Discursos 2001 207

207 Hasta hace poco, la ética médica en general y la moral católica raramente estaban en desacuerdo. Por lo general, los médicos católicos podían ofrecer sin problemas de conciencia a los pacientes todo lo que la ciencia médica proporcionaba. Pero ahora esto ha cambiado profundamente. La disponibilidad de medicamentos anticonceptivos y abortivos, nuevas amenazas contra la vida en la legislación de algunos países, ciertas aplicaciones del diagnóstico prenatal, la difusión de técnicas de fertilización in vitro, la consiguiente producción de embriones para tratar la esterilidad, pero también para su destinación a la investigación científica, el uso de células estaminales embrionarias para el desarrollo de tejido para trasplantes con el fin de curar enfermedades degenerativas, y proyectos de clonación total o parcial, ya realizados con animales: todo esto ha modificado radicalmente la situación.

Además, la concepción, el embarazo y el nacimiento ya no se ven como medios de cooperación con el Creador en la maravillosa tarea de dar la vida a un nuevo ser humano. Por el contrario, a menudo se consideran como un peso, e incluso como una enfermedad que hay que curar, más que como un don de Dios.

3. Los obstetras, los ginecólogos y las enfermeras católicos se ven inevitablemente afectados por estas tensiones y estos cambios. Están expuestos a una ideología social que les exige ser agentes de una concepción de "salud reproductiva" basada en nuevas técnicas reproductivas. Sin embargo, a pesar de la presión que se ejerce sobre su conciencia, muchos reconocen aún la responsabilidad que tienen como médicos especialistas de cuidar de los seres humanos más indefensos y débiles, y proteger a los que no tienen poder económico o social, o no pueden hacer oír su voz.

El conflicto entre la presión social y las exigencias de la conciencia recta puede llevar al dilema de abandonar la profesión médica o ir contra las propias convicciones. Frente a esta tensión, debemos recordar que existe un camino intermedio que se abre ante los profesionales católicos de la salud que son fieles a su conciencia. Es el camino de la objeción de conciencia, que debe ser respetado por todos y, de modo especial, por los legisladores.

4. Al esforzarnos por servir a la vida, debemos trabajar para asegurar que en la legislación y en la práctica se garantice el derecho a una formación y a un ejercicio profesional que respeten la conciencia. Como observé en mi encíclica Evangelium vitae, es evidente que "los cristianos, como todos los hombres de buena voluntad, están llamados, por un grave deber de conciencia, a no prestar su colaboración formal a aquellas prácticas que, aun permitidas por la legislación civil, se oponen a la ley de Dios. En efecto, desde el punto de vista moral, nunca es lícito cooperar formalmente en el mal" (n. 74). Dondequiera que se viole el derecho de las personas a formarse en la medicina y a practicarla respetando las convicciones morales de cada uno, los católicos deben trabajar con ahínco para restablecerlo.

En particular, las universidades y los hospitales católicos están llamados a seguir las directrices del Magisterio de la Iglesia en todos los aspectos de la práctica obstétrica y ginecológica, incluida la investigación sobre embriones. También deberían ofrecer una red de enseñanza cualificada y reconocida internacionalmente, a fin de ayudar a los médicos que, a causa de sus convicciones morales, sufren discriminación o presiones inaceptables para especializarse en obstetricia y ginecología.

5. Espero fervientemente que, al comienzo de este nuevo milenio, todo el personal médico y sanitario, tanto en la investigación como en el ejercicio de la medicina, se comprometan incondicionalmente al servicio de la vida humana. Confío en que las Iglesias particulares prestarán la debida atención a la profesión médica, promoviendo el ideal de un servicio inequívoco al gran milagro de la vida, y sostengan a los obstetras, a los ginecólogos y a los profesionales de la salud que respetan el derecho a la vida, ayudándoles a unirse para que se apoyen recíprocamente e intercambien ideas y experiencias.

Encomendándoos a vosotros y vuestra misión de custodios y servidores de la vida a la protección de la santísima Virgen María, os imparto cordialmente mi bendición apostólica a vosotros y a todos los que colaboran con vosotros testimoniando el evangelio de la vida.







MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL SUPERIOR GENERAL


DE LOS HIJOS DE LA SAGRADA FAMILIA




Al Reverendissimo Padre Luis Picazo
Superior General de los Hijos de la Sagrada Familia

1. Al tener noticia de la celebración del centenario de la Aprobación Pontificia de ese Instituto religioso, me es grato enviar un cordial saludo a todos los Hijos de la Sagrada Familia que, habiendo acogido la semilla de su Fundador, el Beato José Manyanet y Vives, desean hoy seguir sus pasos en la consagración religiosa y en la particular misión de servir a la Iglesia, especialmente mediante la pastoral familiar.

