Discursos 2000 290


DISCURSO DE JUAN PABLO II

A LOS PARTICIPANTES EN LA PEREGRINACIÓN

NACIONAL DE SENEGAL


Y A OTROS GRUPOS DE PEREGRINOS


Sábado 2 de septiembre de 2000


1. Queridos hermanos y hermanas de Senegal, con gran alegría os acojo mientras participáis en la peregrinación nacional senegalesa a Roma, en este año del gran jubileo. Saludo en particular a monseñor Maixent Coly, obispo de Ziguinchor, que encabeza vuestro grupo. Le agradeceré que transmita mi afectuoso saludo al querido cardenal Hyacinthe Thiandoum, arzobispo emérito de Dakar.

La peregrinación que realizáis es un momento privilegiado para encontrarse plenamente con Cristo, el Salvador encarnado en el seno de María hace dos mil años. En él, fuente de vida divina para la humanidad, la historia de la salvación encuentra su punto culminante y su sentido perfecto. Que vuestro itinerario jubilar os permita renovar vuestra fe en la presencia del Señor Jesús, particularmente en su presencia eucarística en nuestro mundo y en nuestra vida. En efecto, "en el signo del pan y del vino consagrados, Jesucristo resucitado y glorificado, luz de las gentes, manifiesta la continuidad de su encarnación. Permanece vivo y verdadero en medio de nosotros para alimentar a los creyentes con su Cuerpo y con su Sangre" (Incarnationis mysterium, 11).
Que la Eucaristía esté siempre en el centro de vuestra vida: amadla, adoradla y celebradla con respeto y con fe.

En este mundo, que tiene tanta necesidad de paz y fraternidad, vivid la Eucaristía testimoniando con ardor que nadie está excluido del amor de Dios. Que vuestras comunidades cristianas sean signos auténticos de comunión eclesial, de unidad y de reconciliación entre todos los hombres.
La celebración del gran jubileo es también un apremiante llamamiento a la conversión del corazón y a un compromiso renovado a fin de desarrollar una verdadera cultura de fraternidad y de solidaridad. Os invito a proseguir, en colaboración con todos vuestros compatriotas, vuestros valientes esfuerzos para que desaparezcan las fuentes de violencia, de rencor y de injusticia que obligan a un gran número de hombres y mujeres a vivir en condiciones de pobreza y marginación.

Queridos hermanos y hermanas, permitid que me dirija en particular a los jóvenes de vuestras comunidades. No os resignéis a un mundo en el que no se respeta la dignidad del hombre, donde la violencia y la injusticia le impiden desarrollarse plenamente. Esforzaos con todas vuestras energías por hacer que esta tierra sea más humana y fraterna. Encomendaos a Cristo; confiad en él como él confía en vosotros; él os guiará hacia la verdad y os dará su fuerza.

Os encomiendo a todos a la intercesión materna de la Virgen de Poponguine, a la que soléis invocar con el nombre de Nuestra Señora de la Liberación, y le pido que os guíe por el camino que lleva a su Hijo. A cada uno de vosotros, a vuestras familias y a vuestros seres queridos, imparto de todo corazón la bendición apostólica.

2. Dirijo un cordial saludo al grupo "Sociedad de música Breil-Dardin", de Suiza. Queridos músicos, habéis venido a Roma para visitar en el Año santo las tumbas de los santos Apóstoles.
Me alegra que hayáis traído vuestros instrumentos. Las puertas del corazón se abren a quien sabe interpretar música. La música es un elemento de toda fiesta. La música también forma parte del gran jubileo del año 2000. ¿Existe mejor modo de alabar la encarnación de Dios que entonar cantos e himnos? A este propósito, me viene a la memoria un pensamiento de san Agustín: "Qui cantat, bis orat": quien canta, reza dos veces. Lo que vale para los cantantes, también vale para los músicos: quien ejecuta música, quien toca un instrumento, reza dos veces. Me congratulo con vosotros por este estilo de oración, y espero que toquéis con entusiasmo vuestros instrumentos también en vuestro país: para alegrar a los hombres y para mayor gloria de Dios. Os imparto de buen grado la bendición apostólica.

AUDIENCIA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS PEREGRINOS QUE ACUDIERON

A LA BEATIFICACIÓN DE 5 SIERVOS DE DIOS


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Lunes 4 de septiembre

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Con gran alegría me encuentro nuevamente con vosotros, al día siguiente de la solemne beatificación de los Papas Pío IX y Juan XXIII, del obispo Tomás Reggio, del sacerdote Guillermo José Chaminade y del benedictino Columba Marmion.


