Discursos 2000 413


EN LA PRESENTACIÓN DE CARTAS CREDENCIALES


DE SIETE EMBAJADORES


Jueves 14 de diciembre de 2000



Excelencias:

1. Me alegra daros la bienvenida al Vaticano y recibir las cartas credenciales que os acreditan como embajadores extraordinarios y plenipotenciarios de vuestros países respectivos: Nigeria, Malawi, Kenia, Chipre, India, Eritrea y Chad. Os agradezco los saludos que me habéis transmitido de parte de los jefes de Estado y de los Gobiernos de vuestros países, y os pido que les expreséis mis mejores deseos y la seguridad de mis oraciones por la paz y la prosperidad de vuestros pueblos.

Nos estamos acercando al fin del año del gran jubileo, durante el cual he querido despertar la conciencia de los cristianos y de todos los hombres de buena voluntad acerca de la importancia de comenzar el nuevo milenio con un compromiso renovado en favor de la construcción de un mundo transformado, un mundo cimentado más sólidamente en los valores humanos y morales fundamentales. Debemos esperar que los responsables del destino de los pueblos trabajen incansablemente por mejorar las relaciones entre las personas, las regiones y los países, con especial atención a las necesidades de las familias, las sociedades y las culturas más débiles. Este es el único modo para crear una sociedad caracterizada por la solidaridad y por la voluntad de convivir en armonía.

2. A este respecto, deseo invitar a los jefes de Gobierno, a las autoridades civiles y religiosas, y a todas las personas que trabajan en el campo de la educación, a ser constructores de una auténtica cultura de la paz. Como pudimos observar entre los participantes en la Jornada mundial de la juventud celebrada aquí en Roma, en agosto de este año, los jóvenes en especial desean ver el día en que reine la paz en la tierra. No debemos defraudarlos. Tenemos la responsabilidad de no dejarles un mundo en el que a menudo no se respetan los derechos humanos fundamentales y las tensiones se transforman muchas veces en conflictos abiertos.

Un paso esencial en esta dirección consiste en asegurar que todos los niños y jóvenes tengan acceso a la enseñanza necesaria para llegar a ser ciudadanos responsables. Esta educación les ayudará a conocer y respetar las leyes cuyas bases se apoyan en los principios de la ley natural, y a desarrollar una actitud de apertura a los demás, incluyendo a los que tienen diferentes creencias y estilos de vida.

Ahora que se aproxima el nuevo año, la paz es una cuestión que suscita urgente preocupación internacional. A este propósito, conviene reflexionar sobre los esfuerzos de las instituciones internacionales y supranacionales para encontrar nuevos modos de organizar las realidades económicas y sociales, de promover el diálogo y la comprensión, y de resolver los conflictos, especialmente los que duran desde hace mucho tiempo, causando carestía, pobreza, enfermedades y desplazamiento de poblaciones. Todos podemos alegrarnos del reciente acuerdo entre los Gobiernos de Eritrea y Etiopía, confiando en que sea el inicio de un nuevo período de calma y tranquilidad en aquella parte de África tan atormentada.

3. Vuestra experiencia os enseña el significado de la diplomacia como medio para superar las crisis que afectan a muchos países del mundo, y la importancia de una diplomacia cercana para apoyar las negociaciones locales. La diplomacia favorece los procesos democráticos que permiten a los ciudadanos desempeñar una función concreta en el desarrollo de sus propios países. Asiste a las partes a fin de que puedan dar los pasos necesarios para que progresen las negociaciones, y da nueva esperanza a los hombres que buscan un nivel de vida mejor para sí y para sus hijos. Mediante el sabio recurso a la habilidad diplomática y al compromiso se realizan las aspiraciones de las personas, que así pueden vivir una vida personal y familiar plena y asumir sus responsabilidades en la sociedad. En este sentido, tenéis una magnífica oportunidad de ser auténticos constructores de justicia, paz y armonía en el mundo.

Os expreso mis mejores deseos ahora que comenzáis vuestra misión de representantes diplomáticos de vuestros países ante la Santa Sede. Pido al Todopoderoso que os bendiga a vosotros y a los miembros de vuestras familias, así como a vuestros colegas y a los habitantes de los países que representáis. Quiera Dios que los compromisos que estáis asumiendo den fruto para bien de todos.





ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


EN LA PRESENTACIÓN DEL NUEVO EVANGELIARIO


Viernes 15 de diciembre de 2000



Señor cardenal;
414 venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra encontrarme con vosotros hoy para la presentación del primer ejemplar de la edición del Evangeliario en lengua latina, preparado por ese dicasterio. Dirijo un cordial saludo a monseñor Francesco Pio Tamburrino, secretario de la Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos, a los colaboradores y a cuantos, de diferentes modos, han cooperado en la realización de esa interesante edición.

Esta feliz circunstancia nos ofrece la posibilidad de reflexionar en el valor de la palabra de Dios en la historia de la salvación y en la eficacia del acto de la proclamación litúrgica. Desde la eternidad, en su inescrutable designio de amor, Dios eligió la palabra como vehículo para revelarse a sí mismo, y en la plenitud de los tiempos quiso presentarse en la persona de su Hijo Jesucristo, a fin de que la fuerza y el poder mismo de la Palabra se convirtieran en acontecimiento histórico-salvífico para todos. Así, el misterio eterno de amor al hombre, encerrado en el corazón mismo de Dios, se reveló de manera tangible y sublime en el Hijo predilecto, en quien el Padre estableció su Alianza para siempre.

