Audiencias 2001 9

9 El concilio Vaticano II subrayó con fuerza este íntimo y profundo vínculo: "La misión de la Iglesia no consiste sólo en ofrecer a los hombres el mensaje y la gracia de Cristo, sino también en impregnar y perfeccionar con el espíritu evangélico el orden de las realidades temporales" (Apostolicam actuositatem AA 5). Los órdenes espiritual y temporal, "aunque distintos, están de tal manera unidos en el plan divino, que Dios mismo busca, en Cristo, reasumir el mundo entero en una nueva creación, incoativamente aquí en la tierra, plenamente en el último día" (ib.).

El cristiano, animado por esta certeza, camina con valentía por las sendas del mundo tratando de seguir los pasos de Dios y colaborando con él para suscitar un horizonte en el que "la misericordia y la fidelidad se encuentren, la justicia y la paz se besen" (Ps 85,11).

Saludos
Doy mi cordial bienvenida a los peregrinos de lengua española. De modo especial a los profesores y alumnos de La Coruña y de Santiago de Chile. Invito a todos a no dejarse llevar por la pasividad y el desaliento, sino a colaborar con Dios en su designio de un mundo totalmente renovado.
Muchas gracias por vuestra atención.

(A los jóvenes, enfermos y recién casados)
Hoy la liturgia hace memoria de san Juan Bosco, padre y maestro de los jóvenes, que anunció por doquier el mensaje evangélico con incansable ardor.

Que el ejemplo y la intercesión de san Juan Bosco os anime, queridos jóvenes, a vivir de modo auténtico y coherente la vocación cristiana; a vosotros, queridos enfermos, os ayude a ofrecer vuestros sufrimientos juntamente con los de Cristo por la salvación de la humanidad y os haga alegres en la esperanza; y a vosotros, queridos recién casados, os sostenga en el empeño recíproco de fidelidad, a fin de que vuestra familia esté siempre abierta al don de la vida y del amor auténtico.





Febrero de 2001


Miércoles 7 de febrero de 2001


La Iglesia, esposa del Cordero, ataviada para su esposo

10 1. Como en el Antiguo Testamento la ciudad santa era llamada, con una imagen femenina, "la hija de Sión", así el Apocalipsis de san Juan nos presenta la Jerusalén celestial "como una esposa ataviada para su esposo" (Ap 21,2). El símbolo femenino muestra el rostro de la Iglesia en sus diferentes fisonomías de novia, esposa y madre, subrayando así una dimensión de amor y fecundidad.

El pensamiento va a las palabras del apóstol Pablo, que, en la carta a los Efesios, en una página de gran intensidad, traza los rasgos de la Iglesia "resplandeciente, sin mancha ni arruga ni cosa parecida, sino santa e inmaculada", amada por Cristo y modelo de toda nupcialidad cristiana (cf. Ep 5,25-32). La comunidad eclesial, "desposada con un solo esposo" como virgen casta (cf. 2Co 11,2), está en continuidad con una concepción elaborada en el Antiguo Testamento en páginas dolorosas, como las del profeta Oseas (cc. 1-3) o Ezequiel (c. 16), o a través de la alegre luminosidad del Cantar de los cantares.

2. Ser amada por Cristo y amarlo con amor esponsal es parte constitutiva del misterio de la Iglesia. En su fuente hay un acto libre de amor que se derrama desde el Padre por Cristo y el Espíritu Santo. Este amor modela a la Iglesia, irradiándose sobre todas las criaturas. Desde esta perspectiva se puede decir que la Iglesia es un estandarte elevado entre los pueblos para testimoniar la intensidad del amor divino revelado en Cristo, especialmente en el don que él hace de su vida misma (cf. Jn 10,11-15). Por eso, "por medio de la Iglesia, todos los seres humanos, hombres y mujeres, están llamados a ser la "esposa" de Cristo, redentor del mundo" (Mulieris dignitatem MD 25).

A través de la Iglesia se debe transparentar este amor supremo, recordando a la humanidad -que a menudo tiene la sensación de estar sola y abandonada en las estepas desoladas de la historia- que Dios nunca se olvidará de ella ni le faltará el calor de la ternura divina. Isaías afirma de modo conmovedor: "¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque una mujer llegase a olvidar, yo no te olvido" (Is 49,15).