208 Esta efeméride es una ocasión propicia para reafirmar aquella inspiración originaria de “hacer un Nazaret en cada hogar”, haciéndola fructificar en “un momento histórico como el presente, en el que se está constatando una crisis generalizada y radical de esta institución fundamental” (Novo millennio ineunte NM 47). Os invito, pues, a ser promotores de una acción coordinada e incisiva para llevar a todos los sectores de la sociedad el mensaje evangélico que santifica la vida conyugal, dando cohesión al núcleo familiar que acoge la vida, asegura la educación y transmite la fe. Para ello contáis con una tradición más que centenaria, en la cual habéis fraguado una especial sensibilidad para percibir los problemas y llevar a cada hogar la ayuda necesaria, material y espiritual, de manera que cumpla con su cometido de ser célula básica de la sociedad e iglesia doméstica.

2. El centenario que ahora celebráis, además, sugiere una consideración particular sobre la estrecha vinculación que debe presidir vuestra acción apostólica con la doctrina y el Magisterio de la Iglesia. Bien sabéis la importancia que vuestro Fundador daba al respaldo del nuevo Instituto por parte de las autoridades eclesiásticas y la inmensa alegría que le embargó al obtener la aprobación canónica del Papa León XIII, con el Decreto Attenta salutarium, del 22 de junio de 1901.

Esta preocupación del Beato Manyanet es propia de un hijo fiel de la Iglesia. Pero es también el fruto de una profunda espiritualidad forjada en la contemplación del misterio del hogar de Nazaret, donde la cohesión y la fidelidad van mucho más alláde las exigencias institucionales, para convertirse en límpido reflejo de la comunión trinitaria. Así pues, al proponer la Sagrada Familia como ideal de vida cristiana, se han de poner al mismo tiempo todos los medios para que en la gran familia de Dios, que es la Iglesia, reine la más completa armonía y comunión. Por tanto, tenéis en vuestro propio carisma una raíz específica y una raz?n ulterior para ser fieles a la exigencia de una “adhesión de mente y corazón” al Magisterio, como se ha de caracterizar el sentir y actuar de todos los consagrados (cf. Vita consecrata VC 46).

3. Al celebrar solemnemente el momento en que vuestro Fundador, impregnado de amor a la Iglesia y adhesión a sus Pastores, vio reconocido por el Santo Padre su proyecto de vida consagrada, os exhorto a que sigáis sus pasos y renovéis vuestra fidelidad al carisma recibido. De este modo continuaréis su obra, enriqueciendo cada día el rico patrimonio espiritual que os ha legado, para ofrecerlo como un inestimable servicio al hombre de hoy.

Mientras pido a la Sagrada Familia de Nazaret que dé fecundidad a vuestros esfuerzos apostólicos y os haga partícipes de aquella singular experiencia espiritual vivida intensamente en el hogar por Jesús, María y José, os imparto de corazón la implorada Bendición Apostólica, que hago extensiva a cuantos colaboran con vosotros en la misión de hacer de cada familia, como decía el Beato Manyanet, “una Santa Familia”.

Vaticano, 16 de junio de 2001

IOANNES PAULUS PP.II






CEREMONIA DE BIENVENIDA EN EL AEROPUERTO BORYSPIL DE KIEV


Sábado 23 de junio de 2001

Señor presidente;
ilustres autoridades civiles y miembros del Cuerpo diplomático;
venerados hermanos en el episcopado;
amadísimos hermanos y hermanas:

209 1. Durante mucho tiempo he anhelado esta visita y he orado intensamente para que pudiera llevarse a cabo. Por fin, con íntima emoción y alegría, he podido besar esta amada tierra de Ucrania. Doy gracias a Dios por el don que hoy se me concede.

La historia ha conservado los nombres de dos Pontífices romanos que, en el pasado lejano, llegaron hasta estos lugares: san Clemente I, al final del siglo primero, y san Martín I, a mediados del séptimo. Fueron deportados a Crimea, donde murieron mártires. En cambio, su actual sucesor llega a vosotros en un marco de acogida festiva, con el deseo de acudir como peregrino a los célebres templos de Kiev, cuna de la cultura cristiana de todo el Oriente europeo.

Vengo a vosotros, queridos ciudadanos de Ucrania, como amigo de vuestra noble nación. Vengo como hermano en la fe a abrazar a numerosos cristianos que, en medio de las tribulaciones más duras, han perseverado en su adhesión fiel a Cristo.

Vengo impulsado por el amor, para expresar a todos los hijos de esta tierra, a los ucranios de cualquier pertenencia cultural y religiosa, mi estima y mi amistad cordial.

2. Te saludo, Ucrania, testigo valiente y tenaz de adhesión a los valores de la fe.¡Cuánto has sufrido para reivindicar, en momentos difíciles, la libertad de profesarla!

Me vienen a la memoria las palabras del apóstol san Andrés, el cual, según la tradición, dijo que vio resplandecer sobre las colinas de Kiev la gloria de Dios. Es lo que aconteció, algunos siglos después, con el bautismo del príncipe Vladimiro y de su pueblo.

Pero la visión que tuvo el Apóstol no sólo atañe a vuestro pasado; se proyecta también sobre el futuro del país. En efecto, con los ojos del corazón me parece ver cómo se difunde en vuestra tierra bendita una nueva luz: la que brota de la renovada confirmación de la opción hecha en el lejano año 988, cuando Cristo fue acogido aquí como "camino, verdad y vida" (cf. Jn
Jn 14,6).

