Discursos 2001 223


CEREMONIA DE DESPEDIDA EN EL AEROPUERTO DE LVOV


Miércoles 27 de junio de 2001

Le doy sinceramente las gracias, señor Leonid Danilovic Kuchma, por la valiente invitación a visitar Ucrania. Gracias también a todos los que han contribuido a mi encuentro pastoral con los fieles de la Iglesia católica ucraniana y con la gente de vuestro noble país. Que Dios bendiga su servicio, señor presidente, para el bien del pueblo ucraniano.

Señor presidente de la República ucraniana;
señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado;
ilustres señores; amadísimos ucranios:

1. Ha llegado el momento de la despedida. Con emoción me despido de vosotros, aquí presentes y por medio de vosotros me despido del pueblo de Ucrania, que durante estos días he podido conocer mejor. De modo particular, me despido de los habitantes de las ciudades de Kiev y Lvov, que me han acogido, y de cuantos han venido de otras ciudades y países para encontrarse conmigo.

Al llegar me sentí rodeado del afecto de la ciudad de Kiev, con sus cúpulas de oro y sus jardines. Después he gozado de la tradicional hospitalidad de Lvov, ciudad de insignes monumentos, con tantos recuerdos cristianos.

Con gran nostalgia me voy ahora de esta tierra, encrucijada de pueblos y culturas, desde la cual hace más de mil años el Evangelio comenzó a difundirse y a echar raíces en el entramado histórico y cultural de las poblaciones de Europa del Este. A todos y a cada uno de vosotros quisiera repetir: ¡gracias!


2. Gracias a ti, Ucrania, que defendiste a Europa con tu incansable y heroica lucha contra los invasores.

224 Gracias a vosotras, autoridades civiles y militares, por cuanto hacéis, en vuestros respectivos campos, al servicio del progreso ordenado del pueblo ucraniano, y gracias por el generoso empeño con que habéis asegurado el éxito de mi viaje apostólico.

Gracias a vosotros, queridos hermanos y hermanas, que formáis parte de esta comunidad cristiana, "fiel hasta la muerte" (
Ap 2,10). Desde hace tiempo deseaba manifestaros mi admiración y mi aprecio por el heroico testimonio que disteis durante el largo invierno de la persecución del siglo pasado.

Gracias por las oraciones y por la larga preparación espiritual con que habéis querido encontraros con el Sucesor de Pedro, para que os confirmara en la fe y os ayudara a vivir el amor fraterno que "todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta" (1Co 13,7).

En el momento de dejar el suelo ucraniano, deseo enviar un saludo respetuoso y cordial a los hermanos y hermanas de esta venerable Iglesia ortodoxa y a sus pastores.

Os acompaño a todos con mi oración y a todos os formulo el deseo que, con palabras de bendición, el apóstol san Pablo expresó a los cristianos de Tesalónica: "El Señor de la paz os conceda la paz siempre y en todos los órdenes" (2 Ts 3, 16).

3. El Señor te conceda la paz a ti, pueblo ucraniano, que, una vez recuperada finalmente la libertad, con empeño tenaz y concorde has comenzado una obra de redescubrimiento de tus raíces más auténticas y estás recorriendo un laborioso camino de reformas, para dar a todos la posibilidad de vivir y expresar su fe, su cultura y sus convicciones en un marco de libertad y justicia.

Aunque sean aún dolorosas las cicatrices de las enormes heridas sufridas en los interminables años de opresión, dictadura y totalitarismo, durante los cuales se negaron y pisotearon los derechos del pueblo, mira con confianza al futuro. Este es el tiempo propicio. Este es el tiempo de la esperanza y la audacia.

Mi deseo es que Ucrania se inserte plenamente en una Europa que abarque todo el continente, desde el Atlántico hasta los Urales. Como dije a fines de 1989, año tan importante para la historia reciente del continente, no podrá existir "una Europa pacífica e irradiadora de civilización sin esta ósmosis y esta participación de valores diferentes pero complementarios" (Discurso a la Curia romana, 22 de diciembre de 1989, n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 7 de enero de 1990, p. 6), que son típicos de los pueblos del Este y del Oeste.


4. En este importante cambio de época, la Iglesia, consciente de su misión, seguirá exhortando a sus fieles a cooperar activamente con el Estado en la promoción del bien común. En efecto, existe una caridad social que se traduce en "servicio a la cultura, a la política, a la economía y a la familia, para que en todas partes se respeten los principios fundamentales de los que depende el destino del ser humano y el futuro de la civilización" (Novo millennio ineunte ).

