Discursos 2001 202

202 Ojalá que en sus esfuerzos por edificar la Iglesia, familia de Dios, los cristianos de vuestras diócesis sean también hombres y mujeres de comunión y de unidad. Como escribí en la carta apostólica Novo millennio ineunte, antes de programar iniciativas concretas para ser fieles al designio de Dios y para responder a las expectativas profundas del mundo, "hace falta promover una espiritualidad de comunión, proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano, donde se forman los ministros del altar, las personas consagradas y los agentes pastorales, donde se construyen las familias y las comunidades" (n. 43). Este espíritu de comunión es un medio esencial para que se reconozca y respete la vocación de cada uno, compartiendo los dones recibidos del Espíritu, y para que se construya una humanidad solidaria y fraterna.

Que la unidad de vuestras comunidades, fundada en el designio de Cristo para su Iglesia, sea un signo concreto de la presencia de Dios, que habita en ellas y cuya luz debe resplandecer en el rostro de todos los hombres.

3. Desde hace algunos años estáis realizando un gran esfuerzo para fomentar las vocaciones. El número de jóvenes que entran en los seminarios aumenta continuamente. Por consiguiente, es importante que esos jóvenes tengan viva conciencia de que la vocación es un don del Señor que reciben por medio de la Iglesia, y que es por la Iglesia como se realiza esta vocación. "El candidato al presbiterado debe recibir la vocación sin imponer sus propias condiciones personales, sino aceptando las normas y condiciones que pone la misma Iglesia, por la responsabilidad que a ella compete" (Pastores dabo vobis
PDV 35). Por ello, el obispo tiene la gran responsabilidad de discernir las aptitudes humanas, intelectuales, morales y espirituales de los candidatos, y reconocer la autenticidad de su vocación.

La vida en los seminarios es para vosotros una preocupación constante. Os exhorto encarecidamente a seguir siendo exigentes en lo que respecta a la calidad de la formación que se imparte en todos los campos. Los seminarios deben permitir a los jóvenes llamados al sacerdocio seguir generosamente a Cristo, para dejarse iniciar por él en el servicio al Padre y a los hombres.
Para ello es necesario que haya un número suficiente de formadores, profesores y directores espirituales bien preparados y ejemplares en su vida sacerdotal. Es de desear que, gracias a la ayuda generosa de otras Iglesias locales, aseguréis un acompañamiento efectivo a los seminaristas, para que tengan una visión clara de su verdadera vocación y respondan a ella de manera libre y consciente.

4. Al volver a vuestras diócesis, llevad mi saludo cordial a cada uno de vuestros sacerdotes. La Iglesia cuenta con ellos para que, con su vida ejemplar, sean testigos creíbles de la Palabra que anuncian, plenamente comprometidos en los caminos de la santidad, a la que Cristo los llama y hacia la que deben guiar a los fieles. Durante su ministerio, los sacerdotes están invitados a cuidar su formación permanente, indispensable para responder a las nuevas exigencias de la evangelización. Ojalá que encuentren en ella ante todo la expresión y la condición de su fidelidad a su ministerio y a su mismo ser. Han de estar convencidos de que con ella realizan un acto de amor y de justicia en favor del pueblo de Dios, del que son servidores.

Por otra parte, insto a los sacerdotes a tomar cada vez mayor conciencia de la dimensión misionera de su sacerdocio. En efecto, como recuerda el concilio Vaticano II, "el don espiritual que recibieron los presbíteros en la ordenación los prepara no para una misión limitada y reducida, sino para una misión amplísima y universal. Los presbíteros, pues, han de recordar que deben llevar en su corazón la preocupación por todas las Iglesias" (Presbyterorum ordinis PO 10). Desde esta perspectiva, estimulo a las diócesis que disponen de más presbíteros a proseguir generosamente el intercambio de sacerdotes con las que tienen menos. Ese intercambio favorecerá asimismo la unidad del pueblo de Dios en las diferentes regiones del país, que viven situaciones misioneras y pastorales muy diversas.

