Discursos 2000 355

355 4. Para todos los problemas ahora evidentes y los desafíos que hay que afrontar, debemos confiar en que el verdadero espíritu europeo se manifieste mediante un redescubrimiento de la sabiduría humana y espiritual intrínseca a la herencia europea de respeto a la dignidad humana y a los derechos que derivan de ella.

Al entrar en el tercer milenio, el Consejo de Europa está llamado a consolidar el sentido de un bien común europeo. Sólo con esta condición el continente, tanto el este como el oeste, dará su contribución específica, muy importante para el bien de la entera familia humana.

Orando fervientemente para que así sea, invoco sobre vosotros, sobre vuestras familias y sobre vuestros esfuerzos al servicio de los pueblos de Europa, las abundantes bendiciones de Dios todopoderoso.





JUBILEO DE LOS GOBERNANTES, PARLAMENTARIOS Y POLÍTICOS



Sábado 4 de noviembre de 2000



1. Me alegra recibirles en esta audiencia especial, ilustres gobernantes, parlamentarios y administradores públicos, venidos a Roma para el jubileo. Les saludo con deferencia, a la vez que agradezco cordialmente a la presidenta del Senado de Polonia, señora Grzeskowiak, la felicitación que me ha expresado en nombre de la Asamblea; al presidente del Senado de la Argentina, Mario Losada y al presidente del Senado Italiano, senador Nicola Mancino que se han hecho intérpretes de los sentimientos comunes. Deseo expresar mi agradecimiento también al senador Francesco Cossiga, activo promotor de la proclamación de santo Tomás Moro como patrono de los gobernantes y los políticos. Así mismo, saludo a las otras personalidades, entre ellas, al señor Mijail Gorbachov, que han tomado la palabra. Doy la bienvenida de manera especial a los jefes de Estado presentes.

Este encuentro me ofrece la oportunidad de reflexionar con ustedes - teniendo en cuenta las mociones precedentemente presentadas - sobre la naturaleza y la responsabilidad que conlleva la misión a la que Dios, en su amorosa providencia, les ha llamado. En efecto, ésta puede considerarse ciertamente como una verdadera vocación a la acción política, concretamente, al gobierno de las naciones, el establecimiento de las leyes y la Administración pública en sus diversos ámbitos. Es necesario, pues, preguntarse por la naturaleza, las exigencias y los objetivos de la política, para vivirla como cristianos y como hombres conscientes de su nobleza y, al mismo tiempo, de las dificultades y riesgos que comporta.

2.         La política es el uso del poder legítimo para la consecución del bien común de la sociedad. Bien común que, como afirma el Concilio Vaticano II, “abarca el conjunto de aquellas condiciones de la vida social con las que los hombres, familias y asociaciones pueden lograr más plena y fácilmente su perfección propia” (Gaudium et spes GS 74). La actividad política, por tanto, debe realizarse con espíritu de servicio. Muy oportunamente, mi predecesor Pablo VI, ha afirmado que “La política es un aspecto [...] que exige vivir el compromiso cristiano al servicio de los demás” (Octogesima adveniens, 46).

            Por tanto, el cristiano que actúa en política —y quiere hacerlo “como cristiano”— ha de trabajar desinteresadamente, no buscando la propia utilidad, ni la de su propio grupo o partido, sino el bien de todos y de cada uno y, por lo tanto, y en primer lugar, el de los más desfavorecidos de la sociedad. En la lucha por la existencia, que a veces adquiere formas despiadadas y crueles, no escasean los “vencidos”, que inexorablemente quedan marginados. Entre éstos no puedo olvidar a los reclusos en las cárceles: el pasado 19 de julio he estado con ellos, con ocasión de su Jubileo. En aquella oportunidad, siguiendo la costumbre de los anteriores Años Jubilares, pedí a los responsables de los Estados “una señal de clemencia en favor de todos los presos”, que fuera “una clara expresión de sensibilidad hacia su condición”. Movido por las numerosas súplicas que me llegan de todas partes, renuevo también hoy aquel llamado, convencido de que un gesto así les animaría en el camino de revisión personal y les impulsaría a una adhesión más firme a los valores de la justicia

            Ésta tiene que ser precisamente la preocupación esencial del hombre político, la justicia. Una justicia que no se contenta con dar a cada uno lo suyo sino que tienda a crear entre los ciudadanos condiciones de igualdad en las oportunidades y, por tanto, a favorecer a aquéllos que, por su condición social, cultura o salud corren el riesgo de quedar relegados o de ocupar siempre los últimos puestos en la sociedad, sin posibilidad de una recuperación personal.

           Éste es el escándalo de las sociedades opulentas del mundo de hoy, en las que los ricos se hacen cada vez más ricos, porque la riqueza produce riqueza, y los pobres son cada vez más pobres, porque la pobreza tiende a crear nueva pobreza. Este escándalo no se produce solamente en cada una de las naciones, sino que sus dimensiones superan ampliamente sus confines. Sobre todo hoy, con el fenómeno de la globalización de los mercados, los países ricos y desarrollados tienden a mejorar ulteriormente su condición económica, mientras que los países pobres —exceptuando algunos en vías de un desarrollo prometedor— tienden a hundirse aun más en formas de pobreza cada vez más penosas.

