Discursos 2000 311


PALABRAS DEL PAPA JUAN PABLO II

AL FINAL DEL CONCIERTO OFRECIDO

POR LA REPÚBLICA DE HUNGRÍA


Sábado 23 de septiembre de 2000

Ilustres señores y señoras:

Al término de este extraordinario concierto, que se inscribe en el marco del gran jubileo, el corazón se siente impulsado naturalmente a la gratitud. Ante todo a Dios, primer inspirador de todo arte auténtico y, por tanto, también de la admirable Missa solemnis, del gran compositor magiar Ferenc Liszt. Pero, inmediatamente después, la gratitud se dirige a cuantos han ideado este espléndido concierto, lo han preparado, organizado y ejecutado.

Mi pensamiento se dirige, en primer lugar, al presidente de la República de Hungría, señor Ferenc Mádl, al primer ministro y a las demás autoridades del Estado, con un especial agradecimiento a cuantos han querido honrarnos hoy con su presencia. De la misma manera, doy las gracias con afecto fraterno al cardenal primado László Paskai y a monseñor István Seregély, presidente de la Conferencia episcopal húngara.

312 Un agradecimiento especial, junto con mi mayor aprecio por la óptima ejecución, va al maestro Domonkos Héja y a los músicos de la Orquesta sinfónica juvenil "Danubiana", así como al maestro Mátyás Antal, a los solistas y al Coro nacional de Hungría.

Es muy significativo el hecho de que, pasados mil años desde que mi predecesor Silvestre II coronara a san Esteban como primer rey de Hungría, la República de Hungría haya sentido el deseo de realizar un acto especial de homenaje al Obispo de Roma. Este gesto no sólo tiene un alto valor conmemorativo, sino que también manifiesta la conciencia del vínculo profundo que une al pueblo húngaro con la Iglesia. La historia da testimonio de los beneficios obtenidos por esta nación gracias a los fermentos cristianos que han entrado a formar parte de su cultura. Ojalá que en el nuevo milenio se produzca un ulterior desarrollo de este fecundo intercambio por el camino del auténtico progreso humano.

Dentro del espíritu del Año jubilar, me complace despedirme de vosotros, ilustres señores y señoras, con el deseo de que, en Hungría y en cada país del mundo, los corazones de todos se comprometan generosamente a servir al verdadero bien del hombre, para que reinen por doquier la paz en la justicia y la libertad en la verdad. Con estos sentimientos, invoco sobre cada uno las bendiciones de Dios.

DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II

AL EMBAJADOR DEL URUGUAY ANTE LA SANTA SEDE

CON MOTIVO DE LA PRESENTACIÓN


DE LAS CARTAS CREDENCIALES


Lunes 25 de septiembre de 2000



Señor Embajador

1. Le agradezco sinceramente las amables palabras que ha tenido a bien dirigirme al presentarme las Cartas Credenciales, que le acreditan como Embajador extraordinario y plenipotenciario de la República Oriental del Uruguay ante la Santa Sede.

Deseo también corresponder a los saludos y los sentimientos de aprecio que el Presidente de la República ha querido hacerme llegar por medio de usted, rogándole que le transmita mis mejores deseos para su alta misión y así como mi cercanía a todo el pueblo uruguayo, que he tenido la oportunidad de encontrar personalmente en dos visitas inolvidables a ese querido País sudamericano. Aunque hayan pasado ya varios años, pervive la experiencia de que, como dije al final de mi primera visita, "el Papa y los uruguayos han sabido entenderse perfectamente" (Discurso de despedida, 1 de abril 1987, 1). Al igual que entonces, también hoy quiero repetir mi firme convicción de que "Uruguay seguirá ofreciendo sus suelos a iniciativas que promuevan la armonía y el entendimiento entre los pueblos latinoamericanos" (ibíd., 3), siendo él mismo terreno fértil para el diálogo y la concordia nacional.

2. Esta convicción está firmemente avalada por la vocación pacífica y pacificadora del pueblo uruguayo, en consonancia con las más profundas raíces de una Nación que, como usted ha dicho, Señor Embajador, ha forja do su personalidad en los valores y principios cristianos. Por eso la Iglesia, fiel a su misión evangelizadora, desea ser en todo caso signo e instrumento de reconciliación y de paz, con el deseo de servir al bien común, "por todos los medios posibles" (Ecclesia in America ), siempre que las desavenencias y contrastes, internos o externos a una nación, tengan el riesgo de transformarse en procesos violentos cuya única consecuencia real es la mayor exasperación aún de los conflictos y, en fin, la destrucción. En este sentido, tras algunas experiencias dolorosas que han lacerado su País en un pasado reciente, las instituciones eclesiales del Uruguay están siempre dispuestas a poner cuanto esté de su parte para serenar los ánimos y lograr una concordia social justa.

