Discursos 2000 377

377 4. Os saludo ahora a vosotros, queridos peregrinos de Civitavecchia, que aquí representáis la unidad de vuestra diócesis, congregada en torno a su obispo, monseñor Girolamo Grillo, a quien doy las gracias por sus afectuosas palabras de saludo. Amadísimos fieles, vivid el compromiso que implica la nueva vida recibida en el bautismo. Sabéis que Cristo alimenta esta vida nueva sobre todo con el don de su Cuerpo y de su Sangre en el banquete divino, al que os llama para ser "un solo cuerpo" (1 Co 10, 17).

Con la Eucaristía os alimenta y fortalece, para que podáis cumplir siempre generosamente la voluntad del Padre. Dejaos guiar por la gracia del Espíritu Santo, fuente de comunión; caminad con alegría y disponibilidad por los senderos de la conversión personal y de la renovación de vuestras comunidades.

5. Os dirijo ahora unas palabras cordiales a vosotros, amadísimos fieles de Sabina-Poggio Mirteto, presentes aquí con vuestro pastor, monseñor Lino Fumagalli, a quien agradezco los sentimientos que ha expresado también en vuestro nombre. Saludo asimismo al señor cardenal Lucas Moreira Neves, titular de la diócesis sabina; y a monseñor Marco Caliaro, obispo emérito. Queridos hermanos, habéis elegido la peregrinación ad Petri sedem para subrayar vuestro compromiso de adhesión constante al Evangelio. Las sólidas tradiciones de una fe fuerte y bien arraigada en el corazón distinguen a vuestra comunidad. Lo testimonian, de entre otros, los frecuentados santuarios marianos de Ponticelli y Monterotondo, y vuestra misma catedral, consagrada a la Virgen de la Alabanza. Os invito a encomendar a María todos vuestros proyectos pastorales.

Os exhorto también a considerar las enseñanzas de vuestros padres en la fe como una herencia que hay que conservar e incrementar, para que, guiados por la aportación de una antigua sabiduría, sepáis dialogar con todas las fuerzas sanas de vuestro territorio. Que la oración, especialmente la litúrgica, sostenga vuestros esfuerzos para que se extienda cada vez más el reino de Cristo.

6. Saludo también con afecto al grupo de la asociación "Comunidad Domenico Tardini", guiado por el cardenal Achille Silvestrini y por monseñor Claudio Celli. El espíritu sacerdotal de monseñor Domenico Tardini proyectó "Villa Nazaret" para que florezcan los dones del intelecto y del corazón que Dios dio a numerosos jóvenes, a fin de valorarlos como vocaciones de "apóstol" al servicio de la Iglesia y en beneficio de los hermanos.

Las generaciones de jóvenes han crecido, y gracias al ejemplo y a la enseñanza del gran cardenal, así como gracias a su experiencia de vida, nació la Asociación con el objetivo de hacer que en sus miembros maduren un encuentro personal con Cristo, el respeto a la dignidad de todo ser humano, el compromiso en favor de la libertad y un servicio mediante la cultura.

Al cruzar hoy la Puerta santa, habéis escuchado y acogido la voz del Señor Jesús que proclama la misericordia del Padre y os ayuda a cada uno a descubrir el significado de gratuidad de sus talentos, para que os comprometáis a responder a las expectativas de que el reino de Dios se realice entre los hombres.

Podréis hacerlo cultivando una conciencia eclesial en el ejercicio de la diaconía de la cultura, que os haga participar en la misión confiada a la Iglesia, desarrollando vuestros carismas de hombres y mujeres que sienten nacer del amor de Cristo el deseo exigente de acompañar los caminos de crecimiento y maduración de los jóvenes en la fe.

7. Saludo cordialmente a los miembros de la Orden de San Mauricio y San Lázaro, que participan en esta audiencia, acompañados por monseñor Joseph Sardou, arzobispo emérito de Mónaco. Les deseo una feliz peregrinación jubilar y les imparto de todo corazón la bendición apostólica.
Dirijo ahora un saludo especial a los fieles húngaros, a los grupos de las parroquias San Gerardo y Santa Teresa de Lisieux, de Budapest. Os imparto de corazón a todos vosotros, y a vuestras familias, la bendición apostólica. ¡Alabado sea Jesucristo!

8. Por último, saludo en particular a los fieles provenientes de diversas parroquias italianas; a los grupos de peregrinos de diferentes localidades; a la comunidad de los Frailes Menores Conventuales del sacro convento de Asís; a los participantes en el campeonato europeo automovilístico "Terminillo"; a los voluntarios del Cuerpo nacional de socorro alpino y espeleológico; al club "Swarowski", de Palestrina y Merate.

378 Amadísimos hermanos y hermanas, que esta peregrinación a las tumbas de los Apóstoles os confirme en la fe; os ayude a volver a vuestros hogares fortalecidos en vuestra decisión de servir a Cristo y a vuestros hermanos; y os permita ser misioneros más entusiastas del Verbo de la vida, que colma de esperanza el corazón de todo hombre.