Os dirijo mi cordial saludo a todos vosotros, que estáis unidos a los nuevos beatos por un afecto y una devoción especiales, y os agradezco vuestra presencia y vuestra activa participación. Saludo, en particular, al cardenal Angelo Sodano, mi secretario de Estado, que acaba de celebrar la santa misa en honor de los nuevos beatos. Saludo también a los cardenales y obispos presentes, así como a las demás autoridades religiosas y civiles.


2. Ayer fueron propuestos a la veneración de todos los fieles dos Pontífices, que han marcado la historia de los últimos siglos: Pío IX, que guió la barca de Pedro en medio de violentas tempestades durante casi treinta y dos años; y Juan XXIII, que en su breve pontificado convocó un concilio ecuménico de extraordinaria importancia para la historia de la Iglesia.


Pío IX era querido por la gente por su bondad paterna: solía predicar como un simple sacerdote, administrar los sacramentos en las iglesias y en los hospitales, y encontrarse con el pueblo romano por las calles de la ciudad. El mundo no siempre lo comprendió: a los "elogios" del inicio siguieron muy pronto acusaciones, ataques y calumnias. Pero él siempre se mostró indulgente con sus enemigos. Su espíritu de pobreza, su fe en Dios y su abandono a la Providencia, junto con su gran sentido del humor, le ayudaron a superar también los momentos más difíciles. "Mi política -solía decir- es: Padre nuestro que estás en el cielo", indicando así que su guía en las opciones de vida y en el gobierno de la Iglesia era Dios, en quien tenía puesta toda su confianza. También se abandonó filialmente a la Virgen María, cuya Inmaculada Concepción definió como dogma.


Me agrada, asimismo, recordar que Pío IX se preocupó particularmente por Tierra Santa, donde quiso restablecer el patriarcado latino de Jerusalén. Para sostenerlo, refundó la Orden Ecuestre del Santo Sepulcro de Jerusalén. Mientras pienso con afecto y gratitud en los Santos Lugares y en las personas con las que me encontré durante mi reciente peregrinación a Tierra Santa, saludo a la delegación encabezada por el patriarca latino de Jerusalén, Michel Sabbah, y a todos renuevo los sentimientos de mi cercanía espiritual. En particular, deseo saludar a los obispos y a los fieles que han venido de Las Marcas y, en especial, de Senigallia e Ímola.


3. Entre los devotos del nuevo beato Pío IX destaca uno de sus sucesores, el Papa Juan XXIII, que deseaba, como él mismo escribió, verlo elevado al honor de los altares. El Papa Juan, además de las virtudes cristianas, tenía un profundo conocimiento de la humanidad con sus luces y sombras. Para ello, su pasión por la historia, cultivada a lo largo de mucho tiempo, le resultó de gran ayuda.


Angelo Giuseppe Roncalli asimiló en su ambiente familiar los rasgos fundamentales de su personalidad. "Las pocas cosas que he aprendido de vosotros en casa -escribió a sus padres- son aún las más valiosas e importantes, y sostienen y dan vida y calor a las muchas cosas que he aprendido después". Cuanto más avanzaba en la vida y en la santidad, tanto más conquistaba a todos con su sabia sencillez.


En su célebre encíclica Pacem in terris propuso a creyentes y no creyentes el Evangelio como camino para llegar al bien fundamental de la paz. En efecto, estaba convencido de que el Espíritu de Dios hace oír de algún modo su voz a todo hombre de buena voluntad. No se turbó ante las pruebas, sino que supo mirar siempre con optimismo las diversas vicisitudes de la existencia. "Basta la preocupación por el presente; no es necesario tener fantasía y ansiedad por la construcción del futuro". Así escribió en 1961 en el Diario del alma.


Al dirigiros mi saludo a cuantos habéis venido especialmente de Bérgamo y de Venecia, con el cardenal Cé y el obispo Amadei, deseo que el ejemplo del Papa Juan os impulse a confiar siempre en el Señor, que guía a sus hijos por los caminos de la historia.


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4. Me dirijo ahora a vosotros, fieles de Génova, de Ventimiglia y de toda la Liguria, y a vosotras, Religiosas de Santa Marta, para recordaros la luminosa figura del obispo Tomás Reggio. En la segunda mitad del siglo pasado fue formador en los seminarios de Génova y Chiávari, y periodista, promoviendo el primer diario católico genovés. Pero la Providencia quiso que fuera pastor, y fue llamado a gobernar la diócesis de Ventimiglia; después, precisamente cuando, a causa de su edad, presentó su renuncia al cargo, el Papa le confió la archidiócesis de Génova.


