Discursos 2000 319

319 Santa María Josefa os es muy querida y entrañable. En efecto, su perfil espiritual nos descubre su generosidad y entrega en acoger las palabras del Señor "Estuve enfermo y me visitasteis" (Mt 25,36). Exigente consigo misma, no ahorró esfuerzos ni trabajos para servir a los enfermos, fundando para ello las Siervas de Jesús de la Caridad. A ellas les confió la misión de mostrar el rostro misericordioso de Dios a los que sufren, contribuyendo a aliviar sus sufrimientos con la asistencia generosa en domicilios y hospitales.

Su elocuente testimonio debe ayudar a todos a descubrir la belleza de la vida consagrada totalmente al Señor, y la importancia del servicio destinado a enjugar las lágrimas de los que sufren bajo el peso de la enfermedad.

4. Me alegra de modo especial saludar al cardenal Bevilacqua y a los numerosos peregrinos que han venido a Roma para la canonización de la madre Catalina Drexel, y en particular a sus hijas espirituales, las Religiosas del Santísimo Sacramento. Santa Catalina Drexel cumplió al pie de la letra las palabras de Jesús al joven rico del Evangelio: "Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo" (Mt 19,21).

La madre Drexel, que había dedicado su fortuna familiar a la obra misionera y educativa entre los miembros más pobres de la sociedad, hizo un viaje a Roma durante el cual fue recibida en audiencia por el Papa León XIII, a quien pidió misioneros que colaboraran con ella en los diversos proyectos que estaba financiando. El Pontífice le respondió, invitándola a que se convirtiera ella misma en misionera. No cabe duda de que esa propuesta representó un cambio decisivo en la vida de santa Catalina, que con gran valentía puso su confianza en el Señor, y entregó su vida y toda su fortuna a su servicio. Su apostolado fructificó en la creación de numerosas escuelas dedicadas a los indígenas americanos y a los negros, y sirvió para crear la conciencia de la necesidad constante, incluso en nuestros días, de luchar contra el racismo en todas sus manifestaciones.
Ojalá que el ejemplo de santa Catalina Drexel sea un faro de luz y esperanza que nos impulse a todos a dar cada vez más nuestro tiempo, nuestros talentos y nuestras riquezas en beneficio de los más necesitados.

5. Me alegra saludar a los obispos y a los fieles sudaneses que han viajado a Roma para la canonización de sor Josefina Bakhita. Saludo en particular a las Hijas de la Caridad, la gran familia Canosiana a la que perteneció santa Josefina Bakhita.

Esta santa hija de África demostró ser una verdadera hija de Dios: el amor y la misericordia de Dios fueron realidades tangibles que transformaron su vida de un modo extraordinario. Llegó incluso a sentir gratitud por los mercaderes de esclavos que la capturaron y por quienes la maltrataron, porque, como ella misma diría más tarde, si eso no hubiera sucedido, no se habría convertido en cristiana ni en religiosa de la comunidad canosiana.

Pidamos por intercesión de santa Bakhita que todos los hombres y mujeres lleguen a conocer la presencia salvífica del Señor Jesús y sean liberados así de la esclavitud del pecado y de la muerte. En particular, recordemos su patria, Sudán, donde la guerra y la violencia siguen sembrando destrucción y desesperación: que la mano salvadora del Señor toque el corazón de los responsables de ese sufrimiento y abra el camino hacia la reconciliación, el perdón y la paz.

6. Queridos hermanos, antes de despedirme de vosotros deseo haceros partícipes de una preocupación que tengo en estos momentos. Desde hace algunos días la ciudad santa de Jerusalén es escenario de violentos enfrentamientos, que han causado numerosos muertos y heridos, entre los cuales se cuentan también algunos niños. Me siento espiritualmente cercano a las familias de quienes han perdido la vida, y dirijo un apremiante llamamiento a todos los responsables, para que callen las armas, se eviten las provocaciones y se reanude el diálogo. En Tierra Santa debe reinar la paz y la fraternidad. ¡Así lo quiere Dios!

Pido a los nuevos santos que intercedan para que todos vuelvan a tener pensamientos de comprensión recíproca y de paz.

