Discursos 2000 342

342 Considerar el bien común como el objetivo y el centro del pensamiento y de la acción del hombre es más importante que nunca en esta época en que aumentan continuamente las diferencias en la distribución de los recursos del mundo. Aunque las fuerzas de globalización insisten en la promesa de mayor prosperidad y cohesión, existe una brecha cada vez mayor entre ricos y pobres, una brecha que corre peligro de ahondarse y agravarse cada vez más cuando algunos se benefician de los progresos de la tecnología y otros quedan completamente marginados. Este preocupante fenómeno tiene muchas causas, pero no cabe duda de que el problema sólo se resolverá cuando los pueblos y sus líderes acepten una solidaridad y una cooperación universales como imperativos éticos que impulsan y movilizan las conciencias de las personas y las naciones. Sin embargo, no puedo menos de expresar mi aprecio por la reciente iniciativa británica de cancelar totalmente la deuda de los países pobres seriamente endeudados. El nuevo milenio nos llama a todos a trabajar efectivamente en la construcción de un mundo no contaminado por la avidez, el egoísmo y el afán de dominio, sino abierto y respetuoso de la dignidad humana, de los derechos inalienables y de la igualdad fundamental de todos los miembros de la familia humana.

Su Majestad, durante muchos años y en épocas de grandes cambios usted ha reinado con una dignidad y un sentido del deber que han edificado a millones de personas en todo el mundo. Que Dios todopoderoso conceda a Su Majestad, a Su Alteza real y a todos los miembros de la familia real su luz y su fuerza indefectibles para afrontar los desafíos y las dificultades de su misión. Que él bendiga a los ciudadanos del Reino Unido con felicidad y paz; al Commonwealth con los beneficios de un elevado sentido de la solidaridad y la cooperación; y al pueblo cristiano de su reino con una nueva efusión de la gracia de Jesucristo, "el mismo ayer, hoy y siempre" (
He 13,8).





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


CON OCASIÓN DEL RECONOCIMIENTO


DEL CUERPO DE SAN LUCAS


Al venerado hermano

ANTONIO MATTIAZZO

Arzobispo-obispo de Padua

1. Entre las glorias de esa Iglesia, es muy significativa la relación particular que la une a la memoria del evangelista san Lucas, cuyas reliquias, según la tradición, conserva en la espléndida basílica de Santa Justina: tesoro precioso y don verdaderamente singular, que ha llegado a través de un camino providencial. En efecto, san Lucas, según antiguos testimonios, murió en Beocia y fue enterrado en Tebas. Desde allí, como refiere san Jerónimo (cf. De viris ill. VI, I), sus huesos fueron transportados a Constantinopla, a la basílica de los Santos Apóstoles. Sucesivamente, según las fuentes que las investigaciones históricas van explorando, fueron trasladados a Padua.

El reconocimiento del cuerpo del santo evangelista y el Congreso internacional dedicado a él ofrecen ahora una ocasión propicia para renovar la atención y la veneración a esta "presencia", arraigada en la historia cristiana de esa ciudad. Se ha querido dar al congreso una significativa dimensión ecuménica, subrayada por el hecho de que el arzobispo ortodoxo de Tebas, Hieronymos, ha pedido un fragmento de las reliquias para depositarlo en el lugar donde aún hoy se venera el primer sepulcro del evangelista.

Las celebraciones que se desarrollan con ocasión de dicho congreso brindan un nuevo estímulo, para que esa amada Iglesia que está en Padua redescubra el verdadero tesoro que san Lucas nos dejó: el Evangelio y los Hechos de los Apóstoles.

Al alegrarme por el empeño puesto en esta dirección, deseo considerar brevemente algunos aspectos del mensaje lucano, para que esa comunidad encuentre orientación y aliento en su camino espiritual y pastoral.