Su vida fue muy dinámica, pero el secreto de tanta actividad fue siempre una profunda comunión con Dios: "Soy eclesiástico -escribió-; es necesario que sea santo (...). Por eso, emplearé todos los medios para lograrlo. Cueste lo que cueste, tengo que llegar a serlo...". Propuso este ideal de santidad a todas las clases de fieles: laicos, sacerdotes y personas consagradas, y, de modo particular, a sus religiosas. Hoy, como beato, lo propone a todos, ofreciendo desde el cielo su intercesión.


5. Os saludo cordialmente a vosotros, que habéis venido a Roma para la beatificación del padre Guillermo José Chaminade, y especialmente a los que venís de la región del suroeste de Francia, donde se formó y comenzó su vida pastoral y misionera.


Dirijo un saludo particular a los miembros de las congregaciones y a toda la familia marianista. Queridos jóvenes, en el padre Chaminade tenéis un ejemplo de vida cristiana, que lleva a una vida plena y a la felicidad prometida por el Señor. Todos vosotros, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, que vivís el carisma del padre Chaminade, aportad vuestro dinamismo a la Iglesia y sed levadura del Reino en el mundo. La personalidad y la acción del nuevo beato, que deseaba realizar plenamente la obra de Dios, invita a todos los fieles a una formación catequística seria, para desarrollar y fortalecer su vida espiritual, profundizando cada vez más en su encuentro con Cristo, en particular mediante la vida sacramental, en el seno de su comunidad cristiana. Ojalá que, imitando al nuevo beato, os dirijáis sin cesar a María, Madre de los cristianos, Madre de los discípulos de su Hijo.


6. Os dirijo mi cordial saludo a vosotros, que habéis venido a Roma para la beatificación de dom Columba Marmion, particularmente a los miembros y a los amigos de la gran familia benedictina, que provienen de Irlanda, de Bélgica y de otros países. Mi pensamiento va también a los religiosos de la abadía de Maredsous, de la que el padre Columba fue abad y donde ejerció con celo su ministerio de guía espiritual al servicio de su comunidad y, en especial, mediante sus escritos, al servicio de numerosos sacerdotes, religiosos y laicos.


Doy mi cordial bienvenida a los peregrinos de lengua inglesa que han venido para la beatificación de dom Columba Marmion. Esta beatificación atrae la atención hacia el lugar especial que ocupa la vida monástica en la Iglesia, de la que Irlanda, tierra nativa de Marmion, posee una larga y rica tradición. Con el gran espíritu benedictino, el beato Columba, contemplativo y apóstol, fue maestro excepcional de vida interior, basada en la meditación de la palabra de Dios, la celebración de la liturgia y la oración personal.


Quiera Dios que el beato Columba Marmion nos ayude a todos a vivir la vida cristiana cada vez con mayor intensidad y a comprender de forma cada vez más profunda nuestra condición de miembros de la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo. Que Dios os bendiga a todos.


7. Amadísimos hermanos y hermanas, el Año jubilar nos invita a todos a realizar una peregrinación hacia Cristo, peregrinación que los nuevos beatos llevaron a cabo con empeño y fatiga, pasando por la "puerta estrecha", que es Cristo. Precisamente por eso, ahora comparten su gloria. Impulsados por su ejemplo y con la ayuda de su intercesión, apresuremos también nosotros el paso hacia la patria celestial.


Con este fin, invoco sobre cada uno la protección materna de María santísima y de los nuevos beatos, a la vez que os bendigo a todos de corazón.

AUDIENCIA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS PARTICIPANTES EN EL ENCUENTRO

DE LAS FAMILIAS ADOPTIVAS ORGANIZADO


POR LAS MISIONERAS DE LA CARIDAD


Martes 5 de septiembre de 2000


Señor cardenal Laghi,

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amadísimos Misioneros y Misioneras de la Caridad,

padres y muchachos de las familias adoptivas,

amigos y colaboradores de la obra de la madre Teresa de Calcuta:

1. Me alegra encontrarme con vosotros en tan gran número, y agradezco a sor Mary Simon las amables palabras que me ha dirigido, interpretando vuestros sentimientos.


Habéis querido celebrar vuestro jubileo en la jornada que coincide con el tercer aniversario de la muerte de la madre Teresa. Es un modo muy significativo de expresar vuestra voluntad de seguir a Cristo, tras las huellas de esta singular hija de la Iglesia, que se gastó totalmente por la caridad. ¿Cómo olvidarla? Con el paso de los años, su recuerdo se mantiene más vivo que nunca. La recordamos con su sonrisa, sus ojos profundos, su rosario. Nos parece verla aún en camino por el mundo en busca de los más pobres entre los pobres, siempre dispuesta a abrir nuevos espacios de caridad, acogedora con todos como una verdadera madre.


