Audiencias 2001 17

Miércoles 21 de marzo de 2001


María, peregrina en la fe, estrella del tercer milenio

1. La página de san Lucas que acabamos de escuchar nos presenta a María como peregrina de amor. Pero Isabel atrae la atención hacia su fe y, refiriéndose a ella, pronuncia la primera bienaventuranza de los evangelios: "Feliz la que ha creído". Esta expresión es "como una clave que nos abre a la realidad íntima de María" (Redemptoris Mater ). Por eso, como coronamiento de las catequesis del gran jubileo del año 2000, quisiéramos presentar a la Madre del Señor como peregrina en la fe. Como hija de Sion, ella sigue las huellas de Abraham, quien por la fe obedeció "y salió hacia la tierra que había de recibir en herencia, pero sin saber a dónde iba" (He 11,8).

18 Este símbolo de la peregrinación en la fe ilumina la historia interior de María, la creyente por excelencia, como ya sugirió el concilio Vaticano II: "la bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz" (Lumen gentium LG 58). La Anunciación "es el punto de partida de donde inicia todo el camino de María hacia Dios" (Redemptoris Mater, RMA 14): un camino de fe que conoce el presagio de la espada que atraviesa el alma (cf. Lc Lc 2,35), pasa por los tortuosos senderos del exilio en Egipto y de la oscuridad interior, cuando María "no entiende" la actitud de Jesús a los doce años en el templo, pero conserva "todas estas cosas en su corazón" (Lc 2,51).

2. En la penumbra se desarrolla también la vida oculta de Jesús, durante la cual María debe hacer resonar en su interior la bienaventuranza de Isabel a través de una auténtica "fatiga del corazón" (Redemptoris Mater RMA 17).

Ciertamente, en la vida de María no faltan las ráfagas de luz, como en las bodas de Caná, donde, a pesar de la aparente indiferencia, Cristo acoge la oración de su Madre y realiza el primer signo de revelación, suscitando la fe de los discípulos (cf. Jn 2,1-12).

En el mismo contrapunto de luz y sombra, de revelación y misterio, se sitúan las dos bienaventuranzas que nos refiere san Lucas: la que dirige a la Madre de Cristo una mujer de la multitud y la que destina Jesús a "los que oyen la palabra de Dios y la guardan" (Lc 11,28).

La cima de esta peregrinación terrena en la fe es el Gólgota, donde María vive íntimamente el misterio pascual de su Hijo: en cierto sentido, muere como madre al morir su Hijo y se abre a la "resurrección" con una nueva maternidad respecto de la Iglesia (cf. Jn 19,25-27). En el Calvario María experimenta la noche de la fe, como la de Abraham en el monte Moria y, después de la iluminación de Pentecostés, sigue peregrinando en la fe hasta la Asunción, cuando el Hijo la acoge en la bienaventuranza eterna.

3. "La bienaventurada Virgen María sigue "precediendo" al pueblo de Dios. Su excepcional peregrinación de la fe representa un punto de referencia constante para la Iglesia, para los individuos y las comunidades, para los pueblos y las naciones, y, en cierto modo, para toda la humanidad" (Redemptoris Mater, RMA 6). Ella es la estrella del tercer milenio, como fue en los comienzos de la era cristiana la aurora que precedió a Jesús en el horizonte de la historia. En efecto, María nació cronológicamente antes de Cristo y lo engendró e insertó en nuestra historia humana.

A ella nos dirigimos para que siga guiándonos hacia Cristo y hacia el Padre, también en la noche tenebrosa del mal y en los momentos de duda, crisis, silencio y sufrimiento. A ella elevamos el canto preferido de la Iglesia de Oriente: el himno Akáthistos, que en 24 estrofas exalta líricamente su figura. En la quinta estrofa, dedicada a la visita a Isabel, exclama:

"Salve, oh tallo del verde Retoño. Salve, oh rama del Fruto incorrupto. Salve, al pío Arador tú cultivas. Salve, tú plantas a quien planta la vida.

