Audiencias 2001



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Catequesis sobre la Liturgia de las Horas


Enero de 2001


Miércoles 3 de enero de 2001

Permanecer inmersos en la santa alegría de la Navidad

1. "Alegrémonos todos en el Señor, exultemos con santa alegría: nuestro Salvador ha nacido en el mundo, aleluya". Con estas palabras la liturgia nos invita hoy a permanecer inmersos en la "santa alegría" de la Navidad. Al inicio de un nuevo año, esta exhortación nos impulsa a vivirlo plenamente a la luz de Cristo, cuya salvación ha aparecido en el mundo para todos los hombres.

En efecto, el tiempo navideño vuelve a proponer a la atención de los cristianos el misterio de Jesús y su obra de salvación. Ante el belén la Iglesia adora el augusto misterio de la Encarnación: el Niño que María tiene entre sus brazos es el Verbo eterno que se insertó en el tiempo y asumió la naturaleza humana herida por el pecado, para incorporarla a sí mismo y redimirla. Toda realidad humana, toda vicisitud temporal asume así resonancias eternas: en la persona del Verbo encarnado la creación queda maravillosamente sublimada.

San Agustín escribe: "Dios se hizo hombre para que el hombre llegara a ser Dios". Entre el cielo y la tierra se estableció definitivamente un puente. En el hombre-Dios la humanidad vuelve a encontrar el camino del cielo. El Hijo de María es Mediador universal, Sumo Pontífice. Cada uno de los actos de este Niño es un misterio destinado a revelar la abismal benevolencia de Dios.

2. En la cueva de Belén se manifiesta con desarmante sencillez el amor infinito que Dios tiene a todo ser humano. Contemplamos en el belén al Dios hecho hombre por nosotros.

San Francisco de Asís tuvo la idea de volver a proponer este mensaje a través de un belén vivo en Greccio, el 25 de diciembre del año 1223. Su biógrafo Tommaso da Celano narra que rebosaba de alegría porque en aquella conmovedora escena resplandecía la sencillez evangélica, se alababa la pobreza y se recomendaba la humildad. El biógrafo termina observando que "después de aquella vigilia solemne, cada uno volvió a su casa lleno de inefable alegría" (cf. Vida primera, cap. XXX, 86, 479).

La intuición de san Francisco es sorprendente: el belén no sólo es un nuevo Belén, pues vuelve a evocar el acontecimiento histórico y actualizar su mensaje, sino que también es una ocasión de consuelo y alegría: es el día de la alegría, el tiempo del júbilo. Afirma también Tommaso da Celano que aquella noche de Navidad era clara como el mediodía y dulce a los hombres y a los animales (cf. ib., 85, 469).

3. En el belén se celebra la alianza entre Dios y el hombre, entre la tierra y el cielo. Belén, lugar de la alegría, se convierte también en escuela de bondad, porque allí se manifiestan la misericordia y el amor que siente Dios por sus hijos. Allí se testimonia visiblemente la fraternidad que debe unir a cuantos en la fe son hermanos, por ser hijos del único Padre celestial. En este espacio de comunión, Belén resplandece como la casa donde todos pueden hallar alimento -etimológicamente el nombre significa casa del pan- y, en cierto modo, se anuncia ya el misterio pascual de la Eucaristía.

En Belén, casi como en un altar simbólico, se celebra ya la Vida que no muere, y a los hombres de todos los tiempos, de algún modo, se les da a gustar anticipadamente el alimento de la inmortalidad, que es "pan de los peregrinos, verdadero pan de los hijos" (Secuencia del Corpus Christi). Sólo el Redentor, nacido en Belén, puede colmar las expectativas más profundas del corazón humano y aliviar los sufrimientos y las heridas.

2 4. En la cueva de Belén contemplamos a María, que dio a luz al Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo. La Virgen, "mujer dócil a la voz del Espíritu, mujer del silencio y de la escucha, mujer de esperanza, que supo acoger como Abraham la voluntad de Dios "esperando contra toda esperanza" (Rm 4,18)" (Tertio millennio adveniente TMA 48), resplandece como modelo para cuantos creen de todo corazón en las promesas de Dios.

Juntamente con ella y con san José permanecemos en adoración ante la cuna de Belén, mientras se eleva hacia el cielo nuestra invocación suplicante: "Haz que resplandezca tu rostro y sálvanos, Señor".

