Discursos 2000 273


MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II

AL PUEBLO HÚNGARO CON MOTIVO DEL MILENARIO

DE LA CORONACIÓN DEL REY SAN ESTEBAN


: Amadísimos hermanos y hermanas en Cristo;
amado pueblo húngaro:

1. Te Deum laudamus, Te Dominum confitemur! Estas gozosas palabras del himno Te Deum corresponden muy bien a la solemne celebración del primer milenio de la coronación de san Esteban. En esta hora de gracia el pensamiento va a ese acontecimiento clave que marca el nacimiento del Estado húngaro. Con corazón agradecido, deseamos alabar a Dios y darle gracias por los dones que ha recibido el pueblo de Hungría durante estos mil años de historia.

274 Es una historia que comienza con un rey santo, más aún, con una "familia santa": Esteban con su esposa, la beata Gisela, y su hijo san Emerico, constituyen la primera familia santa húngara. Será una semilla que brotará y suscitará una multitud de nobles figuras que ilustrarán la Pannonia sacra: ¡basta pensar en san Ladislao, santa Isabel y santa Margarita!

De igual modo, examinando el tormentoso siglo XX, ¡cómo no recordar las grandes figuras del cardenal József Mindszenty, del beato obispo mártir Vilmos Apor y del venerable László Batthyány-Strattmann! Es una historia que se desarrolla a lo largo de los siglos con una fecundidad que a vosotros corresponde seguir enriqueciendo con nuevos frutos en los diversos campos de la actividad humana.

En su glorioso pasado, Hungría ha sido también baluarte de defensa de la cristiandad contra la invasión de los tártaros y los turcos. Ciertamente, en un arco de tiempo tan amplio no han faltado momentos oscuros; no faltó la experiencia amarga de retrocesos y derrotas, sobre los que es preciso hacer un examen crítico que ilumine las responsabilidades e impulse a recurrir, en definitiva, a la misericordia de Dios, el cual sabe sacar el bien incluso del mal. Sin embargo, en su conjunto la historia de vuestra patria está llena de espléndidas luces, tanto en el ámbito religioso como en el civil, hasta el punto de que suscita la admiración de cuantos emprenden su estudio.

2. En los albores del milenio destaca la figura del santo rey Esteban. Quiso fundar el Estado sobre la piedra sólida de los valores cristianos y, por eso, deseó recibir la corona real de manos del Papa, mi predecesor Silvestre II. De ese modo, la nación húngara se constituía en profunda unidad con la cátedra de Pedro y se unía con vínculos estrechos a los demás países europeos, que compartían la misma cultura cristiana. Precisamente esta cultura fue la savia que, impregnando las fibras del árbol en crecimiento, aseguró su desarrollo y su consolidación, preparando su futuro y extraordinario florecimiento.

En el cristianismo la verdad, la justicia, la bondad y la belleza forman una admirable armonía bajo la acción de la gracia, que todo lo transforma y eleva. El mundo del trabajo, del estudio y de la investigación, la realidad del derecho, el rostro del arte en sus múltiples expresiones, el sentido de los valores, y la sed -a menudo inconsciente- de cosas grandes y eternas, así como la necesidad de absoluto presente en el hombre, encuentran su puerto en Jesucristo, que es el camino, la verdad y la vida. Esto es lo que quería destacar san Agustín cuando afirmaba que el hombre ha sido creado para Dios y que, por esta razón, su corazón estará inquieto hasta que descanse en él (cf. Confesiones I, 1).

Esta inquietud creativa pone de manifiesto todo lo que es más profundamente humano: el sentido de pertenencia a Dios, la búsqueda de la verdad, la necesidad insaciable del bien, la sed ardiente de amor, el hambre de libertad, la nostalgia de la belleza, el asombro ante las cosas nuevas, y la voz suave pero imperativa de la conciencia. Por eso precisamente esta inquietud muestra la verdadera dignidad del hombre, que en lo más profundo de su ser advierte que su destino está unido indisolublemente al destino eterno de Dios. Todo intento de eliminar o ignorar esta necesidad irreprimible de Dios reduce y empobrece el dato original del hombre: el creyente, consciente de esto, debe testimoniarlo en la sociedad, para servir también de esta manera a la auténtica causa del hombre.