Salve, oh campo fecundo de gracias copiosas. Salve, oh mesa repleta de dones divinos. Salve, un Prado germinas de toda delicia. Salve, al alma preparas Asilo seguro.

Salve, incienso de grata plegaria. Salve, ofrenda que el mundo concilia. Salve, clemencia de Dios para el hombre. Salve, confianza del hombre con Dios.
Salve, ¡Virgen y Esposa!".

19 4. La visita a Isabel se concluye con el cántico del Magnificat, un himno que atraviesa, como melodía perenne, todos los siglos cristianos: un himno que une los corazones de los discípulos de Cristo por encima de las divisiones históricas, que estamos comprometidos a superar con vistas a una comunión plena. En este clima ecuménico es hermoso recordar que Martín Lutero, en 1521, dedicó a este "santo cántico de la bienaventurada Madre de Dios" -como él decía- un célebre comentario. En él afirma que el himno "debería ser aprendido y guardado en la memoria por todos" puesto que "en el Magnificat María nos enseña cómo debemos amar y alabar a Dios... Ella quiere ser el ejemplo más grande de la gracia de Dios para impulsar a todos a la confianza y a la alabanza de la gracia divina" (M. Lutero, Scritti religiosi, a cargo de V. Vinay, Turín 1967, pp. 431 y 512).

María celebra el primado de Dios y de su gracia que elige a los últimos y a los despreciados, a "los pobres del Señor", de los que habla el Antiguo Testamento; cambia su suerte y los introduce como protagonistas en la historia de la salvación.

5. Desde que Dios la contempló con amor, María se convirtió en signo de esperanza para la multitud de los pobres, de los últimos de la tierra, que serán los primeros en el reino de Dios. Ella copia fielmente la opción de Cristo, su Hijo, que a todos los afligidos de la historia repite: "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré" (
Mt 11,28). La Iglesia sigue a María y al Señor Jesús caminando por las sendas tortuosas de la historia, para levantar, promover y valorizar la inmensa procesión de mujeres y hombres pobres y hambrientos, humillados y ofendidos (cf. Lc 1,52-53). La humilde Virgen de Nazaret, como afirma san Ambrosio, no es "el Dios del templo, sino el templo de Dios" (De Spiritu Sancto III, 11,80). Como tal, a todos los que recurren a ella los guía hacia el encuentro con Dios Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Saludos
Doy una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua española. De modo particular a las Hermanas Dominicas de la Anunciata y a los vecinos del pueblo natal de santo Domingo de Guzmán, así como al grupo del colegio Intisana de Quito, al de estudiantes de Buenos Aires y demás peregrinos venidos de España, México y otros países latinoamericanos. Que vuestra tradicional devoción a la Virgen María os aliente en el camino de fe en Cristo Jesús. Muchas gracias por vuestra atención.

(En inglés)
Me alegra saludar hoy en particular a los miembros de la Unión mundial de las Organizaciones femeninas católicas, reunidos en Roma para su asamblea general. Habéis venido para profundizar en la comprensión de vuestra misión y para apoyaros recíprocamente en vuestro esfuerzo por vivir el compromiso de la santidad cristiana, la santidad femenina. Esta forma de seguir a Cristo es indispensable para la Iglesia en el tercer milenio. En efecto, la mujer está especialmente dotada para transmitir el mensaje cristiano en la familia y en el mundo del trabajo, del estudio y del tiempo libre. La mujer católica que vive con fe, esperanza y caridad, y que alaba a Dios con su oración y su servicio, siempre ha desempeñado una función central para transmitir el sentido auténtico de la fe cristiana y aplicarlo a toda circunstancia de la vida. A la vez que os agradezco vuestro amoroso compromiso en favor de Cristo y de su palabra salvífica, os exhorto a mirar cada vez con mayor confianza a María de Nazaret, a fin de que vuestra misión profética dé frutos cada vez más grandes de vida cristiana y de servicio.

(En italiano)
Ojalá que la participación en la audiencia lleve a cada uno a reafirmar su ferviente adhesión a las enseñanzas del Evangelio.

