Discursos 2000 297


AUDIENCIA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A VARIOS GRUPOS DE PEREGRINOS

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Sábado 9 de septiembre de 2000


Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra encontrarme con vosotros, y os saludo a todos con alegría. Vuestro encuentro tiene lugar en el día dedicado a la memoria de san Pedro Claver, sacerdote jesuita, apóstol entre los negros deportados y modelo para cuantos también hoy se prodigan para aliviar las condiciones de quien sufre. Con el espíritu del jubileo, su ejemplo nos ayuda a comprender uno de los compromisos que brotan de este acontecimiento fundamental: la atención a cuantos, obligados por las circunstancias, abandonan su país y soportan las vejaciones de quienes se aprovechan de la pobreza de los demás.

Quiera Dios que este espíritu, el auténtico espíritu del jubileo que estamos celebrando, impregne la vida de nuestras comunidades cristianas y anime todas las actividades de las Iglesias diocesanas. Celebramos a Cristo en el bimilenario de su nacimiento y lo contemplamos en el misterio de su encarnación. Se nos manifiesta como auténtica fuente de salvación para el mundo y para toda persona humana. Los acontecimientos humanos constituyen la historia del encuentro entre la pobreza espiritual de cada uno y la grandeza salvífica de un Dios que ama infinitamente a su criatura.

2. A este amor debe corresponder el testimonio de una vida orientada a configurar al discípulo con su Maestro. A través de la confesión individual y las celebraciones penitenciales propias del jubileo, así como por medio de la celebración de los otros sacramentos, el creyente realiza un camino de configuración con Cristo.

Este camino está representado simbólicamente por la peregrinación y por el acto de cruzar la Puerta santa. Por eso, con razón, "el término "jubileo" expresa alegría; no sólo alegría interior, sino un júbilo que se manifiesta exteriormente, ya que la venida de Dios es también un suceso exterior, visible, audible y tangible, como recuerda san Juan (cf.
1Jn 1,1)" (Tertio millennio adveniente TMA 16 cf. 32). Y es también la alegría por el perdón de los pecados, la alegría de la conversión.

3. Con estos sentimientos, os doy cordialmente la bienvenida a vosotros, queridos peregrinos procedentes de la diócesis de Lucera-Troia, acompañados por vuestro obispo, monseñor Francesco Zerrillo, y también a vosotros, peregrinos de la diócesis de Caserta. Os deseo que al cruzar la Puerta santa experimentéis la riqueza que Dios prodiga en las celebraciones jubilares, para que vuestro corazón y vuestras comunidades se abran a la vida nueva que es Cristo.

A vosotros, amadísimos hermanos y hermanas procedentes de varias parroquias, y a vosotros, participantes en la Carrera de relevos de los deportistas boloñeses, os deseo que esta peregrinación os deje en el corazón signos eficaces de justicia y caridad. En el itinerario jubilar tenéis la oportunidad de acercaros al sacramento de la penitencia y de la reconciliación; de alimentaros en la mesa de la Eucaristía; y de visitar las memorias de los Apóstoles. Ojalá que sean momentos intensos de comunión con Dios. Al volver a vuestras comunidades, os sentiréis fortalecidos en la fe y estimulados a practicar el bien y la caridad, según vuestro estado de vida y el compromiso al que el Señor os llama.

4. Me alegra acoger al grupo de ex alumnos del seminario francés de Roma. Sed bienvenidos, queridos hermanos en el sacerdocio y en el episcopado. Vuestra presencia, esta mañana, es un signo de la gratitud que, jóvenes o ancianos, sentís siempre por vuestro seminario. Podéis testimoniar la calidad de su formación humana, espiritual, doctrinal y pastoral. Encarezco a los responsables del seminario a proseguir su misión, tan importante para la vida de la Iglesia, deseando que el seminario francés siga siendo, especialmente para el mundo francófono, un lugar privilegiado donde florezcan aún numerosas generaciones de sacerdotes llamados a ser "heraldos del Evangelio" en el nuevo milenio. De corazón imparto complacido a todos la bendición apostólica.