5. Desde el inicio del anuncio de la fe cristiana en vuestro país, los institutos religiosos han desempeñado un papel importante. No se puede por menos de admirar el trabajo de los misioneros, religiosos, religiosas y laicos que, con gran abnegación, han permitido a la Iglesia nacer y crecer entre vosotros. Hoy, a pesar de que su número ha disminuido, su trabajo valiente y desinteresado sigue siendo apreciable y manifiesta la universalidad de la Iglesia. Deseo que, con espíritu de estima mutua, la colaboración fraterna se afiance cada vez más entre los sacerdotes diocesanos y los miembros de los institutos misioneros.

Conozco también el gran aprecio de que gozan por parte de la población las religiosas que se dedican generosamente al servicio de las personas más pobres y desamparadas de la sociedad, sin distinción alguna de origen. La Iglesia les está agradecida porque así muestran, a menudo de manera muy humilde y en condiciones difíciles, la caridad de Cristo por la humanidad que sufre. En efecto, el compromiso de los religiosos y las religiosas en la misión de la Iglesia es una manifestación elocuente del amor de Dios a todos los hombres. Ojalá que con la fidelidad a sus compromisos y profundizando su amistad con Dios en la oración y en la renuncia interior, las personas consagradas sean también para sus hermanos y hermanas ejemplos audaces, y les ayuden en la búsqueda de la perfección, a la que todos están llamados. Espero que sean numerosos los jóvenes que, sintiéndose atraídos por esta entrega de sí a Cristo y a los demás, acepten responderle, para mostrar a los ojos del mundo el primado de Dios y de los valores del Evangelio en la vida cristiana.

6. Para ensanchar los horizontes de la evangelización, es conveniente estimular y sostener, con una formación humana y espiritual sólida, a un laicado maduro y responsable, consciente de sus responsabilidades en la Iglesia y en la sociedad. De hecho, los laicos, por ser miembros de la Iglesia, tienen la vocación y la misión de anunciar el Evangelio en sus ambientes de vida. Los campos donde pueden realizar una acción misionera son muy vastos. Así pues, les corresponde un papel especial en la animación cristiana del orden temporal. Los cristianos deben ocupar su lugar y actuar con competencia en el mundo tan complejo de la política, de la vida social y de la economía, según las enseñanzas de la doctrina social de la Iglesia, proponiendo a sus compatriotas una visión del hombre y de la sociedad conforme a los valores humanos fundamentales. Los invito de modo muy particular a trabajar sin cesar para promover el respeto de la dignidad inviolable de toda persona humana. "La dignidad personal es el bien más precioso que el hombre posee, gracias al cual supera en valor a todo el mundo material" (Christifideles laici CL 37).

El cristiano tiene el deber imperioso de comprometerse para que se respete la vida de todo ser humano, desde su concepción hasta su fin natural. Este respeto a la persona debe practicarse sobre todo con respecto a los más desamparados, a los enfermos y a todos los heridos por la vida. Ojalá que en vuestras comunidades jamás se les olvide. "En la persona de los pobres hay una presencia especial (del Hijo de Dios), que impone a la Iglesia una opción preferencial por ellos" (Novo millennio ineunte NM 49).

203 En el seno de la Iglesia deben valorarse los diversos tipos de servicio y formas de animación que se confían a los laicos, para dar nuevo vigor a la vida cristiana y al apostolado. Queridos hermanos en el episcopado, deseo dirigir una palabra de agradecimiento y aliento en particular a los catequistas de vuestras diócesis. En la vida de vuestras comunidades son evangelizadores insustituibles. Ojalá que con su testimonio de vida irreprochable y su compromiso al servicio del Evangelio muestren siempre a los ojos de sus hermanos la felicidad de haber descubierto a Cristo y vivir de su vida.

