Discursos 2001 232


A LAS FRANCISCANAS MAESTRAS DE LA TERCERA


ORDEN REGULAR DE SAN FRANCISCO


Viernes 6 de julio de 2001




Amadísimas hermanas:

1. Me alegra dar mi cordial bienvenida a cada una de vosotras, que habéis venido a Roma con ocasión del XVIII capítulo general de la congregación de las religiosas Franciscanas Maestras de la Tercera Orden Regular de San Francisco. Saludo en particular a la madre María Luceta Macik, superiora general, y al consejo general.

Con esta visita al Sucesor de Pedro, tan deseada por vosotras, habéis querido testimoniar vuestra fidelidad al Vicario de Cristo y vuestro propósito de afrontar con renovado entusiasmo los desafíos apostólicos actuales. Este compromiso responde a una dimensión importante de vuestro carisma, que desde hace algunos años os ha impulsado a adquirir un mayor carácter misionero. Para llevar la buena nueva del Evangelio, habéis llegado hasta remotas regiones de África, América y Asia, incluso Kazajstán y Kirguizistán. Aprovecho esta ocasión para manifestaros mi sincera satisfacción por la generosidad con que participáis en la misión de la Iglesia al servicio de los pobres, y os animo a proseguir la obra iniciada, continuando la tradición franciscana de vivir el Evangelio sin glosa.

Con este espíritu la madre Francisca Antonia Lampel fundó vuestra familia religiosa en Graz, Austria, en 1843, y por este camino continuó la madre María Jacinta Zahalka, realizando una nueva fundación en Bohemia. Con vuestra congregación, centrada totalmente en Cristo, escuchado en el Evangelio, celebrado y adorado en la Eucaristía y servido en los más pobres, enriquecieron con una nueva rama el gran árbol plantado por el Poverello de Asís. Vuestra Regla, que se inspira en la esencialidad típica del franciscanismo, gira sobre cuatro ejes fundamentales: la penitencia, la oración contemplativa, la pobreza y la minoridad. Se especifica, además, a través de la atención a los grandes valores de la sencillez y la fraternidad, que os disponen a ir al encuentro de todas las formas de pobreza y a construir la paz en todos los ámbitos sociales. Una frase de vuestra fundadora ilumina de forma particular vuestro estilo misionero: "Yo estoy aquí con Dios por vosotras". Oportunamente la recordáis a menudo, para que os estimule a llevar una existencia consagrada completamente al servicio del Señor y del prójimo.

2. Ciertamente, hoy vuestro carisma específico, constituido por la misión educadora, exige creatividad y generosidad para llegar a las personas dondequiera que se encuentren y promover su desarrollo integral, educándolas cristianamente.

La gracia del gran jubileo, con la que el Señor quiso preparar a la Iglesia para afrontar los desafíos del nuevo milenio en una etapa inédita de evangelización, os impulsa también a vosotras a realizar opciones audaces con la sabiduría del escriba evangélico, que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo (cf. Mt Mt 13,52).

233 Esas opciones exigen ante todo una profunda adhesión a Cristo, con la convicción de que, como escribí en la carta apostólica Novo millennio ineunte, "no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: Yo estoy con vosotros" (n. 29). Cristo, "al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste" (ib.), debe ser el centro de todo programa, de toda estrategia pastoral y de toda actualización de la vida religiosa. Sólo con él es posible "remar mar adentro" hacia los nuevos horizontes de la historia y avanzar con esperanza, aun en medio de problemas y dificultades a veces aparentemente insuperables.

Sí, sólo con la mirada fija en Cristo podréis también hoy ser fieles a vuestra identidad espiritual. En efecto, este es el tema que queréis profundizar en vuestro capítulo general, que espero dé los deseados frutos religiosos y pastorales.

3. Al afrontar las múltiples expectativas y propuestas que caracterizan vuestra actividad diaria, tened siempre presente que cualquier opción y cualquier programa corren el riesgo de fracasar si no nacen en el marco de una búsqueda individual y comunitaria de la santidad. El anhelo de santidad, "alto grado de la vida cristiana ordinaria" (ib., 31), os ayudará a traducir en gestos coherentes vuestro compromiso en favor de la inculturación del Evangelio, así como a llevar la paz a los diversos y complejos escenarios en los que trabajáis, dominados a menudo por lógicas de violencia y muerte.