3. Si hoy tengo la alegría de estar aquí entre vosotros, lo debo a la invitación que me hicieron usted, señor presidente Leonid Kuchma, y todos vosotros, venerados hermanos en el episcopado de las dos tradiciones, oriental y occidental. Os agradezco sinceramente este gesto de amabilidad, que me ha permitido pisar por primera vez como Sucesor del apóstol Pedro la tierra de este país.
Le expreso mi agradecimiento ante todo a usted, señor presidente, por la cordial acogida y las amables palabras que me acaba de dirigir también en nombre de todos sus compatriotas. A través de usted quisiera saludar a toda la población ucraniana, congratulándome por la independencia reconquistada y dando gracias a Dios porque se logró sin derramamiento de sangre. Me brota del corazón un deseo: que la nación ucraniana prosiga por este camino de paz gracias a la contribución concorde de los diversos grupos étnicos, culturales y religiosos. Sin la paz no es posible una prosperidad común y duradera.

4. Mi agradecimiento se extiende ahora a vosotros, venerados hermanos en el episcopado de la Iglesia greco-católica y de la Iglesia católica romana. He conservado en mi corazón vuestras repetidas invitaciones a visitar Ucrania y me alegro ahora de poder finalmente responder a ellas.
Pienso con alegría anticipada en las varias ocasiones que tendremos en los próximos días de reunirnos para orar a Cristo, nuestro Señor. Ya desde ahora saludo afectuosamente a vuestros fieles.

210 ¡Qué carga tan enorme de sufrimientos habéis debido soportar en los años pasados! Pero ahora estáis reaccionando con entusiasmo y os reorganizáis buscando luz y consuelo en vuestro glorioso pasado. Tenéis la intención de proseguir con valentía en el compromiso de difundir el Evangelio, luz de verdad y amor para todo ser humano. ¡Ánimo! Es un propósito que os honra, y ciertamente el Señor os concederá la gracia para cumplirlo.

5. Peregrino de paz y fraternidad, espero ser acogido con amistad también por aquellos que, aunque no pertenezcan a la Iglesia católica, tienen el corazón abierto al diálogo y a la cooperación. Deseo asegurarles que no he venido con propósitos de proselitismo, sino para dar testimonio de Cristo juntamente con todos los cristianos de cada Iglesia y comunidad eclesial, y para invitar a todos los hijos e hijas de esta noble tierra a dirigir la mirada hacia Aquel que dio su vida para la salvación del mundo.

Con este espíritu saludo cordialmente ante todo a los queridos hermanos en el episcopado, a los monjes, sacerdotes y fieles ortodoxos, que constituyen la mayoría de los ciudadanos del país. Recuerdo complacido que en el decurso de la historia las relaciones entre la Iglesia de Roma y la Iglesia de Kiev han conocido períodos luminosos: al evocarlos, nos sentimos estimulados a esperar un futuro de entendimiento cada vez mayor en el camino hacia la comunión plena.

Por desgracia, ha habido también períodos tristes, en los cuales el icono del amor de Cristo ha sido ofuscado: postrados ante el Señor común, reconocemos nuestras culpas. Mientras pedimos perdón por los errores cometidos en el pasado antiguo y reciente, aseguramos a nuestra vez el perdón por las injusticias sufridas. El anhelo más intenso que brota del corazón es que los errores de otro tiempo no se repitan en el futuro. Estamos llamados a ser testigos de Cristo, y a serlo juntos. El recuerdo del pasado no debe frenar hoy el camino hacia un conocimiento recíproco, que favorezca la fraternidad y la colaboración.

El mundo está cambiando rápidamente: lo que ayer resultaba inimaginable, hoy parece al alcance de la mano. Cristo nos exhorta a todos a reavivar en el corazón el sentimiento del amor fraterno. Apoyándonos en el amor, podremos, con la ayuda de Dios, transformar el mundo.

6. Mi saludo se extiende, por último, a todos los demás ciudadanos de Ucrania. A pesar de la diversidad de las pertenencias religiosas y culturales, amadísimos ucranios, existe un elemento que os une a todos: la participación en las mismas vicisitudes históricas, en las esperanzas y en las frustraciones que han conllevado.

A lo largo de los siglos, el pueblo ucraniano ha sufrido pruebas durísimas y agotadoras. ¡Cómo no recordar, limitándonos al ámbito del siglo que acaba de concluir, el azote de las dos guerras mundiales, las repetidas carestías, las desastrosas calamidades naturales, eventos tristísimos que han dejado tras de sí millones de muertos! En particular, bajo la opresión de regímenes totalitarios como el comunista y el nazi, el pueblo corrió el riesgo de perder su identidad nacional, cultural y religiosa, y vio diezmada su élite intelectual, custodia del patrimonio civil y religioso de la nación.
Por último, se produjo la explosión radioactiva de Chernobyl, con sus dramáticas y crueles consecuencias para el ambiente y la vida de tantos seres humanos. Pero fue precisamente entonces cuando más decididamente se inició la recuperación. Aquel acontecimiento apocalíptico, por el que vuestro país decidió renunciar a las armas nucleares, impulsó también a los ciudadanos a un despertar enérgico, estimulándolos a emprender el camino de una valiente renovación.