Que os sostenga la intercesión de la Madre del Señor y os acompañe la bendición que, de todo corazón, os imparto a vosotros, a vuestras comunidades, a vuestras familias y a vuestros seres queridos.





ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II


A UNA PEREGRINACIÓN DE LA IGLESIA SIRO-MALANKAR


Lunes 20 de noviembre de 2000

Querido arzobispo Baselios;
queridos peregrinos de la Iglesia siro-malankar;
queridos profesores y alumnos del Pontificio Instituto San Juan Damasceno:

1. Habéis venido a Roma desde la India y desde diversos lugares para celebrar el gran jubileo del año 2000 y vuestra oración junto a las tumbas de los Apóstoles san Pedro y san Pablo es un signo luminoso de nuestra profunda comunión en Cristo.

Hace setenta años, el arzobispo metropolitano Mar Ivanios, el obispo Mar Theophilos y sus compañeros entraron en comunión plena con la Sede de Pedro, porque estaban profundamente convencidos de la verdad de las palabras escritas bajo la cúpula de la basílica vaticana: Hinc una fides mundo refulget, "Desde aquí la única fe brilla sobre el mundo". Comprendieron que "la Iglesia es una sola. La Iglesia de Cristo de Oriente y de Occidente" (Orientale lumen, 20). Sabían que, al entrar en la comunión de la Iglesia católica, "de ninguna manera deseaban renegar de la fidelidad a su tradición" (ib., 21). Desde entonces, Dios ha bendecido abundantemente a la Iglesia siro-malankar en su obra de promoción de la unidad cristiana.

Ahora que coronáis vuestras celebraciones jubilares ofreciendo la santa Qurbana, os pido que invoquéis el amor de Dios sobre los cristianos de las Iglesias orientales, para que nos conceda descubrir, de un modo nuevo y más profundo, que en realidad "caminábamos juntos hacia el único Señor y, por tanto, los unos hacia los otros" (ib., 28). Orad también a fin de que este redescubrimiento entre los cristianos de Oriente sea una bendición para toda la Iglesia en el alba del tercer milenio.

2. Me alegra especialmente dar la bienvenida al rector, a los profesores y a los sacerdotes alumnos del Instituto pontificio San Juan Damasceno en este año en que, con ocasión de la fiesta de vuestro patrono celestial, celebráis el 60° aniversario de la fundación de vuestro instituto, creado por el Papa Pío XII. Demos juntos gracias hoy a Dios por los numerosos dones que ha derramado durante estos años.

Vuestros sacerdotes residentes en el Instituto proceden de las Iglesias siro-malankar y siro-malabar y, por tanto, todos sois hijos de santo Tomás apóstol, a cuya obra misionera debéis vuestra fe cristiana. Con razón os sentís orgullosos no sólo de la rica herencia de vuestras Iglesias, sino también de su fervor apostólico, su energía pastoral y sus numerosas vocaciones. Esta es la vitalidad cristiana que traéis a Roma, y la Iglesia de Roma, por su parte, os ofrece sus dones. Aquí podéis llegar a profundizar más el sentido de la misión especial del Sucesor del apóstol san Pedro, el primer servidor de la unidad de todos los fieles de Cristo. Aquí podéis aprender mejor lo que significa pertenecer a la Iglesia universal, y experimentar más la alegría y la gratitud que esto suscita en los corazones cristianos.

379 Queridos hermanos en el episcopado, queridos amigos en Cristo, que durante vuestras celebraciones jubilares resuenen profundamente en cada uno de vosotros estas palabras del Salmista: "Ved qué dulzura, qué delicia convivir los hermanos unidos" (Ps 132,1). Y que la santísima Madre de Dios, por quien la luz resplandeció en la tierra, os guíe y os ampare durante vuestra peregrinación. Como prenda de gracia y de paz en su Hijo divino, nuestro Señor Jesucristo, os imparto cordialmente mi bendición apostólica.





AUDIENCIA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A UNA PEREGRINACIÓN DEL PATRIARCADO


DE ANTIOQUÍA DE LOS SIRIOS


Jueves 23 de noviembre de 2000



Beatitud;
queridos hermanos en el episcopado y el sacerdocio;
queridos peregrinos:

1. Me alegra acogeros y daros la bienvenida. Saludo ante todo a Su Beatitud Ignace Moussa I, patriarca de Antioquía de los sirios, a los obispos, a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, así como a todos los fieles que los acompañan.

Desde los orígenes del cristianismo, los apóstoles san Pedro y san Pablo estuvieron íntimamente unidos a Antioquía. Por otra parte, "en Antioquía fue donde, por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de cristianos" (Ac 11,26). ¡Cómo no recordar a san Ignacio, obispo de Antioquía, que sufrió el martirio en Roma y que, en su Carta a los Romanos, afirmó que la Iglesia de Roma presidía en la caridad! Se preocupó también de la unidad de la Iglesia, invitando a los fieles a formar un solo corazón y un solo cuerpo en torno a Cristo (cf. Carta a los Magnesios, I, VI-VII; Carta a los Efesios, IV). Me alegra, pues, acogeros mientras realizáis vuestra peregrinación jubilar.