2. San Lucas, ministro de la palabra de Dios (cf. Lc Lc 1,2), nos introduce en el conocimiento de la luz discreta, y al mismo tiempo penetrante, que ella irradia iluminando la realidad y los acontecimientos de la historia. El tema de la palabra de Dios, hilo de oro que atraviesa los dos escritos que componen la obra lucana, unifica también las dos épocas que él contempló: el tiempo de Jesús y el de la Iglesia. Casi narrando la "historia de la palabra de Dios", el relato de san Lucas sigue su difusión desde Tierra Santa hasta los confines del mundo. El camino propuesto por el tercer evangelio está profundamente marcado por la escucha de esta palabra que, como semilla, se ha de acoger con bondad y prontitud de corazón, superando los obstáculos que le impiden echar raíces y dar fruto (cf. Lc Lc 8,4-15).

Un aspecto importante que san Lucas pone de relieve es el hecho de que la palabra de Dios también crece y se consolida misteriosamente a través del sufrimiento y en un ambiente de oposiciones y persecuciones (cf. Hch Ac 4,1-31 Ac 5,17-42 passim ). La palabra que san Lucas indica está llamada a transformarse, para cada generación, en un acontecimiento espiritual capaz de renovar la existencia. La vida cristiana, suscitada y sostenida por el Espíritu, es diálogo interpersonal que se funda precisamente en la palabra que nos dirige el Dios vivo, pidiéndonos que la acojamos, sin reservas, en la mente y el corazón. Se trata, en definitiva, de convertirse en discípulos dispuestos a escuchar con sinceridad y disponibilidad al Señor, siguiendo el ejemplo de María de Betania, que "eligió la mejor parte", porque, "sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra" (cf. Lc Lc 10,38-42).

Desde esta perspectiva, deseo animar, en la programación pastoral de esa amada Iglesia, el plan de las "Semanas bíblicas", el apostolado bíblico y las peregrinaciones a Tierra Santa, el lugar donde la Palabra se hizo carne (cf. Jn Jn 1,14). También quisiera estimular a todos, presbíteros, religiosos, religiosas y laicos, a practicar y promover la lectio divina, hasta que la meditación de la sagrada Escritura llegue a ser un elemento esencial de su vida.

343 3. "El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame" (Lc 9,23).

Para san Lucas ser cristianos significa seguir a Jesús por el camino que él recorre (cf. Lc 19, 57; 10, 38; 13, 22; 14, 25). Jesús mismo es quien toma la iniciativa e invita a seguirlo, y lo hace de modo decidido e inconfundible, mostrando así su identidad completamente fuera de lo común, su misterio de Hijo, que conoce al Padre y lo revela (cf. Lc Lc 10,22). La decisión de seguir a Jesús nace de la opción fundamental por su persona. A quien no se siente fascinado por el rostro de Cristo le resulta imposible seguirlo con fidelidad y constancia, entre otras cosas porque Jesús camina por una senda difícil, pone condiciones muy exigentes y se dirige hacia un destino paradójico: la cruz. San Lucas subraya que Jesús no acepta componendas y exige el compromiso de toda la persona, un decidido desapego de toda nostalgia del pasado, de los condicionamientos familiares y de la posesión de los bienes materiales (cf. Lc Lc 9,57-62 Lc 14,26-33).

El hombre siempre estará tentado de atenuar estas exigencias radicales y adaptarlas a sus propias debilidades, o de renunciar al camino emprendido. Pero precisamente aquí se muestran la autenticidad y la calidad de vida de la comunidad cristiana. Una Iglesia que viviera de componendas sería como la sal que pierde el sabor (cf. Lc Lc 14,34-35).

Es necesario abandonarse a la fuerza del Espíritu, capaz de infundir luz y, sobre todo, amor a Cristo; es preciso abrirse a la fascinación interior que Jesús ejerce en los corazones que aspiran a la autenticidad, rechazando las medias tintas. Desde luego, esto es difícil para el hombre, pero resulta posible con la gracia de Dios (cf. Lc Lc 18,27). Por otra parte, si el seguimiento de Cristo implica llevar a diario la cruz, esta, a su vez, es el árbol de la vida que lleva a la resurrección. San Lucas, que acentúa las exigencias radicales del seguimiento de Cristo, es también el evangelista que describe la alegría de quienes se convierten en discípulos de Cristo (cf. Lc Lc 10,20 Lc 13,17 Lc 19,6 Lc 19,37 Hch Ac 5,41 Ac 8,39 Ac 13,48).