7. El compromiso de los laicos tiene en el matrimonio y en la familia un espacio primordial para desarrollarse. En vuestros informes quinquenales habéis subrayado los graves problemas que se plantean hoy a la familia, a su unidad y a su indisolubilidad. Os exhorto vivamente a proseguir una pastoral familiar vigorosa, y me alegro de los esfuerzos que habéis realizado en el campo de la formación, sobre todo con la creación de un centro universitario. Es fundamental para el futuro educar a los jóvenes en una justa jerarquía de valores y prepararlos para vivir el amor conyugal de modo responsable, en relación con sus exigencias de comunión y de servicio a la vida.

La visión cristiana del matrimonio debe presentarse en toda su grandeza, subrayando que sin amor la familia no puede vivir, crecer y perfeccionarse como comunidad de personas, y que los esposos están llamados a crecer sin cesar en su comunión a través de la fidelidad diaria a la promesa de entrega mutua, total, única y exclusiva que conlleva el matrimonio. Por tanto, es necesario que la solicitud de la Iglesia se manifieste también mediante un acompañamiento discreto y delicado de las familias, que será una ayuda eficaz para afrontar y resolver los problemas de la vida conyugal.

8. El encuentro con los fieles de otras religiones, que a menudo se vive pasivamente en las relaciones diarias de la existencia, puede llevar a veces a situaciones muy difíciles. Para la Iglesia católica, el diálogo interreligioso es un compromiso de gran importancia, que tiene como objetivo promover la unidad y la caridad entre los hombres y entre los pueblos. "Todos los fieles y las comunidades cristianas están llamados a practicar el diálogo, aunque no al mismo nivel y de la misma forma" (Redemptoris missio
RMi 57). Apoyo vuestros esfuerzos por favorecer un conocimiento recíproco mejor, así como relaciones más verdaderas y fraternas entre las personas y entre las comunidades, particularmente con los musulmanes. Deseando vivamente una auténtica reciprocidad, es necesario perseverar con fe y amor incluso donde los esfuerzos no encuentran acogida ni respuesta (cf. ib.). La formación de personas competentes en este campo es esencial para ayudar a los fieles a dirigir una mirada evangélica a sus compatriotas de religión diferente y para colaborar con todos con vistas al bien común de la sociedad. Más aún, ya desde el inicio de su educación, es preciso estimular a los jóvenes al respeto y a la estima mutua, con un espíritu que favorezca el desarrollo de una auténtica libertad de conciencia.

9. Queridos hermanos en el episcopado, al terminar nuestro encuentro os exhorto a proseguir vuestro ministerio episcopal con una confianza incondicional en la fidelidad de Cristo a su promesa de permanecer con nosotros hasta el fin del mundo (cf. Mt Mt 28,20). Frente a las dificultades, su presencia amorosa no falta jamás a quien permanece fiel a la gracia recibida. Como subrayé en la carta apostólica Novo millennio ineunte, "nuestro paso, al principio de este nuevo siglo, debe hacerse más ágil al recorrer los senderos del mundo" (n. 58).

Permaneced cerca de vuestro pueblo y, sobre todo, de los jóvenes, a los que invito a ver el futuro con una mirada llena de esperanza. Que conserven su entusiasmo por construir un mundo nuevo. Centinelas de la mañana, hoy más nunca dejad abierta de par en par la puerta viva que es Cristo.

Os encomiendo a todos a la intercesión materna de la Virgen María, Madre de Cristo y Madre de los hombres, y de corazón os imparto una afectuosa bendición apostólica, que extiendo a todos los fieles de vuestras diócesis.








A UN CONGRESO EN EL X ANIVERSARIO


DE LA MUERTE DE MONS. PIERO ROSSANO


Sábado 16 de junio de 2001

. Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
ilustres señores y señoras:

1. Me alegra daros mi más cordial bienvenida a todos vosotros, que participáis en las jornadas de encuentro y de reflexión organizadas por el Consejo pontificio para el diálogo interreligioso, en colaboración con la Pontificia Universidad Lateranense y la fundación Piero Rossano, para recordar el décimo aniversario de la muerte de monseñor Rossano. Se va a celebrar aquí, en Roma, y en Vezza de Alba, donde nació.