3. La Iglesia, precisamente porque ha sido engendrada por el amor, difunde amor. Lo hace anunciando el mandamiento de amarnos unos a otros como Cristo nos ha amado (cf. Jn 15,12), es decir, hasta dar la vida: "Él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos" (1 Jn 3, 16). Ese Dios que "nos amó primero" (1Jn 4,19) y no dudó en entregar a su Hijo por amor (cf. Jn 3,16) impulsa a la Iglesia a recorrer "hasta el extremo" (cf. Jn 13,1) el camino del amor. Y está llamada a hacerlo con la lozanía de dos esposos que se aman en la alegría de la entrega sin reservas y en la generosidad diaria, tanto cuando el cielo de la vida es primaveral y sereno, como cuando se ciernen la noche y las nubes del invierno del espíritu.

En este sentido se comprende por qué el Apocalipsis, a pesar de su dramática representación de la historia, abunda en cantos, música y liturgias alegres. En el paisaje del espíritu, el amor es como el sol que ilumina y transfigura la naturaleza, la cual, sin su fulgor, sería gris y uniforme.

4. Otra dimensión fundamental en la nupcialidad eclesial es la fecundidad. El amor recibido y dado no se limita a la relación esponsal, sino que es creativo y generador. En el Génesis, que presenta a la humanidad hecha "a imagen y semejanza de Dios", resulta significativa la referencia al hecho de ser "varón y mujer": "Creó Dios al ser humano a imagen suya; a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó" (Gn 1,27).

La distinción y la reciprocidad en la pareja humana son signo del amor de Dios no sólo en cuanto fundamento de una vocación a la comunión, sino también en cuanto finalizadas a la fecundidad generadora. No es casualidad que en el libro del Génesis se presenten con frecuencia genealogías, que son fruto de la generación y dan origen a la historia en cuyo seno Dios se revela.

Así se comprende que también la Iglesia, en el Espíritu que la anima y la une a Cristo, su Esposo, esté dotada de una íntima fecundidad, gracias a la cual engendra continuamente hijos de Dios en el bautismo y los hace crecer hasta la plenitud de Cristo (cf. Ga 4,19 Ep 4,13).

5. Estos hijos son los que constituyen la "asamblea de los primogénitos inscritos en los cielos", destinados a habitar "el monte Sión, la ciudad de Dios vivo, la Jerusalén celestial" (cf. He 12,21-23). Por algo las últimas palabras del Apocalipsis son una intensa invocación dirigida a Cristo: "El Espíritu y la Esposa dicen: "¡Ven!"" (Ap 22,17), "¡Ven, Señor Jesús!" (Ap 12,20). Esta es la meta última de la Iglesia, que avanza confiada en su peregrinación histórica, aun sintiendo con frecuencia a su lado, según la imagen del mismo libro bíblico, la presencia hostil y furiosa de otra figura femenina, "Babilonia", la "gran ramera" (cf. Ap 17,1 Ap 17,5), que encarna la "bestialidad" del odio, la muerte y la esterilidad interior.

La Iglesia, contemplando su meta, cultiva "la esperanza del Reino eterno, que se realiza por la participación en la vida trinitaria. El Espíritu Santo, dado a los Apóstoles como Paráclito, es el custodio y el animador de esta esperanza en el corazón de la Iglesia" (Dominum et vivificantem DEV 66). Así pues, pidamos a Dios que conceda a su Iglesia la gracia de ser siempre en la historia la custodia de la esperanza, luminosa como la Mujer del Apocalipsis "vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza" (Ap 12,1).

Saludos

11 Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en especial a los grupos de las parroquias de San Lorenzo, San Andrés y El Esparragal de la diócesis de Cartagena, así como a los chilenos. A todos os deseo que la peregrinación a la tumba de san Pedro y el encuentro con la palabra de Dios sea fuente de abundantes gracias y bendiciones.