3.         Pienso con gran preocupación en aquellas regiones del mundo afligidas por guerras y guerrillas sin fin, por el hambre endémica y por terribles enfermedades. Muchos de ustedes están tan preocupados como yo por este estado de cosas que, desde un punto de vista cristiano y humano, representa el más grave pecado de injusticia del mundo moderno y, por tanto, ha de conmover profundamente la conciencia de los cristianos de hoy, comenzando por los que, al tener en sus manos los resortes de la política, la economía y los recursos financieros del mundo, pueden determinar —para bien o para mal— el destino de los pueblos.

356             En realidad, para vencer el egoísmo de las personas y las naciones, lo que debe crecer en el mundo es el espíritu de solidaridad. Sólo así se podrá poner freno a la búsqueda de poder político y riqueza económica por encima de cualquier referencia a otros valores. En un mundo globalizado, en que el mercado, que de por sí tiene un papel positivo para la libre creatividad humana en el sector de la economía (cf. Centesimus annus CA 42), tiende sin embargo a desentenderse de toda consideración moral, asumiendo como única norma la ley del máximo beneficio, aquellos cristianos que se sienten llamados por Dios a la vida política tienen la tarea —ciertamente bastante difícil, pero necesaria— de doblegar las leyes del mercado “salvaje” a las de la justicia y la solidaridad. Ese es el único camino para asegurar a nuestro mundo un futuro pacífico, arrancando de raíz las causas de conflictos y guerras: la paz es fruto de la justicia.

4.         Quisiera ahora, en particular, dirigir una palabra a aquellos de ustedes que tienen la delicada misión de formular y aprobar las leyes: una tarea que aproxima el hombre a Dios, supremo Legislador, de cuya Ley eterna toda ley recibe en ultima instancia su validez y su fuerza obligante. A esto se refiere precisamente la afirmación de que la ley positiva no puede contradecir la ley natural, al ser ésta una indicación de las normas primeras y esenciales que regulan la vida moral y, por tanto, expresión de las características, de las exigencias profundas y de los más elevados valores de la persona humana. Como he tenido ocasión de afirmar en el Encíclica Evangelium vitae, “en la base de estos valores no pueden estar provisionales y volubles ‘mayorías’ de opinión, sino sólo el reconocimiento de una ley moral objetiva que, en cuanto ‘ley natural’ inscrita en el corazón del hombre, es punto de referencia normativa de la misma ley civil” (n. 70).

           Esto significa que las leyes, sean cuales fueren los campos en que interviene o se ve obligado a intervenir el legislador, tienen que respetar y promover siempre a las personas humanas en sus diversas exigencias espirituales y materiales, individuales, familiares y sociales. Por tanto, una ley que no respete el derecho a la vida del ser humano —desde la concepción a la muerte natural, sea cual fuere la condición en que se encuentra, sano o enfermo, todavía en estado embrionario, anciano o en estadio terminal— no es una ley conforme al designio divino. Así pues, un legislador cristiano no puede contribuir a formularla ni aprobarla en sede parlamentaria, aun cuando, durante las discusiones parlamentarias allí dónde ya existe, le es lícito proponer enmiendas que atenúen su carácter nocivo. Lo mismo puede decirse de toda ley que perjudique a la familia y atente contra su unidad e indisolubilidad, o bien otorgue validez legal a uniones entre personas, incluso del mismo sexo, que pretendan suplantar, con los mismos derechos, a la familia basada en el matrimonio entre un hombre y una mujer.

            En la actual sociedad pluralista, el legislador cristiano se encuentra ciertamente ante concepciones de vida, leyes y peticiones de legalización, que contrastan con la propia conciencia. En tales casos, será la prudencia cristiana, que es la virtud propia del político cristiano, la que le indique cómo comportarse para que, por un lado, no desoiga la voz de su conciencia rectamente formada y, por otra, no deje de cumplir su tarea de legislador. Para el cristiano de hoy, no se trata de huir del mundo en el que le ha puesto la llamada de Dios, sino más bien de dar testimonio de su propia fe y de ser coherente con los propios principios, en las circunstancias difíciles y siempre nuevas que caracterizan el ámbito político.

5.         Ilustres Señores y Señoras, los tiempos que Dios nos ha concedido vivir son en buena parte obscuros y difíciles, puesto que son momentos en que se pone en juego el futuro mismo de la humanidad en el milenio que se abre ante nosotros.  En muchos hombres de nuestro tiempo domina el miedo y la incertidumbre: ¿hacia dónde vamos? ¿cuál será el destino de la humanidad en el próximo siglo? ¿a dónde nos llevarán los extraordinarios descubrimientos científicos realizados en estos últimos años, sobre todo en campo biológico y genético? En efecto, somos conscientes de estar sólo al comienzo de un camino que no se sabe dónde desembocará y si será provechoso o dañino para los hombres del siglo XXl.