2. El testimonio de esa revelación, contenida en la sagrada Escritura y en la sagrada Tradición, fue confiado por los Apóstoles a la Iglesia entera, que ha venerado siempre las divinas Escrituras del mismo modo que lo ha hecho con el Cuerpo mismo de Cristo (cf. Dei Verbum
DV 8 y 21). La centralidad de Cristo en la economía de la salvación fundamenta y determina la preeminencia misma que la Iglesia reserva al Evangelio durante la celebración eucarística, poniéndolo en la cumbre de la liturgia de la Palabra.

Esta convicción induce a todos y a cada uno a tener respeto a la sagrada Escritura, y estimula a un cuidado y a un decoro especiales al preparar sus relativas ediciones. Por tanto, os expreso mi satisfacción por haber querido preparar un texto tan elegantemente presentado, destinado a la proclamación del Evangelio del Señor en circunstancias de singular relieve durante el año litúrgico. Siguiendo la antigua costumbre de la tradición litúrgica oriental y occidental, y según cuanto establece el Ordo lectionum Missae, habéis recogido en un único libro las lecturas evangélicas relativas a las varias fiestas y festividades, dispuestas según el orden litúrgico.

3. Espero que esta nueva iniciativa impulse la actividad pastoral con vistas a la escucha y a la acogida del mensaje evangélico, favoreciendo una auténtica renovación que, como dije en otra ocasión, "pone hoy y siempre nuevas exigencias: la fidelidad al sentido auténtico de la Escritura debe mantenerse siempre presente, especialmente cuando se traduce a las diversas lenguas; el modo de proclamar la palabra de Dios para que pueda ser percibida como tal; el empleo de medios técnicos adecuados; la disposición interior de los ministros de la Palabra con el fin de desempeñar decorosamente sus funciones en la asamblea litúrgica; la esmerada preparación de la homilía a través del estudio y de la meditación; el compromiso de los fieles a participar en la mesa de la Palabra, el gusto de orar mediante los salmos; y -al igual que los discípulos de Emaús- el deseo de descubrir a Cristo en la mesa de la Palabra y del Pan" (Vicesimus quintus annus, 8: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 21 de mayo de 1989, p. 12).

Con estos sentimientos, invocando la protección materna de María sobre vuestro servicio diario a la Iglesia, os imparto de buen grado a todos una especial bendición apostólica.





ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS PROMOTORES Y ARTISTAS


DEL CONCIERTO "NAVIDAD EN EL VATICANO"


Viernes 15 de diciembre de 2000

Gentiles señores y señoras:

1. Bienvenidos y gracias por vuestra visita. Os dirijo un cordial saludo a cada uno de vosotros, promotores, organizadores, artistas y a todos los que, de varios modos, cooperan en la realización de este concierto, que ya ha llegado a su octava edición, con el sugestivo título de Navidad en el Vaticano.

415 Me alegra particularmente acogeros y expresaros mi aprecio por la contribución que brindáis al éxito de esta noble y benemérita iniciativa que, también este año, cuenta con la aportación de numerosas y cualificadas expresiones artístico-musicales de diversos países.

2. Otro motivo para daros las gracias es que, con vuestra contribución, este concierto especial quiere ayudar al Vicariato de Roma a llevar a término el proyecto 50 iglesias para Roma 2000.Se trata de un importante esfuerzo para dotar a las comunidades parroquiales, aún desprovistas, de locales para el culto y la catequesis, así como para las múltiples actividades sociales, caritativas y deportivas, que son necesarias.

Me agrada recordar que, en los últimos veinte años, con la ayuda de muchos ciudadanos y organismos privados y públicos, nuestra diócesis ha podido construir treinta y nueve complejos parroquiales, mientras que diez se están realizando y doce proyectando. Expreso mi viva satisfacción por este esfuerzo pastoral y económico tan grande. Esos nuevos complejos parroquiales, puntos de encuentro espiritual en una ciudad en creciente y rápida expansión, serán signo de la atención de la Iglesia a la nueva evangelización. Y todo eso cobra un valor aún mayor en el ámbito del gran jubileo, que ya está a punto de terminar.

3. Quisiera aprovechar esta ocasión para felicitaros a cada uno con motivo de las ya inminentes fiestas navideñas. Vaya también, mediante la televisión, mi afectuoso saludo a todos los que están en conexión con vuestra manifestación. El Niño Jesús, Hijo de la Virgen María, a quien en el misterio de la Navidad contemplamos en la pobreza de Belén, traiga alegría, serenidad y paz a cada hogar, a cada familia, a cada ciudad y al mundo entero.

Confirmo este deseo con una especial bendición apostólica, que extiendo de buen grado a vuestros seres queridos y a cuantos, mediante la televisión, participan en este acontecimiento de gran interés musical. ¡Feliz Navidad!








A DIFERENTES GRUPOS DE PEREGRINOS JUBILARES


Y DE LA ARCHIDIÓCESIS DE TOLEDO


Sábado 16 de diciembre de 2000



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Habéis venido también hoy en gran número para esta cita jubilar. Gracias por esta grata visita, que se inserta en vuestra peregrinación a las tumbas de los Apóstoles. En el año del gran jubileo queréis renovar vuestra profesión de fe en Cristo, nuestro Salvador. Os saludo con afecto y de buen grado os acojo en esta gran plaza, meta diaria de muchísimos peregrinos procedentes de todas las partes del mundo.