Para que podáis testimoniar, con fidelidad a vuestro carisma franciscano, el gran mandamiento del amor, viviéndolo con alegría y perseverante paciencia, es preciso que vuestras comunidades y vuestras obras sean auténticas casas y escuelas de fraternidad, donde la espiritualidad de comunión surja como estilo de vida y principio educativo fundamental. Con este fin, valorizad la aportación de todas las hermanas, también la de las ancianas, que atesoran un notable patrimonio de experiencia y madurez.

Estoy convencido de que gracias a vuestro testimonio y a vuestra oración se producirá el esperado florecimiento de vocaciones, que dará nueva savia y frutos abundantes al árbol antiguo y fecundo de vuestro instituto. No olvidéis, sobre todo, que la contemplación y la escucha de la palabra de Dios constituyen la fuerza interior de toda actividad apostólica y el corazón de una vida religiosa ferviente y equilibrada.

Que la Virgen María, como maestra de fe y esperanza, os acompañe en vuestro compromiso espiritual y misionero de cada día. A ella le encomiendo vuestra misión educativa y vuestro deseo de servir a los hermanos, así como los trabajos y los generosos propósitos del capítulo general que estáis celebrando.

Por intercesión de san Francisco y de santa Clara de Asís, imploro al Señor que derrame sobre la congregación los dones celestiales de paz y bien, al mismo tiempo que, de buen grado, os imparto a vosotras, a vuestras hermanas y a cuantos son objeto de vuestra solicitud pastoral, una especial bendición apostólica.






A LAS ADORATRICES DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO


Viernes 6 de julio de 2001



Amadísimas hermanas:

1. La feliz circunstancia del XIV capítulo general de vuestro instituto me brinda la grata oportunidad de saludaros cordialmente y expresar a todas vuestras hermanas mi agradecimiento y aprecio por el testimonio evangélico que dais con vuestra actividad.

Saludo, ante todo, a la reverenda madre Camilla Zani, superiora general, y al consejo general, que ha colaborado con ella en el gobierno de la familia religiosa durante el período pasado. Deseo, además, enviar un afectuoso saludo también a cuantos, en los diversos campos de apostolado a los que se dedica la congregación, se benefician del generoso testimonio de las Adoratrices del Santísimo Sacramento. En efecto, estáis presentes en diferentes partes del mundo, donde, animadas por el fuego de la caridad, os ponéis al servicio del Cuerpo de Cristo, especialmente de sus miembros más probados y necesitados.

234 El ministerio de la misericordia con los hijos de Dios afectados por las "antiguas" y "nuevas" formas de pobreza es uno de los elementos característicos de la presencia de la Iglesia en el tercer milenio. En efecto, "ateniéndonos a las indiscutibles palabras del Evangelio, en la persona de los pobres hay una presencia especial [de Cristo], que impone a la Iglesia una opción preferencial por ellos" (Novo millennio ineunte NM 49). Con este espíritu, cobra gran importancia vuestra decisión de centrar las reflexiones de la asamblea capitular en la necesidad de compartir el pan, la Palabra y la misión, de acuerdo con el ejemplo de Cristo que, al ver la multitud hambrienta que lo seguía, tuvo compasión de ella (cf. Mc Mc 8,1-9).

2. Sin embargo, ¿cómo puede el discípulo del Señor permanecer fiel a esta vocación si no mantiene un diálogo permanente y diario de amor con él, en la escucha de la palabra de Dios, en la oración y en la contemplación?

El carisma específico que distingue vuestra presencia en la Iglesia, según la consigna que os dejó vuestro fundador, consiste en adorar "con el amor más ardiente el Santísimo Sacramento" y alimentar "en él la llama de la caridad para con el prójimo". No se trata sólo de una orientación espiritual, sino también de un programa preciso de vida. En la Eucaristía el cristiano alcanza la intimidad más completa con el Señor de la vida y, sostenido por él, se eleva a la contemplación del amor en el misterio mismo de la santísima Trinidad.

¡Cómo se sacia el alma (cf. Lc Lc 9,17) en las intensas horas pasadas en adoración ante el Señor de la historia! Con esta conciencia eucarística, el beato Spinelli os recomendaba: "Caminad en la caridad; que se encienda por fin el fuego de la caridad en vuestras almas; amad a vuestro Dios, y no pongáis nada a su nivel o por encima de él" (Circ. 32).

3. Espero de corazón que vuestras comunidades tengan presente diariamente, ante la Eucaristía, esta herencia que os legó vuestro fundador. Así, con la fuerza del Pan de la vida, podréis mantener encendida la llama de la caridad en todas vuestras casas.