(A los participantes en un encuentro, organizado por la Comunidad de San Egidio, sobre el tema "La misión de la Iglesia en el nuevo milenio")

Me alegra que tengáis la oportunidad de confrontar experiencias eclesiales de diversas zonas del mundo, incluso con representantes de otras confesiones cristianas. Deseo a cada uno de vosotros, así como a la Comunidad de San Egidio, que el tesoro de gracia recibido en el gran jubileo se traduzca en renovado impulso de santidad, de testimonio y de compromiso apostólico.

(A un grupo numeroso de la Asociación italiana de trasplantes de hígado, encabezados por mons. Ruotolo, presidente de la Casa Alivio del Sufrimiento, obra del beato capuchino p. Pío de Pietrelcina)

Me uno a vosotros en el deseo de que otros muchos enfermos puedan seguir viviendo gracias a un mayor número de donaciones de órganos.

(A los jóvenes, los enfermos y los recién casados)

Queridos jóvenes, superad las inevitables dificultades de la vida cotidiana y con vuestro empeño generoso colaborad en la construcción de un futuro mejor. Vosotros, queridos enfermos, sentíos buenos samaritanos de la Iglesia y de la humanidad, siguiendo a Cristo, que lleva sobre sí el dolor del mundo. Y vosotros, queridos recién casados, construid día a día vuestra felicidad, como recomienda el apóstol san Pablo, alegres en la esperanza, firmes en la tribulación, perseverantes en la oración y solícitos en las necesidades de los hermanos.




Miércoles 14 de febrero de 2001


La "recapitulación" de todas las cosas en Cristo

1. El plan salvífico de Dios, "el misterio de su voluntad" (Ep 1,9) con respecto a toda criatura, se expresa en la carta a los Efesios con un término característico: "recapitular" en Cristo todas las cosas, las del cielo y las de la tierra (cf. Ep 1,10). La imagen podría remitir también al asta en torno a la cual se envolvía el rollo de pergamino o de papiro del volumen, en el que se hallaba un escrito: Cristo confiere un sentido unitario a todas las sílabas, las palabras y las obras de la creación y de la historia.

El primero que captó y desarrolló de modo admirable este tema de la "recapitulación" fue san Ireneo, obispo de Lyon, gran Padre de la Iglesia del siglo II. Contra cualquier fragmentación de la historia de la salvación, contra cualquier separación entre la Alianza antigua y la nueva, contra cualquier dispersión de la revelación y de la acción divina, san Ireneo exalta al único Señor, Jesucristo, que en la Encarnación une en sí mismo toda la historia de la salvación, a la humanidad y a la creación entera: "Él, como rey eterno, recapitula en sí todas las cosas" (Adversus haereses III, 21,9).

12 2. Escuchemos un pasaje en el que este Padre de la Iglesia comenta las palabras del Apóstol que se refieren precisamente a la recapitulación en Cristo de todas las cosas. En la expresión "todas las cosas" -afirma san Ireneo- queda comprendido también el hombre, tocado por el misterio de la Encarnación, por el que el Hijo de Dios "de invisible se hizo visible, de incomprensible comprensible, de impasible pasible, y de Verbo hombre. Él ha recapitulado en sí todas las cosas para que el Verbo de Dios, como tiene la preeminencia sobre los seres supracelestes, espirituales e invisibles, del mismo modo la tenga sobre los seres visibles y corporales; y para que, asumiendo en sí esta preeminencia y poniéndose como cabeza de la Iglesia, pueda atraer a sí todas las cosas" (ib., III, 16, 6). Este confluir de todo el ser en Cristo, centro del tiempo y del espacio, se realiza progresivamente en la historia superando los obstáculos y las resistencias del pecado y del maligno.

