Discursos 2000 363


DURANTE EL ENCUENTRO


CON EL CATHOLICÓS KAREKIN II


Jueves 9 de noviembre de 2000

Santidad, querido y venerado hermano:

364 "Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza" (1Jn 2,10).

Este encuentro fraterno nos une en la luz que es Cristo. Que el amor de Dios revelado en Jesucristo resplandezca sobre nosotros, y el Señor evite que tropecemos mientras caminamos en la amistad.

Es para mí una gran fuente de alegría y consuelo acogerlo hoy a usted, Santidad, junto con su distinguido séquito. Saludo a los ilustres prelados, sacerdotes y laicos, representantes de toda la Iglesia armenia apostólica. Doy la bienvenida al ministro de Asuntos religiosos de la República de Armenia. A todos os doy la bienvenida aquí, y espero que os sintáis como en vuestra casa.

Con profunda emoción, Santidad, recuerdo la visita que hizo al Vaticano su predecesor, Karekin I, que fue huésped aquí del 23 al 26 de marzo de 1999. Aunque ya estaba gravemente enfermo, quiso participar en la inauguración de la exposición "Roma-Armenia", y visitarme personalmente.
Mis vínculos con él eran profundos, y tenía un gran deseo de visitarlo en Armenia, como signo de amistad. Pero las circunstancias me lo impidieron. Pido al Señor que colme a su servidor fiel de su luz y de su alegría en la comunión de los santos en el cielo.

La visita de Su Santidad a la Iglesia de Roma y a su Obispo tiene lugar durante el jubileo del año 2000. El 18 de enero de este año, en la inauguración de la Semana de oración por la unidad de los cristianos, tuve la alegría de cruzar el umbral de la Puerta santa de la basílica de San Pablo extramuros junto con los representantes de muchas otras Iglesias y comunidades eclesiales. Le agradezco, Santidad, que haya participado en esa ceremonia mediante una delegación de la Santa Sede de Echmiadzin. En esa solemne ocasión expresé mi esperanza, que renuevo hoy, de que "el año de gracia 2000 sea para todos los discípulos de Cristo ocasión para dar nuevo impulso al compromiso ecuménico, acogiéndolo como un imperativo de la conciencia cristiana. De él depende en gran parte el futuro de la evangelización, la proclamación del Evangelio a los hombres y mujeres de nuestro tiempo" (Homilía en la apertura de la Puerta santa de la basílica de San Pablo extramuros, 18 de enero de 2000, n. 5: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 21 de enero de 2000, p. 12).

Pronto tendrá lugar otro jubileo: la celebración del XVII centenario del bautismo de Armenia. Su presencia aquí hoy, querido hermano, me brinda la oportunidad de desear a la Iglesia armenia un Año jubilar rico en bendiciones espirituales y beneficios pastorales. Nos uniremos a vosotros que, durante todo el jubileo, elevaréis oraciones de intercesión y de acción de gracias al Señor. El aniversario del bautismo de Armenia inspirará seguramente celebraciones y manifestaciones que evocarán la historia del pueblo armenio y de la Iglesia armenia. Se trata de una historia en la que se mezclan grandeza y persecución, alegría y dolor. Muy a menudo los hijos e hijas de Armenia han clamado al Señor con las palabras desgarradoras de san Gregorio de Narek: "Te imploro ahora, oh Señor, que asistes a las almas abatidas por la aflicción a causa de una enfermedad grave y dolorosa. No añadas penas a mis lamentos. Estoy herido, no me traspases; me castigan, no me condenes; me maltratan, no me atormentes. No me envíes al exilio, porque ya padezco persecución" (The Book of Prayer, XVII). La Iglesia armenia ha pagado un precio muy alto por su fidelidad al evangelio de Jesucristo. En la conmemoración ecuménica de los testigos de la fe del siglo XX, el 7 de mayo de este año, recordé de modo especial los inmensos sufrimientos del pueblo armenio. Una vez más le doy las gracias, Santidad, por haber querido participar en esa liturgia a través de su representante. En efecto, "el ecumenismo de los santos, de los mártires, es tal vez el más convincente. La communio sanctorum habla con una voz más fuerte que los elementos de división" (Tertio millennio adveniente TMA 37).

Por gracia de Dios, Armenia ha recuperado su libertad e independencia. Sin embargo, afronta aún enormes desafíos. En el ámbito social y económico, hay que reconstruir las áreas afectadas gravemente por el terremoto de 1988, y revitalizar la industria y el comercio del país. En el ámbito cultural y religioso aún queda mucho por hacer para llenar el vacío espiritual que dejó una ideología atea y colectivista.