204 Saludo al señor cardenal Francis Arinze, al que agradezco las amables palabras que me ha dirigido en nombre de cuantos participan en este encuentro. Saludo asimismo a los obispos, sacerdotes, autoridades y a todos los presentes. El décimo aniversario de la muerte de monseñor Rossano constituye una ocasión muy propicia para recordar gratamente su infatigable compromiso en favor del diálogo interreligioso. En la carta apostólica Novo millennio ineunte quise reafirmar la importancia de esta tarea: "El diálogo -escribí- debe continuar. En la situación de un marcado pluralismo cultural y religioso, tal como se va presentando en la sociedad del nuevo milenio, este diálogo es también importante para proponer una firme base de paz y alejar el espectro funesto de las guerras de religión que han bañado de sangre tantos períodos en la historia de la humanidad. El nombre del único Dios tiene que ser cada vez más, como ya es de por sí, un nombre de paz y un imperativo de paz" (n. 55).

2. Un serio y auténtico diálogo interreligioso debe apoyarse en un sólido fundamento, para que a su tiempo dé los deseados frutos. Estar abiertos al diálogo significa ser plenamente coherentes con la propia tradición religiosa. Es la enseñanza que se desprende de la vida de monseñor Rossano.
Trabajó durante muchos años al servicio de la Iglesia universal en el entonces Secretariado para los no cristianos, ahora Consejo pontificio para el diálogo interreligioso. En su experiencia espiritual y en su servicio a la Santa Sede, su apertura a los demás siempre estuvo acompañada de su fidelidad a las enseñanzas de Cristo. Esta adhesión incondicional a Cristo no le impidió dialogar con representantes de otras religiones. Más aún, precisamente esa absoluta fidelidad a Cristo se convirtió en un sólido punto de partida para encontrarse con las personas y apreciar las riquezas que, como afirma el concilio Vaticano II, Dios en su magnificencia ha distribuido a todos los pueblos (cf. Ad gentes
AGD 11).

3. Amadísimos hermanos y hermanas, que el ejemplo de monseñor Rossano os impulse a intensificar vuestros esfuerzos por promover el diálogo, dando a todos el claro testimonio del misterio de Cristo, Señor y Salvador de todos. En efecto, como afirmé en la citada carta apostólica, "no debemos temer que pueda constituir una ofensa a la identidad del otro lo que, en cambio, es anuncio gozoso de un don para todos, y que se propone a todos con el mayor respeto a la libertad de cada uno: el don de la revelación del Dios-Amor, que "tanto amó al mundo que le dio su Hijo unigénito" (Jn 3,16)" (Novo millennio ineunte NM 56).

Acoger a Cristo no lleva a replegarse en sí mismo, sino que impulsa fuertemente a confrontarse y a abrirse a todos los hombres. Monseñor Rossano mostró ampliamente cómo se lleva a cabo esta apertura. Sus infatigables esfuerzos por encontrar soluciones a través del intercambio y la comunión entre representantes de religiones diversas redundaron en un enriquecimiento significativo para todas las personas con quienes entraba en contacto.

También en su generoso y fecundo ministerio episcopal como obispo auxiliar de Roma con responsabilidades en el ámbito de la cultura, y como rector de la Pontificia Universidad Lateranense, monseñor Rossano tuvo siempre presente el compromiso del diálogo, realizando perfectamente cuanto se lee en el documento La actitud de la Iglesia frente a los seguidores de otras religiones, publicado en 1984 por el Secretariado para los no cristianos: "El diálogo es antes que nada un estilo de acción, una actitud y un espíritu que guía la conducta. Implica atención, respeto y acogida al otro, a quien se le concede espacio para su identidad personal, para sus expresiones y sus valores" (n. 29: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 2 de septiembre de 1984, p. 20).