4. Es conocida la importancia que san Lucas da en sus escritos a la presencia y a la acción del Espíritu, desde la Anunciación, cuando el Paráclito desciende sobre María (cf. Lc Lc 1,35), hasta Pentecostés, cuando los Apóstoles, impulsados por el don del Espíritu, reciben la fuerza necesaria para anunciar en todo el mundo la gracia del Evangelio (cf. Hch Ac 1,8 Ac 2,1-4). El Espíritu Santo es el que forja a la Iglesia. San Lucas delineó en los rasgos de la primera comunidad cristiana el modelo en el que debe reflejarse la Iglesia de todos los tiempos: es una comunidad unida con "un solo corazón y una sola alma", y asidua en la escucha de la palabra de Dios; una comunidad que vive de la oración, comparte con alegría el Pan eucarístico y abre su corazón a las necesidades de los pobres hasta compartir con ellos sus bienes materiales (cf. Hch Ac 2,42-47 Ac 4,32-37). Toda renovación eclesial deberá hallar en esta fuente inspiradora el secreto de su autenticidad y de su lozanía.

Desde la Iglesia madre de Jerusalén, el Espíritu ensancha los horizontes e impulsa a los Apóstoles y a los testigos hasta Roma. En el ámbito de estas dos ciudades se desarrolla la historia de la Iglesia primitiva, una Iglesia que crece y se dilata a pesar de las oposiciones que la amenazan desde fuera y las crisis que frenan su camino desde dentro. Pero en todo este recorrido, lo que realmente interesa a san Lucas es presentar a la Iglesia en la esencia de su misterio, constituido por la presencia perenne del Señor Jesús, el cual, actuando en ella con la fuerza de su Espíritu, la consuela y la anima en las pruebas de su camino en la historia.

5. Según una tradición piadosa, san Lucas es considerado el pintor de la imagen de María, la Virgen Madre. Pero el verdadero retrato que san Lucas realiza de la Madre de Jesús es el que aparece en las páginas de su obra: en escenas ya familiares para el pueblo de Dios, traza una imagen elocuente de la Virgen. La Anunciación, la Visitación, el Nacimiento, la Presentación en el templo, la vida en la casa de Nazaret, la disputa con los doctores y la pérdida de Jesús en el templo, así como Pentecostés, han proporcionado un amplio material, a lo largo de los siglos, para la creatividad incesante de pintores, escultores, poetas y músicos.

Por esta razón, el Congreso internacional ha programado oportunamente una reflexión sobre el tema del arte y a la vez ha organizado una exposición de obras de gran valor.
Sin embargo, lo más importante es captar que, a través de escenas de vida mariana, san Lucas nos introduce en la interioridad de María, permitiéndonos descubrir al mismo tiempo su función única en la historia de la salvación.

María es quien pronuncia el fiat, un sí personal y pleno a la propuesta de Dios, definiéndose "esclava del Señor" (Lc 1,38). Esta actitud de adhesión total a Dios y de disponibilidad incondicional a su Palabra constituye el modelo más alto de fe, la anticipación de la Iglesia como comunidad de los creyentes.

La vida de fe crece y se desarrolla en María mediante la meditación sapiencial de las palabras y los acontecimientos de la vida de Cristo (cf. Lc Lc 2,19 Lc Lc 2,51). Ella "meditaba en su corazón", para comprender el sentido profundo de las palabras y de los hechos, asimilarlo y luego comunicarlo a los demás.