Es difícil explicar con dinámicas simplemente humanas los cambios históricos de los dos últimos decenios. Pero, cualquiera que sea la interpretación que se quiera dar, es cierto que de estas experiencias brotó una nueva esperanza. Es importante no defraudar las expectativas que laten en el corazón de tantos, sobre todo entre los jóvenes. Ahora, con la aportación de todos, es urgente promover en las ciudades y en las aldeas de Ucrania el florecimiento de un humanismo nuevo y auténtico. Es el sueño que vuestro gran poeta Taras Shevchenko expresó en un famoso texto: "Ya no estarán los enemigos; estarán los hijos, estará la madre, estará la gente en la tierra".

7. Amadísimos ucranios, os abrazo a todos, desde Donetz a Lvov, desde Kharkov a Odessa y Simferopol. La palabra Ucrania entraña una llamada a la grandeza de vuestra patria que, con su historia, testimonia su vocación singular de confín y puerta entre Oriente y Occidente. En el decurso de los siglos, este país ha sido encrucijada privilegiada de culturas diversas, punto de encuentro entre las riquezas espirituales de Oriente y Occidente.

Hay en Ucrania una evidente vocación europea, subrayada también por las raíces cristianas de vuestra cultura. Mi deseo es que estas raíces fortalezcan vuestra unidad nacional, asegurando a las reformas que estáis llevando a cabo la savia vital de valores auténticos y comunes. Ojalá que esta tierra siga cumpliendo su noble misión, con el sano orgullo que manifestó el poeta recién citado, cuando escribió: "No hay en el mundo otra Ucrania; no hay otro Dniéper". ¡Pueblo que habitas esta tierra, no lo olvides!

211 Con estos pensamientos en la mente, doy los primeros pasos de una visita ardientemente anhelada y hoy felizmente iniciada. Amadísimos habitantes de Ucrania, que Dios os bendiga y proteja siempre a vuestra amada patria.







VISITA A LA IGLESIA GRECO-CATÓLICA DE SAN NICOLÁS

PLEGARIA DEL PAPA JUAN PABLO II

A LA VIRGEN DE ZARVANIZA


Sábado 23 de junio de 2001


Bienaventurada Virgen María, Nuestra Señora de Zarvaniza,
te doy gracias por el don de encontrarme en la Rus' de Kiev,
desde la cual la luz del Evangelio se difundió por toda la región.

Ante tu icono milagroso, conservado en esta iglesia de San Nicolás,
a ti, Madre de Dios y Madre de la Iglesia,
te encomiendo mi viaje apostólico a Ucrania.

Santa Madre de Dios,
extiende tu manto materno sobre todos los cristianos
y sobre todos los hombres y mujeres de buena voluntad,
212 que viven en esta gran nación.

Guíalos hacia tu Hijo Jesús,
que es para todos camino, verdad y vida.







ENCUENTRO CON LOS POLÍTICOS, INTELECTUALES

Y EMPRESARIOS DE UCRANIA


Palacio Presidencial “Mariyinskyi”, Kiev

Sábado 23 de junio de 2001


Señor presidente;
honorables representantes del Gobierno y del Parlamento;
distinguidas autoridades;
amables señoras;
ilustres señores:

1. A todos y cada uno dirijo mi saludo deferente y cordial. He aceptado con gran alegría su invitación, señor presidente, a visitar este noble país, cuna de civilización cristiana y patria de convivencia pacífica entre diversas nacionalidades y religiones. Me alegra hallarme ahora en tierra ucraniana. Considero un gran honor poder encontrarme finalmente con los habitantes de una nación que, en estos difíciles años de transición, ha sabido asegurar de modo eficaz condiciones de paz y tranquilidad a sus habitantes. Le agradezco de corazón la acogida y las cordiales palabras de bienvenida.

213 Saludo, asimismo, con profunda estima a los diputados y a los miembros del Gobierno, a las autoridades de cualquier orden y grado, a los representantes del pueblo, al Cuerpo diplomático, a los exponentes de la cultura, de la ciencia y de todas las fuerzas vivas que contribuyen al bienestar de la nación. Abrazo con sentimientos de sincera amistad al pueblo ucraniano, en su gran mayoría cristiano, como lo demuestran la cultura, las costumbres populares, las numerosas iglesias que adornan su paisaje, así como las innumerables obras de arte distribuidas a lo largo de todo el territorio. Saludo a un pueblo que ha experimentado el sufrimiento y la opresión, manteniendo un amor a la libertad que nadie ha logrado doblegar jamás.

2. He venido a vosotros como peregrino de paz, impulsado únicamente por el deseo de testimoniar que Cristo es "el camino, la verdad y la vida" (
Jn 14,6). He venido para rendir homenaje a los sagrarios de vuestra historia y para invocar juntamente con vosotros la protección divina sobre vuestro futuro.