2. La Iglesia de Antioquía venera de manera especial a su santo obispo Ignacio; por eso, todos los patriarcas llevan este nombre como primer título patriarcal, manifestando así la misma adhesión a la Sede de Pedro y deseando seguir el ejemplo de su ilustre predecesor.

Una peregrinación jubilar es una ocasión para fortalecer el amor a Cristo, el único Salvador, y a la Iglesia. Por tanto, os invito a obtener de los sacramentos, sobre todo de la penitencia y de la divina liturgia, "cumbre y fuente" de la vida cristiana (cf. Sacrosanctum Concilium ), la fuerza espiritual para ser siempre fieles a la enseñanza de los Apóstoles y para seguir siendo testigos de la buena nueva, mediante vuestra palabra y vuestra vida diaria conforme a Cristo. En efecto, cuando recibimos su Cuerpo, el Señor nos hace participar en la intimidad de la relación trinitaria, para que vivamos del amor que nos comunica gracias a la fuerza del Espíritu Santo.

Os encomiendo a la intercesión de la Madre de Dios, la Theotókos, a fin de que, como ella, seáis siempre dóciles a la palabra del Señor y os pongáis sin cesar en camino para servir a vuestros hermanos, puesto que servir a Dios y servir a los hombres es el único servicio de la caridad.
Cuando volváis a vuestros hogares, decid a los hermanos cristianos de vuestras diócesis que los acompaño con mi oración y los animo, sabiendo que a veces tienen que soportar duras pruebas. Que la esperanza de Cristo habite en el corazón de cada uno. Os imparto a todos una afectuosa bendición apostólica.





AUDIENCIA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS ASAMBLEÍSTAS DE LA UNIÓN INTERNACIONAL


DE JURISTAS CATÓLICOS


380

Viernes 24 de noviembre de 2000


Señor presidente; queridos amigos:

1. Me alegra acogeros, miembros de la Unión internacional de juristas católicos, que celebráis vuestro jubileo y os habéis reunido para vuestra asamblea plenaria; doy las gracias a vuestro presidente, profesor Joël-Benoît d'Onorio.

Me complace que la Unión internacional de juristas católicos ponga en contacto a juristas católicos de todo el mundo, vinculados a realidades no sólo políticas sino también tradicionales e históricas muy diversas; responde así a su vocación profunda y recuerda el carácter universal del derecho. No por casualidad vuestra revista lleva el título significativo de Juristas del mundo entero. Sin embargo, el carácter católico no es un signo de separación y aislamiento, sino más bien un signo de apertura y una manifestación del servicio que los juristas quieren prestar a toda la comunidad humana.

2. Con todo, es necesario reconocer que sobre el derecho se cierne el peligro del particularismo. El particularismo actúa legítimamente para salvaguardar el genio específico de cada pueblo y de cada cultura; pero, muy a menudo, cuando pierde de vista la unidad esencial del género humano, no sólo causa separaciones sino también situaciones injustificadas de fractura y conflicto.
Ciertamente, el enfoque mismo del estudio y de la teoría del derecho puede diferenciarse legítimamente, aunque la gran tradición científica del derecho romano, que la Iglesia católica ha apreciado mucho a lo largo de su historia, ha dejado una impronta ante la cual ningún jurista, independientemente de la escuela a la que pertenezca, puede permanecer indiferente. Pero por encima de cualquier distinción entre los sistemas, las escuelas y las tradiciones jurídicas, se impone un principio de unidad. El derecho nace de una profunda exigencia humana, que está presente en todos los hombres y que no puede resultar ajena o marginal a ninguno de ellos: se trata de la exigencia de justicia, que es la realización de un orden equilibrado de las relaciones interpersonales y sociales, aptas para garantizar que cada uno reciba lo que le corresponde y nadie sea privado de lo que le pertenece.

3. El antiguo y siempre inigualado principio de justicia "unicuique suum" supone, en primer lugar, que todo hombre tiene lo que le corresponde como propio y a lo cual no puede renunciar: reconocer el bien de cada uno y promoverlo constituye un deber específico de todo hombre. El orden de la justicia no es un orden estático, sino dinámico, precisamente porque la vida de las personas y de las comunidades es dinámica; como decía san Buenaventura, no se trata de un ordo factus, sino de un ordo factivus, que exige el ejercicio continuo y apasionado de la sabiduría, que los latinos llamaban iurisprudentia, sabiduría que puede poner en acción todas las energías de la persona y cuyo ejercicio constituye una de las prácticas virtuosas más elevadas del hombre. La posibilidad de dar lo debido no sólo al familiar, al amigo, al compatriota y al correligionario, sino también a todo ser humano, simplemente porque es una persona, simplemente porque lo exige la justicia, honra al derecho y a los juristas. Si existe una manifestación de la unidad del género humano y de la igualdad entre todos los seres humanos, es precisamente la del derecho, que no puede excluir a nadie de su horizonte, pues de lo contrario alteraría su identidad específica.