            Nosotros, los cristianos de este tiempo formidable y maravilloso al mismo tiempo, aun participando en los miedos, las incertidumbres y los interrogantes de los hombres de hoy, no somos pesimistas sobre el futuro, puesto que tenemos la certeza de que Jesucristo es el Dios de la historia, y porque tenemos en el Evangelio la luz que ilumina nuestro camino, incluso en los momentos difíciles y oscuros.

            El encuentro con Cristo transformó un día sus vidas y ustedes han querido renovar hoy su esplendor con esta peregrinación a los lugares que guardan la memoria de los apóstoles Pedro y Pablo. En la medida en que perseveren en esta estrecha unión con Él mediante la oración personal y la participación convencida en la vida de la Iglesia, Él, el Viviente, seguirá derramando sobre ustedes el Espíritu Santo, el Espíritu de la verdad y el amor, la fuerza y la luz que todos nosotros necesitamos.

            Con un acto de fe sincera y convencida, renueven su adhesión a Jesucristo, Salvador del mundo, y hagan de su Evangelio la guía de su pensamiento y de su vida. Así serán en la sociedad actual el fermento de vida nueva que necesita la humanidad para construir un futuro más justo y más solidario, un futuro abierto a la civilización del amor.





JUBILEO DE LOS GOBERNANTES, PARLAMENTARIOS Y POLÍTICOS


ALOCUCIÓN DE JUAN PABLO II


AL FINAL DE LA VELADA ARTÍSTICO-CULTURAL


EN LA SALA PABLO VI


Domingo 5 de noviembre

Señoras y señores:

1. Hemos vivido juntos una velada artística y musical, que ha querido integrar las celebraciones del jubileo de los gobernantes, los parlamentarios y los políticos. Gracias de corazón a cuantos la han hecho posible y a quienes se han ocupado de su realización concreta.

357 El programa preparado ha sido rico y representativo de los cinco continentes, en los que habita, vive y trabaja la gran familia humana. Hemos visto juntos que la paz, la solidaridad y el amor son posibles, gracias a la aportación de todos.

Expreso mi gratitud y mi aprecio a los artistas, a los niños, a los concertistas, a la presentadora y a los técnicos, que nos han guiado y acompañado en este viaje ideal por los senderos de la paz y del amor.

2. Doy las gracias, con deferente consideración, a los ilustres huéspedes galardonados con el premio Nobel. Nos han dado un testimonio personal sobre la importancia de los valores éticos y morales en la vida y en la acción de quien se halla revestido de autoridad pública. La Iglesia siente gran estima por la misión confiada a los políticos y a los gobernantes; por eso, no se cansa de recordar la dimensión fundamental del servicio, que debe distinguir la actividad de los representantes del pueblo y de toda autoridad pública.

En particular, la Iglesia recuerda esa dimensión a los creyentes, a quienes la fe presenta la actividad política como una vocación. Por lo demás, toda persona recta encuentra en los dictámenes de la ley natural, que resuenan en su conciencia, la orientación para las opciones que le exige la función que se le ha confiado.

3. Hablando de esto, viene espontáneamente a la mente la figura luminosa de santo Tomás Moro, ejemplo extraordinario de libertad y de fidelidad a la ley de la conciencia ante exigencias moralmente inaceptables, aunque fueran autorizadas. He querido proclamarlo vuestro patrono, queridos gobernantes, parlamentarios y políticos, para que su testimonio os estimule y anime.

Ojalá que vuestro trabajo esté diariamente al servicio de la justicia, la paz, la libertad y el bien común. Dios bendecirá seguramente vuestros esfuerzos, enriqueciéndolos con abundantes frutos, para realizar una difusión cada vez más amplia y profunda de la civilización del amor.

Con estos deseos, y para confirmarlos, invoco sobre todos la bendición de Dios todopoderoso.
Gracias.






AL EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DE VENEZUELA


ANTE LA SANTA SEDE


CON MOTIVO DE LA PRESENTACIÓN


DE LAS CARTAS CREDENCIALES


Lunes 6 de noviembre de 2000

Señor Embajador:

1. Recibo con gusto las Cartas Credenciales que le acreditan como Embajador de la República Bolivariana de Venezuela ante la Santa Sede y le doy la cordial bienvenida, a la vez que le expreso mis mejores deseos para la misión que se le ha encomendado. Deseo manifestar también sincero agradecimiento por el deferente saludo del Señor Presidente de la República, del que Vuestra Excelencia se ha hecho portavoz, rogándole al mismo tiempo que le haga llegar mi especial cercanía al pueblo venezolano, para el que deseo, en esta singladura de su vida política e institucional, un auge continuado de los valores espirituales y sensible crecimiento de bienestar social. Aprovecho esta oportunidad para reiterar el mensaje de aliento que quise dejar al pueblo venezolano al terminar mi segunda visita a ese País, invitándolo a hacer "de los valores cristianos éticos, que han configurado vuestro ser como nación, un factor de cohesión social, de progreso y de paz" (Discurso de despedida, 11 de febrero de 1996, 2).