Confortados con el don del nacimiento del Salvador, intensifiquemos nuestro compromiso en estos últimos días del Año santo. Abramos el corazón a Cristo, único y universal camino que lleva a Dios. Así podremos proseguir en el año nuevo con firme confianza. Que nos sostenga en este camino la poderosa intercesión de María, Virgen fiel, testigo silenciosa del misterio de Belén.

Saludos

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en especial al grupo de seminaristas de la diócesis de Cartagena y a los jóvenes del Secretariado nacional de Pandillas de amistad, de México. A todos os deseo que el encuentro con la Palabra divina hecha carne sea fuente de abundantes gracias y consuelos.

(En checo)
Un cordial saludo dirijo a los peregrinos procedentes de la República Checa. En este tiempo de Navidad resuena en nuestras almas el canto de los ángeles: "Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres, que Dios ama" (Lc 2,14). Ojalá que también vosotros difundáis la paz de Cristo por la tierra. Con este deseo os bendigo de corazón. ¡Alabado sea Jesucristo!

(En italiano)
Jesús, a quien contemplamos en el misterio de la Navidad, sea para todos guía seguro en el nuevo año, que acaba de iniciar. Que lo sea para vosotros, queridos jóvenes, a fin de que crezcáis iluminados y orientados en las opciones de su Evangelio. Que lo sea para vosotros, queridos enfermos, a fin de que aceptéis siempre las pruebas de la existencia como momento de redención y de gracia. Que lo sea para vosotros, queridos recién casados, a fin de que testimoniéis siempre en la vida familiar vuestra fidelidad a lo que habéis recibido y prometido con el sacramento del matrimonio.






Miércoles 10 de enero de 2001

El compromiso por la libertad y la justicia

3 1. La voz de los profetas -como la de Isaías, que acabamos de escuchar- resuena repetidamente para recordarnos que debemos comprometernos para liberar a los oprimidos y hacer que reine la justicia. Si falta este compromiso, el culto dado a Dios no le agrada. Es una llamada intensa, expresada a veces de forma paradójica, como cuando Oseas refiere este oráculo divino citado también por Jesús (cf. Mt 9,13 Mt 12,7): "Yo quiero amor, no sacrificio, conocimiento de Dios, más que holocaustos" (Os 6,6).

También el profeta Amós presenta con gran vehemencia a Dios apartando su mirada pues no acepta ritos, fiestas, ayunos, músicas, súplicas, cuando fuera del santuario se vende al justo por dinero y al pobre por un par de sandalias y se pisotea contra el polvo de la tierra la cabeza de los pobres (cf. Am Am 2,6-7). Por eso, hace esta firme invitación: "Que fluya el juicio como agua y la justicia como arroyo perenne" (Am 5,24). Así pues, los profetas, hablando en nombre de Dios, rechazan un culto aislado de la vida, una liturgia separada de la justicia, una oración sin un compromiso diario, una fe sin obras.

2. El grito de Isaías: "Desistid de hacer el mal, aprended a hacer el bien, buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano, abogad por la viuda" (Is 1,16-17), resuena en la enseñanza de Cristo, que nos advierte: "Si, al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelve y presenta tu ofrenda" (Mt 5,23-24). Al concluir la vida de todo hombre y al final de la historia de la humanidad, el juicio de Dios versará sobre el amor, sobre la práctica de la justicia, sobre la acogida dada a los pobres (cf. Mt 25,31-46). Frente a una comunidad lacerada por divisiones e injusticias, como la de Corinto, san Pablo llega incluso a exigir la suspensión de la participación eucarística, invitando a los cristianos a examinar antes su propia conciencia, para no ser reos del cuerpo y la sangre del Señor (cf. 1Co 11,27-29).

3. El servicio de la caridad, coherentemente vinculado a la fe y a la liturgia (cf. Jc 2,14-17), el compromiso por la justicia, la lucha contra toda opresión y la defensa de la dignidad de la persona no son para el cristiano expresiones de filantropía motivada sólo por la pertenencia a la familia humana. Al contrario, se trata de opciones y actos que brotan de un sentimiento profundamente religioso: son auténticos sacrificios en los que Dios se complace, según la afirmación de la carta a los Hebreos (cf. He 13,16). Particularmente incisiva es la advertencia de san Juan Crisóstomo: "¿Quieres honrar el cuerpo de Cristo? No lo descuides cuando se encuentra desnudo. No le rindas homenaje aquí en el templo con vestidos de seda, para luego descuidarlo fuera, donde sufre frío y desnudez" (In Matthaeum hom. 50, 3).