Que vuestra vida esté marcada constantemente, como la de vuestro padre, por el amor a Cristo eucarístico, por el servicio al pobre, icono de Cristo, y por la práctica de un perdón siempre generoso, instrumento de una unión comunitaria más intensa. Que la Eucaristía, memorial perfecto del sacrificio de Cristo, sea el paradigma de vuestra existencia personal.

4. Como sabéis muy bien, vuestro fundador también tuvo como punto de referencia espiritual el binomio "cuna" y "cruz". Siempre, y sobre todo en los momentos tempestuosos de su existencia, se inspiró en el misterio de Belén y del Gólgota; por eso os enseñó que "Belén y el Calvario son la primera y la última nota, la primera y la última página de ese poema inmenso, divino e inefable de amor y sacrificio, que es toda la vida de Jesucristo" (Circ., 29).

Haced lo mismo también vosotras, y comunicad a cuantos encontréis este mismo ideal de santidad. A este propósito, ¡cómo no apreciar las oportunidades de encuentro y de diálogo que os ofrece la cooperación con los fieles laicos! En la exhortación apostólica Vita consecrata afirmé que, "debido a las nuevas situaciones, no pocos institutos han llegado a la convicción de que su carisma puede ser compartido con los laicos" (n. 54), especialmente ante los desafíos de la modernidad. Y concluía diciendo que "estos nuevos caminos de comunión y de colaboración merecen ser alentados" (n. 55), actuando siempre con prudencia y conscientes de la distinción de las vocaciones y de las funciones en la Iglesia.

5. Amadísimas hermanas, sed felices por haber elegido, como objetivo de vuestra vida, permanecer en íntima unión con el Redentor. Ojalá que la energía que os infunde la contemplación prolongada ante la Eucaristía transforme vuestra existencia en oblación diaria a Cristo.

A imagen de María, meditad en vuestro corazón el misterio del Hijo (cf. Lc Lc 2,51) y dad testimonio de él a cuantos la Providencia ponga en vuestro camino. Que el ejemplo y la intercesión del beato Francisco Spinelli os estimulen a unir vuestro sacrificio al de Jesús, para que "el mundo tenga vida y la tenga en abundancia" (Jn 10,10).

Os acompaña en vuestro esfuerzo constante mi bendición, que de todo corazón os imparto a vosotras aquí presentes, a vuestras hermanas y a todos los destinatarios de vuestra solicitud apostólica.






A LAS RELIGIOSAS DE LA SAGRADA FAMILIA DE NAZARET


235

Viernes 6 de julio de 2001



Queridas religiosas de la Sagrada Familia de Nazaret:

1. Os saludo cordialmente con ocasión de este encuentro, que se celebra durante el XXI capítulo general de vuestra congregación. Saludo en particular a la superiora general, madre María Teresa Jasionowicz.

Representáis a vuestras ocho provincias religiosas, que abarcan quince países, donde se realiza vuestra actividad apostólica. Habéis venido a Roma, a la casa general y a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, para reflexionar con sentido de responsabilidad sobre la situación actual de la congregación y programar su futuro. Desde esta perspectiva, queréis actualizar vuestras Constituciones y proceder a la elección del nuevo gobierno general.

2. En el Mensaje a los consagrados, que dirigí a las comunidades religiosas en el santuario de la Virgen de Czestochowa, el 4 de junio de 1997, recordé que "vivimos en tiempos de caos, de extravío y de confusión espirituales, en los que se perciben varias tendencias liberales y secularistas; a menudo se elimina abiertamente a Dios de la vida social (...) y en la conducta moral de los hombres se infiltra un dañoso relativismo. Se difunde la indiferencia religiosa. La nueva evangelización es una apremiante necesidad del momento (...). La Iglesia espera de vosotros que (...) con todas vuestras fuerzas (...) os opongáis a la gran tentación de nuestro tiempo: la de rechazar al Dios del amor" (n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de junio de 1997, p. 13).

El mundo actual encierra muchas amenazas. Las experimentan hombres y mujeres, parejas de esposos, jóvenes, niños... Sin embargo, al parecer la familia es la más amenazada. Pero no hay que desanimarse. Cuanto más numerosos son los peligros, tanto mayor es la necesidad de fe, esperanza, caridad, oración y testimonio de vida cristiana. Vuestra congregación quiere dar una respuesta evangélica a las inquietudes del hombre contemporáneo. Me alegra saber que, durante los trabajos capitulares, queréis reflexionar en vuestro carisma religioso a la luz de la nueva evangelización.