4. Ya se sabe que la dimensión ecuménica es importante también para el compromiso del diálogo interreligioso. A este respecto, quisiera expresar mi gran satisfacción por la constante y fecunda colaboración que se lleva a cabo entre el Consejo pontificio para el diálogo interreligioso y la Oficina para las relaciones y el diálogo interreligioso del Consejo mundial de las Iglesias. Es una colaboración significativa, iniciada y favorecida por monseñor Rossano. Hoy quisiera destacar también este mérito suyo. Ojalá que el trabajo que él comenzó reciba nuevo impulso con vuestra iniciativa. Mientras doy gracias al Señor por el bien que realizó por medio de la humilde y fiel persona de monseñor Piero Rossano, invoco sobre vosotros y sobre vuestro apreciado trabajo la abundancia del Espíritu Santo, de cuyos dones quiere ser prenda la bendición que os imparto a vosotros y a vuestros seres queridos.








A LOS MIEMBROS DE LA ASOCIACIÓN


SAN PEDRO Y SAN PABLO


Sábado 16 de junio de 2001



Queridos miembros de la Asociación San Pedro y San Pablo:

1. Me alegra encontrarme con vosotros, con ocasión del trigésimo aniversario de vuestra benemérita asociación. Saludo a vuestros familiares y a los nuevos socios, acogidos precisamente hoy. Saludo a vuestro presidente, abogado Gianluigi Marrone, al que agradezco las palabras que me ha dirigido en nombre de los presentes, y al asistente espiritual, monseñor Franco Follo. Os expreso de buen grado a cada uno de vosotros mi profunda gratitud por el generoso y cualificado servicio que prestáis a la Sede apostólica y, de modo especial, al Sucesor de Pedro.

Me alegra, además, que nuestro encuentro tenga lugar poco antes de la solemnidad de San Pedro y San Pablo apóstoles, sobre cuyo testimonio y martirio la divina Providencia quiso edificar la Iglesia de Roma. San Agustín, en la Liturgia de las Horas del día dedicada a los apóstoles san Pedro y san Pablo, se expresa así: "En un solo día celebramos el martirio de los dos Apóstoles. Es que ambos eran en realidad una sola cosa, aunque fueran martirizados en días diversos. Primero lo fue Pedro, luego Pablo. Por eso, celebramos la fiesta del día de hoy, sagrado para nosotros por la sangre de los Apóstoles. Procuremos imitar su fe, su vida, sus trabajos, sus sufrimientos, su testimonio y su doctrina" (Sermo 295: PL 38, 1352).

205 2. El día de Pentecostés la Iglesia recibió una misteriosa unidad, que no proviene del hombre y trasciende toda causa de división humana. El don del Espíritu Santo, que hace de los fieles de Cristo "un solo corazón y una sola alma" (cf. Hch Ac 1,14 Ac 2,46), se prolonga en la historia y acompaña a la Iglesia en su misión de anunciar el Evangelio a todos los pueblos hasta el fin de los tiempos. Este don, que llevamos "en recipientes de barro" (2Co 4,7), está constantemente amenazado por nuestra fragilidad humana. San Pedro fue llamado de manera muy particular a custodiar el don valioso de la unidad eclesial. Después de la triple confesión de su amor, recibió del Señor la misión de "apacentar las ovejas" (cf. Jn Jn 21,15-17). La asistencia que Cristo aseguró a Pedro acompaña también a sus sucesores, a los que ha sido confiado el mismo oficio en bien de la Iglesia: "Yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos" (Lc 22,32).

