Discursos 2000 304


DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II

AL NUEVO EMBAJADOR DE ISRAEL

ANTE LA SANTA SEDE


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Lunes 18 de septiembre de 2000

. Señor embajador:

Me alegra mucho darle la bienvenida al Vaticano y aceptar las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario del Estado de Israel ante la Santa Sede. En este momento mis pensamientos son de profunda y constante gratitud: gratitud a Dios, que en este año del gran jubileo guió mis pasos de peregrino hacia Tierra Santa y sus pueblos; y gratitud a las autoridades civiles y religiosas por la bienvenida y la acogida que me dispensaron durante los intensos días de mi visita del mes de marzo.

La Tierra Santa ocupará siempre un lugar central en la mente y en el corazón de judíos, cristianos y musulmanes. El año 2000, con su conmemoración del nacimiento de Jesús, no podía por menos de atraer la atención amorosa de millones de cristianos en todos los rincones de la tierra hacia los lugares donde Jesús vivió, murió y resucitó. La profunda experiencia que viví durante mi peregrinación a los Santos Lugares está grabada en mi corazón como una gracia extraordinaria de Dios y una forma de testimonio que me agradaría transmitir, especialmente a las generaciones jóvenes, como una invitación a construir una nueva era en las relaciones entre cristianos y judíos.
Sobre todo, espero que no se haya olvidado el carácter religioso de mi visita. Mi propósito fundamental fue recorrer los diversos lugares santos con espíritu de oración, consciente de que ese gesto "nos ayuda a vivir nuestra vida como un camino; también nos presenta plásticamente la idea de un Dios que nos ha anticipado y nos precede, que se ha puesto él mismo en camino por las sendas de los hombres, que no nos mira desde lo alto, sino que se ha hecho nuestro compañero de viaje" (Carta sobre la peregrinación a los lugares vinculados a la historia de la salvación, 29 de junio de 1999, n. 10: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 2 de julio de 1999, p. 22).

La Iglesia es plenamente consciente de que "se nutre de la raíz del buen olivo en el que se han injertado las ramas del olivo silvestre que son los gentiles" (Nostra aetate NAE 4). El patrimonio espiritual común a cristianos y judíos es tan grande y tan vital para el bien religioso y moral de la familia humana, que es preciso hacer todo lo posible para promover y ampliar nuestro diálogo, especialmente en el campo bíblico, teológico y ético. Es necesario realizar un nuevo esfuerzo mutuo y sincero en todos los niveles para ayudar a cristianos y judíos a conocer, respetar y estimar más plenamente las creencias y tradiciones de los otros. Este es el modo más seguro de superar los prejuicios del pasado y levantar una barrera contra las formas de antisemitismo, racismo y xenofobia que están resurgiendo en algunos lugares. Hoy, como siempre, lo que causa la tragedia de la discriminación y de la persecución no es la fe y la práctica religiosa auténtica, sino la falta de fe y el surgimiento de una visión egoísta y materialista, carente de verdaderos valores, o sea, una cultura del vacío. Por eso, señor embajador, sus palabras sobre la necesidad de un liderazgo moral que responda a los desafíos más apremiantes que afronta la humanidad en el nuevo milenio encuentran eco en las convicciones de la Santa Sede.