Un saludo especial va, finalmente, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. En el clima espiritual de la Cuaresma que estamos viviendo, tiempo de conversión y reconciliación, os invito, queridos jóvenes, a seguir el ejemplo de Jesús Maestro, para ser heraldos fieles de su mensaje salvífico. Os animo, queridos hermanos y hermanas enfermos, a llevar vuestra cruz diaria en unión íntima con Cristo Señor. Por último, os exhorto, queridos recién casados, a hacer de vuestras jóvenes familias comunidades de intensa espiritualidad y ardiente testimonio cristiano.
* * * *


Llamamiento de Su Santidad contra la discriminación racial
Hoy, 21 de marzo, se celebra la Jornada internacional de las Naciones Unidas para la eliminación de la discriminación racial. Esta Jornada marca el inicio de la semana de solidaridad con todos los que luchan contra esa injusticia.

Los instrumentos internacionales adoptados, las Conferencias mundiales y, en particular, la próxima, que tendrá lugar en Durban (Sudáfrica) en el mes de septiembre de este mismo año, constituyen etapas importantes en el camino para la afirmación de la fundamental igualdad y dignidad de toda persona y para una convivencia pacífica entre todos los pueblos. A pesar de estos esfuerzos, a millones de seres humanos no se les reconoce aún su "derecho de ciudadanía" dentro de la familia humana.

La Iglesia se une al compromiso de cuantos defienden los derechos humanos y se siente solidaria con todos los que por motivos raciales, étnicos, religiosos y sociales, son víctimas de discriminación. Los valores espirituales y religiosos, con su fuerza de renovación, contribuyen eficazmente a mejorar la sociedad. Es preciso que las comunidades religiosas apoyen la laudable acción de los Gobiernos y de las organizaciones internacionales en este campo.

Así pues, deseo repetir que en la Iglesia nadie es extranjero y todos deben sentirse en su casa. Hacer de la Iglesia "la casa y la escuela de la comunión" es una respuesta concreta a las expectativas del mundo de hoy.




Miércoles 28 de marzo de 2001

Los salmos en la tradición de la Iglesia

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1. En la carta apostólica Novo millennio ineunte expresé el deseo de que la Iglesia se distinga cada vez más en el "arte de la oración", aprendiéndolo siempre de nuevo de los labios mismos del divino Maestro (cf.
NM 32). Ese compromiso ha de vivirse sobre todo en la liturgia, fuente y cumbre de la vida eclesial. En esta línea es importante prestar mayor atención pastoral a la promoción de la Liturgia de las Horas, como oración de todo el pueblo de Dios (cf. ib., NM 34). En efecto, aunque los sacerdotes y los religiosos tienen un mandato preciso de celebrarla, también a los laicos se les recomienda encarecidamente. Esta fue la intención de mi venerado predecesor Pablo VI al publicar, hace poco más de treinta años, la constitución Laudis canticum, en la que establecía el modelo vigente de esta oración, deseando que "el pueblo de Dios acoja con renovado afecto" (cf. AAS 63 [1971] 532) los salmos y los cánticos, estructura fundamental de la Liturgia de las Horas.

Es un dato esperanzador que muchos laicos, tanto en las parroquias como en las agrupaciones eclesiales, hayan aprendido a valorarla. Con todo, sigue siendo una oración que supone una adecuada formación catequística y bíblica, para poderla gustar a fondo.

Con esta finalidad comenzamos hoy una serie de catequesis sobre los salmos y los cánticos propuestos en la oración matutina de las Laudes. De este modo, deseo estimular y ayudar a todos a orar con las mismas palabras utilizadas por Jesús y presentes desde hace milenios en la oración de Israel y en la de la Iglesia.

2. Podríamos introducirnos en la comprensión de los salmos por diversos caminos. El primero consistiría en presentar su estructura literaria, sus autores, su formación, los contextos en que surgieron. También sería sugestiva una lectura que pusiera de relieve su carácter poético, que en ocasiones alcanza niveles altísimos de intuición lírica y de expresión simbólica. No menos interesante sería recorrer los salmos considerando los diversos sentimientos del alma humana que manifiestan: alegría, gratitud, acción de gracias, amor, ternura, entusiasmo, pero también intenso sufrimiento, recriminación, solicitud de ayuda y de justicia, que a veces desembocan en rabia e imprecación. En los salmos el ser humano se descubre plenamente a sí mismo.