Con este deseo, os imparto de corazón a todos vosotros y a vuestros seres queridos la bendición apostólica.

DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO

GENERAL DE LA CONFEDERACIÓN


DEL ORATORIO DE SAN FELIPE NERI (ORATORIANOS)


320

Jueves 5 de octubre de 2000

. Amadísimos sacerdotes y laicos oratorianos:

1. Me alegra daros mi cordial bienvenida a cada uno de vosotros, participantes en el congreso general de la Confederación del Oratorio de San Felipe Neri, que con esta visita habéis querido reafirmar vuestra sincera devoción al Vicario de Cristo y vuestra plena adhesión a su magisterio, según el espíritu de vuestro fundador, que amó a la Iglesia con todo su ser, y os dejó como herencia su fidelidad sin reservas a la Sede de Pedro.

Saludo con afecto al padre Antonio Ríos Chávez, delegado de la Sede apostólica, así como a cada una de las congregaciones representadas en vuestro congreso general, a las que expreso mi viva gratitud por el bien que realizan. Me alegra el crecimiento que el Oratorio está experimentando en diversas partes del mundo.

2. Vuestra Confederación, instituida por la Sede apostólica para unir con el vínculo de la caridad y de la ayuda recíproca a cada una de las congregaciones del Oratorio, en los recientes congresos generales ha examinado los textos constitucionales en la línea indicada por la Iglesia con ocasión del concilio ecuménico Vaticano II. En el alba del tercer milenio cristiano, vuestra asamblea se propone analizar, sobre todo desde el punto de vista pastoral, las fuentes del movimiento espiritual que tiene su origen en san Felipe Neri, con el propósito de responder fielmente a la misión de siempre: llevar al hombre hacia el encuentro con Jesucristo, "camino, verdad y vida", realmente presente en la Iglesia y "contemporáneo" de todo hombre.

Este encuentro, vivido y propuesto por san Felipe Neri de modo original y comprometedor, impulsa a convertirse en hombres nuevos en el misterio de la gracia, suscitando en su corazón la "alegría cristiana", que constituye el "ciento por uno" que Cristo da a quien lo acoge en su vida. Favorecer un encuentro personal con Cristo representa también el "método misionero" fundamental del Oratorio. Consiste en "hablar al corazón" de los hombres para llevarlos a hacer una experiencia del Maestro divino, capaz de transformar su vida. Esto se logra, sobre todo, testimoniando la belleza de ese encuentro, que da a la vida su sentido pleno. Es necesario que a los "alejados" no se les proponga un anuncio teórico, sino la posibilidad de una existencia realmente renovada y, por tanto, llena de alegría.

Esta es la gran herencia que os legó vuestro padre Felipe. Se trata de un camino pastoral siempre válido, porque está inscrito en la perenne experiencia cristiana. Espero que la vuelta a las fuentes de la espiritualidad y de la obra de san Felipe, realizada por vuestro congreso, suscite en cada congregación una renovada conciencia de la validez y la actualidad del "método misionero" de vuestro fundador y dé una contribución significativa al compromiso de la "nueva evangelización".

3. El Oratorio nació de la fe y del genio de san Felipe Neri, que supo aunar en una síntesis armoniosa la dimensión carismática y la plena comunión con los pastores de la Iglesia y, en la Roma de su tiempo, afrontó con gran sabiduría las necesidades espirituales y materiales de la juventud, testimoniando hasta tal punto la dimensión gozosa de la fe, que fue considerado "el profeta de la alegría cristiana". Ya desde sus comienzos el Oratorio es característico de vuestra congregación, que de él recibe su nombre, como recuerda la bula Copiosus in misericordia con la que el Papa Gregorio XIII la instituyó en el Año santo 1575. Vuestra congregación, nacida con la participación de sacerdotes seculares, provenientes de la primera experiencia del Oratorio y puesta a su servicio, debe seguir conservando en el centro de su interés esta benemérita institución, según sus objetivos originarios, su método y su estilo, siempre adaptables a las necesidades de los tiempos.

