Discursos 2000 391


A LOS OBISPOS AMIGOS DEL MOVIMIENTO


DE LOS FOCOLARES


Sábado 2 de diciembre de 2000




Señor cardenal;
392 venerados hermanos en el episcopado:

1. También este año, en el marco de las tradicionales citas que reúnen anualmente a los obispos amigos del movimiento de los Focolares, habéis querido hacer una etapa ante la tumba del Apóstol, cruzar juntos la Puerta santa y encontraros con el Sucesor de Pedro. Os agradezco esta visita, vuestro afecto y vuestra cercanía espiritual. Os doy a cada uno de vosotros mi cordial bienvenida.

Saludo, ante todo, al señor cardenal Miloslav Vlk, y le expreso mi profunda gratitud por las amables palabras que ha querido dirigirme en nombre de todos. Quiero manifestaros a cada uno de vosotros y a vuestras respectivas comunidades mi estima y mi aliento por la tenaz obra que realizáis en favor de la unidad entre todos los creyentes en Cristo. Durante este Año santo, de modo especial, el intenso deseo de obedecer al mandato del Señor de que "todos sean uno" (
Jn 17,11) ha estado en el centro del espíritu jubilar. Me alegra que hayáis podido reflexionar y orar juntos por este gran objetivo, por el que la Iglesia católica ha afirmado reiteradamente su irrevocable compromiso. En efecto, el camino ecuménico es el camino de la Iglesia.

2. Ut unum sint! El intenso deseo de Cristo resuena constantemente en el corazón de todos los que él ha elegido como sus discípulos y enviado al mundo para ser testigos de su Evangelio. Durante estos días habéis querido reflexionar sobre este ardiente deseo. Este año habéis elegido como tema: "El grito de Cristo abandonado: luz en el camino hacia la plena comunión entre las Iglesias". Habéis meditado en la angustia que experimentó Cristo en Getsemaní, cuando sintió la soledad y el abandono al cumplir plenamente la misión que el Padre le había confiado. Su entrega total y confiada ha llegado a ser la medida de nuestra acción, puesto que "la aspiración a la unidad va acompañada de una profunda capacidad de sacrificio" (Homilía en la apertura de la Puerta santa de la basílica de San Pablo extramuros, 18 de enero de 2000, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 21 de enero de 2000, p. 12).

Por eso, el camino ecuménico encuentra su modelo decisivo en la entrega extrema del Hijo de Dios, que, por amor a sus hermanos, superó toda división, venciendo en sí el pecado de la desunión de los suyos. ¡Cómo no ver la urgencia de este amor, para hacer fecunda la actividad ecuménica! ¡Cómo no seguir hasta las profundidades del alma el ejemplo de Jesús que, "habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Jn 13,1), llegando a lavar los pies de sus discípulos!

3. Cristo, nuestra paz, para realizar la obra del Padre, quiso reconciliar en sí mismo a todos con Dios, por medio de la cruz, destruyendo en su cuerpo la enemistad (cf. Ef Ep 2,16). Nosotros, testigos de su sacrificio redentor, estamos llamados a ser cada vez más profundamente sus instrumentos y ministros de unidad y santificación. Ante todo con la oración, pues la reconciliación y la superación de las divisiones en la Iglesia son un don de lo alto. En efecto, es el Espíritu quien reúne a los hijos de Dios desde todos los rincones de la tierra para que, en Cristo, eleven al Padre con una sola voz la alabanza perfecta. Es preciso invocar con insistencia este Espíritu, para que nos reúna en un solo redil bajo un solo Pastor, Cristo.

Sin embargo, a la oración no debe faltarle una constante y sincera voluntad de convertir diariamente nuestro corazón al Evangelio. Cuanto más sepamos pensar y obrar según el corazón de Cristo, tanto más sabremos ser fieles a su mandamiento. La unidad es también una conquista paciente y clarividente de la fe y de la caridad. Hay que permitir al Señor, el médico de las almas, que nos cure interiormente de todo egoísmo.