5. Me alegra saludar a los peregrinos de la diócesis de Saint Catharines, en Canadá, encabezados por su vicario general. En este año del gran jubileo habéis venido a visitar estos lugares santificados por la sangre de los mártires. Ruego a Dios que vuestra estancia en Roma os permita vivir una experiencia nueva y más profunda de la misericordia de Dios, para que, al volver a Canadá, deis un testimonio más intenso del evangelio de Jesucristo, el Hijo de Dios y Salvador del mundo. Por medio de vosotros envío mi afectuoso saludo a monseñor O'Mara, a monseñor Fulton y a todos los fieles de Cristo de esa diócesis. Que la bienaventurada Virgen María y santa Catalina os protejan siempre, y Dios todopoderoso os bendiga abundantemente a vosotros y a vuestras familias con el don de su paz.

6. Sobre todos invoco la protección materna de María santísima, cuya Natividad celebramos ayer. La Madre del Salvador os obtenga a cada uno paz y serenidad. Con este deseo, os imparto de buen grado a todos una especial bendición apostólica.

JUBILEO DE LOS PROFESORES UNIVERSITARIOS


A LOS PROFESORES UNIVERSITARIOS


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Sábado 9 de septiembre


Amadísimos profesores universitarios:

1. Me alegra encontrarme con vosotros en este año de gracia, en el que Cristo nos llama con fuerza a una adhesión de fe más convencida y a una profunda renovación de vida. Os agradezco sobre todo el compromiso que habéis manifestado en los encuentros espirituales y culturales que han caracterizado estas jornadas. Al veros, mi pensamiento se ensancha en un saludo cordial a los profesores universitarios de todas las naciones, así como a los estudiantes confiados a su guía en el camino, fatigoso y gozoso a la vez, de la investigación. Saludo asimismo al senador Ortensio Zecchino, ministro de Universidades, que está aquí con nosotros en representación del Gobierno italiano.

Los ilustres profesores que acaban de tomar la palabra me han permitido hacerme una idea de cuán rica y articulada ha sido vuestra reflexión. Les doy las gracias de corazón. Este encuentro jubilar ha constituido para cada uno de vosotros una ocasión propicia para verificar en qué medida el gran acontecimiento que celebramos, la encarnación del Verbo de Dios, ha sido acogido como principio vital que informa y transforma toda la vida.

Sí, porque Cristo no es el signo de una vaga dimensión religiosa, sino el lugar concreto en el que Dios hace plenamente suya, en la persona del Hijo, nuestra humanidad. Con él "el Eterno entra en el tiempo, el Todo se esconde en la parte y Dios asume el rostro del hombre" (Fides et ratio FR 12). Esta "kénosis" de Dios, hasta el "escándalo" de la cruz (cf. Flp Ph 2,7), puede parecer una locura para una razón orgullosa de sí. En realidad, es "fuerza de Dios y sabiduría de Dios" (1Co 1,23-24) para cuantos se abren a la sorpresa de su amor. Vosotros estáis aquí para dar testimonio de él.

2. El tema de fondo sobre el que habéis reflexionado, La universidad para un nuevo humanismo, encaja muy bien en el redescubrimiento jubilar de la centralidad de Cristo. En efecto, el acontecimiento de la Encarnación toca al hombre en profundidad e ilumina sus raíces y su destino, y lo abre a una esperanza que no defrauda. Como hombres de ciencia, os interrogáis continuamente sobre el valor de la persona humana. Cada uno podría decir, con el antiguo filósofo: "Busco al hombre".

Entre las numerosas respuestas dadas a esta búsqueda fundamental, habéis acogido la respuesta de Cristo, que brota de sus palabras pero, mucho más, brilla en su rostro. Ecce homo: "he aquí el hombre" (Jn 19,5). Pilato, mostrando a la muchedumbre exaltada el rostro desfigurado de Cristo, no imaginaba que se convertiría, en cierto sentido, en portavoz de una revelación. Sin saberlo, señalaba al mundo a Cristo, en quien todo hombre puede reconocer su raíz, y de quien todo hombre puede esperar su salvación.Redemptor hominis: esta es la imagen de Cristo que, ya desde mi primera encíclica, he querido "gritar" al mundo, y que este Año jubilar quiere hacer resonar en las mentes y en los corazones.

3. Inspirándoos en Cristo, que revela el hombre al hombre (cf. Gaudium et spes GS 22), en los congresos celebrados durante estos días habéis querido reafirmar la exigencia de una cultura universitaria verdaderamente "humanística". Y, ante todo, en el sentido de que la cultura debe ser a medida de la persona humana, superando las tentaciones de un saber plegado al pragmatismo o disperso en las infinitas expresiones de la erudición y, por tanto, incapaz de dar sentido a la vida.