3. La preocupación de la Iglesia por estos aspectos de la vida social de los pueblos procede de la gran estima que tiene por la "la altísima vocación del hombre y la divina semilla que en éste se oculta" (Gaudium et spes GS 3), por el ser humano en toda su integridad, como persona, cuya dignidad no puede ser supeditada a ningún otro interés, instrumentalizada para otros fines o violada en nombre de potestad alguna. Nunca olvida que la verdadera paz, así como el bien común, están íntimamente unidos a la causa de la justicia, tanto en el ámbito de las relaciones internas de una comunidad local o nacional, como de la familia humana en su conjunto, cada día más propensa a construir una historia común y compartida por todos.

Por eso es importante que, también en los foros internacionales, haya un buen acuerdo entre su País y la Santa Sede para defender con rigor y promover con constancia aquellos valores que dignifican la existencia humana. Trabajar con denuedo en favor de los derechos humanos fundamentales, la solidaridad entre los diversos sectores de la sociedad y entre los pueblos de la tierra, el fomento de una cultura de la vida y de armonía con la naturaleza, es un deber ético ineludible, tanto de las personas como de las instituciones. Pero es también un desafío histórico para la generación actual, testigo de complejos procesos que a veces corren el riesgo de aturdir a las mujeres y hombres de hoy, disgregando su identidad y privándoles de un verdadero sentido de la vida y de un motivo de esperanza.

4. La acción evangelizadora de la Iglesia ha tenido siempre en Uruguay un papel relevante para el bien de su pueblo, no solamente por el bien mismo del anuncio cristiano o las numerosas actividades asistenciales y de promoción humana, sino también por su esfuerzo en fortalecer las instituciones sobre las que se asienta la fortaleza de toda sociedad humana, como son la familia y la educación. En ellas la persona se siente acogida y apreciada, aprende a compartir y confiar en los demás y desarrolla el sentido de la vida como tarea común, en la cual debe tomar parte asumiendo responsabilidades y contribuyendo con el propio esfuerzo a construir un futuro mejor para todos. Estos son ámbitos, pues, que afectan a la esencia del bien común y en los que convergen tanto la responsabilidad de los poderes públicos como la preocupación pastoral de la Iglesia. Por ello, son también campos privilegiados en los que el buen entendimiento y la colaboración han de ser más estrechas, en el respeto exquisito de las respectivas competencias y en la firme convicción de que cualquier iniciativa en estas materias ha de estar supeditada al derecho fundamental y primario de la familia, que ha de ser reconocida y apoyada con medidas efectivas, tanto para mantener su configuración natural como para ejercer su derecho a educar a los hijos.

313 5. Señor Embajador, comienza Usted su misión en un año muy especial para los cristianos de todo el mundo, el Año del Gran Jubileo del 2000 aniversario de la Encarnación de Jesús. Es un acontecimiento que en Roma se vive con gran intensidad, precisamente porque el mensaje del Año Santo ha calado muy hondo en el corazón de los hombres de todo el mundo. En Roma se ha sentido fuerte también el fervor de los uruguayos, especialmente a través de la Peregrinación nacional que tuve el gusto de recibir y saludar en la Plaza de San Pedro el pasado 7 de Mayo. Me complace saber que la experiencia jubilar está siendo vivida intensamente también en las propias diócesis uruguayas y que, el próximo mes octubre, se celebrará el IV Congreso Eucarístico Nacional en Colonia del Sacramento. Todo ello es una muestra de la fe de tantos hijos del Uruguay y de su anhelo por un nuevo milenio impregnado de la gracia que Dios derrama abundantemente sobre los hombres. A ellos, que han querido perpetuar la memoria de mi estancia en su País con un especial monumento en la Plaza Tres Cruces de Montevideo, les reitero mi afecto, mi recuerdo en la oración y mi bendición.

6. Señor Embajador, doy mi cordial bienvenida a Usted y su distinguida familia, formulando los mejores votos para que su estancia en Roma sea muy grata y la misión diplomática que se le ha encomendado sea altamente provechosa para el bien de la querida Nación uruguaya. Pido a la Virgen de los Treinta y Tres, tan venerada por todos los fieles de su País, que siga bendiciendo los esfuerzos de las autoridades y de los ciudadanos para que Uruguay camine siempre por las sendas del progreso espiritual y material, en un clima de armonía y concordia social.

DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II

A LA PEREGRINACIÓN NACIONAL SUIZA

Lunes 25 de septiembre de 2000


. Señor cardenal,
venerados hermanos en el episcopado,
queridos sacerdotes y diáconos,
queridas hermanas y queridos hermanos:

1. Es para mí una gran alegría ver a tantos fieles suizos aquí, ante la tumba de san Pedro. Os doy a todos una cordial bienvenida. Saludo, en particular, al venerado cardenal Henry Schwery y al presidente de la Conferencia episcopal suiza, monseñor Amédée Grab, así como a todos los obispos presentes. Esta "Jornada de los suizos" representa para mí una ocasión oportuna para expresar mi gratitud a los miembros de la Guardia suiza. Les agradezco su servicio fiel y solícito que, precisamente en el gran jubileo del año 2000, reviste una importancia extraordinaria. La Guardia suiza es una tarjeta viva de presentación del Vaticano.

Queridos suizos, podéis estar orgullosos de saber que aquí, en el Vaticano, hay representantes muy dignos de vuestra amada tierra. Orad para que en vuestro país no falten jamás hombres jóvenes comprometidos, dispuestos a ponerse al servicio del Papa y de la Iglesia.

2. Como todos los peregrinos del Año santo, también vosotros habéis cruzado la Puerta santa, que permanece abierta a todos. La Puerta santa es la imagen de Cristo, que dijo: "Yo soy la puerta" (Jn 10,9). El paso por la Puerta santa implica una actitud interior. A ella debe corresponder una orientación de vida. En efecto, Jesucristo es exigente. Llama a los hombres a tomar decisiones. Por eso, también nosotros, al cruzar el umbral de la Puerta santa, repetimos con el apóstol san Pedro: "Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6,68).

3. Por consiguiente, el rito exterior expresa una profunda profesión de fe. Deseo que volváis a vuestro país, a vuestras ciudades y a vuestras aldeas fortalecidos en la fe, para que estéis cerca de vuestros hermanos y hermanas en la vida diaria. Muchas puertas nos tientan en el mundo actual, pero, por desgracia, no llevan ni a la plenitud ni a la felicidad. Al contrario, pueden hacer precipitar al hombre en el abismo del vacío y de la dependencia. Quien no busca ya "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6), no encuentra ya el acceso a Dios. Un peregrino que regresa de Roma puede indicar el camino a cuantos buscan una vida plena de sentido. Pido a Dios para vosotros fuerza y bendición.

314 4. Vuestro camino jubilar os introduce, junto con toda la Iglesia, en un nuevo período de gracia y de misión (cf. Incarnationis mysterium, 3), invitándoos a participar cada vez más activamente en la vida de vuestras comunidades cristianas, bajo la guía de vuestros pastores, para ser testigos de la comunión eclesial y misioneros del Evangelio en medio de vuestros hermanos. La Iglesia, que nos ha engendrado a la vida nueva mediante el bautismo, nos comunica los dones de Dios, sobre todo mediante la Eucaristía y la penitencia, para que vivamos una vida nueva y nos comprometamos sin cesar a recorrer el camino de la conversión, revitalizando así nuestra vida espiritual y nuestro impulso apostólico. Os animo, en particular, a concentrar vuestros esfuerzos en la formación moral y espiritual de los jóvenes, para ayudarles en su crecimiento personal y prepararlos a ser cristianos firmes, dispuestos a responder gozosamente a su vocación y, a los que Dios llame, a comprometerse en el camino del sacerdocio o de la vida consagrada. Encomendándoos a la intercesión de Nuestra Señora, os imparto de todo corazón una afectuosa bendición apostólica.

5. Por último, quisiera dirigir un saludo a los peregrinos suizos de lengua italiana. Habéis venido a Roma para cruzar la Puerta santa. Ojalá que este rito sea para vosotros una fuerte experiencia espiritual, que os ayude a acoger con plena disponibilidad a Cristo en vuestra vida, para ser sus testigos creíbles entre vuestros hermanos al comienzo del tercer milenio. A todos os imparto con afecto mi bendición.