Como recuerda el Itinerario espiritual, aprobado en el congreso general de 1994: "El fin específico y la misión de la congregación del Oratorio es el nacimiento y el crecimiento de auténticas comunidades cristianas, luz y sal de la tierra". Vuestras Constituciones, ya desde los primeros artículos, las presentan como una unión fraterna de fieles que, siguiendo las huellas de san Felipe Neri, buscan realizar lo que él enseñó e hizo, teniendo así "un solo corazón y una sola alma" (Ac 4,32). El modelo en el que se inspiran son los encuentros sencillos y familiares de oración y los coloquios espirituales de vuestro padre Felipe con penitentes y amigos. Desde esta perspectiva, el Oratorio reconoce su identidad al "practicar en común la meditación de la palabra de Dios de modo familiar, así como la oración mental y vocal, con el fin de promover en los fieles, como en una escuela, el espíritu contemplativo y el amor a las cosas divinas".

Quiera Dios que el Oratorio, poniéndose al servicio de los hombres con sencillez de corazón y alegría, manifieste y difunda este método espiritual de manera cada vez más atractiva y eficaz. Así, podrá dar un testimonio coherente y decisivo, viviendo plenamente el fervor de sus orígenes y proponiendo a los hombres de hoy una experiencia de vida fraterna fundada principalmente en la realidad, acogida y vivida, de la comunión sobrenatural en Cristo.

"Quien quiera algo que no sea Cristo, no sabe lo que quiere; quien pida algo que no sea Cristo, no sabe lo que pide; quien no trabaje por Cristo, no sabe lo que hace". Estas palabras de vuestro santo fundador indican el criterio siempre válido de toda renovación de la comunidad cristiana, que consiste en volver a Jesucristo: a su palabra, a su presencia y a la acción salvífica que realiza en los sacramentos de la Iglesia. Este compromiso llevará a los sacerdotes a privilegiar, como es vuestra tradición, el ministerio de las confesiones y el acompañamiento espiritual de los fieles, para responder plenamente a vuestro carisma y a las expectativas de la Iglesia. De este modo, ayudarán a los laicos pertenecientes a los Oratorios seculares a comprender el valor esencial de ser christifideles, a la luz de la experiencia de san Felipe que, con respecto al laicado, anticipó ideas y métodos que resultarían fecundos en la vida de la Iglesia.

321 4. Vuestras congregaciones, fieles a la autonomía que quiso vuestro santo fundador, viven muy unidas a la realidad de las Iglesias particulares y a las situaciones locales. Pero no hay que olvidar la importancia que reviste también, en la vida de las comunidades y de sus miembros, el vínculo fraterno con las demás congregaciones que constituyen la Confederación. Mediante este vínculo la autonomía característica de cada casa se abre al don de la caridad concreta, y las comunidades confederadas encuentran una valiosa ayuda para crecer en la fidelidad al carisma oratoriano.
Ojalá que cada congregación dedique particular atención a la formación inicial y permanente de sus miembros y de sus comunidades, para asimilar el ideal transmitido por san Felipe y propuesto de nuevo en los textos constitucionales, con vistas a una creciente vitalidad espiritual y a una presencia apostólica eficaz.

En particular, os exhorto a dejaros guiar por estos valores, sobre todo cuando os acerquéis al mundo juvenil, rico en promesas, a pesar de las dificultades, sintiéndoos enviados especialmente a cuantos están "alejados", pero que se hallan muy cerca del Corazón del Salvador. En este contexto os ayudará mucho la tradicional sensibilidad de los oratorianos por el arte y la cultura, caminos particularmente idóneos para una significativa presencia evangelizadora.

Que la Virgen María, "Madre y fundadora del Oratorio", sea para cada uno de vosotros el modelo en el que os inspiréis constantemente para acoger con plena disponibilidad el don del Espíritu y anunciar la alegría de Cristo a vuestros hermanos.

Con estos deseos, a la vez que os encomiendo a la intercesión celestial de san Felipe Neri, os imparto a cada uno, y a toda la Confederación del Oratorio, una especial bendición apostólica.