4. Venerados y queridos hermanos, el paso por la Puerta santa es para todos un don y una exhortación. Evoca la necesidad de releer la compleja y a veces atribulada historia de nuestras comunidades desde la perspectiva de la única Iglesia de Cristo, donde las legítimas diferencias contribuyen a hacer más resplandeciente el rostro de la Esposa del gran Rey. Este paso es un acto de amor, de confianza y de penitencia, para que la gracia sanante del Señor alivie los sufrimientos causados por las divisiones y conceda la armonía a las mentes y a los corazones.

Espero que el camino de reflexión y de oración que habéis recorrido durante estos días os estimule a volver a vuestras comunidades aún más decididos a testimoniar con la palabra y la vida la apremiante invocación de Cristo: "Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros" (Jn 17,21).

Esta es también mi oración, que encomiendo a María, Virgen Inmaculada. Invocando abundantes gracias divinas sobre vosotros y sobre vuestros seres queridos, os bendigo de corazón a vosotros y a las comunidades confiadas a vuestro cuidado pastoral.






A DIVERSOS GRUPOS DE PEREGRINOS JUBILARES


Sábado 2 de diciembre de 2000

393 Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Durante vuestra peregrinación jubilar habéis deseado manifestar vuestro afecto y vuestra cercanía espiritual al Sucesor de Pedro. Gracias, queridos hermanos, por este testimonio de comunión. Os doy mi cordial bienvenida a cada uno de vosotros, provenientes de varias localidades.

Saludo, ante todo, a monseñor Salvatore Boccaccio, obispo de Frosinone-Veroli-Ferentino, y al numeroso grupo de peregrinos que guía. Le agradezco las amables palabras con las que ha querido recordar las razones de esta peregrinación diocesana. Saludo, además, a toda la comunidad diocesana: a los sacerdotes, los religiosos, las religiosas, los seminaristas, los jóvenes, los laicos comprometidos en el apostolado y los representantes de los diversos ayuntamientos que forman la articulación civil del territorio de la diócesis. A vosotros, queridos fieles de la Ciociaria, os pido que llevéis mi saludo a cuantos no han podido estar presentes hoy.

Habéis preparado en la diócesis un plan quinquenal, que prevé la formación de los sacerdotes, los consagrados y los laicos, con el fin de llevar a cabo una "conversión pastoral" que impulse a todos a un renovado compromiso en las parroquias. Precisamente hoy se publica una carta pastoral de vuestro obispo, que os impulsa a llevar a cabo una acción evangelizadora común, capaz de implicar a todos los miembros de la comunidad eclesial. El cristiano, al acoger el Evangelio en su vida, no puede menos de prodigarse para realizar en su entorno el proyecto del Señor: evangelizado, evangeliza. Si abre su corazón a Cristo, sabrá ser para sus hermanos signo vivo de su amor.

2. La nueva evangelización, como anuncio renovado de la novedad de la vida en Cristo, quiere ayudar a todas las personas a comprender que la ley divina es ley de libertad y de alegría para la plena realización de la persona. Todos, sacerdotes y catequistas, padres e hijos, consagrados y casados, tienen la responsabilidad de volver a proponer al mundo el anuncio siempre actual de Cristo, muerto y resucitado por nosotros. Es preciso que este anuncio resuene con profundo ardor, gracias a una evangelización abierta a todos, nueva en los métodos y en las propuestas.

Amadísimos hermanos y hermanas, el Señor os llama a esta ardua pero excelsa misión. No os deja solos. Mediante la gracia de los sacramentos recibidos con frecuencia, la intensa oración personal y la adhesión cordial al Magisterio, podéis crecer espiritualmente y vuestra comunidad eclesial avanzará fiel a su Señor. Proseguid por este camino, con plena unidad entre vosotros y en estrecha comunión con vuestro celoso pastor.

3. Os dirijo un saludo cordial a vosotros, queridos miembros del Círculo de San Pedro y de la Asociación San Pedro y San Pablo. Habéis querido celebrar vuestro jubileo junto con vuestros colaboradores y familiares. Deseo manifestar mi profunda estima a vuestros asistentes espirituales, a los queridos monseñores Ettore Cunial y Franco Follo. Os exhorto a cada uno a proseguir la obra tan meritoria, promovida por vuestras organizaciones respectivas. Por mi parte, os agradezco vuestro constante y silencioso servicio a mi persona y a mi ministerio petrino universal.