Son muchas las expectativas, pero también las dificultades. Espero que el pueblo armenio, con su rica diversidad, encuentre el modo de afrontar esos desafíos con un esfuerzo común. Ha llegado la hora de la libertad; este es el tiempo de la solidaridad. La Iglesia católica desea estar al lado de la Iglesia armenia apostólica y apoyar su ministerio espiritual y pastoral en favor del pueblo armenio, respetando totalmente su estilo de vida y su identidad característica. A esto nos llama el Señor, y no podemos desaprovechar las ocasiones que el Espíritu nos ofrece para trabajar juntos y dar un testimonio común.

Querido y venerado hermano en Cristo, pidamos al Señor que su peregrinación a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, y su primera visita a la Sede del Sucesor de Pedro, fortalezcan los vínculos entre la Iglesia católica y la Iglesia armenia apostólica. Oremos juntos para que la comunión que vivimos hoy abra nuevos caminos a la paz y a la reconciliación entre nosotros.

Que la santísima Madre de Dios proteja a la Iglesia armenia dondequiera que los cristianos armenios den testimonio de la verdad de que Jesucristo es el Señor, ayer, hoy y siempre.





COMUNICADO COMÚN


DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


Y DEL CATHOLICÓS KAREKIN II





365 Su Santidad el Papa Juan Pablo II, Obispo de Roma, y Su Santidad Karekin II, patriarca supremo y Catholicós de todos los armenios, dan gracias al Señor y Salvador Jesucristo, por permitirles encontrarse con ocasión del jubileo del año 2000 y en vísperas del XVII centenario de la proclamación del cristianismo como religión de Estado de Armenia.

También dan gracias en el Espíritu Santo porque las relaciones fraternas entre la Santa Sede de Roma y la Sede de Echmiadzin se han desarrollado y profundizado cada vez más durante los últimos años. Este progreso se manifiesta en este encuentro personal y, de modo particular, en el don de una reliquia de san Gregorio el Iluminador, el santo misionero que convirtió al rey de Armenia (año 301) e inició la línea de los Catholicoi de la Iglesia armenia. Este encuentro se basa en los encuentros anteriores entre el Papa Pablo VI y el Catholicós Vasken I (1970) y en los dos encuentros entre el Papa Juan Pablo II y el Catholicós Karekin I (1996 y 1999). Ahora el Papa Juan Pablo II y el Catholicós Karekin II esperan con ilusión encontrarse en Armenia. En esta ocasión, desean hacer la siguiente declaración:

Confesamos juntos nuestra fe en Dios trino y en el único Señor Jesucristo, Hijo unigénito de Dios, que se hizo hombre por nuestra salvación. Creemos también en la Iglesia una, santa, católica y apostólica. En efecto, la Iglesia, como cuerpo de Cristo, es una y única. Esta es nuestra fe común, basada en las enseñanzas de los Apóstoles y de los Padres de la Iglesia. Reconocemos, asimismo, que tanto la Iglesia católica como la Iglesia armenia tienen verdaderos sacramentos, sobre todo, por la sucesión apostólica de los obispos, el sacerdocio y la Eucaristía. Seguimos orando por la comunión plena y visible entre nosotros. La celebración litúrgica que presidimos juntos, el signo de paz que intercambiamos y la bendición que impartimos juntos en nombre de nuestro Señor Jesucristo, testimonian que somos hermanos en el episcopado. Juntos somos responsables de lo que constituye nuestra misión común: enseñar la fe apostólica y testimoniar el amor de Cristo a todos los seres humanos, especialmente a los que viven en circunstancias difíciles.

La Iglesia católica y la Iglesia armenia comparten una larga historia de respeto mutuo, considerando complementarias, más que opuestas, sus diversas tradiciones teológicas, litúrgicas y canónicas. También hoy tenemos mucho que recibir unos de otros. Para la Iglesia armenia, los vastos recursos del saber católico pueden convertirse en un tesoro y en una fuente de inspiración gracias al intercambio de estudiosos y estudiantes, a las traducciones comunes, a las iniciativas académicas y a las diferentes formas de diálogo teológico. Del mismo modo, para la Iglesia católica, la fe inquebrantable y paciente de una nación martirizada como Armenia puede transformarse en una fuente de fuerza espiritual, en especial a través de la oración común. Deseamos vivamente que se incrementen y se intensifiquen estas numerosas formas de intercambio mutuo y de acercamiento entre nosotros.

