Discursos 2000 280


MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

CON MOTIVO DEL CENTENARIO DE LA CORONACIÓN

DE LA VIRGEN DEL MONTE BÉRICO





Al venerado hermano cardenal

MARCO CÉ

281 Patriarca de Venecia

1. "La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros" (
2Co 13,13).

Con estas palabras del apóstol san Pablo le dirijo mi cordial saludo a usted, señor cardenal, a los venerados arzobispos y obispos de la región eclesiástica trivéneta, a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a los fieles, que han acudido a Monte Bérico para celebrar el centenario de la coronación de María, Madre de misericordia. Desde la primera mitad del siglo XV multitudes de devotos llenos de confianza se dirigen incesantemente a esa venerada imagen en busca de protección y paz.

Al comienzo de mi visita pastoral a la ciudad de Vicenza, del 7 al 8 de septiembre de 1991, también yo tuve la alegría de ir en peregrinación al santuario de Monte Bérico, para venerar a la Virgen santísima y pedirle que bendijera a las poblaciones vénetas y mostrara su ternura y su solicitud de Madre hacia quien sufre y aspira a la justicia y la paz. Conservo aún un vivo y grato recuerdo de los intensos momentos de oración que viví a sus pies, así como de la gran piedad popular que caracteriza la vida del santuario.

2. Hoy, mi pensamiento va al 25 de agosto de 1900, cuando el cardenal Giuseppe Sarto, patriarca de Venecia, junto con los obispos de la región conciliar, subió a Monte Bérico para coronar, en medio del júbilo del pueblo fiel, la imagen de María, Madre de misericordia. Aquel a quien tres años después la Providencia llamaría a ser Sumo Pontífice con el nombre de Pío X, y a quien hoy venera como santo la Iglesia universal, con gran piedad y confianza depositó a los pies de la Madre del Señor las alegrías, las esperanzas y las miserias de su pueblo, y entregó "como en depósito la preciosa corona de oro y gemas (...) a la religiosa custodia de los padres Siervos de María".

Aquella solemne celebración coronaba y embellecía con un nuevo testimonio de amor la oración incesante que desde hace siglos se eleva a la Madre del Señor en la basílica de Monte Bérico, providencial faro de espiritualidad mariana, donde innumerables personas han comenzado o incrementado la peregrinación interior que lleva al creyente hacia las cimas espirituales de la santidad. En ese templo se experimenta, como dije durante mi peregrinación apostólica a Vicenza, que la oración mariana es escuela de comunión eclesial, en la escucha de la mujer que ocupa en la Iglesia el puesto más elevado y más cercano a Cristo. María es para todos nosotros modelo de caridad activa, porque, al abrazar de todo corazón y sin entorpecimiento de pecado alguno la voluntad salvífica de Dios, se consagró totalmente a la persona y a la obra de su Hijo, contribuyendo, con él y bajo él, al misterio de la redención (cf. Discurso durante la visita al santuario de la Virgen de Monte Bérico, 7 de septiembre de 1991, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 13 de septiembre de 1991, p. 7).

3. Un siglo después de la solemne coronación, las Iglesias de la región eclesiástica trivéneta renuevan, por medio de sus respectivos pastores y en presencia de las autoridades y de una multitud de fieles, la profesión de fe en la santísima Trinidad, comprometiéndose a vivir como momento significativo del gran jubileo del año 2000 esta hora de serena alegría en torno a la Madre de Dios. A ella, "imagen y principio de la Iglesia, a la que sigue estando vitalmente unida por su comunión con el Redentor" (ib.), se encomiendan al comienzo del tercer milenio cristiano, para que Dios conceda a cada comunidad cristiana una renovada estación del Espíritu. Los creyentes contemplan a María con gratitud por el don de la fe límpida y profunda, que sigue suscitando maternalmente entre sus hijos, y con la certeza de que "nadie puede pensar en vivir una verdadera devoción a la Virgen si no está en sintonía plena con la Iglesia (...), a la que incumbe la tarea de verificar la legitimidad de las diferentes formas de religiosidad" (ib.).

A María, Madre de misericordia, que desde el Monte Bérico protege bajo su manto a todos sus hijos en las pruebas personales y comunitarias, incluso en los tiempos más difíciles y atormentados de la historia, la población véneta le ha pedido siempre que le manifieste su ternura y su amor, y ha recibido de ella ayuda y protección. Su presencia de paz, particularmente en la actual situación de bienestar social y económico, constituye para los creyentes una invitación a ser siempre dignos de su amor, profesando con valentía la fe en Cristo. Al ser Madre de la vida, María exhorta a todos los fieles a acoger con asombro y gratitud el don de la vida, desde su concepción hasta su ocaso natural. María pide, además, que cada uno sea compasivo con cuantos llaman a la puerta de su casa, porque tienen necesidad de perdón y reconciliación, de apoyo y solidaridad fraterna.

4. Dirijámonos con confianza a la Madre de la divina Misericordia. Quiera Dios que la celebración del centenario de la coronación de la Virgen de Monte Bérico constituya la ocasión propicia para un anuncio más generoso del Evangelio. Ojalá que el mensaje de Cristo, que en tiempos lejanos se difundió desde Aquileya, Adria y Concordia y desde las antiguas ciudades romanas de Padua y Verona, y que no se ha interrumpido jamás, reciba ahora nuevo impulso en cada comunidad del Trivéneto.