Este encuentro me brinda la oportunidad de repetiros que vuestras dos asociaciones tienen una significativa misión que cumplir en el corazón de la Iglesia: una misión de adhesión total al Evangelio y de generoso servicio a los hermanos necesitados. Que estos dos aspectos -la conversión personal a Cristo y el servicio al prójimo- estén siempre presentes en vuestra actividad. Sed apóstoles del Evangelio en vuestra familia y, también gracias a un itinerario de constante formación ascética y pastoral, creced en la conciencia de vuestra vocación. El Señor os haga oyentes cada vez más atentos de su palabra de salvación, para que se convierta en el pan diario de vuestro crecimiento espiritual y misionero.

4. Me agrada particularmente dar una cordial bienvenida a cada uno de vosotros, ilustres miembros de la Fundación "Centesimus annus, pro Pontifice", que habéis venido con vuestros familiares. Este encuentro se inscribe felizmente en el acontecimiento del gran jubileo del año 2000, que también para vosotros constituye una ocasión singular de gracia y un valioso estímulo para renovar vuestro generoso compromiso al servicio del magisterio social y de caridad del Sumo Pontífice. Saludo a monseñor Agostino Cacciavillan, presidente de la Administración del patrimonio de la Sede apostólica y le agradezco sinceramente las amables palabras con las que ha querido expresar la devoción al Papa que distingue a los miembros de esta fundación. También participa en este encuentro el cardenal Francis Arinze, presidente del Consejo pontificio para el diálogo interreligioso, a quien saludo con afecto. Saludo, además, al secretario del APSA, monseñor Claudio Celli, a vuestros asistentes nacionales y a todos los eclesiásticos presentes, que comparten el compromiso y las esperanzas de esta benemérita organización.

Al término de un año rico en acontecimientos extraordinarios para la vida de la Iglesia y del mundo, deseo manifestaros mi satisfacción por la contribución dada por vuestra fundación a la profundización del magisterio eclesial al servicio de la justicia y de la paz. Como recordaba monseñor Agostino Cacciavillan, esa aportación se puso de relieve ante todo con ocasión de la celebración del jubileo de esta fundación, el pasado 27 de febrero, y con la significativa participación en el del mundo del trabajo, celebrado el pasado 1 de mayo en Tor Vergata. Os preparasteis para ese encuentro jubilar con un importante congreso internacional sobre "Ética y finanzas", cuyo documento final habéis querido presentarme ahora; representa vuestra contribución para hallar los caminos justos y transitables a fin de promover el primado de la persona humana y el bien común en el ámbito financiero y administrativo.

Espero que vuestra fundación brinde una colaboración cada vez más cualificada a la misión de evangelización y promoción humana de la Iglesia y de la Sede apostólica, y encomiendo todos vuestros propósitos y actividades a la protección de María, que engendró en la carne al Hijo eterno del Padre y, al pie de la cruz, nos fue dada como Madre.

394 5. Saludo asimismo a la comunidad educativa del seminario menor de Altamura-Gravina-Acquaviva delle Fonti, a los formadores, a los profesores, a los alumnos y a los familiares que los acompañan. Queridos hermanos, que esta sea una ocasión propicia para encomendar al Señor vuestros proyectos. La Iglesia espera mucho de vosotros. Preocupaos por cultivar un estilo de vida siempre conforme al Evangelio, feliz en la fe y disponible al servicio de los hermanos. Preparaos para ser para todos testigos elocuentes de amor dócil al divino Maestro, que guía a todo hombre por las sendas de la paz y la alegría.

6. Me dirijo ahora con afecto a vosotros, miembros de la Asociación nacional de buzos profesionales, que habéis venido a visitarme con ocasión de vuestro jubileo. Gracias por vuestra presencia. Me ha conmovido el gesto simbólico que queréis realizar en esta ocasión. En efecto, como testimonio de la celebración de vuestro jubileo, me habéis pedido que bendiga una estatua que representa al Cristo de los abismos. Sumergiréis esta imagen del Redentor en las aguas de la isla del Giglio, en memoria de los caídos de vuestra intrépida profesión. Que el Señor os proteja siempre y os conceda las gracias necesarias para vuestra existencia.