Las dificultades que se encuentran para llegar a una paz definitiva en Oriente Medio constituyen un motivo continuo de tristeza. Todos nos alegramos cada vez que se da un paso adelante en las complejas negociaciones que han llegado a ser una característica esencial de las relaciones entre Israel y sus vecinos, especialmente con la Autoridad palestina. La prosecución del diálogo y de las negociaciones representa un desarrollo significativo. Y es fundamental reconocer la importancia del progreso alcanzado hasta ahora, para que los negociadores no se desanimen ante la magnitud de la tarea que aún queda por realizar. A veces se tiene la impresión de que los obstáculos que se oponen a la paz son tan grandes y tan numerosos que parece humanamente imposible afrontarlos.
Pero lo que parecía impensable hasta hace algunos años, ahora es realidad o, por lo menos, es una cuestión de la que se discute, y esto debe convencer a todas las personas implicadas de que es posible hallar una solución. Hay que estimular a todos a proseguir con esperanza y perseverancia.
Por lo que concierne a la delicada cuestión de Jerusalén, es importante que se continúe el camino del diálogo y del acuerdo, sin recurrir ni a la fuerza ni a la imposición. La principal preocupación de la Santa Sede es que se preserve el carácter religioso único de la ciudad santa mediante un estatuto especial, garantizado internacionalmente. La historia y la realidad actual de las relaciones interreligiosas en Tierra Santa son tales, que ninguna paz justa y duradera es previsible sin alguna forma de apoyo por parte de la comunidad internacional. El objetivo de este apoyo internacional sería la conservación del patrimonio cultural y religioso de la ciudad santa, patrimonio que pertenece a judíos, cristianos y musulmanes del mundo entero, y a toda la entera comunidad internacional. De hecho, los Santos Lugares no son meros memoriales del pasado; son, y deben seguir siendo, el centro neurálgico de comunidades entusiastas, vitales y florecientes de creyentes, que puedan ejercer libremente sus derechos y deberes, y que vivan en armonía unos con otros. No sólo está en juego la preservación y el libre acceso a los Santos Lugares de las tres religiones, sino también el libre ejercicio de los derechos religiosos y civiles que competen a los miembros, a los lugares y a las actividades de las diversas comunidades. Como dije durante mi visita, el resultado final debe ser una Jerusalén y una Tierra Santa donde las diferentes comunidades religiosas puedan vivir y trabajar juntas con amistad y armonía, una Jerusalén que sea verdaderamente una ciudad de paz para todos los pueblos. Entonces, todos repetiremos las palabras del profeta: "Venid, subamos al monte del Señor (...). Él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas" (Is 2,3).

Señor embajador, mis oraciones lo acompañan en este momento en que comienza su misión como representante diplomático de Israel ante la Santa Sede, y estoy seguro de que usted hará todo lo que esté a su alcance para incrementar la comprensión y la amistad entre nosotros, según el espíritu del Acuerdo fundamental y de los demás documentos destinados a garantizar su aplicación. Del mismo modo, los diferentes dicasterios de la Curia romana colaborarán de buen grado con usted en el cumplimiento de sus altos deberes. Que la bondad y la misericordia de Dios lo acompañen todos los días de su vida (cf. Sal Ps 22,6).

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LA COMISIÓN MIXTA INTERNACIONAL

DE DIÁLOGO ENTRE LA IGLESIA CATÓLICA


Y LA ALIANZA MUNDIAL DE IGLESIAS REFORMADAS


Lunes 18 de septiembre de 2000



306 Queridos hermanos:

Me agrada mucho tener la oportunidad de saludaros durante estos días de vuestro encuentro, en Roma. Os halláis en la tercera fase del diálogo internacional entre la Alianza mundial de Iglesias reformadas y la Iglesia católica, diálogo que comenzó poco después del concilio Vaticano II y que ya ha dado resultados significativos.

En el ámbito del movimiento ecuménico, el diálogo teológico es el modo apropiado de afrontar juntos las cuestiones por las cuales los cristianos han estado divididos, y de construir juntos la unidad a la que Cristo llama a sus discípulos (cf. Jn
Jn 17,21). En este diálogo aclaramos nuestras posiciones respectivas y examinamos las razones de nuestras diferencias. Así, nuestro diálogo se convierte en un examen de conciencia, una llamada a la conversión, en la que ambos interlocutores examinan en presencia de Dios su responsabilidad con el fin de hacer todo lo posible para superar los conflictos del pasado. El Espíritu nos infunde el deseo de confesar juntos que hay "un solo cuerpo y un solo Espíritu, (...) un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. Un solo Dios, Padre de todos, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo" (Ep 4,4-6). Sentimos esto como un deber, como algo que debe hacerse para que "el mundo crea" (Jn 17,21). Por esta razón, el compromiso de la Iglesia católica en favor del diálogo ecuménico es irrevocable.

En esta tercera fase, vuestro diálogo tiene como tema: "Iglesia y reino de Dios". En la historia reciente asistimos a la agonía causada por ideologías que pretendían desplazar a Dios y su reino. Al comienzo del nuevo milenio, es muy importante que todos los cristianos, separados entre sí desde hace tiempo, se sientan profundamente interpelados por esta exhortación del Señor: "Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio" (Mc 1,15). Que vuestro diálogo encarne el espíritu de amor fraterno y de estima necesario para acoger estas palabras de nuestro Salvador.