3. Todo el mundo sabe que vuestra nobilísima nación se ha formado en el regazo materno de la santa Iglesia. Por desgracia, en las dos últimas generaciones no todos han tenido la posibilidad de conocer a Jesucristo, nuestro Salvador. Ese período de la historia estuvo marcado por tribulaciones y sufrimientos. Ahora os compete a vosotros, cristianos húngaros, la tarea de llevar el nombre de Cristo y anunciar su buena nueva a todos vuestros queridos compatriotas, dándoles a conocer el rostro de nuestro Salvador.

Cuando san Esteban escribió sus Observaciones para su hijo Emerico, ¿quería dirigirse solamente a él? Esta es la pregunta que os formulé en mi primer viaje pastoral a Hungría, durante la inolvidable celebración en la plaza de los Héroes, el 20 de agosto de 1991. Os dije entonces: "¿Acaso no escribió sus Observaciones para todas las futuras generaciones de húngaros, para todos los herederos de su corona? (...). Vuestro rey santo, queridos hijos e hijas de la nación húngara, no sólo os ha dejado como herencia la corona real, que recibió del Papa Silvestre II; os ha dejado también su testamento espiritual, una herencia de valores fundamentales e indestructibles: la verdadera casa edificada sobre la roca" (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 6 de septiembre de 1991, p. 12).

Por lo demás, sigue siendo actual cuanto ese santo rey recordaba a su hijo en ese texto venerando: "Un país que tiene una sola lengua y una sola tradición es débil y decadente. Por eso, te recomiendo que acojas con benevolencia a los forasteros y los honres, de manera que prefieran estar contigo y no en otro lugar" (Observaciones, VI). ¡Cómo no admirar la perspicacia de este consejo! En él se delinea la concepción de un Estado moderno, abierto a las necesidades de todos, a la luz del evangelio de Cristo.

4. Amadísimos hermanos y hermanas húngaros, que la fidelidad al mensaje cristiano os lleve hoy también a vosotros a cultivar los valores del respeto recíproco y la solidaridad, que tienen su fundamento indestructible en la dignidad de la persona humana. Acoged, dando gracias a Dios, el don de la vida y defended con valentía su valor sagrado, desde su concepción hasta su término natural. Sed conscientes de la centralidad de la familia para una sociedad ordenada y floreciente. Por esta razón, promoved iniciativas inteligentes para proteger su solidez e integridad. Sólo una nación que cuente con familias sanas y sólidas es capaz de sobrevivir y escribir una gran historia, como sucedió en vuestro pasado.

Que a los católicos de Hungría no les falte tampoco la voluntad de cultivar, junto con los miembros de las demás confesiones cristianas, relaciones de sincero ecumenismo, para ser testigos auténticos del Evangelio. Hace mil años, la cristiandad aún no se había dividido. Hoy se siente cada vez con mayor fuerza la necesidad de restablecer la unidad eclesial plena entre todos los creyentes en Cristo. Las divisiones de los últimos siglos han de superarse, en la verdad y en el amor, con esfuerzo apasionado e incansable.

275 Favoreced y apoyad, asimismo, todas las iniciativas encaminadas a promover la concordia y la colaboración dentro de la nación y con las naciones vecinas. Habéis sufrido juntos durante los largos períodos de prueba que se abatieron sobre vosotros y otros pueblos; ¿por qué no podríais vivir juntos también en el futuro? La paz y la concordia serán para vosotros fuente de todo bien. Estudiad vuestro pasado, y del conocimiento de las vicisitudes de los siglos transcurridos procurad sacar las ricas enseñanzas de la historia, magistra vitae, también con vistas a vuestro futuro.

5. Salvum fac populum tuum, Domine, et benedic hereditati tuae! Con esta invocación, que también el Te Deum pone en nuestros labios, nos dirigimos al Señor para implorar su ayuda en el nuevo milenio que se abre. Se la pedimos por intercesión de la Virgen María, la Magna Domina Hungarorum, cuya veneración se debe, en gran parte, a la valiosa herencia del rey san Esteban. A ella le había ofrecido su corona, como signo de consagración del pueblo húngaro a su protección celestial. ¡Cuántas imágenes que evocan ese gesto se encuentran en vuestras iglesias! Ojalá que, siguiendo el ejemplo del santo rey, también vosotros pongáis vuestro futuro bajo el manto de la Mujer a quien Dios encomendó su Hijo unigénito. Hoy llevaréis solemnemente en procesión por las calles de vuestra capital la mano derecha de san Esteban, con la que ofreció su corona a la santísima Virgen María: ¡que la santa mano de vuestro antiguo rey acompañe y proteja siempre vuestra vida!