4. Precisamente porque "el sentido de la justicia se ha despertado a gran escala en el mundo contemporáneo (...), la Iglesia comparte con los hombres de nuestro tiempo este profundo y ardiente deseo de una vida justa bajo todos los aspectos y no se abstiene ni siquiera de someter a reflexión los diversos aspectos de la justicia, tal como lo exige la vida de los hombres y de las sociedades. Prueba de ello es el campo de la doctrina social católica, ampliamente desarrollada en el arco del último siglo" (Dives in misericordia, DM 12). Este compromiso de reflexión y acción debe recibir un impulso extraordinario precisamente a partir del jubileo. En su matriz bíblica, es una celebración de solidaridad: cuando resonaba la trompeta del Año jubilar, cada uno "recobraba su propiedad, y regresaba a su familia", como reza el texto oficial del jubileo (cf. Lv Lv 25,10).

5. Ante todo los terrenos perdidos por diversas vicisitudes económicas y familiares eran restituidos a los antiguos propietarios. Así, con el Año jubilar se permitía a todos volver a un punto ideal de partida, a través de una atrevida y valiente obra de justicia distributiva. Es evidente la dimensión que se podría llamar "utópica", propuesta como remedio concreto contra la consolidación de privilegios y prevaricaciones: es el intento de impulsar a la sociedad hacia un ideal más alto de solidaridad, generosidad y fraternidad. En las modernas coordenadas históricas la vuelta a las tierras perdidas podría expresarse, como he propuesto en varias ocasiones, mediante una condonación total, o al menos una reducción, de la deuda externa de los países pobres (cf. Tertio millennio adveniente TMA 51).

6. El otro compromiso jubilar consistía en hacer que el esclavo volviera libre a su familia (cf. Lv 25,39-41). La miseria lo había arrastrado hasta la humillación de la esclavitud, pero ahora se abría ante él la posibilidad de construir su futuro en libertad, en el seno de su familia. Por este motivo, el profeta Ezequiel llama al Año jubilar "año de la liberación", es decir, del rescate (cf. Ez 46,17). Y otro libro bíblico, el Deuteronomio, augura una sociedad justa, libre y solidaria con estas palabras: "No debería haber ningún pobre junto a ti, (...) si hay junto a ti algún pobre de entre tus hermanos (...) no endurecerás tu corazón ni cerrarás tu mano" (Dt 15,4 Dt 15,7).

También nosotros debemos orientarnos hacia esta meta de solidaridad. "Solidaridad de los pobres entre sí, solidaridad con los pobres, a la que los ricos están llamados, y solidaridad de los trabajadores entre sí y con los trabajadores" (Instrucción de la Congregación para la doctrina de la fe sobre Libertad cristiana y liberación, 89). El jubileo que acabamos de concluir, vivido así, seguirá produciendo abundantes frutos de justicia, libertad y amor.

Saludos

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, especialmente a los escolapios participantes en el Encuentro internacional de pastoral vocacional. A todos os deseo que podáis vivir con renovada vitalidad los frutos del Año jubilar.

(A los peregrinos croatas)
4 Hace pocos días concluyó el gran jubileo del año 2000. Quiera Dios que los frutos de este extraordinario acontecimiento de fe y de gracia ayuden a los cristianos de nuestro tiempo a testimoniar el inmenso amor que tiene Dios a los hombres.
Ojalá que sepan llevar una vida impregnada de santidad y actúen con caridad incansable y generosa, como he escrito en la carta apostólica "Novo millennio ineunte".

(En italiano)
Mi saludo se extiende a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados.
Quiera Dios que la fiesta del Bautismo del Señor, que celebramos el domingo pasado, avive en todos la gracia y el recuerdo de nuestro bautismo. Que el bautismo constituya para vosotros, queridos jóvenes, un estímulo a testimoniar siempre la alegría de la adhesión a Cristo, Hijo predilecto del Padre y hermano nuestro, que nos ilumina el camino de la vida. Que sea para vosotros, queridos enfermos, motivo de consuelo, pensando que mediante ese sacramento estáis unidos al Cordero de Dios que, con su pasión y muerte, salva al mundo. Y os sostenga a vosotros, queridos recién casados, al hacer de vuestra familia un auténtico hogar de fe y amor. A todos imparto la bendición apostólica.