"María, Madre del Señor, que desde ese santuario has sido modelo y apoyo de innumerables sacerdotes, religiosos y laicos, que han ido a los más remotos lugares del mundo para anunciar y testimoniar la verdad revelada, sigue suscitando generosos testigos de verdad y caridad; estimula en el corazón de todos una pronta disponibilidad a la llamada divina; y concede a los jóvenes de las Iglesias del Trivéneto nuevo celo misionero.

"A tu protección celestial encomiendo a los pastores, a las comunidades religiosas, a los misioneros y a los catequistas, así como a los enfermos, a los ancianos, a los discapacitados, a los jóvenes y a las familias, de modo particular a las que están viviendo momentos de sufrimiento y de dificultad.
282 "De ti, Virgen santa, imploro la gracia de un profundo fervor apostólico y de la comunión plena para todos los fieles de las Iglesias del Trivéneto. A ti, Virgen de Monte Bérico, encomiendo la amada nación italiana, para que viva con prosperidad y paz y sepa ser instrumento de concordia duradera entre los pueblos.

"María, Madre de misericordia, ¡sé para nosotros apoyo en el camino hacia la patria celestial!".
Deseando que la celebración centenaria dé abundantes frutos espirituales, de buen grado le imparto a usted, señor cardenal, a los arzobispos y a los obispos del Trivéneto, al clero, a los religiosos, a las religiosas y a los laicos de la región una especial bendición apostólica, confiando su eficacia a la intercesión de la Madre celestial del Redentor.

Castelgandolfo, 22 de agosto de 2000

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A VARIOS GRUPOS DE PEREGRINO JUBILARES

Sábado 26 de agosto de 2000


Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Al venir a Roma para vuestra peregrinación jubilar, habéis querido incluir una etapa aquí, en Castelgandolfo, para saludar al Sucesor de Pedro. ¡Gracias por vuestro afectuoso gesto! Os agradezco la visita y doy a cada uno mi cordial bienvenida.


Procedéis de varias regiones; os anima el deseo interior de participar más intensamente de los especiales favores espirituales del Año santo, y estáis decididos a renovar vuestra adhesión de fe al Hijo de Dios, de cuyo nacimiento celebramos el bimilenario.


Saludo, ante todo, a monseñor Enrico Masseroni, arzobispo de Vercelli, a monseñor Tarcisio Bertone, arzobispo emérito, secretario de la Congregación para la doctrina de la fe, y a monseñor Giulio Nicolini, obispo de Cremona, que han guiado las peregrinaciones de sus respectivas comunidades diocesanas. Saludo a cuantos han querido acompañarlos: a los sacerdotes, a los consagrados, a los agentes pastorales, a las familias, a los jóvenes y a todos los que comparten la misma pasión por el Evangelio en la acción pastoral diaria. Por medio de vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, envío un cordial saludo a vuestras diócesis respectivas.


2. Amadísimos fieles de Vercelli, vuestra visita a los lugares sagrados, a las memorias de los apóstoles san Pedro y san Pablo, tiene para vosotros una doble finalidad. Es un momento intenso de oración, en vísperas de la reanudación de las actividades diocesanas en sus diferentes niveles, y, al mismo tiempo, es un gesto significativo con el que, tanto los pastores como el pueblo cristiano, queréis confirmar juntos vuestra fidelidad común a Cristo.


Al volver a vuestros hogares os espera el "septiembre pastoral", mes de encuentros y programación para establecer las líneas de la actividad apostólica común. Os interesáis, ante todo, por la acción de las parroquias, llamadas a ser auténticas fronteras de la evangelización, capaces de adaptarse a las nuevas situaciones sociales. En efecto, precisamente a través de esta importante red eclesial pasa, en primer lugar, la fuerza vivificante del Evangelio, que puede renovar la existencia de cuantos se muestran dispuestos a acogerlo. Esta tarea requiere valentía y prudencia, santidad de vida y entrega incansable al anuncio de la buena nueva, mediante la catequesis, la vida litúrgica y el testimonio de la caridad.


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Otra meta de vuestro compromiso consiste en proseguir el camino que estáis recorriendo desde hace tres años, mediante una acción pastoral dirigida principalmente a las familias, "enviadas" a evangelizar a las otras familias.


Además, la reciente e inolvidable Jornada mundial de la juventud os indica cuán importante es "anunciar a Jesucristo al mundo de los jóvenes". Espero que el "laboratorio de la pastoral juvenil", que habéis creado, sea cada vez más un instrumento que ayude a las generaciones jóvenes a acercarse a la persona del Redentor, para que encuentren en él el sentido profundo de su compromiso y la fuente inagotable de su felicidad.


La parroquia, las familias y los jóvenes son los ámbitos pastorales privilegiados que requieren singular atención, entrega generosa y constante pasión misionera por parte de todos.

Que la Virgen María os sostenga en vuestro esfuerzo, e interceda por vosotros san Eusebio, vuestro patrono e intrépido defensor de la ortodoxia de la fe en la Iglesia de su tiempo.