Al inicio del tercer milenio, miramos al pasado y al futuro. Por lo que atañe al pasado, damos gracias a Dios por las abundantes bendiciones que hemos recibido de su infinita bondad, por el santo testimonio de numerosos santos y mártires, y por la herencia espiritual y cultural que nos legaron nuestros antepasados. Sin embargo, tanto la Iglesia católica como la Iglesia armenia han vivido muchas veces períodos oscuros y difíciles. La fe cristiana fue atacada por ideologías ateas y materialistas; el testimonio cristiano fue combatido por regímenes totalitarios y violentos; el amor cristiano fue sofocado por el individualismo y la búsqueda de intereses personales. Los jefes de las naciones ya no temían a Dios, ni sentían vergüenza ante la humanidad. En el siglo XX hemos sido víctimas de una gran violencia. El genocidio armenio, a comienzos del siglo, fue el preludio de los horrores que seguirían. Dos guerras mundiales, un sinfín de conflictos regionales y campañas de exterminio organizadas deliberadamente segaron la vida de millones de fieles. Con todo, sin disminuir el horror de esos hechos y de sus consecuencias, pueden ser una especie de desafío divino, si los cristianos, al responder, están convencidos de que deben unirse, con una amistad más profunda, por la causa de la verdad y del amor cristianos.

Miramos al futuro con esperanza y confianza. En esta coyuntura histórica, los cristianos vemos nuevos horizontes para nosotros y para el mundo. Tanto en Oriente como en Occidente, después de haber experimentado las consecuencias nefastas de regímenes y estilos de vida ateos, muchas personas aspiran a conocer la verdad y el camino que lleva a la salvación. Juntos, guiados por la caridad y el respeto a la libertad, procuramos colmar su deseo, para llevarlos a las fuentes de la auténtica vida y de la felicidad verdadera. Invocamos la intercesión de los apóstoles san Pedro y san Pablo, de san Tadeo y san Bartolomé, de san Gregorio el Iluminador y de todos los santos pastores de la Iglesia católica y de la Iglesia armenia, y rogamos al Señor que guíe a nuestras comunidades para que, con una sola voz, demos testimonio del Señor y proclamemos la verdad de la salvación. Pedimos también que en todos los lugares del mundo donde conviven miembros de la Iglesia armenia y de la Iglesia católica, todos los ministros ordenados, los religiosos y los fieles "se ayuden mutuamente a llevar sus cargas y a cumplir así la ley de Cristo" (cf. Ga
Ga 6,2).

Que se apoyen y asistan unos a otros, respetando plenamente su identidad y sus tradiciones eclesiales, y evitando prevalecer unos sobre otros: "Así que, mientras tengamos oportunidad, hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe" (Ga 6,10).

Por último, imploramos la intercesión de la santa Madre de Dios por la paz. El Señor conceda sabiduría a los jefes de las naciones, para que la justicia y la paz reinen en todo el mundo. En estos días, en particular, imploramos la paz para Oriente Medio. Que todos los hijos de Abraham acrecienten su respeto mutuo y encuentren modos adecuados para vivir juntos pacíficamente en esa parte sagrada del mundo.

Roma, 9 de noviembre de 2000






A DIRECTIVOS Y EMPLEADOS DEL BANCO DE ROMA


Sábado 11 de noviembre de 2000



Amables señoras y señores:

366 1. Me alegra dirigiros un cordial saludo en esta circunstancia, mientras peregrináis a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo para celebrar el gran jubileo del año 2000. ¡Sed bienvenidos!
Agradezco al doctor Cesare Geronzi, presidente del Banco de Roma, las amables palabras con las que, en nombre de todos, me ha expresado los sentimientos que os han guiado a esta cita.
Aprovecho de buen grado esta ocasión para manifestar también mi viva complacencia a todo el consejo de administración, a los directivos, a los responsables de sector y a todos los que componen vuestra comunidad de trabajo y actividad.

A mi agradecimiento deseo unir la expresión de mi sincera estima por la colaboración prestada por vuestra benemérita institución al Comité para el gran jubileo y, especialmente, por la contribución concreta que habéis dado durante la celebración de la Jornada mundial de la juventud. Vuestras intervenciones muestran que una institución con fines específicos, como la vuestra, puede insertarse de manera útil en el ámbito de la sociedad civil con iniciativas inspiradas en una visión de más amplio alcance, promoviendo también de este modo el bien común.