2. Llamar "madre" a una religiosa es más bien habitual. Pero este apelativo tenía para la madre Teresa una intensidad especial. Se reconoce a una madre por su capacidad de entrega. Observar a la madre Teresa en su trato, en sus actitudes, en su modo de ser, ayudaba a comprender qué significaba para ella, más allá de la dimensión puramente física, ser madre; ayudaba a ir a la raíz espiritual de la maternidad.


Sabemos bien cuál era su secreto: rebosaba de Cristo, y, por eso, miraba a todos con los ojos y con el corazón de Cristo. Había tomado muy en serio sus palabras: "Tuve hambre y me disteis de comer..." (Mt 25,35). Por esta razón, no le costaba "adoptar" como hijos a sus pobres. Su amor era concreto, emprendedor; la impulsaba a donde pocos tenían la valentía de ir, a donde la miseria era tan grande que daba miedo.


No sorprende el hecho de que los hombres de nuestro tiempo se hayan sentido fascinados por ella, que encarnó el amor que Jesús indicó como signo distintivo de sus discípulos: "La señal por la que conocerán que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros" (Jn 13,35).


3. Entre las obras que nacieron del corazón de la madre Teresa, una de las más significativas es el movimiento para las adopciones. Por eso hoy están aquí tantas familias adoptivas.

Os saludo con afecto, queridos padres y muchachos. Me alegro por este encuentro, que me permite reflexionar con vosotros sobre el camino que estáis recorriendo. Adoptar a un niño es una gran obra de amor. Cuando se realiza, se da mucho, pero también se recibe mucho. Es un verdadero intercambio de dones.


Por desgracia, nuestro tiempo conoce, también en este ámbito, muchas contradicciones. Así como hay numerosos niños que, por la muerte o la inhabilidad de sus padres, se quedan sin familia, así también hay muchas parejas que deciden no tener hijos por motivos a menudo egoístas. Algunas se desaniman por las dificultades económicas, sociales o burocráticas. Otras, incluso, por el deseo de tener un hijo "propio" a toda costa, van más allá de la ayuda legítima que la ciencia médica puede prestar a la procreación, recurriendo a prácticas moralmente reprensibles. Acerca de estas tendencias, es preciso reafirmar que las indicaciones de la ley moral no se reducen a principios abstractos, sino que tutelan el verdadero bien del hombre y, en este caso, el bien del niño, frente al interés de los mismos padres.


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Como alternativa a esas prácticas discutibles, la existencia misma de muchos niños sin familia sugiere la adopción como un camino concreto del amor. Familias como las vuestras están aquí para decir que este es un camino posible y hermoso, aunque con sus dificultades; un camino, además, hoy más transitable que ayer, en la era de la globalización, que acorta todas las distancias.


4. Adoptar niños, sintiéndolos y tratándolos como verdaderos hijos, significa reconocer que la relación entre padres e hijos no se mide únicamente con parámetros genéticos. El amor que engendra es, ante todo, entrega de sí.Hay una "generación" que se realiza a través de la acogida, la solicitud y la entrega. La relación que nace es tan íntima y duradera, que no es en absoluto inferior a la fundada en la pertenencia biológica. Cuando, como sucede con la adopción, también está tutelada jurídicamente, en una familia unida de modo estable por el vínculo matrimonial, asegura al niño el clima sereno y el afecto, a la vez paterno y materno, que necesita para su desarrollo humano pleno.


Precisamente esto es lo que muestra vuestra experiencia. Vuestra opción y vuestro compromiso son una invitación a la valentía y a la generosidad para toda la sociedad, a fin de que estime, favorezca y sostenga cada vez más este don, también legalmente.


5. Os agradezco vuestro testimonio. Al celebrar el bimilenario del nacimiento de Cristo, en este gran jubileo, recordemos también que todo hombre que viene al mundo, en cualquier condición, lleva el signo del amor de Dios. Cristo nació y dio su vida por cada niño del mundo. Por tanto, todos los niños le pertenecen.


"Dejad que los niños se acerquen a mí" (Mc 10,14). La madre Teresa, en cierto modo, se hizo eco de estas palabras de Cristo cuando, a las madres que querían abortar, les decía: "Traedme a vuestros hijos". Imitándola, vosotros os habéis puesto con Cristo a favor de los niños. Que Dios os colme de toda consolación y os sostenga en las dificultades del camino.