Por lo demás, los cristianos saben que con pleno derecho forman parte integrante de la nación ucraniana. Lo son en virtud de una historia milenaria, que comenzó con el bautismo de Vladimiro y de la Rus' de Kiev, el año 988, en las aguas de río Dniéper; pero lo son, sobre todo hoy, en virtud del bautismo de sangre que recibieron durante las tremendas persecuciones del siglo XX: en aquellos años terribles, fueron numerosísimos los testigos de la fe, no sólo católicos sino también ortodoxos y reformados, que por amor a Cristo afrontaron todo tipo de privaciones, llegando en muchos casos hasta el sacrificio de la vida.

5. La unidad y la concordia constituyen el secreto de la paz y la condición de un progreso social verdadero y estable. Gracias a esta sinergia de intenciones y acciones, Ucrania, patria de fe y de diálogo, podrá ver reconocida su dignidad en el concierto de la naciones.

225 Me vuelve a la memoria la advertencia solemne de vuestro gran poeta Taras Shevchenko: "Solamente en tu casa encontrarás la verdad, la fuerza y la libertad". Ucranios, en la tierra fecunda de vuestras tradiciones están las raíces de vuestro futuro. Juntos podéis construirlo; juntos podéis afrontar los desafíos del momento actual, animados por los ideales comunes que constituyen el patrimonio imborrable de vuestra historia pasada y reciente. La misión es común; por eso, también ha de ser común el compromiso asumido por todo el pueblo ucraniano.

Te renuevo, tierra de Ucrania, mi deseo de prosperidad y de paz. Dejas en mi corazón recuerdos inolvidables. Hasta la vista, pueblo amigo, que estrecho en un abrazo de aprecio y afecto. Gracias por la cordial acogida y hospitalidad, que jamás podré olvidar.

Hasta la vista, Ucrania. Hago mías las palabras de tu mayor poeta e imploro de "Dios fuerte y justo" toda bendición para los hijos de tu tierra, "cien veces ensangrentada, un tiempo tierra gloriosa". Amadísimos hermanos y hermanas, también yo digo, con vuestro poeta y con vosotros: Dios te proteja siempre, "oh santa, santa patria mía".

Pido a Dios omnipotente que te bendiga, pueblo ucraniano, y que sane todas tus heridas. Que su gran amor colme tu corazón y te guíe en el tercer milenio cristiano hacia un nuevo futuro de esperanza. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.








A LA DELEGACIÓN DEL PATRIARCADO


DE CONSTANTINOPLA


Viernes 29 de junio de 2001



Queridos hermanos en Cristo:

1. "Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo quien, por su gran misericordia, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha reengendrado a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, inmaculada e inmarcesible" (1P 1,3).

Con estas palabras de san Pedro a los cristianos del Ponto, de Galacia y Capadocia, de Asia y Bitinia quiero acogeros hoy, amados hermanos, miembros de la delegación del patriarca ecuménico Su Santidad Bartolomé I y del Santo Sínodo del patriarcado de Constantinopla, con ocasión de la visita que hacéis a la Iglesia de Roma, por la que me alegro en lo más profundo del corazón.
"Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo" (Ga 1,3). Sed bienvenidos entre nosotros en estos días en que celebramos la fiesta de san Pedro y san Pablo.
Este intercambio de delegaciones entre la Iglesia de Roma y el Patriarcado ecuménico con motivo de las fiestas patronales durante las cuales honramos la memoria de los apóstoles san Pedro y san Pablo, y san Andrés, es una iniciativa bendecida por el Señor. Incluso podemos decir que ya se ha convertido en una práctica natural de fraternidad eclesial. Me alegro profundamente de esta costumbre y agradezco vivamente al patriarcado ecuménico y al Santo Sínodo los sentimientos que tienen, como la Iglesia de Roma, por esta iniciativa que nos permite celebrar la obra realizada por el Señor gracias a los primeros Apóstoles. Además, nos brinda la oportunidad de participar juntos en la oración y al mismo tiempo es una ocasión de diálogo regular y armonioso. Vuestra presencia, queridos hermanos, os hace partícipes de esta fiesta de la Iglesia de Roma.

2. Entre los primeros discípulos, Jesús llamó a dos hermanos, Simón y Andrés. Eran pescadores. "Les dijo: "Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres". Y ellos al instante, dejando las redes, le siguieron" (Mt 4,19-20).

226 Desde entonces, el mensaje evangélico ha sido llevado hasta los confines de la tierra, y nosotros estamos llamados a proseguir en la historia la misión confiada a los Apóstoles. Como el Señor llamó "juntamente" a Pedro y a Andrés para que fueran pescadores de hombres por el reino de Dios, también juntamente los sucesores de los Apóstoles están invitados a anunciar la buena nueva de la salvación, para que, por nuestras palabras y nuestra unión fraterna, el mundo crea.