2. La finalidad de un banco como el vuestro consiste en administrar con esmero los recursos que se le han confiado, para apoyar las actividades económicas de familias, empresas, instituciones y organismos que recurren a su mediación. Vuestra obra, considerada desde esta perspectiva, adquiere un importante valor social para sostener a las fuerzas vivas de la nación, que así pueden perseguir los objetivos necesarios en materia de seguridad económica, crecimiento de la empresa, gestión honrada del fruto del propio trabajo, defensa del ahorro y acceso al crédito.

De aquí la importancia del sistema bancario, pero también la responsabilidad de quien lo gestiona en nombre de las personas, las familias y los grupos sociales que recurren a él. En efecto, aun persiguiendo sus finalidades institucionales, un banco no puede por menos de tener como punto de referencia los valores éticos que presiden los diversos aspectos de la actividad humana. Si el banco busca únicamente el máximo provecho para sí, sin tener en cuenta estas exigencias superiores, ya no se presenta como instrumento de crecimiento y desarrollo para la comunidad, sino que más bien constituye un peso y un freno.

3. La doctrina de la Iglesia afirma la prioridad del factor humano sobre las finalidades financieras y crediticias propias de cada banco. En la rápida evolución de las dinámicas económicas actuales, muchas personas, además de no saber aprovechar las diversas formas de servicio ofrecidas por el sistema bancario, encuentran a veces dificultades para orientarse en las opciones orientadas a proteger los ahorros realizados honradamente. La profesionalidad del agente bancario, unida a un notable sentido de equidad y justicia, podrá favorecer la serenidad de cuantos necesitan consejo o ayuda.

Por desgracia, no se puede negar que también hoy existen formas desviadas de crédito, capaces de poner en peligro no sólo actividades empresariales o propiedades familiares, sino también la vida misma de las personas que han caído en esta espiral perversa. Ya en otras ocasiones he subrayado las dificultades y las molestias que afrontan quienes son víctimas de especulaciones relacionadas con modalidades ilícitas de crédito. Ciertamente, un banco responsable, en virtud de su capacidad de escucha y de diálogo con la sociedad civil, puede hacer mucho en este ámbito.
Deseo de corazón que también vuestro banco, prosiguiendo el camino ya emprendido, siga brindando un sólido apoyo a todas las iniciativas serias en favor de las personas que atraviesan dificultades, de los jóvenes y del voluntariado. De este modo, responderéis eficazmente a las expectativas de las personas y de los grupos sociales, que encuentran en vuestra actividad un apoyo fundamental para sus legítimas necesidades de servicios financieros y económicos.

4. Amables señores y señoras, vuestra visita me brinda la oportunidad de realizar una útil pausa de reflexión. Para los que sois creyentes, esta es una ocasión providencial para confrontar vuestra vida y vuestra actividad con la palabra de Cristo.

El paso por la Puerta santa representa uno de los momentos principales de vuestra peregrinación jubilar. Se trata de un acto profundamente espiritual, con el que queréis renovar vuestra estrecha adhesión a Cristo y reafirmar vuestra determinación de dar testimonio de él en vuestras familias y en la sociedad de la que formáis parte. En especial, si os inspiráis siempre en sus enseñanzas, podréis ser sus testigos en el ámbito de vuestro trabajo. Ojalá que el evangelio de la justicia y de la caridad sea el parámetro constante de vuestras opciones y acciones. Que el amor a vuestros hermanos, especialmente a los necesitados, inspire todos vuestros proyectos. Así seréis constructores de una comunidad humana más libre y solidaria.

367 Que os acompañe la intercesión de María, Madre de Dios y Madre nuestra, a la que os encomiendo a vosotros y a vuestras familias. Con estos sentimientos, os bendigo a todos de corazón.






A VARIOS GRUPOS DE PEREGRINOS JUBILARES


Sábado 11 de noviembre de 2000



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Doy mi cordial bienvenida a cada uno de vosotros, que habéis venido a Roma para renovar vuestra profesión de fe ante las tumbas de los Apóstoles, con ocasión del gran jubileo. Procedéis de diversas diócesis y todos juntos os encontráis hoy en torno al Sucesor de Pedro, expresando de este modo vuestro amor a Cristo y a su Iglesia. Sin duda, esta experiencia, con sus diferentes momentos de celebración, os ayuda a fortalecer vuestra adhesión personal al Evangelio y constituye una valiosa ocasión de conversión, para vivir con renovado impulso la misión apostólica, a la que estáis llamados en virtud de vuestro bautismo. Os acojo con afecto y abrazo espiritualmente a cada uno.