Os abrazo y bendigo a todos en su nombre.

MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II

A LA COMUNIDAD BENEDICTINA CON MOTIVO

DEL BICENTENARIO DE LA ELECCIÓN DE PÍO VII


. A los reverendos padres
dom ISIDORO CATANESI
presidente de la Congregación Benedictina Cassinense
y dom INNOCENZO NEGRATO
visitador de la provincia italiana de la Congregación
295 Benedictina Sublacense

1. He sabido con viva satisfacción que la Congregación Benedictina Cassinense y el Centro histórico benedictino italiano quieren conmemorar, con adecuadas iniciativas, el bicentenario de la elección a la cátedra de san Pedro de mi venerado predecesor el Papa Pío VII. Para esa feliz circunstancia, me alegra enviar a toda la comunidad benedictina, así como a los organizadores del Congreso histórico internacional y a cuantos participen en las celebraciones jubilares, mi cordial saludo y mis mejores deseos, complacido de que se recuerden oportunamente la figura y la obra de tan ilustre Pontífice e hijo fiel de san Benito.

Luigi Barnaba Chiaramonti, último de los seis hijos del conde Scipione y de la marquesa Giovanna Coronata Ghini, nació en Cesena el 14 de agosto de 1742, víspera de la fiesta de la Asunción de la Virgen, a la que está dedicado el monasterio en el que recibiría su formación: en esa misma solemnidad mariana, tan querida para el pueblo de Cesena, fue bautizado en la catedral de San Juan Bautista. Por tanto, la fecha misma de su nacimiento parece unirlo a la abadía benedictina de Santa María del Monte, situada cerca de Cesena, que tuve la alegría de visitar en 1986.

A la edad de once años entró como alumno monástico en esa abadía, donde tuvo como maestro de novicios a dom Gregorio Calderara, quien, antes de morir, pudo ver a su antiguo novicio convertido en Sumo Pontífice. Después de la solemne profesión de los votos monásticos en 1758, Gregorio Chiaramonti fue enviado a Padua, a la abadía de Santa Justina, cuna de la antigua congregación benedictina, para completar los estudios filosóficos y teológicos, en los que se distinguió por la agudeza de su ingenio. Luego se trasladó a Roma para perfeccionarse en el Colegio pontificio de San Anselmo, anexo a la residencia urbana de la abadía de San Pablo extramuros, es decir, en San Calixto en el Trastévere, reservado a los estudiantes más capacitados de la Congregación Benedictina Cassinense.

La disciplina monástica y las riquezas espirituales y culturales adquiridas con tenaz esfuerzo durante sus años de formación fueron la mejor preparación para el elevado ministerio universal que desempeñaría en un tiempo muy difícil para la Iglesia y para Europa.

2. Dom Gregorio, ordenado sacerdote en 1765, fue enviado a Parma como profesor de filosofía en el monasterio de San Juan Evangelista, donde, al cumplir 30 años, en 1772, le otorgaron el grado académico de "lector", con el que su congregación lo habilitó para la enseñanza de la teología y del derecho canónico. A este respecto, conviene recordar que los nueve años transcurridos en Parma fueron decisivos para la formación cultural del futuro Papa, quien en aquel ambiente tuvo su primer contacto significativo con la cultura francesa y con sus impulsos de renovación, que desembocaron luego dramáticamente en la Revolución.

El joven monje Chiaramonti percibía la necesidad que tenía su congregación de una profunda renovación, sobre todo en el campo formativo. Por una parte, deseaba la vuelta a la inspiración originaria de la vida monástica y, por otra, una modernización de los programas de enseñanza, para poner a los jóvenes monjes en un contacto más directo con las problemáticas concretas y actuales, tanto en el campo religioso como en el social.

Llegó a ser, luego, profesor y bibliotecario del colegio San Anselmo de Roma y prior de la abadía de San Pablo extramuros. Pío VI, que lo había conocido personalmente mientras ejercía como cardenal el oficio de abad comendatario de Subiaco, derogando con su autoridad cuanto prescribían en esa materia las constituciones de la antigua Congregación Cassinense, lo promovió a abad titular.