Miércoles 17 de enero de 2001

El compromiso por evitar la catástrofe ecológica

1. En el himno de alabanza que acabamos de proclamar (Ps 148,1-5), el Salmista convoca a todas las criaturas, llamándolas por su nombre. En las alturas se asoman ángeles, sol, luna, estrellas y cielos; en la tierra se mueven veintidós criaturas, tantas cuantas son las letras del alfabeto hebreo, para indicar plenitud y totalidad. El fiel es como "el pastor del ser", es decir, aquel que conduce a Dios todos los seres, invitándolos a entonar un "aleluya" de alabanza. El salmo nos introduce en una especie de templo cósmico que tiene por ábside los cielos y por naves las regiones del mundo, y en cuyo interior canta a Dios el coro de las criaturas.

Esta visión podría ser, por un lado, la representación de un paraíso perdido y, por otro, la del paraíso prometido. Por eso el horizonte de un universo paradisíaco, que el Génesis coloca en el origen mismo del mundo (c. 2), Isaías (c. 11) y el Apocalipsis (cc. 21-22) lo sitúan al final de la historia. Se ve así que la armonía del hombre con su semejante, con la creación y con Dios es el proyecto que el Creador persigue. Dicho proyecto ha sido y es alterado continuamente por el pecado humano, que se inspira en un plan alternativo, representado en el libro mismo del Génesis (cc. 3-11), en el que se describe la consolidación de una progresiva tensión conflictiva con Dios, con el semejante e incluso con la naturaleza.

2. El contraste entre los dos proyectos emerge nítidamente en la vocación a la que la humanidad está llamada, según la Biblia, y en las consecuencias provocadas por su infidelidad a esa llamada.
La criatura humana recibe una misión de gobierno sobre la creación para hacer brillar todas sus potencialidades. Es una delegación que el Rey divino le atribuye en los orígenes mismos de la creación, cuando el hombre y la mujer, que son "imagen de Dios" (Gn 1,27), reciben la orden de ser fecundos, multiplicarse, llenar la tierra, someterla y dominar los peces del mar, las aves del cielo y todo cuanto vive y se mueve sobre la tierra (cf. Gn 1,28). San Gregorio de Nisa, uno de los tres grandes Padres capadocios, comentaba: "Dios creó al hombre de modo tal que pudiera desempeñar su función de rey de la tierra (...). El hombre fue creado a imagen de Aquel que gobierna el universo. Todo demuestra que, desde el principio, su naturaleza está marcada por la realeza (...). Él es la imagen viva que participa con su dignidad en la perfección del modelo divino" (De hominis opificio, 4: PG 44,136).

5 3. Sin embargo el señorío del hombre no es "absoluto, sino ministerial, reflejo real del señorío único e infinito de Dios. Por eso, el hombre debe vivirlo con sabiduría y amor, participando de la sabiduría y del amor inconmensurables de Dios" (Evangelium vitae, EV 52, L'Osservatore romano, edición en lengua española, 31 de marzo de 1995, p. 12). En el lenguaje bíblico "dar el nombre" a las criaturas (cf. Gn 2,19-20) es el signo de esta misión de conocimiento y de transformación de la realidad creada. Es la misión no de un dueño absoluto e incensurable, sino de un administrador del reino de Dios, llamado a continuar la obra del Creador, una obra de vida y de paz. Su tarea, definida en el libro de la Sabiduría, es la de gobernar "el mundo con santidad y justicia" (Sg 9,3).

Por desgracia, si la mirada recorre las regiones de nuestro planeta, enseguida nos damos cuenta de que la humanidad ha defraudado las expectativas divinas. Sobre todo en nuestro tiempo, el hombre ha devastado sin vacilación llanuras y valles boscosos, ha contaminado las aguas, ha deformado el hábitat de la tierra, ha hecho irrespirable el aire, ha alterado los sistemas hidro-geológicos y atmosféricos, ha desertizado espacios verdes, ha realizado formas de industrialización salvaje, humillando -con una imagen de Dante Alighieri (Paraíso, XXII, 151)- el "jardín" que es la tierra, nuestra morada.