Con estos pensamientos, quiero estar presente espiritualmente en vuestras solemnes celebraciones, enviando un saludo deferente al señor presidente de la República y a todas las autoridades de la nación, al señor cardenal arzobispo, a todos los hermanos en el episcopado, a sus colaboradores y a las ilustres delegaciones que han ido a Budapest para esa solemne circunstancia, así como a toda la noble nación húngara.

En el año del gran jubileo de la encarnación del Hijo de Dios y en el solemne milenario de vuestra nación invoco sobre todos vosotros la más generosa bendición de Dios Padre, rico en misericordia, de Dios Hijo, nuestro único Redentor, y de Dios Espíritu Santo, que renueva todas las cosas. ¡A él gloria y honor por los siglos de los siglos!

Castelgandolfo, 16 de agosto de 2000, vigésimo segundo año de mi pontificado

MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II

A LOS PARTICIPANTES EN EL "MEETING

PARA LA AMISTAD ENTRE LOS PUEBLOS"




Al venerado hermano
Mons. MARIANO DE NICOLÒ
Obispo de Rímini

Con ocasión del XXI Meeting para la amistad entre los pueblos, que como cada año se celebrará en Rímini, me complace enviarle a usted, a los organizadores y a los participantes en ese encuentro, mi más cordial saludo.

Para la edición de este Año santo, en el que la Iglesia celebra el gran jubileo bimilenario del nacimiento de Cristo, se ha elegido oportunamente como tema del Meeting: "Dos mil años, un ideal sin fin". Así, se ha querido centrar la atención en el acontecimiento cristiano, que se manifestó en Belén y se proyectó en el horizonte del reino de Dios.

El nacimiento de Jesús, como recordé al convocar el jubileo, "no es un hecho que se pueda relegar al pasado. En efecto, ante él se sitúa la historia humana entera: nuestro hoy y el futuro del mundo son iluminados por su presencia" (Incarnationis mysterium, 1). Con el tema de este Meeting, con las reuniones que durante la semana, desarrollarán sus contenidos, pero sobre todo con la realidad misma de esa asamblea anual, queréis haceros eco, de manera explícita y consciente, del gran misterio que toda la Iglesia está reviviendo a lo largo del Año jubilar: la encarnación del Hijo de Dios. Se trata de un misterio que trasciende al hombre y la historia, y al mismo tiempo los atraviesa profundamente: Jesús es "la verdadera novedad que supera todas las expectativas de la humanidad"; al encontrarse con él, "todo hombre descubre el misterio de su propia vida" (ib.).
276 Estas palabras, que describen la esencia del cristianismo, abren el acceso al horizonte que evoca el tema del Meeting: "un ideal sin fin".

En el lenguaje corriente, el término "ideal" se entiende frecuentemente como opuesto a "real", como algo a lo que se aspira, pero en el ámbito del pensamiento, es decir, de las "ideas", a veces sin un fundamento concreto en la realidad. Por el contrario, en el cristianismo, el ideal es un objetivo infinitamente grande, inmensamente bello y verdadero, sumamente justo, una meta a la que se dirige nuestro corazón con todas sus fuerzas, sin saciar jamás su deseo; pero, al mismo tiempo, es algo que ya poseemos, más aún, algo que nos posee, y que corresponde a nuestro ser y a sus expectativas, confiriendo un fundamento de sólido realismo a nuestra esperanza de infinito.

Los cristianos son conscientes de esto por su misma experiencia, meditada a la luz de la sagrada Escritura y vivida siguiendo a Cristo. Ningún acontecimiento, en la larga historia del mundo, corresponde al ideal como la persona de Jesús de Nazaret, el Verbo encarnado.Él, que es el primogénito de todos nosotros (cf. Col
Col 1,18), teniendo en sí la plenitud de toda dimensión humana (cf. Col Col 1,19), ha puesto en nuestro corazón una insaciable nostalgia de esa plenitud, que nos impulsa a buscarla a través de las diversas experiencias de la vida.

Se trata de "un ideal sin fin", que se cruza con el camino de la Iglesia. Por tanto, la historia de la Iglesia es fascinante, y hoy estamos llamados a darle nuestra contribución: mostrar a los hombres de nuestro tiempo la racionalidad de la fe, el humanismo de la caridad y la energía constructiva de la esperanza. Para que esto sea posible, es necesario que el ideal cristiano no se reduzca a sueño, ideología o utopía, sino que en los creyentes llegue a ser cada vez más anuncio, testimonio y vida.