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL CARDENAL EDWARD IDRIS CASSIDY

CON MOTIVO DEL XIII ENCUENTRO INTERNACIONAL


"HOMBRE Y RELIGIONES"


Al venerado hermano
Cardenal Edward I. CASSIDY
Presidente del Consejo pontificio
para la promoción de la unidad de los cristianos

Me es particularmente grato encomendarle, señor cardenal, la misión de transmitir mi estima y mi saludo a los ilustres representantes de las Iglesias y comunidades cristianas y de las grandes religiones mundiales reunidos este año en Lisboa, con ocasión del XIII Encuentro internacional sobre el tema: "Océanos de paz. Confrontación de religiones y culturas".

Me viene a la memoria aquella ocasión del año 1986, cuando, por primera vez, hombres y mujeres de religiones diversas se reunieron para pedir a Dios por la paz precisamente en la colina de Asís, marcada por el testimonio de san Francisco. Aquel acontecimiento no podía quedar aislado. En efecto, tenía una fuerza espiritual impresionante: era como una fuente de la que comenzaban a brotar nuevas energías de paz. Por eso he deseado que el "espíritu de Asís" no se extinguiera, sino que se extendiera por todo el mundo, suscitando por doquier nuevos testigos de paz y de diálogo. En efecto, este mundo, afectado por numerosos conflictos, incomprensiones y prejuicios, tiene gran necesidad de paz y de diálogo.

Por eso, quisiera agradecer de modo particular a la Comunidad de San Egidio el entusiasmo y la valentía espiritual con que ha sabido acoger el mensaje de Asís y llevarlo a muchos lugares del mundo a través de los encuentros de hombres de diversas religiones. Recuerdo el encuentro de Bucarest, en 1998, que tuvo tanto eco en Rumanía, donde, durante mi visita apostólica, oí el grito de la gente, repetido insistentemente: "¡Unidad, unidad!". Sí, queridos hermanos y hermanas cristianos, esa unidad sigue siendo para nosotros un compromiso prioritario. Miremos con esperanza el siglo que ha comenzado, porque -como escribí en la encíclica Ut unum sint- "la larga historia de los cristianos marcada por múltiples divisiones parece recomponerse, tendiendo a la fuente de su unidad que es Jesucristo" (n. 22).

Estoy convencido de que el "espíritu de Asís" constituye un don providencial para nuestro tiempo. En la diversidad de las expresiones religiosas, reconocidas lealmente como tales, el hecho de estar juntos manifiesta también visiblemente la aspiración a la unidad de la familia humana. Todos debemos caminar hacia esa meta única. Recuerdo que, siendo un joven obispo en el concilio Vaticano II, también yo firmé la declaración Nostra aetate, con la que empezó una fructífera relación entre la Iglesia católica, el judaísmo, el islam y las demás religiones. Esa declaración conciliar afirma que la Iglesia, "en su misión de fomentar la unidad y la caridad entre los hombres y también entre los pueblos, considera aquí, ante todo, aquello que tienen en común y les conduce a la mutua solidaridad" (n. 1).

El diálogo entre las religiones debe tender a esa meta, y por ella debe trabajar. Hoy, gracias a Dios, este diálogo ya no es sólo un anhelo; ha llegado a ser una realidad, aunque aún es largo el camino que queda por recorrer. ¡Cómo no dar gracias al Señor por el don de esta apertura recíproca, que augura una comprensión más profunda entre la Iglesia católica y el judaísmo, precisamente mientras siguen tan vivos en mí los inolvidables recuerdos de mi peregrinación a Tierra Santa! Pero el camino de encuentro con el islam, con las religiones orientales y con las grandes culturas del mundo contemporáneo también ha producido frutos significativos. Al comienzo del nuevo milenio no debemos frenar el paso; por el contrario, es necesario apresurarlo por este camino prometedor.

315 Sabéis muy bien que el diálogo no ignora las diferencias reales, pero tampoco anula la condición común de peregrinos hacia un cielo nuevo y una tierra nueva. Además, el diálogo invita a todos a fortalecer la amistad que no separa y no confunde. Todos debemos ser más audaces por este camino, para que los hombres y las mujeres de nuestro mundo, independientemente del pueblo al que pertenezcan y de sus creencias, descubran que son hijos del único Dios y hermanos y hermanas entre sí.

Hoy estáis en Lisboa, en la costa del océano Atlántico, y vuestra mirada se dirige hacia los pueblos y las culturas del mundo. Lisboa es la primera etapa de vuestro camino común en este nuevo siglo. Por eso, le agradezco a usted, señor patriarca José da Cruz Policarpo, el haber acogido con toda su Iglesia esta peregrinación. A través de usted saludo a los hermanos en el episcopado y a todo el querido pueblo portugués, con el que tuve ocasión de encontrarme durante mi reciente peregrinación a Fátima.