Nuestra lectura buscará sobre todo destacar el significado religioso de los salmos, mostrando cómo, aun habiendo sido escritos hace muchos siglos por creyentes judíos, pueden ser usados en la oración de los discípulos de Cristo. Para ello nos serviremos de los resultados de la exégesis, pero a la vez veremos lo que nos enseña la Tradición, y sobre todo escucharemos lo que nos dicen los Padres de la Iglesia.

21 3. En efecto, los santos Padres, con profunda penetración espiritual, supieron discernir y señalar que Cristo mismo, en la plenitud de su misterio, es la gran "clave" de lectura de los salmos. Estaban plenamente convencidos de que en los salmos se habla de Cristo. Jesús resucitado se aplicó a sí mismo los salmos, cuando dijo a los discípulos: "Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí" (Lc 24,44). Los Padres añaden que en los salmos se habla de Cristo, o incluso que es Cristo mismo quien habla. Al decir esto, no pensaban solamente en la persona individual de Jesús, sino en el Christus totus, en el Cristo total, formado por Cristo cabeza y por sus miembros.

Así nace, para el cristiano, la posibilidad de leer el Salterio a la luz de todo el misterio de Cristo. Precisamente desde esta perspectiva se descubre también la dimensión eclesial, particularmente puesta de relieve por el canto coral de los salmos. De este modo se comprende que los salmos hayan sido tomados, desde los primeros siglos, como oración del pueblo de Dios. Si en algunos períodos históricos prevaleció una tendencia a preferir otras plegarias, fue gran mérito de los monjes el que se mantuviera en alto la antorcha del Salterio. Uno de ellos, san Romualdo, fundador de la Camáldula, en el alba del segundo milenio cristiano, -como afirma su biógrafo Bruno de Querfurt- llegó a sostener que los salmos son el único camino para hacer una oración realmente profunda: "Una via in psalmis" (Passio sanctorum Benedicti et Johannes ac sociorum eorumdem: MPH VI, 1893, 427).

4. Con esta afirmación, a primera vista exagerada, en realidad se remontaba a la mejor tradición de los primeros siglos cristianos, cuando el Salterio se había convertido en el libro por excelencia de la oración eclesial. Esta fue la opción decisiva frente a las tendencias heréticas que continuamente se cernían sobre la unidad de fe y de comunión. A este respecto, es interesante una estupenda carta que san Atanasio escribió a Marcelino, en la primera mitad del siglo IV, mientras la herejía arriana dominaba, atentando contra la fe en la divinidad de Cristo. Frente a los herejes que atraían hacia sí a la gente también con cantos y plegarias que respondían muy bien a los sentimientos religiosos, el gran Padre de la Iglesia se dedicó con todas sus fuerzas a enseñar el Salterio transmitido por la Escritura (cf. PG 27,12 ss). Así, al "Padre nuestro", la oración del Señor por antonomasia, se añadió la praxis, que pronto se hizo universal entre los bautizados, de la oración de los salmos.

5. También gracias a la oración comunitaria de los salmos, la conciencia cristiana ha recordado y comprendido que es imposible dirigirse al Padre que está en los cielos sin una auténtica comunión de vida con los hermanos y hermanas que están en la tierra. No sólo eso; los cristianos, al insertarse vitalmente en la tradición orante de los judíos, aprendieron a orar cantando las magnalia Dei, es decir, las maravillas realizadas por Dios tanto en la creación del mundo y de la humanidad, como en la historia de Israel y de la Iglesia. Sin embargo, esta forma de oración, tomada de la Escritura, no excluye ciertamente expresiones más libres, y estas no sólo continuarán caracterizando la oración personal, sino también enriqueciendo la misma oración litúrgica, por ejemplo con himnos y troparios. En cualquier caso, el libro del Salterio ha de ser la fuente ideal de la oración cristiana, y en él seguirá inspirándose la Iglesia en el nuevo milenio.