Te saludo con alegría, maravillosa ciudad de Kiev, que te extiendes por los márgenes del río Dniéper, cuna de los antiguos eslavos y de la cultura ucraniana, profundamente impregnada de fermentos cristianos. En el suelo de tu tierra, encrucijada entre el Occidente y el Oriente de Europa, se han encontrado las dos grandes tradiciones cristianas, la bizantina y la latina, hallando ambas una acogida favorable. No han faltado entre ellas, a lo largo de los siglos, tensiones que han llevado a enfrentamientos perjudiciales para ambas. Sin embargo, hoy se abre camino la disponibilidad al perdón mutuo.Es preciso superar barreras y desconfianzas para construir juntos un país armonioso y pacífico, acudiendo, como en el pasado, a las fuentes límpidas de la fe cristiana común.

3. Sí, amadísimos ucranios, ha sido el cristianismo el que ha inspirado a vuestros más grandes hombres de cultura y de arte, y ha regado abundantemente las raíces morales, espirituales y sociales de vuestro país. Me complace recordar aquí lo que escribió un compatriota vuestro, el filósofo Hryhorij Skovoroda: "Todo pasa, pero el amor es lo que permanece al final de todo. Todo pasa, excepto Dios y el amor". Solamente una persona profundamente impregnada de espíritu cristiano pudo tener esa intuición. En sus palabras se reconoce el eco de la primera carta de san Juan: "Dios es amor. Quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él" (1Jn 4,16).

En toda Europa la palabra del Evangelio ha echado profundas raíces, produciendo, a lo largo de los siglos, frutos maravillosos de civilización, cultura y santidad. Por desgracia, las opciones de los pueblos del continente no siempre han sido coherentes con los valores de las respectivas tradiciones cristianas, y así la historia ha debido registrar acontecimientos tristísimos de atropellos, devastaciones y lutos.

Los ancianos de vuestro pueblo recuerdan con nostalgia el tiempo en que Ucrania era independiente. A aquel período, más bien breve, siguieron los años terribles de la dictadura soviética y la durísima carestía de los primeros años de la década de 1930, cuando vuestro país, "granero de Europa", ya no lograba alimentar a sus propios hijos, que morían a millones. Y no podemos olvidar a los innumerables compatriotas vuestros que murieron durante la guerra de 1941-1945 contra la invasión nazi. Lamentablemente, la liberación del nazismo no constituyó también la liberación del régimen comunista, que siguió pisoteando los derechos humanos más elementales, deportando a ciudadanos inermes, encarcelando a los disidentes, persiguiendo a los creyentes, e incluso tratando de borrar de la conciencia del pueblo la idea misma de libertad e independencia. Por suerte, el gran cambio histórico de 1989 permitió a Ucrania reconquistar finalmente su libertad y plena soberanía.

4. Vuestro pueblo logró esa ansiada meta de modo pacífico e incruento y ahora está comprometido con tenacidad en una obra de valiente reconstrucción social y espiritual. La comunidad internacional no puede por menos de apreciar los éxitos obtenidos al consolidar la paz y resolver las tensiones regionales teniendo en cuenta las características locales.

Yo mismo os exhorto a perseverar en el esfuerzo necesario para superar las dificultades que quedan, asegurando el pleno respeto de los derechos de las minorías nacionales y religiosas. Con una política de sabia tolerancia el pueblo ucraniano se granjeará consideración y simpatía, y así se asegurará un lugar particular en la familia de los pueblos europeos.

Como Pastor de la Iglesia católica, quiero subrayar con sincero aprecio el hecho de que en el preámbulo de la Constitución de Ucrania se recuerda a los ciudadanos "la responsabilidad ante Dios". En esta perspectiva se situaba seguramente vuestro compatriota Hryhorij Skovoroda, cuando invitaba a sus contemporáneos a proponerse siempre como compromiso prioritario "comprender al hombre", buscando para él los caminos que pudieran permitirle salir definitivamente de los callejones de la intransigencia y el odio.

Los valores del Evangelio, que forman parte de vuestra identidad nacional, os ayudarán a construir una sociedad abierta y solidaria, en la que cada uno pueda dar su aportación específica al bien común, encontrando al mismo tiempo un apoyo conveniente para desarrollar lo mejor posible sus propias cualidades.

Es un llamamiento que dirijo sobre todo a los jóvenes para que, siguiendo las huellas de quienes han dado la vida por elevados ideales humanos, civiles y religiosos, conserven inalterado este patrimonio de civilización.

214 5. "No permitáis que los poderosos arruinen al hombre", escribía Volodymyr Monomach (+ 1125) en su libro "Enseñanza a los hijos". Son palabras que aún hoy conservan plenamente su validez.