344 El cántico del Magníficat (cf. Lc Lc 1,46-55) manifiesta otro rasgo importante de la "espiritualidad" de María: ella encarna la figura del pobre, capaz de poner plenamente su confianza en Dios, que derriba a los poderosos de sus tronos y enaltece a los humildes.

San Lucas nos delinea también la figura de María en la Iglesia de los primeros tiempos, mostrándola presente en el Cenáculo en espera del Espíritu Santo: "Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu, en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús y de sus hermanos" (Ac 1,14).

El grupo reunido en el Cenáculo constituye como la célula germinal de la Iglesia. Dentro de él María desempeña un papel doble: por una parte, intercede en favor del nacimiento de la Iglesia por obra del Espíritu Santo; y, por otra, comunica a la Iglesia naciente su experiencia de Jesús.

Así, la obra de san Lucas ofrece a la Iglesia que está en Padua un estímulo eficaz para valorar la "dimensión mariana" de la vida cristiana en el camino del seguimiento de Cristo.

6. Otra dimensión esencial de la vida cristiana y de la Iglesia, sobre la cual la narración lucana proyecta una luz intensa, es la de la misión evangelizadora.San Lucas indica el fundamento perenne de esta misión, es decir, la unicidad y la universalidad de la salvación realizada por Cristo (cf. Hch Ac 4,12). El acontecimiento salvífico de la muerte-resurrección de Cristo no concluye la historia de la salvación, sino que marca el comienzo de una nueva fase, caracterizada por la misión de la Iglesia, llamada a comunicar a todas las naciones los frutos de la salvación realizada por Cristo. Por esta razón san Lucas ofrece después del evangelio, como consecuencia lógica, la historia de la misión. Es el mismo Resucitado quien da a los Apóstoles el "mandato" misionero: "Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: "Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para el perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén.
Vosotros sois testigos de estas cosas. Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre. Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto"" (Lc 24,45-48).

La misión de la Iglesia comienza en Pentecostés "desde Jerusalén", para extenderse "hasta los confines de la tierra". Jerusalén no indica sólo un punto geográfico. Significa más bien un punto focal de la historia de la salvación. La Iglesia no parte desde Jerusalén para abandonarla, sino para injertar en el olivo de Israel a las naciones paganas (cf. Rm Rm 11,17).

La tarea de la Iglesia consiste en introducir en la historia la levadura del reino de Dios (cf. Lc Lc 13,20-21). Se trata de una tarea ardua, descrita en los Hechos de los Apóstoles como un itinerario fatigoso y accidentado, pero encomendado a "testigos" llenos de entusiasmo, de iniciativa y de alegría, dispuestos a sufrir y a dar su vida por Cristo. Reciben esta energía interior de la comunión de vida con el Resucitado y de la fuerza del Espíritu que él les da.

¡Qué gran recurso puede constituir para la Iglesia que está en Padua la confrontación continua con el mensaje del Evangelista, cuyos restos mortales custodia!

7. Espero que esa comunidad diocesana, a la luz de esta visión lucana, con plena docilidad a la acción del Espíritu, testimonie con audacia creativa a Jesucristo, tanto en su propio territorio, como, según su hermosa tradición, mediante la cooperación misionera con las Iglesias de África, América Latina y Asia.

Ojalá que este compromiso misionero reciba un ulterior impulso en este Año jubilar, que celebra el bimilenario del nacimiento de Cristo e invita a la Iglesia a una profunda renovación de vida.
345 Precisamente el evangelio de san Lucas recoge el discurso con el que Jesús, en la sinagoga de Nazaret, proclama el "año de gracia del Señor", anunciando a los pobres la salvación como liberación, curación y buena nueva (cf. Lc Lc 4,14-20). El mismo evangelista presentará también la fuerza sanante del amor misericordioso del Salvador en páginas conmovedoras, como las de la oveja perdida y del hijo pródigo (cf. Lc Lc 15).