"La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo estén con vosotros" (1Co 1,3).

DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II

A UN GRUPO DE PEREGRINOS

DE LA ARCHIDIÓCESIS DE COLONIA


Lunes 18 de septiembre de 2000



Señor cardenal,
venerados hermanos en el episcopado,
queridos sacerdotes y diáconos,
queridas hermanas y queridos hermanos:

1. Después de haber celebrado con vuestro cardenal arzobispo la Eucaristía ante las tumbas de los Apóstoles, en la basílica de San Pedro, la piedra sobre la cual está edificada la morada de Dios, deseáis encontraros con el Sucesor de Pedro. Por tanto, ¡sed bienvenidos! Saludo en particular al arzobispo de Colonia, cardenal Joachim Meisner, que os ha acompañado junto con un numeroso grupo de pastores en vuestra peregrinación a Roma.

307 2. Hoy, antes de la santa misa, habéis entrado con plena conciencia en la basílica de San Pedro. Habéis cruzado la Puerta santa, que durante el jubileo del año 2000 permanece abierta. La Puerta santa es imagen de Cristo, que dijo de sí: "Yo soy la puerta". Vuestra solemne procesión festiva no debería ser sólo un rito externo, sino sobre todo el signo de una opción interior. Cristo es exigente. Llama a los hombres a decidir. No en vano prometió a los suyos: "Quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos" (Jn 10,9).

Hoy las personas se encuentran frente a numerosas puertas abiertas. Precisamente a los jóvenes les resulta difícil elegir, entre tantas puertas, la que confiere a la vida sentido y certeza. No es fácil rechazar algunos placeres exteriores y sumergirse en la alegría interior, profunda y silenciosa. Así pues, sin duda, la puerta de la vida es estrecha. Quien quiera cruzarla, debe hacerse pequeño, para que Cristo crezca. Debe despojarse de lo superfluo y accesorio, para dar cabida a Cristo.

3. Me alegra que, pasando por la Puerta santa queráis demostrar vuestra decisión de cruzar el umbral del tercer milenio en compañía de Jesucristo. Así mismo, os invito a orar precisamente por los jóvenes, que en estos años tan importantes para ellos deben tomar decisiones vitales. Que el Espíritu Santo les dé luz, fuerza e intrepidez para elegir la senda que pasa por la puerta estrecha, a pesar de las dificultades (cf. Mt Mt 7,13).

Quiera Dios que la experiencia de esta peregrinación os fortalezca personalmente, para que anunciéis vuestro amor desde el horizonte que Jesucristo nos abrió a los hombres hace dos mil años: "Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10,10).

A vosotros, y a toda vuestra familia diocesana, os imparto de corazón mi bendición apostólica.

DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II

A LOS CAPITULARES DE LA CONGREGACIÓN

DE LOS SAGRADOS CORAZONES DE JESÚS Y DE MARÍA


Y DE LA ADORACIÓN PERPETUA


DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO


Jueves 21 de septiembre de 2000

Queridos hermanos y hermanas:

1. "¡Que la gracia del Señor Jesús esté con vosotros! Os amo a todos en Cristo Jesús" (1Co 16,23-24).

En este año del gran jubileo ¡qué rica es su gracia! Y ¡cómo se derrama sobre nosotros, con abundancia, el amor de la santísima Trinidad! Con la alegría del jubileo, me complace saludaros durante vuestra visita al Sucesor de Pedro, mientras celebráis el capítulo general de la congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y María y de la Adoración perpetua del Santísimo Sacramento.

En este año del bimilenario del nacimiento de nuestro Señor y Salvador, la Iglesia entera canta las alabanzas de Dios. Pero para vosotros este himno de acción de gracias resuena con una nota de alegría muy particular, pues celebráis el segundo centenario de la fundación de vuestra congregación, nacida en la fiesta de Navidad de 1800. Juntamente con vosotros, hoy doy gloria a Dios por los frutos de santidad y apostolado fecundo madurados durante estos dos siglos.

Recuerdo con emoción la figura de vuestro padre, Pierre Coudrin, que fue ordenado sacerdote en el momento culminante de las pruebas y violencias originadas por la Revolución francesa y se vio obligado a esconderse, así como el ejemplo de vuestra Madre, Henriette Aymer de la Chevalerie, que sufrió la cárcel por haber escondido a algunos sacerdotes. A pesar de la oscuridad que los envolvía, fueron iluminados por la luz de Cristo y experimentaron el amor de la Virgen María, hasta el punto de que se sintieron impulsados a fundar vuestra congregación.