3. Para ilustrar esta tensión, san Ireneo recurre a la oposición, que ya presenta san Pablo, entre Cristo y Adán (cf.
Rm 5,12-21): Cristo es el nuevo Adán, es decir, el Primogénito de la humanidad fiel que acoge con amor y obediencia el plan de redención que Dios ha trazado como alma y meta de la historia. Así pues, Cristo debe eliminar la obra de devastación, las horribles idolatrías, las violencias y todo pecado que el rebelde Adán diseminó en la historia secular de la humanidad y en el horizonte de la creación. Con su plena obediencia al Padre, Cristo inaugura la era de paz con Dios y entre los hombres, reconciliando en sí a la humanidad dispersa (cf. Ep 2,16). Él "recapitula" en sí a Adán, en el que toda la humanidad se reconoce, lo transfigura en hijo de Dios y lo vuelve a llevar a la comunión plena con el Padre. Precisamente a través de su fraternidad con nosotros en la carne y en la sangre, en la vida y en la muerte, Cristo se convierte en "la cabeza" de la humanidad salvada. Escribe también san Ireneo: "Cristo recapituló en sí toda la sangre derramada por todos los justos y por todos los profetas que existieron desde el inicio" (Adversus haereses V, 14, 1; cf. V, 14, 2).

4. El bien y el mal, por consiguiente, se consideran a la luz de la obra redentora de Cristo. Como insinúa san Pablo, la redención de Cristo afecta a la creación entera, en la variedad de sus componentes (cf. Rm 8,18-30). En efecto, la naturaleza misma, sujeta al sinsentido, a la degradación y a la devastación provocada por el pecado, participa así en la alegría de la liberación realizada por Cristo en el Espíritu Santo.

Así pues, se delinea la realización plena del proyecto original del Creador: una creación en la que Dios y el hombre, el hombre y la mujer, la humanidad y la naturaleza estén en armonía, en diálogo y en comunión. Este proyecto, alterado por el pecado, lo restablece de modo admirable Cristo, que lo está realizando de forma misteriosa pero eficaz en la realidad presente, a la espera de llevarlo a pleno cumplimiento. Jesús mismo declaró que él era el fulcro y el punto de convergencia de este plan de salvación, cuando afirmó: "Cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí" (Jn 12,32). Y el evangelista san Juan presenta esta obra precisamente como una especie de recapitulación, un "reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos" (Jn 11,52).

5. Esta obra llegará a su plenitud al concluir la historia, cuando, como recuerda san Pablo, "Dios será todo en todos" (1Co 15,28).

La última página del Apocalipsis, que se ha proclamado al inicio de nuestro encuentro, describe con vivos colores esta meta. La Iglesia y el Espíritu esperan e invocan ese momento en el que Cristo "entregará a Dios Padre el reino, después de haber destruido todo principado, dominación y potestad. (...) El último enemigo en ser destruido será la muerte. Porque ha sometido todas las cosas bajo los pies" de su Hijo (1Co 15,24-27).

Al final de esta batalla, cantada en páginas admirables por el Apocalipsis, Cristo llevará a cabo la "recapitulación" y los que estén unidos a él formarán la comunidad de los redimidos, que "ya no será herida por el pecado, por las manchas, el amor propio, que destruyen o hieren a la comunidad terrena de los hombres. La visión beatífica, en la que Dios se manifestará de modo inagotable a los elegidos, será la fuente inmensa de felicidad, de paz y de comunión mutua" (Catecismo de la Iglesia católica CEC 1045).

La Iglesia, esposa enamorada del Cordero, con la mirada puesta en aquel día de luz, eleva la invocación ferviente: "Marana tha" (1Co 16,22), "¡Ven, Señor Jesús!" (Ap 22,20).

Saludos

Saludo a los peregrinos de lengua española presentes hoy en esta audiencia, en especial a los fieles de las parroquias de Nuestra Señora de la Paz y de Santiago Apóstol, de Villena, y de Santa Catalina, de Caudete, así como al grupo de peregrinos mexicanos y de jóvenes chilenos. A todos os animo a hacer de esta peregrinación a Roma un momento privilegiado para el crecimiento de vuestra fe en Cristo, nuestro Salvador. Muchas gracias por vuestra atención.

(En checo)
13 La Iglesia en Europa festeja hoy a sus copatronos san Cirilo y san Metodio. Ojalá os sirvan de guía para la instauración de una "civilización del amor", que debe nacer de la conversión personal, es decir, del corazón de cada cristiano.

