Discursos 2000 325


AL FINAL DEL REZO DEL SANTO ROSARIO


CON LOS OBISPOS


Sábado 7 de octubre



1. Al final de este intenso momento de oración mariana, deseo dirigiros a todos vosotros, amadísimos hermanos en el episcopado, un cordial saludo, que extiendo de corazón a los numerosos fieles presentes con nosotros esta tarde aquí, en la plaza de San Pedro, o en conexión con nosotros mediante la radio y la televisión.

Reunidos en Roma con ocasión del jubileo de los obispos, en el primer sábado del mes de octubre no podíamos menos de orar juntos ante la Virgen, que el pueblo de Dios venera en este día con el titulo de Reina del Santo Rosario.

En particular, nuestra oración de esta tarde se coloca a la luz del mensaje de Fátima, cuyo contenido facilita nuestra reflexión sobre la historia del siglo XX. Contribuye felizmente a reforzar esta perspectiva espiritual la presencia entre nosotros de la venerada imagen de la Virgen de Fátima, que tengo la alegría de acoger de nuevo en el Vaticano, en el marco solemne de tantos hermanos míos en el episcopado y de tantos sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles, que se han reunido esta tarde en esta plaza.

2. Hemos meditado en los misterios gloriosos. Desde el cielo, a donde el Señor la elevó, María no deja de orientar nuestra mirada a la gloria de Cristo resucitado, en el que se revela la victoria de Dios y de su designio de amor sobre el mal y sobre la muerte. Como obispos, partícipes de los sufrimientos y de la gloria de Cristo (cf. 1P 5,1), somos los primeros testigos de esta victoria, fundamento de esperanza segura para cada persona y para todo el género humano.

Jesucristo, el Resucitado, nos ha enviado a todo el mundo a anunciar su Evangelio de salvación, y desde Jerusalén, en el arco de veinte siglos, este mensaje ha llegado a los cinco continentes. Esta tarde, nuestra oración ha reunido espiritualmente a toda la familia humana en torno a María, "Regina mundi".

3. En el marco del gran jubileo del año 2000, hemos querido expresar la gratitud de la Iglesia por la solicitud materna que María ha mostrado siempre por sus hijos, peregrinos en el tiempo. No hay siglo, no hay pueblo en el que ella no haya hecho sentir su presencia, llevando a los fieles, especialmente a los humildes y pobres, luz, esperanza y consuelo.

Mañana, al final de la concelebración eucarística, confiando en su solicitud materna, realizaremos de modo colegial nuestro "Acto de consagración" al Corazón inmaculado de María. Esta tarde, meditando juntos en los misterios gloriosos del santo rosario, nos hemos preparado interiormente para ese acto, poniéndonos en la actitud de los Apóstoles en el Cenáculo, reunidos con María en unánime y concorde oración.

326 Queridos hermanos, sobre cada uno de vosotros, y sobre vuestro ministerio, he invocado e invoco la especial intercesión de la Madre de la Iglesia. Que ella os asista siempre en vuestra tarea, ardua y entusiasmante, de llevar el Evangelio a todos los rincones de la tierra, para que todo hombre, comenzando por los humildes y los pobres, reciba la buena nueva de Cristo Salvador.





ACTO DE CONSAGRACIÓN A MARÍA


8 de octubre de 2000



1. “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19,26).
Mientras se acerca el final de este Año Jubilar,
en el que tú, Madre, nos has ofrecido de nuevo a Jesús,
el fruto bendito de tu purísimo vientre,
el Verbo hecho carne, el Redentor del mundo,
resuena con especial dulzura para nosotros esta palabra suya
que nos conduce hacia ti, al hacerte Madre nuestra:
“Mujer, ahí tienes a tu hijo”.
Al encomendarte al apóstol Juan,
327 y con él a los hijos de la Iglesia,
más aún a todos los hombres,
Cristo no atenuaba, sino que confirmaba,
su papel exclusivo como Salvador del mundo.
Tú eres esplendor que no ensombrece la luz de Cristo,
porque vives en Él y para Él.
Todo en ti es “fiat”: Tú eres la Inmaculada,
eres transparencia y plenitud de gracia.
Aquí estamos, pues, tus hijos, reunidos en torno a ti
en el alba del nuevo Milenio.
Hoy la Iglesia, con la voz del Sucesor de Pedro,
328 a la que se unen tantos Pastores
provenientes de todas las partes del mundo,
busca amparo bajo tu materna protección
e implora confiada tu intercesión
ante los desafíos ocultos del futuro.