3. En diciembre de 1782 fue nombrado obispo de Tívoli y en 1785 fue trasladado a la sede episcopal de Ímola y, al mismo tiempo, creado cardenal. El 14 de marzo de 1800, al término del Cónclave que tuvo lugar en Venecia, el Señor lo llamó a guiar la Iglesia de Roma y a todo el pueblo cristiano como Sucesor del apóstol san Pedro. La elección tuvo lugar en un momento de graves preocupaciones y ansias por el futuro de la comunidad cristiana. Como es sabido, en 1800 ni siquiera pudo celebrarse el Año santo. Después, superada la difícil situación caracterizada por formas de opresión con respecto a los creyentes, se comenzó a vislumbrar un tiempo de relativa tolerancia hacia la fe cristiana, aunque siempre marginada de la sociedad europea.

En ese clima se desarrolló su pontificado, durante el cual pudo hacer fructificar, amplia y eficazmente, los grandes talentos de naturaleza y de gracia de que Dios lo había dotado: un espíritu de sencillez y mansedumbre, un notable sentido de la justicia, una indudable capacidad de conjugar prudencia y firmeza, y un singular celo por la salvación de las almas. El pontificado de Pío VII dejó una huella significativa en la historia de la Iglesia, también gracias al eficaz instrumento jurídico del Concordato, que resultó después muy útil para regular las relaciones con los Estados.

4. Pío VII tenía plena conciencia del clima social y político, marcado por la fuerte confrontación con la personalidad de Napoleón Bonaparte y la aparición de las corrientes restauradoras en Italia y en Europa. Así pues, no le faltaron pruebas y contrastes: en 1809 fue arrestado por orden del emperador y llevado prisionero, primero a Francia y después a Savona. Liberado en 1814, al año siguiente, a causa de la invasión de Roma y de los Estados pontificios, se vio obligado una vez más a emprender el triste camino del exilio, refugiándose en Génova. En aquellas circunstancias, mostró gran constancia en la defensa de la Iglesia y valentía tenaz para soportar afrentas y sufrimientos.
296 Sostenido por la fe, no cedió frente a los abusos y la violencia, dando testimonio de un amor tan grande a su misión y al servicio de la Iglesia y del mundo, que sigue siendo motivo de constante admiración.

En efecto, ya desde su elección, Pío VII fue consciente de las dificultades que debería afrontar. En su primera encíclica, dirigida al mundo católico desde el monasterio veneciano de San Jorge, recordando los tristes avatares de su inmediato predecesor el Papa Pío VI y repasando la historia de la Iglesia, ilustró cómo la persecución y la incomprensión no constituían una novedad para los Vicarios de Cristo. Al mismo tiempo, exhortó a los cristianos a perseverar con valentía en medio de las adversidades, confiando en Dios y manteniéndose firmes en el testimonio evangélico. Sabía muy bien cuál era la misión del Sucesor de Pedro, es decir, confirmar en la fe a sus hermanos (cf. Lc
Lc 22,32).

5. En el ejercicio de su ministerio, Pío VII fue sostenido siempre por una inquebrantable confianza en el Señor y por un amor filial a la celestial Madre de Dios. A este respecto, me agrada subrayar su devoción a la santísima Virgen, que recibió, casi con la leche materna, en su familia y después cultivó siempre a lo largo de los años. Elevado al Solio pontificio, manifestó continuos signos de ella. Basta recordar que quiso coronar personalmente muchas imágenes marianas. Durante su primer viaje a Roma, al pasar por Spoleto, el 30 de junio de 1800, coronó el sagrado icono de la Virgen de San Lucas, venerado en la catedral de esa ciudad. Liberado de la prisión napoleónica el 22 de enero de 1814, antes de volver a Roma, no sólo quiso coronar personalmente la venerada imagen de la Virgen del Monte de Cesena, el 1 de mayo de 1814, sino que también, en ese mismo mes de mayo, repitió el mismo acto de exquisita devoción a la Virgen de la Piedad, llamada popularmente del Agua, que se venera en la catedral de Rímini y a la Virgen, Reina de todos los santos, de la catedral de Ancona. Asimismo, el 10 de mayo de 1815, volvió a Savona para coronar solemnemente la imagen de la Virgen de la Misericordia, cumpliendo un voto que había hecho durante los tres años que duró su exilio en esa ciudad.

6. Precisamente para subrayar la constante relación entre este Pontífice y la Madre de Dios, el Congreso histórico conmemorativo de su elección ha elegido como fecha de inicio el 15 de septiembre, memoria litúrgica de la Virgen de los Dolores que él, el 18 de septiembre de 1814, quiso extender a toda la Iglesia, en recuerdo de los dolores que padeció la Iglesia durante la Revolución francesa y la dominación napoleónica. Además, el 15 de septiembre de 1815, para perpetuar el recuerdo de su vuelta triunfal a Roma, que tuvo lugar el 24 de mayo de 1814, decretó que cada año la diócesis de Roma celebrara el 24 de mayo la fiesta de María Auxiliadora del pueblo cristiano, fiesta que pasó después al calendario propio de numerosas diócesis y familias religiosas. En los momentos tormentosos de su pontificado, precisamente ella, la Virgen santísima, fue su apoyo en la inquebrantable certeza de que los derechos de Dios y de la Iglesia terminarían triunfando.