3. Pedro se convierte así en "piedra" sobre la cual Cristo puede construir su Iglesia en la historia, mediante un don que proviene de lo alto: el don de la fe, que él confesó solemnemente en Cesarea de Filipo: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16,16). Pero también en virtud de su respuesta de amor singular es elegido para ser fundamento del edificio de la Iglesia: ""Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?". (...) "Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero"" (cf. Jn Jn 21,15-19). Sobre la roca de esta fe y de este amor el Señor mantiene firme su Cuerpo místico y asegura su permanente unidad y su misión en medio de las vicisitudes alternas de la historia.

Queridos hermanos, el servicio que se os ha confiado está estrechamente unido a la misión del Sucesor de Pedro. Quisiera repetiros hoy mi más sincero aprecio por la obra diligente que realizáis tanto durante las liturgias sagradas como en el contacto con los peregrinos en la patriarcal basílica de San Pedro. Dios os lo pague. Que vuestra actividad, alimentada por una oración constante, os lleve a realizar cada vez más vuestra vocación cristiana.

4. Si vuestro espíritu está constantemente iluminado por la fe, podréis comprenderos mejor a vosotros mismos y ayudar a los peregrinos y a cuantos encontráis a profundizar en el misterio de Cristo y de su Iglesia. ¡Cuánta gente viene a Roma "para ver a Pedro" y vivificar su fe! El reciente Año jubilar dio un testimonio particularmente elocuente de este afecto por la Sede apostólica, llamada a custodiar la verdad y la unidad de la Iglesia y a confirmar a los bautizados en su fe en el Redentor.

Por tanto, al renovaros mi gratitud y mi aprecio por vuestra colaboración, os exhorto a hacer de vuestra actividad diaria una ocasión propicia para manifestar un amor sincero a Cristo, una entrega generosa a la Iglesia y un vínculo particular con el Sucesor de Pedro. Creced en la fe, para estar cada vez más motivados en vuestro servicio. Tened como programa de vida vuestro lema: "Fide constamus avita".

Con estos sentimientos, al mismo tiempo que os aseguro mi constante recuerdo en la oración, invoco la protección de María, a la que veneráis con el título de Virgo Fidelis, y os imparto de corazón a vosotros y a vuestros familiares una especial bendición apostólica.








AL NUEVO EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DE CHILE


Lunes 18 de junio de 2001



Señor Embajador:

1. Con mucho gusto le recibo en este solemne acto de presentación de las Cartas Credenciales que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Chile ante esta Sede Apostólica, y me complace darle mi más cordial bienvenida en el momento en que inicia las importantes funciones que su Gobierno le ha confiado. Agradezco sus amables palabras y, muy especialmente, el saludo del Excelentísimo Sr. Ricardo Lagos Escobar, Presidente de la República, al que correspondo con los mejores deseos de que su servicio al pueblo chileno, en estos momentos de su historia, ayude a todos a progresar por el camino de la concordia, el mutuo entendimiento y la paz.

2. Viene como representante de un pueblo que, según ha recordado Usted en sus palabras, tiene hondas raíces cristianas. Esto ha enriquecido al País con nobles tradiciones, las cuales han configurado la identidad de la Nación y han hecho de los chilenos un pueblo profundamente religioso. Con ese pueblo tuve la oportunidad de encontrarme en mi inolvidable Viaje pastoral en 1987, recibiendo por parte de todos, desde Antofagasta hasta Punta Arenas, expresivas muestras de cariño. Puede comprobar así que se trata de un pueblo recio, en busca de caminos que lo conduzcan a la anhelada reconciliación, aunque para llegar a esa meta haya que pasar por tramos estrechos. Por eso, una vez más, quiero repetirle como hice en la beatificación de la joven carmelita Teresa de los Andes que "el amor es más fuerte" porque "el amor puede siempre más".