Nuestro tiempo tiene más necesidad que nunca de este anuncio. Por tanto, aliento encarecidamente a esa comunidad para que su compromiso por la nueva evangelización sea cada vez más fuerte y eficaz. La exhorto asimismo a proseguir y desarrollar las iniciativas ecuménicas de colaboración que ha emprendido con algunas Iglesias ortodoxas en el ámbito de la caridad, de la cultura teológica y de la pastoral. Que el Congreso internacional sobre san Lucas represente una etapa significativa en el camino de esa Iglesia, ayudándole a arraigarse cada vez más en la tierra de la palabra de Dios y a abrirse con renovado impulso a la comunión y a la misión.

Con estos sentimientos, le imparto de corazón a usted, venerado hermano, y a cuantos han sido confiados a su cuidado pastoral, una especial bendición apostólica.

Vaticano, 15 de octubre de 2000






A LOS MIEMBROS DE LA "COMUNIDAD ENCUENTRO"


Viernes 20 de octubre de 2000


Queridos amigos de la "Comunidad Encuentro":

1. ¡Bienvenidos! Os acojo de buen grado en esta audiencia especial y os saludo a todos con afecto.

Saludo ante todo al fundador de la comunidad, el querido don Pierino Gelmini, a quien felicito cordialmente por sus bodas de oro sacerdotales, que celebró recientemente, agradeciéndole las amables palabras que acaba de dirigirme en vuestro nombre. Saludo a los obispos presentes, a los sacerdotes, a los colaboradores y a los voluntarios que realizan su generosa labor en la comunidad. Saludo, además, a las numerosas autoridades procedentes de diversos países, de todo orden y grado, que han querido honrarnos hoy con su grata presencia. Os saludo con deferencia a cada uno. Con los mismos sentimientos me dirijo a los padres, a los amigos, a los familiares y a los grupos de apoyo y asistencia que no han querido faltar a esta significativa cita jubilar.
Con afecto muy especial os abrazo a vosotros, queridos muchachos y muchachas, que vivís en los centros de la "Comunidad Encuentro" y habéis emprendido el camino de la recuperación espiritual y física después de vuestra triste experiencia con la droga.

2. Habéis venido en peregrinación desde muchas ciudades y naciones para cruzar la Puerta santa; habéis venido para encontraros con Cristo y reafirmar con decisión vuestra voluntad de caminar junto con él hacia un futuro más sereno y responsable. Muchos de vosotros habéis traído el cayado tallado durante el período penitencial de Cuaresma. Es un signo que evoca un apoyo espiritual para aliviar la fatiga del camino. Para vosotros es un símbolo de la peregrinación interior emprendida, que debe llevaros a una existencia cada vez más llena de fe, de esperanza y de amor.
El Papa os ama y os acompaña con su oración y su constante recuerdo. Aprovecho de buen grado esta circunstancia para repetiros a vosotros y a todos los que en cualquier parte del mundo están comprometidos en la lucha contra la droga y en favor de la vida: la Iglesia está con vosotros, camina a vuestro lado.

346 3. Queridos muchachos y muchachas, vuestra familia espiritual se llama "Comunidad Encuentro" porque nació de un significativo encuentro en la plaza Navona hace treinta y siete años. Quiere ofrecer a quien ha ido a parar al callejón sin salida de la droga la posibilidad de volver a encontrar el sendero de la esperanza. Los centros en los que sois acogidos os ayudan mucho en vuestro esfuerzo de recuperación personal. Son lugares de fraternidad, donde a cada uno se ofrece una ulterior posibilidad de no dilapidar el bien valioso de la vida.

Quienes de entre vosotros han pasado por la triste experiencia de la droga saben muy bien que causa soledad, abandono y, a veces, profunda desesperación. Frente a este drama, que afecta a la persona humana y a su misma existencia física, y que constituye un fenómeno preocupante en la sociedad contemporánea, la Iglesia ha declarado repetidamente que drogarse no es nunca una solución. Quiere reafirmar con fuerza esta convicción frente a algunas opiniones que promueven la liberalización de las sustancias estupefacientes o, por lo menos, su licitud parcial, considerando que el libre acceso a estas sustancias contribuye a limitar o reducir el daño a las personas y a la sociedad.