Nos guía y nos ilumina en esto el ejemplo de los santos, que en Cristo encontraron la luz y el apoyo diario para su camino y su compromiso al servicio del reino de Dios. Precisamente la santidad es la meta de todos nosotros: demuestra que el ideal de Cristo es un ideal sin fin. A cuantos participen en la asamblea programada, y a todos los amigos del Meeting, les deseo que sigan las huellas de la multitud de hombres y mujeres que en el arco de dos mil años han sido testigos generosos de ese ideal inmutable, para que sea semilla de esperanza en los surcos del tercer milenio.

Con estos sentimientos, le imparto complacido a usted, venerado hermano, y a toda la "familia del Meeting", la bendición apostólica.

Vaticano, 2 de agosto de 2000

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LAS BENEDICTINAS DE LA DIVINA PROVIDENCIA,

CON MOTIVO DE LA CELEBRACIÓN


DE SU XXII CAPÍTULO GENERAL


Viernes 25 de agosto de 2000



Amadísimas religiosas Benedictinas de la Divina Providencia:

1. Me alegra acogeros y daros a cada una de vosotras mi cordial bienvenida. Os agradezco esta visita, con la que queréis confirmar vuestra fidelidad al Sucesor de Pedro, con ocasión de vuestro XXII capítulo general, mientras sigue vivo el recuerdo del 150° aniversario de la fundación de vuestro instituto, celebrado el año pasado.

Deseo expresaros mi aprecio por el bien que realizáis en numerosos países del mundo y sobre todo por el amor con que os ponéis al servicio del Evangelio, atentas a las expectativas y a las necesidades de los niños, de los pobres y de los que sufren. Al mismo tiempo, quisiera reflexionar con vosotras sobre las nuevas fronteras que el Señor os indica, para que la experiencia madurada por vuestra congregación durante estos largos años constituya, al comienzo del nuevo milenio, la feliz premisa para una estación apostólica y misionera aún más fecunda.

277 Vuestro instituto nació como un pequeño grano de mostaza en la ciudad de Voghera, en la diócesis de Tortona, por la fe y la generosidad de las hermanas María y Justina Schiapparoli, llamadas por el Señor a convertirse en madres amorosas de gran número de niños mendigos y expuestos a un futuro lleno de peligros materiales y morales. Así, decidieron abrir su casa a algunas niñas abandonadas, para que se "formaran en la religión, en la virtud y en las labores de su estado" (Carta de María y Justina Schiapparoli, 20 de diciembre de 1860), y, como medio para proveer a las necesidades diarias, eligieron el trabajo de costura, en el que eran expertas.

El Señor bendijo el nuevo instituto, que enseguida comenzó a desarrollarse, gracias a la llegada de numerosas jóvenes, atraídas por el mismo ideal apostólico. En 1936, año en el que la Sede apostólica aprobó y confirmó las Constituciones de la congregación, comenzó a extender sus ramas también más allá del océano. Hoy vuestra familia religiosa está presente, además de en Italia, en Brasil, Paraguay, Bolivia, México, Guinea Bissau, Kenia, Rumanía, Albania e India, como "humilde instrumento de caridad misericordiosa" para la "juventud pobre, inadaptada y en condiciones peligrosas" (Constituciones, 1 y 5).

2. En el marco rico en gracia y esperanza del gran jubileo del año 2000, habéis elegido para vuestro capítulo general un tema muy interesante: "Refundación de la vida religiosa como religiosas Benedictinas de la Divina Providencia: mística, vida fraterna y misión". De este modo, os proponéis examinar, con humildad y valentía, las fuentes espirituales de vuestro instituto, para cobrar nuevo vigor y afrontar los desafíos que se presentan a vuestra labor apostólica, al comienzo del tercer milenio cristiano. Al contemplar la singular experiencia de vuestras fundadoras, deseáis realizar una especie de "refundación" de vuestro "estilo de vida", mediante una mayor adhesión a Cristo, piedra angular, que "es el mismo ayer, hoy y siempre" (
He 13,8).

