora, e incluso con renovado celo, el magisterio y la doctrina de la Iglesia, tanto a través de las numerosas iniciativas que con este fin han surgido entre vosotros en estos sesenta años de vida, como de otras muchas más que vuestro ardor apostólico tenga la audacia de suscitar para el bien de las almas.

3 4. Uno de los rasgos espirituales más importantes de vuestro servicio en la Iglesia es el compromiso por el espíritu de auténtica caridad evangélica. En la última Cena el Señor afirmó claramente y para todos los tiempos que el amor fraterno debería ser el rasgo distintivo de sus discípulos: "En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn 13,35). Habéis querido afrontar este desafío evangélico, poniendo un énfasis especial en la cordialidad fraterna de vuestras relaciones interpersonales y promoviendo el espíritu de caridad en el pensamiento y en las palabras, silenciando los errores de los demás y ponderando sólo sus actos positivos y provechosos. Que el Señor os conserve en este espíritu, ayudándoos a testimoniar de todas las maneras posibles la caridad cristiana que san Pablo describió tan magistralmente en el célebre Himno a la caridad de su primera carta a los Corintios (cf. 1 Co 13, 4-8).

Otro rasgo que distingue vuestro carisma es el celo apostólico. Lo mostráis en todas las obras que habéis emprendido, especialmente en la educación, en la evangelización, en las comunicaciones sociales, en la difusión de la doctrina social de la Iglesia, en la promoción cultural y humana de los pobres y en la formación de los sacerdotes diocesanos.

En todo ello os esforzáis por seguir la guía del Espíritu Santo, que renueva constantemente la faz de la Iglesia con dones y carismas que la enriquecen y fortalecen. En un mundo secularizado como el nuestro, basado en gran parte en el desinterés por la verdad y los valores trascendentes, la fe de muchos hermanos y hermanas nuestros se ve sometida a dura prueba.

Por este motivo, hoy es más necesaria que nunca una proclamación confiada del Evangelio que, desechando todos los miedos paralizantes, anuncie con profundidad intelectual y con intrepidez la verdad sobre Dios, sobre el hombre y sobre el mundo. A vosotros, Legionarios de Cristo y miembros del Regnum Christi, os repito las palabras de santa Catalina de Siena que propuse a los jóvenes con ocasión de la Jornada mundial de la juventud: "Si sois lo que tenéis que ser, ¡prenderéis fuego al mundo entero!".

5. Abrid las puertas de vuestra alma con generosidad a esta invitación. Me dirijo, en particular, a los que Cristo llama a seguirlo con una entrega total en el sacerdocio y en la vida consagrada. La Virgen santísima, llena de Espíritu Santo y peregrina en la fe, os ayude a realizar vuestros propósitos.

Al volver a vuestra casa para reanudar vuestras ocupaciones diarias, sabed que el Papa os acompaña y ora por vosotros, para que seáis fieles a vuestra vocación cristiana y a vuestro carisma específico. Que el Espíritu Santo dilate vuestros corazones, haciéndoos valientes mensajeros del Evangelio y testigos de Cristo resucitado, Redentor y Salvador del mundo.

Con afecto os bendigo a todos.






A LAS ESCLAVAS DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS


Viernes 5 de enero de 2001

. Con ocasión del XIV capítulo general de vuestra congregación, me alegra dirigirle a usted y a las hermanas mi cordial saludo. Me uno a la asamblea capitular en la invocación al Espíritu Santo, para que las guíe cuando, escuchando religiosamente la palabra de Dios, tomen las decisiones oportunas sobre el camino que conviene recorrer.

Cada instituto de vida consagrada representa un don valioso del Señor a la Iglesia y al mundo. Las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús Agonizante lo son desde hace más de cien años, tanto en Italia como en otros países. Esto testimonia la vitalidad de un carisma que vuestros venerados fundadores, monseñor Marco Morelli y la madre Margherita Ricci Curbastro, supieron hacer fructificar con admirable celo. Es un carisma que pone de relieve un aspecto esencial de la naturaleza y de la vida del Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia. En efecto, ella, como prolongación del misterio de Cristo en la historia, está llamada a elevar al Padre continuas súplicas por la salvación de la humanidad.