Por esta razón, habéis reafirmado que no existe contradicción, sino más bien un nexo lógico, entre la libertad de la investigación y el reconocimiento de la verdad, a la que tiende precisamente la investigación, a pesar de los límites y las fatigas del pensamiento humano. Hay que subrayar este aspecto, para no caer en el clima relativista que insidia a gran parte de la cultura actual. En realidad, si no está orientada hacia la verdad, que debe buscar con actitud humilde, pero al mismo tiempo confiada, la cultura está destinada a caer en lo efímero, abandonándose a la volubilidad de las opiniones y, quizá, cediendo a la prepotencia, a menudo engañosa, de los más fuertes.

Una cultura sin verdad no es una garantía para la libertad, sino más bien un riesgo. Ya lo dije en otra ocasión: "las exigencias de la verdad y la moralidad no menoscaban ni anulan nuestra libertad, sino que, por el contrario, le permiten crecer y la liberan de las amenazas que lleva en su interior" (Discurso a la III asamblea general de la Iglesia italiana en Palermo, 23 de noviembre de 1995, n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 1 de diciembre de 1995, p. 7). En este sentido, sigue siendo perentoria la advertencia de Cristo: "La verdad os hará libres" (Jn 8,32).

4. Arraigado en la perspectiva de la verdad, el humanismo cristiano implica ante todo la apertura al Trascendente. Aquí residen la verdad y la grandeza del hombre, la única criatura del mundo visible capaz de tomar conciencia de sí, reconociéndose envuelta por el misterio supremo al que la razón y la fe juntas dan el nombre de Dios. Es necesario un humanismo en el que el horizonte de la ciencia y el de la fe ya no estén en conflicto.

300 Sin embargo, no podemos contentarnos con un acercamiento ambiguo, como el que favorece una cultura que duda de la capacidad de la razón de alcanzar la verdad. Por este camino se corre el riesgo del equívoco de una fe reducida al sentimiento, a la emoción, al arte, en síntesis, una fe privada de todo fundamento crítico. Pero esta no sería la fe cristiana, que, por el contrario, exige una adhesión razonable y responsable a cuanto Dios ha revelado en Cristo. La fe no brota de las cenizas de la razón. Os exhorto vivamente a todos vosotros, hombres de la universidad, a realizar todos los esfuerzos posibles para reconstruir un horizonte del saber abierto a la Verdad y al Absoluto.

5. Sin embargo, debe quedar claro que esta dimensión "vertical" del saber no implica ningún aislamiento intimista; al contrario, se abre por su misma naturaleza a las dimensiones de la creación. ¡No podía ser de otra forma! Al reconocer al Creador, el hombre reconoce el valor de las criaturas. Abriéndose al Verbo encarnado, acoge también todo lo que ha sido hecho por él (cf. Jn
Jn 1,3) y por él ha sido redimido. Por eso, es necesario redescubrir el sentido original y escatológico de la creación, respetándola en sus exigencias intrínsecas, pero, al mismo tiempo, disfrutándola desde la libertad, responsabilidad, creatividad, alegría, "descanso" y contemplación.
Como nos lo recuerda una espléndida página del concilio Vaticano II, "gozando de las criaturas con pobreza y libertad de espíritu, (el hombre) entra en la verdadera posesión del mundo como quien no tiene nada y lo posee todo. "Pues todas las cosas son vuestras, vosotros de Cristo, Cristo de Dios" (1Co 3,22-23)" (Gaudium et spes GS 37).

Hoy la más atenta reflexión epistemológica reconoce la necesidad de que las ciencias del hombre y las de la naturaleza vuelvan a encontrarse, para que el saber recupere una inspiración profundamente unitaria. El progreso de las ciencias y de las tecnologías pone hoy en las manos del hombre posibilidades magníficas, pero también terribles. La conciencia de los límites de la ciencia, considerando las exigencias morales, no es oscurantismo, sino salvaguardia de una investigación digna del hombre y al servicio de la vida.

Amadísimos hombres de la investigación científica, haced que las universidades se transformen en "laboratorios culturales" en los que dialoguen constructivamente la teología, la filosofía, las ciencias humanas y las ciencias de la naturaleza, considerando la norma moral como una exigencia intrínseca de la investigación y condición de su pleno valor en el acercamiento a la verdad.