Esa elección, a la vez que exige de cada religiosa Benedictina de la Divina Providencia un fuerte compromiso de conversión interior y de gozosa disponibilidad a la llamada del Señor, requiere, además, fidelidad creativa al carisma y búsqueda atenta de un estilo de vida religiosa capaz de realizar "la convergencia armoniosa de la vida interior con la actividad apostólico-caritativa, entendidas como exigencias inseparables de la consagración religiosa" (Constituciones, 2). En todo esto se refleja la espiritualidad de san Benito, cuyo lema "ora et labora" destaca en el escudo de vuestro instituto. De esa manera, queréis volver a proponer el rostro auténtico de vuestra congregación para atraer al ideal apostólico que la distingue a nuevas jóvenes deseosas de encontrarse con Cristo y reconocerlo en los rostros, a menudo extraviados, de un sinfín de hermanos débiles e indefensos.

3. Para alcanzar este objetivo, durante la asamblea capitular habéis identificado en la mística, en la vida fraterna y en la misión los caminos privilegiados para seguir siendo, a ejemplo de vuestras fundadoras, "presencia de Providencia". Deseáis realizar vuestra misión sobre todo en el mundo de la infancia abandonada, de los niños marginados, de los jóvenes y de los adolescentes, condicionados por la moderna mentalidad consumista y, a menudo, víctimas de diferentes tipos de violencia.

Sabéis bien que todo auténtico proyecto de renovación debe basarse en la profundización de la fidelidad a Cristo en la Iglesia. Precisamente en este contexto tenéis que volver a considerar vuestra consagración y vuestra misión. Queréis hacerlo contemplando los ejemplos de María, la Virgen orante y fiel, y poniéndoos a la escucha de las enseñanzas de san Benito, gran maestro de vida espiritual. La Virgen posee las llaves de cuanto Dios da con amor a los hombres, y el santo de Nursia, vuestro "protector especial y padre", os guía con su Regla, en la que recomienda a sus hijos no anteponer nada al amor de Cristo (cf. Regla benedictina, 4, 21).

La Virgen y el santo patriarca fueron las referencias sólidas de la experiencia mística de las siervas de Dios María y Justina Schiapparoli, que vivieron con confiado abandono a la divina Providencia, a la que encomendaron toda su obra. Esa confianza las impulsó a ser sencillas y humildes, abrazando con sencillez y alegría la dura fatiga diaria. Amaron y supieron infundir en sus hijas espirituales un auténtico espíritu de familia, capaz de implicar también a las niñas acogidas en su casa.

4. Hermanas amadísimas, el ejemplo de vuestras fundadoras os recuerda que la auténtica dimensión mística se debe traducir en experiencia de vida fraterna y en compromiso apostólico. En efecto, así se manifiesta y se concreta el amor a Dios, la confianza en la Providencia y el espíritu de pobreza. Las Constituciones os recuerdan que "la comunión con las hermanas conlleva saberse aceptar y ayudar fraternalmente, compartir todo: alegrías, dolores, ideas, oraciones, trabajo, y practicar la misericordia" (Art. 63).

Desde esta perspectiva, os esforzáis por superar la tentación del individualismo, procurando cultivar una auténtica espiritualidad de comunión. Esto es lo que impulsará a cada religiosa y a cada comunidad a vivir una pertenencia renovada y consciente a la Iglesia universal y particular, así como a la propia familia religiosa, y a ser imagen cada vez más visible y acogedora de la divina Providencia.

5. "No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. (...) Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso. Sobre todo, buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura" (Mt 6,31-33). Estas palabras del Evangelio constituyeron el horizonte espiritual y el programa de vida de las siervas de Dios María y Justina Schiapparoli. En la contemplación del Padre celestial aprendieron a transformar su vida en un continuo acto de amor a los niños, con una actitud de total abandono a la Providencia.

A sus hijas espirituales les encomendaron la tarea de proseguir por ese mismo camino evangélico. Se trata de una misión que, al inicio del siglo XXI, es particularmente actual. ¿No es verdad que, por desgracia, en vastas áreas del planeta la infancia es aún víctima del hambre, de las guerras, de terribles enfermedades, como el sida, y de la perversión de adultos sin escrúpulos, que asechan su inocencia y ponen en grave peligro su futuro? No se puede afrontar tantas formas de pobreza y necesidad sin una gran confianza en la divina Providencia; por el contrario, abandonándose a ella es posible convertirse, de algún modo, en su prolongación, "según las exigencias y las circunstancias de los tiempos y los lugares".