3. Vuestra fundadora, la madre Francisca Siedliska, María de Jesús Buen Pastor, que proclamé beata el 23 de abril de 1989, indicó a vuestra comunidad, como modelo de vida, la vida de la Sagrada Familia de Nazaret: precisamente os invitó a imitar el ejemplo de Jesús, María y José. Solía definir la encarnación del Hijo de Dios y la vida escondida de Jesús en el misterio de la Sagrada Familia como el reino del amor divino.

Formando una comunidad religiosa de amor, ayudad a las familias a oponerse "a la mayor tentación de nuestro tiempo": el rechazo del Dios del amor. Ayudad a las familias a abrirse a Cristo. Esto será posible en la medida en que vuestra vida de oración y vuestro testimonio manifiesten una particular solicitud por la familia. Quiera Dios que las familias, gracias a vuestro servicio, encuentren en la Familia de Nazaret el modelo de su vida y de su conducta. Que os conforte el ejemplo de vuestras hermanas beatas, las once mártires de Nowogròdek, que, durante la segunda guerra mundial, dieron su vida por la liberación de algunos padres de familia residentes en esa localidad. Me alegra haberlas elevado a la gloria de los altares el 5 de marzo de 2000, durante las celebraciones del gran jubileo. Que el testimonio de vuestra vida y la fidelidad a vuestro carisma sostengan la obra de evangelización y edificación, en las familias, del reino del amor de Dios.

4. El tema de los trabajos de vuestro capítulo general es: La ley del amor como llamada a la entrega total a Dios. Desde hace muchos años estáis tratando de corresponder a esta llamada con vuestro apostolado, mediante el cual queréis cooperar con Cristo y con su Iglesia. Dad testimonio de la ley del amor en vuestras comunidades y especialmente en el servicio a las familias necesitadas de ayuda espiritual y material, en los consultorios y en la pastoral familiar, en el servicio celoso entre los enfermos y los discapacitados, en el trabajo parroquial, en las escuelas, en los centros de educación, en los hogares de madres solteras, en medio de los indigentes y los sin techo, entre los niños y las personas extraviadas y marginadas.

Aprovecho la ocasión de vuestro capítulo para expresaros mi profundo aprecio por este apostolado del amor, que es el anuncio más eficaz de Cristo al mundo de nuestros días y la realización concreta de vuestro carisma religioso. A vosotras, queridas hermanas aquí reunidas, os entrego este mensaje, para que lo transmitáis a toda la comunidad de religiosas. Ruego al Señor para que las autoridades de la congregación, elegidas durante este capítulo, afronten, según el espíritu de sus indicaciones, los nuevos desafíos, de modo que vuestro carisma -el reino del amor de Dios- brille con mayor esplendor aún en vuestras comunidades, en la Iglesia y en el mundo. Que sea el claro reflejo del "Amor que nos ha visitado de lo alto" (cf. Jn Jn 1,8).

5. En la carta apostólica Novo millennio ineunte dirigí a todos los fieles la exhortación: Duc in altum! ¡rema mar adentro! Hoy, con estas mismas palabras, invito a vuestra comunidad "a recordar con gratitud el pasado, a vivir con pasión el presente y a abrirse con confianza al futuro: "Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y siempre" (He 13,8)" (n. 1). Con el espíritu de esta exhortación, pido a Dios que la gracia de vuestra vocación religiosa dé abundantes frutos espirituales.

236 Imparto de corazón la bendición apostólica a la superiora general, a las participantes en el capítulo y a toda la comunidad de las religiosas de la Sagrada Familia de Nazaret.





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS ALUMNOS Y PROFESORES PARTICIPANTES


EN UN CURSO DE ASTROFÍSICA




A los participantes en el
VIII curso de astrofísica del
Observatorio astronómico vaticano

El VIII curso de astrofísica organizado por el Observatorio astronómico vaticano es el último de la serie de cursos que se han realizado en los últimos quince años, frecuentados por más de doscientos jóvenes alumnos y sus profesores, procedentes de todos los continentes. Han venido de más de cincuenta naciones, muchas en vías de desarrollo. Desde el comienzo, los cursos han procurado compartir los resultados más recientes de la investigación astrofísica con jóvenes alumnos, en una fase importante de su formación profesional. También han tenido como fin contribuir al progreso de los países en vías de desarrollo, introduciendo a algunos de sus jóvenes de más talento en lo mejor de la práctica y la teoría científicas actuales en esta área.

El centro de los cursos es el intercambio de conocimiento profesional y de experiencia personal entre los profesores y los alumnos. Vuestras relaciones personales y profesionales, que incluyen diferencias políticas, culturales y religiosas, constituyen uno de los frutos más preciados del curso, y ruego al Señor que estos vínculos se afiancen con los años.