El hombre contemporáneo necesita hoy más que nunca acudir a las fuentes del Corazón sacratísimo de Cristo. Sólo en él puede encontrar paz en los momentos de angustia, que la actual cultura secularizada hace cada vez menos soportables. La pobreza espiritual está hoy muy difundida, convirtiéndose a veces en miseria. Por eso, el verdadero remedio es el redescubrimiento de la oración cristiana, que no es evasión de la realidad y de sus pruebas, sino vigilancia del espíritu y aceptación confiada de la voluntad divina, con la certeza de que es siempre voluntad de amor, dispuesta a dar al hombre vida plena y eterna.

4 ¿Qué mejor testimonio puede encontrar este abandono confiado que el de una vida consagrada totalmente al servicio de Dios, conocido y amado en el Corazón de su Hijo Jesucristo, que "está en agonía hasta el fin de los tiempos" (Blas Pascal)? Y esta consagración se ha de expresar en el servicio generoso y fiel a los hermanos, especialmente a los más necesitados, por cuyo amor Cristo aceptó beber el cáliz amargo de la Pasión.

Así pues, a todas las religiosas de vuestra congregación, a la que aprecio, les recomiendo que toda la actividad apostólica esté vivificada y guiada incesantemente por un intenso esfuerzo de oración vigilante. Que la bienaventurada Virgen María, Reina de las vírgenes, queridas religiosas, sea vuestro modelo. Si para todo bautizado la Virgen santísima representa el arquetipo de la adhesión humilde y dócil a la voluntad de Dios, mucho más debe serlo para las religiosas. Toda Esclava podrá ser fiel a su vocación si procura asemejarse totalmente, en su corazón y en sus obras, a María, perfecta "Esclava del Señor".

Deseo de corazón que el capítulo general, celebrado precisamente al término del Año santo, constituya para todo el instituto un tiempo de gracia, una ocasión privilegiada para realizar opciones sabias y valientes, según la invitación que nos ha hecho el jubileo, con la mirada fija en el rostro de Cristo.

Con estos sentimientos, le imparto a usted, a las capitulares y a todas las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús Agonizante, una especial bendición apostólica.








A LAS DOMINICAS DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS


Viernes 5 de enero



He sabido con agrado que las madres capitulares se han reunido, durante estos días, a fin de reflexionar con usted sobre los medios idóneos para suscitar una renovación de la congregación, que le permita afrontar los desafíos del momento actual. Me alegra dirigir a usted y a las hermanas mi cordial saludo, a la vez que elevo junto con vosotras mi oración a Dios para que os conceda generosamente los dones de su Espíritu y os impulse a realizar opciones capaces de dar a vuestra familia religiosa renovado impulso en la obra de evangelización, que acompaña desde los comienzos vuestro compromiso en la Iglesia.

Surgida en Sicilia a fines del siglo XIX, gracias al celo del padre dominico Timoteo Longo, conjuga el espíritu, las tradiciones y los ideales de evangelización de la Orden de los Frailes Predicadores. Por tanto, la congregación hace suya la unidad de vida entre la interioridad contemplativa y la acción apostólica, realizada por santo Domingo, y se esfuerza constantemente por alimentarla en la celebración comunitaria de la sagrada liturgia, en la oración, en el estudio y en la comunión fraterna.

La evangelización es fin específico de vuestro instituto, que se propone de modo particular la promoción humana y cristiana de la juventud a través de la enseñanza, la pastoral juvenil, la catequesis familiar en las parroquias y las misiones populares. Amadísimas hermanas, con este XV capítulo general queréis profundizar la actualidad de vuestro carisma y las opciones operativas que exige. En efecto, las transformaciones sociales y culturales requieren un renovado y creativo compromiso apostólico. Expreso mi profundo aprecio por vuestra voluntad de discernimiento comunitario. El riquísimo patrimonio espiritual que habéis recibido os ayudará a encontrar los caminos convenientes para transmitir adecuadamente el Evangelio a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo. Esta obra será tanto más eficaz y creíble cuanto más se base en una intensa comunión fraterna. Por tanto, os animo a vigilar constantemente para que la vida comunitaria y las actividades apostólicas se mantengan en equilibrio armonioso.