308 Mientras arreciaba en su entorno la Revolución, vuestros fundadores comprendieron que la verdadera libertad sólo se encontraba en el Corazón traspasado de Cristo (cf. Jn Jn 19,34) y que cuantos, como María, participaban en su pasión y tenían su alma traspasada por una espada (cf. Lc Lc 2,35) podían llegar a él. En tiempos difíciles, proclamaron con su vida la verdad de la cruz de Jesucristo.

2. Después de su fundación en Francia, vuestra congregación se ha extendido a lo largo y a lo ancho del mundo, obedeciendo al mandato del Señor: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19). La primera expansión se produjo en Europa pero, sucesivamente, pasó a la zona del Pacífico, a América Latina, Asia y África, hasta el día de hoy, en que estáis presentes en más de cuarenta países. Este crecimiento es una señal de la fuerza de Dios que ha actuado en vosotros; pero un signo claro de este aliento divino es también el testimonio que han dado misioneros como el beato Damián de Molokai y el padre Eustaquio Van Lieshout -por citar sólo los más conocidos-, en quienes podemos ver el rostro del Cristo crucificado, brillando con la gloria de aquellos que se han sacrificado por la vida de los demás. ¡Cuántos santos y mártires habéis dado a la Iglesia! También hoy os resulta familiar y cercana aquella voz que dice a los tullidos del mundo: "A ti te digo, levántate y anda". En efecto, con estas palabras evangélicas habéis querido ilustrar las intenciones del capítulo general.

3. Queridos hermanos y hermanas, hoy como siempre, lo que la Iglesia está llamada a proclamar ante el mundo es el poder de la cruz. Es un poder que no necesita "palabras sabias" (1Co 1,17) ni "la vana falacia de una filosofía" (Col 2,8) ni, menos aún, ideologías ilusorias. Lo que exige de vosotros es que, como Cristo mismo, dejéis que vuestro corazón se abra para convertirse en un reflejo de la fuente de agua viva (cf. Jn Jn 4,10), la única que puede saciar la sed del corazón humano. Por eso es necesario que cada uno de vosotros imite al Apóstol en su deseo de participar en los padecimientos de Cristo "hasta hacerme semejante a él en su muerte", para que así los demás le conozcan a él y "el poder de su resurrección" (Ph 3,10).

Para ello debéis seguir continuamente el camino de la contemplación, puesto que vuestra misión exige una íntima unión con el Señor. Antes de enviaros, Cristo os llama hacia sí; y si, día a día, no lo buscáis en la oración, os faltará la fuerza para seguir adelante como misioneros llenos del poder del Espíritu Santo. Sólo en las profundidades de la contemplación puede el Espíritu Santo transformar vuestros corazones; y sólo si el propio corazón es transformado se puede cumplir con la gran tarea de ayudar a los demás para que el Espíritu les guíe "hasta la verdad completa" (Jn 16,13), que es la esencia de la misión cristiana. Las estructuras sociales nunca podrán perfeccionarse y elevarse sin una auténtica conversión de los corazones. Ambos aspectos deben ir juntos, pues si se modifican las estructuras sin convertir los corazones, los cambios estructurales podrán camuflar el mal, pero no vencerlo. Esta es la razón por la que la misión sin la contemplación del Crucificado está condenada a la frustración, como ya advirtieron muy oportunamente los fundadores. Este es también el motivo por el que ellos insistieron de manera especial en el compromiso de la adoración del misterio eucarístico, puesto que es en el Sacramento del Altar donde la Iglesia contempla de manera inigualable el misterio del Calvario, el sacrificio del que fluye toda gracia de la evangelización. En la contemplación del misterio eucarístico aprendéis a imitar al Único que se hace pan partido y sangre derramada para la salvación del mundo.

4.Una característica de vuestra fundación es el hecho de que hombres y mujeres forman una sola congregación, aprobada por el Papa Pío VII en 1817, con el mismo carisma, la misma espiritualidad y la misma misión.