2. Con gran gozo os doy la bienvenida, peregrinos jubilares de la archidiócesis de Toledo y de otras diócesis españolas, venidos a Roma para participar en la solemne celebración eucarística en rito hispano-mozárabe en la basílica de San Pedro. Saludo con afecto a mons. Francisco Álvarez Martínez, arzobispo de Toledo y superior responsable del rito hispano-mozárabe, y le agradezco las cordiales palabras con las que se ha hecho intérprete de vuestros sentimientos.
La celebración que acabáis de realizar según vuestro antiguo y venerable rito hispano-mozárabe se une en este Año santo a la serie de celebraciones jubilares tenidas en Roma en los diversos ritos y tradiciones litúrgicas de la Iglesia, tanto del Oriente como del Occidente. Con ellas se ha puesto claramente de relieve la unidad de la fe católica en la diversidad legítima de sus múltiples expresiones históricas y geográficas.

Queridos hermanos, no es la primera vez que han resonado aquí las bellas melodías mozárabes y los poéticos textos litúrgicos del antiguo rito hispano, conservado con fervor por la comunidad mozárabe de Toledo. Después de una primera celebración durante las sesiones del concilio Vaticano II, yo mismo tuve la inmensa dicha de presidir el día de la Ascensión del Señor de 1992 la celebración de la Eucaristía en rito hispano-mozárabe. En aquella ocasión afirmé que la liturgia hispano-mozárabe representa una realidad eclesial, y también cultural, que no puede ser relegada al olvido si se quieren comprender en profundidad las raíces del espíritu cristiano del pueblo español. Hoy quiero añadir que, ante los grandes desafíos del momento presente, es preciso sacar de sus abundantes tesoros espirituales y culturales una ayuda válida para fortalecer la fe cristiana de vuestras gentes y, al mismo tiempo, una guía segura para orientar la tarea evangelizadora del tercer milenio en sintonía con la espiritualidad de vuestros antepasados y la idiosincrasia del pueblo español.

416 ¡Amados hijos de Toledo y de España, no temáis ante los grandes retos del presente! Avanzad confiados por el camino de la nueva evangelización, el servicio caritativo a los pobres y el testimonio cristiano en cada realidad social. Caminad con alegría, lleváis con vosotros una rica y noble tradición cristiana. Muchos santos y santas han hecho de vuestros pueblos y ciudades una tierra de santidad. Seguid su ejemplo, recorred el sendero de la santidad. Sed apóstoles de nuestro tiempo, confiando siempre en la ayuda de Dios.

Os acompañe y sostenga la Virgen María, estrella del Adviento. ¡Con cuánto fervor vuestra liturgia hispano-mozárabe alaba su perpetua virginidad!: "De su pudoroso seno virginal salió Jesús como un rayo de luz purísima (...) ¡Oh inefable acción de Dios! El Hijo unigénito de Dios sale de las entrañas maternas sin abrir la vía natural del parto. Al ser concebido y al ser alumbrado sella el seno de la Virgen y lo deja intacto". A ella encomiendo vuestras familias, vuestros niños y jóvenes, vuestros enfermos y ancianos, e invocando la protección del santo arzobispo Ildefonso de Toledo, os bendigo de corazón.

3. Me dirijo ahora a vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, comprometidos de diversas maneras en el sector de la moda, que habéis venido para celebrar vuestro jubileo. En vuestro trabajo, que exige fantasía y gusto, tratáis de transmitir a los demás el amor a la belleza. Para que esto suceda plenamente, es preciso que siempre os guíen los sanos principios morales que forman el patrimonio de toda cultura auténticamente humana. Ojalá que vuestra obra, inspirada también en la belleza y en la novedad del mensaje cristiano, eleve el espíritu hacia Aquel que transforma en júbilo las fatigas de la vida. A cada uno de vosotros, peregrino a la tumba del apóstol Pedro, le deseo que haga suya esta experiencia de fe y de conversión, para celebrar con alegría el bimilenario del nacimiento de Cristo.

4. Saludo, asimismo, a los socios de la Federación nacional de las asociaciones de pesca, que han venido encabezados por su director general. Jesús en sus parábolas comparó el reino de los cielos a "una red arrojada al mar" (
Mt 13,47) y los Apóstoles a "pescadores de hombres" (Mc 1,17). El mar es una hermosa imagen de este mundo en el que se desarrolla nuestra existencia. La humanidad surca las olas del tiempo avanzando hacia las riberas de la eternidad. Espera ser salvada por Cristo. A lo largo de su travesía, todo ser humano busca consuelo y seguridad en Cristo, al que "incluso el viento y el mar obedecen" (Mc 4,41).

A todos os deseo que viváis esta relación con los recursos naturales respetando plenamente el ambiente marino, de forma que se salvaguarden el trabajo y el sustento también para las generaciones futuras, en una pacífica convivencia, tanto en el mar como en la tierra, entre la naturaleza y los hombres.