7. Saludo cordialmente a los peregrinos de Billancourt (Francia), que habéis venido en peregrinación jubilar. Queridos amigos, fortaleced vuestra fe y vivid de manera renovada vuestra misión de cristianos. Recibid la bendición apostólica.

Saludo cordialmente al grupo de jesuitas croatas. Queridos hermanos, ojalá que esta peregrinación a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo en el ámbito del gran jubileo del año 2000 reavive ulteriormente vuestro servicio a la causa del Evangelio. Mi bendición apostólica os acompañe en vuestro compromiso. ¡Alabados sean Jesús y María!

8. Por último, saludo con afecto al numeroso grupo de abogados de Bari. Gracias, queridos hermanos, por vuestra visita. El Señor os ayude en vuestra ardua misión al servicio de la justicia y del bien común. Saludo también a la Unión de pequeños propietarios inmobiliarios, a los miembros de la Liga del Chianti, a los participantes en el seminario organizado por la dirección central de los Servicios antidroga, a los empleados y socios del Banco de Salerno, a la Cámara de comercio de Milán-Unión de cámaras, a los empleados de la universidad de Messina, a la Asociación italiana de empleados de hoteles y a los Fogolars Furlans de Suiza, así como a los peregrinos de las numerosas parroquias italianas.

Amadísimos hermanos y hermanas, os deseo que viváis este tiempo de gracia acogiendo abundantemente el amor de Dios, que sostiene a los creyentes en su compromiso de dar un testimonio cristiano coherente donde se encuentran y trabajan. En este primer sábado del mes de diciembre, os encomiendo a todos a la protección de María, a la vez que os bendigo de todo corazón.





JUBILEO DE LAS PERSONAS DISCAPACITADAS



Domingo 3 de diciembre de 2000



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Está a punto de concluir esta jornada jubilar de la "Comunidad con las personas discapacitadas", que tuvo su momento culminante esta mañana en la basílica de San Pablo extramuros con la celebración de la Eucaristía.

Saludo a todos los presentes, así como a cuantos están en conexión con nosotros a través de la radio y la televisión.

Esta tarde de fiesta demuestra que la integración de las personas discapacitadas ha mejorado, aunque aún quede mucho camino por recorrer. En efecto, existen algunas importantes urgencias sobre las que es preciso reflexionar.

395 Ante todo, el derecho que tiene todo discapacitado, tanto hombre como mujer, en cualquier país del mundo, a una vida digna. No se trata sólo de satisfacer determinadas necesidades, sino, más aún, de que se les reconozca su deseo de acogida y de autonomía. Es preciso que la integración se convierta en mentalidad y cultura, y, al mismo tiempo, que los legisladores y los gobernantes presten a esta causa su apoyo coherente.

2. La investigación científica, por su parte, está llamada a garantizar toda posible forma de prevención, tutelando la vida y la salud. Cuando no es posible eliminar la discapacidad, siempre se pueden explotar las potencialidades que la minusvalidez no destruye. Son potencialidades que se han de sostener e incrementar, pues la rehabilitación, además de restituir funciones comprometidas, activa otras y pone un dique a la decadencia.

Entre los derechos que es preciso garantizar no pueden olvidarse los derechos al estudio, al trabajo, a la casa, a la supresión de las barreras, no sólo arquitectónicas. Para los padres, además, es importante saber que la sociedad se hace cargo del así llamado "después de nosotros", permitiéndoles ver a sus hijos o hijas disminuidos encomendados a la atención solícita de una comunidad dispuesta a cuidar de ellos con respeto y amor.

3. La Iglesia, como solía decir mi venerado predecesor Pablo VI, es "un amor que busca". ¡Cuánto quisiera que os sintierais acogidos y abrazados por ese amor! Ante todo vosotras, queridas familias: las que tienen hijos discapacitados y las que comparten su experiencia. Quiero repetiros hoy que estoy cerca de vosotras. Gracias por el testimonio que dais con la fidelidad, la fortaleza y la paciencia de vuestro amor.