En el curso de este año habéis estudiado el estado final de las estrellas cuando agotan sus fuentes normales de energía. Esto lleva a examinar algunas de las características más importantes del universo e inevitablemente dirige nuestro pensamiento hacia nuestro destino en el universo. El deseo de comprender la creación y nuestro lugar en ella de acuerdo con los estrictos cánones de la ciencia es una de las aspiraciones humanas más nobles. Espero que el curso os impulse a proseguir el conocimiento científico, para que este mundo inquieto y en constante transformación se beneficie de vuestro esfuerzo por comprender sus misterios.

Podría parecer que el estudio de la índole astrofísica de los residuos estelares puede contribuir poco a mejorar la humanidad. Sin embargo, los que examinan atentamente la realidad, como los científicos, los artistas, los filósofos o los teólogos, y los que luchan por mejorar las condiciones económicas, sociales y políticas de los pueblos del mundo también llegan a la conclusión de que todo lo que es verdadero, bueno y hermoso tiene su última y única fuente en Aquel en quien "vivimos, nos movemos y existimos" (Ac 17,28).

Vuestra investigación astrofísica no es un lujo ajeno a las preocupaciones diarias de la gente e irrelevante para la construcción de un mundo más humano. Lo que hacéis como científicos es importante para todos nosotros, especialmente cuando vuestra visión de la realidad, fundada empíricamente, lleva a un conocimiento de la persona humana como elemento integral en el universo creado, es decir, cuando lleva a la sabiduría, que es el centro de todo humanismo auténtico.

Pero nuestra concepción de nosotros mismos y del universo sólo alcanza un punto de verdadera sabiduría si estamos abiertos a los numerosos caminos por los que la mente humana llega al conocimiento: la ciencia, el arte, la filosofía y la teología. Vuestra investigación científica será más creativa y benéfica para la sociedad en la medida en que ayude a unificar el conocimiento que deriva de esas diferentes fuentes, y lleve a un diálogo fecundo con quienes trabajan en otros campos de estudio. Espero que los cursos de astrofísica organizados por el Observatorio astronómico vaticano den una valiosa contribución a esta visión unificadora del conocimiento.

En esta ocasión también deseo dar las gracias a los que estáis ayudado a sostener la obra del Observatorio vaticano. Gracias a vuestro interés por el Observatorio, sois compañeros de camino de estos jóvenes alumnos que tratan de comprender el universo, que está revelándose lentamente en toda su amplitud y misterio. La ciencia ha sido indudablemente uno de los faros que guían a la humanidad en su peregrinación a lo largo del tiempo; pero, al tratar de integrar nuestro conocimiento científico con todo lo que sabemos como seres humanos, sentimos que somos guiados hacia otras realidades aún más misteriosas y que nuestra pasión por conocer es incompleta si no enciende en nosotros el deseo de dar y recibir amor.

237 Al saludaros hoy, me vienen a la memoria las palabras del Salmo: "¡Señor, Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra! Cuando contemplo el cielo, obra de tus manos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder?" (Ps 8,2 Ps 8,4-5). Agradeciéndoos sinceramente vuestra contribución a nuestro conocimiento del cosmos y del Amor que le da vida, invoco sobre todos vosotros las abundantes bendiciones de Dios, cuyo nombre es admirable en todo el universo.

Vaticano, 2 de julio de 2001






A LOS OBISPOS DE CUBA EN VISITA "AD LIMINA"


Viernes 6 de julio de 2001



Queridos hermanos en el Episcopado:

1. Con sumo gusto les recibo hoy, Pastores de la Iglesia de Dios peregrina en Cuba, que en estos días realizan la visita ad Limina, con la cual renuevan su comunión con el Sucesor de Pedro y veneran con devoción las tumbas de los Príncipes de los Apóstoles, columnas de la Iglesia y fieles a Cristo hasta derramar su sangre. Así mismo, han tenido importantes encuentros con los Dicasterios de la Curia Romana y, en un clima de oración y reflexión, han puesto de manifiesto los motivos de alegría y esperanza, de preocupación y pena, que vive la porción de Pueblo de Dios encomenda­da a su atención pastoral.

Agradezco de corazón las amables palabras que, en nombre de todos, me ha dirigido Mons. Adolfo Rodríguez Herrera, Arzobispo de Camagüey y Presidente de la Conferencia Episcopal, haciéndome patente la adhesión de Ustedes y la de sus comunidades eclesiales. En efecto, conozco bien su inquebrantable comunión con la Sede de Pedro, y pueden estar seguros de mi afecto y cercanía en todos los avatares de su labor pastoral.