5. Os saludo en particular a vosotros, queridos promotores, organizadores y artistas que participáis en el simpático y característico "Derby del corazón" en el estadio Olímpico, que este año, como siempre en colaboración con la Cáritas, se propone obtener fondos para ayudar a los niños necesitados, a los niños que sufren o se encuentran en peligro. Ojalá que esta laudable iniciativa, tan amada por el público, en la inminencia de la santa Navidad lleve serenidad a los que participan en ella directamente o a través de la televisión. Que sea una contribución sencilla, pero eficaz, para eliminar cualquier barrera de discriminación social y para hacer que crezca la cultura de la acogida y la solidaridad.

6. Dirijo ahora un cordial saludo a los fieles procedentes de las parroquias de Santa María de las Gracias, en Marcellina de Roma; San Roque, en Montorio de Vomano; San Marcelino, en Caserta; San Gabino, mártir, en Camposano; así como a los fieles que han venido de Arce, Oppido Lucano, Balze di Verghereto, y a los miembros de la Archicofradía de la Misericordia de Florencia.

Amadísimos hermanos, quiera Dios que esta experiencia jubilar constituya para vosotros una ocasión de renovada adhesión a la persona de Cristo, y os estimule a vivir la Navidad ya cercana con una oración y una generosidad más intensas.

Doy también la bienvenida a los componentes de la Patrulla acrobática de las "Flechas tricolores", acompañados por mons. Angelo Comastri, arzobispo prelado de Loreto, y por el general Andrea Fornasiero, jefe de Estado mayor de la Aviación militar italiana. Al dirigirles a ellos y a sus familiares un cordial saludo, les deseo que la actividad de vuelo y sus famosas exhibiciones aéreas constituyan para todos una fuerte llamada a elevar la mirada, desde las vicisitudes terrenas, hacia las luminosas realidades celestiales.

7. Queridos jóvenes scouts unitarios de Francia, os saludo cordialmente, así como a todas las personas de lengua francesa. Que vuestra peregrinación os ayude a volver a Cristo, para recibir su gracia y un nuevo impulso para la misión, en una comunión cada vez mayor con toda la Iglesia. Os imparto mi bendición apostólica.

8. Mi afectuoso saludo va, por último, a los demás grupos de peregrinos y a los fieles que se han unido a nuestro encuentro, que se realiza precisamente al inicio de la novena de Navidad.
417 María santísima, que hace dos mil años acogió en su seno virginal al Verbo de Dios hecho hombre, nos ayude a preparar nuestro corazón para el Señor que viene a traer paz y salvación también en nuestro tiempo. Este es el deseo que formulo a cada uno de los presentes y que de buen grado acompaño con una especial bendición apostólica.





MENSAJE DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II


EN EL XII CENTENARIO DE LA CORONACIÓN


IMPERIAL DE CARLOMAGNO



Al venerado hermano en el episcopado
Señor cardenal Antonio María JAVIERRE ORTAS

He sabido con agrado que el próximo día 16 de diciembre usted presidirá una sesión académica dedicada al XII centenario de la coronación imperial de Carlomagno, realizada por el Papa León III en la Navidad del año 800. Deseando participar al menos espiritualmente en la celebración de ese aniversario histórico, le envío este mensaje, con el que quiero transmitirle a usted y a esa distinguida asamblea mi saludo y mis mejores deseos.

La conmemoración de ese acontecimiento histórico nos invita a dirigir la mirada no sólo al pasado, sino también al futuro. En efecto, coincide con la fase decisiva de la redacción de la "Carta de derechos fundamentales" de la Unión europea. Esta feliz coincidencia invita a reflexionar sobre el valor que conserva también hoy la reforma cultural y religiosa promovida por Carlomagno. En efecto, su importancia es mayor aún que la obra que llevó a cabo para la unificación material de las diversas realidades políticas europeas de la época.

La grandiosa síntesis entre la cultura de la antigüedad clásica, principalmente romana, y las culturas de los pueblos germánicos y celtas, síntesis realizada sobre la base del Evangelio de Jesucristo, caracteriza la gran contribución dada por Carlomagno a la formación del continente. En efecto, Europa, que no constituía una unidad definida desde el punto de vista geográfico, sólo con la aceptación de la fe cristiana llegó a ser un continente que, a lo largo de los siglos, logró difundir sus valores en casi todas las demás partes de la tierra, para el bien de la humanidad. Al mismo tiempo, no se puede dejar de constatar que las ideologías que causaron ríos de lágrimas y de sangre en el siglo XX surgieron en una Europa que quiso olvidar sus fundamentos cristianos.

El compromiso asumido por la Unión europea de formular una "Carta de derechos fundamentales" constituye un intento de sintetizar nuevamente, al comienzo del nuevo milenio, los valores fundamentales en los que debe inspirarse la convivencia de los pueblos europeos. La Iglesia ha seguido con gran atención las vicisitudes de la elaboración de ese documento. Al respecto, no puedo ocultar mi desilusión por el hecho de que en el texto de la Carta no se halla insertada ni siquiera una referencia a Dios, el cual, por lo demás, es la fuente suprema de la dignidad de la persona humana y de sus derechos fundamentales. No se debe olvidar que la negación de Dios y de sus mandamientos fue la que creó, en el siglo pasado, la tiranía de los ídolos, que se manifestó en la glorificación de una raza, de una clase, del Estado, de la nación y del partido, en lugar del Dios vivo y verdadero. Precisamente a la luz de las desventuras del siglo XX se comprende cómo los derechos de Dios y del hombre se afirman y se niegan al mismo tiempo.