4. Es preciso, pues, estimular y sostener la "conversión ecológica", que en estos últimos decenios ha hecho a la humanidad más sensible respecto a la catástrofe hacia la cual se estaba encaminando. El hombre no es ya "ministro" del Creador. Pero, autónomo déspota, está comprendiendo que debe finalmente detenerse ante el abismo. "También se debe considerar positivamente una mayor atención a la calidad de vida y a la ecología, que se registra sobre todo en las sociedades más desarrolladas, en las que las expectativas de las personas no se centran tanto en los problemas de la supervivencia cuanto más bien en la búsqueda de una mejora global de las condiciones de vida" (Evangelium vitae, EV 27, L'Osservatore romano, edición en lengua española, 31 de marzo de 1995, p. 8). Por consiguiente, no está en juego sólo una ecología "física", atenta a tutelar el hábitat de los diversos seres vivos, sino también una ecología "humana", que haga más digna la existencia de las criaturas, protegiendo el bien radical de la vida en todas sus manifestaciones y preparando a las futuras generaciones un ambiente que se acerque más al proyecto del Creador.

5. Los hombres y mujeres, en esta nueva armonía con la naturaleza y consigo mismos, vuelven a pasear por el jardín de la creación, tratando de hacer que los bienes de la tierra estén disponibles para todos y no sólo para algunos privilegiados, precisamente como sugería el jubileo bíblico (cf. Lv Lv 25,8-13 Lv Lv 25,23). En medio de estas maravillas descubrimos la voz del Creador, transmitida por el cielo y la tierra, por el día y la noche: un lenguaje "sin palabras de las que se oiga el sonido", capaz de cruzar todas las fronteras (cf. Ps 19,2-5).

El libro de la Sabiduría, evocado por san Pablo, celebra esta presencia de Dios en el universo recordando que "de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor" (Sg 13,5; cf. Rm 1,20). Es lo que canta también la tradición judía de los Chassidim: "Dondequiera que yo vaya, Tú! ¡Dondequiera que yo esté, Tú..., dondequiera me vuelva, en cualquier parte que admire, sólo Tú, de nuevo Tú, siempre Tú" (M. Buber, I racconti dei Chassidim, Milán 1979, p. 256).

Saludos

Deseo saludar a los fieles de lengua española, en particular a los profesores y alumnos del liceo Charles de Gaulle, de Concepción (Chile), así como a los peregrinos venidos de España y de otros países latinoamericanos. Que nuestra oración sea un himno de alabanza por el don de la creación que el Señor ha puesto en nuestras manos. Muchas gracias.


(En italiano)
Hoy celebramos la memoria litúrgica de san Antonio abad, maestro de vida espiritual. Pero él es también muy popular en los ambientes rurales como patrono de las ganaderías. En estos ambientes se está viviendo un momento de gran dificultad a causa de la alarma social causada por la difusión de una reciente enfermedad. En esta situación de notable malestar, dirijo a todos los honrados ganaderos la expresión de mi cercanía espiritual.

Que el ejemplo de san Antonio os ayude a todos vosotros, queridos jóvenes, a seguir a Cristo decididamente; a vosotros, queridos enfermos, os sostenga en los momentos de desconsuelo y de prueba; y a vosotros, recién casados, os estimule a no descuidar la oración en la vida diaria.

Hoy se celebra en Italia la Jornada para la amistad judeo-cristiana. Manifiesto mi aprecio y apoyo a esta iniciativa de la Iglesia italiana, y deseo de corazón que contribuya al desarrollo de un auténtico diálogo judeo-católico.

6 Mañana comenzará el Octavario de oración por la unidad de los cristianos, durante el cual las Iglesias y Comunidades eclesiales rezarán juntas para que se realice plenamente la voluntad de Cristo de que sus discípulos sean una sola cosa. Este año el tema elegido es la expresión de Jesús en el evangelio de san Juan: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6). Queridísimos hermanos y hermanas, os invito a todos a uniros a esta invocación coral al Señor y os doy cita para el jueves 25 de enero, en la basílica de San Pablo, donde, como es tradicional, celebraremos la solemne conclusión de este Octavario de oración por la unidad de los cristianos.






Miércoles 24 de enero de 2001


El compromiso por un futuro digno del hombre

1. Al contemplar el mundo y su historia, a primera vista parece dominar el estandarte de la guerra, de la violencia, de la opresión, de la injusticia y de la degradación moral. Como en la visión del capítulo 6 del Apocalipsis, da la impresión de que por los páramos desolados de la tierra cabalgan los jinetes que llevan la corona del poder triunfador, la espada de la violencia, la balanza de la pobreza y del hambre, y la hoz afilada de la muerte (cf. Ap 6,1-8).