2. Saludo, en primer lugar, a los numerosos peregrinos de la archidiócesis de Messina-Lipari-Santa Lucia del Mela, acompañados por mons. Giovanni Marra, su pastor. Le agradezco, venerado hermano, las corteses palabras que me ha dirigido, interpretando los sentimientos de los fieles y, en particular, de mons. Ignazio Cannavò, arzobispo emérito, y de mons. Francesco Montenegro, obispo auxiliar. Amadísimos hermanos y hermanas, aun en medio de la diversidad de situaciones geográficas, históricas y culturales, vuestra comunidad diocesana dispone de un sólido patrimonio espiritual, arraigado en la fe en Cristo. Acudid constantemente a esta admirable fuente y sacad de ella la valentía y la fuerza necesarias para afrontar con confianza los desafíos de la sociedad actual.

En este Año santo habéis sentido la exigencia de ir a buscar a los que están alejados y, esforzándoos por realizar una nueva "siembra del Evangelio", habéis redescubierto la urgencia del mandato misionero. Desde esta perspectiva, cobra gran importancia la "misión diocesana", bien insertada en el marco del gran jubileo. Gracias a la decidida entrega de los sacerdotes y de muchos agentes pastorales, ya ha suscitado notable interés, poniendo de relieve la urgencia de que cada uno se deje primero evangelizar, para luego, a su vez, llevar a los demás la buena nueva de Cristo.

En este camino, que es la senda de la nueva evangelización, proseguid sin pausa, animados por los recursos espirituales y por la vitalidad de vuestras comunidades cristianas. Mirad hacia adelante, hacia el tercer milenio, y ofreced a todos la alegría liberadora del Evangelio. Salid al encuentro de las necesidades de las familias y de los jóvenes, proporcionándoles provechosas ocasiones de formación religiosa. Buscad a los pobres y a los que sufren, y haced que experimenten la ternura de Dios, Padre celestial de toda criatura humana.

3. Os saludo ahora a vosotros, queridos peregrinos de la archidiócesis de Turín, que, a través de mons. Severino Poletto, vuestro arzobispo, a quien expreso mi gratitud, me habéis manifestado vuestros sentimientos de devoción y afecto. También para vosotros el Año jubilar pone de relieve de modo especial la necesidad de testimoniar el evangelio de la caridad. Por lo demás, eso ya forma parte de la tradición de vuestra ciudad. En efecto, ¡cómo no recordar los numerosos santos de Turín que se distinguieron por la práctica heroica de esta virtud cristiana, la primera y la más importante! La vida de estos paisanos vuestros, muy conocidos por vosotros, constituye también hoy un ejemplo válido que es preciso imitar. Entre tantos, quisiera recordar hoy a san Calixto Caravario, mártir en China, originario de vuestra tierra, a quien tuve la alegría de canonizar el mes pasado. Vivió al servicio de los pobres con gran celo misionero, constituyendo así un ejemplo para vuestra comunidad diocesana comprometida en un gran esfuerzo misionero.

Pienso con íntima emoción en mi visita a Turín y en los momentos que pasé ante la Sábana santa, que en este Año santo ha sido expuesta de nuevo a la devoción de los fieles. En este misterioso espejo del Evangelio cada uno puede descubrir el sentido de su sufrimiento como participación en el de Cristo, fuente de salvación para la humanidad entera. Además, en este encuentro no puedo por menos de pensar en las comunidades de vuestra diócesis, afectadas por las recientes inundaciones. Renuevo a las poblaciones de vuestra región y del cercano Valle de Aosta, duramente probadas, mi especial cercanía y mi constante recuerdo en la oración, deseando que lo más pronto posible todos puedan reanudar una vida familiar y social normal.

4. Y ahora os saludo a vosotros, queridos fieles de la archidiócesis de Trento, acompañados por mons. Luigi Bressan, vuestro pastor. Le agradezco cordialmente la devotas palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Celebráis este año el XVI centenario de la muerte del patrono de vuestra diócesis, san Vigilio, gran evangelizador de vuestras tierras. Conservad siempre celosamente el don de la fe que habéis recibido desde hace muchos siglos: se trata de una valiosa herencia que estáis llamados a transmitir fielmente. A ella acudid constantemente, dado que los manantiales evangélicos son fuente segura de renovación humana y religiosa.

Abrid vuestro corazón a Cristo, camino, verdad y vida. Hoy, como ayer, él interpela las conciencias y pide a cada uno que deje espacio en su alma a su palabra. Acogedla como la acogieron vuestros padres y caminad con entusiasmo por la senda de la solidaridad y del amor. En efecto, la fe vivida de forma integral exige una práctica cristiana coherente en los diversos ámbitos donde se desarrolla la historia humana. Conscientes de la fecunda tradición trentina de la solidaridad y del voluntariado, reavivad el compromiso en las diversas obras y actividades de promoción humana. Así, todas vuestras comunidades serán escuela donde los fieles se formarán en la fe y en el amor concreto y operante.