4. La droga no se combate con la droga. Quien, por desgracia, se ha encontrado envuelto por los tentáculos de las sustancias estupefacientes testimonia que esta experiencia es una fuga de sí mismo y de la realidad. La droga es con frecuencia la consecuencia del vacío interior: es rechazo, renuncia y pérdida de la orientación, que a menudo lleva a la desesperación. Por eso, la droga no se vence con la droga; es necesaria una amplia acción de prevención, que sustituya la cultura de la muerte con la cultura de la vida. Es preciso ofrecer a los jóvenes y a las familias razones concretas para comprometerse y sostenerlos de forma eficaz en sus dificultades diarias.

Queridos amigos, la verdadera alternativa a las numerosas sustancias que aturden a la persona humana la habéis encontrado dentro de comunidades que, más que proponer soluciones técnicas, ofrecen un itinerario de recuperación humana y espiritual. Existen afortunadamente en el mundo muchos otros centros como el vuestro, donde numerosos amigos vuestros tienen la suerte de salir del abismo de la droga. A todos los que trabajan en este sector quisiera enviarles mi aliento y mi saludo cordial.

Se trata de presencias valiosas que acompañan a las familias probadas por situaciones muy difíciles. La Iglesia expresa su gratitud a cuantos brindan este desinteresado y competente servicio a la vida y a la dignidad del hombre.

5. Queridos hermanos, os agradezco los dos regalos que don Pierino ha querido hacerme en vuestro nombre: la apertura de los nuevos centros en Nueva York y en Kazajstán, y esta hermosa estatua de Cristo resucitado. Jesús resucitado os indica a todos vosotros que en él es posible mirar al futuro con renovada confianza. Él os guía hacia el abrazo amoroso del Padre celestial. Su misericordia os impulsa a proseguir por el camino que habéis emprendido, para que, renacidos a la vida, podáis dar como protagonistas vuestra contribución a la construcción de una sociedad libre de cualquier tipo de drogas. Llevad a vuestras comunidades la serenidad que hoy veo en vuestros rostros. Testimoniad siempre la valentía de levantaros después de una caída, y reanudar con prontitud el camino, aun cuando esto exija sacrificio y renuncias. Cristo, médico de las almas, es vuestro amigo. Él es el único Redentor.

Que María, a quien honráis con el significativo título de "Virgen de la sonrisa", os sostenga con su intercesión materna, acoja a cuantos han muerto en estos años, víctimas de la droga y de sus consecuencias, esté junto a las familias marcadas por este drama, y os acompañe a todos con su poderosa intercesión.

Con estos sentimientos, os aseguro mi oración y os imparto de buen grado a cada uno de vosotros, y a vuestros seres queridos, una especial bendición.





MENSAJE DE JUAN PABLO II


A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA PLENARIA


DEL CONSEJO DE LAS CONFERENCIAS


EPISCOPALES DE EUROPA




Al señor cardenal MILOSLAV VLK
Arzobispo de Praga
Presidente del Consejo de las Conferencias episcopales de Europa

347 1. La asamblea plenaria del Consejo de las Conferencias episcopales de Europa, que se celebra en Bruselas del 19 al 23 de octubre de 2000, reviste una importancia particular durante este año del gran jubileo en el que toda la Iglesia conmemora el bimilenario del nacimiento del Salvador. Ese encuentro es una nueva manifestación de los vínculos de comunión que os unen al Sucesor de Pedro y una expresión particularmente significativa de la colegialidad entre los obispos del continente para anunciar juntos, con audacia y fidelidad, el nombre de Jesucristo.

A lo largo de su historia, Europa ha recibido el tesoro de la fe cristiana, fundando su vida social en los principios tomados del Evangelio. Así, el cristianismo se descubre de manera permanente en las artes, en la literatura, en el pensamiento y en la cultura de las naciones europeas. Esta herencia no pertenece sólo al pasado y es importante transmitirla a las generaciones futuras, puesto que es la matriz de la vida de las personas y de los pueblos que han forjado juntos el continente europeo.