(En esloveno)
Ojalá que estos dos hermanos de Salónica y el beato Anton Martin Slomsek os guíen a vosotros, a vuestras familias y a la querida nación eslovena hacia la patria eterna: "en el paraíso estoy en casa".
. (A los obispos amigos del movimiento de los Focolares)
Os manifiesto mi aprecio por vuestro esfuerzo de favorecer el crecimiento de la comunión en el seno de las Conferencias episcopales y en las comunidades diocesanas, y de animar un diálogo fecundo con el vasto mundo de las otras religiones. Al tiempo que deseo éxito a vuestro encuentro fraterno, ruego al Señor y a la Madre de la unidad que os sostengan en vuestro ministerio pastoral de cada día.

Os saludo por último a vosotros, queridos jóvenes, enfermos y recién casados. Hoy celebramos la fiesta de san Cirilo y san Metodio, apóstoles y primeros heraldos de la fe entre los pueblos eslavos. Que su testimonio os ayude, queridos jóvenes, a seguir con generosidad al Salvador del mundo; os sirva de ánimo a vosotros, queridos enfermos, para unir vuestros sufrimientos a la cruz de Cristo; os sirva de ejemplo a vosotros, queridos recién casados, para poner el Evangelio como regla fundamental de vuestra vida familiar.




Miércoles de Ceniza, 28 de febrero de 2001

1. "Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: No endurezcáis el corazón".

Resuena en nuestro espíritu esta invitación de la liturgia, mientras comienza hoy, miércoles de Ceniza, el itinerario cuaresmal, que nos llevará al Triduo pascual, memoria viva de la pasión, muerte y resurrección del Señor, corazón del misterio de nuestra salvación.

El tiempo sagrado de la Cuaresma, desde siempre muy sentido por el pueblo cristiano, evoca antiguos eventos bíblicos, como los cuarenta días del diluvio universal, preludio del pacto de alianza sellado por Dios con Noé; los cuarenta años de la peregrinación de Israel en el desierto hacia la tierra prometida; y los cuarenta días de permanencia de Moisés en el monte Sinaí, donde recibió de Yahveh las Tablas de la Ley. El tiempo de Cuaresma nos invita sobre todo a revivir con Jesús los cuarenta días que pasó en el desierto, orando y ayunando, antes de iniciar su misión pública, que culminará en el Calvario con el sacrificio de la cruz, victoria definitiva sobre el pecado y la muerte.

2. "Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás". Es siempre muy elocuente el rito tradicional de la imposición de la ceniza, que hoy se repite, y también son sugestivas las palabras que lo acompañan. En su sencillez, este rito evoca la caducidad de la vida terrena: todo pasa y está destinado a morir. Somos caminantes en este mundo, peregrinos que no deben olvidar su meta verdadera y definitiva: el cielo. En efecto, aunque somos polvo y al polvo hemos de volver, no todo acaba. El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, está destinado a la vida eterna. Jesús, al morir en la cruz, abrió a todo ser humano el acceso a esa vida.

14 Toda la liturgia del miércoles de Ceniza nos ayuda a profundizar en esta verdad fundamental de fe y nos estimula a emprender un itinerario decidido de renovación personal. Debemos cambiar nuestro modo de pensar y de actuar, contemplando el rostro de Cristo crucificado y tomando su Evangelio como nuestra regla diaria de vida. "Convertíos y creed en el Evangelio": este ha de ser nuestro programa cuaresmal, mientras entramos en un clima de oración y escucha del Espíritu.

3. "Velad y orad, para que no caigáis en la tentación. El espíritu está pronto, pero la carne es débil" (
Mt 26,41). Dejémonos guiar por estas palabras del Señor, con un decidido empeño de conversión y renovación espiritual. En la vida diaria corremos el peligro de dejarnos absorber por ocupaciones e intereses materiales. La Cuaresma es una ocasión favorable para avivar la fe auténtica, para volver a entablar una relación íntima con Dios y para hacer un compromiso evangélico más generoso. Los medios de que disponemos son los de siempre, pero debemos recurrir a ellos de forma más intensa en estas semanas: la oración, el ayuno y la penitencia, así como la limosna, es decir, compartir nuestros bienes con los necesitados. Se trata de un camino ascético personal y comunitario, que a veces resulta particularmente arduo a causa del ambiente secularizado que nos rodea. Pero precisamente por esto, el esfuerzo debe ser mayor y más firme.