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL PRESIDENTE DEL SIMPOSIO

DE LAS CONFERENCIAS EPISCOPALES


DE ÁFRICA Y MADAGASCAR




A monseñor

LAURENT MONSENGWO PASINYA

Arzobispo de Kisangani
Presidente del Simposio de las Conferencias episcopales de África y Madagascar

1. En este momento en que el Simposio de las Conferencias episcopales de África y Madagascar celebra su XII asamblea plenaria, me alegra dirigir mis más cordiales saludos a todos los participantes y asegurarles mi oración ferviente. A través de ellos saludo con afecto a todos los hijos del continente africano, "nueva patria de Cristo, tierra amada por el Padre eterno" (Ecclesia in Africa ).

En este año en el que la Iglesia celebra el gran jubileo, habéis deseado reuniros cerca de las tumbas de los Apóstoles para este importante encuentro que os permite revivir espiritualmente el acontecimiento de gracia que fue, hace seis años, la Asamblea especial del Sínodo de los obispos para África. El tema de vuestros trabajos, "La Iglesia-familia de Dios, lugar y sacramento de reconciliación, de perdón y de paz en África", está en plena armonía con el acontecimiento jubilar. En efecto, "el compromiso por la justicia y por la paz en un mundo como el nuestro, marcado por tantos conflictos y por intolerables desigualdades sociales y económicas, es un aspecto sobresaliente de la preparación y de la celebración del jubileo" (Tertio millennio adveniente TMA 51).

2. A cinco años de la promulgación de la exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Africa, debemos constatar que la visión de conjunto de la situación del continente, tal como se presenta en ella, no ha cambiado sustancialmente. Numerosas naciones siguen siendo escenario de conflictos, de los cuales las poblaciones son víctimas inocentes. Al recorrer la trágica geografía de las luchas armadas, se constata que la que se desarrolla en la región de los Grandes Lagos es, en cierto sentido, la más simbólica. Sin embargo, debemos tener presentes en nuestro corazón de pastores otros conflictos, a veces olvidados, que afectan a numerosos países africanos, a menudo desde hace varios años. Esos conflictos, debidos a causas externas e internas, constituyen una forma de desprecio de la persona humana, de sus derechos y de su dignidad. Esta actitud es, en gran parte, el origen de muchos otros males que afligen al continente, como el subdesarrollo económico, la pobreza, las migraciones forzadas, la difusión del sida y de pandemias que muchos creían erradicadas definitivamente, el saqueo de las riquezas naturales y el deterioro del medio ambiente.

322 3. La historia, llena de sufrimientos, de los pueblos de África es también la de la Iglesia en ese continente. Durante los últimos decenios, obispos, sacerdotes, misioneros, religiosos, religiosas y laicos han sido brutalmente perseguidos e, incluso, asesinados. Algunas estructuras que servían al bien de toda la población, sin discriminación alguna, han sido saqueadas y destruidas muchas veces. Comunidades enteras han sido dispersadas.

Sin embargo, quisiera manifestar aquí mi satisfacción por el feliz desenlace de los dolorosos episodios que han afectado recientemente a la Iglesia en África a través de la prueba que han sufrido dos de sus pastores: monseñor Misago, obispo de Gikongoro, y monseñor Kataliko, arzobispo de Bukavu. Que la muerte inesperada de monseñor Kataliko, cuya triste noticia nos acaba de llegar, sea para la Iglesia y para África una semilla de esperanza y de paz. Quisiera, asimismo, rendir homenaje a todos los que, con valentía y abnegación, en situaciones difíciles, dan testimonio de Cristo, a veces incluso con la entrega de su vida; y deseo vivamente que en toda África la Iglesia pueda anunciar libremente el mensaje de amor de Cristo, tanto con sus palabras como con sus obras.

4. La asamblea plenaria del Simposio de las Conferencias episcopales de África y Madagascar es un momento privilegiado para confirmar la opción de la Iglesia como familia de Dios, "expresión de la naturaleza de la Iglesia particularmente apropiada para África" (Ecclesia in Africa ), y para determinar, cada vez con mayor precisión, sus consecuencias concretas, con vistas a una pastoral cada vez más adecuada. Para responder al mandato que Jesús le confió y cumplir su misión profética en medio de las naciones, la Iglesia está comprometida en numerosos sectores de la vida local, junto con los hombres y las mujeres del continente, sobre todo para contribuir a la reconciliación entre las personas y entre los pueblos, así como al establecimiento de la justicia, la solidaridad, la democracia y la paz.