6. El saber iluminado por la fe, en vez de alejarse de los ámbitos de la vida diaria, está presente en ellos con toda la fuerza de la esperanza y de la profecía. El humanismo que deseamos promueve una visión de la sociedad centrada en la persona humana y en sus derechos inalienables, en los valores de la justicia y de la paz, en una correcta relación entre personas, sociedad y Estado, y en la lógica de la solidaridad y de la subsidiariedad. Es un humanismo capaz de infundir un alma al mismo progreso económico, para "promover a todos los hombres y a todo el hombre" (Populorum progressio, 14; cf. Sollicitudo rei socialis SRS 30).

En particular, es urgente que trabajemos para salvaguardar plenamente el verdadero sentido de la democracia, auténtica conquista de la cultura. En efecto, sobre este tema se perfilan tendencias preocupantes, cuando se reduce la democracia a un hecho puramente de procedimiento, o cuando se piensa que la voluntad expresada por la mayoría basta simplemente para determinar la aceptabilidad moral de una ley. En realidad, "el valor de la democracia se mantiene o cae con los valores que encarna y promueve. (...) En la base de estos valores no pueden estar provisionales y volubles "mayorías" de opinión, sino sólo el reconocimiento de una ley moral objetiva que, en cuanto "ley natural" inscrita en el corazón del hombre, es punto de referencia normativa de la misma ley civil" (Evangelium vitae EV 70).

7. Queridísimos profesores, también la universidad, al igual que otras instituciones, experimenta las dificultades de la hora actual. Y, sin embargo, sigue siendo insustituible para la cultura, con tal de que no extravíe su originaria figura de institución entregada a la investigación y, al mismo tiempo, a una función formativa vital y, diría, "educativa", en beneficio sobre todo de las jóvenes generaciones. Hay que poner esta función en el centro de las reformas y de las adaptaciones que también esta antigua institución puede necesitar para adecuarse a los tiempos.

Con su valor humanístico, la fe cristiana puede ofrecer una contribución original a la vida de la universidad y a su tarea educativa, en la medida en que se dé testimonio de ella con fuerza de pensamiento y coherencia de vida, mediante un diálogo crítico y constructivo con cuantos promueven una inspiración diversa. Espero que esta perspectiva se profundice también en los encuentros mundiales en los que participarán próximamente los rectores, los dirigentes administrativos de las universidades, los capellanes universitarios y los mismos alumnos en su foro internacional.

8. Ilustrísimos profesores, en el Evangelio se funda una concepción del mundo y del hombre que no deja de irradiar valores culturales, humanísticos y éticos para una correcta visión de la vida y de la historia. Estad profundamente convencidos de esto, y convertidlo en criterio de vuestro compromiso.

La Iglesia, que ha desempeñado históricamente un papel de primer orden en el mismo nacimiento de las universidades, sigue mirándolas con profundo aprecio, y espera de vosotros una contribución decisiva para que esta institución entre en el nuevo milenio reencontrándose plenamente a sí misma como lugar donde se desarrollan de modo cualificado la apertura al saber, la pasión por la verdad y el interés por el futuro del hombre. Ojalá que este encuentro jubilar deje dentro de cada uno de vosotros un signo indeleble y os infunda nuevo vigor para esta ardua tarea.

301 Con este deseo, en nombre de Cristo, Señor de la historia y Redentor del hombre, os imparto a todos con gran afecto la bendición apostólica.

JUBILEO DE LOS NUNCIOS APOSTÓLICOS


A LOS REPRESENTANTES PONTIFICIOS


Viernes 15 de septiembre de 2000

: Amadísimos hermanos en el episcopado:

1. "Paz a vosotros" (Jn 20,19). Os acojo con el saludo pascual de Cristo a los Apóstoles, que corresponde muy bien a vuestra actual celebración jubilar, pues tiende a la reconciliación y a la paz con Dios y con los hermanos. Esto vale para todos los fieles, pero vale de modo particular para nosotros, pastores, llamados a ser "modelo del rebaño" (1P 5,3).


Todos tienen necesidad de la paz. Sin embargo, de modo especial, debe ser "hombre en paz" y "hombre de paz" quien, compartiendo como vosotros la "sollicitudo omnium Ecclesiarum" propia del Obispo de Roma, cumple la misión de contribuir con todas sus energías al ministerio de comunión que Cristo confió a Pedro y a sus sucesores.


Esta delicada misión hace que os sienta particularmente cercanos incluso cuando os encontráis en vuestras sedes, esparcidas por las diversas partes del mundo. Por esta cercanía, que diariamente se alimenta y apoya en la oración, me alegra dirigiros hoy un saludo muy cordial, en el marco del gran jubileo. De la misma manera, quisiera dedicar palabras de afecto en especial a los más ancianos de entre vosotros, tanto por edad como por servicio, y que han afrontado generosamente el "pondus diei et aestus" en sedes con frecuencia difíciles por la situación sociopolítica o por la condición climática.