Además de las familias en sentido propio, quisiera recordar a las comunidades y asociaciones en las que las personas afectadas por diversas discapacidades encuentran un ambiente adecuado para desarrollar sus potencialidades. ¡Qué don tan precioso de la Providencia son, por ejemplo, las "casas-familia", donde encuentran cordial y generosa acogida personas antes abandonadas a sí mismas! Mucho más beneméritas son aún las diversas asociaciones en las que, con espíritu de participación generosa, los límites no constituyen un obstáculo, sino un incentivo a crecer juntos. Y ¿qué decir de los voluntarios, que acompañan a los hermanos y hermanas necesitados? Vosotros, amadísimos hermanos, sois un pueblo de testigos de la esperanza que, de forma silenciosa pero eficaz, contribuís a construir un mundo más libre y fraterno.

4. La palabra del Señor ilumina este camino de solidaridad. Hace poco ha resonado en esta sala el evangelio de las bienaventuranzas y sobre esta pantalla gigante hemos podido admirar el rostro de Jesús misericordioso. En el reino de Dios, como nos recuerda Cristo, se vive una felicidad "contra corriente", que no se basa en el éxito y en el bienestar, sino que encuentra su razón profunda en el misterio de la cruz. Dios se hizo hombre por amor; quiso compartir hasta el fondo nuestra condición, eligiendo ser, en cierto sentido, "discapacitado" para enriquecernos con su pobreza (cf. Flp
Ph 2,6-8 2Co 8,9).

"Bienaventurados los pobres, los afligidos, los perseguidos a causa de la justicia", porque será grande su recompensa en el cielo. Aquí radica la paradoja de la esperanza cristiana: lo que parece humanamente una desgracia, en el plan divino siempre es un proyecto de salvación.
Volvamos reconfortados a nuestra casa, después de esta jornada jubilar, marcada profundamente por las bienaventuranzas evangélicas. Cristo, nuestro compañero de viaje, es nuestra alegría. Dentro de pocos días lo contemplaremos en el misterio de su Nacimiento: desde Belén, donde eligió hacerse uno de nosotros, renovará su anuncio de felicidad. A nosotros corresponde la tarea de hacer que ese anuncio llegue a todas partes, para que sea para cada uno fuente de serenidad y de paz. Por esto ruego, mientras de corazón os bendigo a todos.





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL PRESIDENTE DEL CONSEJO PONTIFICIO


JUSTICIA Y PAZ


CON MOTIVO DEL SEMINARIO:


"DE LA REDUCCIÓN DE LA DEUDA


A LA DISMINUCIÓN DE LA POBREZA"



A mi venerado hermano
Arzobispo François Xavier

NGUYÊN VAN THUÂN

Presidente del Consejo pontificio Justicia y paz

396 Me alegra particularmente dirigirle este mensaje a usted y a los participantes en el seminario sobre el tema: "De la reducción de la deuda a la disminución de la pobreza", que el Consejo pontificio Justicia y paz está realizando actualmente en colaboración con otras organizaciones católicas.
Desde hace muchos años el Consejo pontificio Justicia y paz está en la vanguardia de la lucha para afrontar la cuestión de los efectos de la pesada carga que la deuda externa produce para la vida de los habitantes de los países más pobres. Haciéndose eco del llamamiento que realicé en mi carta apostólica Tertio millennio adveniente, la preparación y la celebración del gran jubileo del año 2000 ha sido para muchas personas, tanto cristianas como miembros de otras tradiciones religiosas, ocasión para renovar sus esfuerzos por encontrar una solución definitiva a este problema (cf. n. 51).

Además de dar las gracias a todos los que han escuchado mis llamamientos, deseo animarlos a asegurar que los esfuerzos y la buena voluntad mostrados en este Año jubilar sigan dando fruto en el futuro. No podemos permitir que el cansancio o la inercia debiliten nuestro compromiso cuando está en juego la vida de los más pobres.

Los fundamentos de la tradición jubilar eran esencialmente religiosos. El jubileo era una ocasión para recordar a toda la comunidad que "sólo a Dios, como creador, correspondía el "dominium altum", esto es, el señorío sobre todo lo creado, y en particular sobre la tierra" (Tertio millennio adveniente
TMA 13). Hoy esta tradición atrae nuestra atención sobre el hecho de que sólo somos administradores de las riquezas de la creación, que en el designio de Dios son un bien común que todos han de compartir. Todos los que viven en nuestro mundo interdependiente pueden comprender y apreciar esta visión.