Todos los años la presencia de una delegación católica en la celebración eucarística de El Fanar y vuestra participación en la celebración que se realiza en San Pedro demuestran que estamos llamados por el Señor a esta misión común. Sin embargo, la imposibilidad de participar juntos en el único sacrificio de Cristo es para todos nosotros un sufrimiento y una exhortación a buscar caminos que nos permitan resolver las divergencias que aún persisten entre ortodoxos y católicos.

3. Con este fin, deben intensificarse las relaciones fraternas entre las Iglesias particulares católicas y ortodoxas, así como el diálogo teológico. Es importante afrontar y aclarar lo que queda del contencioso teológico, fundándose en la sagrada Escritura y en la Tradición. El trabajo de la comisión mixta debe completarse según el programa que se ha fijado. Sé que el Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, el patriarcado ecuménico y el co-presidente ortodoxo de la comisión mixta están en estrecho contacto para decidir juntos la mejor manera de continuar el diálogo. La Iglesia católica está igualmente en contacto con las Iglesias ortodoxas autocéfalas y autónomas. La promoción del diálogo de la caridad, que ha permitido crear las condiciones necesarias para la apertura del diálogo teológico, se ha mostrado una vez más el medio más directo para que nos encontremos en la verdad y en el afecto recíproco en Cristo.

4. La fiesta de san Pedro y san Pablo nos ha brindado una nueva ocasión de pedir juntos a los santos Apóstoles que intercedan por todos los discípulos de Cristo, para que "todos sean uno" y juntos sean "pescadores de hombres" entre las generaciones jóvenes de este nuevo milenio, que tienen sed de conocer a Cristo y de seguirlo. Ojalá que anunciemos juntos al Salvador, para dar a esas generaciones "una esperanza viva", que no defrauda jamás.

5. Queridos hermanos, os agradezco vuestra visita y os pido que transmitáis mi saludo fraterno a Su Santidad Bartolomé I, así como a todos los miembros del Santo Sínodo del patriarcado ecuménico. Que el Señor esté siempre con nosotros y nos guíe por los caminos de su Reino.








A LOS ARZOBISPOS METROPOLITANOS


QUE RECIBIERON EL PALIO EN LA SOLEMNIDAD


DE SAN PEDRO Y SAN PABLO APÓSTOLES


Sábado 30 de junio de 2001

Amadísimos arzobispos metropolitanos:

1. Después de la solemne celebración de ayer por la tarde, durante la cual os entregué el sagrado palio, tengo la alegría de encontrarme nuevamente con vosotros esta mañana, para renovarnos mi abrazo fraterno.

Me alegra acoger, junto con vosotros, a vuestros familiares, así como a los amigos y a los fieles de vuestras respectivas comunidades, que han querido acompañaros en este momento de singular importancia eclesial.

Os saludo, ante todo, a vosotros, venerados hermanos que pertenecéis a la amada Iglesia que está en Italia: monseñor Pietro Brollo, arzobispo de Údine; monseñor Carmelo Ferraro, arzobispo de Agrigento; monseñor Agostino Superbo, arzobispo de Potenza-Muro Lucano-Mársico Nuovo; monseñor Antonio Cantisani, arzobispo de Catanzaro-Squillace; monseñor Giuseppe Agostino, arzobispo de Cosenza-Bisignano; monseñor Ennio Antonelli, arzobispo de Florencia; y monseñor Antonio Buoncristiani, arzobispo de Siena-Colle di Val d'Elsa-Montalcino. Que el Señor derrame abundantes gracias sobre vosotros y sobre el ministerio pastoral que os ha confiado. Por vuestra parte, queridos hermanos, servidlo a él con todo vuestro corazón y con todas vuestras fuerzas, siguiendo el ejemplo de los apóstoles san Pedro y san Pablo.

2. Saludo cordialmente a los nuevos arzobispos metropolitanos de lengua francesa que han venido a recibir el palio: monseñor Arthé Guimond, de Grouard-McLennan (Canadá); monseñor Laurent Ulrich, de Chambéry (Francia); monseñor Pierre-Marie Carré, de Albi (Francia); monseñor Anselme Titianma Sanon, de Bobo-Diulasso (Burkina Faso); monseñor Séraphim Rouamba, de Kupéla (Burkina Faso); monseñor François Garnier, de Cambrai (Francia); monseñor Anatole Milandou, de Brazzaville (República del Congo); y monseñor Charles Kambale Mbogha, de Bukavu (República democrática del Congo). Que esta liturgia, en la fiesta de los apóstoles san Pedro y san Pablo, sostenga su ministerio episcopal. Saludo a sus familias, a sus amigos, a los sacerdotes y a los fieles que los han acompañado. Este signo es para todos una llamada a participar cada vez más activamente en la misión de la Iglesia, en comunión con sus obispos. Con mi bendición apostólica.