278 Este es el desafío que se plantea a vuestro capítulo. Exige un corazón grande y lleno de fe, capaz de buscar siempre el reino de Dios y su justicia con audacia profética y plena confianza en la divina Providencia. Deseo de corazón que la renovada fidelidad al carisma de vuestras fundadoras os ayude a dar testimonio acogiendo a los "últimos", reconociendo en ellos la auténtica imagen de Cristo, que debe ser honrada, acogida y restablecida.

6. Amadísimas hermanas, sed conscientes de vuestra vocación y proseguid por el camino emprendido. Vuestra vocación de religiosas Benedictinas de la Divina Providencia constituye un don valioso para la Iglesia; comprometeos a vivirla en perenne sintonía con la misión evangelizadora de toda la comunidad eclesial. Llamadas a ser "prolongación de la divina Providencia", estad dispuestas a testimoniar por doquier, con fervor siempre nuevo, los grandes valores de la oración, de la comunión fraterna, de la laboriosidad y del servicio evangélico a los niños, a los abandonados y a los marginados. Ojalá que cada una de vuestras comunidades sea anuncio concreto de la civilización del amor, que tiene su fundamento y su esperanza en la ternura providente de Dios.

Encomiendo los trabajos de la asamblea capitular y toda vuestra congregación a la protección celestial de la santísima Virgen y de san Benito de Nursia. Os aseguro mi recuerdo en la oración por todas vuestras intenciones, e imparto complacido la bendición apostólica a la madre general, a las capitulares, a todas las hermanas, a quienes se hallan acogidos en vuestras casas y a cuantos colaboran en vuestra misión.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A UNA PEREGRINACIÓN DE GUINEA

Viernes 25 de agosto de 2000



Querido hermano en el episcopado;
queridos amigos de Guinea:

Me alegra acogeros mientras realizáis vuestra peregrinación jubilar a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, antes de ir a Tierra Santa, a los lugares donde, hace dos mil años, el Hijo de Dios se hizo hombre, encarnándose en el seno de la Virgen María.

El itinerario de la peregrinación que emprendéis evoca el camino personal del creyente siguiendo las huellas del Redentor. ¡Ojalá que estos días privilegiados os permitan avanzar por el camino de la santidad cristiana gracias a una profunda preparación interior y a la conversión del corazón! En efecto, al venir aquí como peregrinos, os habéis comprometido de manera significativa a avanzar con una fidelidad renovada por la senda que conduce a Cristo, a un encuentro personal con él, para vivir cada vez más de acuerdo con su Evangelio.

Cruzar el umbral de la Puerta santa, que representa a la persona de Cristo, se convierte en el signo del paso que todo cristiano está llamado a efectuar de las tinieblas del pecado a la luz de la gracia. El creyente, al confesar que Jesús es el Señor y reafirmar su fe para vivir la vida nueva que se le ha dado, manifiesta también que Cristo lo hace entrar más profundamente en la Iglesia y participar plenamente en su misión.

Queridos amigos, os invito a hacer de vuestra peregrinación jubilar un tiempo de renovación espiritual, para poner efectivamente a Cristo en el centro de vuestra vida. Al volver a vuestro país, sed, con toda vuestra existencia, testigos ardientes y generosos del amor personal y único que el Señor siente por todo hombre. Cumpliendo vuestras responsabilidades en la sociedad y en la Iglesia, en colaboración con los hombres y las mujeres de buena voluntad, trabajad sin cesar para construir un mundo digno del hombre y digno de Dios, promoviendo la justicia y la solidaridad.
Sed artífices de paz y fraternidad. Seguid las huellas de Cristo, que os llama a una vida nueva.

279 Encomendando vuestras personas y vuestra peregrinación a la protección materna de la Virgen María, le pido que os obtenga de su Hijo la abundancia de la gracia y de la misericordia. A todos os imparto de corazón la bendición apostólica.

MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II

AL PADRE JOSÉ AGUSTÍN ORBEZEGO,

SUPERIOR GENERAL DE LOS PASIONISTAS,


CON OCASIÓN DE SU XLIV CAPÍTULO GENERAL




Al reverendísimo padre

JOSÉ AGUSTÍN ORBEGOZO

Superior general de los pasionistas

1. Me alegra dirigirle este mensaje con ocasión del XLIV capítulo general de la Congregación de la Pasión de Cristo, que se está celebrando en Itaicí, en el Estado brasileño de São Paulo. Le dirijo mi cordial saludo, que con afecto hago extensivo a los padres capitulares, comprometidos, juntamente con usted, en un esfuerzo de reflexión y planificación de gran importancia para la familia espiritual pasionista.