En esta perspectiva, los esfuerzos de la comunidad internacional desde hace algunos decenios para proclamar, defender y promover los derechos humanos fundamentales son el mejor modo para que el derecho realice su vocación profunda. Por eso, los juristas deben ser siempre los primeros en comprometerse en la defensa de los derechos del hombre, dado que a través de ellos se defiende la identidad misma de la persona humana.

4. Nuestro mundo necesita hombres y mujeres que, con valentía, se opongan públicamente a las innumerables violaciones de los derechos, que desgraciadamente siguen constituyendo un desprecio hacia las personas y hacia la humanidad. Por su parte, los juristas están llamados -esta es una de las tareas de la Unión internacional de juristas católicos- a denunciar todas las situaciones en las que se menoscaba la dignidad de la persona o en las que, aunque en apariencia se busque su defensa, en realidad se la ofende gravemente. Con mucha frecuencia hoy no se reconoce a la libertad de pensamiento y a la libertad de religión el estatuto jurídico de derechos fundamentales que les corresponde; en numerosas partes del mundo, incluso a nuestras puertas, se violan de manera injustificable los derechos de las mujeres y de los niños. Existen cada vez más casos en los que el legislador y el magistrado pierden la conciencia del valor jurídico y social específico de la familia, y en los que se muestran dispuestos a poner en el mismo plano legal otras formas de vida en común, que crean mucha confusión en el campo de las relaciones conyugales, familiares y sociales, negando en cierto modo el valor del compromiso específico de un hombre y de una mujer, y el valor social en el que se funda ese compromiso. Muchos de nuestros contemporáneos no respetan el derecho a la vida, derecho primordial y absoluto que no depende del derecho positivo sino del derecho natural y de la dignidad de todo hombre, o lo subestiman como si se tratara de un derecho disponible y no esencial; basta pensar en el reconocimiento jurídico del aborto, que elimina a un ser humano frágil durante su vida prenatal en nombre de la autonomía de decisión del más fuerte sobre el más débil; y en la insistencia con la que algunos hoy tratan de promover el reconocimiento de un supuesto derecho a la eutanasia, un derecho de vida y de muerte, para sí mismos o para los demás. Existen también casos en los que el magistrado y el legislador toman decisiones independientemente de cualquier valor moral, como si el derecho positivo pudiera tener en sí mismo su propio fundamento y hacer abstracción de los valores trascendentes. Un derecho que se aparte de los fundamentos antropológicos y morales entraña numerosos peligros, dado que somete las decisiones al puro arbitrio de las personas que las adoptan, sin tener en cuenta la dignidad insigne de los demás.

Para el mundo jurídico es importante proseguir una línea hermenéutica y recordar constantemente los fundamentos del derecho a la memoria y a la conciencia de todos, legisladores, magistrados y simples ciudadanos, ya que no está únicamente en juego el bien de una persona o de una comunidad humana determinadas, sino el bien común, que supera la suma de los bienes particulares.

5. Así pues, el campo de acción de los juristas es vasto y, al mismo tiempo, está sembrado de asechanzas. Por su parte, los juristas católicos no son depositarios de una forma particular de saber: su identidad católica y la fe que los anima no les proporcionan conocimientos específicos, de los que estarían excluidos quienes no son católicos. Lo que poseen los juristas católicos y quienes comparten la misma fe es la conciencia de que su trabajo apasionado en favor de la justicia, de la equidad y del bien común se inscribe en el proyecto de Dios, que invita a todos los hombres a reconocerse como hermanos, como hijos de un Padre único y misericordioso, y que da a los hombres la misión de defender a toda persona, en particular a las más débiles, y de construir la sociedad terrena en conformidad con las exigencias evangélicas. Ciertamente, el establecimiento de la fraternidad universal no podrá conseguirse sólo con los esfuerzos de los juristas; pero su contribución a la realización de esa tarea es específica e indispensable. Forma parte de su responsabilidad y de su misión.

381 Con este espíritu de servicio a vuestros hermanos realizáis vuestra peregrinación jubilar. Que el Espíritu Santo os asista en vuestra tarea. Os encomiendo a la intercesión de la Virgen María y de san Isidoro de Sevilla, que fue un eminente jurista, y os imparto de todo corazón la bendición apostólica, que extiendo a vuestras familias y a todos los miembros de vuestra unión internacional.






A DIVERSOS GRUPOS DE PEREGRINOS JUBILARES


Sábado 25 de noviembre de 2000



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Os saludo con afecto a todos vosotros, que habéis venido para vuestra celebración jubilar ante la tumba de san Pedro, en la víspera de la solemnidad de Jesucristo, Rey del universo. Según las imágenes del Apocalipsis, Cristo es "el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin" (Ap 22,13). Como verdadero "Rey del universo", lo gobierna y renueva todo, para poder "entregar" al final el mundo al Padre, "para que Dios sea todo en todos" (1Co 15,28). Queridos hermanos, venís hoy a encomendarle a él nuevamente vuestra vida. Procurad que su realeza se manifieste en vuestro esfuerzo por vivir las realidades del mundo transfigurándolas con el amor y la alabanza a Dios.