Hoy, más que nunca, la Iglesia debe buscar caminos nuevos y eficaces para participar, según su vocación propia, en el desarrollo integral del hombre en sociedades fraternas y pacíficas. Para lograr este objetivo, la colaboración sincera con los demás creyentes, y con todos los hombres de buena voluntad, es un imperativo que ha de animar a los fieles, unidos a sus pastores, con espíritu de verdad y de respeto mutuo.

Exhorto a las comunidades católicas a ser lugares de auténtica reconciliación y a testimoniar enérgicamente la justicia y la paz en sus propias estructuras y en las relaciones entre sus miembros, recordando que "la Iglesia debe ser testigo de justicia, y, por ello, reconoce que quien se atreva a hablar a los hombres de justicia debe esforzarse por ser justo a sus ojos" (Ecclesia in Africa ).

El testimonio de la Iglesia como comunidad debe ir unido al compromiso de cada uno de sus miembros. Por eso, es necesario que laicos bien formados, humana y espiritualmente, ocupen el lugar que les corresponde en la vida pública, para que sean en ella la sal de la tierra. Todos deben recordar también que están llamados a la santidad de vida para ser signos auténticos y creíbles del amor de Dios en el mundo.

5. Dirigiéndome a mis hermanos en el episcopado y a todos los pueblos de ese amado continente, les renuevo mi apremiante llamamiento a la esperanza. En las situaciones difíciles en que vivís, no faltan rayos de luz: ¡el Señor no os ha abandonado! Para construir el mundo reconciliado al que todos aspiran, los africanos mismos deben ser los primeros en plasmar el futuro de sus naciones. Invito de nuevo a la comunidad internacional a no abandonar a África. Conozco los esfuerzos que ya se han realizado y que manifiestan una verdadera solidaridad. Es preciso proseguir esos esfuerzos y hacerlos más eficaces, en particular gracias a la cancelación o a la reducción de la deuda de los países más pobres.

Mi pensamiento se dirige con afecto a los países afligidos por la guerra. Exhorto con fuerza a todos los responsables a buscar sin cesar y con sinceridad los caminos de la reconciliación y a lograr que los acuerdos de paz no se conviertan en compromisos sin futuro, sino que se apliquen efectivamente para el bien común de los pueblos.

6. En el gran jubileo del año 2000, la reciente canonización de sor Josefina Bakhita es un motivo de alegría y confianza, no sólo para Sudán, cada vez más duramente probado, sino también para toda África. El camino que siguió en su existencia personal puede y debe llegar a ser un signo vivo para todo el continente: de la esclavitud a la liberación y a la plena realización humana y espiritual. Junto con todos los demás santos y beatos africanos, no dejará de interceder por su tierra y por un desarrollo fructuoso de los trabajos de vuestra asamblea.

Querido hermano en el episcopado, lo encomiendo a usted, así como a todos los miembros del Simposio de las Conferencias episcopales de África y Madagascar y a sus diocesanos, a la intercesión de la Virgen santísima, Reina de África, y a todos imparto de corazón una particular bendición apostólica.

Vaticano, 4 de octubre de 2000





JUBILEO DE LOS OBISPOS


AUDIENCIA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II


A LOS PARTICIPANTES EN EL JUBILEO DE LOS OBISPOS


323

Sábado 7 de octubre

Amadísimos hermanos en el episcopado:

1. Quam bonum et quam iucundum habitare fratres in unum! (Ps 133,1). La alegría del salmista, eco del júbilo de los hijos de Israel, es hoy nuestra alegría. El espectáculo de tantos obispos reunidos, procedentes de todas las partes del mundo, no se realizaba desde los tiempos del concilio Vaticano II. Este encuentro me hace recordar aquellos años de gracia en los que se sintió intensamente, como el viento impetuoso de un nuevo Pentecostés, la presencia del Espíritu de Dios. Es hermoso que el gran jubileo nos haya brindado la ocasión propicia para reunirnos en un número tan grande. La comunión fraterna que nos une, en virtud de la colegialidad episcopal, también se alimenta de estos signos.