Por todos estos motivos de reflexión y compromiso, deseo aseguraros mi apoyo espiritual. Estoy seguro de que con la ayuda de Dios sabréis encontrar valores y estímulos positivos también en las situaciones actuales, muy diferentes de las de otros tiempos. Seguid manteniendo vivo el espíritu que os ha sostenido en los decenios pasados. Os impulsa a amar a vuestros hermanos, especialmente a los jóvenes, como son, a buscarlos donde se encuentran y a acogerlos, para que ellos, a su vez, acojan a Cristo. Oro para que esta renovación vaya acompañada siempre por la solidez de la formación, en todos los niveles, a fin de que las comunidades sean vivas, fervorosas y activas.

Encomiendo estas intenciones a María santísima, Sede de la sabiduría, y bendigo de corazón a usted, a las capitulares y a toda la congregación.








AL FINAL DE LA FIESTA-CONCIERTO


QUE LE OFRECIERON LOS NIÑOS


Viernes 5 de enero de 2001

5 Amadísimos niños y muchachos, os acojo con gran alegría:

1. Me alegra mucho encontrarme en medio de vosotros esta tarde. Gracias por esta hermosa fiesta que habéis organizado precisamente al final del jubileo. Os saludo a todos con gran afecto: a los que os encontráis en el sala Pablo VI, y a los que estáis unidos a nosotros mediante la televisión. A este propósito, doy las gracias a la RAI, que durante todo el Año jubilar se ha encargado de las transmisiones y los enlaces radiofónicos y televisivos.

Con los niños se abrió el Año santo; y era justo que concluyera también con ellos. Este es un signo positivo de esperanza, un deseo concreto de vida. Es, sobre todo, un homenaje a los niños, por quienes Jesús sentía predilección y de quienes solía rodearse. A la gente y a sus discípulos les señalaba a los niños como modelos para entrar en el reino de los cielos.

Queridos amigos, vuestra fiesta tiene como título "Siguiendo el cometa", y nos trae a la mente la solemnidad de la Epifanía del Señor, que celebraremos mañana. El cometa nos hace pensar en los Magos, personajes misteriosos, sabios, cultos, expertos en astronomía, de los que habla el Evangelio. Pero, si observamos con atención, tenían un corazón de niño, fascinado por el misterio; y aceptaron con prontitud la invitación de la estrella y lo dejaron todo para ir a adorar al Rey de los judíos, que había nacido en Belén.

2. Queridos amigos, vosotros, que hoy sois niños y muchachos, formaréis mañana la primera generación de cristianos adultos del tercer milenio. ¡Qué grande es vuestra responsabilidad!
Seréis los protagonistas del próximo jubileo, en el año 2025. Para entonces seréis grandes; quizá habréis formado una familia, habréis abrazado la vida sacerdotal u os habréis consagrado a una misión especial en la Iglesia al servicio de Dios y de vuestros hermanos.

Y yo, que he tenido la gran satisfacción de introducir a la Iglesia en el tercer milenio, os contemplo con el corazón lleno de esperanza. En vuestros ojos, en vuestros tiernos rostros, me parece vislumbrar ya la meta del próximo jubileo. Miro a lo lejos, y ruego por vosotros. Queridos muchachos, mantened en alto y encendida la antorcha de la fe, que esta tarde os entrego de modo ideal a vosotros y a vuestros coetáneos de todas las partes de la tierra. ¡Iluminad con esta luz los caminos de la vida; abrasad de amor el mundo!

La Virgen os acompañe, y yo con afecto os bendigo.









ALOCUCIÓN DEL PAPA


EN LA VISITA AL BELÉN DE LOS BARRENDEROS


Domingo 7 de enero de 2001



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra manifestaros mis sentimientos de estima y afecto durante esta visita al belén que habéis preparado, al mismo tiempo que os expreso mis mejores deseos para el nuevo año. Desde el comienzo de mi ministerio petrino esta agradable cita se renueva todos los años, al término del tiempo navideño. Mi felicitación más sincera a cuantos han realizado un belén tan característico, que cada año se enriquece con un elemento nuevo.