2. Son muchos los que, en este año de gracia,
han vivido y están viviendo
la alegría desbordante de la misericordia
que el Padre nos ha dado en Cristo.
En las Iglesias particulares esparcidas por el mundo
y, aún más, en este centro del cristianismo,
329 muchas clases de personas
han acogido este don.
Aquí ha vibrado el entusiasmo de los jóvenes,
aquí se ha elevado la súplica de los enfermos.
Por aquí han pasado sacerdotes y religiosos,
artistas y periodistas,
hombres del trabajo y de la ciencia,
niños y adultos,
y todos ellos han reconocido en tu amado Hijo
al Verbo de Dios, encarnado en tu seno.
Haz, Madre, con tu intercesión,
330 que los frutos de este Año no se disipen,
y que las semillas de gracia se desarrollen
hasta alcanzar plenamente la santidad,
a la que todos estamos llamados.

3. Hoy queremos confiarte el futuro que nos espera,
rogándote que nos acompañes en nuestro camino.
Somos hombres y mujeres de una época extraordinaria,
tan apasionante como rica de contradicciones.
La humanidad posee hoy instrumentos de potencia inaudita.
Puede hacer de este mundo un jardín
o reducirlo a un cúmulo de escombros.
331 Ha logrado una extraordinaria capacidad de intervenir
en las fuentes mismas de la vida:
Puede usarlas para el bien, dentro del marco de la ley moral,
o ceder al orgullo miope
de una ciencia que no acepta límites,
llegando incluso a pisotear el respeto debido a cada ser humano.
Hoy, como nunca en el pasado,
la humanidad está en una encrucijada.
Y, una vez más, la salvación está sólo y enteramente,
oh Virgen Santa, en tu hijo Jesús.

4. Por esto, Madre, como el apóstol Juan,
332 nosotros queremos acogerte en nuestra casa (cf. Jn Jn 19,27),
para aprender de ti a ser como tu Hijo.
¡“Mujer, aquí tienes a tus hijos”!.
Estamos aquí, ante ti,
para confiar a tus cuidados maternos
a nosotros mismos, a la Iglesia y al mundo entero.
Ruega por nosotros a tu querido Hijo,
para que nos dé con abundancia el Espíritu Santo,
el Espíritu de verdad que es fuente de vida.
Acógelo por nosotros y con nosotros,
como en la primera comunidad de Jerusalén,
333 reunida en torno a ti el día de Pentecostés (cf. Hch Ac 1,14).
Que el Espíritu abra los corazones a la justicia y al amor,
guíe a las personas y las naciones hacia una comprensión recíproca
y hacia un firme deseo de paz.
Te encomendamos a todos los hombres,
comenzando por los más débiles:
a los niños que aún no han visto la luz
y a los que han nacido en medio de la pobreza y el sufrimiento;
a los jóvenes en busca de sentido,
a las personas que no tienen trabajo
y a las que padecen hambre o enfermedad.
334 Te encomendamos a las familias rotas,
a los ancianos que carecen de asistencia
y a cuantos están solos y sin esperanza.

5. Oh Madre, que conoces los sufrimientos
y las esperanzas de la Iglesia y del mundo,
ayuda a tus hijos en las pruebas cotidianas
que la vida reserva a cada uno
y haz que, por el esfuerzo de todos,
las tinieblas no prevalezcan sobre la luz.
A ti, aurora de la salvación, confiamos
nuestro camino en el nuevo Milenio,
335 para que bajo tu guía
todos los hombres descubran a Cristo,
luz del mundo y único Salvador,
que reina con el Padre y el Espíritu Santo
por los siglos de los siglos. Amén.






A LOS PARTICIPANTES EN LA PEREGRINACIÓN


NACIONAL DE HUNGRÍA


Lunes 9 de octubre de 2000



Amadísimos hermanos y hermanas en Cristo:

1. Deseo daros una cordial bienvenida a cada uno, queridos peregrinos húngaros. Saludo con afecto fraterno al cardenal László Paskai y a monseñor István Seregély, presidente de la Conferencia episcopal húngara, a quien agradezco las nobles palabras que ha querido dirigirme en nombre de los presentes y de toda la Iglesia que está en Hungría. Saludo asimismo a los venerados hermanos en el episcopado que os guían en esta especial experiencia de fe y de gracia.
Mi saludo deferente va al señor embajador Pál Tar, quien, con su presencia, da un renovado testimonio de la positiva colaboración entre la Iglesia católica y la autoridad estatal en vuestro país, después de los años difíciles de la dictadura comunista.