2. Su presencia aquí me recuerda la visita pastoral a Cuba en 1998. Fueron unos días intensos en los que pude apreciar el calor y la acogida del pueblo cubano. En aquella memorable ocasión dejé un mensaje pastoral, el cual sigue ayudando para animar la vida de la Iglesia y alentar a todos en la esperanza. Me complace saber que desde entonces han mejorado algunas cosas de particular valor para Ustedes como son, por ejemplo, la recuperación de la fiesta de la Navidad, la posibilidad de realizar algunas procesiones -que forman parte de la rica piedad popular-, una mayor participación de los católicos en la vida del País, la presencia de algunos jóvenes cubanos en la XV Jornada Mundial de la Juventud en Roma durante el pasado Año jubilar o un notable incremento de la participación de los fieles en la recepción de los Sacramentos. Hay, sin embargo, otros aspectos que aún no han obtenido un resultado satisfactorio, pero es de esperar que, con la buena voluntad de todos, se alcance la solución conveniente y justa.

3. Al clausurar el Gran Jubileo de la Encarnación, he invitado a toda la Iglesia a caminar desde Cristo, que "es el mismo ayer, hoy y siempre" (He 13,8), acogiendo con renovado entusiasmo sus palabras: "Duc in altum" (Lc 5,4) y abriéndose con confianza al futuro. Secundando mis palabras, Ustedes, queridos Obispos de Cuba, han aprobado el Plan Global de Pastoral 2001-2006 con un dinamismo misionero muy acorde con la sed de Dios de vuestro pueblo que, como os dije en La Habana, "tiene un alma cristiana" (Homilía 25.I.1998, 7). La fe y los valores que proclama el Evangelio son una riqueza que se debe preservar celosamente, porque está en la raíz de la identidad cultural nacional, amenazada hoy, como en otras partes, por una cultura masificada e informe, amparada en algunos aspectos del proceso de globalización.

Gracias a la puesta en práctica de ese Plan, se han abierto en muchos hogares centros de reunión de la comunidad católica, especialmente en barrios y poblados donde durante años no ha sido posible construir nuevos templos. Esto se ha revelado como un método evangelizador muy en consonancia con dicho Plan Pastoral, con familias que abren sus puertas y quieren ser comunidades vivas y dinámicas. El nombre de "Casas de Misión o de Oración" con que se designan está de acuerdo con el llamado a evangelizar todos los ambientes, pues han de ser verdaderas escuelas donde se transmita la fe e instruya en ella, a la vez que se la alimente con la plegaria. Les aliento, pues, a continuar con creativi­dad anunciando el Evangelio a todos los cubanos, y cuidando la debida formación de los animadores de dichos centros.

En el Mensaje jubilar Ustedes afirmaban que Cuba vive "una hora histórica". Por eso, como Pastores de todo el pueblo fiel deben seguir iluminando las conciencias de los cubanos, orientándolos hacia un diálogo perseverante y una reconciliación sincera. No hay que dejarse vencer por el desánimo ante esa ardua tarea, aún cuando su voz sea la única o sean "signo de contradicción" (cf. Lc Lc 2,34). Aunque no se desean enfrenta­mientos, la Iglesia es consciente de que los proyectos del Señor no siempre coinciden con los criterios del mundo sino que, a veces, incluso los contradicen.

Acogiendo con renovado vigor cada día las palabras del Señor "Duc in altum", dirijan con audacia los destinos de esa Iglesia tan ferviente y que tantas pruebas de fidelidad ha dado en el pasado. Animen a los sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas, seminaristas y seglares a "remar mar adentro" en su servicio a la Iglesia y al pueblo, siendo fieles a Cristo y a su Patria, que tanto les necesita. Que todos caminen sin desfallecer, más aún, avanzando siempre con nuevos proyectos que den sentido y esperanza a sus vidas.

238 4. Ustedes son bien conscientes de su responsabilidad de transmitir el mensaje de Cristo como "verdaderos y auténticos maestros de la fe, pontífices y pastores" (Christus Dominus CD 2). Este mensaje ha de ser proclamado en toda su integri­dad y belleza, sin dejar de lado sus exigencias y teniendo presente que la cruz forma parte del camino de Cristo y del que recorren sus discípu­los. Guiados por el único Maestro que tiene "palabras de vida eterna" (Lc 6,68) los hombres y mujeres de Cuba han de saber encontrar un sentido renovado y trascendente para sus vidas, acogiendo el amor divino y viendo cómo se abren ante ellos tantas posibilidades de realización personal y social.