6 Saludo con afecto a los presentes y, en primer lugar, al alcalde de Roma, a quien agradezco sus amables palabras. Por medio de él quisiera agradecer, una vez más, a la ciudad y a todos sus administradores la obra llevada a cabo generosamente con vistas al jubileo y luego en las diferentes fases de su realización.

2. En efecto, esta visita tiene lugar al día siguiente de la clausura del gran jubileo del año 2000, durante el cual millones de peregrinos han cruzado la Puerta santa. Así, innumerables personas han querido dar gracias al Señor por la abundante misericordia que mostró al encarnarse por nuestra salvación.

Para vosotros, barrenderos, el año recién terminado se ha caracterizado por un intenso trabajo, con el fin de lograr que nuestra amada ciudad estuviera siempre "vestida de fiesta". A menudo os he visto trabajando, alrededor de la plaza de San Pedro, muy de mañana, antes de que la gente llegara al Vaticano. Os agradezco vuestra solicitud y los sentimientos que la han motivado.

3. Ahora se trata de recomenzar el ritmo normal de vida, teniendo presente el mensaje que nos llega del gran jubileo. Es el mismo mensaje que nos brindan la Navidad y el belén, que es el símbolo más elocuente de la Navidad. Es preciso partir nuevamente de Cristo, para entrar confiadamente en el nuevo milenio como testigos del amor de Dios, que se hizo uno de nosotros, naciendo entre nosotros.

Con estos sentimientos, invoco sobre vosotros, sobre vuestras familias y sobre vuestro trabajo la protección de María, la Madre de Jesús, al que hoy contemplamos en el misterio del bautismo a orillas del Jordán. Os acompañe mi bendición, que de corazón os imparto a vosotros y a vuestros seres queridos.










A UNA DELEGACIÓN DE PARLAMENTARIOS


DE ESTADOS UNIDOS


Lunes 8 de enero de 2001



Señor presidente;
miembros del Congreso;
distinguidos huéspedes:

Me alegra daros la bienvenida al Vaticano esta mañana, y me siento honrado por el amable gesto que os ha traído aquí. No es propio del Sucesor del apóstol san Pedro buscar honores, pero acepto de buen grado la medalla de oro del Congreso como un reconocimiento de que en mi ministerio ha resonado una palabra que puede llegar a todo corazón humano. He proclamado la palabra de Dios, que en la primera página de la Biblia nos recuerda que el hombre y la mujer han sido creados a su imagen y semejanza (cf. Gn Gn 1,26).

De esta gran verdad deriva todo lo que la Iglesia dice y hace para defender la dignidad humana y promover la vida humana. Esta es una verdad que contemplamos en la gloria de Jesucristo, el Hijo de Dios, crucificado y resucitado de entre los muertos. En los años de mi ministerio, pero especialmente en el Año jubilar que acaba de terminar, he invitado a todos a dirigirse a Jesús para descubrir de un modo nuevo y más profundo la verdad del hombre, puesto que sólo Cristo manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación (cf. Gaudium et spes GS 22). Comprender la verdad de Cristo significa experimentar con profundo estupor el valor y la dignidad de todo ser humano, que es la buena nueva del Evangelio y el centro del cristianismo (cf. Redemptor hominis RH 10).

7 Acepto este premio como un signo de que vosotros, en calidad de legisladores, reconocéis la importancia de defender la dignidad humana sin componendas, para que vuestra nación esté siempre a la altura de sus grandes responsabilidades en un mundo donde a menudo no se respetan los derechos humanos. Por eso, señoras y señores, os agradezco esta medalla de oro del Congreso. Al expresaros mis mejores deseos para el nuevo año, invoco sobre vosotros, sobre vuestras familias y sobre todos los que representáis, "la paz de Dios, que supera todo conocimiento" (Ph 4,7).