358 Venezuela es un País espléndido en sus bellezas naturales y rico de cultura, al que Cristóbal Colón llamó "tierra de gracia", y que ha experimentado en el siglo que ahora termina un singular crecimiento demográfico y socioeconómico. Lo he conocido de persona en mis dos viajes pastorales, sintiendo el calor de la acogida y las esperanzas que vibran en el corazón de su pueblo, abierto y generoso. Por eso me alegro con sus logros, comparto sus preocupaciones y me uno a su dolor en los momentos de desgracia, como aquellos en que, hace casi un año, desastres naturales sembraron muerte y desolación en el País y que aún más recientemente se han dejado sentir. En éstas, como en otras ocasiones, invoco el auxilio del Señor sobre los queridos hijos venezolanos y apremio a la solidaridad humana, nacional e internacional, en favor de los damnificados.

2. En el ejercicio de la misión que su Gobierno le ha confiado, Usted tendrá la responsabilidad de mantener constantemente y de fomentar las relaciones diplomáticas de su País con la Santa Sede. Ésta, en virtud de la solicitud del Papa por todas las Iglesias, sigue con interés las vicisitudes de cada lugar. Por eso puede Usted estar seguro de que aquí encontrará el apoyo y la acogida necesaria, teniendo la certeza de que la Iglesia, y la Santa Sede en particular, no tienen otros intereses en Venezuela que el bien de los mismos venezolanos, a los que anuncia el Evangelio cumpliendo la misión que Cristo le ha encomendado.

En efecto, la acción de la Iglesia y de los poderes públicos confluyen en los mismos destinatarios, puesto que las dos partes tienen por objetivo el bien -material y espiritual- de la persona humana en un determinado momento de la historia. Por eso, con exquisito respeto de las respectivas incumbencias, las relaciones que deben existir entre ellas son sobre todo de diálogo y colaboración. A la Iglesia le corresponde una competencia en los ámbitos concernientes a los valores que, a su vez, son el alma de una nación. En este aspecto, señala el riesgo de dos amenazas que se ciernen sobre la comunidad humana: aquella que pretende "poder realizar en la historia el bien absoluto" (Centesimus annus
CA 45), y la que plantea una acción política exenta de la guía de la verdad; en efecto, "una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia" (ibíd.,n. 46).

Ciertamente, la Iglesia no tiene el deber ni la pretensión de competir con los proyectos políticos para resolver los problemas de la sociedad desde la perspectiva técnica y administrativa, propia de la autoridad civil. En este sentido, como ya decía San Agustín, la Iglesia se siente peregrina y "guiada por la fe, no por la visión" (De civ. Dei., 19, 14). Sin embargo, por su sentido de la persona, su interés por la solidaridad y su atención a los más débiles, puede contribuir a la instauración de una vida social mejor. Además, los ciudadanos, al constatar concretamente que sus razones de vivir y sus convicciones espirituales son apreciadas y respetadas por los poderes públicos, estarán más dispuestos a participar con confianza y serenidad, en el proyecto de sociedad común, lo cual redundará sin duda en beneficio de todos.

3. Como en el pasado, también en las actuales circunstancias beneficiará al pueblo Venezolano el firme compromiso de la Iglesia y sus Pastores en favor de los derechos fundamentales de las personas, en su decidida defensa de la vida desde el momento de su concepción hasta su natural extinción, en su intensa y constante actividad educativa, en su promoción de la familia como institución natural y célula primaria de la sociedad y en sus desvelos por rescatar a tantos ciudadanos de las cadenas de la miseria, el hambre, la corrupción de costumbres y tantas otras formas de marginación social. Lo hace inspirada en el Evangelio que ilumina las realidades temporales a la luz de la excelsa vocación a la que el hombre ha sido llamado por Dios, y firmemente convencida de que esa es la mejor manera de servir a los hombres y los pueblos.

En virtud de la misión que le es propia, la Iglesia reclama el espacio necesario para sus actividades, colaborando concretamente con las autoridades civiles, para disponer establemente del espacio social y de los medios necesarios que le permitan llevarlas a cabo. Las mismas personas a las que sirve, tratando de hacer de ellas buenos cristianos y ciudadanos honestos, comprometidos con la buena marcha de su país, son aquellas a las que, desde sus propios ámbitos, se deben los poderes públicos.

No debe haber, pues, reticencias ni tanto menos rivalidad en asuntos en los que se decide el bien común y el futuro digno de un pueblo, como son la defensa sin paliativos de la dignidad humana en toda su integridad, de una educación abierta a la dimensión trascendente de la persona, que no puede prescindir del aspecto religioso, o los derechos fundamentales, civiles y sociales, de todo ser humano. Los graves desafíos que se perfilan en el tercer milenio requieren aunar esfuerzos, en la unánime convicción de que "la defensa de la universalidad y de la indivisibilidad de los derechos humanos es esencial para la construcción de una sociedad pacífica y para el desarrollo integral de individuos, pueblos y naciones" (Mensaje para la Jornada mundial de la paz, 1 de enero de 1999, n. 3).