2. Vuestro encuentro constituye una ocasión para desarrollar el intercambio de dones entre las Iglesias particulares y para poner en común las experiencias pastorales del oeste y del este de Europa, del norte y del sur, a fin de enriqueceros e iluminaros mutuamente y fortalecer las diferentes comunidades locales. También os permite experimentar la comunión eclesial, que es siempre un don de Dios, pero también una tarea por realizar. Para que las Iglesias católicas en Europa cumplan su misión, que es siempre la misma y siempre nueva, dado que "la Iglesia existe para evangelizar" (Pablo VI, Evangelii nuntiandi
EN 14), es importante que todos sus miembros estén abiertos a las inspiraciones del Espíritu, para trabajar intensamente en favor de la nueva evangelización.

Desde esta perspectiva, os animo a prestar una atención cada vez mayor a la educación de los jóvenes y los adultos en la fe. La experiencia de las catequesis durante los dos últimos encuentros de la Jornada mundial de la juventud, en el curso de los cuales los jóvenes manifestaron su profundo deseo de conocer a Cristo y vivir de su palabra, nos recuerda la urgencia de ofrecer a los fieles una sólida formación cristiana, moral, espiritual y humana. Como señaló el concilio ecuménico Vaticano II, es una de las tareas primordiales del obispo, que tiene el oficio de enseñar y guiar al pueblo cristiano hacia la perfección (cf. Christus Dominus CD 12 y 15). En todas vuestras Iglesias se está llevando a cabo una amplia obra de formación doctrinal, espiritual y pastoral para ayudar a los fieles laicos a cumplir su misión bautismal en la Iglesia, en comunión con los pastores, y a anunciar sin confusión la salvación realizada por Cristo. En un mundo marcado por el desarrollo de la ciencia y de la técnica, una verdadera inteligencia de la fe proporcionará a los cristianos los medios para dar "razón de su esperanza" (cf. 1P 3,15) y proponer a sus contemporáneos el Evangelio como camino de vida y como base de acción moral personal y colectiva.

Asimismo, quiero subrayar la importancia decisiva de la formación de los sacerdotes y los diáconos, llamados a ser ministros de Jesucristo y vuestros colaboradores. De ese modo, formarán una "valiosa corona espiritual" en torno a vosotros (cf. san Ignacio de Antioquía, Carta a los Magnesios, 1, 13) y, con sus palabras y sus obras, serán testigos del Señor, Esposo y Cabeza de la Iglesia, que es su cuerpo. ¿Cómo podrían ser signos de este don de Cristo, que se entregó por la Iglesia (cf. Ef Ep 5,25), sin entregarse totalmente a su misión y avanzar por el camino de la santidad?

3. En todo el continente se observan muchas diferencias por lo que concierne a las vocaciones sacerdotales. Mientras algunos países sufren una preocupante carencia de seminaristas y de sacerdotes jóvenes, otros, sobre todo en el este, cuentan con un número cada vez mayor de jóvenes que se comprometen en el camino del sacerdocio o de la vida consagrada. Debemos orar con insistencia, pidiendo "al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies" (Mt 9,37). Al mismo tiempo, conviene desarrollar en cada diócesis, y de forma conjunta, una vigorosa pastoral vocacional, que proponga a los jóvenes un camino de fe, un itinerario espiritual y una experiencia eclesial, así como una formación filosófica y teológica cualificada. Sé que algunos países y algunas regiones han decidido compartir sus fuerzas, con vistas a una mejor distribución del clero. Os invito de buen grado a proseguir la reflexión en este sentido.