Os agradezco los sentimientos de comunión que me habéis manifestado a través de las palabras del amadísimo monseñor Giovanni Battista Re, que precisamente en estos días, después de años de servicio como íntimo colaborador mío en la Secretaría de Estado, ha asumido el delicado e importante cargo de prefecto de la Congregación para los obispos. También expreso mi gratitud al cardenal Bernardin Gantin y al cardenal Lucas Moreira Neves por el valioso trabajo que han llevado a cabo, con diligencia y prudencia, al frente de ese dicasterio.

2. Este encuentro, a primera vista, podría parecer superfluo, dado que cada uno de vosotros se ha abierto ampliamente a la gracia del jubileo, acompañando a sus fieles en varios lugares jubilares de la diócesis y de la nación. Pero hemos sentido la necesidad de una celebración, por decir así, totalmente nuestra, destinada a acrecentar nuestro compromiso y, antes aún, la gozosa gratitud por el don de la plenitud del sacerdocio. Ha sido como volver a escuchar la invitación que el Maestro dirigió un día a los Doce, cansados después del trabajo apostólico: "Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco" (Mc 6,31). Ciertamente, venir hoy a Roma no es retirarse a un lugar solitario. Como compensación, en la Sede del Sucesor de Pedro cada uno de vosotros puede sentirse a gusto, como en su casa, y todos juntos podemos vivir una hora de "descanso" espiritual, reuniéndonos en torno a Cristo.

Habéis dejado por un momento vuestras preocupaciones pastorales para vivir una pausa de renovación interior en un encuentro especial con los que, como vosotros, llevan la sarcina episcopalis. Al mismo tiempo, con este gesto habéis subrayado que os sentís miembros del único pueblo de Dios, en camino con los demás fieles hacia el encuentro definitivo con Cristo. Sí, también los obispos, al igual que todos los cristianos, están en camino hacia la patria y necesitan la ayuda de Dios y su misericordia. Con este espíritu estáis aquí para pedir junto conmigo la gracia especial del jubileo.

Así podemos experimentar juntos todo el consuelo de la verdad enunciada por san Agustín: "Soy obispo para vosotros; soy cristiano con vosotros. La condición de obispo connota una obligación; la de cristiano, un don. La primera conlleva un peligro; la segunda, una salvación" (Sermo 340, 1: PL 38, 1483). ¡Palabras fuertes!

3. Dilexit Ecclesiam! (Ep 5,25). En este momento resuenan en nuestro corazón de pastores esas palabras de san Pablo a los Efesios; nos recuerdan que nuestro jubileo es, ante todo, una invitación a confrontar nuestro amor con el amor que late en el corazón de Cristo. Contemplémoslo a él, Hijo eterno de Dios, que en la plenitud de los tiempos se hizo hombre en el seno de María. Contemplémoslo a él, Salvador nuestro y de todo el género humano. Contemplémoslo a él que, con la encarnación, se hizo, en cierto sentido, "consanguíneo" de todo hombre. Su amor es tan vasto como el mundo. De su mirada de amor nadie queda excluido.

El amor de Cristo, abierto al mundo, es al mismo tiempo un amor de predilección. No hay contradicción entre amor universal y amor de predilección, pues son como dos círculos concéntricos. En virtud de su amor de predilección Cristo engendra la Iglesia como su cuerpo y su esposa, convirtiéndola en el sacramento de la salvación para todos. Dilexit eam! Nosotros hoy nos sentimos tocados de nuevo, juntamente con todo el pueblo de Dios, por esa mirada de amor.

En ese dilexit Ecclesiam cada uno de nosotros encuentra el modelo y la fuerza de su ministerio, el fundamento y la raíz viva del misterio que habita en él. Amadísimos hermanos en el episcopado, en cuanto personas configuradas sacramentalmente con Cristo, Pastor y Esposo de la Iglesia, estamos llamados a "revivir" en nuestros pensamientos, en nuestros sentimientos y en nuestras opciones, el amor y la entrega total de Jesucristo en favor de su Iglesia. El amor a Cristo y el amor a la Iglesia son, en definitiva, un amor único e indivisible. En este diligere Ecclesiam, imitando y compartiendo el dilexit Ecclesiam de Cristo, están la gracia y el compromiso de nuestra celebración jubilar.