4. En mis dos visitas a Venezuela, he tenido la dicha de encontrar a un pueblo deseoso de construir el futuro sobre su tradicional identidad, de hondas raíces cristianas que han dado lugar a tantas manifestaciones de piedad popular y de devoción a la Virgen María. Precisamente en la primera visita coroné la imagen de Nuestra Señora de Coromoto y, en la segunda, inauguré el Santuario dedicado a ella. Hoy la invoco de nuevo para que proteja a los queridos venezolanos y los guíe con su ternura de madre hacia su divino Hijo, el único Salvador del género humano. En este Año de gracia en que se comnmemora el 2000 aniversario de su venida con la celebración del Gran Jubileo, ruego al Señor que colme de sus bendiciones a todo el pueblo venezolano para que emprenda el nuevo milenio con renovada esperanza y deseos de construir un mundo mejor.

Señor Embajador, le deseo éxito en la misión que ahora comienza y que, junto con su distinguida familia, tenga una estancia dichosa en Roma.






A UN GRUPO DE PEREGRINOS


JUBILARES DE LOS PAÍSES BAJOS


Martes 7 de noviembre de 2000

Señores cardenales;
359 venerados hermanos en el episcopado;
amadísimos peregrinos de los Países Bajos:

1. El intenso programa que vuestras comunidades están viviendo durante este Año santo ha previsto también una etapa en Roma, para cruzar juntos el umbral de la Puerta del jubileo. Os digo con afecto: ¡bienvenidos! Saludo al señor cardenal Adrianus Simonis, presidente de la Conferencia episcopal holandesa, y le agradezco las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos.
Saludo asimismo al señor cardenal Johannes Willebrands, a los prelados, a los sacerdotes y a los responsables que han acompañado a esta peregrinación nacional.

Al dirigirme a vosotros y a cada uno de los presentes, quiero enviar mi cordial saludo a vuestros compatriotas, a cuantos se han unido a nosotros mediante la radio y la televisión, a quienes no han podido participar en este encuentro, a los que sufren en el cuerpo y en el espíritu, a los jóvenes y a las familias, cuna y santuario de la vida.

El período jubilar es particularmente rico en estímulos para renovar el propio itinerario de fe con espíritu penitente, para redescubrir la gran misericordia del Padre celestial y para reanudar con renovado impulso la tarea apostólica y misionera: "La fe continúa" es el lema que guía el gran jubileo en vuestra tierra, recordando a cada uno el propio compromiso de testimonio.

2. Dar testimonio de Cristo es un deber de la Iglesia y de cada fiel en todos los niveles. A lo largo de su gloriosa historia, la Iglesia en Holanda ha sabido suscitar en su seno multitud de misioneros y apóstoles que han anunciado el Evangelio y han servido a la humanidad en todos los rincones de la tierra. ¡Cómo no recordar, entre tantos, el espléndido testimonio de sor María Adolfina Dierckx y de sus hermanas, martirizadas en China, a quienes tuve la alegría de canonizar el pasado día 1 de octubre!

También hoy son numerosos vuestros compatriotas que trabajan en el vasto campo de la misión y la promoción humana. Son para vosotros un signo de bendición, puesto que muestran la vitalidad y la generosidad de vuestro camino de fe. Pero son también una advertencia y un estímulo, para que en vuestras comunidades no decaiga el fervor misionero. No hay que desanimarse al dar testimonio de Cristo y al anunciar su palabra de salvación, con la certeza de que él está con su Iglesia todos los días, hasta el fin del mundo (cf. Mt
Mt 28,20). Incluso cuando se insinúe en vosotros la tentación de sentiros incapaces frente a la amplitud del compromiso apostólico, recordad las palabras del Apóstol: "Todo lo puedo en aquel que me conforta" (Ph 4,13).

Dios no deja de llamar a almas generosas y fuertes, para enviarlas a trabajar en la gran mies de su reino. A este propósito, en la reciente Jornada mundial de la juventud dije a la multitud de muchachos y muchachas presentes: "Si alguno de vosotros (...) siente en su interior la llamada del Señor a entregarse totalmente a él para amarlo "con corazón indiviso" (cf. 1Co 7,34), no se deje paralizar por la duda o el miedo. Pronuncie con valentía su "sí" sin reservas, fiándose de aquel que es fiel en todas sus promesas" (Homilía del Santo Padre en la misa de clausura de la XV Jornada mundial de la juventud, n. 6: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de agosto de 2000, p. 12).

3. En aquel inolvidable encuentro también estuvieron presentes muchos jóvenes holandeses que, acogiendo la invitación de sus pastores, quisieron experimentar la universalidad de la Iglesia. A ellos, "centinelas de la mañana en este amanecer del tercer milenio", deseo repetirles: "Si sois lo que tenéis que ser, prenderéis fuego al mundo entero" (ib., n. 7).