4. Europa se está construyendo como "unión". La Iglesia tiene una contribución específica que darle. Los cristianos no sólo pueden unirse a todos los hombres de buena voluntad para trabajar en la construcción de este gran proyecto, sino que, más aún, están invitados a ser su alma, mostrando el verdadero sentido de la organización de la ciudad terrena. Por tanto, no se puede considerar a Europa exclusivamente como un mercado de intercambios económicos o un espacio de libre circulación de ideas; es, también y sobre todo, una verdadera comunidad de naciones que quieren unir sus destinos para vivir como hermanos, respetando las culturas y los itinerarios espirituales que, sin embargo, no pueden ser excluidos del proyecto común o estar en contradicción con él. Al mismo tiempo, la consolidación de la unión en el continente recuerda a las Iglesias y a las comunidades eclesiales que también ellas deben seguir avanzando por el camino de la unidad.

5. Corresponde a las autoridades civiles velar para que las estructuras y las instituciones europeas estén cada vez más al servicio del hombre, que jamás debe ser considerado un objeto que se puede comprar o vender, explotar o manipular. Es una persona, creada a imagen de Dios, en la que se refleja el amor misericordioso del Creador y Padre de todos. Todo hombre, cualesquiera que sean su origen o sus condiciones de vida, merece absoluto respeto. La Iglesia no cesa de recordar estos principios fundamentales de la vida social. Hoy, frente a las perspectivas abiertas por la ciencia, principalmente por la genética y la biología, frente a la evolución prodigiosa de los medios de comunicación y a los intercambios a escala planetaria, Europa puede y debe promover, en todas partes, la defensa de la dignidad de la persona, desde su concepción, para mejorar aún más sus condiciones de vida, favoreciendo una justa distribución de la riqueza y ofreciendo a todos los hombres una educación que les ayude a convertirse en protagonistas de la vida social, y un trabajo que les permita vivir y proveer a las necesidades de los suyos. A este propósito, también es importante recordar, a tiempo y a destiempo, el lugar y el valor inestimable del vínculo conyugal y de la familia, que no pueden ser situados en condiciones de paridad con otros tipos de relación, so pena de dañar fuertemente el entramado social y perjudicar cada vez más a los niños y a los jóvenes.

6. Por este camino de servicio al hombre, todos los europeos deben comprometerse incansablemente en favor de la causa de la paz. En el siglo que acaba de terminar, el viejo continente llevó dos veces al mundo entero a la tragedia y a la desolación de la guerra. Hoy comienza a aprender las exigencias de la reconciliación y del entendimiento entre los pueblos. Los nuevos puentes, construidos entre las naciones europeas, son aún inestables y poco seguros. El conflicto de los Balcanes ha recordado a todos los países de Europa la fragilidad de la paz y la necesidad de trabajar para consolidarla día a día. Asimismo, ha mostrado el peligro de los nacionalismos exacerbados y la necesidad de abrir nuevas perspectivas de acogida y de intercambio, pero también de reconciliación, entre las personas, entre los pueblos y entre las naciones europeas.

7. La historia del continente europeo va unida, desde hace siglos, a la historia de la evangelización. En realidad, Europa no es un territorio cerrado o aislado; se ha construido yendo, más allá de los mares, al encuentro de otros pueblos, otras culturas y otras civilizaciones. Esta historia indica una exigencia: Europa no puede encerrarse en sí misma. No puede ni debe desinteresarse del resto del mundo; por el contrario, debe ser plenamente consciente de que otros países y otros continentes esperan de ella iniciativas audaces, para ofrecer a los pueblos más pobres los medios para su desarrollo y su organización social, y para construir un mundo más justo y más fraterno.

8. Al principio de mi pontificado escribí que "el hombre es el camino de la Iglesia, camino de su vida y experiencia cotidianas, de su misión y de su fatiga" (Redemptor hominis RH 14). Que vuestras reflexiones y los trabajos de vuestra asamblea contribuyan a modelar al hombre europeo. Rogando a la santísima Virgen María que os acompañe con su protección materna, le imparto de todo corazón la bendición apostólica a usted, así como a todos los miembros del Consejo de las Conferencias episcopales de Europa y a sus colaboradores.

348 Vaticano, 16 de octubre de 2000






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