¡Dios os bendiga a todos!








A LOS MIEMBROS DEL COMITÉ CENTRAL


PARA EL GRAN JUBILEO


Y A SUS COLABORADORES


Jueves 11 de enero de 2001

Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
ilustres señores y señoras;
amadísimos hermanos y hermanas en Cristo:

1. Me alegra particularmente acogeros hoy a vosotros que, de diferentes modos, habéis cooperado en la preparación y en la celebración del Año santo, que tanto eco ha tenido en la Iglesia y en el mundo.

En mi mente -y ciertamente os sucede lo mismo a vosotros- han quedado grabadas imágenes conmovedoras que, en cierto modo, sintetizan sus varias fases. Pienso, en particular, en el último período, y vuelvo a ver las interminables filas de peregrinos que, atravesando la plaza de San Pedro, iban con gran devoción a cruzar la Puerta santa. ¿Cómo olvidar ese icono vivo del pueblo de Dios en camino hacia Cristo, camino universal de salvación?

Esas multitudes, motivadas y pacientes, hacían pensar en aquellas otras que seguían a Jesús, induciéndolo a predicar sin pausa y, un día, a realizar el célebre milagro de la multiplicación de los panes, signo del "pan de vida" que daría luego al mundo (cf. Jn Jn 6,35 Jn Jn 6,48). Esas multitudes han sido un testimonio tangible del deseo profundo que impulsa al hombre a buscar la verdad y la misericordia, la esperanza y la reconciliación, en una palabra, a buscar a Cristo.

Ahora que la Puerta santa ha sido cerrada, hemos reanudado el camino "ordinario", con la certeza de que, hoy más que nunca, ha quedado abierto de par en par el acceso a la misericordia divina. Repitiendo las palabras del apóstol san Pablo, podemos decir que en el gran jubileo del año 2000 "se ha manifestado la gracia salvadora de Dios a todos los hombres (...) y la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor a los hombres" (Tt 2,11 Tt 3,4). En la transición histórica que está viviendo la humanidad, este Año santo ha tenido la función providencial de hacer que en todo el mundo resonara nuevamente la "buena nueva": "Dios amó tanto al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3,16). El jubileo ha señalado, al inicio del siglo XXI y del tercer milenio, a Cristo, única salvación y esperanza de la humanidad, como punto cierto desde donde recomenzar.

8 2. Por todo esto debemos dar gracias a Dios, como ya hemos hecho especialmente durante la solemne celebración de clausura del jubileo. Pero nuestra acción de gracias a Dios tiene que ir acompañada por nuestra gratitud a los hombres. Y nuestro encuentro me ofrece la grata oportunidad de expresaros, una vez más, mi sincero agradecimiento a cada uno de vosotros y a los organismos que representáis. En diferentes ámbitos habéis contribuido, con vuestra colaboración concreta, al éxito de cada etapa del camino jubilar.

En las personas del cardenal presidente y del monseñor secretario, deseo, en primer lugar, expresar mi profunda gratitud a los miembros del Comité central para el gran jubileo: cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos y laicos. Han trabajado en múltiples sectores: la planificación teológico-pastoral, el servicio de acogida, el servicio litúrgico y espiritual, la información, la asistencia y la administración. Se ha tratado de una fructuosa e intensa experiencia de trabajo y comunión, en la que cada uno ha actuado en colaboración con los demás miembros de las oficinas y organismos de la Santa Sede y del Estado de la Ciudad del Vaticano, con el Vicariato de Roma y con muchas otras instituciones civiles.

Quisiera mencionar aquí con gratitud la estrecha colaboración con el Gobierno italiano, a través de la Comisión mixta ítalo-vaticana y con la Comisaría extraordinaria, instituida oportunamente con vistas al jubileo. Pienso en la contribución constante que ha dado la región del Lacio, la provincia y, de modo muy especial, el ayuntamiento de Roma. Atento y preciso como siempre ha sido el servicio de los diferentes cuerpos de las Fuerzas de seguridad, coordinados por el ministerio del Interior. Doy las gracias asimismo al ministerio de Obras públicas por haber coordinado oportunamente la realización de importantes infraestructuras y obras, que, una vez terminado el jubileo, quedan para la ciudad de Roma y la nación.