En el siglo XX los regímenes totalitarios destruyeron enteras generaciones, porque minaron tres pilares de toda civilización auténticamente humana: el reconocimiento de la autoridad divina, de la que brotan las orientaciones morales irrenunciables de la vida (cf. Ex
Ex 20,1 Ex Ex 20,18); el respeto a la dignidad de la persona, creada a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn Gn 1,26-27); y el deber de ejercer el poder al servicio de todo miembro de la sociedad sin excepciones, comenzando por los más débiles e indefensos.

El haber negado a Dios no ha hecho al hombre más libre. Al contrario, lo ha expuesto a diversas formas de esclavitud, rebajando la vocación del poder político al nivel de una fuerza bruta y opresiva.

6. Políticos, no olvidéis esta dura lección de la historia. Vuestra tarea es servir al pueblo, asegurando a todos paz e igualdad de derechos. Resistid a la tentación de aprovecharos del poder para intereses personales o de grupo. Tened siempre solicitud por los pobres y esforzaos con todos los medios legítimos por garantizar a cada uno el acceso al justo bienestar.

Hombres de cultura, contáis con una gran historia. Pienso, en particular, en el arzobispo ortodoxo de Kiev, el metropolita Pedro Mohyla, que en 1632 fundó la Academia de Kiev, la cual permanece en el recuerdo como faro de cultura humanística y cristiana. A vosotros corresponde el ejercicio de una inteligencia crítica y creativa en todos los ámbitos del saber, conjugando el patrimonio cultural del pasado con las exigencias de la modernidad, a fin de contribuir al auténtico progreso humano, con vistas a la civilización del amor. En este contexto, deseo vivamente que la enseñanza de las ciencias eclesiásticas reciba el reconocimiento debido, también por parte de la autoridad civil.

Y en particular para vosotros, hombres dedicados a la investigación científica, valga como advertencia perenne la tremenda catástrofe social, económica y ecológica de Chernobyl. Las potencialidades de la técnica deben conjugarse con los valores éticos inmutables, para que se garantice el respeto debido al hombre y a su dignidad inalienable.

Empresarios y economistas de la nueva Ucrania, el futuro de la nación depende también de vosotros. Vuestra valiente aportación, inspirada siempre en los valores de la competencia y la honradez, ayudará a impulsar la economía nacional, a fin de que recuperen la confianza todos aquellos que sienten la tentación de abandonar el país para buscar en otras partes un puesto de trabajo. En vuestra actividad tened siempre presente el bien común y los justos derechos de todos. Mirad a la persona y no al lucro, como fin de toda economía que respete la dignidad humana. Actuad siempre en la legalidad, que es garantía de justicia.

7. Distinguidas autoridades, amables señoras y señores, la humanidad ha entrado en el tercer milenio, y se perfilan en el horizonte nuevos escenarios. Se está produciendo un proceso global de desarrollo, marcado por cambios rápidos y radicales. Cada uno está llamado a dar su contribución con valentía y confianza. La Iglesia católica está al lado de toda persona de buena voluntad para sostener sus esfuerzos al servicio del bien.

Por lo que a mí respecta, seguiré acompañándoos con la oración, para que Dios os proteja a vosotros, a vuestras familias, vuestros proyectos y las expectativas de todo el pueblo ucraniano, sobre el que invoco la abundancia de las bendiciones del Todopoderoso.







ENCUENTRO CON LOS OBISPOS CATÓLICOS DE UCRANIA


Domingo 24 de junio de 2001

Venerados hermanos en el episcopado:

215 1. Os saludo y abrazo a todos en el Señor. Es para mí motivo de gran alegría encontrarme con vosotros en vuestra amada tierra, escucharos y reflexionar con vosotros sobre el camino de comunión y sobre el prometedor esfuerzo de evangelización que se está realizando en vuestras comunidades eclesiales. Desde hace diez años, es decir, desde que vuestro país recuperó su independencia después del final de la dictadura comunista, vuestras comunidades se han vuelto a organizar con vistas a una acción pastoral más eficaz y contemplan con esperanza el futuro. Para ellas pido una renovada efusión de gracias de parte de Aquel que, según una eficaz expresión del siervo de Dios Papa Pablo VI, es "animador y santificador de la Iglesia, su aliento divino, el viento de sus velas, su principio unificador, su fuente interior de luz y de energía, su apoyo y su consolador, su manatial de carismas y de cantos, su paz y su gozo, su prenda y preludio de vida bienaventurada y eterna" (Pablo VI, Catequesis en la audiencia general del miércoles 29 de noviembre de 1972: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 3 de diciembre de 1972, p. 3).

2. La alegría de este encuentro se intensificará en los próximos días, cuando participemos juntos en la solemne beatificación de algunos hermanos vuestros, que desempeñaron el ministerio episcopal en condiciones de suma precariedad. Les rendiremos el homenaje de nuestra gratitud por haber conservado intacto con su sacrificio el patrimonio de la fe cristiana entre los fieles de sus Iglesias. Al elevarlos al honor de los altares, quisiera extender nuestro recuerdo agradecido a otros pastores que también pagaron un precio muy elevado por su fidelidad a Cristo y su decisión de permanecer unidos al Sucesor de Pedro.