3. Amadísimos fieles de Cremona, mi pensamiento se dirige ahora a vosotros y, con especial simpatía, a los socios del Centro deportivo italiano, que han venido aquí en bicicleta o a pie. Vuestra segunda peregrinación jubilar se desarrolla en el clima y en continuidad ideal con la XV Jornada mundial de la juventud y el jubileo de los jóvenes, en los que estuvieron presentes mil jóvenes cremoneses.


A la luz del Evangelio, he definido ese emocionante acontecimiento, lleno de profunda intensidad espiritual, como un "laboratorio de la fe". Hoy quisiera aplicar esta misma imagen también a nuestro encuentro. Que os estimule a fortalecer la fe y el testimonio cristiano que esta mañana, después de cruzar la Puerta santa, habéis profesado con gran fervor ante la tumba del apóstol san Pedro: fe en Cristo, Hijo de Dios, y en su Iglesia una, santa, católica y apostólica. Ojalá que esta experiencia romana sostenga vuestro testimonio del Evangelio y os guíe en el nuevo año pastoral que la diócesis está a punto de comenzar, con el tema: "Redescubrir el día del Señor para que el Año santo no termine".


Me alegra saber que todas vuestras iglesias jubilares están dedicadas a María. Recuerdo, entre ellas, la espléndida catedral y el santuario de Santa María de la Fuente, en Caravaggio, que visité en 1992 y llevo con cariño en mi corazón.


Por eso, a María le encomiendo con particular afecto el camino de la Iglesia que está en Cremona en este paso del siglo y del milenio, ya caracterizado por abundantes gracias.


4. Con iguales sentimientos de afecto, deseo dirigirme ahora a los fieles de las parroquias San Lorenzo, de Manerbio (Brescia), San José Obrero, de Turín, y Santa Francisca Cabrini, de Codogno (Lodi), así como a los demás peregrinos y familias que han querido unirse a nuestro encuentro.


Amadísimos hermanos y hermanas, ojalá que el intenso momento espiritual que ciertamente tenéis la gracia de vivir con ocasión de vuestro jubileo os impulse a ser fuertes en la fe, alegres en la esperanza y perseverantes en la caridad. Sed siempre testigos de alegría evangélica y de solidaridad fraterna.


Queridos hermanos, que Dios os colme de su amor misericordioso. Os acompaño con mi oración, al mismo tiempo que os imparto de corazón una especial bendición a vosotros, a vuestros seres queridos y a vuestras respectivas comunidades.

DISCURSO DE JUAN PABLO II

A LA DIÓCESIS DE ALBANO (ITALIA)

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Domingo 27 de agosto de 2000



1. Amadísimos hermanos y hermanas de la diócesis de Albano, me alegra acogeros en esta audiencia especial. Os dirijo mi saludo afectuoso a todos: autoridades, sacerdotes, seminaristas, diáconos permanentes, religiosos, religiosas y laicos.

Agradezco a vuestro obispo, monseñor Agostino Vallini, el cordial saludo que me ha dirigido. Doy las gracias, asimismo, a vuestros dos representantes, que han interpretado muy bien vuestros sentimientos. También deseo saludar en particular al señor cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado, así como al obispo auxiliar, monseñor Paolo Gillet. Saludo cordialmente a nuestro querido huésped mons. Giorgio Biguzzi, obispo de Makeni, en Sierra Leona.

Os doy las gracias a todos vosotros, pueblo de la antigua Iglesia suburbicaria de Albano, que habéis venido en gran número a esta cita. En muchas ocasiones he podido experimentar vuestra devoción y vuestro afecto, sobre todo con ocasión de mi estancia en Castelgandolfo. Estos sentimientos tienen raíces antiguas: los apóstoles san Pedro y san Pablo recorrieron la vía Appia, que atraviesa vuestro territorio, y vuestros mártires, vuestros santos patronos Pancracio, Senador y compañeros, confesaron con la sangre la fe que predicaron. Gracias a la savia de esas raíces apostólicas y a la sangre de los mártires se ha desarrollado la auténtica fe cristiana, que ha llegado hasta las generaciones presentes con testimonios resplandecientes, como el martirio de santa María Goretti.

2. Permitidme volver con el pensamiento al encuentro que celebré con vosotros en 1985, como preparación para el Sínodo diocesano. En aquella circunstancia me presentasteis el camino pastoral que vuestra comunidad eclesial se disponía a recorrer para adaptar la acción apostólica a las nuevas exigencias de los tiempos. Recuerdo que os invité entonces a "caminar juntos". El Sínodo adoptó esas palabras como lema. Se trata de un compromiso que sigue siendo plenamente actual.

La Iglesia es una comunidad de hermanos y hermanas que viven gracias a la fuerza vivificante del Espíritu de Cristo resucitado, y expresan la unidad de los corazones no sólo en la comunión espiritual, sino también en la corresponsabilidad pastoral. Construir la Iglesia quiere decir caminar juntos por los caminos de la santidad y del servicio apostólico, mostrando el rostro de una comunidad jerárquicamente ordenada en torno a su pastor. Sin quitar nada a la riqueza y a la variedad de las experiencias pastorales particulares, "caminar juntos" significa no ceder a la tentación de la fragmentación y de la dispersión, fruto de un arbitrio apostólico incontrolado.
Amadísimos sacerdotes, sobre todo vosotros, que formáis un único presbiterio, sed testigos de unidad en medio de vuestro pueblo. Recordad siempre que ser fieles a Cristo significa ser fieles a la Iglesia. Por tanto, os exhorto a cultivar la comunión presbiteral en torno al obispo, a quien corresponde garantizar la autenticidad del camino eclesial y de la acción pastoral.