227 3. Me complace saludar a los arzobispos metropolitanos de lengua inglesa que ayer recibierono el palio: cardenal Thedore Edgar McCarrick, de Washington; monseñor Roger Lawrence Schweitz, de Anchorage (Estados Unidos); monseñor Vincent Michael Concessao, de Delhi (India); monseñor Oswald Gracias, de Agra (India); monseñor George Pell, de Sydney (Australia); monseñor Denis James Hart, de Melbourne (Australia); monseñor Brendan Michael O'Brien, de Saint John's, Newfoundland (Canadá); y monseñor Edward Joseph Gilbert, de Puerto España (Trinidad y Tobago). Saludo a sus familiares y amigos, así como a los fieles de sus archidiócesis que los han acompañado a Roma.

El palio es símbolo del vínculo especial de comunión que os une a la Sede de Pedro y expresión de la universalidad de la única Iglesia de Cristo, fundada en la "roca" de la fe apostólica. Que vuestro testimonio de fe sea firme e incansable, para que guiéis efectivamente vuestras comunidades por los caminos de la verdad, la vida y el amor. Os pido que cuando volváis a vuestras Iglesias locales transmitáis a vuestros fieles mi saludo afectuoso en el Señor, que es "el mismo ayer, hoy y siempre" (
He 13,8).

4. Me complace recibir a los señores arzobispos Ubaldo Ramón Santana, de Maracaibo (Venezuela); Cristian Caro Cordero, de Puerto Montt (Chile); Felipe Aguirre Franco, de Acapulco (México); Luis Abilio Sebastiani, de Ayacucho (Perú); y Rodolfo Quezada, de Guatemala, acompañados de sus familiares, sacerdotes y fieles, así como de las autoridades que han asistido ayer a la entrega del palio. Este antiguo símbolo eclesial manifiesta un estrecho vínculo del prelado metropolitano con la Sede apostólica y una especial responsabilidad de mantener y fomentar la comunión con las diócesis sufragáneas.

Confío este nuevo compromiso eclesial a la intercesión maternal de la Virgen María, invocada con tanta devoción en los pueblos latinoamericanos. Estoy seguro de que no les faltarán en su ministerio pastoral las oraciones, la cercanía y la colaboración generosa de todos sus fieles. Les ruego que lleven a sus respectivas provincias eclesiásticas el saludo cordial del Papa, que de corazón les imparte la bendición apostólica.

5. Te saludo con afecto a ti, querido nuevo arzobispo de Luanda (Angola), monseñor Damião António Franklin, y a ti, monseñor Tomé Makhweliha, arzobispo de Nampula (Mozambique); saludo también a los nuevos arzobispos de Brasil: monseñor Celso José Pinto da Silva, de Teresina; monseñor Dadeus Grings, de Porto Alegre; y monseñor Geraldo Majela de Castro, de Montes Claros. Con mis felicitaciones por esta fecha, os expreso mis mejores deseos de que, al regresar a vuestras archidiócesis, revestidos del palio, signo de un vínculo particular de comunión con la Sede de Pedro, os dediquéis con renovado empeño en favor de esta comunión y de la unidad de la Iglesia, en cuya causa debéis sentiros comprometidos.

6. Te saludo de corazón a ti, arzobispo metropolitano de Rijeka (Croacia), monseñor Ivan Devcic, a tu clero y a todos tus fieles. Saludo en particular al numeroso grupo que ha venido contigo para fortalecer los vínculos de caridad que unen a la Iglesia de Rijeka con la Sede apostólica.
Te saludo con afecto a ti, querido arzobispo metropolitano de Belgrado, monseñor Stanislav Hocevar, a tus sacerdotes y a tus fieles, de modo particular a cuantos te acompañan en esta ocasión de la imposición del sagrado palio, signo de la unidad y testimonio de comunión con el Sucesor de Pedro. Os imparto de buen grado la bendición apostólica.

7. Saludo cordialmente al arzobispo de Bialystok, Wojciech Ziemba, a sus parientes y a los peregrinos de su archidiócesis, que han venido a Roma para participar en la solemnidad de los apóstoles san Pedro y san Pablo y en la entrega del palio a su arzobispo. Que este palio sea un signo de la unión de la archidiócesis de Bialystok con el pueblo de Dios en todo el mundo.
Encomiendo a la protección de la santísima Virgen María de Ostra Brama, patrona de la archidiócesis, al arzobispo Wojciech y a todos vosotros aquí presentes, y os bendigo de corazón.