Son numerosos los problemas que ensombrecen el horizonte del mundo. Pero la humanidad busca nuevos equilibrios de paz. Como escribí con ocasión del Encuentro "Hombres y religiones" celebrado en Milán en 1993, "es necesario y urgente recuperar el gusto y el deseo de caminar juntos para construir un mundo más solidario, superando intereses particulares de grupo, etnia o nación. A este respecto, es muy importante el papel que pueden desempeñar las religiones. Aunque poseen pocos medios humanos, encierran la aspiración universal, que tiene su raíz en la relación sincera con Dios" (Mensaje al cardenal Edward I. Cassidy: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 1 de octubre de 1993, p. 8).

Confiándole a usted, señor cardenal Edward I. Cassidy, mi mensaje para los participantes en el Encuentro de Lisboa, a quienes renuevo mi cordial saludo, invoco sobre todos los presentes las bendiciones de Dios omnipotente. Que con su ayuda los hombres y las mujeres de todos los pueblos de la tierra prosigan con renovada decisión por el camino de la paz y de la comprensión mutua.

Vaticano, 21 de septiembre de 2000

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL CAPÍTULO GENERAL

DE LAS HERMANAS CARMELITAS MISIONERAS


Viernes\i \I29 de septiembre de 2000



Queridas hermanas Carmelitas Misioneras:

1. Al término de vuestro XVIII Capítulo General, me es grato dirigiros un cordial saludo, especialmente a vosotras que, en representación de vuestras Hermanas presentes en 35 países de cuatro continentes, habéis participado en los trabajos capitulares con el fin de discernir lo que “el Espíritu sugiere a las distintas comunidades” (Tertio millennio adveniente TMA 23), para renovar con fidelidad el carisma fundacional del Beato Francisco Palau y Quer y responder con prontitud a las exigencias de la Iglesia y la humanidad de hoy, a las que queréis continuar sirviendo con generosidad.

Saludo en particular a la nueva Superiora General, María Esperanza Izco y a sus Consejeras, para las que pido abundantes dones divinos que las ayuden en su responsabilidad de guiar la Congregación con clarividencia y acompañar con espíritu fraterno a sus Hermanas, para que cada una de ellas sea mujer de experiencia de Dios y audaz en su respuesta a los desafíos de la misión en el tercer milenio, como habéis propuesto en vuestro Capítulo. En efecto, aunar en armonía la dimensión contemplativa y el impulso misionero, dos pilares fundamentales de vuestra identidad religiosa, es una necesidad particularmente sentida en una época amenazada tantas veces por la fragmentación o la superficialidad de la existencia humana. Por eso, queridas Hermanas Carmelitas Misioneras, os recuerdo que "el Cristo descubierto en la contemplación es el mismo que vive y sufre en los pobres" (Vita consecrata VC 82). Ante las dificultades que podáis encontrar en el desempeño de este delicado cometido, os invito a recordar la palabras de vuestro Fundador: "Estando como estamos bien dispuestos a secundar los designios de Dios, no nos dejará sin luz y dirección" (Carta a Juana Gracias, 26 de junio 1860, 2).

2. Al comenzar los trabajos capitulares en Ibiza, en las fuentes de vuestra inspiración fundacional y que fue para el Beato Francisco Palau lugar de destierro, silencio y discernimiento, habéis querido ahondar en la razón originaria de vuestro ser. Esta vuelta a las raíces, que la Iglesia propone con insistencia a todos los Institutos religiosos, no es un retorno nostálgico al pasado, sino que más bien se asemeja al recorrido de aquellos discípulos que, caminando hacia Emaús, se dieron cuenta de que su verdadero destino era volver a Jerusalén, para descubrir allí la inmensa riqueza y novedad del misterio de Cristo. Así pudieron ponerse al paso de la historia y contribuir a abrir a los hombre los nuevos horizontes propuestos por el mensaje del Evangelio. Por eso os invito a mantener muy viva esa experiencia de estrecho y continuo contacto con Cristo y con los dones que su Espíritu ha derramado sobre vuestra Congregación, como corresponde, además, a vuestra tradición carmelita impregnada de contemplación. Además, en estos momentos en que toda la Iglesia celebra el Gran Jubileo en conmemoración de los dos mil años del misterio de la Encarnación, se hace aún más patente que “Jesús es la verdadera novedad que supera todas las expectativas de la humanidad y así será para siempre” (Bula Incarnationis mysterium, 1).  