Saludos

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española. De modo especial a las religiosas de María Inmaculada, a los colegios Nazaret de Madrid y Sagrada Familia de Sabadell, así como al grupo de la escuela italiana "XXI Aprile" de Mendoza. Que el rezo de los salmos sea, para vosotros, una experiencia de profunda oración que os lleve al encuentro con el misterio de Cristo.

(En italiano)
Pensando en la fiesta de la Anunciación, que hemos celebrado hace pocos días, dirijo también un afectuoso saludo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados.

El "sí" que María pronunció os anime, queridos jóvenes, a responder con entusiasmo y generosidad a la llamada de Dios. La humilde adhesión de la Virgen a la voluntad divina, tanto en Nazaret como en el Calvario, os ayude, queridos enfermos, a uniros cada vez más al sacrificio redentor de Cristo. María, la primera en acoger al Verbo encarnado, os acompañe, queridos recién casados, en el camino del matrimonio y os haga crecer cada día en la fidelidad, en el amor y en el servicio a la vida.



Abril de 2001



Miércoles 4 de abril de 2001

La Liturgia de las Horas, oración de la Iglesia

22 1. Antes de comenzar el comentario de los salmos y cánticos de las Laudes, completamos hoy la reflexión introductoria que iniciamos en la anterior catequesis. Y lo hacemos tomando como punto de partida un aspecto muy arraigado en la tradición espiritual: al cantar los salmos, el cristiano experimenta una especie de sintonía entre el Espíritu presente en las Escrituras y el Espíritu que habita en él por la gracia bautismal. Más que orar con sus propias palabras, se hace eco de los "gemidos inenarrables" de los que habla san Pablo (cf. Rm 8,26), con los cuales el Espíritu del Señor impulsa a los creyentes a unirse a la invocación característica de Jesús: "¡Abbá, Padre!" (Rm 8,15 Ga 4,6).

Los antiguos monjes estaban tan seguros de esta verdad, que no se preocupaban de cantar los salmos en su lengua materna, pues les bastaba la convicción de que eran, de algún modo, "órganos" del Espíritu Santo. Estaban convencidos de que por su fe los versículos de los salmos les proporcionaban una "energía" particular del Espíritu Santo. Esa misma convicción se manifiesta en la utilización característica de los salmos que se llamó "oración jaculatoria" -de la palabra latina iaculum, es decir, dardo- para indicar expresiones salmódicas brevísimas que podían ser "lanzadas", casi como flechas incendiarias, por ejemplo contra las tentaciones. Juan Cassiano, escritor que vivió entre los siglos IV y V, recuerda que algunos monjes habían descubierto la eficacia extraordinaria del brevísimo incipit del salmo 69: "Dios mío, ven en mi auxilio; Señor, date prisa en socorrerme", que desde entonces se convirtió en el pórtico de ingreso de la Liturgia de las Horas (cf. Conlationes 10, 10: CPL 512, 298 ss).

2. Además de la presencia del Espíritu Santo, otra dimensión importante es la de la acción sacerdotal que Cristo realiza en esta oración, asociando a sí a la Iglesia su esposa. A este respecto, precisamente refiriéndose a la Liturgia de las Horas, el concilio Vaticano II enseña: "El sumo sacerdote de la nueva y eterna Alianza, Jesucristo (...) une a sí toda la comunidad humana y la asocia al canto de este divino himno de alabanza. En efecto, esta función sacerdotal se prolonga a través de su Iglesia, que no sólo en la celebración de la Eucaristía, sino también de otros modos, sobre todo recitando el Oficio divino, alaba al Señor sin interrupción e intercede por la salvación del mundo entero" (Sacrosanctum Concilium SC 83).