¡Cómo no recordar, entre ellos, al siervo de Dios metropolita Andrey Septyckyj! Mi venerado predecesor el Papa Pío XII dijo que su noble vida se quebró "no tanto por su avanzada edad, cuanto por los sufrimientos de su alma de pastor, herido juntamente con su grey" (AAS 44 [1955] 877). Recuerdo asimismo al cardenal Josyf Slipyj, primer rector de la Academia teológica greco-católica de Lvov, felizmente reabierta recientemente. Este heroico confesor de la fe sufrió el rigor de la cárcel durante dieciocho años.

Están aún entre nosotros sacerdotes y obispos que soportaron la cárcel y la persecución. Mientras os abrazo conmovido, amadísimos hermanos, doy gloria a Dios por vuestro testimonio fiel, que me alienta a desempeñar con una entrega cada vez más valiente mi servicio a la Iglesia universal. Hago mías las palabras que soléis repetir en la liturgia de san Juan Crisóstomo: "Entreguémonos nosotros mismos, uno al otro, y nuestra existencia entera a Cristo, nuestro Dios". Esta es la lección de los mártires y los confesores de la fe. Esta es la lección que debemos aprender y vivir también nosotros, pastores de la grey que Dios nos ha confiado.

3. Es verdad que conservar y transmitir el patrimonio de la fe es compromiso de toda la Iglesia. Sin embargo, compete a los pastores la ardua tarea de ser guías seguros, maestros clarividentes y testigos ejemplares para el pueblo cristiano. A esta responsabilidad específica nuestra se refiere el tema que el Sínodo de los obispos de la Iglesia greco-católica ucraniana afrontará este año: "La persona y la responsabilidad del obispo". Permitidme que, al respecto, os ofrezca con espíritu de servicio fraterno algunas reflexiones personales a lo largo de este encuentro, en el que estáis reunidos tanto obispos orientales como latinos.

Ante todo quisiera dar gracias a Dios, juntamente con vosotros, primeros responsables de vuestras Iglesias, por el testimonio que dan los católicos en esta tierra, donde la Iglesia presenta su realidad divina y humana, enriquecida por el genio de la cultura ucraniana. Aquí la Iglesia respira con sus dos pulmones: la tradición oriental y la occidental. Aquí se encuentran en diálogo fraterno tanto los que acuden a las fuentes de la espiritualidad bizantina como los que se alimentan de la espiritualidad latina. Aquí se confrontan y se enriquecen mutuamente el sentido profundo del misterio, que domina la sagrada liturgia de las Iglesias de Oriente, y la mística esencialidad del rito latino.

Vivir la pertenencia a la única Iglesia, respetando las diversas tradiciones rituales, os brinda la gran oportunidad de hacer realidad un significativo "laboratorio eclesial" en el que es posible construir la unidad en la diversidad. Este es el camino más adecuado para responder a los numerosos y complejos desafíos pastorales del momento presente. Tanto a vosotros, miembros del Sínodo de los obispos de la Iglesia greco-católica ucraniana, como a vosotros, obispos de la Conferencia episcopal ucraniana, os invito a dar vuestra contribución a esa investigación, en íntima y activa cooperación. Anunciad con corazón unánime el Evangelio de Cristo, superando cualquier tentación de división y enfrentamiento. La única "competición" que ha de existir entre vosotros, queridos hermanos en el episcopado, ha de ser la de estimaros mutuamente cada vez más (cf. Rm
Rm 12,10) y tender a la santidad.

Cuidad la comunión entre vosotros y con los presbíteros en un clima de afecto, de atención y de diálogo respetuoso y fraterno. De la calidad de estas relaciones depende en gran parte la eficacia de la obra de evangelización.

4. En estos diez años, vuestras Iglesias han gozado de un extraordinario florecimiento de vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa. Eso plantea la exigencia de una solicitud particular por la formación espiritual, intelectual y pastoral de los que han sido llamados al sacerdocio y a la vida consagrada. En primer lugar, es preciso garantizar a los futuros presbíteros una profunda espiritualidad, una rigurosa preparación filosófica y teológica, y una sólida capacitación para la vida pastoral, fundada en los valores perennes de la tradición católica, pero atenta a los signos de los tiempos. Una condición necesaria para lograr esos objetivos es la presencia, en los seminarios y en los institutos de formación, de educadores valientes y profesores especializados, que garanticen una sólida formación intelectual y espiritual en los sacerdotes del mañana. Análoga solicitud se ha de mostrar por la formación de los miembros de los institutos de vida consagrada, especialmente los femeninos.