La segunda parte del capítulo se ha desarrollado en Roma, como dando a entender que todo carisma verdadero confluye en la única Iglesia para enriquecerla y servirla, haciéndose cada vez más universal y como un entramado de comunión entre mentalidades y culturas diversas. Es un aspecto que denota vuestra alma misionera. En este sentido tenéis ya, desde vuestra fundación, una buena historia que contar, una historia tejida de colaboración abnegada en la tarea siempre urgente de la evangelización y de servicio a la causa de los hombres, especialmente de los más necesitados. Quiero expresar reconocimiento y gratitud por todo ello. Pero deseo sobre todo alentaros en vuestros proyectos de anunciar proféticamente el Reino de Dios en el mundo y en esa historia que os queda por construir, porque “el Espíritu os impulsa para seguir haciendo con vosotros grandes cosas” (Vita consecrata VC 110).

316 No dejéis de prestar atención a las necesidades emergentes en nuestro tiempo, dándoles una respuesta nacida del corazón de Cristo y de la misión original de la Iglesia.  En efecto, “cuanto más se vive de Cristo, tanto mejor se le puede servir en los demás, llegando hasta las avanzadillas de la misión y aceptando los mayores riesgos” (Vita consecrata,  76).

3. Para terminar, deseo poner en las manos de la Virgen María los frutos del Capítulo y el porvenir de la Congregación. Vosotras, que la invocáis como patrona bajo la antigua advocación de Nuestra Señora del Monte Carmelo, sabéis bien que no podéis estar en mejores manos. Ella os ayudará a combatir a las fuerzas del pecado que, de muy diversas formas, se anidan en el corazón humano y en las estructuras sociales, abriendo así vuestro ánimo al gozo y la esperanza que debe embargar vuestra vida personal y comunitaria, vuestras obras y vuestra misión.

Con estos vivos deseos, e invocando la celestial intercesión del Beato Francisco Palau, os imparto de corazón la Bendición Apostólica, que muy gustoso extiendo a todas vuestras Hermanas de profesión religiosa.

DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II

A DIVERSOS GRUPOS DE PEREGRINOS

CON OCASIÓN DEL JUBILEO


Sábado 30 de septiembre de 2000


Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Habéis venido a Roma para celebrar el Año santo y profundizar vuestra adhesión al Evangelio, reafirmando vuestra cercanía espiritual al Sucesor de Pedro. Os doy mi más cordial bienvenida.

Al provenir de varias diócesis, parroquias, asociaciones y grupos, manifestáis hoy la profunda sintonía de mente y de corazón que une al pueblo de Dios en torno al Redentor del hombre. Espero que, durante esta peregrinación a las santas memorias de la Iglesia de Roma, cada uno consolide su fe y haga una profunda experiencia de gracia y misericordia.

2. Mi saludo afectuoso se dirige en primer lugar a los fieles de la archidiócesis de Perugia-Città della Pieve, guiados por su pastor, monseñor Giuseppe Chiaretti. Queridos hermanos, entre vosotros hay numerosas personas comprometidas directamente en el trabajo pastoral parroquial. Al manifestaros mi aprecio por vuestra generosa actividad en colaboración con los sacerdotes, espero que la disponibilidad que mostrasteis durante el reciente Congreso eucarístico diocesano, así como con ocasión de la visita pastoral y de las "misiones populares", prosiga también en el futuro, para asegurar un servicio siempre eficiente a vuestras respectivas comunidades.
En virtud de vuestra consagración bautismal, estáis llamados a ser corresponsables del anuncio del Evangelio, bajo la guía de vuestros pastores. Por tanto, os invito a llevar a cabo una constante formación espiritual e intelectual para que, a través de vosotros, el amor de la Iglesia, reflejo del amor de Dios, llegue más fácilmente a todo hombre y a toda mujer.

3. A vosotros, queridos peregrinos de la diócesis de Sora-Aquino-Pontecorvo, encabezados por vuestro obispo, monseñor Luca Brandolini, va ahora mi saludo cordial. Esta peregrinación concluye, en cierto modo, la visita pastoral que vuestra Iglesia ha realizado como camino de preparación para el acontecimiento del gran jubileo.

Unidos con espíritu de comunión eclesial, reafirmáis hoy vuestro compromiso de ensanchar los espacios del amor fraterno en todos los niveles, para evitar un individualismo que podría frenar el impulso evangelizador de toda la comunidad. Fieles a Cristo y al hombre, esforzaos por crecer, enraizándoos en la escucha de la palabra de Dios y en la oración personal y comunitaria. Así, en las fuentes mismas de la espiritualidad podréis encontrar energía y luz para caminar con vigor hacia una unión más madura con Cristo.