2. En efecto, sois representantes del Papa ante los Gobiernos nacionales o ante las instituciones supranacionales, pero, en primer lugar, sois testigos de su ministerio de unidad ante las Iglesias particulares, a cuyos pastores aseguráis la posibilidad de un contacto constante con la Sede apostólica. Otra tarea, que ha ido incrementándose durante estos años gracias al impulso del concilio ecuménico Vaticano II, es el servicio a la unidad plena de todos los cristianos, que es un anhelo del corazón de Cristo y, en consecuencia, también un deseo ardiente del Papa y del Colegio episcopal. No hay que olvidar tampoco la gran contribución que estáis llamados a dar a la búsqueda y a la consolidación de una relación armoniosa con todos los creyentes en Dios, así como de un diálogo sincero con los hombres de buena voluntad.


En este servicio seguís los pasos de muchas personalidades ilustres, algunas de las cuales brillaron por auténtica santidad de vida. Y ¡cómo no recordar, con íntima alegría, que los dos Papas que fueron propuestos recientemente como modelos de virtudes cristianas a toda la Iglesia, el beato Pío IX y el beato Juan XXIII, son, por decirlo así, vuestros "colegas" en el servicio diplomático de la Santa Sede! Ciertamente los sentís cercanos de modo especial, y esto favorece vuestra comunión espiritual con ellos y vuestro deseo de imitar su ejemplo.


3. El lema del Papa Juan XXIII -"Oboedientia et pax"- puede ser para cada uno de vosotros un programa muy valioso. Si inspiráis en él vuestra disposición interior, tendréis indudablemente un antídoto eficaz contra el abatimiento o la tristeza que pueden embargaros cuando una iniciativa largamente preparada no surte el efecto deseado, o cuando un paso dado con las finalidades más nobles es mal interpretado, o incluso cuando surgen aspectos humanos poco gratos en las situaciones de la vida o en la misma organización de vuestro trabajo. El Señor permite muchas cosas..., y a veces nos cuesta reconocer el entramado de gracia que subyace a nuestra existencia y a los mismos acontecimientos de la historia.


Por eso, nos han de ayudar las palabras del Apóstol a los Romanos: "Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien" (Rm 8,28). El secreto espiritual del beato Juan XXIII consistía en su capacidad de transformar en ocasión de bien, con la fuerza interior de la oración, todas las situaciones: su jornada, sus preocupaciones, sus alegrías y sus tristezas, el paso de los años... En efecto, quien lee su Diario no puede por menos de sentir admiración por la riqueza de su vida espiritual, alimentada de diálogo constante con Dios en cada circunstancia, con fidelidad diaria al deber, incluso oscuro, monótono y pesado.


Este es un aspecto significativo de su santidad, junto con el respeto a sus colaboradores, por los cuales sentía afecto paterno-fraterno. Me refiero aquí a una dimensión característica de vuestra experiencia en las nunciaturas, donde un pequeño grupo de personas vive en estrecho contacto diario. A veces colaborar puede resultar difícil, incluso por la diferencia de edad, de nacionalidad, de formación y de mentalidad. Que el Señor os conceda formar una buena comunidad de trabajo, para el bien y la edificación de cada uno, así como del servicio que se os ha confiado.


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4. Deseo poner de relieve aquí la importancia de la misión del nuncio para la Iglesia que vive en el país a donde es enviado como representante pontificio. Es un servicio importante y delicado, que debe desempeñar desde la perspectiva eclesiológica de la comunión, tan destacada por el concilio Vaticano II (cf. Christus Dominus CD 9 Código de derecho canónico, c. CIC 364). En efecto, estáis llamados a prestar un servicio de comunión. Un servicio que, por su misma naturaleza, no puede limitarse a una fría mediación burocrática, sino que debe ser una auténtica presencia pastoral. No olvidéis que el nuncio es también un pastor, y ha de actuar con el espíritu de Cristo "buen Pastor".


Además de vivir ese sentido pastoral como representante del Sucesor de Pedro, debe sentirse fraternalmente cercano a los pastores de las Iglesias particulares, compartiendo con ellos el celo apostólico mediante la oración, el testimonio y las formas de presencia y de ministerio que resulten más oportunas y útiles al pueblo de Dios, respetando la responsabilidad propia de cada obispo.