"Velad y orad". Aunque este mandato de Cristo vale para todo tiempo, resulta más elocuente e incisivo al inicio de la Cuaresma. Acojámoslo con humilde docilidad. Dispongámonos a traducirlo en gestos prácticos de conversión y reconciliación con nuestros hermanos. Sólo así la fe se fortalece, la esperanza se consolida y el amor se transforma en estilo de vida que caracteriza al creyente.

4. Ese valiente itinerario ascético no podrá por menos de producir como fruto una mayor apertura a las necesidades del prójimo. Quien ama al Señor no puede mantener cerrados los ojos ante las personas y los pueblos probados por el sufrimiento y la miseria. Después de contemplar el rostro del Señor crucificado, ¡cómo no reconocerlo y servirlo en los que viven en el dolor y el abandono! Jesús mismo, que nos invita a permanecer con él velando y orando, nos pide que lo amemos en nuestros hermanos, recordándonos: "cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40). Así pues, el fruto de una Cuaresma vivida intensamente será un amor más grande y universal.

María, ejemplo de dócil escucha de la voz del Espíritu, nos guíe por el camino penitencial que hoy emprendemos y nos ayude a aprovechar todas las oportunidades que la Iglesia nos ofrece para prepararnos dignamente a la celebración del Misterio pascual.

Saludos

Deseo saludar a los fieles de lengua española, en particular a la Escuela internacional de protocolo, de Madrid, y a otros grupos de estudiantes; saludo igualmente a los peregrinos de Málaga y Chile. Que la Virgen María sea para todos ejemplo de escucha de la voz del Espíritu y nos guíe en nuestro camino hacia la Pascua. Muchas gracias.

(En portugués a los "Heraldos del Evangelio")
Sed mensajeros del Evangelio por intercesión del Corazón Inmaculado de María.

(En checo)
Hoy, con la imposición de la ceniza, entramos en la Cuaresma, tiempo precioso de oración y penitencia, que nos lleva a la conversión y a la profundización en el amor a Dios y al prójimo. Aprovechemos este tiempo de gracia.

(En italiano)
15 Dirijo ahora un cordial saludo a los peregrinos de lengua italiana y agradezco a todos su presencia. Saludo también a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados.

La invitación a la conversión, que la Iglesia dirige hoy a cada uno, constituye un programa exigente de vida cristiana.

Queridos jóvenes, acogedlo con prontitud de ánimo y ponedlo en práctica con perseverancia generosa.

Vosotros, queridos enfermos, sostenidos por la oración y el Pan eucarístico, comprometeos a recorrer el itinerario cuaresmal en profunda comunión con Cristo.

Y vosotros, queridos recién casados, vivid este tiempo de gracia espiritual extraordinaria en la escucha asidua de la palabra de Dios, para poder dar fiel testimonio del Evangelio en vuestra familia y en la sociedad.

Llamamiento del Santo Padre en favor de la población de Afganistán

En Afganistán está surgiendo una grave emergencia humanitaria. Llegan alarmantes noticias de innumerables víctimas entre los desplazados por la sequía y la guerra civil. Miles de personas corren peligro de morir de hambre y frío, sobre todo los niños, los enfermos y los ancianos.

Expreso mi más sincero aprecio por los esfuerzos de las organizaciones humanitarias que están tratando de llevar ayudas urgentes al pueblo afgano. A la vez que invito a la comunidad internacional a no olvidar esta trágica situación, deseo que las partes implicadas en esa guerra demasiado larga y sangrienta decidan establecer un inmediato cese el fuego, para que las ayudas puedan llegar a tiempo a las zonas más afectadas.