Gracias por esta visita, que renueva y consolida la antigua fidelidad del pueblo magiar a la Sede de Pedro. Gracias por el afecto que, también en esta circunstancia, manifestáis a mi persona.

2. Vuestra peregrinación nacional ha comenzado ante la sacristía de la basílica vaticana, con la bendición de la lápida. Esa lápida recuerda el lugar donde se encontraba la primera casa de los peregrinos húngaros, fundada hace mil años por el rey san Esteban, que quiso que esa casa estuviera cerca de la tumba del apóstol san Pedro, precisamente porque deseaba que los peregrinos húngaros, al venir a Roma, renovaran su fidelidad y su amor a Pedro. Este acto solemne une felizmente dos acontecimientos extraordinarios que celebráis en el año 2000: el gran jubileo del cristianismo y el milenario húngaro, que constituyen, además, las motivaciones especiales de esta peregrinación.

336 Habéis venido en gran número a la ciudad eterna para visitar las tumbas de los Apóstoles y confirmar vuestra fe en el encuentro con el Sucesor de Pedro. Vuestra presencia tan numerosa testimonia la constante adhesión del pueblo magiar a la Santa Sede, que, desde que el Papa Silvestre II entregó la corona al santo rey Esteban, constituye un elemento fundamental de vuestra historia y de vuestra cultura.

Como recordé en el Mensaje que os envié con ocasión de la celebración del milenario magiar, la vuestra "es una historia que comienza con un rey santo, más aún, con una "familia santa". (...) Será una semilla que brotará y suscitará una multitud de nobles figuras que ilustrarán la Pannonia sacra", que en el curso de los siglos se convertirá en un sólido "baluarte de defensa de la cristiandad contra la invasión de los tártaros y los turcos" (Mensaje de Juan Pablo II al pueblo húngaro, 16 de agosto de 2000, n. 1: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 1 de septiembre de 2000, p. 2).

Esos acontecimientos han dejado en vuestra cultura huellas profundas, que se expresan en algunas costumbres diarias, como el repique de las campanas a mediodía que, desde la victoria sobre los turcos musulmanes, invita a los cristianos húngaros a interrumpir el trabajo para dedicarse a la oración. La relación especial que une a vuestro pueblo con la Sede de Pedro tiene una significativa expresión en la capilla húngara de la cripta vaticana, que yo mismo tuve la alegría de bendecir hace veinte años en la fiesta de la Magna Domina Hungarorum, a la que también habéis querido confiar vuestra peregrinación jubilar.

3. Las solemnes celebraciones del gran jubileo de la Encarnación y del milenario húngaro os exhortan a dar gracias al Señor por las maravillas realizadas en vuestro pueblo. Constituyen, además, una ocasión propicia de conversión y de empeño por construir un futuro digno de vuestra fe y de vuestro glorioso pasado, que tiene en la familia uno de sus elementos imprescindibles.

Esta institución esencial de la sociedad humana atraviesa actualmente una grave crisis, que pone de manifiesto el olvido de valores humanos y cristianos fundamentales, factores indispensables para el progreso civil y moral de la humanidad. Sin embargo, también muestra las profundas transformaciones actuales de la sociedad, que pueden ser el preludio de un nuevo comienzo. Por tanto, es preciso que los cristianos afronten esta crisis con fidelidad y esperanza. En efecto, las complejas problemáticas que afectan a la institución familiar deben llevar a los creyentes a redescubrir y a vivir los valores del matrimonio y de la familia, tal como los propone la Iglesia, para dar un nuevo impulso a la construcción de la civilización del amor. A este propósito, deseo repetiros la invitación que os hice con ocasión de la celebración de vuestro milenario: "Sed conscientes de la centralidad de la familia para una sociedad ordenada y floreciente. Por esta razón, promoved iniciativas inteligentes para proteger su solidez e integridad. Sólo una nación que cuente con familias sanas y sólidas es capaz de sobrevivir y escribir una gran historia, como sucedió en vuestro pasado" (ib., n. 4).