Otra característica del pontificado de este ilustre predecesor mío fue su gran amor, heredado de la tradición benedictina, al estudio y a la cultura, que le granjeó una gran estima por su obra de recuperación del patrimonio artístico e histórico de la Santa Sede, disperso en gran parte a causa de los saqueos napoleónicos. Se esforzó por incrementarlo, como lo atestiguan elocuentemente el museo Chiaramonti, que lleva su nombre, y los frescos de la Biblioteca vaticana, que aún hoy narran sus gestas.

7. Por tanto, muchas y significativas son las razones para hacer memoria de este digno Sucesor del apóstol san Pedro, probado duramente por adversidades e incomprensiones. El testimonio de su indómito y perseverante servicio a la Iglesia constituye una lección útil para todos. Recordar lo que tuvo que sufrir para desempeñar su ministerio apostólico nos lleva a meditar en la vocación de todo apóstol de Cristo. En efecto, los cristianos de cada época, a pesar de los contrastes y las humillaciones, los obstáculos y las persecuciones, están llamados a perseverar siempre en la fidelidad a su Señor. Saben que deben adherirse al Evangelio sin componendas y sin miedo, dispuestos cada día a tomar la cruz para seguirlo a él, el Maestro crucificado. Caminar en pos de él y abrazar con amor su Evangelio es el compromiso activo y generoso de todos los discípulos de Jesús. Esta misión conlleva inevitablemente la experiencia de la cruz, según las palabras del Señor: "El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame" (Mt 16,24).
Deseo de corazón que esta celebración jubilar brinde la ocasión de conocer mejor el mensaje del Papa Chiaramonti y apreciar aún más su sabiduría y su fuerza interior. Ojalá que los hombres de nuestro tiempo, al considerar su vida y su ejemplo, obtengan valiosas indicaciones para afrontar con el mismo ardor misionero los desafíos de la época moderna. Hoy, como en el tiempo en que él vivió, hay que saber pasar a través de las dificultades de la vida, permaneciendo firmes en la escucha y en la obediencia al Evangelio.

Que el Señor, por intercesión de María, Madre de los cristianos, conceda de modo especial a los monasterios de las dos congregaciones derivadas de la única y antigua Congregación Cassinense el don de una fidelidad cada vez mayor al propio carisma. Que les otorgue, además, numerosas vocaciones para la "escuela del servicio divino", según las indicaciones de la Regla de san Benito.
Con esta finalidad, aseguro un recuerdo en mi oración y, como prenda de abundantes gracias celestiales, me complace impartir a los reverendísimos padres abades y a las comunidades benedictinas masculinas y femeninas, así como a cuantos participen en el Congreso histórico internacional, la implorada bendición apostólica.

Castelgandolfo, 14 de agosto de 2000

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LA CONFEDERACIÓN

DE LAS CONGREGACIONES BENEDICTINAS


Viernes 8 de septiembre de 2000


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1. Con gran alegría os acojo y saludo a todos vosotros, queridos abades, priores conventuales y administradores de la orden de San Benito, con ocasión de vuestro congreso que, en el Año jubilar, estáis celebrando aquí, en Roma. Al expresar mi gratitud al abad dom Marcel Rooney por el trabajo realizado durante estos años, felicito al nuevo abad primado dom Notker Wolf, a quien agradezco las palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Saludo asimismo al grupo de abadesas que han venido en representación de sus hermanas de todo el mundo.


Este encuentro con el Obispo de Roma se inserta en vuestra peregrinación jubilar, muy rica e intensa, y pone de relieve su significado espiritual y eclesial. En este momento recuerdo a mi glorioso predecesor san Gregorio Magno, en cuya fiesta comenzó vuestra asamblea, y doy gracias con vosotros a Dios por el gran don que han constituido y constituyen, en la Iglesia y para la Iglesia, los hijos y las hijas de san Benito.