4. El Apóstol nos indica de modo luminoso la finalidad suprema del dilexit Ecclesiam: "Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla" (Ep 5,25-26). Esa es también la finalidad de nuestro ministerio episcopal: está al servicio de la santidad de la Iglesia.

324 Toda nuestra actividad pastoral tiene como objetivo último la santificación de los fieles, comenzando por la de los sacerdotes, nuestros colaboradores directos. Por tanto, debe tender a suscitar en ellos el compromiso de responder con prontitud y generosidad a la llamada del Señor. Y nuestro mismo testimonio de santidad personal, ¿no es la llamada más creíble y más persuasiva que los laicos y el clero tienen derecho a esperar en su camino hacia la santidad? Precisamente para "suscitar en cada fiel un verdadero anhelo de santidad" se convocó el jubileo (Tertio millennio adveniente TMA 42).

Es preciso redescubrir lo que el concilio Vaticano II dice sobre la vocación universal a la santidad. No es casualidad que el concilio se dirija ante todo a los obispos, recordando que deben "realizar su ministerio con santidad, entusiasmo, humildad y fortaleza. Si lo realizan así, será para ellos un excelente medio de santificación" (Lumen gentium LG 41). Como se puede ver, es la imagen de una santidad que no crece junto al ministerio, sino a través del ministerio mismo. Una santidad que se desarrolla como caridad pastoral, y que encuentra su modelo en Cristo, buen Pastor, e impulsa a cada pastor a convertirse en "modelo de la grey" (cf. 1P 5,3).

5. Esta caridad pastoral debe vivificar los tria munera en los que se articula nuestro ministerio. Ante todo, el munus docendi, es decir, el servicio de la enseñanza. Cuando releemos los Hechos de los Apóstoles, nos impresiona el fervor con que el primer núcleo apostólico esparcía, a manos llenas, con la fuerza del Espíritu, la semilla de la Palabra. Debemos recuperar el entusiasmo pentecostal del anuncio. En un mundo que, por la acción de los medios de comunicación social, sufre una especie de inflación de palabras, la palabra del Apóstol sólo puede distinguirse y abrirse camino si se presenta, con toda la luminosidad evangélica, como palabra llena de vida. No temamos anunciar el Evangelio "opportune et importune" (2Tm 4,2). Sobre todo hoy, en medio de tantas voces discordantes que crean confusión y perplejidad en la mente de los fieles, el obispo tiene la grave responsabilidad de infundir claridad. El anuncio del Evangelio es el acto de amor más elevado con respecto al hombre, a su libertad y a su sed de felicidad.

Esta misma caridad, a través de la liturgia, fuente y cumbre de la vida eclesial (cf. Sacrosanctum Concilium SC 10), se convierte en signo, celebración y acción orante. Aquí el dilexit Ecclesiam de Cristo se transforma en memoria viva y presencia eficaz. En esta obra, más que en cualquier otra, el papel del obispo se delinea como munus sanctificandi, ministerio de santificación, gracias a la presencia operante de Aquel que es el Santo por excelencia.

La caridad del obispo, por último, debe brillar en el gran ámbito de la guía pastoral: en el munus regendi. Muchas son las cosas que se nos piden. En todas debemos ser "buenos pastores, que conocen a sus ovejas y a quienes estas los conocen también; verdaderos padres, que se distinguen por el espíritu de amor y de solicitud por todos" (Christus Dominus, CD 16). Es un servicio de caridad que no debe excluir a nadie, pero que debe prestar atención particular a los "últimos", con la "opción preferencial por los pobres" que, vivida a ejemplo de Jesús, es expresión de justicia y, a la vez, de caridad.

6. Amadísimos hermanos, el jubileo es el tiempo de la "gran indulgencia". Las graves responsabilidades que se nos han encomendado y las no pocas dificultades que hemos de afrontar hoy en nuestro ministerio episcopal hacen más aguda y dolorosa la conciencia de nuestra pequeñez espiritual y, por tanto, más fuerte e insistente la invocación al amor indulgente del Padre. Pero la misericordia que nos llega del sacrificio de Cristo, hecho presente cada día en la Eucaristía, nos infunde una solidísima esperanza. Esta esperanza es lo que debemos anunciar y testimoniar a un mundo que la ha perdido o deformado. Es una esperanza fundada en la certeza de que Cristo está siempre presente y operante en su Iglesia y en la historia de la humanidad.