Esta atención particular a la familia os llevará a fomentar en todos los niveles la cultura de la vida, que exige la defensa de la persona humana desde su concepción hasta su ocaso, y la promoción del valor de la paternidad y la maternidad, así como el reconocimiento del papel fundamental que desempeña la mujer en el trabajo doméstico y en la educación de los hijos.

4. Las solemnes celebraciones del milenario húngaro coincidieron con la XV Jornada mundial de la juventud, que contó con una extraordinaria participación de jóvenes de todo el mundo. A ese encuentro asistieron también numerosos jóvenes húngaros, que quisieron compartir su fe y su búsqueda de Cristo, Aquel que da sentido a la vida, con sus coetáneos.

El testimonio de esos jóvenes, su entusiasmo y su fe gozosa representan un signo de esperanza para todos, que infunde valor y exhorta a no tener miedo al futuro.

Su presencia en vuestras Iglesias abre también a vuestra patria un horizonte prometedor y anuncia un futuro mejor.

5. Amadísimos peregrinos húngaros, os expreso mis mejores deseos de que, fortalecidos por la gracia del jubileo, construyáis en vuestra nación una sociedad más justa y más fraterna, digna de vuestra fe y de vuestras profundas raíces cristianas.

Con estos deseos, al mismo tiempo que os confío a la protección materna de la Magna Domina Hungarorum, como un día hizo san Esteban, os imparto a cada uno de vosotros y al amado pueblo húngaro una especial bendición apostólica.





AUDIENCIA DE JUAN PABLO II


A LOS MIEMBROS DE LA ASOCIACIÓN


"PRO PETRI SEDE" DE BENELUX


337

Jueves 12 de octubre de 2000



Señoras y señores:

Os saludo cordialmente con ocasión de la peregrinación de la asociación Pro Petri Sede. En este Año jubilar, proseguís vuestra tradición de venir a entregar al Santo Padre las ofertas de los generosos donantes de Bélgica, Luxemburgo y los Países Bajos, que cooperan así, de manera más íntima, en la caridad de la Iglesia universal y del Sucesor de Pedro.

El jubileo es una invitación a la conversión del corazón, para volver a Dios y hacer una profunda experiencia del amor de nuestro Padre celestial, que nos acoge y quiere convertirnos en un pueblo santo. Estamos llamados a difundir en nuestro entorno ese amor que el Señor nos tiene, dando así un testimonio de nuestra fe, que es un signo elocuente a los ojos del mundo.

Desde este punto de vista, vuestro gesto es particularmente importante y necesario para manifestar la misericordia de Dios; procede de "la caridad, que nos abre los ojos a las necesidades de quienes viven en la pobreza y la marginación" (Incarnationis mysterium, 12), y nos impulsa a vivir como hermanos, por encima de las diferencias de raza, cultura y religión. Vuestra iniciativa se inscribe en este marco, y estoy seguro de que los generosos donantes de vuestra asociación son conscientes de que, con este gesto, tienden la mano a los más pobres para que mejoren su situación, puedan vivir con la dignidad propia de su naturaleza, sean cada día más protagonistas de su desarrollo y creen una fraternidad y una solidaridad cada vez mayores entre todos los hombres.
Compartir lo propio con los demás es también una obra importante en favor de la justicia y de la paz. Por eso, os pido que expreséis mi más profunda gratitud a todos los miembros de la asociación Pro Petri Sede y a los fieles de Bélgica, Luxemburgo y los Países Bajos, que, mediante la acogida de los pobres y los extranjeros, viven el ideal evangélico de recíproca ayuda espiritual y material.

Encomendándolos a la intercesión de la Virgen María, a la que honramos particularmente en este mes del rosario, les imparto de corazón a todos mi bendición apostólica.






A LOS PARTICIPANTES EN EL VIII COLOQUIO


INTERNACIONAL DE MARIOLOGÍA


Viernes 13 de octubre de 2000




Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra acogeros hoy, con ocasión del VIII Coloquio internacional de mariología sobre el tema: "San Luis María Grignion de Montfort: espiritualidad trinitaria en comunión con María". Os saludo a todos con afecto: a los organizadores, a los relatores y a los participantes. Agradezco en particular a monseñor François Garnier, obispo de Luzón, las cordiales palabras con que ha interpretado vuestros sentimientos comunes.