También la Liturgia de las Horas, por consiguiente, tiene el carácter de oración pública, en la que la Iglesia está particularmente implicada. Así, es iluminador redescubrir cómo la Iglesia fue definiendo progresivamente este compromiso específico suyo de oración realizada de acuerdo con las diversas fases del día. Para ello es preciso remontarse a los primeros tiempos de la comunidad apostólica, cuando aún existía un estrecho vínculo entre la oración cristiana y las así llamadas "plegarias legales" -es decir, prescritas por la Ley de Moisés- que se rezaban en determinadas horas del día en el templo de Jerusalén. El libro de los Hechos de los Apóstoles dice que "acudían al templo todos los días" (Ac 2,46) o que "subían al templo para la oración de la hora nona" (Ac 3,1). Y, por otra parte, sabemos también que las "plegarias legales" por excelencia eran precisamente la de la mañana y la de la tarde.

3. Gradualmente los discípulos de Jesús descubrieron algunos salmos particularmente adecuados para determinados momentos del día, de la semana o del año, viendo en ellos un sentido profundo en relación con el misterio cristiano. Un testigo autorizado de este proceso es san Cipriano, que, en la primera mitad del siglo III, escribe: "Es necesario orar al inicio del día para celebrar con la oración de la mañana la resurrección del Señor. Eso corresponde a lo que una vez el Espíritu Santo indicó en los Salmos con estas palabras: "Rey mío y Dios mío. A ti te suplico, Señor, por la mañana escucharás mi voz, por la mañana te expongo mi causa y me quedo aguardando" (Ps 5,3-4). (...) Luego, cuando se pone el sol y declina el día, es preciso hacer nuevamente oración. En efecto, dado que Cristo es el verdadero sol y el verdadero día, en el momento en que declinan el sol y el día del mundo, pidiendo en la oración que vuelva a brillar sobre nosotros la luz, invocamos que Cristo nos traiga de nuevo la gracia de la luz eterna" (De oratione dominica, 35: PL 39, 655).

4. La tradición cristiana no se limitó a perpetuar la judía, sino que innovó algunas cosas, que acabaron por caracterizar de forma diversa toda la experiencia de oración que vivieron los discípulos de Jesús. En efecto, además de rezar, por la mañana y por la tarde, el padrenuestro, los cristianos escogieron con libertad los salmos para celebrar con ellos su oración diaria. A lo largo de la historia, este proceso sugirió la utilización de determinados salmos para algunos momentos de fe particularmente significativos. Entre estos ocupaba el primer lugar la oración de la vigilia, que preparaba para el día del Señor, el domingo, en el cual se celebraba la Pascua de Resurrección.

Una característica típicamente cristiana fue, luego, la doxología trinitaria, que se añadió al final de cada salmo y cántico: "Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo". Así cada salmo y cántico es iluminado por la plenitud de Dios.

5. La oración cristiana nace, se alimenta y se desarrolla en torno al evento por excelencia de la fe: el misterio pascual de Cristo. De esta forma, por la mañana y por la tarde, al salir y al ponerse el sol, se recordaba la Pascua, el paso del Señor de la muerte a la vida. El símbolo de Cristo "luz del mundo" es la lámpara encendida durante la oración de Vísperas, que por eso se llama también lucernario. Las horas del día remiten, a su vez al relato de la pasión del Señor, y la hora Tertia también a la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. Por último, la oración de la noche tiene carácter escatológico, pues evoca la vigilancia recomendada por Jesús en la espera de su vuelta (cf. Mc 13,35-37).

Al hacer su oración con esta cadencia, los cristianos respondieron al mandato del Señor de "orar sin cesar" (cf. Lc 18,1 Lc 21,36 1Th 5,17 Ep 6,18), pero sin olvidar que, de algún modo, toda la vida debe convertirse en oración. A este respecto escribe Orígenes: "Ora sin cesar quien une oración a las obras y obras a la oración" (Sobre la oración XII, 2: PG 11,452).