3. La celebración de vuestro Sínodo diocesano tuvo como fruto un programa pastoral centrado en algunos objetivos precisos, entre los que destacan la nueva evangelización, la pastoral familiar y la atención y la asistencia a los jóvenes. ¡Qué campo de acción misionera tan vasto abren ante vosotros, amadísimos sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos!

En primer lugar, la evangelización, que debe convertirse en vuestro compromiso prioritario y permanente. Frente a los desafíos del secularismo y la descristianización es necesario reaccionar con valentía y, al mismo tiempo, con espíritu de iniciativa, lucidez de análisis y confianza en la fuerza del Espíritu Santo. Con ocasión de la Asamblea eclesial de Palermo afirmé que "en nuestro tiempo no basta simplemente conservar la existencia, sino que es preciso también cumplir la misión. Es necesario proponer algo nuevo y, ante todo, a Jesucristo, el centro del Evangelio" (Discurso a la Asamblea eclesial de Palermo, 23 de noviembre de 1995, n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 1 de diciembre de 1995, p. 7). Por este motivo, es muy oportuna la elección que hizo vuestro Sínodo diocesano, para que a nadie falte el alimento de la evangelización.

Por lo que atañe a la institución familiar, sabemos muy bien que en la actualidad afronta profundas y rápidas transformaciones causadas por la sociedad y la cultura. El matrimonio y la familia constituyen uno de los bienes más valiosos de la humanidad. De ahí que vuestro Sínodo dedicara justamente a este tema una amplia reflexión, asumiendo asimismo el compromiso de un proyecto de pastoral familiar. Deseo animar a toda la comunidad diocesana a cumplir este compromiso, con el deseo de que cada familia cristiana se convierta en sujeto de pastoral activa y fecunda.

4. El Sínodo también prestó atención al mundo de los jóvenes. Ciertamente, las urgencias pastorales son múltiples, pero la juvenil es la más evidente y apremiante, porque en los jóvenes avanza el futuro y se anuncia el rostro de la Iglesia y de la sociedad del nuevo milenio. El mundo juvenil presenta indudablemente algunos problemas, pero entraña también un inmenso potencial de bien. La Jornada mundial de la juventud, que celebramos hace unos días, fue una espléndida confirmación de la importancia que tiene confiar en las nuevas generaciones y ofrecerles oportunidades positivas, para que se encuentren con Cristo y lo sigan generosamente. Así pues, invertid energías pastorales en favor de la juventud, promoviendo lugares de reunión donde los jóvenes, después de recibir la iniciación cristiana, puedan desarrollar, en un clima comunitario gozoso, los valores auténticos de la vida humana y cristiana.

285 Interesaos también por los numerosos jóvenes que no frecuentan la comunidad eclesial y se reúnen en las calles y en las plazas, expuestos a riesgos y peligros. La Iglesia no puede ignorar o subestimar este creciente fenómeno juvenil. Es necesario que agentes pastorales particularmente preparados se acerquen a ellos, les abran horizontes que estimulen su interés y su generosidad natural, y los acompañen gradualmente a acoger a Jesucristo.

5. También en vuestra diócesis se ha agudizado el problema de las vocaciones sacerdotales y religiosas. Corresponde ante todo a los presbíteros, en particular a los párrocos, anunciar con pasión el evangelio de la llamada, discerniendo y cuidando, con la palabra y con el testimonio de vida, los brotes de vocación al presbiterado y a la vida consagrada. Su acción deberá ser coordinada y sostenida en el ámbito diocesano con oportunas iniciativas y, sobre todo, deberá ir acompañada por la oración insistente de los fieles.

Por último, quiero expresar mi viva satisfacción por la sensibilidad y el compromiso que la diócesis de Albano muestra en el campo de la acogida de numerosos hermanos y hermanas, principalmente inmigrantes, que sufren privaciones y necesidades de todo tipo, lejos de su tierra de origen y del afecto de sus seres queridos. Os aliento a perseverar en esta obra de misericordia, recordando las palabras del Salvador: "Fui forastero y me hospedasteis" (
Mt 25,35).

Como veis, queda mucho por hacer. Encomiendo vuestros buenos propósitos a la intercesión de la Virgen santísima, pues sé que vuestra devoción hacia ella es muy intensa. Que María acompañe con su protección vuestro "caminar juntos" con vuestro nuevo pastor.

Con este deseo, le imparto a usted, que celebra mañana su onomástico, san Agustín, y a todos vosotros, mi afectuosa bendición.