Esta unidad no siempre ha sido fácil y es importante que los organismos de gobierno de ambas ramas se esfuercen por dar un testimonio cada vez más maduro de unión evangélica, solidaridad e interdependencia entre todos los miembros de la congregación. Dentro de cada rama autónoma, vuestras comunidades están llamadas a progresar en el fortalecimiento de un espíritu familiar, una fraternidad que impulse a cada uno a sobrellevar el peso de todos.

Queridos hermanos y hermanas, pido fervientemente a Dios que el capítulo general dé orientaciones sabias con vistas a un testimonio cada vez más completo de vuestra consagración religiosa, de forma que con alegría y energía aún mayores digáis al mundo "que habita en las sombras de muerte" (Lc 1,79): "¡Levántate, toma tu camilla y anda! Camina con nosotros por la fuerza de Cristo, que "ilumina a los que habitan en tinieblas" y "guía nuestros pasos por la senda de la paz" (Lc 1,79)".

Que la Virgen María, Madre de los Dolores y Madre de todas nuestras alegrías, os guíe siempre por las sendas de la contemplación, de forma que vuestro apostolado a lo largo del mundo testimonie de verdad el espíritu de la Iglesia, su apertura y atención a todos los pueblos y a todos los hombres, particularmente a los hermanos de Cristo más pequeños y pobres (cf. Redemptoris missio, RMi 89). Como prenda de gracia y de paz infinitas en él, imparto complacido mi bendición apostólica a todos los miembros de vuestra congregación.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL CENTRO CULTURAL

"JUAN PABLO II" DE WASHINGTON


Viernes 22 de septiembre

Querido cardenal Maida,
excelencias, señoras y señores:

309 Hace casi exactamente tres años estábamos unidos espiritualmente en la alegría de la ceremonia de colocación de la primera piedra del Centro cultural y ahora os encontráis en la fase final de la construcción y prevéis inaugurarlo el año próximo. Vuestra visita me brinda la oportunidad de expresar una vez más mi sincera gratitud a los que han financiado este proyecto y a los que han trabajado en su realización.

El centro es importante porque se trata de un instrumento de evangelización. No tiene como fin honrar a una persona en particular, sino contribuir, utilizando los medios que proporciona la tecnología moderna, a lograr que la Iglesia y su mensaje sean más conocidos y comprendidos. La celebración del Año jubilar ha mostrado que en todas partes la gente no sólo desea profesar las verdades de la fe, sino también edificar y fortalecer el sentido de comunidad católica mediante actividades religiosas y culturales. Una de las cuestiones principales de nuestro tiempo es la relación entre la fe y la cultura. Deseo estimular vuestros esfuerzos por garantizar que el centro ofrezca oportunidades para el estudio de temas importantes para la vida cristiana en el clima cultural actual de vuestro país. Vuestra tarea consiste en hacer que el centro promueva actividades orientadas a transmitir a un gran número de personas los tesoros de nuestra herencia católica.

Con mi gratitud y mi aliento, bendigo vuestros esfuerzos e invoco los dones abundantes del Señor sobre vosotros y sobre vuestras familias. Que vuestra visita a Roma durante el Año jubilar os proporcione paz interior y renovado amor a la Iglesia.

AUDIENCIA DEL PAPA JUAN PABLO II

A LOS PRESIDENTES DE LOS PARLAMENTOS

DE LA UNIÓN EUROPEA


Sábado 23 de septiembre de 2000



Señora presidenta del Parlamento europeo;
señoras y señores presidentes de los Parlamentos de la Unión europea:

1. Me alegra darles la bienvenida aquí en el Vaticano, en este lugar que desde los orígenes se ha visto asociado a las grandes etapas de la vida del continente europeo. Saludo cordialmente al señor senador Nicola Mancino, presidente del Senado italiano, que se ha hecho vuestro intérprete, y le agradezco las amables palabras que ha pronunciado en vuestro nombre.

Vuestra Conferencia es una manifestación muy significativa del proceso de unión europea que, en estos últimos años, ha dado nuevos pasos. En este siglo que termina, mis predecesores y yo mismo no hemos dejado de dar nuestro apoyo a la realización del gran proyecto de acercamiento y de cooperación entre los Estados y los pueblos de Europa.