A pesar de los numerosos nobles esfuerzos, el texto elaborado para la "Carta europea" no ha colmado las justas expectativas de muchos. En particular, la defensa de los derechos de la persona y de la familia podía haber sido más valiente. En efecto, es más que justificada la preocupación por la tutela de estos derechos, no siempre comprendidos y respetados adecuadamente. Por ejemplo, muchos Estados europeos están amenazados por la política favorable al aborto, legalizado casi en todas partes, por la actitud cada vez más posibilista con respecto a la eutanasia y, últimamente, por ciertos proyectos de ley en materia de tecnología genética que no respetan suficientemente la calidad humana del embrión. No basta enfatizar con grandes palabras la dignidad de la persona, si después se la viola gravemente en las normas mismas del ordenamiento jurídico.

La gran figura histórica del emperador Carlomagno evoca las raíces cristianas de Europa, remitiendo a cuantos la estudian a una época que, a pesar de los límites humanos siempre presentes, se caracterizó por un imponente florecimiento cultural en casi todos los campos de la experiencia. Al buscar su identidad, Europa no puede prescindir de un esfuerzo enérgico de recuperación del patrimonio cultural legado por Carlomagno y conservado durante más de un milenio. La educación en el espíritu del humanismo cristiano garantiza la formación intelectual y moral que forma y ayuda a la juventud a afrontar los serios problemas planteados por el desarrollo científico-técnico. En este sentido, también el estudio de las lenguas clásicas en las escuelas puede ser una valiosa ayuda para introducir a las nuevas generaciones en el conocimiento de un patrimonio cultural de inestimable riqueza.

Por tanto, expreso mi aprecio a cuantos han preparado esta sesión académica y, en particular, al presidente del Comité pontificio de ciencias históricas, monseñor Walter Brandmüller. Esta iniciativa científica constituye una valiosa contribución para el redescubrimiento de los valores en los que se puede reconocer el "alma" más auténtica de Europa.

En esta ocasión quisiera saludar también al coro de niños cantores de la catedral de Augsburgo, que, por medio de su canto, enriquecen dignamente el congreso.

418 Con estos sentimientos, le envío de buen grado a usted, señor cardenal, a los relatores, a los participantes y a los pueri cantores, una especial bendición apostólica.

Vaticano, 14 de diciembre de 2000






A UNA DELEGACIÓN DE LA REPÚBLICA ESLOVACA


Lunes 18 de diciembre de 2000

. Ilustres señores; amables señoras:

Acabamos de realizar el intercambio de instrumentos de ratificación del Acuerdo-base entre la Santa Sede y la República Eslovaca. Le doy mi cordial bienvenida a usted, señor presidente, a los ilustres miembros de la delegación oficial y al embajador de la República Eslovaca ante la Santa Sede. Lo saludo también a usted, señor cardenal Ján Chryzostom Korec, al nuncio apostólico, al presidente y a los miembros de la Conferencia episcopal que han intervenido en la solemne ceremonia.

Con el intercambio de instrumentos de ratificación del Acuerdo-base, firmado el 24 de noviembre de este año, comienza una nueva etapa en las relaciones mutuas entre la Santa Sede y la República Eslovaca. La Iglesia y el Estado tienen ahora la tarea de aplicar cuanto se ha acordado. Es de desear que un profundo espíritu de cooperación constructiva siga animando a todos aquellos a quienes se encomiende la realización de esa importante tarea.

La razón fundamental de la colaboración entre la Iglesia y el Estado es el bien de la persona humana. Esta cooperación debe tutelar y garantizar los derechos del hombre. Una Iglesia que goza de toda la libertad que le corresponde se encuentra en una situación óptima para cooperar con todas las fuerzas vivas de la sociedad "con vistas al bien espiritual y material de la persona humana y al bien común", como reza el Preámbulo del Acuerdo.

Ojalá que cuanto hoy se ha llevado a cabo contribuya a la consolidación del vínculo social y al desarrollo espiritual y material de la sociedad eslovaca. Acompaño estos deseos con la invocación de la bendición de Dios sobre los participantes en este encuentro y sobre toda Eslovaquia, que tiene siempre un lugar especial en mi corazón.

A todos deseo de corazón unas felices fiestas navideñas.





ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS MUCHACHOS DE LA ACCIÓN CATÓLICA ITALIANA


Jueves 21 de diciembre



1. Amadísimos muchachos y muchachas de la Acción católica, os agradezco esta tradicional visita navideña. Cuando llegan los muchachos de la Acción católica, significa que la Navidad está cerca.
419 Habéis venido de dos en dos, como los discípulos de Jesús, desde diversas regiones de Italia, acompañados por un educador de cada diócesis. Os saludo con gran afecto y, de modo especial, a los mayores responsables que os acompañan.

Quizá alguno de vosotros estuvo presente en el jubileo de los niños y muchachos que se celebró el 2 de enero pasado. Ese fue el primer gran encuentro del jubileo, y recuerdo que la Acción católica trabajó mucho con vistas a esa manifestación. Ahora, queridos muchachos, hemos llegado casi al final del Año santo. Por eso, os pregunto: ¿cómo habéis vivido estos meses? Desde luego, con respecto al año pasado, habéis crecido bastante. A vuestra edad, un año más significa mucho, y los cambios se notan más. Pero, ¿podéis decir que habéis crecido también como cristianos? Vuestra amistad con Jesús ¿ha llegado a ser más fuerte y más profunda?