Saludo cordialmente ahora al cardenal vicario Camillo Ruini, que ha celebrado la eucaristía, y le agradezco las palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Saludo, asimismo, a los obispos y a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas presentes.

2. Os saludo también a los que realizáis la peregrinación de los empleados de varios organismos constitucionales de la República italiana: la presidencia de la República y la del Consejo de ministros, el Senado de la República, la Cámara de diputados y el Tribunal de cuentas. Os saludo a todos cordialmente. Hace poco, en el jubileo de los gobernantes, los parlamentarios y los políticos, exalté la nobleza de la política, reafirmando la exigencia de vivirla con una dimensión espiritual, marcada por la competencia y la moralidad. Me alegra dirigirme hoy a vosotros, que colaboráis en la obra de los políticos y los gobernantes. Con vuestro servicio estable en el seno de las instituciones, estáis llamados a garantizarles continuidad, talante profesional y elevación moral.

3. En realidad, vuestro trabajo supera los confines de vuestras oficinas, contribuyendo al funcionamiento global de un aparato institucional que es de suma importancia para el bien común. A esto tiende, ante todo, el servicio prestado a la unidad de la nación por la presidencia de la República y el de gobierno ejercido por la presidencia del Consejo de ministros. De igual importancia es el papel del Senado de la República y de la Cámara de diputados en la realización de la función legislativa, así como el papel de garantía que desempeña el Tribunal constitucional con vistas a la conformidad de las leyes con la charta magna de la República, y el de control sobre la gestión de las finanzas públicas que lleva a cabo el Tribunal de cuentas.

Al trabajar en sectores tan prestigiosos, en cierto modo sois personas privilegiadas. Sin embargo, es fácil intuir que en vuestro ámbito profesional tampoco faltan las dificultades y los desafíos. En el vuestro, como en cualquier otro sector humano, la realidad diaria está siempre lejos del ideal, y a veces quizá también vosotros, llevados por la desconfianza, sentís la tentación de abandonaros a la rutina. ¡No cedáis a esta tentación! Realizad siempre con esmero incluso el trabajo más burocrático. Mirad siempre a las personas, sus problemas y sus sufrimientos, aunque debáis ocuparos de ellas sólo mediante documentos o cifras, artículos de códigos y áridos reglamentos. Haced de vuestro trabajo un espacio de verdadera humanidad y una ocasión de perfeccionamiento moral. Un discípulo de Cristo jamás ha de acomodarse en la mediocridad: todo trabajo puede ser camino de santidad.

4. Entre las virtudes que deben brillar en vosotros figura sin duda la lealtad a las instituciones, a las que estáis llamados a servir teniendo muy en cuenta el primado de Dios: "Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios" (Mc 12,17).

Este luminoso principio evangélico ha orientado a la Iglesia desde sus orígenes, impulsándola a mostrar gran respeto por las instituciones civiles. En ellas, y en los hombres que asumen su responsabilidad, se ha de ver un signo de la presencia de Dios, que guía los acontecimientos de la historia. "Omnis potestas a Deo" (Rm 13,1): todo poder viene de Dios. En esto se basa el deber de acatamiento a las leyes y a quienes ejercen la autoridad.

Sin embargo, todo se debe someter a la soberanía de Dios, hasta el punto de que en ningún caso puede llegar a ser obligatorio lo que se opone a su ley. El cristiano debe ser firme testigo de este principio, yendo, cuando sea necesario, "contra corriente". En ese caso encontrará apoyo en la fuerza de la oración. Como la primera comunidad de Roma, a comienzos del siglo II, los creyentes invocan la ayuda divina para cuantos están investidos de responsabilidades públicas, a fin de que el Señor dirija sus decisiones según lo que es bueno y agradable a sus ojos (cf. Primera Carta de san Clemente a los Corintios, LXI, 1).

382 5. Os saludo ahora a vosotros, queridos trabajadores del sector del transporte, empleados de la Empresa de tranvías y autobuses del ayuntamiento de Roma (ATAC) y de otras empresas del Lacio y de toda Italia. Vuestra realidad es vasta, con una extensa red de servicios que os comprometen a diario en favor de los ciudadanos. Además, en este año del gran jubileo merecéis particularmente nuestra gratitud por la acogida prestada a los numerosos peregrinos: os lo agradezco de corazón.

El transporte público, en las actuales condiciones de intercambios más intensos de personas y de tráfico a menudo caótico, está destinado a desempeñar un papel de creciente importancia. Desde el punto de vista ecológico y humano, existe una difundida exigencia de asegurar un mejor nivel de vida a nuestras ciudades. Es necesario evitar que nuestros paisajes se vean alterados o contaminados ulteriormente, y salvaguardar la dimensión humana de las ciudades. ¿Y no depende todo esto del modo como se organiza el transporte? Por lo demás, no hace falta demostrar la importancia que tiene esto para Roma, por su doble papel de capital de Italia y de centro de la cristiandad.