Habéis cruzado las Puertas santas de las basílicas mayores, llevando espiritualmente con vosotros a vuestras comunidades. Se trata, ante todo, de un laudable testimonio de vuestra fe y, al mismo tiempo, un símbolo del profundo significado de vuestra reunión: en el Año santo 2000, la orden benedictina, extendida en todo el mundo, quiere pasar a través de Cristo, para entrar con él y en él en el nuevo milenio, estrechando entre sus manos el Evangelio, palabra de salvación para el hombre de todos los tiempos y de todas las culturas.


2. En Oriente y en Occidente la vida monástica constituye para la Iglesia un patrimonio de valor inestimable. En la exhortación postsinodal Vita consecrata escribí: "Los monasterios han sido y siguen siendo, en el corazón de la Iglesia y del mundo, un signo elocuente de comunión, un lugar acogedor para quienes buscan a Dios y las cosas del espíritu, escuelas de fe y verdaderos laboratorios de estudio, de diálogo y de cultura para la edificación de la vida eclesial y de la misma ciudad terrena, en espera de la celestial" (n. 6).


El monaquismo occidental se ha inspirado sobre todo en san Benito y en su Regla, que ha formado a generaciones de hombres y mujeres llamados a abandonar el mundo para consagrarse totalmente a Dios, poniendo el amor de Cristo en el centro y por encima de todo (cf. Regla, 4, 21 y 72, 11).

Con la fuerza de esta misión, la orden benedictina ha contribuido sin cesar a la actividad apostólica de la Iglesia. Con esta misma fuerza, trabaja en favor de la nueva evangelización. Lo testimonian jóvenes y adultos, cristianos y no cristianos, creyentes y no creyentes, que encuentran en vosotros y en vuestros monasterios puntos de referencia, como pozos de los que pueden sacar el "agua viva" de Cristo, la única que sacia la sed de los hombres. Y ¡cómo no subrayar que una característica de muchas de vuestras casas consiste en ser hoy "fronteras del cristianismo", en lugares donde el cristianismo es minoría! En algunas ocasiones el testimonio de algunos miembros de la orden benedictina se vio coronado con el martirio. A pesar de ello, permanecéis en esas tierras, sin miedo a los peligros y las dificultades. Al realizar una significativa actividad ecuménica y de paciente diálogo interreligioso, prestáis un valioso servicio al Evangelio. Testimoniáis que sólo Dios basta.


3. Sí, sólo Dios, sólo Cristo es "la vida del alma". Estas palabras nos traen a la memoria el título de un famoso libro de vuestro venerado hermano Columba Marmion, a quien el domingo pasado tuve la alegría de inscribir en el catálogo de los beatos. La vida y la actividad del gran abad de Maredsous marcó profundamente la espiritualidad del siglo XX, en perfecta sintonía con el camino de auténtica renovación eclesial, que culminó en el concilio ecuménico Vaticano II. Queréis recorrer ese mismo camino, siguiendo los luminosos ejemplos del beato Columba Marmion, así como de los beatos Dusmet de Catania y Schuster de Milán, hijos fieles de san Benito.


A este propósito, vuestro congreso, además de ser una peregrinación jubilar, constituye un fuerte momento de reflexión y confrontación, en el umbral del nuevo milenio. Como responsables de la orden, os proponéis considerar el papel que desempeña el abad en la comunidad. Además, mediante la escucha y el intercambio de las ricas y diferentes experiencias, queréis analizar cuál es la "misión" del monasterio en el mundo actual.


4. Al respecto, como Pastor de la Iglesia, en un mundo en el que se multiplican las actividades dispersivas y a veces se corre el riesgo de perder incluso el sentido de la vida y de la muerte, quisiera recordaros -aunque sé muy bien que precisamente en esto sois maestros- el primado de la interioridad. El hombre necesita hoy, más que nunca, encontrar a Dios y encontrarse en Dios, para no perderse a sí mismo. Y esto sólo es posible cuando el corazón se pone a la escucha del Señor en el silencio y en la contemplación prolongada, es decir, en el encuentro con "el único mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús" (1Tm 2,5).


Este es mi deseo, que acompaño con la seguridad de que os recuerdo de manera especial en el altar. Queridos hermanos, sed para nuestros contemporáneos signos elocuentes de la validez de la vida monástica. Esta es la primera forma de vida consagrada que apareció en la Iglesia y que a lo largo de los siglos sigue siendo un don para todos. Sed contemplativos asiduos del misterio de Dios y ofreced vuestra vida "ut in omnibus glorificetur Deus".


Encomiendo estos deseos a la intercesión de María santísima, cuya Natividad celebramos hoy. Ella, como Madre buena, os proteja en cada paso. Con afecto os imparto la bendición apostólica, pidiéndoos que la llevéis a vuestras comunidades.


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