Doy las gracias a las organizaciones católicas holandesas que, en aquella circunstancia, favorecieron la presencia de muchachos y muchachas de los Países Bajos en Roma. Lo mismo hicieron para el jubileo de los profesores universitarios, los cuales me entregaron en esa ocasión el volumen, fruto de sus reflexiones, "In quest of humanity in a globalising world". Se lo agradezco mucho.

360 Es importante profundizar la comunión entre la Iglesia que está en Holanda y el Sucesor de Pedro y, a través de él, con la Iglesia universal. En efecto, si están fundadas en la unidad, las diversidades contribuyen a reavivar y a enriquecer todo el cuerpo de Cristo. El diálogo en la caridad y en la verdad debe caracterizar siempre la actitud con la que las personas y las comunidades se relacionan entre sí y con la Iglesia.

4. Queridos hermanos, hoy cruzáis la Puerta santa para confirmar vuestra fe en Cristo y encomendaros a la fuerza vivificante de su amor. Se trata de un gesto que, a partir de san Wilibrordo, muchísimos de vuestros compatriotas han realizado con alegría y devoción a lo largo de los siglos. Lo testimonia, entre otras obras, la cercana iglesia de san Miguel y san Magno, conocida generalmente como iglesia de los Frisones. Sentíos orgullosos y sed dignos de la santidad que Dios ha concedido abundantemente a vuestras comunidades.

La Iglesia que conserva las tumbas de san Pedro y san Pablo, así como de innumerables testigos del Cordero, os abraza hoy con gran alegría y os indica a Cristo, Puerta santa que hay que cruzar con confianza. Os indica a María, "Stella maris" y "dulce Madre" de vuestro noble pueblo. Quiera Dios, por su intercesión, consumar la obra que, durante estos días, está realizando en vosotros.

Con estos sentimientos, os bendigo a todos de corazón.





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS OBISPOS CATÓLICOS DE TIERRA SANTA


: A Su Beatitud Michel SABBAH
Patriarca latino de Jerusalén
Presidente de la Asamblea de los
Ordinarios católicos de Tierra Santa

Las pruebas que las poblaciones de Tierra Santa atraviesan en estos días son para mí motivo de gran sufrimiento y deseo expresar a cada uno, sin excepción alguna, mi total solidaridad.
El paso brutal de la negociación al enfrentamiento constituye, sin duda alguna, un fracaso para la paz, pero nadie debe caer en el fatalismo: los pueblos israelí y palestino están llamados, por la geografía y por la historia, a vivir juntos.

Para hacerlo de modo pacífico y duradero es preciso que a toda persona se le garanticen sus derechos fundamentales: tanto el pueblo israelí como el palestino tienen derecho a vivir en su propia tierra con dignidad y seguridad.

361 Sólo la vuelta a la mesa de negociaciones en situación de igualdad, respetando el derecho internacional, podrá abrir un futuro de fraternidad y paz a quienes viven en esa tierra bendita.
Recordando mi peregrinación a Tierra Santa, hace algunos meses, pienso con emoción en todos esos lugares que hablan de la historia de Dios con el hombre y que son una llamada a colaborar para que la violencia, el odio o la sospecha nunca más desfiguren esa parte del mundo.

Os animo a vosotros, obispos católicos de Tierra Santa, así como a todos los responsables de las comunidades cristianas, a renovar vuestros esfuerzos para que el respeto mutuo, con humildad y confianza, impregne las relaciones entre todos.

Asimismo, hago un llamamiento a todos los que tienen la misión de guiar a los fieles del judaísmo y del islam para que saquen de su fe todas las energías necesarias a fin de lograr que la paz interior y exterior, a la que aspiran los pueblos, se haga realidad.
Invito a la comunidad internacional a proseguir sus esfuerzos con el fin de ayudar a unos y otros a hallar soluciones que les garanticen la seguridad anhelada y la justa tranquilidad, prerrogativas de toda nación y condiciones de vida y de progreso para toda sociedad.

A la vez que invoco sobre todos los hombres de buena voluntad la bendición de Dios todopoderoso, que anuncia la paz para su pueblo y para sus fieles, para cuantos ponen en él su esperanza (cf. Sal
Ps 85,9), imparto a Su Beatitud y a sus hermanos en el episcopado, así como a todos los fieles encomendados a su solicitud, una afectuosa bendición apostólica.

Vaticano, 6 de noviembre de 2000






DURANTE LA INAUGURACIÓN DEL CURSO


EN LA UNIVERSIDAD CATÓLICA DEL SAGRADO CORAZÓN


Jueves 9 de noviembre de 2000

Rector magnífico;
ilustres decanos;
distinguidos profesores;
362 señores médicos y auxiliares;
amadísimos estudiantes:

1. Me alegra mucho poder encontrarme de nuevo con vosotros, correspondiendo a la visita que me hicisteis el pasado 13 de abril en la basílica de San Pedro, cuando la Universidad católica quiso celebrar su jubileo de manera solemne.