2. Ciertamente, la Acción católica os ha ayudado en vuestro crecimiento como discípulos de Cristo. Con vuestros grupos habéis recorrido durante este año del gran jubileo un camino aún más hermoso, más rico y más gozoso, y los frutos no faltarán. Junto con vuestros educadores y asistentes, os proponéis ser aún más misioneros, más capaces de llevar a los demás la alegría de haber encontrado a Jesús. Me alegra constatar este esfuerzo misionero, y os repito que cuento mucho con vuestra colaboración para la difusión del Evangelio en la familia, en la escuela, en el deporte, en todas partes.

Por mi parte, os acompaño con mi oración para que, como Jesús, crezcáis en sabiduría y gracia ante Dios y ante los hombres. Esto se realizará si amáis siempre a la Virgen y os dejáis guiar por ella. El ejemplo de los pastorcitos de Fátima, Francisco y Jacinta, a quienes precisamente este año he tenido la alegría de proclamar beatos, demuestra una vez más que los niños tienen una relación especial con la Virgen María. Con su ayuda, pueden alcanzar la cumbre de la santidad.

Quisiera daros un consejo: id a Belén y llevad a Jesús recién nacido este carné, el "Número 1". Él no debe faltar en la Acción católica y la Acción católica no debe faltarle a él. Estos son los deseos que os formulo a todos.

¡Feliz Navidad!

Queridos muchachos, gracias una vez más por vuestra visita y por vuestros dones. Os bendigo con gran afecto a vosotros y a todos vuestros amigos de la Acción católica, a vuestros familiares y a vuestros educadores.





DISCURSO DEL SU SANTIDAD JUAN PABLO II


A LOS CARDENALES, LA FAMILIA PONTIFICIA,


LA CURIA Y LA PRELATURA ROMANA


Jueves 21 de diciembre



1. Pater misit Filium suum Salvatorem mundi: gaudeamus!

Es particularmente viva la alegría que experimentamos en esta Navidad del gran jubileo, en la que contemplamos con mayor emoción el rostro de Cristo, dos mil años después de su nacimiento. Gaudeamus! Con este gozo profundo en el corazón os doy mi cordial saludo, amadísimos señores cardenales y colaboradores de la Curia romana, que os habéis reunido para este tradicional encuentro de familia.

Le doy las gracias, señor cardenal decano, por haber querido expresar, con su felicitación, a la que correspondo de corazón, los sentimientos de afecto y devoción de la Curia romana. No sólo brotan de una finura espiritual humana, sino también de la fe que compartimos y que nos asegura la presencia especial de Cristo donde "dos o tres se hallan reunidos en su nombre" (cf. Mt Mt 18,20).
420 Pater misit Filium suum Salvatorem mundi! Esta verdad central de la fe cristiana nos ofrece también el criterio para hacer un balance "espiritual", por decir así, de este año laborioso, y sobre todo indica el camino que se abre ante nosotros. La Puerta santa está a punto de cerrarse, pero el Cristo que representa es "el mismo ayer, hoy y siempre" (He 13,8). Él es la "puerta" (cf. Jn Jn 10,9). Él es el "camino" (cf. Jn Jn 14,6). Si estáis aquí, como comunidad especial reunida en torno al Sucesor de Pedro, lo hacéis porque habéis sido llamados por Cristo al servicio de la Iglesia, que él se adquirió con su sangre (cf. Hch Ac 20,28).

2. En su nombre hemos vivido este año de gracia, durante el cual se han movilizado tantas energías dentro del pueblo cristiano, sea a nivel universal sea en las Iglesias particulares. Ha acudido aquí, al centro de la cristiandad, a las diversas basílicas y en particular a la tumba del Príncipe de los Apóstoles, un número grandísimo de peregrinos, que han dado, día tras día, en el estupendo escenario de la plaza de San Pedro, testimonios siempre nuevos de fe y devoción participando en solemnes celebraciones públicas o avanzando en ordenado recogimiento hacia la Puerta santa. Durante este año la plaza de San Pedro ha sido, más que nunca, un "microcosmos" en el que han confluido las más diferentes situaciones de la humanidad.

A través de los peregrinos de los diversos continentes, el mundo, de alguna manera, ha venido a Roma. Innumerables personas, niños y ancianos, artistas y deportistas, discapacitados y familias, políticos y periodistas, obispos, presbíteros y consagrados, se han encontrado aquí con el deseo de ofrecer a Cristo no sólo su propia vida, sino también su trabajo, sus ambientes profesionales y culturales, su historia diaria.

A cada uno de estos grupos, generalmente muy numerosos, he podido anunciar una vez más a Cristo, el Salvador del mundo, el Redentor del hombre. En la memoria de todos ha quedado particularmente grabado el Jubileo de los jóvenes, y no sólo por las dimensiones que lo caracterizaron, sino sobre todo por el compromiso que los "muchachos del Papa" -como les llamaron- supieron demostrar. Yo les pregunté: "¿Qué habéis venido a buscar?, o mejor, ¿a quién habéis venido a buscar?". Y, con la confirmación de su aplauso, interpreté sus sentimientos diciendo: "Habéis venido a buscar a Jesucristo" (Discurso en la plaza de San Pedro, 15 de agosto de 2000, n. 1: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 18 de agosto de 2000, p. 5).