8. Venerados hermanos, al volver a vuestras Iglesias particulares, llevaréis con vosotros el palio que ayer habéis recibido de mis manos. Sabed traducir en opciones pastorales coherentes lo que este tradicional signo litúrgico quiere significar, es decir, la comunión fiel y efectiva con la Sede apostólica. Que también os ayude en este camino la carta apostólica Novo millennio ineunte, que estáis profundizado con los diferentes componentes de vuestras comunidades.

Nuestra unidad debe estar siempre animada y alimentada ante todo por la oración. Si juntos dirigimos nuestra mirada a Cristo, contribuiremos eficazmente a guiar al pueblo de Dios por los caminos del Señor. Que nos sostenga en este compromiso la intercesión de los apóstoles san Pedro y san Pablo, así como la materna y solícita de María santísima, Madre de la Iglesia.

228 A cada uno de vosotros, venerados hermanos, a vuestros seres queridos y a todos los fieles confiados a vosotros, renuevo de corazón la bendición apostólica.







MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II


EN EL CENTENARIO DE LA ORDENACIÓN SACERDOTAL


DEL PADRE CHARLES DE FOUCAULD




A monseñor François BLONDEL
Obispo de Viviers

1. Con ocasión del congreso organizado en el seminario mayor de Viviers para celebrar el centenario de la ordenación sacerdotal del padre Charles de Foucauld, me uno de buen grado mediante la oración a los organizadores y a todos los participantes. Doy gracias a Dios por el testimonio de vida contemplativa y apostólica del humilde y pobre ermitaño de Hoggar, que se dedicó a seguir a Jesús de Nazaret. El hermano Charles invita hoy a todos los fieles a sacar de la contemplación de Cristo y de una relación íntima con él nuevas fuerzas para alimentar la vida espiritual y proponer el Evangelio a los hombres de nuestro tiempo; así contribuirán al reencuentro entre Dios y la humanidad, llamada a la salvación.

2. "El padre de Foucauld (...) se une a nosotros por el acto más memorable de su existencia y por la mejor parte de su vida. (...) Se hace sacerdote" (Monseñor Bonnet, carta del 28 de mayo de 1917). A la edad de 43 años, después de un tiempo de formación en la trapa de Nuestra Señora de las Nieves, el hermano Charles fue ordenado sacerdote el 9 de junio de 1901, en la capilla del seminario mayor de Viviers, por monseñor Joseph Bonnet, su predecesor. Esa ordenación, que lo conformó a Cristo, Cabeza y Pastor, y lo convirtió en su ministro, marcó una etapa importante en su "vida escondida" con el Señor. Desde aquel día de octubre de 1886 en que, por la gracia del sacramento de la reconciliación y por el ministerio del abad Huvelin, encontró el camino de la Eucaristía, hasta su asesinato en diciembre de 1916, tuvo durante toda su vida un único deseo: ser el grano sembrado para morir, imitando silenciosamente, con la entrega de su vida, a Cristo, que amó a todos los hombres "hasta el extremo" (Jn 13,1), para hacerse su prójimo.

3. En la carta apostólica Novo millennio ineunte recordé que la contemplación de Cristo es la fuente del dinamismo misionero de la Iglesia. Esta contemplación fue el fundamento de la vida espiritual y de la fecundidad apostólica del hermano Charles, y dio a su existencia una dimensión eminentemente eucarística. La caridad pastoral de su amado hermano y Señor Jesucristo, acogido todos los días en la meditación de su palabra y en el sacramento de su presencia real, lo impulsó a cultivar la vida de la Sagrada Familia de Nazaret, para estar más cerca del Maestro. En la trapa de Akbès, junto a Nazaret, realizó una profunda experiencia del misterio de la Encarnación, del que hablaba citando las palabras de la Escritura: "Las primeras palabras del Evangelio son, por decirlo así: Emmanuel, Dios con nosotros. (...) Y las últimas: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo"" (La bondad de Dios, meditaciones sobre los santos evangelios, 147ª meditación).