En esta solemne ocasión, me encuentro con toda la realidad de la Universidad católica. Por tanto, no sólo os saludo de corazón a vosotros aquí presentes, sino también a quienes están en conexión con nosotros desde las sedes que el ateneo tiene en Milán, Brescia y Piacenza. Dirijo un saludo especial al cardenal Camillo Ruini, mi vicario general para la diócesis de Roma y presidente de la Conferencia episcopal italiana, así como a las demás ilustres personalidades y autoridades civiles y religiosas que nos honran con su presencia. Agradezco de corazón al honorable Emilio Colombo, presidente del Instituto Toniolo, y al profesor Sergio Zaninelli, rector magnífico de la Universidad, las nobles palabras que me han dirigido.

2. Vengo a alegrarme con vosotros por el octogésimo aniversario de la Universidad católica del Sagrado Corazón y del Instituto "Giuseppe Toniolo" de estudios superiores, al que el padre Gemelli, el ardiente franciscano que está en vuestros orígenes, confió la fundación de esta Universidad católica y la tarea de sostenerla y velar por ella en adelante. A juzgar por la vitalidad que la Universidad ha demostrado durante estos ochenta años, esa tarea se ha cumplido eficazmente. El hecho de dar al Instituto el nombre del venerable Toniolo, que preparó los tiempos y el terreno de la Universidad con una vida entregada totalmente a la causa de la "cultura cristiana", fue una indicación programática puesta en el código genético de este ateneo. Consagrado con santa audacia al Sagrado Corazón, vive desde entonces para mostrar la íntima armonía de fe y razón y, al mismo tiempo, para formar profesionales y científicos que sepan realizar una síntesis entre Evangelio y cultura, esforzándose por hacer del compromiso cultural un camino de santidad.

3. Cultura y santidad. Al pronunciar este binomio, no debemos temer establecer una relación indebida. Al contrario, estas dos dimensiones, bien entendidas, se encuentran en la raíz, se alían con naturalidad en el camino y coinciden en la meta final.

Se encuentran en la raíz. ¿No es Dios, el tres veces Santo (cf. Is
Is 6,3), la fuente de toda luz para nuestra inteligencia? Si vamos hasta el fondo de las cosas, detrás de cada conquista cultural se encuentra el misterio. En efecto, toda realidad creada remite, más allá de sí misma, a Dios, que es su fuente última y su fundamento. Además, el hombre, precisamente mientras investiga y aprende, reconoce su condición de criatura, experimenta una admiración siempre nueva ante los dones inagotables del Creador, y se proyecta con su inteligencia y su voluntad hacia lo infinito y lo absoluto. Una cultura auténtica no puede por menos de manifestar el signo de la saludable inquietud esculpida admirablemente por san Agustín al inicio de sus Confesiones: "Nos has creado para ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti" (Conf., I, 1).

4. Por tanto, los compromisos cultural y espiritual, lejos de excluirse o de estar en tensión entre sí, se sostienen recíprocamente. Ciertamente, la inteligencia tiene sus leyes y sus itinerarios, pero puede beneficiarse mucho de la santidad de la persona que investiga. En efecto, la santidad pone al estudioso en una condición de mayor libertad interior, da mayor sentido a su esfuerzo, y sostiene su trabajo con la contribución de las virtudes morales que forjan hombres auténticos y maduros. ¡El hombre no se puede dividir! Si tiene valor el antiguo dicho: "Mens sana in corpore sano", con mayor razón se puede decir: "Mens sana in vita sancta". El amor a Dios, con la adhesión coherente a sus mandamientos, no mortifica, sino que exalta el vigor de la inteligencia, favoreciendo el camino hacia la verdad. Cultura y santidad es, por tanto, el binomio "vencedor" para la construcción del humanismo pleno cuyo modelo supremo es Cristo, revelador de Dios y revelador del hombre al hombre (cf. Gaudium et spes GS 22). Las aulas de una universidad católica deben ser un laboratorio cualificado de este humanismo.

5. A este propósito, es providencial que mi encuentro con vosotros coincida con el décimo aniversario de la constitución apostólica Ex corde Ecclesiae, que firmé el 15 de agosto de 1990.
Como es sabido, en ella describí las características imprescindibles de una universidad católica, definiéndola "lugar primario y privilegiado para un provechoso diálogo entre Evangelio y cultura" (n. 43). Permitidme que os vuelva a entregar este documento, confiando en que realicéis una relectura atenta y comprometedora, para que vuestra Universidad, honrando plenamente la intuición de su fundador, encarne cada vez mejor este ideal. No os separa del estilo de las otras universidades, y mucho menos del diálogo constructivo con la sociedad civil; al contrario, os pide que estéis presentes en ella con una contribución específica, siendo fieles a las exigencias cristianas y eclesiales inscritas en vuestra identidad. Sed discípulos de la verdad hasta las últimas consecuencias, aun cuando debáis soportar la incomprensión y el aislamiento. Las palabras de Jesús son perentorias: "La verdad os hará libres" (Jn 8,32).