Otro objetivo fundamental que han de tener vuestras Iglesias es una catequesis capilar, competente y actualizada, dirigida a los adultos y a las nuevas generaciones. A este respecto, servirá de gran ayuda el Catecismo de la Iglesia católica, que constituye un instrumento providencial para la presentación orgánica y sistemática de la fe católica tanto a los que están cerca como a los que están alejados. Sin embargo, conviene recordar que la instrucción catequística es solamente uno de los elementos del itinerario más vasto de la iniciación cristiana, que prevé, juntamente con el anuncio de las verdades de fe, la educación en la oración personal y litúrgica, la experiencia de la comunión fraterna y la formación en el servicio eclesial. Sólo una formación cristiana integral puede llevar a la consecución del fin específico de la catequesis, que "consiste únicamente en desarrollar, con la ayuda de Dios, una fe aún inicial, en promover en plenitud y alimentar diariamente la vida cristiana de los fieles de todas las edades", para que el discípulo del Señor pueda aprender "a pensar mejor como él, a juzgar como él, a actuar de acuerdo con sus mandamientos y a esperar como él nos invita a ello" (Catechesi tradendae CTR 20).

5. En estos últimos años, caracterizados también en Ucrania por rápidos y profundos cambios sociales, la familia está viviendo una fuerte crisis, como lo demuestran los numerosos divorcios y la difundida práctica del aborto. Por tanto, la familia ha de ser una de vuestras prioridades pastorales. En particular, preocupaos por educar a las familias cristianas en una fuerte experiencia de Dios y en la plena conciencia del proyecto del Creador sobre el matrimonio, para que, renovando el tejido espiritual de su convivencia, puedan contribuir a aumentar la calidad de toda la sociedad civil.

216 A la evangelización de la familia va unida la pastoral juvenil. Los modelos de vida hedonistas y materialistas presentados por muchos medios de comunicación social, la crisis de valores que afecta a la familia, el espejismo de una vida fácil que excluye el sacrificio, los problemas del desempleo y la inseguridad del futuro a menudo engendran en los jóvenes una gran desorientación, haciéndolos disponibles a propuestas de vida efímeras y sin valores, o a preocupantes formas de evasión. Es necesario invertir energías y medios en su formación humana y cristiana.

En la perspectiva de una eficaz obra de formación de las nuevas generaciones, me alegra saber que tenéis intención de crear un "Instituto de ciencias sociales", en el que se brinde un profundo conocimiento de la doctrina social de la Iglesia. La iniciativa es muy oportuna. Por eso, de buen grado la apoyo y la bendigo.

6. Venerados hermanos, ante vosotros se abre un período importante, del que dependerá la "calidad" de la presencia de la Iglesia en tierra ucraniana en el próximo milenio. Durante la persecución comunista la Iglesia greco-católica y la latino-católica mantuvieron relaciones ejemplares, que constituyeron la sólida premisa del sucesivo florecimiento eclesial. Aprovechando esa experiencia, hoy es necesario colaborar más y mejor para realizar la exigente tarea de la nueva evangelización. Vuestras Iglesias, como ya sucedió felizmente en diversas situaciones pastorales, deben encontrar formas articuladas de entendimiento y ayuda recíproca en el campo de la catequesis, de los centros de educación católica, de la presencia en los medios de comunicación social, así como en el vasto y complejo campo de la promoción humana. Por doquier los católicos han de presentarse concordes, dispuestos al diálogo y al servicio mutuo.

El Sínodo de la Iglesia greco-católica ucraniana abarca a muchos fieles que están en la diáspora y esto plantea nuevos desafíos pastorales. Para afrontarlos, es necesario, una vez más, estar unidos. Una unidad operante, en primer lugar, entre los obispos y los sacerdotes, a la luz de la enseñanza del concilio Vaticano II, que invita a los obispos a considerar a los sacerdotes como "hermanos y amigos" (Presbyterorum ordinis
PO 7). Esa unidad deberá implicar luego a las personas de vida consagrada y a los laicos comprometidos, para el bien espiritual de todo el Cuerpo místico de Cristo.

7. Esta fuerte experiencia de comunión dentro de la Iglesia católica estimulará, ciertamente, formas adecuadas de colaboración fraterna con los hermanos ortodoxos, para responder juntos a la búsqueda de verdad y de felicidad del hombre contemporáneo, que sólo Jesucristo puede satisfacer plenamente. Por tanto, el diálogo ecuménico no puede por menos de constituir para los creyentes y las Iglesias que están en Ucrania una prioridad ineludible. La división de los cristianos en diferentes confesiones representa uno de los mayores desafíos de nuestros días. Es largo el camino que hemos de recorrer para llegar a la plena reconciliación y a la comunión también visible entre los discípulos de Cristo, pero la experiencia del pasado ayuda a mirar al futuro con confianza.

La sed de unidad se ha intensificado después del concilio Vaticano II, y hoy crece en todos los cristianos la conciencia de la necesidad de un entendimiento valiente y una colaboración más estrecha. Yo, Sucesor de Pedro, os aliento hoy y os exhorto, amadísimos hermanos en el episcopado, a proseguir por este camino y aseguro el apoyo de la Sede apostólica a vuestros esfuerzos generosos. El Papa está con vosotros en vuestro compromiso diario al servicio de los fieles y os acompaña con su oración. Con estos sentimientos en el corazón, encomiendo vuestras personas, vuestras Iglesias, los proyectos y las esperanzas del pueblo de Dios que está en Ucrania a la celestial Madre de Dios, y de corazón os bendigo.







Discursos 2001 207