Nuestro mundo cada vez más globalizado requiere también una mayor solidaridad. La reducción de la deuda es parte de un esfuerzo más amplio por establecer nuevas relaciones entre los pueblos y crear un verdadero sentido de solidaridad y comunión entre todos los hijos de Dios, entre todas las personas. A pesar del gran progreso científico, el escándalo de la gran pobreza sigue muy difundido en el mundo. La conciencia de las posibilidades que el progreso científico moderno ofrece hace que esa pobreza tan generalizada sea más escandalosa aún, especialmente cuando va acompañada, como sucede a menudo, por el consumismo desenfrenado y la ostentación de la riqueza.

Espero que el Consejo pontificio Justicia y paz intensifique sus esfuerzos para que le escuchen en los debates sobre los modos de asegurar que la reducción de la deuda se convierta en un instrumento eficaz en la lucha contra la pobreza en el mundo actual. Pido al Consejo pontificio que siga trabajando en colaboración estrecha con todos los que en las comunidades científicas y de desarrollo, así como en las organizaciones internacionales, se esfuerzan por garantizar que el espíritu de cooperación suscitado por la experiencia del jubileo siga desarrollándose en el futuro. Por eso, es importante que las iniciativas encaminadas a la reducción de la deuda emprendidas por las naciones más ricas y las instituciones internacionales den fruto lo más pronto posible, para permitir que los países más pobres se conviertan en protagonistas de los esfuerzos por combatir la pobreza y alcancen los beneficios del progreso económico y social para sus pueblos.

Vuestro seminario es también un reconocimiento de que el progreso en la lucha contra la pobreza en los países en vías de desarrollo requiere los esfuerzos concertados de todos los sectores de la sociedad. En mi carta encíclica Centesimus annus me referí a la necesidad de fomentar la "subjetividad de la sociedad" (n. 46), una sociedad que permita a todas las personas ser sujetos activos, poniendo los talentos que Dios les ha dado al servicio de la comunidad.

Las instituciones de la Iglesia católica, como muestra la amplia participación en vuestro seminario, aportan de buen grado la experiencia de su servicio a los más pobres para luchar contra la pobreza. Lo hacen con sumo respeto a las tradiciones y valores positivos, así como a las culturas de los pueblos a los que sirven.

Jesucristo vino a "proclamar la buena nueva a los pobres" (Lc 4,18). Que él sea vuestro apoyo y vuestra inspiración durante estos días en que renováis, a la luz del gran jubileo, vuestro compromiso especial en favor de todos los pobres y marginados. Encomendándolo a la protección de María, Mater pauperum, le imparto cordialmente mi bendición apostólica.

Vaticano, 3 de diciembre de 2000






AL FORO INTERNACIONAL DE LA ACCIÓN CATÓLICA,


AL PONTIFICIO COLEGIO ESCOCÉS,


AL SEMINARIO DEL CONSEJO


PONTIFICIO JUSTICIA Y PAZ


Y A LAS ESCLAVAS DE LA ENCARNACIÓN



Lunes 4 de diciembre




Venerados hermanos en el episcopado y el sacerdocio;
397 amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra daros una cordial bienvenida a esta audiencia especial, que se celebra en el marco del Adviento recién comenzado. Al saludaros a todos con gran afecto, espero que vuestra visita a las tumbas de los Apóstoles y los encuentros de estos días profundicen en cada uno de vosotros el compromiso de adhesión a Cristo, el sentido de comunión con la Iglesia universal y el empeño por testimoniar el Evangelio.

2. Os saludo ante todo a vosotros, amadísimos hermanos y hermanas del Foro internacional de Acción católica, reunidos durante estos días en asamblea aquí en Roma. Saludo a los obispos presentes y a los presidentes nacionales que han venido para la asamblea. Dirijo un saludo especial a monseñor Agostino Superbo, a quien agradezco las amables palabras que acaba de dirigirme, interpretando los sentimientos de los demás participantes.