317 4. Saludo asimismo a los fieles de la diócesis de Nola que, junto con monseñor Beniamino Depalma, su actual pastor, y con monseñor Umberto Tramma, su obispo emérito, han venido para cruzar la Puerta santa.

Venís de lugares marcados por el testimonio de san Paulino, inspirado cantor de Cristo y gran santo de la caridad. Sé que estáis redescubriendo sus escritos, en los que dejó indicaciones espirituales y pastorales que siguen siendo de gran actualidad. Aprovechadlas para la renovación de vuestra vida personal y comunitaria.

Vuestra tierra, como otras de Campania, tiene que afrontar grandes desafíos sociales: desde la escasez de puestos de trabajo hasta el deterioro del medio ambiente. La comunidad cristiana está llamada a dar su contribución específica a la solución de esos problemas, procurando realizar un anuncio renovado del Evangelio, una viva experiencia de comunión y un testimonio concreto de caridad. Animo a los numerosos agentes a que sigan acompañando con generosidad a los más débiles y a los que más sufren. Sed una comunidad rica en participación y en acogida recíproca, y trabajad con concordia, para que resplandezcan en vosotros los dones de Dios.

5. Me dirijo ahora a vosotros, peregrinos de Nocera Inferiore, que habéis venido con vuestro obispo, monseñor Gioacchino Illiano. Os saludo con afecto. Ojalá que el jubileo que habéis venido a celebrar os confirme en el propósito de proseguir con determinación por el camino de la nueva evangelización, que habéis emprendido desde hace algunos años.

Como ya tuve oportunidad de recordaros con ocasión de mi visita a vuestra diócesis en 1990, realizad "un anuncio misionero que renueve profundamente la piedad popular; una catequesis que responda de forma adecuada a los desafíos de la cultura hoy dominante; una liturgia que no esté alejada de la vida; una presencia pastoral que alcance a todos los sectores de la sociedad; y un compromiso concreto y eficaz en favor de la promoción humana".

6. Deseo saludar también con afecto a los fieles de la diócesis de Acerra, acompañados por monseñor Giovanni Rinaldi.

Queridos hermanos, os invito a perseverar en la oración, para que Cristo visite profundamente vuestra Iglesia. Que con la ayuda de la gracia divina aumente vuestra comunión fraterna, vuestra corresponsabilidad en la obra evangelizadora y vuestro testimonio cristiano ante los problemas sociales de vuestro territorio. Sed generosos poniendo los carismas que habéis recibido a disposición de la comunidad cristiana, y pedid al "Dueño de la mies" que envíe numerosas y generosas vocaciones sacerdotales y religiosas.

7. Doy una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua inglesa, y a los grupos parroquiales y asociaciones que están realizando su peregrinación jubilar a Roma. En particular, saludo a los grupos de las archidiócesis de Newark y Kansas City, y a los miembros de la peregrinación ítalo-australiana. El mes de octubre, que comienza mañana, es tradicionalmente el mes del santo rosario, una de las mejores y más eficaces plegarias cristianas, especialmente cuando se reza en familia. Deseo recomendaros este medio para honrar a María e implorar su intercesión. Que Dios os bendiga abundantemente a todos, y que su paz esté con vosotros y con vuestros seres queridos.

8. A vosotros, queridos hermanos y hermanas de lengua portuguesa, y de modo especial al grupo "Inmaculada Concepción" de Río de Janeiro, os deseo que vuestra peregrinación a la tumba de san Pedro deje en el corazón de cada uno signos eficaces de justicia y de caridad. A lo largo del itinerario jubilar tenéis la oportunidad de recurrir al sacramento de la penitencia y la reconciliación; de alimentaros en la mesa de la Eucaristía; y de visitar la memoria de los Apóstoles. Que sean momentos de intensa comunión con Dios. Así, volveréis a Brasil fortalecidos en la fe y decididos a hacer obras de bien y de caridad en vuestro estado de vida y según el compromiso al que Dios os llama.