Este horizonte en su conjunto constituye el hábitat natural del rezo de los salmos. Si se sienten y se viven así, la doxología trinitaria que corona todo salmo se transforma, para cada creyente en Cristo, en una continua inmersión, en la ola del Espíritu y en comunión con todo el pueblo de Dios, en el océano de vida y de paz en el que se halla sumergido con el bautismo, o sea, en el misterio del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Saludos

23 Saludo a los peregrinos de lengua española, en especial a los alumnos del instituto de enseñanza de Nájera (La Rioja) y del colegio Corazón Inmaculado, de Madrid, y al grupo de fieles de Córdoba (Argentina). A todos os deseo una buena preparación para la gran fiesta de la Pascua, ya cercana. Muchas gracias por vuestra atención.

(En italiano)
El próximo 7 de abril se celebra la Jornada mundial de la salud, que este año tiene como tema la "invalidez" mental. Para esta ocasión renuevo mi llamamiento a fin de que cada uno, de acuerdo con sus responsabilidades, se comprometa a defender la dignidad y los derechos de los enfermos. Que nadie permanezca indiferente ante estos hermanos nuestros. La Iglesia mira a los que sufren por esa enfermedad con respeto y afecto, y exhorta a toda la comunidad humana a acogerlos, mostrando especial solicitud con los más pobres y abandonados.

Dirijo ahora un cordial saludo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. En este último tramo de la Cuaresma, os exhorto a proseguir con empeño el camino espiritual hacia la Pascua.
Queridos jóvenes, intensificad vuestro testimonio de amor fiel a la cruz de Cristo; vosotros, queridos enfermos, mirad a Jesús crucificado y resucitado para vivir la prueba del dolor como acto de amor; y vosotros, queridos recién casados, imitando la perenne fidelidad del Señor hacia la Iglesia su esposa, actuad de forma que vuestra unión esponsal esté siempre animada por el amor divino.




Miércoles 11 de abril de 2001


El Triduo sacro revela el misterio de un amor sin límites

1. Estamos en la víspera del Triduo pascual, ya inmersos en el clima espiritual de la Semana santa. Desde mañana hasta el domingo viviremos los días centrales de la liturgia, que nos vuelven a proponer el misterio de la pasión, muerte y resurrección del Señor. En sus homilías, los santos Padres a menudo hacen referencia a estos días que, como dice san Atanasio, nos introducen "en el tiempo que nos lleva y nos hace conocer un nuevo inicio, el día de la santa Pascua, en la que el Señor se inmoló". Así describe el período que estamos viviendo en sus Cartas pascuales (Epist. 5, 1-2: PG 26,1379). El prefacio pascual del domingo próximo nos hará cantar con gran fuerza que "en la resurrección de Cristo hemos resucitado todos".

En el centro de este Triduo sacro se encuentra el "misterio de un amor sin límites", es decir, el misterio de Jesús que "habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Jn 13,1). He vuelto a proponer este conmovedor y dulce misterio a los sacerdotes en la Carta que, como todos los años, les he enviado con ocasión del Jueves santo.

Sobre este mismo amor os invito a reflexionar también a vosotros, a fin de que os preparéis dignamente a revivir las últimas etapas de la vida terrena de Jesús. Mañana entraremos en el Cenáculo para acoger el don extraordinario de la Eucaristía, del sacerdocio y del mandamiento nuevo. El Viernes santo recorreremos el camino doloroso que lleva al Calvario, donde Cristo consumará su sacrificio. El Sábado santo esperaremos en silencio introducirnos en la solemne Vigilia pascual.

2. "Los amó hasta el extremo". Estas palabras del evangelista san Juan expresan y definen de modo peculiar la liturgia de mañana, Jueves santo, contenida en la celebración de la misa Crismal de la mañana y de la misa vespertina in Cena Domini, con la que se inaugura el Triduo pascual.

24 La Eucaristía es signo elocuente de este amor total, libre y gratuito, y ofrece a cada uno la alegría de la presencia de Cristo, que también a nosotros nos hace capaces de amar, como él, "hasta el extremo". El amor que Jesús propone a sus discípulos es un amor exigente.