Amadísimos nuncios, vuestro ministerio, vivido de este modo, pone claramente de relieve el vínculo necesario entre las dimensiones particular y universal de la Iglesia. Al ayudar al Sucesor de Pedro a apacentar la grey de Cristo, ayudáis a las Iglesias particulares a crecer y desarrollarse. En este servicio, afrontáis a menudo problemas, dificultades y tensiones. Os agradezco de corazón la valiosísima contribución de vuestra experiencia, gracias a la cual sabéis conjugar la sensibilidad por las Iglesias y las sociedades en las que cumplís vuestra misión, con la fidelidad a las líneas que inspiran la acción de la Santa Sede, tanto en el campo eclesial como en el civil.


5. En realidad, la posibilidad de experimentar directamente en la Iglesia la diversidad legítima, respetando la unidad debida, es un don que ciertamente constituye para vosotros un motivo de enriquecimiento humano y espiritual y, en cierto modo, os recompensa por los sacrificios que afrontáis debido a los cambios de clima, de lengua, de mentalidad, de cultura y de condiciones de vida. Durante mis viajes apostólicos he tenido la oportunidad de conoceros mejor, visitándoos en vuestros respectivos lugares de trabajo. Recuerdo haber dicho una vez a uno de vosotros, en el momento de despedirme: "Hoy para usted es el día de la liberación". Con un poco de humor quise dar a entender que había comprendido lo que significa para un nuncio la preparación y la realización de una visita apostólica; era una manera de expresarle mi aprecio, que reitero aquí a cada uno de vosotros.


Estimo mucho vuestro compromiso de ser intermediarios entre la Santa Sede y los Episcopados locales, así como todo el trabajo de mediación que lleváis a cabo ante las instituciones políticas y sociales de los países en los que desempeñáis vuestra misión o en la relación con los organismos internacionales a los que sois enviados. Vuestro objetivo constante consiste en promover la paz, la paz auténtica, que únicamente existe si se apoya en las columnas de la verdad, la justicia, la libertad y la solidaridad (cf. Pacem in terris PT 49-55 y 64). Sabéis bien que este compromiso se traduce concretamente en la lucha contra la pobreza y en la promoción de un desarrollo humano integral, porque sólo sobre estos presupuestos es posible fundar una paz verdadera y duradera entre los pueblos de la tierra, respetando los derechos fundamentales de la persona humana, que es imagen de Dios.


6. En vuestra acción podéis contar con el prestigio de una diplomacia que tiene una historia secular y que se ha enriquecido con la contribución de hombres insignes por su equilibrio, su sabiduría y su vivo sentido de la Iglesia. Ojalá que su ejemplo sea para cada uno de vosotros casi un paradigma que os sirva de orientación y apoyo.


Sin embargo, más allá de cualquier referencia humana, por más noble que sea, la luz verdadera os llega de Cristo y de su Evangelio. Las dotes de prudencia humana, inteligencia y sensibilidad deben conjugarse, en cada uno de vosotros, con el espíritu de las bienaventuranzas. En cierto sentido, vuestra diplomacia ha de ser la "diplomacia del Evangelio". En esta tensión espiritual reside vuestra fuerza y vuestro secreto. Por eso, vuestra fe en Cristo debe ser la llama que ilumine y caliente cada una de vuestras jornadas.


Habéis querido confirmar y fortalecer esa fe también con esta peregrinación jubilar. En algunos casos, la habéis realizado con muchos sacrificios. Al expresaros mi gratitud también por este testimonio de fe y de comunión, os aseguro mi constante recuerdo en la oración. Hoy también he celebrado la misa por todos los nuncios.


Os encomiendo a cada uno y vuestro trabajo a la protección materna de la Virgen santísima, y, rogándoos que me recordéis con frecuencia a mí y mi ministerio, sobre todo en la celebración de la santa misa, imparto con afecto a cada uno la bendición apostólica, que extiendo complacido a vuestros colaboradores y a vuestros seres queridos.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A UN GRUPO DE RELIGIOSAS Y LAICOS

DE LA FAMILIA DE JESÚS-MARÍA


Viernes 15 de septiembre de 2000


Queridos hermanos y hermanas:

303 Me alegra particularmente acogeros esta mañana a vosotros, religiosas y laicos de la Familia de Jesús-María, que habéis venido de numerosos países para realizar vuestra peregrinación jubilar a las tumbas de los Apóstoles.