La fe y la religiosidad, arraigadas tan profundamente en el alma de los chilenos, han dado excelentes frutos, entre los cuales la Iglesia honra a Santa Teresa de los Andes y a los Beatos Laura Vicuña y Alberto Hurtado. Es de justicia recordar, además, cómo los Padres de la Patria fueron creyentes convencidos. A este respecto, cabe destacar cómo el Capitán General Bernardo O'Higgins tomó la iniciativa de pedir a la Sede Apostólica una Misión pontificia que pudiera resolver en el territorio chileno los problemas religiosos derivados de la independencia y la nueva organización eclesiástica con la provisión de diversos Obispados, siendo así la primera nación latinoamericana en acoger una misión pontificia después de la emancipación nacional. Desde entonces, el País reconoció la relevancia de la Iglesia católica como verdadera madre y garante de su idiosincrasia, instaurando por ello lazos de respetuosa y filial vinculación con el Romano Pontífice y, manteniendo siempre con este espíritu, cordiales relaciones con la Santa Sede.

206 3. Amplia y enriquecedora ha sido la aportación de la Iglesia a la vida de Chile, tanto en los tiempos de la colonia como después de la independencia nacional, no siendo difícil descubrir su presencia en los momentos significativos de la historia patria. Ha citado Usted en su discurso a algunos eminentes servidores de la Iglesia que, con su palabra y su acción pastoral, han acompañado el desarrollo de Chile hacia metas más elevadas. Junto a ellos cabe recordar la pléyade de numerosos pastores y fieles que han encontrado en los ideales evangélicos la fuente de inspiración para trabajar, cada uno en el lugar donde la Providencia le ha situado, por el bien común en los diversos ambientes profesionales.

En el cumplimiento de su misión, anunciando la Buena Nueva de Jesucristo, la Iglesia colabora en la promoción del bien integral de las personas y está comprometida muy particularmente en favorecer la convivencia solidaria y la reconciliación entre todos los ciudadanos, hijos de la misma tierra; así mismo, quiere iluminar las conciencias para que algunos peligros de la sociedad de hoy, como son el relativismo ético, el consumismo y otras formas pseudoculturales no deterioren el tesoro de valores cristianos sobre los que reposa la identidad nacional. A este respecto, las recientes Orientaciones Pastorales de los Obispos de Chile que llevan por título "¡Si conocieras el don de Dios!" quieren ser un anuncio de esperanza en los inicios del tercer milenio, invitando a superar aquellas heridas que restan fuerza al desarrollo de la sociedad chilena, y entre las que cabe señalar la pobreza y las enormes desigualdades, las dificultades que afronta la familia, y la dignidad lesionada de personas, familias, agrupaciones e instituciones.

4. Se ha referido Usted también al deseo de defender y fortalecer la familia, tan necesario "en un momento histórico como el presente, en el que se está constatando una crisis generalizada y radical de esta institución fundamental" (Novo millennio ineunte
NM 47). Me complazco por esos propósitos, esperando de los gobernantes y de la sociedad entera que sean consecuentes con la historia, con la tradición más genuina del País y que no ahorren esfuerzos en este sentido, de modo que no se ceda a fáciles tentaciones, disfrazadas a veces bajo la apariencia de una falsa modernidad. A este respecto, resulta de primaria importancia salvaguardar y fortalecer dicha institución. No cabe duda de que muchos males sociales tienen su origen en la desintegración familiar, por lo que se impone educar a las nuevas generaciones en el sentido del amor verdadero, de la entrega total e indisoluble a través del matrimonio, lo cual permita superar los momentos de incomprensión y desconfianza, de modo que cada hogar chileno sea un lugar de amor y de paz, y una verdadera escuela de humanidad.

5. La aspiración por un Chile cada vez más próspero y desarrollado exige un esfuerzo por mejorar la calidad de vida y la vida misma de los chilenos. Me complazco por la reciente decisión del Supremo Gobierno y del Poder legislativo que -con la colaboración leal de la Iglesia- ha abolido la pena de muerte y es de esperar que con ese presupuesto se promueva siempre el respeto más celoso e irrenunciable por la vida de cada ser humano, desde su concepción hasta su ocaso natural. De esta manera, dando testimonio de amor al prójimo, de amor a la familia en su sentido más original y del amor por la vida, se podrá formar a las nuevas generaciones en unos principios éticos básicos que redundarán en la grandeza moral de vuestro pueblo.