Marzo de 2001


Miércoles 14 de marzo de 2001

María, icono escatológico de la Iglesia

16 1. Al inicio de este encuentro hemos escuchado una de las páginas más conocidas del Apocalipsis de san Juan. En la mujer encinta, que da a luz un hijo mientras un dragón de color rojo sangre la amenaza a ella y al hijo que ha engendrado, la tradición cristiana, litúrgica y artística, ha visto la imagen de María, la madre de Cristo. Sin embargo, según la primera intención del autor sagrado, si el nacimiento del niño representa la llegada del Mesías, la mujer personifica evidentemente al pueblo de Dios, tanto al Israel bíblico como a la Iglesia. La interpretación mariana no va en perjuicio del sentido eclesial del texto, ya que María es "figura de la Iglesia" (Lumen gentium LG 63 cf. san Ambrosio, Expos. Lc, II, Lc 7).

Así pues, en el fondo de la comunidad fiel se descubre el perfil de la Madre del Mesías. Contra María y la Iglesia se cierne el dragón, que evoca a Satanás y al mal, como ya indicó la simbología del Antiguo Testamento; el color rojo es signo de guerra, de matanzas y de sangre derramada; las "siete cabezas" coronadas indican un poder inmenso, mientras que los "diez cuernos" evocan la fuerza impresionante de la bestia descrita por el profeta Daniel (cf. Dn Da 7,7), también ella imagen del poder prevaricador que domina en la historia.

2. Por consiguiente, el bien y el mal se enfrentan. María, su Hijo y la Iglesia representan la aparente debilidad y pequeñez del amor, de la verdad y de la justicia. Contra ellos se desencadena la monstruosa energía devastadora de la violencia, la mentira y la injusticia. Pero el canto con el que se concluye el pasaje nos recuerda que el veredicto definitivo lo realizará "la salvación, el poder, el reinado de nuestro Dios y la potestad de su Cristo" (Ap 12,10).

Ciertamente, en el tiempo de la historia la Iglesia puede verse obligada a huir al desierto, como el antiguo Israel en marcha hacia la tierra prometida. El desierto es, entre otras cosas, el refugio tradicional de los perseguidos, es el ámbito secreto y sereno donde se ofrece la protección divina (cf. Gn 21,14-19 1R 19,4-7). Con todo, en este refugio, como subraya el Apocalipsis (cf. Ap 12,6 Ap 12,14), la mujer permanece solamente durante un período de tiempo limitado. Así pues, el tiempo de la angustia, de la persecución, de la prueba no es indefinido: al final llegará la liberación y será la hora de la gloria.

Contemplando este misterio desde una perspectiva mariana, podemos afirmar que "María, al lado de su Hijo, es la imagen más perfecta de la libertad y de la liberación de la humanidad y del cosmos. La Iglesia debe mirar hacia ella, Madre y modelo, para comprender en su integridad el sentido de su misión" (Congregación para la doctrina de la fe, Libertatis conscientia, 22 de marzo de 1986, n. 97; cf. Redemptoris Mater RMA 37).

3. Fijemos, por tanto, nuestra mirada en María, icono de la Iglesia peregrina en el desierto de la historia, pero orientada a la meta gloriosa de la Jerusalén celestial, donde resplandecerá como Esposa del Cordero, Cristo Señor. La Madre de Dios, como la celebra la Iglesia de Oriente, es la Odigitria, la que "indica el camino", o sea, Cristo, único mediador para encontrar en plenitud al Padre. Un poeta francés ve en ella "la criatura en su primer honor y en su meta final, tal como salió de Dios en la mañana de su esplendor original" (P. Claudel, La Vierge à midi, ed. Pléiade, p. 540).

En su Inmaculada Concepción, María es el modelo perfecto de la criatura humana que, colmada desde el inicio de la gracia divina que sostiene y transfigura a la criatura (cf. Lc 1,28), elige siempre, en su libertad, el camino de Dios. En cambio, en su gloriosa Asunción al cielo María es la imagen de la criatura llamada por Cristo resucitado a alcanzar, al final de la historia, la plenitud de la comunión con Dios en la resurrección durante una eternidad feliz. Para la Iglesia, que a menudo siente el peso de la historia y el asedio del mal, la Madre de Cristo es el emblema luminoso de la humanidad redimida y envuelta por la gracia que salva.