368 5. Asimismo, dirijo un cordial saludo al grupo de peregrinos vinculados al santuario de la Santísima Trinidad de Vallepietra. Proceden de varias diócesis y vienen acompañados de mons. Francesco Lambiasi, obispo de Anagni-Allatri, a quien agradezco sus amables palabras. Amadísimos hermanos, fieles al espíritu del jubileo, sed oyentes atentos y solícitos de la palabra de Dios, creciendo en la fidelidad a Cristo y a su mensaje de salvación. Así estaréis a la altura de la misión que se os ha confiado con el bautismo.

Saludo a los participantes en el Congreso internacional organizado por el Consejo pontificio para la pastoral de los emigrantes e itinerantes juntamente con las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús, sobre el tema de la actualidad del mensaje de la madre Cabrini en relación con la emigración. Amadísimos hermanos, también hoy multitudes inmensas de personas y familias dejan sus tierras para buscar en otras partes condiciones de vida más seguras y dignas. A estos emigrantes dedicáis en estos días vuestra atención. El testimonio y el mensaje de la madre Francisca Cabrini, apóstol audaz y generosa de los emigrantes, iluminen siempre todas vuestras actividades y proyectos en favor de los emigrantes, guiándoos a entablar con ellos un diálogo sincero y respetuoso de la dignidad de la persona.

6. Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, especialmente al grupo de la empresa "Omnilife", que viene acompañado por el cardenal Juan Sandoval Íñiguez, arzobispo de Guadalajara (México). Que vuestra peregrinación sea un verdadero camino interior. Un tiempo propicio de conversión para acoger en vuestros corazones, de un modo nuevo, a Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, que nos revela el rostro misericordioso del Padre. Y que su Espíritu habite y permanezca siempre en vosotros. En este Año santo os invito a transmitir la alegría de vuestra peregrinación jubilar a vuestras familias y comunidades parroquiales.

Doy una cordial bienvenida a los visitantes de lengua inglesa, y especialmente a la peregrinación jubilar de la diócesis de Venice, en Florida. Ojalá que el paso por la Puerta santa os impulse a una profunda renovación espiritual y a ahondar más en el misterio de gracia que el Señor ha encomendado a su Iglesia. Sobre vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz de nuestro Señor Jesucristo.

Saludo cordialmente al "Jodelclub" de Riederalp (Suiza). Que vuestra música y vuestro canto alegren a muchas personas. Saludo también a los grupos neocatecumenales de Berlín, Hamburgo y Munich. Habéis venido a la tumba de san Pedro para reforzar las raíces apostólicas de vuestra fe. Que el paso a través de la Puerta santa os dé la fuerza para ser testigos de la fe en vuestra patria al comenzar el nuevo siglo. A todos os imparto la bendición apostólica.

7. Por último, dirijo un afectuoso saludo a las comunidades parroquiales, a las asociaciones y a los demás grupos de peregrinos, en particular a la Confederación de italianos en el mundo, y a los niños cantores de Torrespacata. A todos deseo de corazón que vuelvan a sus casas renovados por esta experiencia jubilar y fortalecidos en su deseo de seguir el Evangelio y testimoniarlo con valentía.

Invocando la protección de María, Madre de Jesús y Madre nuestra, a cada uno imparto de corazón una bendición apostólica especial.





JUBILEO DEL MUNDO AGRÍCOLA



DURANTE EL ENCUENTRO CON LOS AGRICULTORES


Sábado 11 de noviembre de 2000

Ilustres señores;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra poder encontrarme con vosotros, con ocasión del jubileo del mundo agrícola, en este momento de "fiesta" y, al mismo tiempo, de reflexión sobre el estado actual de este importante sector de la vida y de la economía, y sobre sus perspectivas éticas y sociales.

369 Agradezco al señor cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado, las amables palabras que me ha dirigido, interpretando los sentimientos y las expectativas que animan a todos los presentes. Saludo con deferencia a las ilustres personalidades, también a las de diversa inspiración religiosa, que en representación de varias organizaciones están presentes aquí esta tarde para brindarnos la contribución de su testimonio.