AUDIENCIA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS OFICIALES DEL 31° ESCUADRÓN

DE LA AERONÁUTICA MILITAR ITALIANA


Lunes 28 de agosto de 2000



Señores oficiales y suboficiales;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Aprovecho de buen grado la ocasión de este encuentro anual para expresaros mi gratitud a vosotros, amables miembros del 31° escuadrón de la Aeronáutica militar italiana, que, con competencia y generosidad, me acompañáis a los lugares adonde me lleva mi ministerio pastoral. Os saludo con gran alegría. Vuestra presencia me recuerda los múltiples desplazamientos en helicóptero o en avión realizados gracias a vuestra gentil disponibilidad. Recuerdo uno de los más recientes, el de Tor Vergata, que me permitió admirar desde las alturas el inolvidable espectáculo de los jóvenes participantes en la ceremonia conclusiva de la XV Jornada mundial de la juventud.

Asimismo, conozco muy bien la responsabilidad y la generosidad que animan el servicio que prestáis con gran preparación técnica y profesional. Ojalá que los valores humanos y cristianos sigan siendo la fuente que inspire todas vuestras actividades, y pido al Señor que no falte jamás entre vosotros la solidaridad y la búsqueda de objetivos cada vez más nobles.

Por todo ello, siguiendo una tradición consolidada, me alegra conferir, en esta circunstancia, especiales distinciones y condecoraciones pontificias a algunos de vosotros. Este es un modo tangible de demostrar la constante gratitud, mía y de la Sede apostólica, por la ejemplar disponibilidad con que contribuís al ministerio apostólico del Sucesor de Pedro. Es, también, un signo de afectuosa estima hacia el 31° escuadrón.

286 2. La comunidad cristiana, inundada por la gracia del Año santo, está llamada a vivir con fervor el extraordinario don jubilar, para contribuir a la consolidación de la nueva civilización del amor. Tiene su mirada fija en Cristo, para encontrarse con él personalmente, consciente de que debe esforzarse por realizar diariamente gestos de perdón y amor fraterno.

Esta invitación se dirige a todos, y os deseo que cada uno de vosotros la acoja con adhesión convencida en su vida personal, en su familia y en su trabajo.

Que la Virgen de Loreto, patrona de la Aeronáutica militar, vele sobre vuestra difícil actividad y os acompañe en el cielo y en la tierra; que ella custodie vuestros propósitos y os ayude a seguir siendo, cada día, servidores apasionados del bien común.

Con estos sentimientos, a la vez que invoco sobre vosotros y sobre vuestras familias la protección divina, os imparto con afecto una especial bendición apostólica.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS PARTICIPANTES EN EL VII CONGRESO

INTERNACIONAL DE LOS INSTITUTOS SECULARES


Castelgandolfo, 28 de agosto de 2000


Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra acogeros con ocasión de vuestro congreso, que de la actual celebración jubilar recibe una orientación y un estímulo particulares. Os saludo a todos con gran cordialidad, y dirijo un saludo especial al cardenal Eduardo Martínez Somalo, prefecto de la Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, que ha interpretado con vigor vuestros sentimientos.

En el año del gran jubileo la Iglesia invita a todos los seglares, pero de manera especial a los miembros de los institutos seculares, a comprometerse en la animación evangélica y en el testimonio cristiano dentro de las realidades seculares. Como dije durante nuestro encuentro con ocasión del 50° aniversario de la Provida Mater Ecclesia, os halláis, por vocación y misión, en la encrucijada entre la iniciativa de Dios y la espera de la creación: la iniciativa de Dios, que lleváis al mundo mediante el amor y la unión íntima con Cristo; la espera de la creación, que compartís en la condición diaria y secular de vuestros semejantes (cf. n. 5: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 7 de septiembre de 1997, p. 6). Por eso, como seglares consagrados, debéis vivir con conciencia activa las realidades de vuestro tiempo, porque el seguimiento de Cristo, que da sentido a vuestra vida, os compromete seriamente frente al mundo que estáis llamados a transformar según el proyecto de Dios.

2. Vuestro congreso mundial centra su atención en el tema de la formación de los miembros de los institutos seculares. Es preciso que siempre sean capaces de discernir la voluntad de Dios y los caminos de la nueva evangelización en cada momento de la historia, en la complejidad y en la mutabilidad de los signos de los tiempos.

En la exhortación apostólica Christifideles laici dediqué amplio espacio al tema de la formación de los cristianos en sus responsabilidades históricas y seculares, así como en su colaboración directa en la edificación de la comunidad cristiana; e indiqué las fuentes indispensables de esa formación: "La escucha pronta y dócil de la palabra de Dios y de la Iglesia, la oración filial y constante, la referencia a una sabia y amorosa dirección espiritual, la percepción en la fe de los dones y talentos recibidos y, al mismo tiempo, de las diversas situaciones sociales e históricas en las que se está inmerso" (n. 58).

Así pues, la formación atañe de modo global a toda la vida del consagrado. Se vale también de los análisis y las reflexiones de los expertos en sociología y en las demás ciencias humanas, pero no puede descuidar, como su centro vital y como criterio de valoración cristiana de los fenómenos históricos, la dimensión espiritual, teológica y sapiencial de la vida de fe, que proporciona las claves últimas y decisivas para la lectura de la actual condición humana y para la elección de las prioridades y de los estilos de un testimonio auténtico.