2. Vosotros, que presidís los organismos legislativos en representación de vuestros pueblos, sois testigos de la íntima convergencia que se manifiesta entre los intereses de vuestros países respectivos y los de la unidad más amplia que forma Europa. Observo con satisfacción que la Unión desea acoger nuevos Estados miembros y que adopta una actitud de apertura y flexibilidad con vistas al futuro. La Unión europea sigue siendo una fuente creativa, y es la mejor garantía de su éxito para el máximo bien de sus ciudadanos, cuya diversidad cultural se compromete a defender, y al mismo tiempo a garantizar los valores y los principios que los padres fundadores estimaban y que constituyen su patrimonio común.

Según su índole propia, la Unión europea ya ha desarrollado instituciones comunes, en particular un sistema de equilibrio de los poderes de control, que son una garantía para la democracia. Probablemente ha llegado el momento de hacer la síntesis de estos logros en una estructura simplificada y al mismo tiempo más vigorosa. Ciertamente la Unión europea sabrá encontrar la fórmula adecuada para satisfacer las aspiraciones de sus ciudadanos y asegurar el servicio al bien común.

3. En la doctrina social de la Iglesia católica, tomada de la revelación bíblica y del derecho natural, la noción de bien común se extiende a todos los niveles en los que la sociedad humana se organiza. Hay un bien común nacional, al servicio del cual han sido puestas las instituciones de los Estados. Pero también hay -¿quién podría negarlo, en un momento de compenetración de las economías y de los intercambios en Europa y, más ampliamente, en el mundo?- un bien común continental e incluso universal. Europa está tomando cada vez mayor conciencia de las dimensiones del bien común europeo, o sea, del conjunto de las iniciativas y de los valores que los países europeos deben perseguir y defender conjuntamente si quieren responder de modo adecuado a las necesidades de sus conciudadanos.

310 Si la Unión europea tuviera que pasar a la fase de una constitución formal, deberá hacer una opción sobre el tipo de sistema que quiere privilegiar. Entre los diferentes sistemas puede haber ajustes. La Iglesia considera que los sistemas de gobierno son reflejo del genio de los pueblos, de su historia y de sus proyectos. Sin embargo, subraya que todos los sistemas deben tener como objetivo el servicio al bien común. Además, cada sistema, resistiendo a la tentación de encerrarse de modo egoísta en sí mismo, debe estar abierto también a los demás Estados del continente que desean colaborar con la Unión europea, a fin de que sea lo más amplia posible.

No puedo por menos de alegrarme al ver cada vez más invocado el fecundo principio de la subsidiariedad. Este principio, propuesto por mi predecesor Pío XI en su célebre encíclica Quadragesimo anno en 1931, es uno de los pilares de toda la doctrina social de la Iglesia. Es una invitación a repartir las competencias entre los diversos niveles de organización política de una comunidad determinada, por ejemplo regional, nacional, europea, transfiriendo a los niveles superiores sólo aquellas que los niveles inferiores no son capaces de afrontar para el servicio al bien común.

4. La salvaguardia de los derechos del hombre forma parte de las exigencias imprescindibles del bien común. La Unión europea está comprometida en la difícil tarea de redactar una "Carta de derechos fundamentales", con espíritu de apertura y atención a las sugerencias de las asociaciones y de los ciudadanos. Ya en 1950, los países fundadores del Consejo de Europa habían adoptado la Convención de salvaguardia de los derechos humanos y de las libertades fundamentales, a la que siguió, en 1961, la Carta social europea. Las declaraciones de derechos delimitan en cierto sentido el ámbito intocable que la sociedad sabe que no se puede someter a los juegos de los poderes humanos. Más aún, el poder reconoce que está constituido para salvaguardar ese ámbito, que tiene como centro de gravedad la persona humana. Así, la sociedad reconoce que está al servicio de la persona en sus aspiraciones naturales a realizarse como ser personal y a la vez social. Esas aspiraciones, inscritas en su naturaleza, constituyen otros tantos derechos inherentes a la persona, como el derecho a la vida, a la integridad física y psíquica, a la libertad de conciencia, de pensamiento y de religión.

Al adoptar esta nueva Carta -cualquiera que sea su cualificación futura-, la Unión europea no deberá olvidar que es la cuna de las ideas de persona y libertad, y que estas ideas le han venido de su larga impregnación por el cristianismo. Según el pensamiento de la Iglesia, la persona es inseparable de la sociedad humana en la que se desarrolla. Dios, al crear al hombre, lo insertó en un orden de relaciones que le permiten realizar su ser. Corresponde a la razón explorar de modo cada vez más explícito ese orden, que nosotros llamamos orden natural. Los derechos del hombre no pueden ser reivindicaciones contra la naturaleza misma del hombre. No pueden por menos de derivar de ella.