Frente a las tragedias de la historia y a la inmoralidad dominante, se puede repetir la pregunta que el profeta Jeremías dirigió a Dios, haciendo de portavoz de tantas personas que sufren y se ven oprimidas: "Tú llevas la razón, Señor, cuando discuto contigo; no obstante, voy a tratar contigo un punto de justicia. ¿Por qué tienen suerte los malos, y son felices todos los traidores?" (Jr 12,1). A diferencia de Moisés, que desde las alturas del monte Nebo contempló la tierra prometida (cf. Dt 34,1), nosotros nos asomamos a un mundo atormentado, en el que el reino de Dios se va abriendo camino con dificultad.

2. San Ireneo, en el siglo II, encontró una explicación en la libertad del hombre que, en vez de seguir el proyecto divino de convivencia pacífica (cf. Gn 2), altera las relaciones con Dios, con el hombre y con el mundo. Así escribió el obispo de Lyon: "Lo que falta no es el arte de Dios, porque él es capaz de sacar de las piedras hijos de Abraham, sino que el que no sigue este arte es causa de su propia imperfección. La luz no falta porque algunos se han cegado a sí mismos, sino que, manteniéndose la luz tal cual es, los que se han cegado por su propia culpa se han sumergido en las tinieblas. Ni la luz someterá a nadie por la fuerza, ni Dios hace violencia al que no quiere guardar su arte" (Adversus haereses IV, 39, 3).

Por consiguiente, es necesario un esfuerzo continuo de conversión que enderece la ruta de la humanidad, para que elija libremente seguir el "arte de Dios", es decir, su designio de paz y amor, de verdad y justicia. Ese arte es el que se revela plenamente en Cristo, y que el convertido Paulino de Nola hacía suyo con este impresionante programa de vida: "Mi único arte es la fe y la música es Cristo" (Canto XX, 32).

3. Juntamente con la fe, el Espíritu Santo deposita en el corazón del hombre también la semilla de la esperanza. En efecto, como dice la carta a los Hebreos, la fe es "la garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven" (He 11,1). En un horizonte a menudo marcado por el desaliento, por el pesimismo, por opciones de muerte, por la inercia y por la superficialidad, el cristiano debe abrirse a la esperanza que brota de la fe. Es lo que representa la escena evangélica de la borrasca que se abate sobre el lago: "¡Maestro, Maestro, que perecemos!", gritan los discípulos. Y Cristo les pregunta: "¿Dónde está vuestra fe?" (Lc 8,24-25). Con la fe en Cristo y en el reino de Dios nunca se está perdido, y la esperanza de la calma y la serenidad reaparece en el horizonte. También para un futuro digno del hombre es necesario hacer que vuelva a florecer la fe activa que engendra la esperanza. De esta un poeta francés escribió: "La esperanza es la espera trepidante del buen sembrador, es el ansia de quien presenta su candidatura para la eternidad. La esperanza es infinitud de amor" (Charles Peguy, El pórtico del misterio de la segunda virtud).

4. El amor a la humanidad, a su bienestar material y espiritual, a un progreso auténtico, debe animar a todos los creyentes. Cada acto realizado para crear un futuro mejor, una tierra más habitable y una sociedad más fraterna contribuye, aunque sea de modo indirecto, a la edificación del reino de Dios. Precisamente en la perspectiva de ese reino, "el hombre, el hombre viviente, constituye el camino primero y fundamental de la Iglesia" (Evangelium vitae, EV 2 cf. Redemptor hominis, RH 14). Es el camino que Cristo mismo siguió, convirtiéndose a la vez en "camino" del hombre (cf. Jn 14,6).

Por este camino estamos llamados ante todo a desterrar el miedo al futuro, que con frecuencia atenaza a las generaciones jóvenes, llevándolas por reacción a la indiferencia, a la dimisión frente a los compromisos de la vida, al embrutecimiento por la droga, la violencia y la apatía. Asimismo, es preciso suscitar la alegría por todo niño que nace (cf. Jn 16,21), para que sea acogido con amor y pueda crecer en el cuerpo y en el espíritu. De ese modo se colabora en la obra misma de Cristo, que definió así su misión: "Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10,10).