4. "Mis últimos retiros de diaconado y de sacerdocio me convencieron de que debía vivir esta vida de Nazaret, mi vocación, no en la Tierra Santa tan amada, sino entre las almas más enfermas, entre las ovejas más olvidadas. Era necesario presentar este banquete divino, del que soy ministro, no a mis hermanos, a mis parientes o a mis vecinos ricos, sino a los más cojos, a los más ciegos, a las almas más abandonadas, que carecían de sacerdotes" (Carta del 8 de abril de 1905 al abad Caron). Esta iluminadora toma de conciencia revela el sentido pastoral, eclesial y misionero de aquel a quien llaman "el hermano universal". Durante los últimos quince años de su vida, en Béni-Abbès y en Tamanrasset, permaneciendo mucho tiempo ante el santísimo Sacramento en el silencio del desierto, el padre Charles de Foucauld presentó el mundo a Dios y contribuyó humildemente a dar a conocer la buena nueva de la salvación, cumpliendo así fielmente su misión sacerdotal.

5. A la vez que doy gracias a Dios por el testimonio del padre de Foucauld, animo a todos los que se inspiran hoy en su carisma a continuar su apostolado en una unidad cada vez mayor entre los diferentes institutos, y a seguir, con generosidad y audacia, su mensaje y su ejemplo. Al comienzo del nuevo milenio, "es la hora de una nueva creatividad de la caridad" (Novo millennio ineunte NM 50), a la que están invitados los miembros de la familia de Charles de Foucauld, sobre todo en los países donde existen tensiones entre las comunidades culturales y religiosas, en los países donde las personas sufren condiciones de vida difíciles y entre los numerosos pobres de la sociedad moderna. Fieles a la Eucaristía, deben estar cerca de todos los hombres y han de ser capaces de amarlos al estilo de Jesús. Fieles a su compromiso en medio de los pobres, deben testimoniar el amor de Dios, sembrando "en la historia aquellas semillas del reino de Dios que Jesús mismo dejó en su vida terrena atendiendo a cuantos acudían a él para toda clase de necesidades espirituales y materiales" (ib., 49).

El hermano Charles, que para traducir los evangelios aprendió la lengua de los tuareg y compuso un léxico y una gramática, llama a los que se inspiran en su carisma a entrar en diálogo con las culturas de los hombres de hoy, y a proseguir el camino del encuentro con las demás tradiciones religiosas, en particular con el islam. Así, las diferentes comunidades religiosas convivirán realmente "como comunidades en diálogo respetuoso, y nunca más como comunidades en conflicto" (Discurso durante la visita al Memorial de San Juan Bautista en la mezquita de los Omeyas, Damasco, 6 de mayo de 2001, n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 18 de mayo de 2001, p. 10). Ojalá que las intuiciones espirituales del padre Charles de Foucauld sigan fecundando la vida de la Iglesia y así testimonien que el amor es más fuerte que cualquier tipo de tensión y división.

6. Querido hermano en el episcopado, encomiendo a la diócesis de Viviers y a toda la gran familia foucauldiana a la intercesión del venerable Charles de Foucauld, cuyas virtudes heroicas la Iglesia ha reconocido recientemente. A usted, a los fieles de su diócesis, a la comunidad trapense de Nuestra Señora de las Nieves, a la familia de Charles de Foucauld y a los institutos que viven de su carisma, a los organizadores y a los participantes en el congreso les imparto de todo corazón una afectuosa bendición apostólica.

Vaticano, 26 de mayo de 2001





229                                                                                   Julio de 2001

           



MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II


A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO ORGANIZADO


POR LA ACADEMIA PONTIFICIA PARA LA VIDA




Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
ilustres señores y señoras:

1. Con gran cordialidad os dirijo a cada uno mi saludo con ocasión de este encuentro de estudio, organizado por la Academia pontificia para la vida con el objeto de examinar el delicado problema relativo a la licitud del xenotrasplante. Saludo en particular al querido monseñor Elio Sgreccia, vicepresidente de la Academia y animador de vuestro grupo.

La finalidad de vuestro trabajo es, ante todo, de interés humano, porque brota de la necesidad de resolver el problema de la grave insuficiencia de órganos humanos válidos para el trasplante: se sabe que esta insuficiencia causa la muerte de un alto porcentaje de enfermos en lista de espera, que podrían salvarse con el trasplante, prolongando así una vida aún válida y siempre valiosa.

2. Ciertamente, la implantación de órganos y tejidos de un animal en el hombre mediante el trasplante plantea problemas nuevos de índole científica y ética. Habéis fijado vuestra atención en ellos con responsabilidad y competencia, preocupándoos al mismo tiempo por el bien y la dignidad de la persona humana, por los posibles riesgos de orden sanitario, no siempre cuantificables y previsibles, y por el respeto que se debe siempre a los animales, aun cuando se los utilice para el bien superior del hombre, ser espiritual creado a imagen de Dios.