5. Ojalá que la Unión europea experimente un nuevo impulso de humanidad. Ojalá obtenga el consenso necesario para inscribir entre sus ideales más elevados la protección de la vida, el respeto al otro, el servicio mutuo y una fraternidad sin exclusiones. Cada vez que Europa saca de sus raíces cristianas los grandes principios de su visión del mundo, sabe que puede afrontar su futuro con serenidad.

Sobre vosotros, sobre vuestras familias y sobre los pueblos y las naciones que representáis, invoco de todo corazón la bendición del Todopoderoso.

DISCURSO DE JUAN PABLO II

A DIVERSOS GRUPOS DE PEREGRINOS

Sábado 23 de septiembre

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra encontrarme con vosotros en esta audiencia jubilar, que constituye un momento hermoso e importante de vuestra peregrinación a Roma en el marco del Año santo. Provenís de diversas diócesis, cada una con su historia y sus tradiciones particulares. Con todo, nuestro encuentro nos hace casi palpar los profundos vínculos de comunión que nos transforman en hermanos en el único cuerpo de Cristo, que es la Iglesia: el mismo amor que procede de la Trinidad y anima al pueblo de Dios; la misma fe en Jesús, Salvador; y el mismo compromiso de anunciar el Evangelio. Habéis venido a la ciudad eterna para compartir esta fuerte experiencia de la reconciliación con Dios y con los hermanos. Pido al Señor que haga que vuestra peregrinación jubilar sea rica en frutos de bien.

2. Mi afectuoso saludo se dirige en primer lugar a vosotros, amadísimos peregrinos procedentes de la archidiócesis de Nápoles. Doy las gracias a vuestro pastor, el cardenal Michele Giordano, que acaba de hacerse intérprete de vuestros sentimientos de afecto y cercanía espiritual. Me congratulo con todos vosotros por el empeño con que os habéis preparado para celebrar dignamente este jubileo y, en particular, por haber puesto justamente en el centro de vuestra acción pastoral el tema de la nueva evangelización, apoyándoos en la hermosa iniciativa de los Centros del Evangelio. No puedo por menos de animaros a proseguir generosamente en el camino emprendido, esforzándoos por implicar cada vez más a las familias en esta empresa misionera en la que desempeñan un papel esencial. Que la visita de estos días a las tumbas de los Apóstoles, profundizando el vínculo de comunión con la Iglesia de Roma, os ayude a afrontar con mayor valentía y determinación los inevitables momentos de dificultad. La Virgen María, a la que todos soléis invocar con el título de "Virgen morena", os acompañe siempre con su ayuda y su maternal protección.

3. Mi cordial bienvenida va ahora a vosotros, amadísimos hermanos y hermanas de la diócesis de Brescia. Os saludo con afecto, particularmente a vuestro obispo, monseñor Giulio Sanguineti, al que agradezco sus cordiales palabras. Sabéis que celebrar la gracia del jubileo significa, ante todo, tomar mayor conciencia de las raíces de la propia fe. La experiencia cristiana ha producido a lo largo de los siglos en la comunidad de Brescia abundantes frutos, marcados por una particular atención a los problemas de la sociedad en sus diferentes aspectos. De esta animación de la vida social mediante la levadura evangélica quedan los luminosos testimonios de sacerdotes, religiosos y laicos, auténticos modelos de un cristianismo comprometido frente a las necesidades de su tiempo. Brescia puede gloriarse, en particular, de haber dado a la Iglesia un Pontífice de la talla de Pablo VI, cuyo recuerdo perdura de forma imborrable en el corazón de todos. Los ejemplos de estas insignes personalidades deben impulsaros a responder con gran valentía y generosidad a los desafíos que ha de afrontar la Iglesia del tercer milenio cristiano. En este Año jubilar, durante el cual todos estamos invitados a volver a las fuentes genuinas de nuestra fe, vivid con profundidad la realidad de la comunidad cristiana en su doble aspecto de comunión y misión. Este es mi deseo y, al mismo tiempo, el compromiso que os encomiendo como fruto de la peregrinación jubilar.