En efecto, tanto los peregrinos como los turistas, que vienen desde lejos, antes de sumergirse en la historia de Roma, en su arte y en su significado religioso, por lo general se encuentran con vosotros. Vuestra disponibilidad, cordialidad y eficiencia es como una tarjeta de presentación de la "ciudad eterna".

Ciertamente, es fácil imaginar las dificultades que hacen pesado vuestro servicio. A pesar de todo, esforzaos por prestarlo como un verdadero acto de amor. Precisamente a ello os comprometéis, abriendo vuestro corazón a la gracia jubilar que Cristo os da hoy. Sed para las personas que transportáis otros "cristóforos", portadores de Cristo, que quiere que lo encontremos y lo tratemos con amor en cada persona, especialmente en los más pobres (cf. Mt
Mt 25,35).

6. Me agrada saludar ahora al grupo de fieles del círculo de la agencia ANSA. Es conocido el papel de vuestra agencia en el panorama de la información. Vuestra presencia me impulsa a invocar al Señor para que ilumine a cuantos trabajan en este sector y les ayude a prestar del mejor modo posible su servicio, hoy particularmente difícil y lleno de responsabilidad, por las condiciones generales del sistema de los medios de comunicación social y la influencia a menudo exagerada ejercida por pocos y grandes gestores del poder informativo.

Por último, doy mi bienvenida a los otros numerosos grupos presentes: grupos parroquiales, escolares y asociaciones de diferentes tipos y de diversa proveniencia. Queridos hermanos, os deseo que viváis este jubileo como un momento de conversión y renovación interior. Cristo os pide que os adhiráis con más fuerza a su Evangelio y que lo traduzcáis en un testimonio coherente. ¡Confiad en él! Ante las "sirenas" atractivas de una cultura que, alejándose de él, promete en vano felicidad verdadera y duradera, decidle con la convicción del apóstol san Pedro: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6,68).

María, Madre de la Iglesia, nos obtenga que Cristo, Rey del universo, sea el Rey de nuestro corazón, de nuestras familias y de nuestras comunidades. En el nombre del Señor, os bendigo a todos.





JUBILEO DEL APOSTOLADO DE LOS LAICOS


MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL CONGRESO INTERNACIONAL


DEL LAICADO CATÓLICO



Al venerado hermano
Cardenal JAMES FRANCIS STAFFORD
Presidente del Consejo pontificio para los laicos

1. En los próximos días se celebrará en Roma el Congreso del laicado católico, organizado por ese Consejo pontificio para los laicos, sobre el tema "Testigos de Cristo en el nuevo milenio". Se trata de una feliz iniciativa que, durante el gran jubileo, constituirá para los participantes una ulterior ocasión de crecimiento en la fe y en la comunión eclesial. En efecto, la asamblea contará con la presencia de muchos laicos, además de cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, que representarán idealmente a todo el pueblo de los bautizados en el Señor, los christifideles que, en medio de las tribulaciones del mundo y los consuelos de Dios (cf. 2Co 1,4), caminan hacia la casa del Padre. Así el congreso podrá ser un momento de reflexión y de diálogo, de comunión en la fe y de oración, bien insertado en el marco de las celebraciones del jubileo del apostolado de los laicos, que culminará con la santa misa en la plaza de San Pedro, el día de la solemnidad de nuestro Señor Jesucristo, Rey del universo.

383 A través de usted doy las gracias al Consejo pontificio para los laicos, que ha querido promover esta estimulante iniciativa, la cual nos pone a la escucha de cuanto el Espíritu dice a la Iglesia (cf. Ap Ap 2,7) mediante la experiencia de fe de tantos laicos cristianos, hombres y mujeres de nuestro tiempo.

2. El congreso constituye una continuación ideal de otros grandes encuentros de fieles laicos que, durante los últimos cincuenta años, han marcado etapas importantes en el camino de promoción y desarrollo del laicado católico. En particular, pienso en los Congresos mundiales del apostolado de los laicos que se celebraron en Roma en 1951, en 1957 y luego en 1967, inmediatamente después del Concilio. Y pienso también en las dos Consultas mundiales del laicado católico organizadas por el Consejo pontificio para los laicos con ocasión del Año santo de 1975 y como preparación para la VII Asamblea general del Sínodo de los obispos de 1987, cuyos resultados recogí en la exhortación apostólica Christifideles laici.

A este propósito, la actual asamblea, como ya tuve oportunidad de subrayar, "podrá servir para recapitular el camino del laicado desde el concilio Vaticano II hasta el gran jubileo de la Encarnación" (Discurso al Consejo pontificio para los laicos con ocasión de su XVIII asamblea plenaria, 1 de marzo de 1999, n. 5: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 12 de marzo de 1999, p. 2). Partiendo de un balance de la aplicación de las enseñanzas del Concilio a la vida y al apostolado de los laicos, vuestro encuentro contribuirá seguramente a imprimir un nuevo impulso a su compromiso misionero. Dimensión esencial de la vocación y de la misión del cristiano es dar testimonio de la presencia salvífica de Dios en la historia de los hombres, como dice oportunamente el tema del congreso: "Testigos de Cristo en el nuevo milenio".