La fe en Jesucristo, lo saben bien, actúa en el ser humano de modo totalmente diferente a las ideologías, que son caducas y consumen las energías de los hombres y los pueblos con metas intramundanas, muchas de ellas, además, inalcanzables. Por eso, es cada vez más urgente presentar la riqueza insondable de la espiritualidad cristiana en estos comienzos del nuevo milenio, ante un mundo cansado de las viejas ideologías, las cuales al perder su atractivo inicial, han dejado en muchos un vacío profundo y una falta de sentido de la vida.

5. En el ejercicio del "munus docendi", la Iglesia, por medio de sus ministros, está llamada a iluminar también con la luz del Evangelio los asuntos temporales y sociales (cf. Lumen gentium LG 31), procurando que sus miembros sean "testigos y operadores de paz y justicia" (Sollicitudo rei socialis SRS 47). Para ello, promueve una educación en los valores auténticos, que sea liberadora y participati­va, como han indicado Ustedes en el Plan Global. A este respecto, ya señalé en Camagüey cómo "la Iglesia tiene el deber de dar una formación moral, cívica y religiosa" realizando con ello "una siembra de virtud y espiritualidad para la Iglesia y la Nación" (Homilía 23.I.1998, 3). Los laicos, por su parte, al beneficiarse de esa actividad de la Iglesia, podrán perseverar en su noble empeño de proponer y fomentar nuevas iniciativas para la sociedad civil, no buscando la confrontación sino la justicia. Sus esfuerzos se verán alentados por el ejemplo del Siervo de Dios el P. Félix Varela, que se entregó sin medida a la formación de hombres de conciencia con dos preocupaciones principales: que la vida social y política se fundamentara en la ética y que la ética estuviera sustentada en la fe cristiana.

6. Como expuse en mi viaje pastoral a Cuba, la Iglesia debe presentar a los cristianos y a cuantos se interesan por el bien del pueblo cubano las enseñanzas de su Doctrina Social. Su propuesta de una ética social, enaltecedora de la dignidad del hombre, muestra las posibilidades y límites del ser humano, y también de las instituciones públicas o privadas, dentro de un proyecto de crecimiento y desarrollo orientado al bien común y al respeto de los derechos del hombre.

A este respecto, deseo recordar que tales derechos deben ser considerados integralmente, desde el derecho a la vida del niño aún no nacido, hasta la muerte natural, sin que pueda excluirse ningún derecho individual o social, ya sean los derechos a la alimentación, a la salud, a la educación, ya sean los derechos a ejercer las libertades de movimiento, de expresión o de asociación.

En todo el mundo los derechos humanos son un proyecto aún no perfectamente llevado a la práctica, pero no por eso se debe renunciar al propósito decidido y serio de respetarlos, pues provienen de la especial dignidad del hombre, como ser creado por Dios a su imagen y semejanza (cf. Gn Gn 1,26). Cuando la Iglesia se ocupa de la dignidad de la persona y de sus derechos inalienables, no hace más que velar para que el hombre no sea dañado o degradado en ninguno de sus derechos por otros hombres, por sus autorida­des o por autoridades ajenas. Así lo reclama la justicia que la Iglesia promueve en las relaciones entre los hombres y los pueblos. En nombre de esa justicia dije claramente en su País que las medidas económicas restrictivas impuestas desde el exterior eran "injustas y éticamente inaceptables" (Discurso de despedida 25.1.1998, 4) Y lo siguen siendo aún. Pero con esa misma claridad quiero recordar que el hombre ha sido creado libre y, al defender esa libertad, la Iglesia lo hace en nombre de Jesús, que vino a liberar la persona de toda clase de opresión.

Cuando Ustedes, como Obispos católicos de Cuba, reclaman justicia, libertad o mayor solidaridad, no pretenden desafiar a nadie, sino que cumplen su misión, propiciando para el pueblo cubano una vida sólidamente basada en la verdad sobre el hombre. Por ello, les animo a continuar en el trabajo paciente en favor de la justicia, de la verdadera libertad de los hijos de Dios y de la reconciliación entre todos los cubanos, los que viven en la Isla y los que se hallan en otras partes, no ahorrando esfuerzos concilia­dores que permitan ampliar siempre el trabajo caritativo de la Iglesia en la promoción humana del pueblo.