Vuestra presencia quiere ser signo de renovada fidelidad a la Iglesia y un compromiso de proseguir cada vez con mayor entusiasmo el camino de la nueva evangelización. La Acción católica, como cualquier otro grupo, asociación y movimiento eclesial, está llamada a ser auténtica escuela de perfección cristiana, es decir, está llamada a ser el "laboratorio de la fe" que, como dije a los jóvenes participantes en la inolvidable vigilia de oración de Tor Vergata, con ocasión de la Jornada mundial de la juventud, contribuye a formar verdaderos discípulos y apóstoles del Señor. Queridos hermanos, seguid profundizando vuestra búsqueda de Dios. Tened siempre abierto vuestro corazón a las grandes expectativas y a los desafíos apostólicos de nuestro tiempo. Cultivad el auténtico espíritu eclesial, alimentado por el estudio de los documentos conciliares, cuya enseñanza es siempre muy actual. Sed fieles a las líneas de acción que tracé en la exhortación apostólica postsinodal Christifideles laici. Así, seréis cada vez más una riqueza para toda la Iglesia en camino hacia el tercer milenio cristiano.

3. Al volver a las fuentes del concilio ecuménico Vaticano II, lograréis captar con mayor claridad las notas características de vuestra asociación, en particular su dimensión eclesial, laical y orgánica, en colaboración constante con los pastores respectivos. Estos son los rasgos esenciales que definen el rostro de la Acción católica, aunque tenga siglas y denominaciones diversas en muchas partes del mundo.

Si alguna vez el paso de las comunidades donde trabajáis os parece lento o fatigoso, no os desaniméis; por el contrario, redoblad vuestro amor y vuestro esfuerzo para que, gracias a la santidad de vuestra vida y a vuestro impulso apostólico, la imagen de la Iglesia sea cada vez más espléndida.

En esta misión de servidores humildes de la unidad del pueblo de Dios, inspiraos constantemente en los ejemplos y en las enseñanzas de los santos y los beatos que se formaron en el ámbito de vuestra asociación: pienso, en particular, en los santos mártires mexicanos, en los beatos Pier Giorgio Frassati, Gianna Beretta Molla, Pierina Morosini, Antonia Mesina y sor Gabriella de la unidad.

Que os acompañe y proteja María, la Virgen Inmaculada, a quien tenéis el honor de invocar de modo especial como Madre y Reina de la Acción católica.

4. Me da gran alegría dar la bienvenida al cardenal Thomas Winning y a los obispos, sacerdotes y seminaristas reunidos en Roma para las celebraciones del IV centenario de la fundación del Pontificio Colegio Escocés. A la vez que agradezco a su eminencia sus amables palabras, también me agrada extender mi afectuoso saludo al secretario de Estado para Escocia y al primer ministro, así como a los demás distinguidos visitantes y bienhechores que honran con su presencia esta ocasión.

Hace exactamente cuatrocientos años, durante el jubileo de 1600, el Papa Clemente VIII, con la bula In supremo militantis Ecclesiae, estableció el colegio en una época de cambios políticos y religiosos en vuestro país. En este aniversario, me uno a vuestra acción de gracias a Dios por todo lo que el colegio ha representado para la Iglesia en Escocia, y, en particular, por las numerosas generaciones de sacerdotes formados en él, que se han dedicado generosamente al servicio de Dios y de su pueblo.

Su ejemplo debería ser fuente de inspiración para vosotros, generación actual de estudiantes, mientras os preparáis para proclamar el Evangelio a los hombres de nuestro tiempo. Lo hacéis, conscientes de los desafíos y las dificultades actuales, pero con la convicción de que Jesucristo, que es "el mismo ayer, hoy y siempre" (
He 13,8), es la única respuesta plenamente satisfactoria a las aspiraciones más profundas del corazón humano.

398 Durante los años que pasáis en Roma, en esta ciudad santificada por la sangre de los mártires y por la vida de muchos otros santos y santas, os animo a seguir su ejemplo, cultivando una profunda intimidad con el Señor y convirtiéndoos en hombres de intensa oración. En vuestros estudios buscad siempre la verdad y la sabiduría que os capacitarán para responder a las cuestiones fundamentales que afectan a la vida de los hombres. Que arda siempre en vosotros el amor a Jesucristo, para que, al veros a vosotros, otros se sientan atraídos por él y por su Reino.