3. Durante los últimos decenios del siglo XX han florecido en la Iglesia las semillas de una espléndida primavera espiritual. Debemos dar gracias a Dios, por ejemplo, porque los fieles laicos, hombres y mujeres, han adquirido una conciencia más clara de su dignidad de bautizados convertidos en "criaturas nuevas"; de su vocación cristiana; de la exigencia de crecer, en la inteligencia y en la experiencia de la fe, como christifideles, o sea, como verdaderos discípulos del Señor; y de su adhesión a la Iglesia.

Pero, al mismo tiempo, en un clima de secularización generalizada, muchos creyentes sienten la tentación de alejarse de la Iglesia y, por desgracia, se dejan contagiar por la indiferencia o aceptan componendas con la cultura dominante. Por otra parte, no faltan entre los fieles actitudes selectivas y críticas con respecto al Magisterio eclesial. Por consiguiente, para despertar en las conciencias de los cristianos un sentido más vivo de su identidad, se necesita, en el marco del gran jubileo, el serio examen de conciencia del que hablé en la Tertio millennio adveniente (cf. n. 34). Hay preguntas esenciales, que nadie puede evitar: ¿Qué he hecho de mi bautismo y de mi confirmación? ¿Cristo es verdaderamente el centro de mi vida? ¿Encuentra espacio la oración en mis jornadas? ¿Vivo mi vida como una vocación y una misión? Cristo sigue recordándonos: "Vosotros sois la sal de la tierra. (...) Vosotros sois la luz del mundo. (...) Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5,13 Mt 5,14 Mt 5,16).

4. La vocación y la misión de los fieles laicos sólo pueden comprenderse a la luz de una renovada conciencia de la Iglesia "como sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (Lumen gentium LG 1), y del deber personal de adherirse más firmemente a ella. La Iglesia es un misterio de comunión que tiene su origen en la vida de la santísima Trinidad. Es el cuerpo místico de Cristo. Es el pueblo de Dios que, unido por la misma fe, esperanza y caridad, camina en la historia hacia la definitiva patria celestial. Y nosotros, como bautizados, somos miembros vivos de este maravilloso y fascinante organismo, alimentado por los dones sacramentales, jerárquicos y carismáticos que son co-esenciales para él. Por eso, hoy es más necesario que nunca que los cristianos, iluminados y guiados por la fe, conozcan a la Iglesia tal como es, con toda su belleza y santidad, para sentirla y amarla como su propia madre. Para este fin, es importante despertar en todo el pueblo de Dios el verdadero sensus Ecclesiae, junto con la íntima conciencia de ser Iglesia, es decir, misterio de comunión.

5. En el umbral del tercer milenio Dios llama a los creyentes, de modo especial a los laicos, a un nuevo impulso misionero. La misión no es una añadidura a la vocación cristiana. Es más, el concilio Vaticano II recuerda que la vocación cristiana, por su misma naturaleza, es vocación al apostolado (cf. Apostolicam actuositatem AA 2). Es preciso anunciar a Cristo con el testimonio de vida y con la palabra, y, antes de ser compromiso estratégico y organizado, el apostolado implica la grata y alegre comunicación a todos del don del encuentro con Cristo. Una persona, o una comunidad, madura desde el punto de vista evangélico, está animada por un intenso celo misionero que la impulsa a dar testimonio de Cristo en todas las circunstancias y situaciones, en todo ambiente social, cultural y político. A este propósito, como enseña el concilio Vaticano II, "los laicos tienen como vocación propia el buscar el reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios. Viven en el mundo, en todas y cada una de las profesiones y actividades del mundo y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, que forman como el tejido de su existencia. Es ahí donde Dios los llama (...) para que, desde dentro, como el fermento, contribuyan a la santificación del mundo" (Lumen gentium LG 31).

Amadísimos hermanos y hermanas, la Iglesia os necesita y cuenta con vosotros. La promoción y la defensa de la dignidad y de los derechos de la persona humana, hoy más urgente que nunca, exige la valentía de personas animadas por la fe, capaces de un amor gratuito y lleno de compasión, respetuosas de la verdad sobre el hombre, creado a imagen de Dios y destinado a crecer hasta llegar a la plenitud de Cristo Jesús (cf. Ef Ep 4,13). No os desaniméis ante la complejidad de las situaciones. Buscad en la oración la fuente de toda fuerza apostólica; hallad en el Evangelio la luz que guíe vuestros pasos.

La complejidad de las situaciones no debe desalentaros; al contrario, debe impulsaros a buscar con sabiduría y valentía respuestas adecuadas a la petición de pan y trabajo, y a las exigencias de libertad, paz y justicia, comunión y solidaridad.