4. La meta última de la historia humana se alcanzará cuando "Dios sea todo en todos" (1Co 15,28) y, como anuncia el Apocalipsis, "el mar ya no exista" (Ap 21,1), es decir, cuando el signo del caos destructor y del mal haya sido por fin eliminado. Entonces la Iglesia se presentará a Cristo como "la novia ataviada para su esposo" (Ap 21,2). Ese será el momento de la intimidad y del amor sin resquebrajaduras. Pero ya ahora, precisamente contemplando a la Virgen elevada al cielo, la Iglesia gusta anticipadamente la alegría que se le dará en plenitud al final de los tiempos. En la peregrinación de fe a lo largo de la historia, María acompaña a la Iglesia como "modelo de la comunión eclesial en la fe, en la caridad y en la unión con Cristo. "Eternamente presente en el misterio de Cristo", ella está, en medio de los Apóstoles, en el corazón mismo de la Iglesia naciente y de la Iglesia de todos los tiempos. Efectivamente, "la Iglesia fue congregada en la parte alta del cenáculo con María, que era la Madre de Jesús, y con sus hermanos. No se puede, por tanto, hablar de Iglesia si no está presente María, la Madre del Señor, con sus hermanos"" (Congregación para la doctrina de la fe, Communionis notio, 28 de mayo de 1992, n. 19; cf. Cromacio de Aquileya, Sermo 30, 1).

5. Así pues, cantemos nuestro himno de alabanza a María, imagen de la humanidad redimida, signo de la Iglesia que vive en la fe y en el amor, anticipando la plenitud de la Jerusalén celestial. "El genio poético de san Efrén el Sirio, llamado "la cítara del Espíritu Santo", ha cantado incansablemente a María, dejando una impronta todavía presente en toda la tradición de la Iglesia siríaca" (Redemptoris Mater RMA 31). Es él quien presenta a María como icono de belleza: "Ella es santa en su cuerpo, hermosa en su espíritu, pura en sus pensamientos, sincera en su inteligencia, perfecta en sus sentimientos, casta, firme en sus propósitos, inmaculada en su corazón, eminente, colmada de todas las virtudes" (Himnos a la Virgen María, 1, 4; ed. Th. J. Lamy, Hymni de B. Maria, Malinas 1886, t. 2, col. 520). Que esta imagen resplandezca en el centro de toda comunidad eclesial como reflejo perfecto de Cristo y sea como estandarte elevado entre los pueblos, como "ciudad situada en la cima de un monte" y "lámpara sobre el candelero para que alumbre a todos los que están en la casa" (cf. Mt 5,14-15).

Saludos

Deseo saludar a los fieles de lengua española, en particular a la asociación de padres y alumnos del instituto "Dante Alighieri", de Rosario (Argentina), así como a los peregrinos españoles y latinoamericanos. Que la imagen de María resplandezca en cada comunidad eclesial como perfecto reflejo de Cristo, nuestro Salvador. Muchas gracias.

(En eslovaco)
17 La Cuaresma nos invita a la conversión a través de la escucha de la palabra de Dios, la oración y la práctica de las obras de misericordia. Para que podáis vivir una Cuaresma así, os imparto gustoso mi bendición a vosotros y a vuestros seres queridos.

(En croata)
Deseándoos una Cuaresma llena de frutos de conversión y caridad, para que lleguéis renovados a la fiesta de Pascua, os imparto con gusto la bendición apostólica a cada uno de vosotros y a vuestras familias.

(A la asociación de médicos católicos italianos)
El respeto a la vida desde su concepción hasta el fin natural es criterio decisivo para valorar la civilización de un pueblo.

Dirijo, por último, un saludo cordial a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados, a los que animo a proseguir con empeño en el itinerario cuaresmal. Que la gracia de este tiempo os ayude, queridos jóvenes, a redescubrir el don del seguimiento de Cristo y a imitar la adhesión filial de Jesús a la voluntad del Padre.

Os exhorto a vosotros, queridos enfermos, a sostener, con la oración y el ofrecimiento de vuestro sufrimiento, el camino cuaresmal que la Iglesia está realizando.

Hago votos para que vosotros, queridos recién casados, pongáis al Señor en el centro de vuestra familia: que él camine con vosotros, de manera que seáis siempre testigos creíbles de su amor, en cualquier circunstancia de la vida.





Audiencias 2001 9