En estos sectores, la ciencia es guía necesaria y luz preciosa. Sin embargo, la investigación científica debe situarse en una correcta perspectiva, orientándose siempre hacia el bien del hombre y la salvaguardia de su salud.

3. La antropología y la ética, a su vez, deben intervenir cada vez más para ofrecer una iluminación necesaria y complementaria, definiendo valores y criterios a los que hay que atenerse y estableciendo al mismo tiempo las condiciones de armonía y jerarquía que han de existir entre ellos.

Como lo demuestran vuestra misma presencia y la composición de vuestro grupo, se constata cada vez más que la alianza entre la ciencia y la ética enriquece a ambas ramas del saber y las lleva a converger en la ayuda que es preciso ofrecer al hombre y a la sociedad.

La cautela y las claras condiciones de viabilidad del xenotrasplante, que habéis subrayado, son el fruto de este diálogo y de esta convergencia.

230 4. La reflexión racional, confirmada por la fe, descubre que Dios creador ha puesto al hombre en el vértice del mundo visible y, a la vez, le ha asignado la tarea de orientar su camino, respetando su dignidad, hacia la consecución del bien verdadero de todos sus semejantes.

Por tanto, la Iglesia dará siempre su apoyo y su ayuda a quien busca el auténtico bien del hombre con el esfuerzo de la razón, iluminada por la fe: "La fe y la razón (...) son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad" (Fides et ratio, Introducción).

Expresándoos mi aprecio por el trabajo llevado a cabo y por el esfuerzo realizado con generosidad y con espíritu de servicio a la humanidad que sufre, invoco sobre vosotros, sobre vuestras familias y sobre las personas con las que efectuáis vuestras investigaciones las bendiciones del Dios de toda ciencia y de toda bondad.

Vaticano, 1 de julio de 2001


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS OBISPOS NOMBRADOS DESDE

EL 1 DE ENERO DE 2000 HASTA JUNIO DE 2001


Jueves 5 de julio de 2001

. Señores cardenales;
amadísimos hermanos en el episcopado:

1. Me alegra daros mi más cordial bienvenida a todos vosotros, nuevos obispos, que participáis en las Jornadas de estudio organizadas por la Congregación para los obispos. Saludo al señor cardenal Giovanni Battista Re, prefecto del dicasterio, y le agradezco las palabras que me ha dirigido, haciéndose intérprete de vuestros sentimientos y confirmando vuestra adhesión y devoción al Papa. Expreso también mi aprecio y gratitud al querido padre Marcial Maciel por la solícita hospitalidad que los Legionarios de Cristo han brindado a los participantes en el Congreso durante estos días de oración, escucha y reflexión.

Esta iniciativa, en la que se han reunido en Roma los obispos nombrados más recientemente, procedentes de diversas partes del mundo, merece ser destacada con favor. Queridos hermanos en el episcopado, habéis venido a Roma para unos días de comunión fraterna y para profundizar serenamente en algunos temas y problemas prácticos, que interpelan en mayor medida la vida de un obispo. Espero que el haber podido escuchar el testimonio de algunos pastores que son obispos desde hace muchos años, así como el de algunos jefes de dicasterios de la Curia romana, sea útil para vosotros que, desde hace poco, habéis recibido este ministerio.

2. Sé que vuestro encuentro ha querido ser, también y sobre todo, una peregrinación a la tumba del apóstol san Pedro, para consolidar la comunión colegial entre vosotros y con el Sucesor de Pedro, que Cristo estableció como principio y fundamento visible de la unidad de la Iglesia.

Por mi parte, quisiera renovaros la seguridad de mi cercanía espiritual y confirmaros en la fe y en la confianza en Jesucristo, que os ha llamado y constituido pastores de su pueblo en nuestro tiempo.
231 Ciertamente, la reunión de estos días habrá sido también un fuerte acontecimiento de gracia que ha favorecido en vosotros una renovada adhesión a vuestra identidad. Una ocasión para pensar en cómo "reavivar el don de Dios" que está en vosotros por la imposición de las manos, según la exhortación del apóstol san Pablo a Timoteo, bajo la guía del "Espíritu de fortaleza, de caridad y de templanza" (cf. 2Tm 1,6-7).