6. Queridos fieles laicos, hombres y mujeres, estáis llamados a asumir también, con generosa disponibilidad, vuestra parte de responsabilidad en la vida de las comunidades eclesiales a las que pertenecéis. El rostro de las parroquias, llamadas a ser acogedoras y misioneras, depende de vosotros. Ningún bautizado puede permanecer ocioso. Los laicos cristianos, que participan en el oficio sacerdotal, profético y real de Cristo, y están enriquecidos con múltiples carismas, pueden dar su contribución en el ámbito de la liturgia, de la catequesis y de iniciativas misioneras y caritativas de diferentes tipos. Además, algunos pueden ser llamados a desempeñar cargos, funciones o ministerios no ordenados, tanto a nivel parroquial como diocesano (cf. Christifideles laici CL 14). Se trata de un servicio valioso y, en varias regiones del mundo, cada vez más indispensable. Sin embargo, hay que evitar el peligro de desnaturalizar la figura del laico con una atención excesiva a las exigencias intraeclesiales. Por tanto, es preciso respetar, por una parte, la identidad propia del fiel laico y, por otra, la del ministro ordenado, mientras que la colaboración entre fieles laicos y sacerdotes y, en los casos y según las modalidades establecidos por la disciplina eclesial, la suplencia de los sacerdotes por parte de laicos deben realizarse con espíritu de comunión eclesial, en la que las tareas y los estados de vida se consideran complementarios y se enriquecen recíprocamente (cf. Instrucción sobre algunas cuestiones relativas a la colaboración de los fieles laicos en el sagrado ministerio de los sacerdotes).

7. La participación de los fieles laicos en la vida y en la misión de la Iglesia se manifiesta y se apoya también en diversas asociaciones, muchas de las cuales están representadas en este congreso. Sobre todo en nuestro tiempo, constituyen un significativo medio para una formación cristiana más profunda y para una actividad apostólica más eficaz. El concilio Vaticano II afirma: "Las asociaciones no son un fin en sí mismas, sino que han de servir a la misión que la Iglesia debe cumplir en el mundo; su eficacia apostólica depende de la conformidad con los fines de la Iglesia y del testimonio cristiano, del espíritu evangélico de cada uno de sus miembros y de toda la asociación" (Apostolicam actuositatem AA 19). Por tanto, para permanecer fieles a su identidad, las asociaciones laicales deben confrontarse siempre con los criterios de eclesialidad que describí en la exhortación apostólica Christifideles laici (cf. n. 30).

384 Hoy podemos hablar de una "nueva época asociativa de los fieles laicos" (ib., 29). Es uno de los frutos del concilio Vaticano II. Además de las asociaciones de larga y benemérita tradición, observamos un vigoroso y diversificado florecimiento de movimientos eclesiales y nuevas comunidades. Este don del Espíritu Santo es un signo más de que Dios encuentra siempre respuestas adecuadas y prontas a los desafíos planteados a la fe y a la Iglesia en cada época. También aquí hay que agradecer a las asociaciones, a los movimientos y a los grupos eclesiales el empeño que ponen en la formación cristiana y el entusiasmo misionero que siguen mostrando en la Iglesia.

8. Amadísimos hermanos y hermanas, durante estos días compartís reflexiones y experiencias, haciendo un balance del camino recorrido y dirigiendo la mirada al futuro. Al contemplar el pasado, podéis constatar claramente cuán esencial es el papel de los laicos para la vida de la Iglesia. ¡Cómo no recordar aquí las duras persecuciones que la Iglesia del siglo XX ha sufrido en vastas áreas del mundo! Sobre todo gracias al valiente testimonio de fieles laicos, a veces incluso hasta el martirio, la fe no ha sido erradicada de la vida de pueblos enteros. La experiencia demuestra que la sangre de los mártires se transforma en semilla de confesores, y los cristianos debemos mucho a esos "soldados desconocidos de la gran causa de Dios" (Tertio millennio adveniente
TMA 37).

En cuanto al futuro, existen muchos motivos para encaminarnos al nuevo milenio con fundada esperanza. La primavera cristiana, de la que ya podemos vislumbrar muchos signos (cf. Redemptoris missio RMi 86), es perceptible en la opción radical de la fe, en la auténtica santidad de vida y en el extraordinario celo apostólico de muchos fieles laicos, hombres y mujeres, jóvenes, adultos y ancianos. Por tanto, esta generación tiene la misión de llevar el Evangelio a la humanidad del futuro. Vosotros sois los "testigos de Cristo en el nuevo milenio", como dice el tema de vuestro congreso. Sed muy conscientes de ello y responded con pronta fidelidad a esta urgente llamada misionera. La Iglesia cuenta con vosotros.

Os deseo éxito en los trabajos de vuestra asamblea y, a la vez que invoco sobre cada uno la protección de María, Reina de los Apóstoles y Estrella de la nueva evangelización, le envío de corazón a usted, señor cardenal, y a todos los participantes mi especial bendición, que extiendo de buen grado a vuestros seres queridos y a cuantos encontráis en vuestro apostolado.

Vaticano, 21 de noviembre de 2000






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