El camino de fe que habéis querido recorrer expresa muy bien el objetivo de vuestra familia espiritual, que consiste en "conocer mejor a Jesucristo y trabajar en la Iglesia para dar a conocer a Dios y su bondad misericordiosa". En efecto, durante este año, en el que celebramos el bimilenario del nacimiento del Salvador, la Iglesia entera está invitada a dirigir su mirada de un modo nuevo al Señor Jesús, que revela a los hombres el rostro de Dios Padre, "compasivo y misericordioso", y que, mediante el envío del Espíritu Santo, manifiesta el misterio de amor de la Trinidad (cf. Incarnationis mysterium, 3).

Por tanto, os animo encarecidamente a renovar con generosidad el don de vosotros mismos a Cristo, acogiendo el don que él os hace de sí mismo, y permaneciendo en íntima unión con él. Tanto en vuestra vida de discípulos de Cristo como en vuestros compromisos apostólicos, mantened viva vuestra conciencia eclesial. Religiosas de la congregación de Jesús-María y miembros laicos asociados, mediante vuestra fecunda colaboración al servicio de la misión de salvación de la Iglesia, sed signos cada vez más eficaces de la presencia de Cristo Salvador entre sus hermanos, los hombres, sobre todo entre los más pequeños. ¡Que ninguno de ellos se sienta excluido del amor que el Padre profesa a todos sus hijos!

Imitando el ejemplo de santa Claudina Thévenet, sed ante todos, y en particular ante los jóvenes y los niños, testigos ardientes del perdón y de la misericordia, contemplándolos de un modo que os haga descubrir en cada uno "una promesa, una espera, una epifanía de la presencia divina" (Homilía en la ceremonia de canonización de Claudina Thévenet, 21 de marzo de 1993, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 26 de marzo de 1993, p. 7). Como hizo vuestra fundadora e inspiradora, sacad vuestra energía misionera de la fuente del Corazón de Cristo y del Corazón de su Madre, para que "la caridad sea como la pupila de vuestros ojos" (santa Claudina Thévenet).

A la intercesión amorosa de la Virgen Inmaculada os encomiendo a vosotros, aquí presentes, así como a las religiosas y laicos de la Familia de Jesús-María, e imparto de todo corazón a cada uno una bendición apostólica particular.

AUDIENCIA DE JUAN PABLO II

A VARIOS GRUPOS DE PEREGRINOS

Sábado 16 de septiembre de 2000



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra encontrarme con vosotros en esta audiencia especial, que se inserta oportunamente en el programa de vuestra peregrinación jubilar. Os doy mi cordial bienvenida.

Venís de diversas localidades y habéis llegado a Roma el día en que la Iglesia hace memoria de los mártires san Cornelio, Papa, y san Cipriano, obispo. Vuestra presencia en la ciudad eterna, donde numerosos creyentes, junto con los apóstoles san Pedro y san Pablo, dieron su valiente testimonio de Cristo, os ofrece la posibilidad de reflexionar en vuestro compromiso cristiano y en la exigencia de un testimonio coherente, que deriva de él.

Os deseo cordialmente que, imitando el ejemplo de esos valientes testigos de la fe e invocando su protección, os fortalezcáis en vuestros propósitos de vida cristiana, de modo que prosigáis con renovado entusiasmo por el camino de la santidad, fieles al Evangelio y a la enseñanza de la Iglesia.

2. Saludo con afecto a los peregrinos que han venido de las diócesis de Sorrento-Castellammare di Stabia y de Castellaneta, acompañados por sus obispos respectivos, monseñor Felice Cece y monseñor Martino Scarafile, a quienes saludo con afecto fraterno.

304 Amadísimos hermanos y hermanas, espero que al cruzar la Puerta santa tengáis las disposiciones interiores necesarias para recibir la riqueza que Dios quiere derramar en las almas con ocasión de las celebraciones jubilares. Para vosotros y para vuestras comunidades constituye una singular ocasión de crecimiento espiritual, que no debéis desaprovechar en absoluto.

El jubileo se configura como un Año de gracia y de misericordia para todos los creyentes, que están llamados a agradecer y alabar a Dios por sus dones. Se trata de un tiempo propicio también para una práctica más consciente de los sacramentos, que son medios privilegiados de gracia queridos por Cristo para la santificación. La Eucaristía, en particular, encierra en sí la totalidad de los misterios de la redención: en ella el Padre sigue dándonos la persona divina del Hijo encarnado para la salvación de los hombres.