El capítulo general es siempre un acontecimiento de gracia y constituye una fuerte invitación a buscar las auténticas raíces del instituto, garantizando así la fidelidad al propio carisma. Para vuestra congregación se trata de profundizar más en cómo vivir hoy la valiosa herencia confiada a todos sus hijos por san Pablo de la Cruz. Para hacerlo, es necesario ponerse humildemente a la escucha del Espíritu Santo con amorosa atención a los signos de los tiempos, verificando, adaptando e impulsando el singular don que Dios ha concedido a la Iglesia y al mundo a través de vuestro santo fundador.

2. Vuestra asamblea capitular tiene lugar durante el gran jubileo del Año santo 2000. Por primera vez se ha reunido en el continente latinoamericano, lejos de la casa general de San Juan y San Pablo, en el Celio, que mi predecesor Clemente XIV os confió en 1773. Con esta elección habéis querido rendir homenaje a ese gran continente en el V centenario de su evangelización, subrayando la índole misionera y universal de vuestra congregación y, al mismo tiempo, mostrando solidaridad con las regiones más marcadas, desgraciadamente, por la pobreza y la injusticia. Con esta significativa "peregrinación de la caridad" queréis, además, corresponder a cuanto expresé en la bula de proclamación del gran jubileo: "La entrada en el nuevo milenio alienta a la comunidad cristiana a extender su mirada de fe hacia nuevos horizontes en el anuncio del reino de Dios" (Incarnationis mysterium, 2) y estimula a los discípulos de Cristo a realizar con fervor "la tarea misionera de la Iglesia ante las exigencias actuales de la evangelización" (ib.).

¡Cómo no poner de relieve que, desde los orígenes, los jubileos han constituido para los pasionistas etapas significativas de renovada entrega al servicio de la Iglesia! En el Año santo 1725, vuestro fundador, en su peregrinación a Roma, obtuvo de mi predecesor Benedicto XIII la primera aprobación oral de la nueva familia religiosa y, en el Año santo 1750, con algunos de sus religiosos, predicó con fervor la misión jubilar en la iglesia romana de San Juan de los Florentinos, recibiendo elogios del Papa Benedicto XIV.

3. La reflexión teológica y el clima espiritual de este jubileo, año de "glorificación de la Trinidad" y "año intensamente eucarístico" (cf. Tertio millennio adveniente TMA 55), ofrecen una providencial oportunidad de enriquecimiento espiritual a vuestra familia religiosa, que, nacida en la Iglesia para "promover la grata memoria de la santa Pasión de nuestro Señor Jesucristo" (Reglas de san Pablo de la Cruz, de 1775), suprema y definitiva revelación del misterio trinitario, halla en la Eucaristía la energía necesaria para que toda la vida sea memoria y seguimiento de Cristo resucitado.

Esa sintonía con el acontecimiento jubilar se refleja también en el tema del capítulo: "Pasión de Jesucristo, pasión por la vida", que quiere subrayar cómo, a la luz del Crucificado, el sentido de la existencia es entregar la vida al servicio de los hermanos, "porque el Hijo del hombre ha venido para servir y dar su vida en rescate por muchos" (Mc 10,45).

La muerte de Jesús en la cruz constituye la máxima expresión de la vida que se entrega. Abre la entrada a la plenitud de la vida sin fin que el Padre concede al Hijo, aceptando su total sacrificio: "La cruz es la sobreabundancia del amor de Dios que se derrama sobre este mundo" (Vita consecrata VC 24).

La vida entregada por nosotros en la cruz se nos ofrece en alimento en la Eucaristía. Es vida humano-divina: es la vida que el Verbo tomó de la Virgen María en el momento de la encarnación; es la vida glorificada en la resurrección y en la ascensión al cielo; es la vida que el Hijo recibe del Padre en la eternidad.

280 Acogiendo con fe, por medio del Hijo, la vida del Padre, con la fuerza del Espíritu Santo, en la Eucaristía el creyente se sitúa en el centro mismo del misterio trinitario.

4. Esta es una profunda realidad de fe a la que cada uno de vosotros, queridos pasionistas, seguramente vuelve con frecuencia en la oración y en la meditación, con una actitud de humilde adhesión a la voluntad salvífica de Cristo. En la Eucaristía Jesús llama a cada uno de sus discípulos a ser, como él y con su ayuda, "pan partido" y "vino derramado" en favor de los hermanos, manteniendo siempre fija la mirada en el misterio de su muerte y resurrección.