Este encuentro nos trae a la memoria el que tuvo lugar en 1706 aquí en Roma entre mi venerado predecesor Clemente XI y el misionero bretón Grignion de Montfort, que vino a pedir al Sucesor de Pedro luz y fortaleza para el camino apostólico que había emprendido. Pienso también con gratitud en la peregrinación que la Providencia me concedió realizar a la tumba de este gran santo en Saint-Laurent-sur-Sèvre, el 19 de septiembre de 1996.

338 San Luis María Grignion de Montfort constituye para mí una significativa figura de referencia, que me ha iluminado en momentos importantes de la vida. Cuando trabajaba en la fábrica Solvay de Cracovia siendo seminarista clandestino, mi director espiritual me aconsejó meditar en el "Tratado de la verdadera devoción a la santísima Virgen". Leí y releí muchas veces y con gran provecho espiritual este valioso librito de ascética, cuya portada azul se había manchado con sosa cáustica.
Al poner a la Madre de Cristo en relación con el misterio trinitario, Montfort me ayudó a comprender que la Virgen pertenece al plan de la salvación por voluntad del Padre, como Madre del Verbo encarnado, que concibió por obra del Espíritu Santo. Toda intervención de María en la obra de regeneración de los fieles no está en competición con Cristo, sino que deriva de él y está a su servicio. La acción que María realiza en el plan de la salvación es siempre cristocéntrica, es decir, hace directamente referencia a una mediación que se lleva a cabo en Cristo. Comprendí entonces que no podía excluir a la Madre del Señor de mi vida sin dejar de cumplir la voluntad de Dios trino, que quiso "comenzar a realizar" los grandes misterios de la historia de la salvación con la colaboración responsable y fiel de la humilde Esclava de Nazaret.

Asimismo, ahora doy gracias al Señor por haber podido experimentar cuanto habéis profundizado también vosotros en este coloquio, o sea, que la acogida de María en la vida en Cristo y en el Espíritu introduce al creyente en el centro mismo del misterio trinitario.

2. Amadísimos hermanos y hermanas, durante vuestro simposio habéis estudiado la espiritualidad trinitaria en comunión con María: un aspecto que caracteriza la enseñanza de Montfort.

En efecto, él no propone una teología sin influencia alguna en la vida concreta y tampoco un cristianismo "por encargo", sin asumir personalmente los compromisos que derivan del bautismo.
Al contrario, invita a una espiritualidad vivida con intensidad; estimula a entregarse, con una decisión libre y consciente, a Cristo y, por medio de él, al Espíritu Santo y al Padre. Desde esta perspectiva se comprende cómo la referencia a María perfecciona la renovación de las promesas bautismales, puesto que María es precisamente la criatura "más semejante a Cristo" (cf. Tratado de la verdadera devoción a la santísima Virgen, 121).

Sí, toda la espiritualidad cristocéntrica y mariana que enseña Montfort deriva de la Trinidad y lleva a ella. A este respecto, impresiona su insistencia en la acción de las tres Personas divinas en relación con María. Dios Padre "dio a su Hijo único al mundo sólo por medio de María" y "quiere tener hijos por medio de María hasta el fin del mundo" (ib., 16 y 29). Dios Hijo "se hizo hombre por nuestra salvación, pero en María y por medio de María" y "quiere formarse y, por decirlo así, encarnarse día a día, por medio de su amada madre, en sus miembros" (ib., 16 y 31). Dios Espíritu Santo "comunicó a María, su Esposa fiel, sus dones inefables" y "quiere formarse, en ella y por medio de ella, a elegidos" (cf. ib., 25 y 34).

3. María aparece, por tanto, como espacio de amor y de acción de las Personas de la Trinidad, y Montfort la presenta en una perspectiva relacional: "María es totalmente relativa a Dios, y yo la llamaría muy bien la relación con Dios, la que sólo existe en relación con Dios" (ib., 225). Por esta razón la Toda Santa lleva hacia la Trinidad. Repitiéndole a diario Totus tuus y viviendo en sintonía con ella, se puede llegar a la experiencia del Padre mediante la confianza y el amor sin límites (cf. ib., 169 y 215), a la docilidad al Espíritu Santo (cf. ib., 258) y a la transformación de sí según la imagen de Cristo (cf. ib., 218-221).