5. Al inicio escuchamos el mensaje que el apóstol san Juan dirige a los padres y a los hijos, a los ancianos y a los jóvenes, para que sigan luchando y esperando juntos, con la certeza de que es posible vencer el mal y al maligno, en virtud de la presencia eficaz del Padre celestial. Infundir la esperanza es una tarea fundamental de la Iglesia. El concilio Vaticano II nos dejó al respecto esta iluminadora consideración: "Podemos pensar, con razón, que la suerte futura de la humanidad está en manos de aquellos que sean capaces de transmitir a las generaciones venideras razones para vivir y para esperar" (Gaudium et spes GS 31). Desde esta perspectiva me complace recordar el llamamiento a la confianza que hice en el discurso dirigido a la Organización de las Naciones Unidas en el año 1995: "No debemos tener miedo del futuro (...). Tenemos en nosotros la capacidad de sabiduría y de virtud. Con estos dones, y con la ayuda de la gracia de Dios, podemos construir en el siglo que está por llegar y para el próximo milenio una civilización digna de la persona humana, una verdadera cultura de la libertad. ¡Podemos y debemos hacerlo! Y, haciéndolo, podremos darnos cuenta de que las lágrimas de este siglo han preparado el terreno para una nueva primavera del espíritu humano" (n. 18: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 13 de octubre de 1995, p. 9).

Saludos

7 Saludo a los peregrinos de lengua española presentes hoy en esta audiencia y les animo a ser siempre y en todas partes sembradores de la esperanza que brota de la victoria de Cristo sobre el mal y la muerte.

(En lituano)
Junto con toda la Iglesia os invito a poner vuestra esperanza principalmente en Cristo, nuestro único Salvador. Que os acompañe y os guíe en cada uno de vuestros pasos María, Estrella de los tiempos nuevos.

(En italiano)
Hoy, memoria de san Francisco de Sales, patrono de la prensa, he firmado el mensaje para la XXXV Jornada mundial de las comunicaciones sociales, que tiene por título: ""Pregonadlo desde las azoteas": el Evangelio en la era de la comunicación global". El Consejo pontificio para las conunicaciones sociales lo hará publico hoy.

Ojalá que la próxima Jornada para las comunicaciones sociales, que tendrá lugar el 27 de mayo de 2001, constituya para todos una ocasión preciosa de reflexión sobre el papel y la importancia de los medios de comunicación social en el ámbito de la nueva evangelización. Oremos para que los que trabajan en las comunicaciones sociales utilicen estos medios como oportunidades, cada vez más concretas, de conocimiento, diálogo, búsqueda del sentido de la vida y encuentro con la verdad del Evangelio.

(A los jóvenes, enfermos y recién casados)
San Francisco de Sales, anticipando el concilio Vaticano II, indicó el camino de la santidad como una llamada dirigida a todos los estados de vida. Acoged esta invitación vosotros, queridos jóvenes, y no os rindáis a los halagos de una vida fácil y vacía; antes bien, responded generosamente a Cristo, que os llama a hacer del Evangelio vuestra norma de vida. El Señor os ofrece a vosotros, queridos enfermos, una senda privilegiada para caminar en conformidad con su voluntad: aprovechad todas las ocasiones de gracia de vuestra condición especial. Y vosotros, queridos recién casados, siguiendo las enseñanzas de san Francisco de Sales, construid cada día vuestra adhesión al Evangelio en la fidelidad recíproca y en el amor.

Llamamiento por la paz en Colombia

Las noticias procedentes de Colombia, que hablan de un impresionante incremento de la violencia, no pueden por menos de impulsar a pedir a todos que redescubran el valor supremo de la vida: "No puede haber paz cuando falta la defensa de este bien fundamental" (Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2001, n. 19).

Quisiera también invitar a todas las partes a promover un diálogo efectivo y leal, a la vez que suplico que cesen los secuestros de personas, los actos de terrorismo, los atentados contra la vida, así como la plaga del narcotráfico.

8 Ya es hora de volver al Señor de la vida, para que mueva el corazón de todos los colombianos y les haga comprender que forman una sola y gran familia.






Miércoles 31 de enero de 2001

Hacia cielos nuevos y una tierra nueva

1. La segunda carta de san Pedro, recurriendo a los símbolos característicos del lenguaje apocalíptico que se utilizaban en la literatura judía, señala la nueva creación casi como una flor que brota de las cenizas de la historia y del mundo (cf. 2P 3,11-13). Es una imagen que sella el libro del Apocalipsis, cuando san Juan proclama: "Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar no existe ya" (Ap 21,1). El apóstol san Pablo, en la carta a los Romanos, presenta a la creación gimiendo bajo el peso del mal, pero destinada a "ser también ella liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios" (Rm 8,21).