3. También vosotros, amadísimos colaboradores de la Curia romana, habéis contribuido al éxito de este movimiento -verdadera peregrinación del pueblo de Dios-, trabajando, en colaboración con el Comité para el gran jubileo y con los organismos implicados en las distintas actividades, para garantizar que se desarrollaran bien las celebraciones de vuestra competencia. Aprovecho esta circunstancia para expresar mi gratitud y mi aprecio a los dicasterios y a las administraciones de la Santa Sede, así como a las oficinas del "Governatorato". Han trabajado con gran generosidad, en los ámbitos de sus respectivas competencias, para que se realizaran convenientemente las diversas Jornadas jubilares.

No puedo olvidar el prolongado trabajo del cardenal arcipreste de la basílica vaticana, así como el empeño de la Secretaría de Estado, de la Prefectura de la Casa pontificia y de la Oficina de las celebraciones litúrgicas pontificias. Y no puedo por menos de hacer una mención especial de la constante disponibilidad que han mostrado los organismos encargados de las comunicaciones sociales, L'Osservatore Romano, la Sala de prensa, Radio Vaticano y el Centro televisivo vaticano. Tampoco puedo dejar de recordar el ministerio oculto, pero tan importante, de los penitenciarios y los confesores de las diversas basílicas. Asimismo, expreso mi gratitud al Vicariato de Roma por la gran contribución que ha dado en varias manifestaciones del Año jubilar, especialmente con ocasión del Congreso eucarístico y de la Jornada mundial de la juventud.
También pienso en los numerosos voluntarios, jóvenes y adultos, procedentes de varias naciones. Sería demasiado larga la lista de cuantos han contribuido con su empeño al éxito del jubileo. Todo se realiza ante la mirada de Dios y, según las palabras de Jesús, será el Padre mismo, "que ve en lo secreto" (Mt 6,6), quien recompensará a cuantos han trabajado en su nombre y para la llegada de su reino.

4. Con todo, en esta circunstancia, en la que nos hallamos reunidos para expresar nuestra comunión, me parece significativo recordar de manera especial el jubileo que la Curia romana vivió personalmente el pasado 22 de febrero, para gustar una vez más sus frutos espirituales. El jubileo de la Curia fue un momento de intensa experiencia de fe, realizada de acuerdo con las palabras de san Pedro: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16,16). Estas palabras constituyen el punto de referencia de la fe de toda la Iglesia. En esta confesión del Príncipe de los Apóstoles se apoya de modo especial el "ministerium petrinum" y, con él, la misión encomendada a la comunidad especial que formamos. En efecto, somos lo que somos en función del ministerio que Cristo confió a san Pedro: "Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas" (cf. Jn Jn 21,15-17).

Se trata de un misterio de gracia y de condescendencia, que sólo se puede comprender a la luz de la fe. Precisamente con ocasión de vuestro jubileo, os decía que "el ministerio petrino no se funda en las capacidades y en las fuerzas humanas, sino en la oración de Cristo, que implora al Padre para que la fe de Simón "no desfallezca" (Lc 22,32)" (Homilía en la basílica de San Pedro, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de febrero de 2000, p. 12). Es algo que experimento todos los días. En este Año jubilar también yo he sentido más fuerte la presencia de Cristo. Como era de prever, el trabajo ha sido más intenso que de costumbre, pero, con la ayuda de Dios, todo ha salido bien. Ya al final de este año singular, deseo dar gracias al Señor porque me ha concedido anunciar tan ampliamente su nombre, haciendo plenamente mío el programa del apóstol san Pablo: "No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús" (2Co 4,5).

5. Esta perspectiva de fe ha de guiar constantemente también vuestro servicio especial, amadísimos hermanos. Si Cristo sostiene a aquel que ha elegido como Sucesor de Pedro, ciertamente no dejará de conceder su gracia también a vosotros, que tenéis la comprometedora misión de ayudarle. Pero, si es grande el don, también es alta la responsabilidad de corresponder a él de modo adecuado. Por eso, la Curia romana debe ser un lugar donde se respire santidad. Un lugar del que han de quedar absolutamente excluidas la competición y el afán de hacer carrera, y en el que ha de reinar sólo el amor a Cristo, manifestado en la alegría de la comunión y del servicio, a imitación de Cristo, "que no vino para ser servido sino para servir" (Mc 10,45).

6. He querido subrayar esta referencia esencial a Cristo con la peregrinación a Tierra Santa, precedida por la conmemoración de Abraham, "nuestro padre en la fe", en la sala Pablo VI y por la visita a algunos lugares veterotestamentarios de la historia de la salvación, sobre todo al Sinaí. No puedo olvidar la emoción de aquellos días de marzo, en los que pude revivir las vicisitudes históricas de Jesús en sus momentos fundamentales, desde el nacimiento en Belén hasta la muerte en el Gólgota. De modo especial en el Cenáculo pensé en vosotros, mis queridos colaboradores de la Curia romana. Os tuve presentes a todos en el recuerdo y en la oración. Fue una verdadera "inmersión" en el misterio de Cristo. Al mismo tiempo, fue una ocasión de encuentro no sólo con la comunidad cristiana, sino también con la judía y la musulmana. En la estima que manifesté a esas comunidades, y que a su vez también ellos me mostraron, pude gustar anticipadamente la alegría que todos experimentarán, como reflejo de la gloria de Dios mismo, cuando aquella tierra tan santa y por desgracia tan desgarrada encuentre finalmente la paz. Queremos hoy manifestar nuestra cercanía a cuantos están sufriendo en ese agotador conflicto, e invocamos a Dios para que aplaque la violencia de los sentimientos y de las armas, y oriente los corazones hacia soluciones adecuadas para una paz justa y duradera.