Sucede a veces que en la catequesis, y también en los ejercicios de piedad, se da por supuesto el aspecto trinitario y cristológico, que en ellos es intrínseco y esencial (cf. Marialis cultus, 25). Por el contrario, en la visión de Grignion de Montfort la fe trinitaria impregna totalmente las oraciones dirigidas a María: "Te saludo, María, Hija amabilísima del Padre eterno, Madre admirable del Hijo, Esposa fidelísima del Espíritu Santo, templo augusto de la santísima Trinidad" (Métodos para rezar el rosario, 15). De igual modo, en la Oración ardiente, dirigida a las tres Personas divinas y proyectada hacia los últimos tiempos de la Iglesia, se contempla a María como la montaña de Dios (n. 25), ambiente de santidad que eleva hacia Dios y transforma en Cristo.

Ojalá que todo cristiano haga suya la doxología que Montfort pone en los labios de María en el Magníficat: "Adoremos y bendigamos a nuestro único y verdadero Dios. Que resuene el universo y se cante por doquier: Gloria al Padre eterno, gloria al Verbo adorable. La misma gloria al Espíritu Santo, que con su amor los une en un vínculo inefable" (Cántico, 85, 6).

Implorando sobre cada uno de vosotros la asistencia continua de la Virgen santísima, para que viváis vuestra vocación en comunión con ella, nuestra Madre y modelo, os imparto de corazón una especial bendición apostólica.





JUBILEO DE LAS FAMILIAS


ENCUENTRO DEL SANTO PADRE CON LAS FAMILIAS


339

Plaza de San Pedro, sábado 14 de octubre de 2000



1. Con gran alegría os doy la bienvenida, amadísimas familias, que habéis venido aquí desde las más diversas regiones del mundo. Saludo también a las familias que, bajo todos los cielos, están conectadas ahora con nosotros mediante la radio y la televisión, y se unen a este jubileo de las familias.

Agradezco al señor cardenal Alfonso López Trujillo, presidente del Consejo pontificio para la familia, las palabras que me ha dirigido en nombre de todos vosotros. Saludo también a los demás señores cardenales y hermanos en el episcopado aquí presentes, así como a los sacerdotes, los religiosos y las religiosas que participan en este encuentro festivo.

Recientemente tuve la alegría de ir en peregrinación a Nazaret, el lugar donde el Verbo se hizo carne. Durante aquella visita os llevé a todos en mi corazón, pidiendo fervientemente por vosotros a la Sagrada Familia, modelo sublime de todas las familias.

Esta tarde queremos revivir precisamente el clima espiritual de la casa de Nazaret. El gran espacio que nos acoge, entre la basílica y la columnata de Bernini, nos sirve de casa, una gran casa al aire libre. Aquí, reunidos como una verdadera familia, "con un solo corazón y una sola alma" (Ac 4,32), podemos intuir y experimentar la dulzura y la intimidad de aquella humilde casa, donde María y José vivían alternando la oración y el trabajo, y donde Jesús "estaba sujeto a ellos" (Lc 2,51), participando gradualmente en la vida común.

2. La contemplación de la Sagrada Familia, queridos esposos cristianos, os estimula a interrogaros sobre las tareas que Cristo os asigna en vuestra estupenda y ardua vocación.

El tema de vuestro jubileo -"Los hijos: primavera de la familia y de la sociedad"- puede ser para vosotros una significativa fuente de inspiración. ¿No son precisamente los hijos quienes "examinan" continuamente a los padres? No sólo lo hacen con sus frecuentes "¿por qué?", sino también con su rostro, unas veces sonriente y otras velado por la tristeza. Es como si todo su modo de ser reflejara un interrogante, que se expresa de formas muy diversas, incluso con sus caprichos, y que podríamos traducir en preguntas como estas: "Mamá, papá, ¿me queréis? ¿Soy de verdad un don para vosotros? ¿Me acogéis por lo que soy? ¿Os esforzáis por buscar siempre mi verdadero bien?".

Estas preguntas las formulan más con la mirada que con las palabras, pero obligan a los padres a asumir su gran responsabilidad y, en cierto modo, para ellos son el eco de la voz de Dios.

3. Los hijos son "primavera": ¿qué significa esta metáfora elegida para vuestro jubileo? Nos remite al horizonte de vida, de colores, de luz y de canto, típico de la estación primaveral. Naturalmente, los hijos son todo esto. Son la esperanza que sigue floreciendo, un proyecto que se inicia continuamente, el futuro que se abre sin cesar. Representan el florecimiento del amor conyugal, que en ellos se refleja y se consolida. Al venir a la luz, traen un mensaje de vida que, en definitiva, remite al Autor mismo de la vida. Al estar necesitados de todo, en especial durante las primeras fases de su existencia, constituyen naturalmente una llamada a la solidaridad.