Recuerdo también la actividad de la Agencia romana para el jubileo y la presencia muy numerosa de voluntarios: ha sido una presencia simpática y sorprendente, que Roma no olvidará. Felicito a las sociedades, a los bancos y a las empresas que, con sus contribuciones, han permitido afrontar las múltiples exigencias financieras y han ayudado a los peregrinos pobres, costeando su viaje y su estancia en Roma. Agradezco de corazón a L'Osservatore Romano, al Centro televisivo vaticano, a Radio Vaticano y a la RAI, su profesionalidad y su disponibilidad en la transmisión de los acontecimientos jubilares, con la contribución de numerosos expertos y el apoyo constante del Consejo pontificio para las comunicaciones sociales.

Desde luego, la lista de las personas a las que habría que dar las gracias es mucho más larga. Por medio de vosotros, aquí presentes, deseo llegar a todos -verdaderamente a todos- los que han trabajado para el gran jubileo. Pido, además, a quienes han dado generosamente su contribución espiritual mediante la oración y el sufrimiento -a las personas ancianas, a los enfermos, a los religiosos y a las religiosas de vida contemplativa- que prosigan esta valiosa misión, para que las semillas sembradas durante el jubileo sigan produciendo frutos abundantes en los años futuros.

3. Ahora reanudamos el camino del "tiempo ordinario". También vosotros, que durante este período habéis afrontado un esfuerzo suplementario, volvéis a vuestras actividades habituales. Y, sin embargo, en cierto sentido, nada es como antes. En efecto, el Año jubilar ha impreso en cada uno, y especialmente en vosotros, un "estilo" de vida y trabajo que debe conservarse.

El pasado 6 de enero se nos ha entregado una valiosa herencia, que hay que transmitir a las generaciones futuras, según dos líneas principales. Ante todo, manteniendo a Cristo en el centro de la vida personal y social. Los frutos de santidad que demos en la vida ordinaria mostrarán si hemos vivido verdaderamente el jubileo.

En segundo lugar, es preciso llevar por doquier el testimonio de la caridad que se convierte en perdón, servicio, disponibilidad y comunión. Parafraseando el Evangelio, podríamos decir: "En esto reconocerán que habéis vivido el jubileo: si os amáis los unos a los otros".

Esta es la consigna que os dejo, amadísimos hermanos y hermanas, al mismo tiempo que renuevo a todos y a cada uno la expresión de mi gratitud. María, Estrella del tercer milenio, os acompañe y guíe cada paso de vuestra existencia. Os deseo todo bien y os bendigo de corazón a vosotros y a vuestros seres queridos.








AL NUEVO EMBAJADOR DE LA SOBERANA


ORDEN MILITAR DE MALTA


Viernes 12 de enero de 2001



Señor embajador:

9 1. Con profundo agrado recibo las cartas con las que el gran maestre de la Soberana Orden Militar de Malta lo acredita como embajador extraordinario y plenipotenciario ante la Santa Sede. Le agradezco las amables palabras que me ha dirigido en este momento en que se dispone a cumplir la misión que se le ha confiado, y le doy de buen grado mi cordial bienvenida.

A través de su persona quiero enviar un saludo deferente al eminentísimo príncipe fray Andrew Bertie y al Consejo que colabora con él en el gobierno de la Orden. Mi amable saludo se extiende también a todos los miembros de la benemérita institución que usted representa y a sus respectivas familias, asegurando a cada uno mi constante benevolencia y mi aprecio por su diligente testimonio de fe cristiana y caridad evangélica.

Este encuentro tiene lugar pocos días después de la clausura del gran jubileo, durante el cual los miembros de la Orden se han prodigado en la asistencia a los peregrinos, desplegando generosamente medios y energías para satisfacer sus necesidades. Por tanto, deseo expresar por medio de usted a los numerosos voluntarios y miembros de la Soberana Orden Militar de Malta mi profundo agradecimiento por ese servicio tan solícito.