421 7. Un icono estupendo del Año jubilar sigue siendo seguramente el momento de oración ecuménica que lo ha caracterizado desde sus primeras fases. Recuerdo con emoción -lo recordamos todos- la apertura de la Puerta santa en la basílica de San Pablo extramuros, el día 18 de enero. No sólo mis manos empujaron la puerta, sino también las del metropolita Athanasios, en representación del patriarca ecuménico de Constantinopla, y las del primado anglicano George Carey. En nuestras personas se hallaba representada la cristiandad entera, dolorida por las divisiones históricas que la hieren, pero al mismo tiempo pronta a escuchar al Espíritu de Dios que la impulsa hacia la comunión plena.

Frente a los persistentes esfuerzos del camino ecuménico es preciso no desalentarse. Debemos creer que la meta de la unidad plena de todos los cristianos realmente es posible, con la fuerza de Cristo que nos sostiene. Por nuestra parte, además de la oración y el diálogo teológico, debemos cultivar la actitud espiritual que, precisamente en aquella sugestiva circunstancia, indiqué como el "sacrificio de la unidad". Con esas palabras quise evocar la capacidad de "cambiar nuestra mirada, dilatar nuestro horizonte, saber reconocer la acción del Espíritu, que actúa en nuestros hermanos, descubrir nuevos rostros de santidad, abrirnos a aspectos inéditos del compromiso cristiano" (Homilía durante la solemne celebración ecuménica, 18 de enero de 2000, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 21 de enero de 2000, p. 12).

8. Con análoga apertura de espíritu, en el jubileo se ha proseguido el diálogo interreligioso que, inaugurado por el concilio Vaticano II con la declaración Nostra aetate, ha dado pasos significativos durante estos decenios. Recuerdo, en particular, la oración de Asís, en 1986, y la que realizamos en la plaza de San Pedro el año pasado. Desde luego, se trata de un diálogo que no pretende en absoluto disminuir el debido anuncio de Cristo como único Salvador del mundo, como reafirmó recientemente la declaración Dominus Iesus. El diálogo no pone en tela de juicio esta verdad esencial para la fe cristiana, sino que se funda en el presupuesto de que, precisamente a la luz del misterio de Dios revelado en Cristo, podemos descubrir muchas semillas de luz esparcidas por el Espíritu en las diversas culturas y religiones. Por tanto, al cultivar esas semillas por medio del diálogo, podemos crecer juntos, también con los creyentes de otras religiones, en el amor a Dios y en el servicio a la humanidad, caminando hacia la plenitud de verdad, a la que misteriosamente nos lleva el Espíritu de Dios (cf. Jn
Jn 16,13).

9. El gran jubileo, inspirándose en sus lejanos pero siempre vivos orígenes bíblicos, ha sido también un año de toma de conciencia más intensa de la urgencia de la caridad, especialmente en la dimensión de la ayuda que es preciso prestar a los países más pobres. Sólo en el marco de un compromiso inspirado en una solidaridad "global" puede encontrarse el remedio a los peligros que entraña una economía mundial tendencialmente privada de reglas para defensa de las personas más débiles. Ha tenido gran significado, en este sentido, el compromiso de la Iglesia por la reducción de la deuda externa de los países pobres. Lo que muchos Parlamentos han deliberado es sin duda alentador, pero aún queda mucho por hacer.

Igualmente quisiera aquí dar las gracias a los responsables de las naciones que han acogido mi repetido llamamiento a llevar a cabo "un signo de clemencia en favor de todos los encarcelados". Espero que el camino iniciado se lleve a término. Más allá de estos problemas específicos, la reflexión jubilar ha puesto ante nuestros ojos el entero espacio de la caridad, impulsando a todos los cristianos a la actitud generosa de compartir. La caridad sigue siendo la gran consigna para el camino que nos espera. A través de ella resplandece plenamente la verdad de Dios-Amor, de aquel Dios que "tanto amó al mundo, que le dio a su Hijo único" (Jn 3,16).

10. Pater misit Filium suum Salvatorem mundi: gaudeamus! Esta certeza ha guiado los dos mil años de la historia cristiana. Debemos seguir partiendo de ella también en este inicio de milenio. ¡Volver a partir de Cristo! Esta es la consigna que ha de acompañar a la Iglesia al entrar en el tercer milenio. Dentro de algunos días la Puerta santa se cerrará, pero seguirá abierta de par en par, más que nunca, la Puerta viva que es Cristo mismo. Estoy seguro de que una vez más vosotros, amadísimos colaboradores de la Curia romana, al reanudar este camino, estaréis disponibles y prontos. En el mundo del espíritu no han de existir pausas. El secreto de este impulso inagotable es Cristo mismo, al que dentro de algunos días la liturgia nos presentará como un niño en un pesebre. A él, por intercesión de María, la Madre de la esperanza, le pediremos que nos envuelva con su luz y nos sostenga en el nuevo camino.

En su nombre os abrazo a todos con afecto y, a la vez que os felicito cordialmente, os imparto de buen grado la bendición apostólica. ¡Feliz Navidad!






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