No por casualidad Jesús invitó a sus discípulos a tener corazón de niño (cf. Mc 10,13-16). Queridas familias, hoy queréis dar gracias por el don de los hijos y, al mismo tiempo, acoger el mensaje que Dios os envía a través de su existencia.

4. Por desgracia, como bien sabemos, la situación de los niños en el mundo no es siempre como debería ser. En muchas regiones y, paradójicamente, sobre todo en los países de mayor bienestar, traer al mundo un hijo se ha convertido en una elección realizada con gran perplejidad, más allá de la prudencia que exige obligatoriamente una procreación responsable. Se diría que a veces a los hijos se les ve más como una amenaza que como un don.

340 ¿Y qué decir del otro triste escenario de la infancia ultrajada y explotada, sobre la que también llamé la atención en la Carta a los niños?

Pero vosotros estáis aquí, esta tarde, para testimoniar vuestra convicción, basada en la confianza en Dios, de que es posible cambiar esta tendencia.Estáis aquí para una "fiesta de la esperanza", haciendo vuestro el "realismo" operante de esta virtud cristiana fundamental.

5. En efecto, la situación de los niños es un desafío para toda la sociedad, un desafío que interpela directamente a las familias. Nadie puede constatar mejor que vosotros, queridos padres, cuán esencial es para los hijos poder contar con vosotros, con ambos -con el padre y la madre- en la complementariedad de vuestros dones. No, no es un progreso en la civilización secundar tendencias que oscurecen esta verdad elemental y pretenden afirmarse también en el ámbito legal.

¿Acaso la plaga del divorcio no perjudica ya excesivamente a los niños? ¡Qué triste es para un niño tener que resignarse a compartir su amor con padres enfrentados entre sí! Muchos hijos llevarán para siempre el trauma psíquico de la prueba a la que los ha sometido la separación de sus padres.

6. Ante tantas familias rotas, la Iglesia no se siente llamada a expresar un juicio severo e indiferente, sino más bien a iluminar los numerosos dramas humanos con la luz de la palabra de Dios, acompañada por el testimonio de su misericordia. Con este espíritu la pastoral familiar procura aliviar también las situaciones de los creyentes que se han divorciado y se han vuelto a casar.
No están excluidos de la comunidad; al contrario, están invitados a participar en su vida, recorriendo un camino de crecimiento en el espíritu de las exigencias evangélicas. La Iglesia, sin ocultarles la verdad del desorden moral objetivo en el que se hallan y de las consecuencias que derivan de él para la práctica sacramental, quiere mostrarles toda su cercanía materna.

Vosotros, esposos cristianos, tened la seguridad de que el sacramento del matrimonio os da la gracia necesaria para perseverar en el amor mutuo, que vuestros hijos necesitan como el pan.
Hoy estáis llamados a interrogaros sobre esta comunión profunda entre vosotros, mientras pedís la abundancia de la misericordia jubilar.

7. Al mismo tiempo, no podéis eludir el interrogante esencial sobre vuestra misión de educadores. Habiendo dado la vida a vuestros hijos, también tenéis el deber de seguirlos, de modo adecuado a su edad, en las orientaciones y en las opciones de vida, velando por todos sus derechos.

En nuestro tiempo, el reconocimiento de los derechos del niño ha experimentado un indudable progreso, pero sigue siendo motivo de aflicción la negación práctica de estos derechos, como lo manifiestan los numerosos y terribles atentados contra su dignidad. Es preciso vigilar para que el bien del niño se ponga por encima de todo, comenzando desde el momento en que se desea tener un hijo. La tendencia a recurrir a prácticas moralmente inaceptables en la generación pone de relieve la mentalidad absurda de un "derecho al hijo", que ha usurpado el lugar del justo reconocimiento de un "derecho del hijo" a nacer y después a crecer de modo plenamente humano. Al contrario, ¡cuán diversa y digna de apoyo es la práctica de la adopción! Un verdadero ejercicio de caridad, que antepone el bien de los hijos a las exigencias de los padres.