311 4. Saludo ahora al grupo de peregrinos de la diócesis de Parma, acompañados de su obispo, monseñor Silvio Cesare Bonicelli, al que agradezco las afectuosas palabras que me ha dirigido. El jubileo, como lo dice la misma palabra, es ante todo un momento de júbilo y participación. En este tiempo santo la Iglesia se alegra por la abundancia de gracia y misericordia que Dios derrama sobre cuantos disponen su alma para la reconciliación y la renovación interior. Que el jubileo sea para vosotros, amadísimos hermanos, un momento fuerte de vuestro camino eclesial, del que brote un renovado impulso para la evangelización. Reconciliarse con Dios y con los hermanos es condición esencial para la eficacia del anuncio evangélico, pues no hay misión cristiana que no nazca de una profunda experiencia de comunión con Dios y con el prójimo. Os deseo que, en este tiempo jubilar, viváis el profundo misterio de la Iglesia, que es al mismo tiempo misterio de comunión y de misión.

5. Me dirijo ahora a vosotros, amadísimos hermanos y hermanas de la archidiócesis de Lucca, que habéis venido a Roma en peregrinación jubilar acompañados de vuestro arzobispo, monseñor Bruno Tommasi, cuyo saludo he escuchado con sentimientos de gratitud. Vuestra diócesis atraviesa la vía Francígena, que tradicionalmente recorrían los romeros en su itinerario hacia las tumbas de los Apóstoles. Eso ha contribuido a aumentar vuestra tradicional hospitalidad y acogida fraterna, que aún hoy se expresa en múltiples formas de voluntariado y caridad. Apoyándoos en el gran patrimonio de fe y civilización cristiana de vuestra tierra, renovad también en nuestro tiempo el compromiso de testimonio de los valores evangélicos y la voluntad de contribuir eficazmente a la edificación de una renovada cultura cristiana. Poned siempre a Cristo en el centro de vuestras comunidades mediante la escucha atenta de su palabra y el redescubrimiento de la Eucaristía como fuente y culmen de toda la vida eclesial. Además, os ayudará mucho no sólo el empeño en la formación permanente de los presbíteros, sino también una implicación cada vez mayor de los laicos comprometidos en los sectores más específicos de su estado dentro de la vida pastoral de la comunidad diocesana.

6. Saludo ahora con afecto a los miembros del Apostolado de la oración de la diócesis de Barcelona, llegados a Roma en peregrinación con motivo del Año jubilar. Recordad que en el encuentro con Jesucristo por medio de la oración se forja el temple apostólico, que mira a suscitar un sincero anhelo por la santidad. Con la ayuda de la gracia, esforzaos para que vuestra adhesión a Cristo y a su Iglesia sea cada vez más sólida y vuestro testimonio de vida más creíble. De esta forma el Año jubilar será para vosotros un acontecimiento único de "renovación personal en un clima de oración cada vez más intensa y de solidaria acogida del prójimo" (Tertio millennio adveniente
TMA 42).

7. Se hallan presentes en esta audiencia especial los participantes en la Conferencia de las Ligas europeas del cáncer. Al saludaros cordialmente, os expreso mi deseo más sincero de un provechoso trabajo en un sector tan importante para la salud del ser humano.

Saludo asimismo a los representantes de la Misión católica de lengua italiana en Suiza, animada por la comunidad salesiana de Zurich. Que esta peregrinación a Roma y la gracia del jubileo constituyan para vosotros un impulso a seguir cada vez con mayor generosidad el ejemplo de san Juan Bosco en los compromisos de vida cristiana y en el testimonio de acogida y solidaridad, especialmente con respecto a los que se hallan en dificultades espirituales y materiales.

Finalmente, dirijo un saludo especial y mis mejores deseos a los Alpinos de la sección Bonate Sopra Bérgamo y a los demás grupos de peregrinos que, con su participación, enriquecen y alegran nuestro encuentro jubilar.

8. Hoy es sábado, día tradicionalmente dedicado a la Virgen. Encomendemos a María la abundancia de gracia y los compromisos de vida cristiana que han brotado de este jubileo. Ella, que con su "sí" incondicional a la voluntad divina dio al mundo al Salvador, guíe y proteja siempre vuestro camino. Os acompañe también mi bendición, que imparto a cada uno con afecto y que de buen grado extiendo a vuestras comunidades, a vuestras familias y a vuestros seres queridos.

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