9. Por último, mi saludo se dirige a los grupos de fieles provenientes de diferentes parroquias italianas; a la sección catanesa de la Unión italiana de ciegos; a los dirigentes y empleados de la empresa "Carsten's" de Sant'Agata Irpina de Solofra; a los auxiliares del Palacio senatorial del Capitolio; al Centro de solidaridad de Arezzo y a la sociedad hospitalaria de la Anunciación de Tarento. Que Cristo, la Puerta santa que nos introduce en el Padre, sea siempre el centro de vuestra vida, para que seáis testigos convencidos y gozosos de su misericordia.

Con estos deseos, invoco sobre vosotros la intercesión de María, Madre de la Iglesia, y os imparto a todos de corazón la bendición apostólica.
318 : Octubre de 2000

DISCURSO DE JUAN PABLO II

A LOS PEREGRINOS QUE VINIERON A ROMA

PARA LAS CANONIZACIONES


Lunes 2 de octubre de 2000

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Ayer, en la plaza de San Pedro, vivimos un momento singular de alegría, celebrando la canonización de algunos santos. La Providencia nos concede hoy la posibilidad de volver a encontrarnos para prolongar nuestra acción de gracias a Dios, que da siempre a la Iglesia nuevos modelos de vida evangélica, y para considerar juntos los ejemplos de los mártires en China, de María Josefa del Corazón de Jesús Sancho de Guerra, de Catalina Drexel y de Josefina Bakhita.
A todos vosotros, peregrinos que habéis venido de varios países, os renuevo mi saludo y mis cordiales palabras de aprecio por el sugestivo marco que, con vuestra presencia, habéis creado en torno a este acontecimiento eclesial.

2. Me dirijo ahora de modo especial a los peregrinos que han venido aquí para la canonización de los ciento veinte mártires en China. En primer lugar, a vosotros, fieles de origen chino, con quienes deseo compartir mi profunda alegría por estos hijos e hijas del pueblo chino que, por primera vez, son propuestos a toda la Iglesia y al mundo entero en su fidelidad heroica a Cristo Señor y en su grandeza de alma. Sí, son un verdadero honor para el noble pueblo de China.

Mi alegría es mayor al pensar que están íntimamente unidos a nosotros, en esta circunstancia, todos los fieles de China continental, conscientes -como lo sois vosotros- de que los mártires no sólo son un ejemplo que debemos seguir, sino también intercesores ante el Padre. En efecto, necesitamos su ayuda, porque estamos llamados a afrontar la vida diaria con la misma entrega y la misma fidelidad que los mártires demostraron en su tiempo.

Todos sabéis que la mayoría de los ciento veinte mártires derramó su sangre en momentos históricos que revisten, con razón, un significado particular para vuestro pueblo. En realidad, se trató de situaciones dramáticas, caracterizadas por violentas transformaciones sociales.
Ciertamente, la Iglesia, con esta canonización, no quiere dar un juicio histórico sobre aquellos tiempos, ni mucho menos legitimar algunos comportamientos de los Gobiernos de la época, que pesaron sobre la historia del pueblo chino. Al contrario, quiere poner de relieve la fidelidad heroica de estos dignos hijos de China, que no se atemorizaron por las amenazas de una persecución feroz
. Agradezco asimismo la presencia de muchos peregrinos de los distintos países de los que procedían los 33 misioneros y misioneras, que murieron mártires en China junto con los fieles chinos a quienes habían anunciado el Evangelio. Hay quienes, con una lectura histórica parcial y no objetiva, sólo ven en su acción misionera límites y errores. Si los hubo -¿está exento el hombre de defectos?-, pedimos perdón. Pero hoy los contemplamos en la gloria y damos gracias a Dios, que se sirve de instrumentos pobres para sus grandiosas obras de salvación. Anunciaron, también con la entrega de su vida, la Palabra que salva y emprendieron importantes iniciativas de promoción humana. Vosotros, peregrinos, compatriotas y hermanos en la fe, sentíos orgullosos de ellos. Con su testimonio, nos indican que el camino verdadero de la Iglesia es el hombre: un camino de profundo y respetuoso diálogo intercultural, como ya hizo notar, con sabiduría y maestría, el padre Mateo Ricci; un camino basado en la entrega diaria de la vida.

3. Saludo con afecto a los numerosos peregrinos venidos para participar en la canonización de santa María Josefa del Corazón de Jesús Sancho de Guerra, provenientes del País Vasco, donde la nueva santa nació y murió, así como de otros puntos de España y de diversos países de Europa, América y Filipinas, donde las Siervas de Jesús de la Caridad viven y trabajan difundiendo el carisma y las enseñanzas de esta hija ilustre de la Iglesia. A todos doy mi más cordial bienvenida.
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Discursos 2000 311