8. Queridos hermanos, comprometámonos con todas nuestras fuerzas a defender el valor de la familia y el respeto a la vida humana, desde el momento de la concepción. Se trata de valores que pertenecen a la "gramática" fundamental del diálogo y de la convivencia humana entre los pueblos.
341 Expreso mi vivo deseo de que tanto los Gobiernos y los Parlamentos nacionales, como las organizaciones internacionales y, en particular, la Organización de las Naciones Unidas, reconozcan esta verdad. A todos los hombres de buena voluntad que creen en estos valores les pido que unan eficazmente sus esfuerzos, para que prevalezcan en la realidad de la vida, en las orientaciones culturales y en los medios de comunicación social, en las opciones políticas y en las legislaciones de los pueblos.

9. A vosotras, queridas madres, que tenéis en vuestro interior un instinto incoercible de defender la vida, os dirijo un llamamiento apremiante: ¡sed siempre fuentes de vida, jamás de muerte!

A vosotros juntos, padres y madres, os digo: habéis sido llamados a la altísima misión de cooperar con el Creador en la transmisión de la vida (cf. Carta a las familias, 8); ¡no tengáis miedo a la vida! Proclamad juntos el valor de la familia y el de la vida. Sin estos valores no existe futuro digno del hombre.

Quiera Dios que el estupendo espectáculo de vuestras antorchas encendidas en esta plaza os acompañe durante mucho tiempo como un signo de Aquel que es la luz y os llama a iluminar con vuestro testimonio los pasos de la humanidad por las sendas del nuevo milenio.





DISCURSO DE JUAN PABLO


A LA REINA ISABEL II DE INGLATERRA


Martes 17 de octubre de 2000



Su Majestad;
Su Alteza real:

Con el imborrable recuerdo de nuestro primer encuentro en el Vaticano, en 1980, y de la amable bienvenida que me dispensaron en Londres, dos años después, me alegra saludarles de nuevo en este palacio apostólico en el que no son extraños. Mis predecesores, los Papas Pío XII y Juan XXIII, fueron los primeros en darles la bienvenida aquí, y yo también lo hago con sumo agrado en este Año jubilar en el que todos los cristianos alaban a Dios todopoderoso por el don del Verbo hecho carne, nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

La visita de Su Majestad me trae inmediatamente a la memoria la rica herencia del cristianismo británico y la contribución que ha dado Gran Bretaña a la construcción de la Europa cristiana, así como a la difusión del cristianismo en todo el mundo, desde que san Agustín de Canterbury predicó el Evangelio en sus islas. Durante esta larga historia, las relaciones entre el Reino Unido y la Santa Sede no han sido siempre serenas; a muchos años de herencia común siguieron lamentables años de división (cf. Discurso en la catedral de Canterbury, 29 de mayo de 1982, n. 5). Pero en los últimos años se ha establecido entre nosotros una cordialidad que está más de acuerdo con la armonía de los primeros tiempos y que expresa de modo más auténtico nuestras raíces espirituales comunes. No podemos dejar de buscar nuestro objetivo ecuménico, para obedecer al mandato del Señor.

Sin embargo, no es sólo el pasado el que nos impulsa a proseguir el camino de una mayor comprensión y, desde la perspectiva religiosa, de una comunión cada vez más perfecta. El futuro nos exige también una decisión común. Pienso ante todo en Europa, que se encuentra en una encrucijada histórica al buscar una unidad capaz de excluir definitivamente los conflictos que caracterizaron gran parte de su pasado. Ustedes y yo hemos vivido personalmente una de las guerras más terribles de Europa, y vemos claramente la necesidad de construir una unidad europea profunda y duradera, arraigada firmemente en la auténtica índole humana y espiritual de los pueblos de Europa. Con todo, la unidad a la que aspiran los europeos no puede ser una estructura sin contenido. Sólo conservando y fortaleciendo los ideales y los logros más elevados de su herencia, en los campos político, jurídico, artístico, cultural, moral y espiritual, la Europa del futuro próximo realizará un esfuerzo viable y válido.

Por otra parte, en el alba del tercer milenio debemos dirigir nuestra mirada más allá de las fronteras de Europa, hacia el mundo en su totalidad, que es cada vez más interactivo e interdependiente. El Commonwealth y la Iglesia católica son instituciones de naturaleza muy diferente, pero ambas tienen una comprobada experiencia en universalidad, ambas conocen la rica diversidad de la única familia humana.


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