Queridos hermanos, vosotros sois los obispos del inicio del nuevo milenio. Desde luego, vivimos en un mundo difícil y complejo. Lo confirma la serie de cuestiones que habéis afrontado durante estos días, en las relaciones y en los debates. El ministerio del obispo no se ejerce bajo el signo del triunfalismo; más bien, está marcado por la cruz de Cristo. En efecto, con el sacramento del orden habéis sido configurados más íntimamente a Cristo. Ninguna dificultad debe turbaros, porque Cristo es nuestra esperanza (cf. 1Tm 1,1). Camina a nuestro lado ayer, hoy y siempre (cf. Hb He 13,8), y está con nosotros, como Pastor supremo (cf. 1P 5,4). Es él quien guía a su Iglesia hacia la plenitud de la verdad y de la vida.

3. En el desempeño de vuestro ministerio, debe animaros un gran espíritu de servicio. Hoy, más que nunca, la misión del obispo ha de entenderse con sentido de servicio. El decreto conciliar Christus Domini nos recuerda: "En el ejercicio de su función de padre y pastor, los obispos han de ser servidores en medio de los suyos" (n. 16). El obispo es servidor de todos. Está al servicio de Dios y, por amor a él, también de los hombres.

"El obispo, servidor del Evangelio, para la esperanza del mundo" será el tema de la X Asamblea general ordinaria del Sínodo del próximo otoño, sobre la vida y el ministerio de los obispos.
El obispo debe ejercer su oficio y su autoridad como un servicio a la unidad y a la comunión.
Como obispos, estamos llamados a guiar al pueblo de Dios por los caminos de la santidad; por esto, debemos mirar a Cristo como nuestro modelo. El éxito de nuestro ministerio pastoral no puede medirse según la organización burocrática o de acuerdo con datos estadísticos: la santidad tiene otros criterios de medida.

Tarea de un obispo es ser "signo vivo de Jesucristo" (cf. Lumen gentium LG 21), signo del amor de Cristo a toda persona humana. Nuestra eficacia al mostrar a Cristo al mundo depende en gran parte de la autenticidad de nuestro seguimiento de Cristo.

La santidad personal es la condición para la fecundidad de nuestro ministerio como obispos de la Iglesia. Nuestra unión con Jesucristo es la que determina la credibilidad de nuestro testimonio del Evangelio y la eficacia sobrenatural de nuestra actividad y de nuestras iniciativas. Solamente podemos proclamar con convicción "la inescrutable riqueza de Cristo" (Ep 3,8) si nos mantenemos fieles al amor y a la amistad con Cristo.

4. Vosotros, que habéis recibido recientemente la ordenación sacramental, debéis volver a menudo con la mente a aquel momento tan emotivo, recordando el triple munus que se os ha confiado: ser maestros de la fe mediante la enseñanza de la verdad que habéis recibido y que tenéis la misión de transmitir con fidelidad; ser administradores de los misterios de Dios para la santificación de las almas; y ser pastores y guías del pueblo de Dios, que Cristo adquirió con su sangre. Espero de corazón que la experiencia vivida durante estos días reavive en vosotros el espíritu de servicio que tiene su modelo en Cristo, buen Pastor.

5. Queridos hermanos en el episcopado, sabemos bien que el servicio apostólico lleva consigo alegrías y esperanzas, pero también dificultades, inquietudes y enormes desafíos pastorales. Pero no estáis solos en vuestro ministerio, porque, como sucesores de los Apóstoles, estáis unidos al Papa, Sucesor del apóstol san Pedro, y a todos los miembros del Colegio episcopal, a todos los obispos del mundo. Los inmensos desafíos que debemos afrontar son también grandes oportunidades del momento actual.

Al recordar la rica experiencia del Año jubilar, que demostró que el mundo tiene gran necesidad de Cristo, quisiera volver a entregar simbólicamente también a vosotros la carta apostólica Novo millennio ineunte, que traza las líneas del camino de la Iglesia en esta nueva etapa de la historia, proyectando su compromiso hacia nuevas metas apostólicas.

232 También a vosotros repito: "Duc in altum" (Lc 5,4), remad con valentía mar adentro, con las velas desplegadas por el viento del Espíritu Santo.

Por mi parte, os abrazo y os aseguro mi constante recuerdo ante el altar de Dios, para que refuerce el vínculo espiritual que nos une. Juntos sigamos trabajando con renovado impulso en la edificación del reino de Dios, para la esperanza del mundo. La verdadera medida de vuestro éxito consistirá en una mayor santidad, en un servicio más amoroso a las personas necesitadas, ayudando a todos "in caritate et veritate".

Encomendemos a María, Madre de la Iglesia, los propósitos madurados durante estos días, para que os acompañe con su protección materna y haga fecundos todos vuestros esfuerzos pastorales.
Con estos sentimientos, os imparto de corazón a cada uno una especial bendición apostólica, que extiendo de buen grado a las comunidades confiadas a vuestra solicitud pastoral.






Discursos 2001 223