6. Su País, Señor Embajador, ha dado pruebas elocuentes de apego a su tradición democrática y de fuerte integración nacional, lo cual queda reflejado en la solidez de sus instituciones. Cuando se acerca el bicentenario de la independencia nacional y el ideal es alcanzar la máxima expansión de las libertades civiles, sociales y culturales, como ha señalado Usted, hay que tener presente que el fortalecimiento de la vida democrática tiene que ir siempre acompañado de la promoción constante de los valores genuinos que son la garantía de estabilidad, porque una democracia sin valores no sirve para el verdadero progreso, de lo contrario se vuelve contra el mismo hombre.

Por lo que respecta al escenario internacional, Chile ha alcanzado un lugar notable en Latinoamérica, tanto por su aportación en los foros internacionales como por su participación en los organismos que promueven el desarrollo y el progreso. Quiero, a este respecto, señalar la voluntad pacífica de los chilenos, puesta de relieve en el diferendo con la hermana República Argentina, donde fui testigo de primera mano del entendimiento entre dos pueblos que quisieron y supieron superar las desavenencias y dedicar al desarrollo lo que hubiera sido derrochado por las armas. Más recientemente, Chile ha resuelto sus asuntos pendientes con Perú, firmando en noviembre de 1999 el Acta de Ejecución de las cláusulas del Tratado de Lima de 1929, concentrando una vez más los esfuerzos en el desarrollo y el bienestar de su sociedad y evitando contiendas con otros pueblos

7. Al concluir, Señor Embajador, formulo mis mejores votos por el buen desempeño de su misión. En la Santa Sede encontrará disponibilidad para todo lo que pueda redundar en bien del querido pueblo chileno y favorecer las buenas relaciones que existen entre su País y esta Sede Apostólica. Pido al Señor, por intercesión de Nuestra Señora del Carmen, que le asista en el ejercicio de sus funciones, que bendiga a su distinguida y numerosa familia, a sus colaboradores, así como a los gobernantes y ciudadanos de la noble nación chilena, que recuerdo siempre con estima y a la que bendigo con afecto.










A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO INTERNACIONAL


DE OBSTETRAS Y GINECÓLOGOS CATÓLICOS


Lunes 18 de junio de 2001



Distinguidas señoras y señores:

1. Os acojo cordialmente en vuestra visita con ocasión del Congreso internacional de obstetras y ginecólogos católicos, en el que estáis reflexionando sobre vuestro futuro a la luz del derecho fundamental a la formación y a la práctica médica según la conciencia. Por medio de vosotros, saludo a todos los profesionales de la salud que, como servidores y custodios de la vida, dan en todo el mundo un testimonio incesante de la presencia de la Iglesia de Cristo en este campo vital, especialmente cuando la vida humana se ve amenazada por la creciente cultura de la muerte. En particular, agradezco al profesor Gian Luigi Gigli las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre, y saludo al profesor Robert Walley, que colaboró en la organización de vuestro congreso.

2. Los obstetras, los ginecólogos y las enfermeras obstétricas cristianos están llamados siempre a ser servidores y custodios de la vida, porque "el evangelio de la vida está en el centro del mensaje de Jesús. Acogido con amor cada día por la Iglesia, es anunciado con intrépida fidelidad como buena noticia a los hombres de todas las épocas y culturas" (Evangelium vitae EV 1). Sin embargo, vuestra profesión ha llegado a ser aún más importante y vuestra responsabilidad mayor "en el contexto cultural y social actual, en que la ciencia y la medicina corren el riesgo de perder su dimensión ética original, (y los profesionales de la salud) pueden estar a veces fuertemente tentados de convertirse en manipuladores de la vida o incluso en agentes de muerte" (ib., 89).


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