287 La mirada que dirigimos a las realidades del mundo contemporáneo y que ojalá esté siempre llena de la compasión y de la misericordia que nos ha enseñado nuestro Señor Jesucristo, no se limita a percibir errores y peligros. Ciertamente, no puede ignorar también los aspectos negativos y problemáticos, pero inmediatamente trata de descubrir caminos de esperanza e indicar perspectivas de intenso compromiso con vistas a la promoción integral de la persona, a su liberación y a la plenitud de su felicidad.

3. En el corazón de un mundo que cambia, en el que persisten y se agravan injusticias y sufrimientos inauditos, estáis llamados a realizar una lectura cristiana de los hechos y de los fenómenos históricos y culturales. En particular, debéis ser portadores de luz y esperanza en la sociedad actual. No os dejéis engañar por optimismos ingenuos; por el contrario, seguid siendo testigos fieles de un Dios que ciertamente ama a esta humanidad y le ofrece la gracia necesaria para que pueda trabajar eficazmente en la construcción de un mundo mejor, más justo y más respetuoso de la dignidad de todo ser humano. El desafío que la cultura contemporánea plantea a la fe es precisamente este: abandonar la fácil inclinación a pintar escenarios oscuros y negativos, para trazar posibles vías, no ilusorias, de redención, liberación y esperanza.

Vuestra experiencia de consagrados en la condición secular os muestra que no hay que esperar la llegada de un mundo mejor sólo en virtud de opciones que provienen de grandes responsabilidades y de grandes instituciones. La gracia del Señor, capaz de salvar y redimir también esta época de la historia, nace y crece en el corazón de los creyentes, que acogen, secundan y favorecen la iniciativa de Dios en la historia y la hacen crecer desde abajo y desde dentro de las vidas humanas sencillas que, de esa manera, se convierten en las verdaderas artífices del cambio y de la salvación. Basta pensar en la acción realizada en este sentido por innumerables santos y santas, incluidos los que la Iglesia no ha declarado oficialmente como tales, los cuales han marcado profundamente la época en que han vivido, aportándole valores y energías de bien, cuya importancia no perciben los instrumentos de análisis social, pero que es patente a los ojos de Dios y a la ponderada reflexión de los creyentes.

4. La formación para el discernimiento no puede descuidar el fundamento de todo proyecto humano, que es y sigue siendo Jesucristo. La misión de los institutos seculares consiste en "introducir en la sociedad las energías nuevas del reino de Cristo, buscando transfigurar el mundo desde dentro con la fuerza de las bienaventuranzas" (Vita consecrata
VC 10). De esta manera, la fe de los discípulos se convierte en alma del mundo, según la feliz imagen de la Carta a Diogneto, y produce una renovación cultural y social para beneficio de la humanidad. Cuanto más alejada esté y más ajena sea la humanidad al mensaje evangélico, con tanta mayor fuerza y persuasión deberá resonar el anuncio de la verdad de Cristo y del hombre redimido por él.

Ciertamente, habrá que prestar siempre atención a las modalidades de este anuncio, para que la humanidad no lo perciba como una intromisión o una imposición por parte de los creyentes. Al contrario, nuestra tarea consiste en mostrar cada vez más claramente que la Iglesia, portadora de la misión de Cristo, se interesa por el hombre con amor. Y no lo hace por la humanidad en abstracto, sino por el hombre concreto e histórico, convencida de que "ese hombre es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión, (...) camino trazado por Cristo mismo, camino que inmutablemente conduce a través del misterio de la Encarnación y de la Redención" (Redemptor hominis RH 14 cf. Centesimus annus CA 53).

5. Queridos responsables y miembros de los institutos seculares, con estas certezas se ha de alimentar vuestra formación inicial y permanente, que producirá abundantes frutos en la medida en que sigáis acudiendo al tesoro inagotable de la Revelación, leído y proclamado con sabiduría y amor por la Iglesia.

A María, Estrella de la evangelización, icono inigualable de la Iglesia, le encomiendo vuestro itinerario por los caminos del mundo. Que ella os acompañe y que su intercesión haga fecundos los trabajos de vuestro congreso y suscite fervor y nuevo impulso apostólico en las instituciones que representáis aquí, para que el acontecimiento jubilar marque el comienzo de un nuevo Pentecostés y de una profunda renovación interior.

Con estos deseos, os imparto a todos, como prenda de mi constante afecto, la bendición apostólica.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

CON OCASIÓN DEL XVIII CONGRESO INTERNACIONAL

DE LA SOCIEDAD DE TRASPLANTES


Martes 29 de agosto de 2000



Ilustres señoras y señores:

1. Me alegra saludaros con ocasión de este congreso internacional, en el que os habéis reunido para reflexionar sobre el complejo y delicado tema de los trasplantes. Agradezco a los profesores Raffaello Cortesini y Óscar Salvatierra las amables palabras que me han dirigido. Saludo en particular a las autoridades italianas presentes.

288 A todos vosotros os expreso mi gratitud por la amable invitación a este encuentro, y aprecio vivamente la disponibilidad que habéis manifestado para confrontaros con la enseñanza moral de la Iglesia, la cual, respetando la ciencia y sobre todo atenta a la ley de Dios, busca únicamente el bien integral del hombre.