2. Después de la enriquecedora experiencia espiritual del jubileo, la Iglesia se dispone a proseguir su camino. Entra en el nuevo milenio partiendo nuevamente de Cristo, deseosa de ser testigo de su amor entre todos los hombres.

Es para mí motivo de gran consuelo haber escuchado de sus labios, señor embajador, que la Orden, fiel a su carisma de la tuitio fidei y del obsequium pauperum, apoya de corazón este programa de la Iglesia.

Ante una humanidad sedienta de verdad y solidaridad, ¡cómo no subrayar la oportuna unión y casi la fusión de estos dos objetivos que caracterizan en todo continente la cualificada misión de los caballeros de la cruz blanca octagonal! En la carta apostólica Novo millennio ineunte escribí que "es la hora de una nueva "creatividad de la caridad", que promueva no tanto y no sólo la eficacia de las ayudas prestadas, sino la capacidad de mostrarse cercanos y solidarios con quien sufre, para que el gesto de ayuda no sea percibido como limosna humillante, sino como un compartir fraterno" (n. 50).

Testigos y ministros de Dios que es Amor (cf.
1Jn 4,8 1Jn 4,16), los caballeros y las damas de la Soberana Orden Militar de Malta están llamados a proseguir con renovada entrega, en el nuevo milenio, su acción de buenos samaritanos, siempre dispuestos a inclinarse sobre las heridas del hombre para derramar en ellas el aceite de la compasión y el bálsamo de la caridad.

3. Durante sus más de nueve siglos de existencia, vuestra benemérita Orden se ha caracterizado siempre por un vínculo particular con la Sede de Pedro. Lo recordó mi venerado predecesor el Papa León XIII en la carta apostólica Solemne semper con la que, en 1879, reconstituyó el Gran Maestrazgo de la Orden de Malta.

Después de él, muchos Pontífices han elogiado a vuestra Orden por su sintonía constante y leal con la Sede apostólica. Ha actuado y sigue actuando de este modo, dialogando con todas las culturas, para contribuir a la promoción de la civilización del amor y de la paz. Su presencia en el ámbito internacional se apoya también en su especial "Carta" constitutiva, que remite a los valores fundamentales de la misericordia y la caridad, en los que la Orden se ha inspirado constantemente en el curso de los siglos.

Señor embajador, estos son los rasgos que caracterizan a la ilustre institución que usted representa.
La fidelidad al ideal evangélico y al Sucesor de Pedro ha costado a numerosos miembros de la Orden a lo largo de la historia su sangre, y aún hoy adorna con honor vuestro estandarte. En la situación actual, en la que los mecanismos impersonales de grandes transformaciones económicas y tecnológicas contribuyen a enriquecer a quien ya posee las mayores fortunas, os pido que intensifiquéis, en la medida de vuestras posibilidades, las intervenciones. Seguid trabajando por una humanización y una participación de los recursos que Dios ha destinado en igual medida a todos los hombres. No os desalentéis frente a la dureza de la competencia "sin corazón" y "sin misericordia" (cf. Rm Rm 1,31), ni frenéis vuestra acción ante ningún obstáculo; por el contrario, seguid siendo hospitalarios, es decir, hombres y mujeres de fe con un corazón rico en misericordia, generosos e intrépidos en la defensa de las razones y los derechos de los pobres.

10 4. Señor embajador, en este momento en que empieza su misión, deseo confirmar a toda la Orden, que usted representa, mis sentimientos de estima y afecto. Espero cordialmente que la Soberana Orden Militar de Malta siga brillando, como es su tradición, por un auténtico y vivificante espíritu de caridad cristiana, capaz de aliviar, sanar y redimir de la indigencia no sólo los cuerpos necesitados sino también las almas, a menudo envueltas en mayores angustias.

Con estos sentimientos, invoco sobre el príncipe gran maestre, sobre todos los caballeros y las damas de la Orden, así como sobre su persona y sobre la misión que emprende hoy, la abundancia de las gracias divinas, confirmando estos votos con la bendición apostólica, que imparto de todo corazón.








Discursos 2001