En este encuentro hemos vuelto a escuchar el eco de ese amor en las palabras del evangelista san Mateo: "Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos" (
Mt 5,11-12). También hoy amar "hasta el extremo" quiere decir estar dispuestos a afrontar esfuerzos y dificultades por Cristo. Significa no temer ni insultos ni persecuciones, y estar dispuestos a "amar a nuestros enemigos y rogar por los que nos persigan" (cf. Mt 5,44). Todo esto es don de Cristo, que por todos los hombres se ofreció a sí mismo como víctima en el altar de la cruz.

3. "Los amó hasta el extremo". Desde el Cenáculo hasta el Gólgota: nuestra reflexión nos lleva al Calvario, donde contemplamos un amor cuya coronación plena es el don de la vida. La cruz es un signo claro de este misterio, pero, al mismo tiempo, precisamente por eso, se convierte en símbolo que interpela y sacude las conciencias. Cuando, el Viernes próximo, celebremos la pasión del Señor y participemos en el vía crucis, no podremos olvidar la fuerza de este amor que se entrega sin medida.

En la carta apostólica que publiqué al concluir el gran jubileo del año 2000 escribí: "La contemplación del rostro de Cristo nos lleva así a acercarnos al aspecto más paradójico de su misterio, como se ve en la hora extrema, la hora de la cruz. Misterio en el misterio, ante el cual el ser humano no puede por menos de postrarse en adoración" (Novo millennio ineunte, NM 25). Y esta es la actitud interior más adecuada para prepararnos a vivir el día en que se conmemora la pasión, la crucifixión y la muerte de Cristo.

4. "Los amó hasta el extremo". Jesús, después de sacrificarse por nosotros en la cruz, resucita y se convierte en primicia de la nueva creación. Pasaremos el Sábado santo en silenciosa espera del encuentro con el Resucitado, meditando en las palabras del apóstol san Pablo: "Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; fue sepultado y resucitó al tercer día, según las Escrituras" (1Co 15,3-4).

De ese modo podremos prepararnos mejor para la solemne Vigilia pascual, cuando irrumpa en el corazón de la noche la deslumbrante luz de Cristo resucitado.

Que en este último tramo del camino penitencial nos acompañe María, la Virgen que permaneció siempre fiel al lado de su Hijo, sobre todo en los días de la Pasión. Que ella nos enseñe a amar "hasta el extremo", siguiendo el ejemplo de Jesús, que con su muerte y su resurrección ha salvado al mundo.

Saludos

Quiero saludar ahora a los fieles de lengua española, en particular a los diversos grupos de estudiantes de España, al grupo de niños de Caracas, así como a los demás peregrinos españoles y latinoamericanos. Que la Virgen María nos enseñe a amar "hasta el extremo" y a seguir fielmente a Cristo, nuestro Salvador. A todos os deseo: ¡Feliz Pascua de Resurrección! Muchas gracias.

(A los peregrinos lituanos)
La semana de la Pasión del Señor es tiempo precioso de oración y penitencia, que nos lleva a un compromiso evangélico más generoso. Saquemos mucho fruto de este tiempo de gracia.

25 (A los peregrinos croatas)
Deseo de corazón que el Triduo pascual de la pasión y resurrección del Señor, que comenzará mañana por la tarde, sea para todos un momento de gracia especial y de crecimiento en la fe, en la esperanza y en la caridad. A todos imparto de corazón la bendición apostólica. ¡Alabados sean Jesús y María!.

(En italiano)
Saludo cordialmente a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Mañana entraremos en el Triduo sacro, en el que reviviremos los misterios centrales de nuestra salvación. Os invito, queridos jóvenes, a mirar a la cruz y a sacar de ella luz para caminar fielmente tras las huellas del Redentor. Para vosotros, queridos enfermos, deseo que la pasión del Señor, que culmina en el triunfo glorioso de la Pascua, constituya la fuente de esperanza y consuelo en los momentos de la prueba. Y vosotros, queridos recién casados, preparad vuestro corazón para celebrar con profunda participación el misterio pascual, a fin de hacer de vuestra existencia un don recíproco, abierto al amor fecundo.

Con estos sentimientos, imparto a todos una especial bendición apostólica.




Audiencias 2001 17