Así pues, la Eucaristía debe ocupar en la vida eclesial un lugar destacado, porque la Iglesia y cada creyente encuentran en ella la fuerza indispensable para anunciar y testimoniar a todos el mensaje del Evangelio. Además, la Eucaristía, al ser la celebración de la Pascua del Señor, es en sí misma un acontecimiento misionero en el que se realiza el vínculo inseparable entre comunión y misión, que hace de la Iglesia el sacramento de la unidad de todo el género humano.

Quiera Dios que vuestras comunidades diocesanas saquen de la celebración de la Eucaristía la convicción interior y la fuerza espiritual para crecer en la caridad y abrirse a otras Iglesias más pobres y necesitadas de apoyo en el campo de la evangelización y de la cooperación misionera.

3. Dirijo ahora un cordial saludo a los demás grupos y peregrinos presentes, de modo especial a los fieles procedentes de varias parroquias. Que vuestras comunidades sean lugares de encuentro con Cristo, en la oración y en la fraternidad. Esto os permitirá acoger a cuantos viven un poco alejados de la Iglesia, ayudándoles a volver a ver en ella a la familia de los hijos de Dios.

Acojo con alegría a las Religiosas Misioneras de la Inmaculada, que están celebrando durante estos días su capítulo general, con el que quieren despertar en su instituto una conciencia más viva del carisma originario: el celo por anunciar el Evangelio a los pueblos. Queridas hermanas, abrid en la oración vuestro corazón a la voz del Espíritu. Pedidle que suscite en vuestra congregación un nuevo impulso para difundir el reino de Dios. El tercer milenio espera personas inflamadas del amor de Cristo, que sepan llevar con gran eficacia el anuncio de la salvación a las nuevas generaciones. Ruego por vosotras, para que las decisiones que toméis durante vuestro capítulo reflejen plenamente la voluntad del Señor.

Me alegra asimismo dar la bienvenida al numeroso grupo de administradores y colaboradores de la "Compañía católica de seguros", de Verona, que han venido aquí para testimoniar su fe y las raíces en las que se inspira la actividad de su prestigiosa compañía. En efecto, llevar el nombre de "católica" es motivo de gran responsabilidad. Por eso, animo a cada uno a ser siempre coherente con los valores que profesa la Iglesia, a la vez que expreso mi aprecio por todo lo que realiza vuestra compañía con el fin de incrementar la cooperación y la solidaridad social.

Dirijo ahora un saludo en particular a los representantes del "Instituto Pablo VI" de Brescia y de las ediciones Studium de Roma, a quienes agradezco el regalo que me han hecho de la reciente publicación sobre el Papa Pablo VI. Saludo, además, a las diferentes asociaciones y a los grupos presentes, en particular a los Alpinos jubilados, que han venido aquí en gran número, y a los miembros del "Grupo Camunni" del eremitorio de Bienno, de la diócesis de Brescia. Ojalá que la experiencia jubilar sea para todos un estímulo eficaz de caridad, justicia y paz, para renovar en Cristo todos los ámbitos de la vida.

4. Saludo con afecto a los participantes en el II congreso internacional del Foro vascular de Europa central, reunido en Roma para debatir sobre diferentes patologías vasculares y nuevas técnicas de tratamiento. Ojalá que esas deliberaciones sirvan para fortalecer la determinación internacional de poner el conocimiento y la experiencia médica al servicio de todas las personas sin distinción, y de usar los progresos de la ciencia médica para salvaguardar y defender la vida humana en todas las fases de su existencia. Gracias por vuestra presencia, y que el Señor os bendiga a vosotros y a vuestras familias con su gracia y su paz.

5. Dirijo un saludo particular a los padres Basilianos, a las religiosas Esclavas de María Inmaculada y a los laicos de la Iglesia greco-católica ucraniana procedentes de la archidiócesis de Lvov. Queridos hermanos, os deseo que el don de vuestra peregrinación jubilar y la experiencia de vuestra visita a las tumbas de los Apóstoles os ayuden a fortalecer vuestra adhesión al Evangelio y vuestra comunión en la caridad con la única Iglesia de Cristo.

6. Invocando sobre todos los presentes la intercesión de María, Madre del Redentor, en este sábado dedicado particularmente a ella, os imparto de corazón a vosotros y a vuestras familias la bendición apostólica.

Discursos 2000 297