Los trasplantes son una gran conquista de la ciencia al servicio del hombre y no son pocos los que en nuestros días sobreviven gracias al trasplante de un órgano. La técnica de los trasplantes es un instrumento cada vez más apto para alcanzar la primera finalidad de la medicina: el servicio a la vida humana. Por esto, en la carta encíclica Evangelium vitae recordé que, entre los gestos que contribuyen a alimentar una auténtica cultura de la vida "merece especial reconocimiento la donación de órganos, realizada según criterios éticamente aceptables, para ofrecer una posibilidad de curación e incluso de vida, a enfermos tal vez sin esperanzas" (n. 86).

2. Sin embargo, como acontece en toda conquista humana, también este sector de la ciencia médica, a la vez que ofrece esperanzas de salud y de vida a muchos, presenta asimismo algunos puntos críticos, que es preciso analizar a la luz de una atenta reflexión antropológica y ética.

En efecto, también en esta área de la ciencia médica, el criterio fundamental de valoración debe ser la defensa y promoción del bien integral de la persona humana, según su peculiar dignidad.

Por consiguiente, es evidente que cualquier intervención médica sobre la persona humana está sometida a límites: no sólo a los límites de lo que es técnicamente posible, sino también a límites determinados por el respeto a la misma naturaleza humana, entendida en su significado integral: "lo que es técnicamente posible no es, por esa sola razón, moralmente admisible" (Congregación para la doctrina de la fe, Donum vitae, 4).

3. Ante todo es preciso poner de relieve, como ya he afirmado en otra ocasión, que toda intervención de trasplante de un órgano tiene su origen generalmente en una decisión de gran valor ético: "la decisión de ofrecer, sin ninguna recompensa, una parte del propio cuerpo para la salud y el bienestar de otra persona" (Discurso a los participantes en un congreso sobre trasplantes de órganos, 20 de junio de 1991, n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 2 de agosto de 1991, p. 9). Precisamente en esto reside la nobleza del gesto, que es un auténtico acto de amor. No se trata de donar simplemente algo que nos pertenece, sino de donar algo de nosotros mismos, puesto que "en virtud de su unión sustancial con un alma espiritual, el cuerpo humano no puede ser reducido a un complejo de tejidos, órganos y funciones, (...) ya que es parte constitutiva de una persona, que a través de él se expresa y se manifiesta" (Congregación para la doctrina de la fe, Donum vitae, 3).

En consecuencia, todo procedimiento encaminado a comercializar órganos humanos o a considerarlos como artículos de intercambio o de venta, resulta moralmente inaceptable, dado que usar el cuerpo "como un objeto" es violar la dignidad de la persona humana.

Este primer punto tiene una consecuencia inmediata de notable relieve ético: la necesidad de un consentimiento informado. En efecto, la "autenticidad" humana de un gesto tan decisivo exige que la persona sea debidamente informada sobre los procesos que implica, de forma que pueda expresar de modo consciente y libre su consentimiento o su negativa. El consentimiento de los parientes tiene su validez ética cuando falta la decisión del donante. Naturalmente, deberán dar un consentimiento análogo quienes reciben los órganos donados.

4. El reconocimiento de la dignidad singular de la persona humana implica otra consecuencia: los órganos vitales singulares sólo pueden ser extraídos después de la muerte, es decir, del cuerpo de una persona ciertamente muerta. Esta exigencia es evidente a todas luces, ya que actuar de otra manera significaría causar intencionalmente la muerte del donante al extraerle sus órganos. De aquí brota una de las cuestiones más recurrentes en los debates bioéticos actuales y, a menudo, también en las dudas de la gente común. Se trata del problema de la certificación de la muerte. ¿Cuándo una persona se ha de considerar muerta con plena certeza?

Al respecto, conviene recordar que existe una sola "muerte de la persona", que consiste en la total desintegración de ese conjunto unitario e integrado que es la persona misma, como consecuencia de la separación del principio vital, o alma, de la realidad corporal de la persona. La muerte de la persona, entendida en este sentido primario, es un acontecimiento que ninguna técnica científica o método empírico puede identificar directamente.

Pero la experiencia humana enseña también que la muerte de una persona produce inevitablemente signos biológicos ciertos, que la medicina ha aprendido a reconocer cada vez con mayor precisión. En este sentido, los "criterios" para certificar la muerte, que la medicina utiliza hoy, no se han de entender como la determinación técnico-científica del momento exacto de la muerte de una persona, sino como un modo seguro, brindado por la ciencia, para identificar los signos biológicos de que la persona ya ha muerto realmente.

289 5. Es bien sabido que, desde hace tiempo, diversas motivaciones científicas para la certificación de la muerte han desplazado el acento de los tradicionales signos cardio-respiratorios al así llamado criterio "neurológico", es decir, a la comprobación, según parámetros claramente determinados y compartidos por la comunidad científica internacional, de la cesación total e irreversible de toda actividad cerebral (en el cerebro, el cerebelo y el tronco encefálico). Esto se considera el signo de que se ha perdido la capacidad de integración del organismo individual como tal.

Frente a los actuales parámetros de certificación de la muerte -sea los signos "encefálicos" sea los más tradicionales signos cardio-respiratorios-, la Iglesia no hace opciones científicas. Se limita a cumplir su deber evangélico de confrontar los datos que brinda la ciencia médica con la concepción cristiana de la unidad de la persona, poniendo de relieve las semejanzas y los posibles conflictos, que podrían poner en peligro el respeto a la dignidad humana.