2. El jubileo de los trabajadores de la tierra coincide con la tradicional "Jornada de acción de gracias", organizada en Italia por la benemérita Confederación de cultivadores directos, a la que saludo muy cordialmente. Esta "Jornada" es un fuerte llamamiento a los valores perennes que conserva el mundo agrícola y, entre estos, sobre todo a su notable sentido religioso. Dar gracias es alabar a Dios, que creó la tierra y cuanto ella produce, a Dios que se complació en ella como algo "muy bueno" (
Gn 1,12), y la confió al hombre para que la administrara de modo sabio y activo.

Amadísimos hombres del mundo agrícola, a vosotros se os ha confiado la tarea de hacer fructificar la tierra. Es una tarea muy importante, cuya urgencia resulta cada vez más evidente. La ciencia económica suele llamar "sector primario" a vuestro ámbito de trabajo. En el escenario de la economía mundial, en relación con los demás sectores, su espacio se presenta muy diferenciado, según los continentes y las naciones. Pero cualquiera que sea su peso en términos económicos, basta el sentido común para poner de relieve su "primado" real con respecto a las exigencias vitales del hombre. Cuando este sector es subestimado o descuidado, las consecuencias para la vida, la salud y el equilibrio ecológico son siempre graves y, en general, difícilmente remediables, al menos a corto plazo.

3. La Iglesia ha tenido siempre, una consideración especial por este ámbito de trabajo, que también se ha expresado en importantes documentos magisteriales. A este propósito, no podemos olvidar la encíclica Mater et magistra del beato Juan XXIII. Él puso oportunamente, por decirlo así, "el dedo en la llaga", denunciando los problemas que, por desgracia, ya en aquellos años hacían de la agricultura un "sector deprimido", tanto por lo que toca "al índice de productividad del trabajo" como por lo que respecta "al nivel de vida de las poblaciones rurales" (n. 124).

Ciertamente, no se puede decir que los problemas se hayan solucionado en el arco de tiempo que va de la Mater et magistra a nuestros días. Más bien, hay que constatar que se han añadido otros, en el marco de las nuevas problemáticas que derivan de la globalización de la economía y de la agudización de la "cuestión ecológica".

4. Obviamente, la Iglesia no tiene soluciones "técnicas" para proponer. Su contribución consiste en el testimonio evangélico, y se expresa a través de la propuesta de los valores espirituales que dan sentido a la vida y orientan las opciones concretas también en el ámbito de la economía y del trabajo.

El primer valor en juego cuando se considera la tierra y las personas que la trabajan es, sin duda alguna, el principio que atribuye la tierra a su Creador: ¡La tierra es de Dios! Por tanto, se la ha de tratar según su ley. Si, con respecto a los recursos naturales, se ha consolidado, especialmente por el impulso de la industrialización, una cultura irresponsable del "dominio" con consecuencias ecológicas devastadoras, no responde ciertamente al designio de Dios. "Henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves de los cielos" (Gn 1,28). Con estas conocidas palabras del Génesis Dios entrega la tierra al hombre para que la use, no para que abuse de ella. Según ellas, el hombre no es el árbitro absoluto del gobierno de la tierra, sino el "colaborador" del Creador: misión estupenda, pero también marcada por confines precisos, que no pueden superarse impunemente.

Es un principio que hay que recordar en la misma producción, cuando se trata de promoverla con la aplicación de biotecnologías, que no pueden evaluarse exclusivamente según intereses económicos inmediatos. Es necesario someterlas previamente a un riguroso control científico y ético, para evitar que desemboquen en desastres para la salud del hombre y el futuro de la tierra.

5. La pertenencia constitutiva de la tierra a Dios funda también el principio, tan destacado en la doctrina social de la Iglesia, del destino universal de los bienes de la tierra (cf. Centesimus annus ). Lo que Dios dio al hombre, se lo dio con corazón de Padre, que cuida de sus hijos, sin excluir a nadie. Así pues, la tierra de Dios es también la tierra del hombre, y de todos los hombres. Ciertamente, esto no implica la ilegitimidad del derecho de propiedad, pero exige una concepción, y una consiguiente regulación, que salvaguarden y promuevan su intrínseca "función social" (cf. Mater et magistra MM 106 Populorum progressio, 23).