La tarea del Pontificio Colegio Escocés en el alba del nuevo milenio consiste en seguir cumpliendo con confianza su misión de formar sacerdotes "según el corazón de Cristo", llenos de celo por la difusión del Evangelio. Su excelente pasado debe alentaros a asegurarle un futuro más glorioso aún. Os encomiendo a vosotros y a vuestras familias, y a todo la Iglesia en Escocia, a la intercesión de san Andrés y santa Margarita, y a la protección de María, Madre de los sacerdotes.

5. Agradezco al arzobispo François Xavier Nguyên Van Thuân las amables palabras que me ha dirigido y le doy una cordial bienvenida a él y a los participantes en el seminario organizado por el Consejo pontificio Justicia y paz y otras instituciones católicas, sobre el tema: De la reducción de la deuda a la reducción de la pobreza.

En el mensaje que os dirigí, subrayé la necesidad de asegurar que no cesen los esfuerzos realizados durante este año jubilar a fin de encontrar soluciones para la gravosa deuda de los países más pobres, sino que, por el contrario, sigan dando fruto en los próximos años. No podemos permitir que la fatiga o la inercia debiliten a nuestras comunidades, cuando está en juego la vida de los más pobres del mundo.

El jubileo se centra en la persona de Jesucristo: él, que vino a "anunciar a los pobres la buena nueva" (
Mt 11,5), os asista en vuestras reflexiones y os fortalezca en la esperanza. Dios todopoderoso os bendiga abundantemente a vosotros y a vuestras familias.
Por último, pero no menos importante, dirijo un saludo especial a las Hijas de Santa María de la Providencia, presentes con un grupo de enfermos y de discapacitados a los que asisten. Queridos amigos, el Señor sea vuestro consuelo, vuestra fuerza y vuestra alegría.

6. Os dirijo ahora mi afectuoso saludo a vosotras, queridas religiosas Esclavas de la Encarnación, que en este Año santo recordáis con alegría el 50° aniversario de la fundación de vuestro instituto. Esta coincidencia providencial no sólo pone de relieve la relación de vuestra familia religiosa con la celebración de estos dos jubileos, sino sobre todo vuelve a proponer la centralidad del misterio de la Encarnación, en el que se inspiran vuestra espiritualidad y vuestro apostolado.

En efecto, al seguir los ejemplos y las enseñanzas del padre camilo Primo Fiocchi y de la madre Annunziata Montereali, vuestra congregación se compromete a vivir humildemente en la Iglesia y para la Iglesia, mostrando al mundo actual la imagen del Verbo encarnado y descubriendo en el rostro de todo hombre el rostro mismo de Cristo. La eficacia de vuestra acción apostólica brota de la contemplación de Cristo, Verbo encarnado, que asumió la condición humana, humillándose hasta la cruz.

Conscientes de la actualidad de vuestro carisma, habéis llevado el mensaje de la Encarnación no sólo a varias zonas de Italia, donde desde hace tiempo os ocupáis de la catequesis, de la formación de los muchachos y de la asistencia a enfermos y ancianos, sino también a otros países, abriéndoos a un prometedor horizonte misionero. El Señor haga fecundo vuestro compromiso apostólico. Espero de corazón que la celebración del 50° aniversario de vuestra fundación, en el marco del Año jubilar, os fortalezca especialmente en la contemplación del Verbo encarnado y en el deseo de servir al Hijo de Dios en los hermanos, particularmente en los más pobres y en los que sufren.

7. Amadísimos hermanos y hermanas, al renovaros a todos vosotros mi profundo agradecimiento por este encuentro y mis mejores deseos para vuestras actividades apostólicas, formativas y solidarias, pido a Dios que la celebración del gran jubileo del año 2000 suscite en cada uno un celo espiritual más ardiente y un testimonio evangélico más valiente.

Con estos sentimientos, invoco sobre todos la celestial protección de la Virgen Inmaculada, Madre del Verbo encarnado, y os imparto de corazón a vosotros y a vuestras comunidades una especial bendición apostólica.






Discursos 2000 391