En efecto, desde sus orígenes, los pasionistas han prestado a los fieles el valioso servicio de enseñar a contemplar la pasión de Cristo, que vuestro venerado fundador definía "la más grande y estupenda obra del amor de Dios". Muchos pasionistas lo han testimoniado hasta el martirio, como el obispo búlgaro Eugenio Bossilkov, Inocencio Canoura Arnau, Nicéforo Díez y sus veinticinco compañeros, a los que tuve el gozo de elevar a la gloria de los altares.

Contemplando el bien realizado, ¡cómo no pediros que continuéis siendo maestros de oración y testigos especiales de Cristo crucificado, sacando del misterio de la cruz la fuerza para cultivar generosamente la pasión por la vida, sobre todo a través del diálogo y el compartir en vuestras comunidades! ¡Cómo no recordaros que esa misión exige valor y gozo al afrontar el peso de los problemas de la vida religiosa en cada momento histórico particular! Para el creyente, el momento vivido reviste siempre las características de un "camino de éxodo", en el que "se contiene inevitablemente lo que pertenece al mysterium crucis" (Vita consecrata
VC 40).

El Crucificado nos ha amado "hasta el fin" (Jn 13,1), más allá de la medida y las posibilidades humanas del amor. He aquí el manantial del cual el pasionista, de un modo muy particular, debe sacar la propia espiritualidad: amar donde es más difícil amar; amar donde hay más necesidad de amor. La sociedad actual ofrece inmensos espacios para este apostolado especial.

En ese marco se sitúa también la predicación de las misiones al pueblo, apostolado tradicional de vuestra congregación desde los tiempos del fundador. A través de este singular método de apostolado podéis propagar la devoción a la pasión de Cristo entre la gente y en todos los ambientes. Ciertamente, a veces será necesario buscar nuevos métodos pastorales según las diversas culturas y tradiciones, pero vuestra atención primaria ha de continuar siendo siempre el anuncio de Cristo que, desde la cruz, renueva al hombre de todos los tiempos su invitación a seguirlo con fiel y dócil entrega. A ejemplo de san Pablo de la Cruz, el pasionista debe sentir como deber especial el ofrecer al pueblo cristiano esta ocasión excepcional de evangelización y conversión. Las misiones populares, entre otras cosas, se presentan sumamente oportunas también en el marco del Año jubilar. Además de ese compromiso, no descuidéis nunca los ejercicios espirituales al clero y al pueblo, al contrario, intensificadlos, ayudando a cultivar el espíritu de recogimiento y oración. Todas vuestras casas religiosas, a las que desde el principio se ha dado el nombre significativo de retiro, han de ser lugares de contemplación y silencio, para favorecer el encuentro con Cristo, nuestro divino Redentor.

5. En el programa de los trabajos capitulares habéis reservado un espacio especial para la reflexión acerca de cómo compartir el carisma pasionista con los seglares. Se trata de "uno de los frutos de la doctrina de la Iglesia como comunión", madurado en tiempos recientes y que constituye "un nuevo capítulo, rico de esperanzas, en la historia de las relaciones entre las personas consagradas y el laicado" (Vita consecrata, VC 54). Esto representa un signo de crecimiento de la vitalidad eclesial que urge acoger y desarrollar. Deseo de corazón que todos aquellos a quienes el Espíritu llama a acudir a las mismas fuentes de vuestro carisma encuentren en vosotros hermanos y sobre todo guías capaces no sólo de compartir con ellos el carisma, sino, principalmente, de formarles en una auténtica espiritualidad pasionista.

Encomiendo de buen grado los trabajos capitulares y todos vuestros generosos propósitos a la santísima Virgen, a san Pablo de la Cruz y a los numerosos santos y beatos que enriquecen la historia secular de vuestro instituto, para que os ayuden a volver a proponer hoy el carisma de los orígenes como fermento eficaz de fecundidad evangélica en el mundo actual.

Con estos deseos, a la vez que os aseguro mi recuerdo en la oración por cada uno de vosotros, por toda la familia pasionista y por aquellos con quienes entráis en contacto en vuestro ministerio apostólico diario, de corazón imparto a todos una especial bendición apostólica.

Castelgandolfo, 21 de agosto de 2000

Discursos 2000 273