Todo hombre y todo pueblo tienen derecho a vivir de los frutos de la tierra. Es un escándalo intolerable, al comienzo del nuevo milenio, que muchísimas personas pasen aún hambre y vivan en condiciones indignas del hombre. Ya no podemos limitarnos a reflexiones académicas: es preciso eliminar esta vergüenza de la humanidad con adecuadas opciones políticas y económicas de alcance planetario. Como escribí en el Mensaje al director general de la Organización de las Naciones Unidas para la agricultura y la alimentación (FAO) con ocasión de la Jornada mundial de la alimentación, hay que "extirpar de raíz las causas del hambre y de la desnutrición" (Mensaje del 4 de octubre de 2000: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 27 de octubre de 2000, p. 7). Como es sabido, son muchas las causas de esta situación. Entre las más absurdas figuran los frecuentes conflictos internos de los Estados, a menudo verdaderas guerras entre pobres. Existe asimismo la gravosa herencia de una distribución de la riqueza con frecuencia injusta, dentro de cada nación y a nivel mundial.

6. Se trata de un aspecto al que precisamente la celebración del jubileo nos pide prestar especial atención. En efecto, la institución originaria del jubileo, en su designio bíblico, estaba orientada a restablecer la igualdad entre los hijos de Israel, también a través de la restitución de los bienes, para que los más pobres pudieran levantarse, y todos pudieran experimentar, incluso en el ámbito de una vida digna, la alegría de pertenecer al único pueblo de Dios.

370 Nuestro jubileo, en el bimilenario del nacimiento de Cristo, no puede por menos de manifestar este signo de fraternidad universal. Constituye un mensaje dirigido no sólo a los creyentes, sino también a todos los hombres de buena voluntad, para que, en las opciones económicas, se decidan a abandonar la lógica del mero interés, y conjuguen los beneficios legítimos con el valor y la práctica de la solidaridad. Como he dicho en otras ocasiones, es necesaria una globalización de la solidaridad, que supone a su vez una "cultura de la solidaridad", que debe florecer en el corazón de cada uno.

7. Por consiguiente, al mismo tiempo que seguimos solicitando a los poderes públicos, a las grandes fuerzas económicas y a las instituciones más influyentes a que actúen en esa dirección, debemos estar convencidos de que todos debemos llevar a cabo una "conversión" personal.
Hemos de comenzar desde nosotros mismos. Por eso, en la encíclica Centesimus annus, además de los temas relativos a la problemática ecológica, señalé la urgencia de una "ecología humana". Con este concepto se quiere recordar que "no sólo la tierra ha sido dada por Dios al hombre, el cual debe usarla respetando la intención originaria de que es un bien, según la cual le ha sido dada; incluso el hombre es para sí mismo un don de Dios y, por tanto, debe respetar la estructura natural y moral de la que ha sido dotado" (n. 38). Si el hombre pierde el sentido de la vida y la seguridad de sus orientaciones morales, extraviándose en la niebla del indiferentismo, ninguna política será capaz de salvaguardar conjuntamente las razones de la naturaleza y las de la sociedad. En efecto, es el hombre quien puede construir y destruir, respetar y despreciar, compartir o rechazar. También los grandes problemas planteados por el sector agrícola, que os incumbe directamente, han de afrontarse no sólo como problemas "técnicos" o "políticos", sino antes aún como "problemas morales".

8. Por tanto, cuantos actúan con el nombre de cristianos tienen la responsabilidad ineludible de dar también en este ámbito un testimonio creíble. Por desgracia, en los países del mundo que se suele definir "desarrollado" se va extendiendo un consumismo irracional, una especie de "cultura del derroche", que se ha convertido en un estilo generalizado de vida. Hay que contrastar esta tendencia. Educar para un uso de los bienes que no olvide jamás ni los límites de los recursos disponibles ni la condición de penuria de tantos seres humanos, y que, por consiguiente, forje el estilo de vida según el deber de la comunión fraterna, es un verdadero desafío pedagógico y una opción de gran clarividencia. El mundo de los trabajadores de la tierra, con su tradición de sobriedad, con su patrimonio de sabiduría acumulado incluso con grandes sufrimientos, puede dar aquí una contribución incomparable.

9. Por tanto, os agradezco sinceramente este testimonio "jubilar", que atrae la atención de toda la comunidad cristiana y de la sociedad entera hacia los grandes valores de que es depositario el mundo agrícola. Caminad en la línea de vuestra mejor tradición, abriéndoos a todos los avances significativos de la era tecnológica, pero conservando celosamente los valores perennes que os distinguen. Este es el camino para dar también al mundo agrícola un futuro de esperanza. Una esperanza fundada en la obra de Dios, que el salmista canta así: "Tú cuidas de la tierra, la riegas y la enriqueces sin medida" (
Ps 65,10).

Invocando esta solicitud de Dios, fuente de prosperidad y paz para las innumerables familias que trabajan en el mundo rural. Quiero impartir a todos la bendición apostólica como conclusión de este encuentro.






Discursos 2000 363