6. Precisamente desde esta perspectiva, creo que tiene gran significado cuanto hoy habéis querido realizar con dos iniciativas que me complacen mucho. Me refiero, ante todo, al nuevo Instituto científico internacional "Pablo VI" de investigación sobre la fertilidad y la infertilidad humana, que vuestra Universidad ha decidido constituir precisamente en este hospital policlínico, como el rector magnífico acaba de anunciar. Este instituto desea reunir a investigadores cualificados en el sector de esta delicada problemática, para que encuentren soluciones cada vez más eficaces, en la línea de la ética sexual y procreadora reafirmada constantemente por el Magisterio.

363 Con este mismo espíritu, aprecio vivamente el testimonio que la Universidad católica ha querido dar hoy con el documento firmado por algunos de vuestros ilustres profesores sobre el tema: "Desarrollo científico y respeto al hombre", con una referencia específica al problema del uso de embriones humanos en la investigación sobre las células estaminales. En temas como este, no está en juego un aspecto secundario de la cultura, sino un conjunto de valores, de investigaciones y de comportamientos, del que depende en gran medida el futuro de la humanidad y de la civilización.

7. Amadísimos profesores y alumnos, proseguid por este apasionante camino de una investigación cada vez más rigurosa desde el punto de vista científico, pero, al mismo tiempo, atenta a las dimensiones de la ética, a las exigencias de la fe y a la promoción del hombre.

En particular, deseo que este compromiso se traduzca también en un clima de vida académica que sepa conjugar siempre el esfuerzo de la inteligencia con el de una auténtica experiencia cristiana. La universidad no sólo está destinada a desarrollar el conocimiento, sino también a formar a las personas. No hay que subestimar jamás esta misión educativa. Por lo demás, para la misma transmisión de la verdad será muy beneficioso un clima de relaciones humanas impregnado de los valores de la sinceridad, la amistad, la gratuidad y el respeto recíproco.

Estoy convencido de que, si los profesores anhelan ser verdaderos formadores, deben serlo no sólo como maestros de doctrina, sino también como maestros de vida. Para lograr todo esto contáis con una tradición muy rica de testigos a quienes imitar. En este sentido, me ha impresionado un propósito del venerable Toniolo, recogido en su Diario espiritual: "Tener la mayor solicitud por mis discípulos, tratándolos como depósito sagrado, como amigos queridos, a los que debo guiar por los caminos del Señor" (G. Toniolo, Voglio farmi santo, Roma 1995, p. 60).
Debéis inspiraros en este tipo de testigos. Por eso, me alegra saber que, dentro de algunos días, en vuestro hospital policlínico, que aprecio particularmente también por lo que ha representado para mí en momentos difíciles de mi vida, la nueva capilla se dedicará al santo médico Giuseppe Moscati. Quiera Dios que su figura sea para vosotros una exhortación continua y un ideal concreto de vida: de las aulas de la Universidad católica deberían salir muchos médicos como él.

8. Ahora me dirijo a vosotros, amadísimos estudiantes, con especial afecto. El inicio del año académico os brinda la ocasión para reflexionar en el sentido de vuestro estudio, con el fin de consolidar su perspectiva cristiana en beneficio de vuestro servicio futuro a la sociedad. Vosotros seréis los dirigentes del futuro, los agentes culturales, sociales y sanitarios de los próximos decenios. Aplicaos con amor al esfuerzo del estudio y de la investigación, sin limitaros a soñar en el éxito profesional, por lo demás legítimo, sino buscando la belleza del servicio que podréis prestar para la construcción de una sociedad más justa y solidaria. En particular vosotros, futuros médicos, dotaos no sólo de la más rigurosa competencia científica, sino también de un estilo humano que sepa responder a las expectativas profundas del enfermo y de su familia; un estilo que permita percibir al que sufre la dimensión misteriosa y redentora del dolor. Aprended desde ahora a tratar a los enfermos como Cristo mismo.

También yo experimenté ese trato aquí, en el Gemelli. Y no puedo menos de recordar al doctor Crucitti, que en paz descanse, y a muchos otros profesores, así como a sor Ausilia. "Requiescant in pace".

9. Amadísima familia de la Universidad católica del Sagrado Corazón, han pasado ochenta años desde que el sueño del padre Gemelli comenzó a hacerse realidad. Esta realidad ha ido consolidándose gradualmente, de modo que hoy nos parece imponente no sólo en sus dimensiones, sino también en la variedad y en la calidad de sus servicios. La Italia católica puede sentirse orgullosa de vosotros. Pero sé que todo el país os mira con respeto y aprecio. Es grande vuestra tradición y también es grande la tarea que os espera. Hoy estáis afrontando los desafíos de una fase histórica de cambios, en la que resultan necesarias adaptaciones e innovaciones también en las estructuras universitarias. Realizadlas con valentía e inteligencia, sin traicionar jamás el espíritu que os anima desde siempre.

Os encomiendo una vez más en este camino a la Virgen santísima, Sedes sapientiae, implorando su protección materna sobre vosotros, sobre vuestros seres queridos y sobre vuestro trabajo. Con estos sentimientos, os imparto de corazón a todos la bendición apostólica.






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