Así la sagrada Escritura inserta un hilo de oro en medio de las debilidades, miserias, violencias e injusticias de la historia humana y lleva hacia una meta mesiánica de liberación y paz. Sobre esta sólida base bíblica, el Catecismo de la Iglesia católica enseña que "el universo visible también está destinado a ser transformado, "a fin de que el mundo mismo, restaurado a su primitivo estado, ya sin ningún obstáculo, esté al servicio de los justos", participando en su glorificación en Jesucristo resucitado". (CEC 1047; cf. san Ireneo, Adv. haer., V, 32, 1). Entonces, finalmente, en un mundo pacificado, "el conocimiento del Señor llenará la tierra, como cubren las aguas el mar" (Is 11,9).

2. Esta nueva creación, humana y cósmica, se inaugura con la resurrección de Cristo, primicia de la transfiguración a la que todos estamos destinados. Lo afirma san Pablo en la primera carta a los Corintios: "Cristo, como primicias; luego los de Cristo, cuando él venga. Después será el fin, cuando entregue a Dios Padre el reino. (...) El último enemigo en ser destruido será la muerte (...). para que Dios sea todo en todos" (1Co 15,23-24 1Co 15,26 1Co 15,28).

Ciertamente, es una perspectiva de fe que a veces puede sufrir la tentación de la duda, en el hombre que vive en la historia bajo el peso del mal, de las contradicciones y de la muerte. Ya la citada segunda carta de san Pedro lo refiere, reflejando la objeción de los suspicaces o los escépticos, incluso "los llenos de sarcasmo", que se preguntan: "¿Dónde queda la promesa de su venida? Pues desde que murieron nuestros padres, todo sigue como al principio de la creación" (2P 3,3-4).

3. Esta es la actitud de desaliento de quienes renuncian a cualquier compromiso con respecto a la historia y su transformación. Están convencidos de que nada puede cambiar, de que cualquier esfuerzo será inútil, de que Dios está ausente y no se interesa para nada de este minúsculo punto del universo que es la tierra. Ya en el mundo griego algunos pensadores enseñaban esta perspectiva y la segunda carta de san Pedro tal vez reacciona también ante esa visión fatalista que tiene evidentes consecuencias prácticas. En efecto, si nada puede cambiar, ¿qué sentido tiene esperar? Lo único que queda por hacer es ponerse al margen de la vida, dejando que el movimiento repetitivo de las vicisitudes humanas cumpla su ciclo perenne. En esta línea muchos hombres y mujeres ya están desalentados al borde de la historia, sin confianza, indiferentes a todo, incapaces de luchar y esperar. En cambio, la visión cristiana es ilustrada de forma nítida por Jesús en aquella ocasión en que, "habiéndole preguntado los fariseos cuándo llegaría el reino de Dios", respondió: "El reino de Dios viene sin dejarse sentir. Y no dirán: "vedlo aquí o allá", porque el reino de Dios ya está entre vosotros" (Lc 17,20-21).

4. A la tentación de los que imaginan escenarios apocalípticos de irrupción del reino de Dios y de los que cierran los ojos bajo el peso del sueño de la indiferencia, Cristo opone la venida sin clamor de los nuevos cielos y de la nueva tierra. Esta venida es semejante al oculto pero activo crecimiento de la semilla en la tierra (cf. Mc 4,26-29).

Por consiguiente, Dios ha entrado en la historia humana y en el mundo, y avanza silenciosamente, esperando con paciencia a la humanidad con sus retrasos y condicionamientos. Respeta su libertad, la sostiene cuando es presa de la desesperación, la lleva de etapa en etapa y la invita a colaborar en el proyecto de verdad, justicia y paz del Reino. Así pues, la acción divina y el compromiso humano deben entrelazarse. "El mensaje cristiano no aparta a los hombres de la construcción del mundo ni les impulsa a despreocuparse del bien de sus semejantes, sino que les obliga más a llevar a cabo esto como un deber" (Gaudium et spes GS 34).

5. Así se abre ante nosotros un tema de gran importancia, que siempre ha interesado a la reflexión y la acción de la Iglesia. El cristiano, sin caer en los extremos opuestos del aislamiento sagrado y el secularismo, debe manifestar su esperanza también dentro de las estructuras de la vida secular. Aunque el Reino es divino y eterno, está sembrado en el tiempo y en el espacio: está "en medio de nosotros", como dice Jesús.


Audiencias 2001