7. Con Ustedes, y bajo su autoridad pastoral y guía, trabajan sacerdotes, religiosos y religiosas, por desgracia aún insuficientes para atender todas las necesidades. Pensando en ellos vienen espontáneas a la mente las palabras del Señor: "La mies es mucha y los operarios pocos" (Mt 9,38). Pienso en ellos con frecuencia y les manifiesto mi agradecimiento por todo lo que hacen por el crecimiento de la Iglesia y las necesidades del pueblo cubano. El espíritu misione­ro, tan vivo en muchos hijos de la Iglesia, hace desear que se agilice cada vez más la entrada de nuevos sacerdotes y religiosos para consagrarse a la misión en su hermosa Isla, lo cual ciertamente redundará en beneficio de todos.

Preocupados por el número de personal dedicado a la misión, Ustedes se esfuerzan en promover y seguir con atención una pastoral vocacional. Ésta ha de ir acompa­ñada, en primer lugar, por una asidua oración, pues hay que pedir al Señor que mande nuevos operarios a su mies (cf. Ibíd). Por otra parte, los candidatos han de ser dirigidos con prudencia y competencia para que puedan recorrer todas las etapas que requiere el seguimiento del Señor en la vida sacerdotal o religiosa. Es motivo de esperanza el crecimiento sostenido de las vocaciones. A este respecto, y para facilitar ese proceso, debería pensarse, donde fuera posible, en la creación de Seminarios menores que acojan a los jóvenes antes de realizar los estudios filosófico-teológicos, de modo que se les ofrezca una formación integral a partir de los principios morales cristianos. La construcción, ya próxima del nuevo Seminario en la Capital -cuya primera piedra bendije- y los logros de los Seminarios propedéuticos y filosóficos existentes facilitarán una preparación espiritual e intelectual de los futuros sacerdotes nativos en mejores condiciones y que los seminaristas de todo el país puedan prepararse adecuadamente para servir a su pueblo.

8. En Cuba no faltan los seglares entregados, que se esfuerzan en su propio ambiente por llevar una vida coherente con la fe. Soy consciente de las dificultades de muchos de ellos por su condición de creyentes, pues, como sucede en otras partes, los condicionamientos externos no facilitan la práctica de las enseñanzas de la Iglesia. Por eso, es un deber de Ustedes animarlos y ayudarlos a poner en práctica sus opciones cristianas.

Así pues, sigan proclamándoles con fuerza las enseñanzas sobre el matrimonio y la familia, la acogida de los hijos como don de Dios y primavera de la sociedad, animándo­los a colaborar a todos, sin exclusión, para el bien común y el progreso de la Nación. Que tengan en mucha estima las palabras del Señor "Ustedes son la sal de la tierra... Ustedes son la luz del mundo" (Mt 5,13 Mt 5,14) y, en consecuencia, que sigan siendo, según sus posibilidades, entusiastas misione­ros, anunciadores y testigos de Cristo, muerto y resucitado, sabiendo que así contribuyen a la misión de la Iglesia y a la elevación moral de su pueblo, cada vez más sediento de espiritualidad y de los altos valores religiosos.

239 9. Queridos hermanos: he querido reflexionar con Ustedes sobre algunos aspectos de vuestra actividad pastoral. A mi regreso a Roma -después de mi viaje apostólico a su tierra- les decía que lo hacía "con mucha esperanza en el futuro, viendo la vitalidad de esta Iglesia local. Soy consciente de la magnitud de los desafíos que tienen por delante, pero también del buen espíritu que les anima y de su capacidad para afrontarlos" (Mensaje a los Obispos 25.I.1998, 7). Hoy les reafirmo estos sentimientos y les ruego además que hagan llegar mi saludo muy afectuoso a todos los sacerdotes, religiosos, religiosas, y fieles, así como a todo el pueblo cubano. De modo especial, transmitan mi cercanía y mi solicitud pastoral por todos los que sufren, por los ancianos y enfermos, por los presos, por las familias divididas, por los que se sienten desanimados o faltos de esperanza. Cada uno de ellos tiene un lugar en el corazón y en la oración del Papa.

Dirigiéndome espiritualmente al Santuario del Cobre y postrado ante la imagen de la Virgen de la Caridad, Madre y Reina de Cuba, que tuve el gozo de coronar y cuyos "nombre e imagen están esculpidos en la mente y en el corazón de todos los cubanos, dentro y fuera de la Patria, como signo de esperanza y centro de comunión fraterna" (Homilía en Santiago, 24.I.1998, 6), les imparto de corazón, a Ustedes y a sus diocesa­nos, una especial Bendición Apostólica.






Discursos 2001 232