Desde esta perspectiva, se puede afirmar que el reciente criterio de certificación de la muerte antes mencionado, es decir, la cesación total e irreversible de toda actividad cerebral, si se aplica escrupulosamente, no parece en conflicto con los elementos esenciales de una correcta concepción antropológica. En consecuencia, el agente sanitario que tenga la responsabilidad profesional de esa certificación puede basarse en ese criterio para llegar, en cada caso, a aquel grado de seguridad en el juicio ético que la doctrina moral califica con el término de "certeza moral". Esta certeza moral es necesaria y suficiente para poder actuar de manera éticamente correcta. Así pues, sólo cuando exista esa certeza será moralmente legítimo iniciar los procedimientos técnicos necesarios para la extracción de los órganos para el trasplante, con el previo consentimiento informado del donante o de sus representantes legítimos.

6. Otra cuestión de gran importancia ética es la de la asignación de los órganos donados, mediante listas de espera o establecimiento de prioridades. A pesar de los esfuerzos por promover una cultura de donación de órganos, los recursos de que disponen actualmente muchos países resultan aún insuficientes para afrontar las necesidades médicas. De aquí nace la exigencia de elaborar listas de espera para trasplantes, según criterios claros y bien razonados.

Desde el punto de vista moral, un principio de justicia obvio exige que los criterios de asignación de los órganos donados de ninguna manera sean "discriminatorios" (es decir, basados en la edad, el sexo, la raza, la religión, la condición social, etc.) o "utilitaristas" (es decir, basados en la capacidad laboral, la utilidad social, etc.). Más bien, al establecer a quién se ha de dar precedencia para recibir un órgano, la decisión debe tomarse sobre la base de factores inmunológicos y clínicos. Cualquier otro criterio sería totalmente arbitrario y subjetivo, pues no reconoce el valor intrínseco que tiene toda persona humana como tal, y que es independiente de cualquier circunstancia externa.

7. Una última cuestión se refiere a la posibilidad, aún en fase experimental, de resolver el problema de encontrar órganos para transplantar al hombre: los así llamados xenotrasplantes, es decir, trasplantes de órganos procedentes de otras especies animales.

No pretendo afrontar aquí detalladamente los problemas suscitados por ese procedimiento. Me limito a recordar que ya en 1956 el Papa Pío XII se preguntó sobre su licitud: lo hizo al comentar la posibilidad científica, entonces vislumbrada, del trasplante de córneas de animal al hombre. La respuesta que dio sigue siendo iluminadora también hoy: en principio -afirmó- la licitud de un xenotrasplante exige, por una parte, que el órgano trasplantado no menoscabe la integridad de la identidad psicológica o genética de la persona que lo recibe; y, por otra, que exista la comprobada posibilidad biológica de realizar con éxito ese trasplante, sin exponer al receptor a un riesgo excesivo (cf. Discurso a la Asociación italiana de donantes de córnea, clínicos oculistas y médicos forenses, 14 de mayo de 1956).

8. Al concluir, expreso mi esperanza de que la investigación científica y tecnológica en el campo de los trasplantes, gracias a la labor de tantas personas generosas y cualificadas, siga progresando y se extienda también a la experimentación de nuevas terapias alternativas al trasplante de órganos, como las prometedoras invenciones recientes en el área de las prótesis. De todos modos, se deberán evitar siempre los métodos que no respeten la dignidad y el valor de la persona. Pienso, en particular, en los intentos de clonación humana con el fin de obtener órganos para trasplantes: esos procedimientos, al implicar la manipulación y destrucción de embriones humanos, no son moralmente aceptables, ni siquiera cuando su finalidad sea buena en sí misma. La ciencia permite entrever otras formas de intervención terapéutica, que no implicarían ni la clonación ni la extracción de células embrionarias, dado que basta para ese fin la utilización de células estaminales extraíbles de organismos adultos. Esta es la dirección por donde deberá avanzar la investigación si quiere respetar la dignidad de todo ser humano, incluso en su fase embrionaria.

Para afrontar todas estas cuestiones, es importante la aportación de los filósofos y de los teólogos. Su reflexión sobre los problemas éticos relacionados con la terapia de los trasplantes, desarrollada con competencia y esmero, podrá ayudar a precisar mejor los criterios de juicio sobre los cuales basarse para valorar qué tipos de trasplante pueden considerarse moralmente admisibles y bajo qué condiciones, especialmente por lo que atañe a la salvaguarda de la identidad personal de cada individuo.

Espero que los líderes sociales, políticos y educativos renueven su compromiso de promover una auténtica cultura de generosidad y solidaridad. Es preciso sembrar en el corazón de todos, y especialmente en el de los jóvenes, un aprecio genuino y profundo de la necesidad del amor fraterno, un amor que puede expresarse en la elección de donar sus propios órganos.

Que el Señor os sostenga a cada uno de vosotros en vuestro trabajo y os guíe a servir al verdadero progreso humano. Acompaño este deseo con mi bendición.
290 : Septiembre de 2000

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