A veces, como en el episodio evangélico de la tempestad calmada (Mc 4,35-41 Lc 8,22-25), puede parecer que Cristo duerme y nos deja a merced de las olas agitadas. Pero sabemos que él está siempre dispuesto a intervenir con su amor todopoderoso y salvífico. Él sigue diciéndonos: "¡Ánimo!; yo he vencido al mundo" (Jn 16,33).

Nos sostiene en todas nuestras fatigas la cercanía de María, la Madre que Cristo nos dio desde la cruz cuando dijo al Apóstol predilecto: "Mujer, ahí tienes a tu hijo" (Jn 19,26). A ella, Regina apostolorum, le encomendamos nuestras Iglesias y nuestra vida, abriéndonos con confianza a la aventura y a los desafíos del nuevo milenio.






A LOS PARTICIPANTES


EN LA PEREGRINACIÓN NACIONAL DE GUATEMALA


7 de octubre de 2000

Queridos hijos e hijas guatemaltecos:

1. Es para mí un motivo de alegría encontrarme con Ustedes, que se han reunido en Roma para celebrar el Gran Jubileo y compartir así, como hermanos en la fe, esta profunda experiencia de reconciliación con Dios y con los hermanos. Con el significativo gesto de entrar por la Puerta Santa, la Iglesia invita a sus fieles a dejar atrás toda huella de pecado, gustar de la infinita misericordia de Dios y, alentados así por su gracia, volver los ojos hacia Cristo, el único Salvador del género humano. Por eso el Jubileo refuerza y da nuevo impulso a nuestra esperanza, al liberarnos del peso de las esclavitudes pasadas y permitirnos levantar la vista hacia lo alto, donde, como en el cielo estrellado indicado a Abraham, se manifiesta la grandeza inconmensurable de las promesas divinas y el auténtico futuro de la humanidad liberada.

325 2. Ustedes han querido vivir esta experiencia en sus corazones, como hijos de la Iglesia, y también como comunidad nacional que desea caminar solidariamente junto con todo el pueblo de Guatemala. Por eso doy una cordial bienvenida a Mons. Víctor Hugo Martínez Contreras, Arzobispo de Los Altos-Quetzaltenango-Totonicapán y Presidente de la Conferencia Episcopal de Guatemala, así como a los demás Obispos y a las numerosas personas que han hecho su peregrinación jubilar a Roma, para estar cercanos a las tumbas de los Apóstoles Pedro y Pablo. Les invito a inspirarse en el ejemplo de estos grandes testigos del Evangelio, fieles hasta derramar su sangre por él, para abordar con renovada energía las tareas de la nueva evangelización en su País.

Deseo saludar cordialmente también al Señor Embajador ante la Santa Sede, que tanto se ha prodigado en hacer posible esta peregrinación nacional, así como a los demás representantes de Guatemala presentes en Roma y a los guatemaltecos residentes en Italia que han querido celebrar junto con sus conciudadanos los ritos jubilares. Les exhorto a que aprovechen el legítimo sentimiento patrio para promover el compromiso común de construir un futuro mejor para todo el pueblo, libre de tensiones internas y discriminaciones, solidario en las necesidades de cada persona o grupo, fuerte ante las adversidades y creador de nuevos espacios para la civilización del amor. Esto será un precioso fruto jubilar, pues abrirá las puertas a nuevas esperanzas de transformar el mundo y hacer posible, con la gracia y el poder de Dios, que “las espadas se cambien por arados y al ruido de las armas le sigan los cantos de paz”, como dice la Oración del Jubileo.

3. Que Dios bendiga abundantemente su empeño por ser fieles a Dios y a la Iglesia, y que la Virgen María, Nuestra Señora de la Asunción, custodie en ustedes con maternal premura las gracias y los buenos propósitos de esta peregrinación. A ella invoco de corazón para que les proteja y acompañe, a la vez que les imparto complacido la Bendición Apostólica.






Discursos 2000 319